Post on 26-Nov-2015
Emprendo una tarea de la que nunca hubo ejemplo y cuya ejecución
no tendrá imitadores. Quiero mostrar a mis semejantes un hombre en toda
la verdad de la naturaleza; y ese hombre seré yo.
Yo, sólo yo. Siento mi corazón y conozco a los hombres. No estoy
hecho como ninguno de cuantos he visto; me atrevo a creer que no estoy
hecho como ninguno de cuantos existen. Si no valgo más, al menos soy
distinto. Si la naturaleza hizo bien o mal al romper el molde en que me
vació, es cosa que no puede juzgarse hasta después de haberme leído.
Que suene cuando quiera la trompeta del Juicio Final, yo acudiré con
este libro en la mano a presentarme ante el soberano juez. Diré
abiertamente: “Esto es lo que hice, esto lo que pensé, esto lo que he sido.
Dije lo bueno y lo malo con idéntica franqueza. Nada malo callé, ni añadí
nada bueno, y si alguna vez me serví de alguna galanura indiferente, nunca
fue sino para llenar un vacío ocasionado por mi falta de memoria; he
podido suponer cierto lo que sabía que había podido serlo, nunca lo que
sabía que era falso. Me he mostrado cual fui; despreciable y vil cuando lo
he sido, bueno, generoso y sublime cuando lo he sido: he desnudado mi
alma tal como tú mismo la viste. Ser eterno, reúne en torno mío la
innumerable muchedumbre de mis semejantes; que escuchen mis
confesiones, que giman con mis indignidades, que se avergüencen de mis
miserias. Que cada uno de ellos descubra a su vez su corazón a los pies de
tu trono con igual sinceridad; y luego, que uno solo te diga si se atreve: “Yo
fui mejor que ese hombre”.
Jean-Jacques Rousseau: Les Confessions, 1782-1789. [Las
Confesiones. Alianza, Madrid, 1997].