¿QUIÉN TIENE LA RAZÓN?

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¿QUIÉN TIENE LA RAZÓN?

Por: Ana Silva

En sesión de coaching con uno de mis clientes surgió esta exploración curiosa de esta necesidad que tenemos los seres humanos de tener la razón, o de que los demás nos den la razón.

Como suelo hacer con mis clientes, siempre dejo un espacio entre un cliente y otro; una media horita, para quedarme suspendida en la experiencia que acabo de vivir con mi cliente.

Y es que; en cada conversación con mis clientes surgen cosas tan poderosas, que es maravilloso el darme este espacio entre una cita y otra, para reflexionar.

Y hoy quiero explorar la pregunta:¿Quién tiene la razón?

En un escenario de conversación cada una de las partes plantean sus argumentos, muchas veces con el objetivo de que el interlocutor pronuncie las palabras mágicas: “Sí, tienes razón”.

Y… ¿de dónde parte esta necesidad de tener la razón?.

¿Por qué es tan importante para mi que me den la razón?

Te voy a hacer una confesión…

En una vida pasada (no hace muchos años), yo era súper peleona.

Mis conversaciones giraban entorno a imponer mi argumento a costa de lo que fuera:

- Estrategias de persuasión

- De manipulación

- De negociación

Y cuando ninguna de las anteriores me funcionaba comenzaba a usar los gritos en un canto desesperado por convencer al otro de:

- ¡Yo estoy diciendo lo que es!

- ¡Tú estás equivocado!

Como te imaginarás… el resultado no era muy satisfactorio.

Si la otra persona no me daba la razón o no hacía lo que yo quería, pasaba a la “lista negra”, cortaba relaciones para siempre, y si sí me hallaba la razón; sólo entonces, sí podía ser mi amigo.

Y; como te imaginarás también, el balance final era que terminaba teniendo muy pocos amigos.

Desde hace algún tiempo, he venido investigando el tema de las comunicaciones: la comunicación asertiva, el manejo de las conversaciones difíciles, etc.

Como resultado de estas investigaciones me di cuenta que cuando mantenía mis relaciones desde la premisa “yo tengo la razón”, el resultado era más de separación que de unión.

En este proceso investigativo me comencé a apasionar por los paradigmas: por esos anteojos que nos ponemos para ver el mundo, y desde los cuales observamos, analizamos e interpretamos “la realidad”.

Comencé a entender que desde los paradigmas de la otra persona,

… todos los argumentos eran válidos para él, pues lo que veía con sus propios anteojos era Su Realidad.

Que yo tenía mis propios anteojos, desde los cuales veía Mi Realidad.

Si tú ves el mundo desde tus propios paradigmas, y yo veo el mundo desde los míos

propios, ¿Quién de los dos está viendo el mundo como “realmente es”?

Y explorando esta pregunta, me di cuenta que cuando en épocas antiguas intentaba que la otra persona me diera la razón, lo que estaba haciendo era ponerle a la fuerza mis anteojos con los que yo veía el mundo.

http://bit.ly/2fbreDHImagen tomada de:

Anteojos, que no le casaban a él, le quedaban muy chicos, o muy chuecos o muy grandes. Porque no eran Sus Anteojos.

En la medida en que profundizo en mis sesiones de coaching con mis clientes, una de las premisas que tomo en cuenta es el proceso de rapport, que equivale a empáticamente meterme profundamente en el mundo del cliente, ponerme Sus Anteojos, para entender cómo está viendo el mundo.

Como esto ya me fluye de manera natural; el ponerme los anteojos del otro me ha permitido; sin

darme cuenta, dejar de pelear.

Te lo digo de corazón, hace rato que no peleo. Bueno, una que otra peleita chiquita sin importancia, pero pelear, pelear… ¡nop!.

Y esto no fue como: me levanté esta mañana y se me ocurrió que ya no iba a pelear más.

Fue un proceso de transformación que se ha dado en mi de manera profunda.

Si tengo una conversación con otro ser humano, sea mi esposo, un cliente, un amigo, mis gatos; me he dado la oportunidad de escucharlo profundamente, de ponerme su anteojos y de buscar entender la manera como está viendo el mundo.

¡No te imaginas lo poderoso que ha sido el ejercicio!

Pues como, tengo durante la conversación los anteojos de la otra persona, me asombro con la curiosidad de un niño, de la manera como está

viendo el mundo.

Es como cuando te pones unos anteojos para ver en 3D, de esos que te reparten en las taquillas de los cines. Y te metes en la película; realmente te metes en la película, porque ves y sientes todas las escenas de manera mucho más impactante.

Y así me ha pasado con mi experiencia de ponerme las gafas 3D del mundo de la otra persona con la que estoy conversando en cada momento.

Lo más hermoso de todo, es que he aprendido montones. Mi interlocutor se siente cómodo en la conversación, se siente genuinamente escuchado; y como yo estoy frente a él con mente abierta, sin juicios, sin el “quiero tener la razón” (porque ya dejó de tener importancia para mi)…

…me sumerjo profundamente en el mundo de la otra persona, y la relación que construyes es infinitamente enriquecedora para cada una de las partes.

Y abandoné el paradigma del “quiero tener la razón”, y ahora me dedico a tener conversaciones donde la magia ocurre alrededor de escuchar genuinamente, sin juicios, sin etiquetas, sin imponer argumentos.

Simplemente, tomando el mundo de la otra persona, con la curiosidad del niño cuando descubre algo

nuevo.

Y ¿sabes algo?, ahora tengo muchos amigos y muchas personas alrededor del mundo disfrutan conversar

conmigo.

Hoy entiendo que estamos conectados con los otros seres humanos de manera profunda, y podemos notarlo, en la medida en que abandonamos nuestros propios paradigmas, y nos sumergimos con genuina atención e interés en el mundo de la otra persona.

Y así es...

…como se construyen relaciones de confianza.

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