Nocturno nº3

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[La noche sugiere, no muestra. La noche nos perturba y nos sorprende con su extrañeza, libera fuerzas de nuestro interior que durante el día están dominadas por la razón.] Brassaï

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NOCTURNO Nº 3[fotos y textos de Raúl Fernández]

NOCTURNO Nº 3[fotos y textos de Raúl Fernández]

Agosto 2009Edición, textos, fotos y diseño editorial: Raúl Fernández [www.mareavacia.com]

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[La noche sugiere, no muestra. La noche nos perturba y nos sorprende con su extrañeza, libera fuerzas de nuestro interior que durante el día están dominadas por la razón.]Brassaï

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Augustus tuvo esa sensación de nuevo. No era la primera vez que la cercanía de la oscuridad le aterraba. Tuvo esa sensación muchas veces de pequeño y ahora la historia volvía de nuevo a su cabeza: se veía a sí mismo en medio de un bosque, solo, perdido y en la más absoluta oscuridad -sabía que era un bosque por el olor a pino y yerba mojada-; el tiempo se detenía hasta el punto de ser eterno, y su percepción del espacio se empequeñecía a cada segundo. Nunca recordó cómo acababa esa pesadilla infantil. Quizá no quería recordarlo, o a lo peor es que no acababa; que no había acabado todavía; que no acabaría nunca.

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Se sentía aturdido por esas visiones borrosas. No conseguía enfocar el objetivo de su mente y ahora las cosas estaban peor. Nunca sabía qué decir en esos momentos de rabia y de miedo. Se sentía demasiado estancado en su mirada; demasiado delirante. No era capaz de nada en ese estado, ni siquiera de pensar con claridad. Y eso le acobardaba y aturdía aún más. En un momento inesperado incluso para él, Augustus empezó a hablar.

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Quizá había pasado un minuto, o una hora. Quizá una existencia entera. O simplemente el tiempo, como ya había pensado al principio, se había detenido. En ese caso, no habría principio, y todo sería absurdo. Pero el caso es que Augustus había hablado. Había articulado un palabra, o a lo mejor una frase entera, o como mínimo una sílaba. El caso es que él no se había escuchado a sí mismo. Y dudaba que alguien más estuviera allí, o suficientemente cerca como para hacerlo.

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La oscuridad seguía siendo parte de la obsesión de Augustus. No recordaba ya si esas luces que veía distorsionadas eran una imagen de su mente o realmente existían. Intentó ponerse de pie, pero no era capaz ni de saber si estaba o no sentado. Cayó en la espiral de la locura tan fácil como es dejarse llevar, como no pelear, como no rebelarse contra nada ni nadie, por la simple razón de que era imposible.

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Una belleza en forma de color surgió de pronto, y los ojos cansados de Augustus llegaron a verla. Fue como un soplo de alegría, un viento capaz de mover los cimientos de sus pies y sacudir las bases de su aletargamiento. Un color nuevo. Algo inesperado, como cuando habló, hace ya milenios. Pero esta vez fue distinto. Porque ya no se sentía atrapado. Porque ahora sí podía respirar. No le importaba ya ponerse de pie, ni sentado. Ahora sólo le importaba sentir. Miró de nuevo a su alrededor, reconoció las siluetas, las sombras, las luces desenfocadas y los colores nuevos. Cogió impulso con todas sus fuerzas y respiró profundamente.

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