Magisterio posterior al vaticano ii

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EL RETORNO DE LA VIRTUD

MODERNIDAD: Antropocentrismo - Secularismo

Regreso de la virtud en la Filosofía Contemporánea y Magisterio Reciente de la Iglesia

LA VIRTUD EN EL CONCILIO VATICANO II

Las virtudes teologales como eje transversal de la mayoría de documentos.

Nueva concepción de virtudes morales y sociales

LA VIRTUD EN EL MAGISTERIO POSTERIOR AL VATICANO II

OBJETIVO

Que el alumno descubra el diverso desarrollo de la virtud en la época postconciliar y a su vez la base conceptual que habrá de vivir y compartir en su apostolado.

Retornode la Virtud

La Virtud en el Magisterio Posterior al Concilio Vaticano II

Encíclicas de Juan Pablo II

Catecismo de la Iglesia Católica

LA VIRTUD EN EL MAGISTERIO POSTERIOR AL VATICANO II

Numerosas veces es citada la virtud en la obra magisterial del papa Juan Pablo II.

Particularmente en la Encíclica Dominum et Vivificantem en donde, luego de citar las palabras de san Pablo donde se refiere a una visión dual del ser humano y a la primacía del espíritu afirma:

“…Sino que trata de las obras, -mejor

dicho, de las disposiciones estables-

virtudes y vicios, moralmente buenas o

malas, que son fruto de sumisión (en el

primer caso) o bien de resistencia (en el

segundo) a la acción salvífica del Espíritu

Santo. Por ello, el Apóstol escribe: "Si

vivimos según el Espíritu, obremos

también según el Espíritu".” (55c.)

Así, el Papa le da un sentido de unión Pneumatológica (relaciona con el Espíritu Santo) a la virtud.

Por otro lado, en la Solicitudo rei socialis, las relaciona con el medio social afirmando:

“El objetivo de la paz, tan deseada por todos, sólo se alcanzará con la realización de la justicia social e internacional, y además con la práctica de las virtudes que

favorecen la convivencia y nos enseñan a vivir unidos, para construir juntos, dando y recibiendo, una sociedad y un mundo mejor.” (39j)

Pero particularmente abordará el tema en la encíclica Veritatis Splendor:

“En efecto, para poder « distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto » (Rom 12, 2)

sí es necesario el conocimiento de la

ley de Dios en general, pero ésta no

es suficiente: es indispensable una

especie de « connaturalidad » entre

el hombre y el verdadero bien. Tal

connaturalidad se fundamenta y se

desarrolla en las actitudes virtuosas

del hombre mismo:

la prudencia y las otras virtudes cardinales, y en primer lugar las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad. En este sentido, Jesús ha dicho: « El que obra la verdad, va a la luz » (Jn 3, 21). (48 c)

Como ya hemos podido ver en clase, la virtud también es abordada sintética, explícita y ordenadamente por el Catecismo de la Iglesia Católica (CEC) desde el No. 1803 - 1829.

Parte de darnos su concepto:

“La virtud es una disposición habitual

y firme a hacer el bien. Permite a la

persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas.” (No. 1803)

Seguidamente proporciona una definicipon de virtud humana:

“Las virtudes humanas son actitudes

firmes, disposiciones estables,

perfecciones habituales, del

entendimiento y de la voluntad que

regulan nuestros actos, ordenan

nuestras pasiones y guían nuestra

conducta según la razón y la fe.” (No.

1804)

Expone, además, las virtudes cardinales vislumbrando su accesibilidad a nivel racional y su origen en la filosofía griega, que a su vez se encuentran plasmadas en la literatura bíblica.

Dichas virtudes proporcionan la felicidad, el dominio y el gozo para llevar una vida buena.

Por una especie de retroalimentación, nacen de actos moralmente buenos y, a su vez, generan y facilitan la ejecución de otros actos buenos.

La gracia de Dios facilita la búsqueda de tales virtudes, al tiempo que las purifica y eleva al orden sobrenatural.

Particularmente, transformadas por la gracia, y reveladas en plenitud en Cristo dichas virtudes adquieren una apariencia nueva.

De modo que la prudencia del creyente se confunde con la locura de la cruz.

La fortaleza con la parresía de los profetas y mártires (esa osadía de vivir, decir y mantenerse en la verdad).

La justicia apela a la desbordante misericordia de Dios.

Finalmente, la templanza se convierte en pobreza de espíritu y opción por los pobres.

Seguidamente, el Catecismo aborda las

virtudes teologales, “que adaptan las

facultades del hombre a la

participación de la naturaleza divina

(cf. 2 Pe 1, 4), se refieren directamente

a Dios y disponen al cristiano a vivir en

rela ión con la Santísma Trinidad”.

“Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano.” (No. 1813)

Vale culminar aquí recordando que la fe, la esperanza y la caridad; aunque en efecto son don de Dios, la responsabilidad de su acogida y ejercicio quedan en la manos del cristiano. Por ellas se define su vocación.