Post on 09-Feb-2016
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DE HISTORIA E HISTORIADORES HOMENAJE
A JOSÉ LUIS ROMERO
SERGIO BAGÚ * GREGORIO WEINBERG * LEOPOLDO ZEA RAFAEL GUTIÉRREZ GIRARDOT * LUIS GONZÁLEZ
TULIO HALPERÍN DONGHI * ARTURO ARDAO • MALCOLM DEAS JUAN MARICHAL «ALBERTO TENENTI * JORGE E. HARDOY
RICHARD M. MORSE * NICOLÁS SÁNCHEZ-ALBORNOZ JUAN A. ODDONE * JOHN LYNCH * ROBERTO CORTÉS CONDE
JAMES R. SCOBIE * EZEQUIEL GALLO * ALBERTO CIRIA LEANDRO H. GUTIÉRREZ
1/19
ROSAS Y LAS CLASES POPULARES EN BUENOS AIRES
JOHN LYNCH
1
Juan Manuel de Rosas, hacendado, caudillo rural, gobernador de Buenos Aires desde 1829 hasta 1852, dividía a la sociedad entre los que mandan y los que obedecen. El orden lo obsesionaba, y la virtud que más admiraba en las personas era la subordinación. Su visión de la historia argentina reflejaba esas simples ideas. Creía que el régimen colonial había impuesto instituciones básicas y gubernamentales fuertes; la revolución de mayo de 1810 había sido un mal necesario: dio independencia a la Argentina pero dejó un vacío en que el desorden prevalecía y la violencia reinaba, y él personalmente se adelantó en 1829 a rescatar al país del caos y restablecer la debida distinción entre gobernante y súbditos. El estanciero que había dado detalladas instrucciones a sus capataces y hecho estaquear al sol a sus peones se convirtió en el gobernador que espoleaba a sus jueces de paz y llenaba las cárceles hasta el tope. En lugar de una constitución exigió la soberanía total, y en 1835 justificó la posesión de "un poder sin límites" afir-mando que era esencial para evitar la anarquía: "he cuidado de no hacer otro uso que el muy preciso con relación al orden y tranquilidad general del país".1 Más tarde, en el exilio, declaró que había tomado a su cargo un país anárquico, dividi-do, inestable y en bancarrota, "un infierno en miniatura", y lo había convertido en un lugar adecuado para vivir. "Para mí, el ideal de gobierno feliz sería el autócrata paternal, inteligen-te, desinteresado e infatigable [...] he admirado siempre a los dictadores autócratas que han sido los primeros servidores de sus pueblos." 2
1 Rosas a López, 23 de enero de 1836, en Enrique M. Barba, Correspondencia entre Rosas, Quiroga y López, Buenos Aires, 1958, p. 310.
2 Entrevista de Vicente G. y Ernesto Quesada con Rosas, Southampton, 1873, en Arturo Enrique Sampay, Las ideas políticas de Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, 1972, pp. 215, 218-219.
[311] 2/19
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Si había algo que R
osas detestara más que la dem
ocracia era el
liberalismo.
La razón por la que
odiaba a los unitarios no
era que
quisieran una A
rgentina unida
sino que
eran libera
les que creían en valores seculares de hum
anismo y progreso.
Los
identificaba con
francmasones
e intelectuales,
"hombres
de las luces y de los principios", subversivos que socavaban el orden y la
tradición y a quienes
consideraba los
responsables últim
os de
los asesinatos
políticos que
atormentaron
la vida
pública argentina
de 1828
a 1935. 3
Las
doctrinas constitucio-
nales de unitarios y federalistas no le interesaban y nunca fue un
federalista auténtico.
En
1829 negó
pertenecer al
partido federal o cualquiera otro, y expresó su desprecio por D
orrego. 4
Pensó y gobernó como un centralista y defendió la hegem
onía de
Buenos
Aires.
Explicaba
las divisiones
políticas en
térmi-
nos de estructura social, e interpretó el conflicto de 1828-1829
y sus consecuencias como una guerra entre las clases m
ás pobres y la
aristocracia m
ercantil. "L
a cuestión
es entonces
entre
una m
inoría aristocrática
y una
mayoría
republicana."5
"A la m
asa federal la componen sólo la gente de cam
paña y el vulgo de la ciudad, que no son los que dirigen la política del gabinete."
6 Y
ocasionalm
ente confesaba
su federalism
o faute
de mieux: "E
stoy persuadido de que la Federación es la form
a de
gobierno m
ás conform
e con
los principios
democráticos
con que
fuimos
educados en
el estado
colonial sin
ser cono
cidos los vínculos y títulos de la aristocracia como en C
hile y L
ima
[...] pero
aun así
siendo federal
por íntim
o convenci
miento m
e subordinara a ser unitario, si el voto de
los pue
blos fuese
por la
Unidad."
7 L
a unidad,
solía decir,
era m
ás apropiada
para una
aristocracia, y
el federalism
o para
una dem
ocracia. E
n abril
de 1839
sermoneaba
a sus
allegados al
atardecer bajo los ombúes de P
alermo, y su secretario el cons
pirador Enrique L
afuente registra que alguna vez argüyó "que
3 Rosas a un capataz, 3 de m
arzo de 1835, en Adolfo Saldías, P
apeles de R
osas, 2 vols., La P
lata, 1904-1907, p
p. 1, 134.
4 "Nota
confidencial de
Santiago V
ázquez", 9
de diciem
bre de
1829, en
Sampay, L
as ideas políticas cit., pp.
129-136. 5 R
osas a L
ópez, 17 de m
ayo de 1832, en E
nrique M.
Barba,
Correspon
dencia cit., p. 158.
6 Rosas a L
ópez, 1 de octubre de 1835, ibid. p. 267.
7 Rosas a Q
uiroga, 28 de febrero de 1832, en Enrique M
. Barba, "E
l prim
er gobierno de R
osas", A
cademia
Nacional de la
Historia, H
istoria de
la N
ación A
rgentina, ed.
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icardo L
evene, B
uenos A
ires, - 1950, t.
VII,
pp. II, 5.
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nosotros éramos dem
ócratas o federales que para él todo es lo m
ismo desde los españoles". 8
Las
contradicciones son evidentes. E
n un contexto condena
ba a la democracia, en otro la favorecía. E
so era retórica política:
en la Argentina no había dem
ocracia y el pueblo no gobernaba.
¿Cuáles
eran entonces sus relaciones con
los sectores
populares? No es una pregunta nueva.
El
régimen
social de
Rosas
ha ocupado
a historiadores
de m
uchas generaciones,
y un
estudio ulterior
del tem
a podría
parecer superfluo.
¿No
es R
osas evidente
de por
sí? ¿N
o lo
conocemos
ya? S
armiento
no tenía
duda: "R
osas y
todo su
sistema fue aborto de la estancia:
él tenía doscientas leguas de territorio
suyo, y
sus herm
anos, fautores
y generales,
reunieron
más
de m
il."9
Mitre
lo identificó
inconfundiblemente
como un estanciero, el representante de los terratenientes, que
por medio del control absoluto del gobierno y la m
ano de obra determ
inó el desarrollo económico y social de B
uenos Aires du
rante medio siglo. Según él, R
osas era "representante de los intereses de los grandes hacendados y jefe m
ilitar de los campe
sinos". 10
Hay m
otivos, sin embargo,
para volver a examinar el
tema.
En prim
er lugar, todavía falta ubicar con precisión la base social del rosism
o. ¿Tenía R
osas el apoyo de toda la clase terrateniente? Si era así ¿cuál fue la razón de la revolución de
1839 en el sur, y de las deserciones de su causa en
1852? Otro pro
blema, el tem
a del presente estudio, se refiere a sus relaciones con los sectores populares.
¿Tenía R
osas una masa adicta
entre
los gauchos?
Si era
así ¿cuál
fue su
respuesta a
su dura
política agraria? ¿Y no había otro grupo popular, un incipiente
sector medio de B
uenos Aires, artesanos y personal de servicio,
cuya relación con Rosas todavía está por establecerse?
En segundo lugar, la historiografía argentina, o parte de ella,
ha intrepretado ya a Rosas com
o un demócrata. E
sto estaba im
plícito en el primer estudio revisionista de R
osas, el de Ernes
to Quesada, quien describió el conflicto entre unitarios y fede-
rales como un conflicto entre la propiedad y la pobreza, la aris-
8 Lafuente a
Frías,
18 de abril de 1839, en
Gregorio F.
Rodríguez,
Con
tribución histórica
y docum
ental, 3
vols., B
uenos A
ires 1921-1922,
pp. II,
468-469. 9 "S
ituación social",
en E
l N
acional, 1
de junio
de 1857,
en O
bras de
D. F
. Sarm
iento, vol. 24,
Buenos A
ires, 1899,
p. 27. 10 B
artolomé
Mitre,
Historia
de B
elgrano y
de la
independencia argen
tina, 6a. ed., 4 vols., Buenos A
ires, 1927,
iv, pp. 183-184.
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El legado colonial fue alterado por tres procesos. P
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comerciantes
de B
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desalojados de
su papel
por los ingleses.
Con
sus recursos
de capital
superiores y sus contactos en E
uropa, los ingleses se apoderaron de
la función
empresarial ejercida previam
ente por los españoles y obligaron a
los porteños
a buscar
inversiones alternativas.
Incapaz de
competir en un com
ercio dominado por los ingleses,
el grupo
dirigente local
encontró salida
en otro
sector en
expansión, la ganadería. Segundo, B
uenos Aires se beneficiaba ahora de la
ausencia de
competencia
en la
exportación ganadera.
Desde
1813 Santa Fe, E
ntre Ríos y C
orrientes, cuya capacidad económ
ica era similar a la de B
uenos Aires, fueron devastadas por sus
guerras de secesión, mientras que la otra zona ganadera rica, la
Banda
Oriental,
resultó perjudicada
por la
revolución y
la invasión desde el B
rasil. La capital porteña se apresuró a apro
vechar las nuevas oportunidades. Los cam
pos de pastoreo empe-
zaron a extenderse a expensas de la agricultura, y la provincia llegó a depender de la im
portación de granos. Tercero, el co
mercio de B
uenos Aires con el interior había dependido de la
capacidad del interior de obtener beneficios de la venta de sus productos,
especialmente
de sus
actividades agrarias y sus
industrias artesanales. P
ero la creciente penetración británica tra-jo una seria com
petencia a esas industrias, en un mom
ento en que la guerra y la secesión estaban elim
inando también los tra
dicionales mercados de C
hile y el Alto P
erú. L
a combinación de la com
petencia inglesa y la declinación del interior hizo
que B
uenos A
ires llegara
a ser
económicam
ente incapaz de sostener a la élite com
ercial local, y ésta empezó a
buscar otras salidas para sus
capitales. L
a política
agraria del gobierno estim
ulaba la inversión en tierra, ganado y saladeros. D
esde 1822 B
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a de enfiteusis,
permitiendo
que las
tierras públicas
fueran arrendadas
por veinte años con renta fija. 17 Si bien no era una política de
reforma agraria, en otros aspectos tenía sentido, pues al m
ismo
tiempo
ponía la
tierra en
uso productivo,
incluyendo nuevas
tierras en el sur y suroeste de la provincia, y satisfacía el ham
bre de tierra de
los grupos dominantes.
No había lím
ite para las tierras que podía arrendar un propietario, y las com
isiones agrarias
que adm
inistraban la
distribución estaban
dominadas
17 Em
ilio A
. C
oni, La
verdad sobre
la enfiteusis
de R
ivadavia, B
uenos A
ires, 1927,
pp. 171-175; Jacinto
Oddone,
La
burguesía terrateniente argen
tina, 3a. ed., Buenos A
ires, 1967, pp. 75-91.
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por terratenientes.
Si
bien la enfiteusis facilitó
la explotación de
la tierra,
también estim
uló su
excesiva concentración.
En
tre 1822 y
1830 un pequeño grupo de hombres se
adueñó de toda
la provincia;
en efecto,
538 individuos
recibieron 3 206
leguas cuadradas (casi 8 m
illones de hectáreas). A m
edida que la im
portancia de la ganadería fue aumentando y las propieda
des ganaderas adquirieron un nuevo valor, los estancieros empe-
zaron a querer la propiedad sin límite de
tiempo,
condiciones ai
rentas. P
ara obtener
términos
convenientes, controlar
todo el proceso de producción desde la estancia hasta el puerto, y asegurar el sum
inistro de ganado para la exportación, el sector rural necesitaba aum
entar su peso político. R
osas representó el ascenso al poder de un nuevo grupo social. E
l movim
iento independentista de 1810
había creado un
tipo de político burócrata y soldado profesionales que hicieron una carrera de la revolución y del nuevo estado producido por la revolución. 18 E
staban aliados a los comerciantes urbanos,
pero éstos, o parte de ellos, habían em
pezado a desplazarse hacia la tierra. A
medida que el
sector rural extendía sus propiedades
y desarrollaba
sus estancias,
fue adquiriendo
también
fuerza m
ilitar, pues había que autorizar a los estancieros a mantener
unidades armadas para la seguridad del cam
po y la defensa de la frontera. A
mediados de la década de 1820, por lo tanto, pueden
identificarse dos grupos socioeconómicos: los revolucionarios de
carrera aliados a la clase comerciante tradicional y la nueva clase
terrateniente, algunos de cuyos miem
bros procedían del comercio
y todavía tenían una base en él. El prim
er grupo miraba hacia
el extranjero tanto ideológica como económ
icamente, buscando
ideas liberales,
capital extranjero y
comercio
ultramarino.
El
segundo grupo se volvió hacia el interior para abrir tierras y
desarrollar rebaños y saladeros, m
ejorando así su inversión
al com
ercializar la
industria ganadera
para la
exportación. A
dem
ás buscaron
un poder
político acorde
con su
fuerza econó
mica. E
so causó la crisis del régimen de
Rivadavia,
que tenía
poder político pero carecía de una
fuerte base económica.
Su
ideología liberal,
sus intentos
de diversificar
la econom
ía, su
estímulo
a la
inmigración,
todo eso resultaba
profundamente
sospechoso para
los intereses
terratenientes, m
ientras que
la am
enaza de "nacionalizar" los ingresos de B
uenos Aires y dis
tribuirlos entre las demás provincias en interés de una A
rgen-
18 Tulio
Halperín
Donghi,
Politics,
economics
and society
in A
rgentina in
the revolutionary period, C
ambridge,
1975, p.
205.
5/19
318
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ires por una com
pensación justa. Se refirió a "116 reses, 40 000 ovejas", que había sum
inistrado al gobierno de Buenos A
ires; adem
ás "60 000 cabezas de ganado entre vacas, novillos y terneros, 1000 bueyes gordos, 3 000 caballos buenos, 100000 ovejas, cien m
il yeguarizos y demás de m
i propiedad", que el gobierno se había apropiado desde el
2 de febrero de
1852. H
arían falta
grandes estancias para mantener a todo ese ganado; la estim
ación
oficial fue
136 leguas
cuadradas (cerca
de 35 000
hectáreas) . 23
La visión de R
osas de las clases populares estaba condicionada por sus intereses económ
icos y su posición social. Era una visión
predeciblemente
conservadora y autoritaria, basada sin em
bargo no en una actitud de crueldad o desprecio sino al principio en la aprensión. P
oco después de tomar posesión de su estancia
Los C
errillos, escribió a las autoridades de B
uenos Aires que
jándose de
la tem
ible inseguridad
causada por
las hordas
de vagabundos y delincuentes que no respetaban personas ni propiedades sino que, sin em
pleo, recorrían la campaña
causando problem
as: "A
penas es cum
plido un mes
que fui acom
etido en mi estan
cia; porque traté de impedir en ella corridas de avestruces que
se hacían por decenares de hombres, que con tal
pretexto corrían m
is ganados, usaban de ellos, no los dejaban pastar, y me
los alzaban. Mi vida se salvó de entre los puñales; y desde en
tonces sólo pende mi existencia de un golpe seguro con que la
asesten los ociosos y mal ocupados."
24
El
gaucho com
o delincuente,
esa interpretación
había de
volverse familiar. L
a reacción de Rosas fue decisiva. Su intensa
conciencia de la incipiente anarquía de la campaña hizo nacer
en él la resolución de conquistarla, prim
ero en su propio am
biente y luego en el mundo político. H
ubo un periodo en que parece
haber tem
ido realm
ente un
movim
iento autónom
o de
protesta desde abajo, movim
iento que trató de captar y contro-
23 Antonio D
ellepiane, El testam
ento de Rosas, B
uenos Aires, 1957, p. 96;
Ricardo L
evene, La
anarquía de 1820 y la
iniciación de la
vida pública de R
osas, en
Academ
ia N
acional de
la H
istoria, O
bras de
Ricardo
Levene,
t. iv, Buenos A
ires, 1972, pp.
176-181; E
rnesto J. Fitte, E
l proceso a Rosas
y la confiscación de sus bienes, B
uenos Aires, 1973, pp.
123-135. 24 R
osas al gobierno provincial, 1817,
en Alfredo J.
Montoya, H
istoria de
los saladeros argentinos, Buenos A
ires, 1956, p. 41.
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lar. Éste es el contexto en que debe leerse el
texto frecuentem
ente citado de su entrevista con el enviado oriental Santiago
Vázquez. E
n esa ocasión, en diciembre de 1829, apenas al com
ienzo de su gobernatura,
afirmó
que a diferencia de
su predecesor él había cultivado a la gente "de las clases bajas" y se había agauchado él m
ismo con el fin de controlarlas.
Los gobiernos
anteriores, alegó,
"se conducían m
uy bien para
la gente
ilustrada,
que es
lo que
yo llam
o m
oral, pero
despreciaban lo
físico, pues, los hombres de las clases bajas, los de la cam
paña, que son la gente de acción [...] m
e pareció que en los lances de la revolución, los m
ismos partidos habían de dar lugar a que
esa clase se sobrepusiese y causase los mayores
males, porque
Vd.
sabe la disposición
que hay siem
pre en
el que
no tiene
contra los ricos y superiores: me pareció, pues, desde entonces,
muy
importante
conseguir una
influencia grande
sobre esa
clase para contenerla o para dirigirla;
y me
propuse adquirir
esa influencia a toda costa;
para esto me fue
preciso trabajar
con mucha constancia, con m
uchos sacrificios de comodidades,
y de dinero, hacerme gaucho com
o ellos, hablar como ellos y
hacer cuanto ellos hacían; protegerlos, hacerm
e su apoderado, cuidar sus intereses, en fin, no ahorrar trabajo ni m
edios para adquirir m
ás su concepto". 25
Identificarse con la cultura gaucha, desde luego, no significaba necesariam
ente representar o elevar al gaucho. Muchos his
toriadores rosistas han dado la impresión de que los gauchos se
levantaron espontáneam
ente por Rosas.
Una serie de
observadores contem
poráneos, es cierto, dijeron lo mism
o. Los m
inistros británicos inform
aban invariablemente que las clases bajas
de la ciudad y la campaña apoyaban a R
osas, y sus despachos dejan
la impresión
de hordas
de gauchos
galopando hacia
la capital por la causa de su salvador. P
hilip Yorke G
ore informó:
"Los gauchos, o habitantes de los distritos rurales, son ardientes
partidarios del general R
osas, a quien contem
plan desde
hace m
ucho con una devoción increíble, como a su jefe y benefactor
reconocido."26 E
l propio Rosas explicó a John H
enry Mande-
ville que en su país no había
aristocracia para
sostener a
un gobierno, y gobernaban la opinión pública y las m
asas. 27 Henry
25 "Nota
confidencial de
Santiago
Vázquez",
9 de
diciembre
de 1829,
en A
rturo E
nrique Sampay, L
as ideas políticas
cit., pp.
131-132. 26 G
ore a Palm
erston, 21 dé octubre de 1833, P
ublic Record O
ffice, Lon
dres, FO
6/37. 27 M
andeville a Aberdeen, 7 de julio de 1842, PR
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6/84.
7/19
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responder a una dirección política. Pero todo esto no responde
a la
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papel popular.
La
historia está repleta
de ejem
plos de
líderes que ofrecen
bene-ficios
a m
asas apolíticas
sin necesariam
ente incorporarlas
al proceso
político o
modificar
básicamente
la estructura
social. ¿H
izo Rosas eso? ¿D
io beneficios económicos y sociales a la po
blación rural?
3 La concentración de la tierra y el dom
inio de la economía por
las estancias continuaron bajo Rosas. E
n 1830, 5 516 leguas cuadradas de tierra ocupada en la provincia de B
uenos Aires per
tenecían a 980 propietarios. En el periodo 1830-1852, 6 100 le
guas cuadradas estaban en poder de 782 propietarios. En 1830,
60 personas
poseían el
76%
de esa
extensión: en
1830-1852, 200 personas, o el 28%
, tenían el 60% de las propiedades de m
ás de
10 leguas cuadradas.
Había
74 propiedades de más de
15 leguas, y 42 de m
ás de 20. Mientras tanto las pequeñas propie
dades representaban apenas el 1% de la tierra utilizada, aunque
es cierto que existió una tendencia a la subdivisión y difusión de la
tierra hacia mediados del siglo, con el aum
ento del valor de la tierra y el desarrollo de
la ganadería ovina. 32 En
el periodo de R
osas lo que contaba por encima de todo era el ta
maño de
las entancias y su núm
ero de anim
ales. E
sto estaba de
acuerdo con las realidades
económicas
de la ganadería va-
cuna: la tecnología era prim
itiva y estaba prácticamente estan
cada; lo que im
portaba era la cantidad de ganado, no su calidad:
no había
selección, cuidado
ni m
ejoramiento
sino sólo
producción masiva de cueros, sebo, grasa, cuernos y tasajo.
Había tres m
étodos de distribución de la tierra: la venta, el
arrendamiento y la donación. 33 L
a ley del 10 de mayo de 1836
autorizaba la venta de 1 500
leguas cuadradas de tierras enfi-
téuticas y
desocupadas. L
os ocupantes
efectivos de
tierras en
32 Sobre la difusión de la tenencia de la tierra véase Jonathan C. B
rown,
A
socioeconomic
history of
Argentina,
1776-1860, C
ambridge,
1979, p
p.
158-160. 33 M
iguel A
. C
árcano, E
volución histórica
del régim
en de
la tierra
pública 1810-1916, 3a. ed., B
uenos Aires,
1972, pp. 62-63;
Andrés
M.
Carre
tero, La
propiedad de
la tierra
en la
época de
Rosas,
pp. 20-25.
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enfiteusis podían comprar su
tierra, aunque no estaban obligados a ello; pero una ley posterior del 16 de enero de 1838 ordenó la venta de las tierras enfitéuticas cuya renta no hubiera sido pagada, y la ley del 25 de agosto de 1838 ordenó la duplicación de
las rentas. N
o hubo ninguna corrida para adquirir
tierras: el bloqueo francés deprim
ía la agricultura
comercial
al cerrar
salidas de exportación,
de modo que
el gobierno perm
itió la
compra
de tierras
mediante
un sistem
a de
cuotas y
con fre
cuencia pasó por alto el incumplim
iento de la ley por quienes todavía arrendaban tierras en enfiteusis por m
enos de la renta legal
o sin
pagar renta alguna.
El
gobierno resolvió
también
regalar tierra, y el propio Rosas fue uno de los principales bene
ficiarios de esa prodigiosa política. La ley del 6 de junio de 1834
le concedió la propiedad de
la isla de Choele-C
hoel, para
no hablar de otras concesiones m
enos espectaculares. Se le autorizó a cam
biar Choele-C
hoel por 60 leguas cuadradas de tierras públicas donde quisiera, com
o propiedad para él y sus herederos. T
ambién la
lealtad recibía recompensa.
La ley del
30 de septiem
bre de
1834 hizo concesiones de tierras hasta
un m
áximo
de 50 leguas cuadradas en total a oficiales que habían participado en
la Cam
paña del
Desierto contra
los indios,
mientras
que una ley del 25 de abril de 1835 concedió tierras hasta
16 leguas cuadradas a soldados de la D
ivisión de los Andes de la
mism
a campaña. L
os militares que tom
aron parte en el aplastam
iento de la Rebelión del Sur en 1839 fueron recom
pensados por la ley del 9 de noviem
bre de 1839; los generales recibieron 6 leguas cuadradas, los coroneles,
5, los oficiales sin com
isión m
edia legua y los soldados un cuarto de legua. Tam
bién civiles fueron recom
pensados por su lealtad. Adem
ás, todos esos beneficiarios estaban autorizados a vender sus propiedades, y los arrendatarios
de tierra
en enfiteusis
estaban en
libertad de
com
prarlas. L
os "boletos de premios en tierras", o certificados de propie
dad de tierra com
o recompensa
por servicios m
ilitares, fueron
uno de los principales instrumentos de distribución de la
tierra
y en ese periodo se extendieron alrededor
de 8 500.
Una
de las razones para recompensar en esa form
a a militares y ci
viles leales era la falta de fondos gubernamentales con qué cu
brir salarios, pensiones y demás. O
bviamente tam
bién había un elem
ento político
operante, porque
la tierra
era la
máxim
a fuente de patronazgo existente, un arm
a para Rosas y un
sistem
a de patrocinio de sus partidarios. Rosas era el gran patrón
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39
Sin embargo la política de confiscación introdujo un elem
ento de inseguridad en el régim
en agrario que, unido a la práctica del gobierno de reclutar peones de las estancias y exigirles contribuciones en caballos, ganado y dinero, disuadieron a m
ucha gente de invertir m
ás en tierras. Y esas contribuciones de gue
rra, naturalmente, eran exigidas, tanto a los partidarios del ré
gimen com
o a sus enemigos. L
a política resultó ventajosa para los extranjeros, que eran exim
idos de esas penas y obligaciones nacionales,
porque R
osas era escrupulosam
ente correcto en su
tratamiento de los extranjeros residentes en la provincia, y éstos
eran prácticam
ente el único grupo que disfrutaba de la plena protección de la ley. Seguros en ese conocim
iento, los extranjeros invertían con m
ás confianza que los argentinos. En esa for
ma R
osas, en otros aspectos aclamado por su conspicuo nacio
nalismo,
favoreció indirectamente
la penetración
extranjera en
la economía argentina. E
l proceso fue observado por un terra
teniente inglés, W
ilfrid Latham
: "L
a protección
que sus tratados
aseguraban a
los extranjeros
los colocaba, en tales circunstancias, en posición ventajosa con respecto a los nativos, en la m
edida en que los primeros estaban
absolutamente exentos del servicio m
ilitar y las contribuciones forzosas,
a excepción
de los
caballos, que
eran considerados
como artículos de guerra; y cualquier daño a sus propiedades,
o la apropiación de sus ganados
en guerras intestinas,
constituían
motivo
de com
pensación bajo
los tratados
existentes. Inducidos por el bajo precio de la tierra y la m
ayor seguridad de
que disfrutaban,
muchos
extranjeros, especialm
ente ingle
ses, compraron abundantes tierras de las ofrecidas en venta."
40
Com
o señaló Lucio V
. Mansilla, "se tuvo suerte si
se era inglés en
aquel entonces". Y
Tom
ás Anchorena se
quejó am
argam
ente a
Rosas
del favor
que m
ostraba a
los extranjeros:
"Las
excesivas generosidades
que está
Vd.
dispensando a
los gringos m
e tienen de muy m
al humor."
41
Lo cierto es que los estrechos adherentes y colaboradores de
40 Ernesto Q
uesada, La
época de R
osas cit., p
p. 78-79.
10 Wilfrid
Latham
, T
he state
of the
River
Plate,
2a. ed.,
Londres,
1868, pp. 316-317.
41 Juan José
Sebreli, A
pogeo y
ocaso de
los A
nchorena, B
uenos A
ires, 1972, p
. 167.
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parables. L
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Anchorena
eran el
mejor
ejemplo.
En
1846 T
omás
de Anchorena agradeció a R
osas por eximir a su hijo del
ser-vicio m
ilitar, que lo hubiera puesto en contacto con la
plebe: "E
l verlo rozándose en el cuartel con gente oscura, sin ninguna educación
y cargada
de vicios,
sería una
fatalidad que
sin duda alguna abreviaría los días de m
i vida." E
l propio R
osas adm
itió posteriorm
ente haber
eximido
específicamente
a las
estancias de los A
nchorena de
las demandas estatales
de peo
nes y ganado, "distinción y privilegio que era en esos tiempos
de m
uchísimo valor
para ellos,
en sus
estancias, y
en todos
sus negocios en el campo y en la ciudad". 42
Los
estancieros dom
inaban las
instituciones del
estado ro
sista. E
ntre las
alrededor de
ochenta personas
que fueron
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bros de la Cám
ara de Representantes entre
1835 y
1852, el
60%
eran estancieros
o tenían
ocupaciones relacionadas
con la
tierra. É
sa fue
la asam
blea que
votó a
Rosas
para el
poder y continuó votando por él.
Hasta
cierto punto
podían ejercer
un control
negativo sobre
la creación
de la
política: insistentem
ente negaron
a R
osas autorización
para elevar
la contribución
directa, un
impuesto
sobre capital
y propieda-
des, y
durante todo
su régim
en le
impidieron
aumentar
ingreso alguno a expensas de los estancieros. E
n 1850, cuando el
total de ingresos se elevó a 62 millones de pesos, procedentes
en su mayor parte de la aduana, la contribución directa apor
tó apenas un
3%
del total,
y aun
así la m
ayor parte
de esa
cantidad fue pagada por el comercio, no por la tierra. 43 T
am
bién la
administración
estaba dom
inada por
los estancieros.
El
más
cercano asesor
político de
Rosas,
Nicolás
Anchorena,
era el m
ayor terrateniente
de la
provincia, propietario
de al
rededor de
306 leguas
cuadradas. Juan
N.
Terrero,
asesor económ
ico de R
osas, poseía
42 leguas
cuadradas y
dejó una
fortuna de
53 m
illones de
pesos. Á
ngel Pacheco,
general de
Rosas,
poseía 75
leguas cuadradas. F
elipe Arana,
ministro de
Relaciones
Exteriores,
tenía 42
leguas cuadradas.
Hasta
Vi
cente López, poeta, diputado y presidente de la A
lta Corte, era
dueño de 12 leguas cuadradas. 44
Éstos son sólo algunos ejem
plos. R
osas era el centro de un gran grupo de parentesco basado
42 Rosas
a Terrero,
Southam
pton, 21
de noviem
bre de
1863, en
Adolfo
Saldías, Papeles de R
ozas, cit., t. n, pp
. 353-354. 43 M
iron Burgin,
Econom
ic aspects
cit., p.
196. 44 A
ndrés M. C
arretero, La propiedad de la
tierra cit., pp. 38-39. 11/19
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nchorena. 46
Rosas tenía m
uchos negros empleados y m
uchos más a su ser
vicio políticam
ente. N
o los
elevó socialm
ente, pero
tampoco
los discriminaba racialm
ente. Tenían un lugar aceptado en su
casa, y fuera de su círculo inm
ediato el elemento de
color le proporcionó un
apoyo útil en
las calles y form
ó parte
de su
respaldo "popular".
Los
negros m
iraban a
Rosas
como
a un
protector, y
los esclavos
también.
Algunos
esclavos considera
ban a Rosas una vía de escape, un m
edio de emancipación, lo
que dem
uestra la estima que le tenían. H
ubo casos de esclavos escapados de barcos brasileños que se abrían paso hasta R
osas para
pedirle su
libertad. L
os propietarios
extranjeros de
esclavos
en B
uenos A
ires estaban
particularmente
expuestos a
perder sus
esclavos. U
n ciudadano
norteamericano,
Andrew
T
horndike, solicitó
a Rosas
la devolución
de una
esclava li
berada: "E
1 16 de noviem
bre se ha ido al cam
pamento de los Santos
Lugares
de R
osas la
criada C
andelaria Rodríguez de m
i pro
piedad, sin mi licencia y autorización, y el 25 del m
ismo se m
e ha presentado con un pase cuyo tenor es com
o sigue: H
abiéndose presentado la esclava
Candelaria
Rodríguez
para obtener
3a libertad de Vuestro Ilustre R
estaurador de las Leyes, queda
anotada en este C
uartel G
ral, y pasa a la C
apital de
Buenos
Ayres a casa de su am
o en busca de su ropa, con licencia por ocho
días. E
ncargo a las
autoridades civiles y militares no
la pongan
impedim
ento alguno a su
tránsito y regreso sin justa causa. F
irmado P
edro Burgos.
"Y
como
no haya
llegado a
mí
noticia que
esté decretada
por el gobierno del país la libertad de todos los esclavos, siendo esta
criada una
propiedad exclusivamente
mía,
habiéndose ausentado de m
i casa después de celebrada la paz
con la N
ación Francesa, siendo la voluntad del G
obierno que se respeten las propiedades de los ciudadanos y extranjeros, y no habiendo querido yo venderla,
sin que
nadie tam
poco haya
tratado de
abonarme su im
porte, a V. E
. suplico se sirva dar las órdenes necesarias
a fin
de que
me sea
devuelta la
criada C
andelaria R
odríguez pues
que esta
gracia espera
merecer
de su
justificación."
47
46 Rosas a M
orillo, Monte, 8 de m
arzo de 1833, en Andrés
M. C
arretero, L
a propiedad
de la
tierra cit.,
p. 50.
47 Thorndike a R
osas, 11 de diciembre de 1840, A
GN
, Sala 10, 17-3-2, Go
bierno, Solicitudes,
Em
bargos.
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333
Aparentem
ente la
apelación a
Rosas
de T
horndike fue
en vano, y éste perdió así una esclava que le había costado
1 200 pesos. Y
no es éste un caso aislado. Los esclavos podían obtener
de R
osas su
libertad m
ediante el
método
tradicional de
alistarse
en el
ejército. U
n francés
propietario de
una fábrica
solicitó a R
osas la devolución de uno de sus esclavos, que
le había costado 800 pesos:
"Uno de nuestros esclavos llam
ado Lorenzo S
arratea de edad de 46 años abandonó nuestra casa,
sin que hasta ahora
hayam
os podido alcanzar el motivo de su fuga, porque por nuestra
parte ningún mal
tratamiento la
puede justificar; al
contrario siem
pre lo hem
os considerado al igual
de las
demás
personas em
pleadas en
nuestra fábrica
de som
breros."48
El esclavo efectivam
ente había llegado a Santos Lugares y se
había alistado en el ejército, y el propietario no obtuvo ni su devolución
ni una
compensación
monetaria.
Sin em
bargo, en
último
análisis R
osas no abolió la esclavitud y su dem
agogia entre negros y m
ulatos no hizo nada por modificar la situación
de éstos en la sociedad que los rodeaba. R
osas heredó del régimen colonial y de los prim
eros gobiernos
republicanos una
legislación social
discriminatoria
y un
sistema
político diseñado
para excluir
la participación.
La
ley electoral del 14 de agosto de 1821, que se mantuvo en vigor
durante todo el gobierno de Rosas y m
ás allá, establecía elecciones directas y sufragio universal m
asculino; todos
los hom
bres libres tenían derecho a votar desde los veinte años, y no había
condiciones de
alfabetismo o propiedad
para los
votantes.
Pero en
la práctica
los gauchos
no podían
ejercer libre
mente el derecho de voto; para ellos el sistem
a era un fraude: el gobierno enviaba una lista de candidatos oficiales, y correspondía a los jueces de paz asegurarse de
que fueran
elegidos. E
l voto verbal y público, el derecho de los jueces a excluir a los votantes o candidatos que no les parecieran suficientem
ente
calificados, la
intimidación
de oposición,
ésas y
muchas
otras malas
prácticas reducían las
elecciones a
una farsa. L
as listas de R
osas eran en realidad una orden absoluta, y los gauchos y peones que acudían a las urnas lo hacían com
o rebaño electoral.
Mientras
se encontraba
políticamente
indefenso, el
gaucho era atacado por
todas partes por una legislación laboral dura.
48 Manigot y M
eslin a Rosas, 24 de febrero de 1841, A
GN
, Sala 10, 17-3-2,
Gobierno,
Solicitudes, E
mbargos.
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o indirectam
ente sometidos a los propietarios rurales o eran buscados por
éstos, que con frecuencia residían en la ciudad y operaban en
el com
ercio. Según
un historiador,
en 1856
18 000 porteños
estaban registrados com
o "peones de
campo" y
más
de 2 000
estaban clasificados
como
"vagos", aunque
el núm
ero real de
éstos era
mucho
más
elevado, según
Sarm
iento porque
todos preferían
disimular
tal condición. 53
Pero si
bien B
uenos Aires era
así en
muchos
aspectos una
sociedad más rural
que urbana, tam
bién contenía las
tradicionales
industrias artesanales,
cuyos propietarios
y trabajadores
eran parte integrante de
la estructura urbana. C
onstituían un
sector relativamente
pequeño de la sociedad argentina, incluso
en el ramo textil, que era la industria m
ás importante. E
l historiador
buscará en
vano evidencia
de m
odificaciones indus
triales básicas
o transform
ación de
un m
odo de
producción a otro. L
a calidad de los productos era generalmente baja, el
mercado
limitado,
la tecnología
primitiva
y la
fuerza de
trabajo,
además
de ser
reducida, estaba
diseminada
en las
provincias interiores
en unidades aisladas en el
campo antes
que agrupada
en fábricas
o talleres.
En
Buenos
Aires,
sin em
bar-go,
la escala
de operaciones
era m
ayor y tam
bién el
número
de empleados.
Había num
erosos establecimientos urbanos para
la manufactura de ropa,
uniformes,
talabartería, zapatos,
som
breros, artículos
de plata,
vehículos, m
uebles y m
ateriales de
construcción, así
como
para el
procesamiento
de alim
entos y
bebidas. 54 N
o es posible
cuantificar adecuadam
ente la
magni
tud o
el crecim
iento de
la industria.
Las
estimaciones
oficía-
53 Gastón
Gori,
Vagos y
mal entretenidos
cit., p. 32.
54 José M
aría R
amos M
ejía, Obras com
pletas. 1-3. Rosas y su
tiempo.
3a. ed., 3 vols., B
uenos Aires,
1927, t. i, pp.
182-183, 227-240; Juan C
arlos Ni-
colau, A
ntecedentes para
la historia
de la
industria argentina,
BuenosA
ires, 1968, pp. 71-117.
RO
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IRE
S 337
les o
privadas son defectuosas
y a m
enudo no distinguen
entre
establecimientos
industriales y
comerciales.
Un
censo ofi-
cial de
1836 registra
un total
de 121
"fábricas", entre
ellas fábricas de som
breros, de sillas y de velas para la navegación; tam
bién incluye a una serie de "artesanos", entre ellos carpinteros, herreros,
sastres, talabarteros, hojalateros,
plateros y to
neleros. 55 D
iecisiete años
después, en
1853, un
censo de
establecim
ientos registraba
un total
de 106
"fábricas"; aparte
de molinos de
trigo y saladeros, había 44 establecim
ientos de
tipo manufacturero,
aunque m
uchos de
ellos eran
plantas de
procesamiento de
alimentos.
Ninguna
de estas
estadísticas in
cluye arm
adores, aunque
Buenos
Aires
Contaba
con una
pequeña
industria de construcción y reparación
de barcos,
especializada en em
barcaciones fluviales.
Es probable que estuvie
ran em
pezando a
emerger
métodos
fabriles incipientes
y que
algunos sectores
de la
industria m
anufacturera com
o la
som
brerería, la
fabricación de
velas de
barco, jabón,
muebles
y algunos
más
emplearan
a determ
inado núm
ero de
trabajadores en un lugar con cierta especialización y em
pleo de maqui
naria. 56 P
ara 1853
había probablem
ente seis
u ocho
motores
de vapor funcionando en Buenos A
ires, algunos en molinos de
trigo y otros en fábricas de jabón. Pero esos procesos no pue
den disimular la ausencia de cam
bios fundamentales en el nú
mero y tipo de los establecim
ientos. En tiem
pos de Rosas B
uenos A
ires tenía una industria artesanal
tradicional, nada más.
La producción estaba lim
itada por las dimensiones
del m
ercado,
y cualquier
demanda
extraordinaria era
un beneficio
inesperado. L
a política
militar
de R
osas, por
lo tanto,
contaba con
el apoyo incondicional del
sector industrial, pues
la guerra era lo
que m
antenía activas
a m
uchas de
esas em
presas a través de la dem
anda de armas, equipo,
uniformes y di-
versos artículos. L
os gastos de la defensa no sólo estim
ulaban a
fundiciones y
talleres de
armas,
sino que
dieron gran
im
pulso a otras manufacturas. L
os ejércitos de Rosas necesitaban
millares
de ponchos,
chaquetas de
colores, espadas,
lanzas y
otros equipos de cuero, tela y metal. L
os artesanos urbanos eran por lo tanto suficientem
ente numerosos para
tener cierto peso
político y, sin constituir un grupo de presión de los más fuer
tes, para merecer consideración. A
parte de todo lo demás, era
55 Juan C
arlos N
icolau, Industria
argentina y
aduana 1835-1854,
Buenos
Aires,
1975, pp.
52-56. 56 Ibid., pp. 56-64.
15/19
338
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ás vulnerables, hasta llegar al
punto de prohibir la importación de gran núm
ero de artículos com
o los textiles, de ferretería y, en ciertas condiciones, el trigo. L
a tarifa de diciembre de 1835 fue antes una extensión que
una inversión de la política anterior. Desde
1810 sucesivos gobiernos habían intentado com
binar los principios del libre co-m
ercio con
cierta m
edida de
protección a
la industria,
y en
todo caso la mayor parte de los ingresos gubernam
entales siem-
pre había provenido de la aduana. Pero la política de 1835 era
nueva en cuanto buscaba dar asistencia positiva a la agricultura de arado y las industrias m
anufactureras. ¿Por qué hizo eso R
osas? ¿Creía realm
ente que la Argentina
podía llegar
a ser m
ás autosuficiente
en cuanto
a industrias?
¿Estaba convencido de que su régim
en podía reducir su dependencia de
las im
portaciones, resistir la com
petencia extranjera
y soportar los
costos de
vida m
ás altos?
¿O
lo im
pulsaba la
preocupación por lo que Miron B
urgin ha llamado "el
bienestar de las clases m
edias"? ¿Hubiera sido "políticam
ente peligroso" resistir a esos intereses? Según esta interpretación, el partido federal
estaba perdiendo
terreno a m
ediados de
la década
de 1830 y necesitaba am
pliar su base social. "E
l partido fede
ral necesitaba una vez más apoyo popular y estaba dispuesto a
pagar el precio. Reconoció que el libre com
ercio debía ser sacrificado en el altar de
la conveniencia política."6
0
La
ley m
isma
carecía de
texto explicativo,
pero R
osas dio
algún indicio de sus
motivos
en su
Mensaje
a la
Cám
ara de
Representantes de diciem
bre de 1835: "Largo tiem
po hacía que la agricultura
y la naciente industria fabril del
país se resen-tían de la falta de protección y que la clase m
edia de nuestra población, que por la cortedad de sus capitales no puede entrar en em
presas de ganadería, carecía de gran estímulo al trabajo
que producen las fundadas esperanzas de adquirir con
él m
edios de descanso en la ancianidad y de fom
ento a sus hijos. El
gobierno ha tomado este asunto en consideración [...] notando
que la
agricultura e
industria extranjera
impiden
estas útiles
esperanzas sin que por ello reportemos ventajas en
las form
as o
calidad." 61
60 Miron
Burgin,
Econom
ic aspects
cit., pp.
237-240. 61 Juan M
anuel de Rosas, M
ensaje, 31 de diciembre de 1835, A
rchivo His
tórico de la
Provincia de
Buenos A
ires, "Ricardo
Levene", M
ensaje de
los gobernadores de la provincia
de Buenos A
ires, 1822-1849, 2 vols., L
a Plata,
1976, t. i, p. 95.
RO
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341
Sin embargo la L
ey de Aduana no puede ser juzgada exclusi
vamente en térm
inos de los sectores populares, pues sus m
oti
vos no eran exclusivamente sociales ni se aplicaba sólo a B
uenos A
ires. Com
o explicó el propio Rosas, la ley tenía un fuerte con
tenido interprovincial: estaba
destinada a hacer creíble la
política
federalista proporcionando
protección a
las provincias
tanto como a B
uenos Aires. E
n consecuencia
Rosas
tuvo que
justificar el impuesto del 20%
a la importación de cigarros, que
perjudicaba al comercio de cigarros de C
orrientes hacia Buenos
Aires.
Le
escribió al
gobernador de
Corrientes:
"Por
lo que
hace a los cigarros tuve la fuerte consideración de que en esta provincia hay m
uchas m
ujeres pobres
que viven de esta
clase de
industria." P
ero continuaba
argumentando
que había
factores com
pensatorios en otras partes de la ley, que favorecían a las provincias en contra de B
uenos Aires;
un ejem
plo de ello era
la prohibición
de la
importación
de ponchos
extranjeros, qué resultaban
notoriamente
más
baratos para
el consum
idor porteño que el artículo protegido, m
ás caro, producido en
las provincias. 62
Posteriorm
ente, después
que las
tarifas fueron
modificadas hacia arriba, R
osas afirmó en su M
ensaje de enero de
1837: "L
as modificaciones
hechas en la
Ley de
Aduana
a favor de la agricultura y de la industria han em
pezado a hacer sentir su
benéfica influencia
[...] L
os talleres
de artesanos
se han poblado de jóvenes, y debe esperarse que el
bienestar de estas
clases aum
ente."6
3 N
uevamente explicaba
que su
intención era proteger no sólo a B
uenos Aires sino a las provincias.
Las consecuencias de las tarifas proteccionistas de
1835 han sido m
uy discutidas. Algunos críticos del sector industrial
afirm
aron inmediatam
ente que la protección otorgada no era suficiente. L
os zapateros, que eran de los artesanos más num
erosos de B
uenos Aires, declararon en
1836 que el impuesto del 35%
a
las im
portaciones establecido
por la
nueva ley
no era
suficiente para
darles una protección
adecuada y que necesitaban
la prohibición total de la im
portación de artículos extranjeros para sobrevivir;
sólo la prohibición total podía detener la ere-
dente pérdida de capitales, el
trabajo por jornadas cortas, los
cierres y el desempleo. 64 E
s probable que los zapateros exage-
62 Rosas a R
afael Atienza, 20 de junio de 1836, H
istoria de
la Nación A
rgentina cit., t. vii, p
p. II, 147.
63 Juan M
anuel de Rosas, M
ensaje, lo. de enero de 1837, Mensajes de los
gobernadores de la provincia de B
uenos Aires cit.,
t, i, p. 113.
64 José María M
ariluz Urquijo, E
stado e industria cit., pp. 123-124; M
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344 JOHN LYNCH
que había visto en la Argentina el espectro de la anarquía y ha-bía tratado de disiparlo. Y son exactamente las mismas opiniones que había sostenido cincuenta años antes.
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