Laodicenses anonimos

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Laodicenses Anónimos

“Hasta el tibio más crónico tiene arreglo”

Revista AdventistaMayo 2007 Pág. 12

Hola, me llamo adventista, soy

laodicense, pero hoy no he sido tibio.

Admito que soy impotente ante mi

condición de pasividad y que mi vida se ve

envuelta en un sinsentido, que es

resultado de la falta de identidad.

Agradezco al Señor que no siempre me haya dado una vida fácil, para que

pudiera llegar a la sensación de derrota

que me ha hecho reemprender una nueva

vida.Yo creía que controlaba la

situación, pero no era así. Un laodicense tarda

en reconocer su situación porque piensa que está bien, que es

rico en su vida espiritual; pero eso no es cierto.

He vivido muchos años en la inconciencia hasta

que mi espiritualidad se volvió ingobernable

comencé por pequeñas actitudes de laxitud:

“No pasa nada si cierro la tienda rayando la

puesta de sol de un viernes o si estudio par aun examen en sábado.

A fin de cuentas muchos lo hacen”

“No tiene importancia si no voy a la iglesia un viernes

o falto un sábado; después de todo, es el

día de descanso”.“Me gusta tanto esa chica

de mi clase que voy a salir con ella; estoy seguro de que la

convertiré para la iglesia”.La actitud se convirtió en

una tendencia, y esta en una corriente de

pensamiento.

Me sentía progresista y argumentaba que la

iglesia tenía que modernizar. Eso de la

misión de la iglesia y lo del mensaje de los tres ángeles era lago que

debían cumplir tan solo los profesionales de la religión; para que les

pagamos.Empecé a encontrar más

atractivo mi entorno que el ambiente radical de la iglesia, e intenté jugar a

dos bandas.

Nunca he sido muy fuerte y no quería romper con

nada.Los sábados por la

mañana, medio dormido, toleraba como podía el sermón. ¿No podían hacerlo más

ameno? A la salida quedaba con los amigos en tener una

noche intensa. Era pobre y no quería

darme cuenta de ello.

Pesaba, sin embargo, que tenía todo bajo control.

Un día me derrumbé, y me encontré con el Señor, que me daba

otra oportunidad. Mi alma estaba desnuda,

y él me visitó con su justicia; había perdido la

visión espiritual, y me dio el colirio de su

gracia.Me instó a que dejase de

ser tibio y me arrepintiera.

Me dijo: “Solo durante 24 horas, baste a cada día su afán. Inténtalo solo

ese tiempo”.Muchos piensan que eso

de dejar de ser laodicense es cosa de

fuerza de voluntad, y se equivocan: es un asunto de buena

voluntad , la buena voluntad de Dios, que

“desea que todos seamos salvos”.

He llegado a creer que tan solo un poder superior a nosotros mismos puede

devolvernos la visión clara, el sano juicio. Es por ellos que pongo mi voluntad y mi vida al cuidado de Cristo.

No te puedo inducir a nada, porque solo soy

un laodicense, y de ello te hablo. Si deseas cambiar, aquí estoy

para apoyarte; pero la decisión solo es tuya.

Ni yo, ni la iglesia ni el mismo Señor podemos tomar una medida por

ti; tú debes decidir, personalmente cambiar de actitud. Te pido, eso

sí, que hagas un inventario moral de ti

mismo, porque aunque tú creas que lo haces,

no tienes el control.He admitido ante Dios, y

ante los demás seres humanos, la naturaleza exacta de mis defectos.

Solo reconociendo lo que hago mal puedo

remediarlo. Doy gracias al Señor; porque me

muestra su camino en la Biblia y puedo mirarme

ante la Ley como si de un espejo se tratase.

Soy pecador, aunque el resto del mundo

posmoderno quiera “maquillar” mi situación.

Saberme débil y necesitado de Dios es la

única manera de sentirme fuerte.

Estoy totalmente dispuesto a dejar que Dios elimine los defectos de carácter

que tengo. Mi arrepentimiento no es un ejercicio de verbalización sino el deseo más íntimo

de cambiar.Soy un laodicense, pido

perdón con facilidad; es más !lo reclamo!

Por esa razón, voy a demostrar con mi vida que deseo un cambio

radical.

Tengo que dejar de engañarme: el perdón no sirve de nada si

no estoy verdaderamente arrepentido. Humildemente le pido a Dios que elimine todos los defectos de mi

carácter.He hecho una lista de todas la

personas a las que he ofendido y voy a intentar reparar el daño causado.

Mis palabras ya no tienen, tristemente, valor, y he de expresar lo que siento con

mis hechos.

No sé si haré bien, pero tengo la deposición más profunda

de intentarlo. Si las personas dañadas no

reaccionan como espero, no voy a enjuiciarlas; quien les

hizo daño fui yo, y he de aceptarlo. No me volveré a excusar en la reacción de

los demás; no deseo volver al mundo las excusas y la

tibieza.Busco, por medio de la oración

y la meditación, mejorar mi relación con Dios.

Le ruego que me muestre cómo he de actuar y que me dé fuerzas y

que me dé fuerza para llevarlo a cabo. Sé que me ha bendecido con

dones no para enorgullecerme sino para enorgullecerlo.

Le pido que los días que he progresado no creen en mí una sensación de

seguridad que me aparte de él.

Solo deseo no ser tibio las 24 horas de cada día; con eso,

me conformo. Tras haber experimentado un

despertar espiritual, como resultado de las decisiones

anteriores, intento llevar este mensaje a otros

laodicenses y practicar estos principios en todos

los actos de mi vida.Agradezco a Dios que su hijo

tocara mi puerta. He cenado con él, y anhelo hacerlo por la eternidad.