Post on 14-Apr-2017
Laodicenses Anónimos
“Hasta el tibio más crónico tiene arreglo”
Revista AdventistaMayo 2007 Pág. 12
Hola, me llamo adventista, soy
laodicense, pero hoy no he sido tibio.
Admito que soy impotente ante mi
condición de pasividad y que mi vida se ve
envuelta en un sinsentido, que es
resultado de la falta de identidad.
Agradezco al Señor que no siempre me haya dado una vida fácil, para que
pudiera llegar a la sensación de derrota
que me ha hecho reemprender una nueva
vida.Yo creía que controlaba la
situación, pero no era así. Un laodicense tarda
en reconocer su situación porque piensa que está bien, que es
rico en su vida espiritual; pero eso no es cierto.
He vivido muchos años en la inconciencia hasta
que mi espiritualidad se volvió ingobernable
comencé por pequeñas actitudes de laxitud:
“No pasa nada si cierro la tienda rayando la
puesta de sol de un viernes o si estudio par aun examen en sábado.
A fin de cuentas muchos lo hacen”
“No tiene importancia si no voy a la iglesia un viernes
o falto un sábado; después de todo, es el
día de descanso”.“Me gusta tanto esa chica
de mi clase que voy a salir con ella; estoy seguro de que la
convertiré para la iglesia”.La actitud se convirtió en
una tendencia, y esta en una corriente de
pensamiento.
Me sentía progresista y argumentaba que la
iglesia tenía que modernizar. Eso de la
misión de la iglesia y lo del mensaje de los tres ángeles era lago que
debían cumplir tan solo los profesionales de la religión; para que les
pagamos.Empecé a encontrar más
atractivo mi entorno que el ambiente radical de la iglesia, e intenté jugar a
dos bandas.
Nunca he sido muy fuerte y no quería romper con
nada.Los sábados por la
mañana, medio dormido, toleraba como podía el sermón. ¿No podían hacerlo más
ameno? A la salida quedaba con los amigos en tener una
noche intensa. Era pobre y no quería
darme cuenta de ello.
Pesaba, sin embargo, que tenía todo bajo control.
Un día me derrumbé, y me encontré con el Señor, que me daba
otra oportunidad. Mi alma estaba desnuda,
y él me visitó con su justicia; había perdido la
visión espiritual, y me dio el colirio de su
gracia.Me instó a que dejase de
ser tibio y me arrepintiera.
Me dijo: “Solo durante 24 horas, baste a cada día su afán. Inténtalo solo
ese tiempo”.Muchos piensan que eso
de dejar de ser laodicense es cosa de
fuerza de voluntad, y se equivocan: es un asunto de buena
voluntad , la buena voluntad de Dios, que
“desea que todos seamos salvos”.
He llegado a creer que tan solo un poder superior a nosotros mismos puede
devolvernos la visión clara, el sano juicio. Es por ellos que pongo mi voluntad y mi vida al cuidado de Cristo.
No te puedo inducir a nada, porque solo soy
un laodicense, y de ello te hablo. Si deseas cambiar, aquí estoy
para apoyarte; pero la decisión solo es tuya.
Ni yo, ni la iglesia ni el mismo Señor podemos tomar una medida por
ti; tú debes decidir, personalmente cambiar de actitud. Te pido, eso
sí, que hagas un inventario moral de ti
mismo, porque aunque tú creas que lo haces,
no tienes el control.He admitido ante Dios, y
ante los demás seres humanos, la naturaleza exacta de mis defectos.
Solo reconociendo lo que hago mal puedo
remediarlo. Doy gracias al Señor; porque me
muestra su camino en la Biblia y puedo mirarme
ante la Ley como si de un espejo se tratase.
Soy pecador, aunque el resto del mundo
posmoderno quiera “maquillar” mi situación.
Saberme débil y necesitado de Dios es la
única manera de sentirme fuerte.
Estoy totalmente dispuesto a dejar que Dios elimine los defectos de carácter
que tengo. Mi arrepentimiento no es un ejercicio de verbalización sino el deseo más íntimo
de cambiar.Soy un laodicense, pido
perdón con facilidad; es más !lo reclamo!
Por esa razón, voy a demostrar con mi vida que deseo un cambio
radical.
Tengo que dejar de engañarme: el perdón no sirve de nada si
no estoy verdaderamente arrepentido. Humildemente le pido a Dios que elimine todos los defectos de mi
carácter.He hecho una lista de todas la
personas a las que he ofendido y voy a intentar reparar el daño causado.
Mis palabras ya no tienen, tristemente, valor, y he de expresar lo que siento con
mis hechos.
No sé si haré bien, pero tengo la deposición más profunda
de intentarlo. Si las personas dañadas no
reaccionan como espero, no voy a enjuiciarlas; quien les
hizo daño fui yo, y he de aceptarlo. No me volveré a excusar en la reacción de
los demás; no deseo volver al mundo las excusas y la
tibieza.Busco, por medio de la oración
y la meditación, mejorar mi relación con Dios.
Le ruego que me muestre cómo he de actuar y que me dé fuerzas y
que me dé fuerza para llevarlo a cabo. Sé que me ha bendecido con
dones no para enorgullecerme sino para enorgullecerlo.
Le pido que los días que he progresado no creen en mí una sensación de
seguridad que me aparte de él.
Solo deseo no ser tibio las 24 horas de cada día; con eso,
me conformo. Tras haber experimentado un
despertar espiritual, como resultado de las decisiones
anteriores, intento llevar este mensaje a otros
laodicenses y practicar estos principios en todos
los actos de mi vida.Agradezco a Dios que su hijo
tocara mi puerta. He cenado con él, y anhelo hacerlo por la eternidad.