Post on 06-Jul-2015
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Dedico este libro, a mis dos sobrinos:
Silvia López Antúnez
Y
Jordi Pacreu Antúnez
De los cuales, me siento inmensamente orgullosa.
Con todo mi amor…
Alma Labiur
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Más información y comentarios en:
www.almalabiur.com
almalabiur@telefonica.net
http://www.topforo.com/latierradelaspuertas
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Capítulo 1
LAS GUARDIANAS
En aquella tierra en penumbra, no se podía diferen ciar el día de
la noche, pues su apariencia mortecina era invariab le.
Las guaridas circulares de los Grúns, se agrupaban salpicando
el entorno, simulando poderosas garras incrustadas en aquella
yerma extensión.
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Sigilosamente, a suficiente altitud para no ser des cubiertas por
ojos enemigos, dos Arpías surcaban el amplio espaci o aéreo.
- Mira, podríamos descansar en aquel saliente plano de la
montaña. Observó la más joven de ellas haciendo un ademán.
- Me parece fiable. Creo que ya es hora de darle de scanso a
nuestras alas.- Dio su conformidad la más veterana .
En la mordiente rocosa, descubrieron una concavidad cubierta
por la maleza.
- ¡Vaya, al parecer la suerte está de nuestro lado! ¡Hemos
encontrado la entrada a una cueva que parece inexp lorada! –
Observó una de ellas.
- No te entusiasmes demasiado hermanita, puede que tan sólo
sea lo que parece, un simple agujero en la montaña. - Añadió la
otra.
Dicho esto, las dos arpías se abrieron paso con sus afiladas
espadas a través de la vegetación, y a medida que s e
adentraban más y más en las entrañas de las profund idades, el
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pasillo natural se dilató hasta el punto en que amb as, pudieron
caminar con holgura la una al lado de la otra.
- ¡Espera Dársun! ¿Que es ese murmullo?- Inquirió l a más
veterana de ellas mientras alargaba su brazo para d etener a su
hermana.
- Suena como el rumor de una cascada.- Contestó la joven
agudizando los sentidos.
- Continuemos, pero mantente alerta.- La advirtió l a más
experimentada.
El sonido se hacía más intenso con cada metro avanz ado, y la
luz alicaída que menguaba la visibilidad, permitía divisar con
más potencia, los destellos brillantes que refulgía n en las
paredes. El túnel finalizó repentinamente, en una p lataforma
ovalada suspendida hacia un abismo.
- ¡Que Jándra nos proteja, estamos en trance! Excla mó Yanúr, la
Arpía mayor.
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- ¡Oh, maravilla de maravillas! Esto es tan innegab le como las
garras de mis patas. Un paraje natural a dónde la desertización
no pudo llegar con sus lacios dedos. ¡Increíble, sí , pero
bellamente real! Podemos planear hasta el lago de m ás abajo.-
Sugirió entusiasmada Dársun.
- ¡No seas tan impetuosa! Es mejor caminar por el s endero y
protegernos con la alta y espesa maleza que crece a ambos
lados, de esta manera podremos ocultarnos si es pre ciso.-
Expuso Yanúr, con sensatez.
- Sin duda nuestra dama mayor, estará muy satisfech a cuando
regresemos con un territorio más añadido al mapa d e
exploración.- Dijo Dársun.
- Como exploradoras, este es nuestro cometido, pero deja de
mirar tanto la cascada y céntrate en poner los pies sobre tierra
firme. Deberías de prestar más atención al terreno. ¿Te has
percatado de que a ambos lados, la naturaleza crece salvaje y a
su ritmo, mientras que el sendero permanece descubi erto y bien
cuidado? Es bueno que te fascinen los ambientes nat urales,
pero para llegar a ser una buena exploradora, eso n o basta,
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tienes que fijarte más en los pequeños detalles, co sas que a ti,
se te pasan con demasiada frecuencia desapercibidas . – Le
regañó Yanúr.
- ¡Siempre igual, relájate y disfruta un poco herma nita!-
- No tenemos tiempo para relajarnos. Eres inexperta ,
irresponsable y no valoras el tiempo que se te ha c oncedido.
Tienes que dejar de soñar tanto y afrontar el hoy, pues tu
impulsividad puede conducirnos a situaciones pelig rosas, fuera
de nuestro control. ¿Te has parado a pensar en algú n momento
por qué está también cuidada la senda? ¿Quién o que la
mantiene en tan perfecto estado? ¿Se te ha ocurrido que puede
ser obra de los Grúns?- Se enfadó Yanúr, plantada d elante de su
hermana y mirándola desde cuatro palmos más arriba debido a
su altura.
- Tú siempre tan negativa, ¿por qué no puedes pensa r que
quizás las criaturas que mantienen el sendero bien cuidado,
pertenecen a una raza amiga? Eres la jefa de las ar pías
exploradoras, pero creo que en este caso te está ce gando tu
afán proteccionista. Si los Grúns hubieran descubie rto este
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lugar, ya lo abrían devastado, como hacen con todo lo que
tocan. En vez de estar deleitándonos con esta diver sidad de
colorido, estaríamos ante la visión opuesta. Un amb iente gris y
deteriorado, falto de color, y ensombrecido por la calcinación.
Ésta es mi deducción como exploradora. Yanúr, sient o decírtelo,
pero creo que esos asquerosos seres amarillos de oj os
inyectados en sangre, te están nublando el juicio. ¿Qué tiene de
malo soñar un poco y desconectar de ésta realidad q ue nos
oprime constantemente?- Argumentó casi sollozando D ársun.
- ¡Perdona tesoro, no quería entristecerte! Me preo cupa que
puedan hacerte daño, por eso en ocasiones soy tan d ura
contigo.-
Las alas de Yanúr se abrieron para acoger con amor casi
maternal a su hermana pequeña. Después de retirarle los
cabellos ondulados que le caían sobre sus grandes y pardos
ojos, prosiguió diciendo con una extensa sonrisa:
- Algún día, tú ocuparás mi lugar como jefa de las exploradoras.
Estoy del todo convencida. Venga, continuemos desce ndiendo.-
La animó.
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- No te preocupes, ya estoy mejor, y ese día que pr onosticas,
espero que sea cuando tú ya estés viejecita y ya no puedas
planear, o sea, que tendrán que pasar aproximadamen te unos
trescientos años.- Dijo Dársun devolviéndole la mi sma
expresión de dulzura a su hermana.
- Sí, sí, pero que conste, no soy negativa, sólo ex tremadamente
realista.- Volvió a regañarla cariñosamente Yanúr, mientras se
giraba para proseguir el sendero.
A su espalda, escuchó la tímida risa de su hermana, y ella,
también sonrió.
El terreno descansaba en un espacio plano y circula r,
desdoblándose en varias direcciones.
La ruidosa cascada, que en algunos tramos de su ver tiente
tropezando con la roca, acentuaba su tumultuoso son ido,
henchía un lago de color melocotón que placenterame nte
bordeaba un extremo de aquel espacioso lugar. A su orilla,
crecían exuberantes, las aperladas flores de unas p lantas
medicinales, conocidas con el nombre de Rinervas.
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Ubicado en el centro de aquel ambiente, se erguía u n cristalino
altar de forma hexagonal, rodeado por unos cirios q ue
chispeaban unas llamas de color azul añil.
- ¡Mira, es un altar!- Exclamó Yanúr con gesto de a sombro,
aligerando el paso descendente, para proseguir dici endo:
- Lo que más me inquieta, es que esos velones que l o rodean,
están encendidos sin aparente signo de desgaste, po r lo que
deduzco, que fueron prendidos recientemente.-
- ¿Qué es lo que guardará en su interior? Preguntó Dársun, con
la cotidiana curiosidad que tanto la caracterizaba, al tiempo, que
sin percatarse, revoloteaba tras su hermana como un a abeja
nerviosa.
- ¡Ve con precaución! – Le advirtió Yanúr conocedor a de la
impulsividad que movía a la joven.
Cuando estaban a punto de desvelar lo que la urna p rotegía, se
escuchó una música de arpa que inundó la atmósfera.
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- ¡Rápido, tras la vegetación!- Y sin decir más, Ya núr, arrastró
con ella a su hermana, quedando ocultas tras el al to verdor del
camino.
Se mantuvieron alerta, esperando que apareciera alg ún ser
abominable, pero después de un rato, nadie hizo act o de
presencia.
- Que raro. La música ha cesado.- Notó Dársun
- Si, y nadie acudió.- Confirmó Yanúr, mientras apa rtaba el
ramaje para escudriñar mejor el entorno.
- No te muevas de aquí, yo intentaré averiguar que guarda el
altar.- Ordeno con tono de mando Yanúr.
- Uf, de acuerdo, no tengo ganas de discutir. Obede ceré las
órdenes como un buen soldado.- Contestó Dársun con evidente
sarcasmo.
Yanúr se fue aproximando con cautela, y cuando estu vo frente
a la acristalada estructura, la música de arpa volv ió a sonar. Era
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una melodía envolvente y relajante. Las notas parec ían fundirse
en el ambiente, acompasadas por la cálida voz del a gua.
- ¡¡No puede ser…!! ¡¡Esto es imposible…!!- Exclamó
sorprendida Yanúr.
- ¿Qué, no puede ser? - Susurró la voz de su herman a
asomando la cabeza por detrás.
- ¿Te has vuelto loca? Me acabas de dar un susto de muerte.
- Lo siento, no fue mi intención. La curiosidad me pudo.-
- ¡¡Un día de estos… grrmmmm!!- Le gruñó su hermana
- ¡¡Vale, vale, no volveré a hacerlo!! Pero, ¿Qué e s esa cosa tan
imposible de creer que guarda la urna? Insistió Dár sun tratando
de restar importancia al enfado de la otra arpía.
- ¡¡ Creo que hemos encontrado el libro azul!!- Vo lvió a
exclamar Yanúr.
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Cuando finalizó las palabras “Libro Azul”, una luz añil salió del
libro, e intensificando su brillar, iluminó las car as de las dos
maravilladas espectadoras.
- ¿Te estás refiriendo al libro que cuenta la histo ria del día
Oscuro?- Interrogó un tanto asustada Dársun.
- ¡¡Sí, a ese libro!! ¿A cuál si no? ¿O a caso cono ces otro libro
Azul?- Dijo con evidente irritabilidad Yanúr.
- Pero se cuenta que había sido destruido por los G rúns.- Aclaró
la joven.
- Al parecer eso no es cierto, pues lo tenemos dela nte.-
Evidenció Yanúr.
- ¿Qué hacemos? ¿Cómo abrir la urna sin dañarla? Ta l vez
encontremos un mecanismo de apertura. Volvió a insi stir con
notoria alteración Dársun.
- No lo sé, no lo sé. Deja ya de moverte tanto, nec esito pensar.
No te atrevas a tocar nada hasta que estemos del to do seguras
de cómo vamos a proceder.- Le advirtió Yanúr.
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De nada sirvieron las indicaciones de su hermana pu es, cuando
esta concluía su frase, Dársun, acarició un pomo co n cabeza de
lobo, que estaba situado al lado izquierdo de la ot ra arpía.
La urna de cristal, se desdobló a derecha e izquier da como si de
dos abanicos individuales se tratara, e inmediatame nte, el libro
quedó al descubierto, mostrando la figura de un árb ol de
grandes raíces, tallado con finos y brillantes hilo s dorados en su
portada. Las dos hermanas retrocedieron al tiempo,
sorprendidas por la voz misteriosa que emergió
espontáneamente de aquellas viejas páginas:
- Si escuchas mi voz, es porque eres una arpía, sól o ellas tienen
el poder necesario para abrir el libro Azul y oír m i relato. Me
llaman Ándra, y en este instante, te otorgo el ran go de
guardiana. Tu historia será la mía y la mía será la tuya, pues
ahora, pasado y presente se escribirán en él. Serás la
privilegiada, la única que podrá ver y leer en sus páginas.
Recuerda que, durante el transcurso de tu misión, t e
encontrarás con fieles aliados, valora su compañía. También
conocerás a lobos con piel de cordero que estarán a l servicio
del mal, a estos seres no es fácil reconocerlos, pe ro confía en tu
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instinto, seguro que te servirá para detectarlos. E lije bien a tus
amigos y desconfía de las facilidades que se te pre senten en el
camino, pues la responsabilidad que se te ha conced ido, implica
riesgos y senderos tortuosos, en dónde nada es lo q ue parece.
Si el libro cayera en manos enemigas, solo podrás v olver a
recuperarlo volviendo a este mismo lugar. El gran h echizo que
lo protege, hace que en otras manos que no sean las de la actual
guardiana, se desvanezca para reaparecer en el inte rior de esta
urna.
No sientas ni el más mínimo temor por ser descubier ta mientras
doy comienzo al relato del día oscuro, porque en es tos
instantes, tú, el libro, y todo lo que te rodea, so is invisibles a
ojos enemigos.
Siéntate lo más cómodamente posible, para poder vis ualizar con
toda tranquilidad, las imágenes que se proyectarán en el aire, al
iniciarse mi historia.- Así habló la esencia de Ánd ra.
Las dos hermanas tomaron asiento, intentando calmar las
agitadas palpitaciones de sus dos corazones.
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Capítulo 2
KARNÁK
Después de una larga caminata por el bosque antiguo ,
alcanzamos la población de Karnák.
Un niño nos salió al encuentro, mostrando una mirad a de
sorpresa en sus grandes ojos grises.
- Hola, bienvenidos a Karnák.-
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- Hola, “respondí” me llaman Ándra y ésta es mi bue na amiga
Sáde.
- ¿Cuál es tu nombre?- Pregunté con sonrisa inocent e.
- Soy Yánsy, el delegado de recibimiento. La loba a zul y tú,
seréis atendidas de inmediato por nuestra sacerdoti sa, en el
templo de Anírsys.
- ¡Vaya! Perdona mi ignorancia, pero tu infantil ap ariencia me
había confundido, creía que solo eras un niño curio so.
- ¡Jajajajaja! sí, solemos causar esa equívoca impr esión a los
forasteros que de muy tarde en tarde, logran cruzar nuestras
fronteras. Ya ves, pero en este caso, yo soy el más sorprendido
pues, nunca creí que llegara a ver personalmente, u n espécimen
de lobo azul vivo, de hecho, y según referencias de los libros
ancestrales, la raza de los Seluza, hace siglos que está extinta.
- Soy la última, o al menos, eso creo.- exclamó Sád e con un
atisbo de tristeza.-
- Finalizadas las presentaciones, os pido por favor que me
sigáis.- Nos invitó con gesto amable Yánsy.
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Mientras atravesábamos la población, numerosas figu ras
infantiles nos salían al paso.
Casi de forma imperceptible, Sáde, tomo la aparienc ia de
relación, como ella la denominaba, en la que conser vando su
cabeza lobuna, el resto del cuerpo, cambiaba a form a humana.
- Mmmmm, que extraño, percibo su alegría al vernos, pero se
mantienen en silencio- Observó
- No es costumbre saludar con palabras a los forast eros, hasta
que nuestra señora, os obsequie con la hospitalidad de nuestro
pueblo.- explicó el karnáko.
En los salones del templo se hallaba esperando, una figura con
silueta de niña. Su cara desprendía un tono radiant e, y era tan
bella, que se hacía casi imposible retirar la mirad a de sus
aterciopelados ojos verdes.
- Sed bienvenidos a Karnák.- Dijo con voz melosa.
- Gracias.- Respondimos Sáde y yo al tiempo, mientr as
inclinábamos nuestras cabezas con protocolaria reve rencia.
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- Sentaos y compartir la hospitalidad que os brinda el pueblo de
Karnák. - Volvió a decir.
Mientras nosotras nos acomodábamos al frente de una mesa
pequeña con tonos de mezclas rosados, ella, descend ía
elegantemente las escaleras de circular terminación , para
reunirse con nosotros.
Sin más preámbulo nos dijo:
- Soy Adár, suma sacerdotisa de Karnák. -
- Sospecho, que no estamos aquí por casualidad ¿Ver dad?-
Pregunté con inquietud.
- Como bien has intuido, vuestra presencia, ha sido reclamada
por mi magia.
Los grandes logros en misiones extremas que habéis llevado a
cabo con éxito, se extienden por los diferentes rei nos, como lo
hace el agua por el cauce del río. Sería de necios no solicitar
vuestra ayuda en estos días de necesidad. El débil pueblo de
Karnák, precisa de la fuerza y destreza que poseéis . No somos
guerreros, esto es fácil deducirlo. La única defens a que
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poseemos, reside en las habilidades mágicas con las que
nacemos, pero éstas últimamente, parecen insuficien tes para
mantenernos a salvo, cuando acecha el peligro.
Hace unos meses, se deterioró el manto de invisibil idad que
mantenía oculto a nuestro pueblo. Enviamos emisari os al Monte
Perdido, en dónde se ubica la fuente arco iris, núc leo central de
la esencia que extraemos, para la protección de nue stro
territorio, pero estos, no regresan. Cada vez, las patrullas Grúns
que salen a la superficie son más numerosas, y Sosp echo, que
nuestro asentamiento ha sido tomado por los servido res de
Skrár. Si no recuperamos pronto la fuente, estarem os a merced
del enemigo, y si nuestras fronteras caen, pronto l e seguirán
otras, ya que la intención de este maligno ser, es adueñarse de
los territorios que se expanden en las diversas dim ensiones,
sembrando el caos y el horror.
- ¡No podemos consentir algo tan abominable!- Excla mó con
grave gruñido Sáde.
- Haremos lo que esté a nuestro alcance para que ta les
designios no se cumplan. Tienes mi palabra.- Dije c on firmeza.
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- Entonces, deberíais descansar pues, la misión no será fácil.
Partiréis dentro de dos días; creo que serán sufici entes para que
podáis relajaros y conocer un poco nuestras costumb res. Si os
parece bien, Yánsy, os acompañará en este viaje, ya que, como
buen conocedor del territorio, será un excelente gu ía.
Ahora, id con mi bendición. Nos veremos antes de l a partida;
hasta entonces, espero que disfrutéis de la hospita lidad que os
ofrece mí gente.- Finalizó diciendo Adár.
Los Karnákos son un pueblo pacífico, envuelto de ma gia y
misterio. Su constitución fisiológica, es elegante y esbelta, no
concebida para trabajos rudos, por ello, no encontr aremos en
esta estirpe a grandes guerreros, pero sí, a magníf icos
pensadores.
No cultivan la tierra para el alimento, sí, recogen de ella, lo que
esta les proporciona de manera silvestre, y en agra decimiento
por el sustento, ellos le rinden homenaje, desbroza ndo el
entorno natural y creando floridos jardines para em bellecer las
zonas.
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Una de las mayores pasiones de los Karnákos, es la delicada
talla de cualquier material existente. Sus hábiles manos de
largos y finos dedos, moldean con encanto todo aque llo que se
preste a dicho fin.
Son personajes risueños, alegres, y disfrutan con l a compañía
de los extranjeros que cruzan sus fronteras, escuch ando
atentamente, todo el conocimiento que estos les pue dan
suministrar, mediante una extensa y grata conversac ión.
Esa noche, visitamos los salones de la torre, en dó nde nos
esperaba un gran banquete con música de arpa en nue stro
honor, y antes de acariciar las blancas sábanas con agradable
perfume a lilas, nuestros cansados cuerpos experime ntaron, la
relajante sensación que producen los baños del crát er, con sus
burbujas naturales emanando a tibia temperatura, d e las
entrañas rocosas.
Despertó el alba con sus sonidos matinales; y en co mpañía de
Yánsy, visitamos la posada, dónde cherlýn, la anfit riona, nos
había preparado un grato desayuno a base de variada s frutas,
mermeladas, pan tostado y un sabroso jugo de moras.
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En el transcurso de la tarde, y antes de retirarnos nuevamente a
nuestros respectivos aposentos, el delegado de reci bimiento,
nos condujo hasta el maestro herrero.
Durante el trayecto, Sáde y yo, nos dirigíamos mira das de
asombro, ante las esplendorosas residencias del ent orno.
En alguno de nuestros muchos viajes a otras comarca s,
habíamos escuchado hablar de las maravillas escultó ricas de
este pueblo, pero en ningún instante, la perfección manual que
estábamos contemplando, se acercaba a lo dicho o co mentado,
superándolo en gran escala.
Cada estructura, era presidida en su pórtico bajame nte
amurallado, por dos tallas animales del mismo mater ial brillante,
en el cual se había moldeado la vivienda. Estas efi gies, eran el
preludio de un florido jardín aromático, que daba p aso a la
entrada. Sus diversos matices y coloridos, suaves y alegres
entre sí, carecían de chirriares que desequilibrara n el conjunto
armónico.
Nos detuvimos frente a una morada custodiada por do s figuras
moldeadas de fuego.
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Yánsy, tocando una pequeña campana que sobresalía a los pies
de una de las estatuas, anunciaba nuestra presencia .
Al poco, un karnáko, con grandes ojos negros y de c abello fino,
largo, y canoso, nos dio la bienvenida.
- Sed bienvenidos a mi humilde refugio. Pero pasad, pasad, no
os quedéis en la puerta.- Nos invito a entrar Yárko , el maestro
herrero.
El interior, se componía de un solo nivel, separand o los
ambientes, con la amplitud de unos artesanales arco s
romboidales.
En movimiento constante al rededor una alargada mes a,
embellecida por flores y una vajilla de colorido cr istal, Rámujar,
esposa del herrero, se afanaba en terminar de coloc ar los
alimentos que durante la cena se consumirían.
El agradable calor de hogar, era destilado al ambie nte, por una
crepitante chimenea de considerables dimensiones, e n la que
despuntaba, la forma escultural de la diosa Gea, mo ldeada
delicadamente en bronce brillante.
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- Acomodaros, por favor; la cena está casi lista.- Nos invito con
risa niña, la envolvente voz de Rámujar.
Mientras degustábamos las delicias preparadas, acom pañadas
por un ligero zumo de vallas, me llamó la atención, el inmediato
silencio que se producía, cuando Sáde hablaba.
Sin poder contenerse por más tiempo, Rámujar dijo con
espontaneidad:
-¡Es un honor poder contar en nuestro humilde hogar , con la
presencia de una Seluza!- Los ojos cristalinos al b orde de las
lágrimas, mostraban claramente, la devoción y el re speto que
profesaban a ésta raza.
Sáde, con agradecida sonrisa en su rostro lobezno, le
respondió:
- La gratitud está en mí, hacia aquellos que no olv idan, quienes
son o fueron, los vetustos Seluza.-
En ese instante, Yárko, sin decir palabra, se puso en pié. Inclinó
la mitad del cuerpo, con una mano en el pecho y la otra a su
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espalda, haciendo gesto reverencial, a las palabras recibidas de
Sáde.
Consecutivamente, desapareció tras uno de los arcos , para
prontamente reaparecer, sosteniendo en cada uno de sus
brazos dos objetos brillantes.
El gesto de asombro que esbozó Sáde cuando Yárko,
extendiendo su brazo hacia ella, exhibió la pechera engarzada
con finos hilos azules bordados, que dibujaban con perfección
la cabeza de un lobo; creó en mí, un atisbo interro gante.
- Hace ya muchas lunas, un forastero llamó a mi pue rta. Las
sombras de la noche lo envolvían, y su rostro perma necía oculto
tras la capucha de una aterciopelada capa. No puedo explicar el
porqué, pero su presencia, no me produjo temor algu no. Con
tono grave, así me habló: - “Karnáko, no pretendas entender, lo
que en estos momentos para ti es imposible. Toma és te paquete
y dáselo a Sáde cuando llame a tu puerta. No pregun tes, ni
cuándo, ni quien, lo primordial es que llegue a sus manos; ella
entenderá su significado. Lo único que debes saber, es que tu
raza y todas las existentes en la tierra de las pue rtas, dependen
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de ésta entrega.”- Dicho esto, se disipó entre la s ombras.-
Explicó con detalle Yárko.
Sáde se incorporó para recibir la brillante pieza d e malla.
-Gracias amigo mío; has abierto la senda de la espe ranza. Ahora
sé, que no soy la única superviviente de los Seluza .-
- Ten Ándra, ésta es tuya; con el escudo de los kar nákos
bordado en fuego. Mis manos la crearon, las de mi e sposa la
bordaron, y Adár, la bendijo.- Me ofreció Yárko con orgullo.
Casi al tiempo que recogía agradecida tan valioso r egalo,
Rámujar, abrió un arcón de acero que tenía junto a la llameante
chimenea, para extraer de él, una larga espada. Sac ándola de su
vaina, la hoja brilló.
-Ándra, ésta es Zolev. Rápida como el viento. Para ti fue forjada.-
Me la ofreció mostrándome todo su esplendor.
Era de Diamante negro, y delicadamente grabada en l a
empuñadura, con mi nombre en verde agua. Al sostene rla en mi
mano, me percaté de su ligereza, tanto, que parecía inexistente.
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Llegaron las despedidas, y durante el trayecto de r egreso, no
hubo conversación alguna, pero en mi mente, vagaba la
inquietud, por el desconocido significado de la ent rega que le
hicieron a Sáde.
Amaneció el día, entre grises melancólicamente láng uidos, y
después de un breve refrigerio, con las mochilas ca rgadas de
provisiones, Yánsy, Sáde y yo, abandonamos en silen cio el
palacio.
Las calles estaban desiertas. Los hogares todavía s in aparente
movimiento externo, dejaban escapar por sus chimene as,
humeantes rastros cenizos.
Después de cruzar la plaza, y poco antes de alcanza r el camino
que nos conduciría fuera de la población, nos topam os con una
multitud encabezada por Adár.
-Yánsy, condúcelos por sendas seguras.- Dijo mirand o al
Karnáko.
-Así lo aré mi señora- Le contestó nuestro guía, co n admirable
respecto.
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-Que el camino os sea propicio amigos míos, y que G ea os
ilumine.- De esta manera se despidió de nosotros, l a sacerdotisa
de Karnák.
En el horizonte, se dibujaba la senda tortuosa que se perdía en
las alturas lejanas hacia un tupido bosque. No sabí amos si
volveríamos a disfrutar nuevamente de Karnák y sus amables
gentes, y debido a esa incertidumbre, abandonamos a quel
remanso de paz, con una pena indescriptible en nues tros
corazones. No sonreímos en aquella despedida.
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Capítulo 3
EL REFUGIO
A medida que ascendíamos bordeando la montaña, la p oblación
de Karnák se iba hundiendo en la lejanía del valle.
Comenzaba a lloviznar cuando nos introducíamos en l a
espesura del bosque, abandonando el camino.
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- Todo está muy tranquilo, yo diría incluso, que de masiado-
observó Yánsy, el karnáko.
- Mi olfato, no me indica olores extraños, por lo q ue deduzco que
los lacayos de Skrár, todavía no se han aproximado por las
inmediaciones.- explicó Sáde.
- El cielo parece oscurecerse con rapidez amenazand o tormenta.
¡Nos refugiaremos durante la noche en aquella cueva de allá! -
Indiqué con un ademán para señalar el refugio que h abía
divisado.
A la mañana siguiente, me despertó el agradable olo r que la
tierra despide, al recibir el beso de la lluvia.
Una vez nuestros estómagos estuvieron saciados, pro seguimos
hacia nuestro destino.
Después de una larga caminata por aquel relajante e ntorno,
dónde los sonidos del bosque parecían saludarnos,
desembocamos repentinamente en una zona exenta de
vegetación. Era un cruce de caminos, y Yánsy conoce dor del
mismo, tomo la dirección que nos llevaría al pasaje rocoso de
Grésnar, territorio de las arpías voladoras.
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Serpeamos abruptos carriles de tachonadas rocas que se
repetían sin fin, y de no haber sido por nuestro ex perimentado
guía, nos hubiéramos extraviado en más de una ocasi ón.
Cuando llevábamos dos días de monótona marcha, en l as
altitudes, sobre un abismal acantilado, se recortó la silueta de
un castillo ensombrecido por la noche.
A la entrada del puente suspendido sobre un aterrad or
precipicio, dos imponentes Hompajaros nos cerraron el paso.
- ¡Extraño! ¡Un karnáko, una humana y una loba azul ! – Dijo uno
de ellos.
- ¿Que os trae a este territorio? – Preguntó el otr o, espada en
mano.
- Solamente daremos explicación de nuestra presenci a, ante la
dama mayor de las arpías.- Contesté acariciando la empuñadura
de Zolev.
Una ráfaga de aire sopló inesperadamente. Alcé la m irada, y mis
ojos se encontraron con tres elegantes arpías que d escendían
señorialmente hacia nosotros.
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- Hemos sabido por la señora de Karnák, de vuestra pronta
llegada. Sujetaos bien, os conduciremos a presencia de nuestra
Dama.- Dijo la primera de ellas sin tocar suelo.
La brisa parecía obedecerlas y cuanto más nos elevá bamos,
pudimos divisar en los salientes de roca, a los gua rdianes
invisibles de aquél territorio inescrutable.
En la cima, nos recibía una gran planicie. En el ce ntro de aquel
solemne paraje, las estatuas de Alandé y Marsú, sob eranos del
antiguo reino plateado, nos daban la bienvenida.
Antaño, en el antiguo reino, desde hacia innumerabl es
generaciones, las arpías y los hompajaros compartía n el
territorio en armónica convivencia, pero todo eso c ambió, tras la
traición de Márkiansen, el más poderoso de los sac erdotes, de
aquella esplendorosa soberanía. Cegado por el ansia de poder,
tramó como una víbora en las sombras el derrocamien to de los
reyes; asesinándolos mientras dormían sin un atisbo de
remordimiento en su rostro de águila. Márkiansen, d espués de
perpetrar tan vil crimen, se autoproclamó, nuevo re gente de las
tierras de plata.
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Días después, el consejo supremo del gobierno se re unió en
asamblea, para solventar a quién de los descendient es reales
coronarían. Márkiansen, viendo peligrar lo que tan
enmarañadamente había urdido para obtener el poder absoluto,
ordenó matar a toda la estirpe real, infantes inclu idos, siendo
entonces, cuando sus más oscuras ambiciones quedaro n al
descubierto, desencadenándose una encarnizada batal la, entre
los partidarios de Márkiansen y el resto de la pobl ación.
Viéndose imposibilitados ante la poderosa magia neg ra que
obedecía al maligno sacerdote, un gran número de ar pías y
hompajaros se vieron obligados a huir, para salvar sus vidas y
las de sus desamparados descendientes.
Después de algún tiempo errantes, como testigos viv ientes de
lo que había sido uno de los reinos más esplendoros os de
aquella época, decidieron dividirse en grupos, con el fin de
instaurar esparcidas poblaciones en diferentes terr itorios.
La ciudad más prolífera y relevante de todas ellas, era Grésnar,
en la cual nos encontrábamos.
37
Un sendero conducía hasta la entrada principal de u na fortaleza
trabajada en fino ámbar, adherida a la figura de la montaña,
como parte esencial de la misma.
Allí, al amparo de las nubes, un ejército de arpías y hompajaros
armados, perfeccionaban entre ellos, la disciplina de la lucha.
Cuando atravesamos las puertas del castillo hacia s u interior,
aquella imagen de férreos guerreros, se desvaneció en el aire,
mostrándonos la cotidianidad de sus gentes.
Traspusimos puertas y amplios corredores. Jardines al aire libre
en dónde la luna brillaba sobre las aguas de las c antarinas
fuentes.
Ante un portón gigantesco de labrada roca, nuestra escolta se
detuvo, y una de ellas dijo así:
- Pasad, os esperan.-
Dicho esto, la puerta de doble hoja se abrió hacia el interior,
mostrándonos el espacioso salón del trono.
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Atravesamos el amplio aposento del sitial hasta lle gar al fondo
del mismo, donde majestuosamente sentada, nos esper aba la
gran dama de las arpías.
- Sed bienvenidos al reino de piedra. En esta hora de encuentro
tendría que desbordar la alegría, pero por desgraci a para todos,
tenemos malas noticias de Karnák, el manto de invis ibilidad
parece haberse desvanecido del todo, y las habilida des mágicas
de nuestros aliados, están ahora a merced del enemi go.- Nos
informó con aire desolado Dría, la señora del reino .
- Apremia comprobar si la fuente Arco Iris, ha caíd o en manos
de los Grúns, y de ser así, liberarla, procediend o a ejecutar el
ritual de purificación. Si vuestros informes son co rrectos, no
debemos demorar nuestra marcha pues, el tiempo que pasemos
charlando, es crucial para la supervivencia de mi p ueblo.- Se
apresuró a decir con evidente preocupación, Yánsy.
- Mis exploradoras me han notificado, que las inmed iaciones del
valle púrpura, están constantemente vigiladas por n umerosas
patrullas de Grúns, por lo que es lógicamente deduc ible
asegurar, que la fuente estará sitiada. La ascensió n al Monte
Perdido, será complicada.
39
Arnowa, Sónya y Kársy, tres de mis mejores guerrera s, os
acompañaran en esta hora incierta, quizás en algún momento de
peligro, os faciliten el acceso a zonas que sin ala s, os estarían
vetadas.
En el valle, tendréis que pisar tierra, ya que, al ser zona
despejada, seriáis un blanco demasiado fácil para l as flechas
envenenadas de los Grúns.- Nos advirtió Dría.
Sin decir más, y después de tomar un breve tentempi é, fuimos
conducidos por una numerosa patrulla de arpías y ho mpajaros,
hasta los labrados y ondulantes jardines de piedra que
sinuosamente conducían al Valle púrpura.
La luz de la luna, besaba con sus rayos las sombras ,
difuminando con su beso, la apretada oscuridad de l a noche.
- Hemos llegado a los lindes de Grésnar, a partir d e aquí,
quedaremos sin la protección de los nuestros. Será conveniente
prestar oídos a todo lo que se mueva.- Sugirió la e legante y bella
Arnowa.
Las primeras luces de la mañana despuntaban suaves,
augurando un día diáfano y tibiamente templado.
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Ante nuestros pies se deslizaba ahora, un valle ver de, salpicado
por amplios espacios de tupidas florerillas púrpura que se
apretaban entre sí. Al entrar en contacto con aquel ambiente
sosegador, experimenté un repentino impulso de aban dono,
como si en el aire flotara una voz invisible que in sistiera en
despojarme de todo temor.
- ¿Lo percibís?- Pregunté un tanto confusa mientras
avanzábamos.
- ¡Es el embrujo del valle, pero no temas, pronto d esaparecerá!-
Exclamó sonriente Yánsy, conocedor del territorio.
- Espero que sea más bien pronto, porque ésta sens ación no es
la más propicia para una situación de alerta como la nuestra.-
Se preocupo Sáde.
- Nosotras controlamos dichos efectos, quizás porqu e nuestros
dominios están muy cerca, y desde muy pequeñas, nos han
aleccionado sobre la experimentación y el control, de múltiples
sensaciones ambientales.- Argumento Kársy.
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Como era un territorio abierto, carente de rincones abrigados
que nos permitieran ocultarnos, si llegado el caso fuese
necesario, acordamos montar guardias durante el de scanso.
Al cuarto día de abandonar los jardines de piedra, divisamos en
la lejanía, la senda ascendente que se adentraba en la montaña.
Sin abandonar el trayecto del río Oralc, alcanzamos la pared
Norte de la vertiente, por la que descendía una gra n cola de
agua de estrepitoso sonido, tras aquella gruesa cor tina, se
divisaba lo que parecía una entrada.
- ¡Una polvareda se levanta en el horizonte!- Excla mó Sáde, en
posición de alerta.
- Tiene que ser una patrulla de Grúns- Dijo Sónya m oviendo sus
alas.
- Rápido, tras la cascada- nos apresuró Arnowa con impulso
repentino, mientras acompañaba sus palabras con la acción de
tomar a Sáde entre sus fuertes brazos para conducir la tras el
tapiz acuático. Yánsy y yo, también fuimos suspendi dos
aéreamente con increíble agilidad por Kársy y Sónya , quienes
nos pusieron de inmediato ha cubierto.
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En breves instantes, hicieron acto de presencia en el lugar, unos
seres robustos de fauces afiladas. Uno de ellos, o lisqueó la
orilla con su chato hocico.
- Me huele a Karnákos.- Dijo con tono ronco.
- Estás un poco obsesionado con los Karnákos, Yax. Cada vez
que paramos a descansar, tu imaginación se dispara y tu boca
remacha incesantemente lo mismo. Te haces repetitiv o.- Le
contestó otro.
- No, esta vez, el olor es muy reciente. ¿No lo not as? – Insistió
Yax.
- Yo no noto nada. Lo único que detecto es este hor ripilante aire
fresco.- volvió a insistir el segundo.
- Un nuevo olor........ A........ ¡Lobo! si, es inc onfundible.- Dijo Yax
aspirando el aire con los ojos cerrados.
- ¡Seguro! ¡Ahora añadirás que es el lobo azul que nuestro amo
nos ordenó que capturáramos vivo!- Se mofó el otro
ridiculizándolo, al tiempo que la patrulla jadeaba una especie de
carcajada común.
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- ¡Callaos estúpidos, esta vez mi olfato no me enga ña! ¡No
olvidéis las órdenes del amo, o pagaremos muy cara nuestra
incompetencia!- Se enfureció el que parecía el jefe .
- Si, si, Yax, sabemos las ordenes, pero tómatelo c on calma
pues, no veo nada fuera de lo normal en las cercaní as.
- ¡Maldito cabeza hueca, no deberías tomarte a la l igera mi
agudo instinto, recuerda que soy yo quien está al m ando de la
misión, y si ocurre lo peor, tendré que responder c on mi pellejo
ante el soberano!- Se alteró el de más rango, al ti empo que
sujetaba por el cuello a su subordinado.
- Es----ta----bien – Jadeó el que estaba a punto de ser asfixiado
por la potente mano de Yax, jefe de la patrulla.
- Inspeccionemos los alrededores, no quiero sorpres as- Dijo el
jefe del pelotón mientras soltaba con brusquedad al casi
asfixiado soldado.
- ¿Alguien más desea contradecirme o tomarme a bro ma?-
Preguntó mientras escrutaba con ojos de sangre a l os
presentes.
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Se produjo un murmullo colectivo...........
- No, no, no-
- Pues entonces, nos repartiremos. Vosotros dos, mo ntar
guardia entre los límites del valle y el territorio Grésnar. Si veis
movimientos extraños, soltar las flechas de fuego c omo señal.
Vosotros cuatro, custodiaréis la entrada al camino
ascendente… Los demás, seguirme, escudriñaremos pal mo a
palmo la zona.
Cuando se alejaron lo suficiente, Sáde fue la prime ra en tomar la
palabra:
- Con razón no volvían los exploradores de Karnák, esas bestias
amarillas, los habrán aniquilado a todos.-
- ¿Cómo haremos para llegar al camino elevado sin s er vistos?
Inquirió Kársy.
- Creo que tal cosa no será posible, tendremos que estar
preparados para luchar.- añadió Sónya.
- Pero nos superan en número y son mucho más fuerte s que
nosotros. Tenemos que buscar otra alternativa.- Dij o Sáde
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- Quizás las artes mágicas de Yánsy, nos presten la ayuda que
tanto necesitamos ahora. Sería muy beneficioso crea r una niebla
espesa que cubra el valle y nos camufle mientras av anzamos.-
Sugerí.
- ¡Eso está hecho!- Afirmó el Karnáko
Sin abandonar el refugio oculto por las aguas, Yáns y, tomó
entre sus finas y largas manos una piedra de jade q ue extrajo de
su mochila, pronunciando unas extrañas palabras, qu e ninguno
de nosotros entendimos.
La niebla gris, no tardó mucho en hacer acto de pre sencia.
Como surgida de la nada, empezó a cubrir velozmente el valle.
Tan presuroso fue su avance, que el territorio pare cía haber sido
engullido por un hálito espesamente apretado.
- Perfecto, la visibilidad es nula, caminemos con p recaución y
siempre alerta.- Dije.
En aquella profunda ceguera, mi brújula nos mostrab a la
dirección correcta.
- ¡Qué raro, esto parece cosa de brujería!- Dijo un a voz ronca.
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Lo tenía casi en frente de mí, desenfundé mi espada y asesté un
golpe seco. Un Grúns, cayó al suelo fulminado, desp arramando
su negra sangre por el terreno.
- ¡Son Karnákos, están utilizando su magia para dis persarnos!
¡Permanezcamos juntos!- Alertó la voz del jefe en a quel abismo
gris.
- ¡Cuidado Sáde, a tu retaguardia!- Grité. No fui l o bastante
rápida en la advertencia, pues una flecha envenenad a, la alcanzó
en el costado derecho. La loba azul, entró en cóler a al recibir tan
mortífero impacto y con una rapidez diabólica, se r evolvió,
saltando simultáneamente, a la yugular de sus dos a dversarios.
Estos no pudieron escapar de las fauces de Sáde, qu ien se
desplomó cayendo al suelo tras abatir a sus enemigo s.
Corrí en su ayuda empuñando mi espada ennegrecida p or la
sangre de los Grúns, mientras derribaba a dos de el los que me
salían al paso. Después de ese último embate, torno el silencio.
El hechizo de niebla comenzaba a disiparse, y Sáde,
permanecía inmóvil sobre la hierba. La situación er a
preocupante, y yo por primera vez, no supe que hace r. Me quedé
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allí de pie, exánime, sin capacidad de reacción. Me daba miedo
tocar su cuerpo y descubrir que no respiraba. Por e so, cuando
Arnowa se arrodillo ante ella para comprobar la gra vedad de su
estado, sentí un alivio repentino.
- ¡Está muy mal! Este veneno actúa con rapidez, y s i no
conseguimos en breve el antídoto morirá.- Dijo apen ada.
- Pronto quedaremos al descubierto, deberíamos inte ntar volar
hacia los primeros árboles.- Sugirió Sónya
- Sí, están cerca, y ellos nos camuflarán de ojos e nemigos.-
Reafirmó Kársy.
- Pero Sáde...- dije
- No te preocupes, yo la llevaré.- Se ofreció Kársy .
Una vez disipada la niebla, al amparo de la altura arbolada,
divisamos los esparcidos restos de los Grúns, tritu rando la
belleza del valle.
Estábamos cansadas y nuestras provisiones se habían perdido
en el enfrentamiento. Sáde, continuaba sin abrir lo s ojos,
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mientras era resguardada por Sónya y Arnowa, sobre la parte
más robusta del tronco.
- Ándra, es necesario que salga a inspeccionar los salientes de
la montaña, quizás encuentre un refugio en las altu ras, que nos
permita guarecernos y recuperarnos del daño sufrido .- Dijo
Kársy, buscando mi aprobación.
- Sí, estoy de acuerdo. – Contesté.
La noche empezaba a desplegar su manto, y una luna dorada
brillaba en la oscurecida inmensidad, cuando Kársy, regresó
con buenas noticias.
- He descubierto una cueva no lejos de aquí. En su interior fluye
una cascada de agua dulce. Será un refugio perfecto para
reponer fuerzas.-
Gracias a nuestras compañeras las arpías, pudimos l legar con
prontitud al refugio de la montaña. Una vez en su i nterior, su
selvática belleza me cautivó.
La luna derramaba su claridad, por una ancha concav idad que
conducía a la superficie.
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Nos acomodamos como mejor pudimos, prendiendo una
hoguera con las ramas caídas de las acacias que po blaban el
entorno.
Kársy, se dedico a recoger algunas de las plantas d el lugar.
Colocándolas sobre una piedra, separó las hojas más fuertes, y
con suma maestría las entrenzó de tal forma, que co nsiguió
crear un pequeño recipiente. Yánsy la observaba ate ntamente.
- ¡Valla, desconocía esta forma de moldeo! Me gusta ría si fuera
posible, adquirir tan mañoso conocimiento.- Le dijo con
admirada expresión el karnáko.
-En horas más tranquilas, seria para mí un placer e nseñarte.- Le
respondió sonriente Kársy, mientras desmenuzaba las flores y
las introducían en su cuenco natural. Seguidamente, recogió un
poco de agua y se dirigió hasta donde estaba Sáde. Abriendo la
boca de esta, estrujo en su mano un manojo de las h umedecidas
flores, extrayendo de ellas el néctar curativo.
La Seluza, al notar el húmedo brebaje en su gargant a, sin abrir
los ojos, tragó.
- ¿Qué es?- pregunté.
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- La esencia de la Rinerva, se emplea para contrarr estar los
efectos de los venenos más dañinos. Crece en los bo rdes de las
cascadas y su sabor es agradable, aunque un tanto á cido. Sólo
espero que no sea demasiado tarde para ella. – Me c ontestó
poco esperanzada.
Aquella fue una noche lentamente agónica pues, ning uno de
nosotros pudo pegar ojo, ya que, la preocupación po r nuestra
amiga, era demasiado inquietante.
Arnowa, Sónya y Kársy, se dedicaron a explorar el lugar, yendo
y viniendo constantemente.
El día amaneció envuelto en un gris pálido, como si la tristeza de
su tono, revelara un grito de pena, por los acontec imientos
acaecidos la tarde anterior.
Sáde continuaba inconsciente y con muchas sudoracio nes, las
cuales tratábamos de aliviar, con hojas humedecidas de las
Rinervas.
- Rápido, esconderos tras la maleza, se acerca algu ien.- Advirtió
Kársy revoloteando nerviosa a nuestro alrededor.
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- Pero, ¿y Sáde….?- Inquirí
- Nosotras nos encargamos….- Añadió Sónya.
Y sin terminar la frase, las tres arpías transporta ron raudas
como el viento a la loba, hasta un saliente de roca muy elevada
que permanecía en penumbra. Yánsy y yo, nos escondi mos tras
la alta maleza del camino principal. La espera no f ue larga, pues
al poco, aparecieron unos seres angelicales de sonr isa niña que
dialogaban en karnáko. Yánsy, nada más verlos, salt ó de un
brinco al camino, corriendo hacia ellos. Debieron r econocerlo de
inmediato, pues la alegría que mostraban era eviden te. Hubo un
instante de abrazos mientras todos nos reuníamos a lrededor de
aquellos maravillosos seres. Cuando las arpías desc endieron
trayendo a Sáde entre sus brazos, para consecutivam ente
dejarla descansando al abrigo de la llameante hogue ra, se
produjo un instante de silencio. Kénty, uno de los recién
llegados, fijo su melancólica mirada en la loba, y rompiendo el
silencio dijo:
- Está muy mal, pero cuando ella nos regale su comp añía, todo
se solucionará.-
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- ¿A quién os referís cuando habláis de ella?- Preg untó Sónya.
- Poco falta para que lo sepáis.- Volvió a decir Ké nty.
- ¿Pudisteis llegar a la fuente Arco Iris?- Se inte resó Yánsy.
- Si, pero nos resultó del todo imposible recuperar su control
pues, las huestes enemigas la han invadido, y aunqu e
empleamos todas las fuerzas mágicas a nuestro alcan ce para
recuperar la zona, nada se pudo hacer. Los Grúns, estaban
protegidos con un contra-conjuro que inutilizaba to dos los
nuestros. Cuando retrocedíamos, con el fin de llega r a Karnák, e
informar detalladamente de lo sucedido a nuestra s acerdotisa,
fuimos atacados por una patrulla. Consiguieron redu cirnos, y
sólo pudimos escapar nosotros cuatro, gracias a la ayuda
inesperada de ella.-
- ¡¡ Otra vez la desconocida, ya es hora de…!!-
- ¡¡Silencio!! ¡¡Ya despierta!!- Me interrumpió Ké nty.
Instintivamente, todos miramos hacia la orilla del lago pues,
justo en su epicentro, comenzaban a dibujarse unas hondas
circulares de variados e intensos colores.
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- ¡No podemos dejar sola a Sáde! - exclamé.
- Nada malo le sucederá, ahora está bajo la protec ción de ella.
Ven, acércate sin temor.- Me invitó Kénty.
Dudé durante unos instantes mirando apenada a mi bu ena
amiga, pero había algo en el ambiente que me atraía
inexorablemente hacia la orilla.
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CAPITULO 4
EL DÍA OSCURO
De la sábana acuática, emergió con lentitud una fig ura femenina.
Su belleza era hechizante, de largos cabellos blanc os cual
destellos de luna. Su esbelto talle, ceñía un vesti do con el cálido
matiz de las retoñadas hojas.
Esbozando una sonrisa, inició un ligero caminar po r encima de
las aguas viniendo a nuestro encuentro.
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- Hola, mis pequeños amigos. – Saludó, inclinándose sobre los
Karnákos acariciándoles los cabellos.
- Hola nuevamente mi señora- Respondieron a coro co n una
reverencia.
- Veo que los informes que me hicieron llegar las p lantas eran
fiables. ¡Bienvenidos a mi rincón natural, nobles A rpías! -
exclamó dedicándoles una leve inclinación de cabeza .
- Gracias por vuestra amable protección, divina señ ora. –
Respondieron agradecidas.
Después sus ojos se clavaron en los míos mientras a sí me
decía:
-Ándra, valerosa guerrera, es un orgullo tenerte ce rca en esta
hora de oscuridad y desconcierto. Me complace que a sí sea.-
-Gracias mi señora, pero el agradecimiento está en mi al poder
disfrutar de vuestro beneplácito.- Confesé con Admi ración.
Era tanta la sorpresa que me embargaba, al saberme en
presencia de la suprema Gea, la más venerada de los cinco
poderes, que por un instante, creí estar soñando.
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Su mirada se desvió repentinamente, posándola con s uma
atención en el cuerpo dormido de Sáde.
- Esta mal herida señora. No hemos podido ver reacc ión
favorable después de darle el jugo de las Rinervas. - Me
apresuré a informarla.
- Cuando el veneno se propaga tan rápidamente como lo ha
hecho éste, las Rinervas tienden a regenerar el org anismo muy
lentamente, de ahí ese profundo sueño.- Explicó mie ntras nos
acercábamos.
- Pero ¿se curará?- Volví a preguntar con tono de i nquietud.
- No temas, haré todo lo posible para que vuelva co n nosotros.-
Dicho esto, se sentó al lado de Sáde, apoyando la c abeza de la
Seluza sobre su regazo, mientras le acariciaba el h ocico en
forma ascendente, al tiempo que decía en desconocid o pero
dulce idioma:
- Sarbmos ne oñeus, so orreitsed a sol somsiba ed e dnod
siedecorp. -
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Ante la incertidumbre de todos los que permanecíamo s en pie
pendientes de los resultados, Sáde abrió sus ojos a vellana y dijo
con escasas fuerzas:
- ¡Cubre tu retaguardia Ándra! – Después volvió a c errarlos.
Sin poder evitarlo, unas lágrimas resbalaron por mi mejilla. En
ese instante sentí la caricia protectora de una gar ra mimándome
el hombro. Era Arnowa, quien considerablemente afec tada,
comprendía mi pena.
- Ahora duerme, pero pronto se repondrá. Dejémosla un rato
tranquila y hablemos a la orilla del lago, para no turbar su
descanso.- Sugirió la dama.
Siguiendo la recomendación de Gea, todos nos sentam os al
borde del gran lago.
-Tenemos que recuperar la fuente. La supervivencia de mi gente
depende de ello.- Dejó caer súbitamente Yánsy, mien tras fijaba
su mirada en las refulgentes aguas, como si estuvie ra pensando
en voz alta.
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- Las cosas se han complicado mucho desde que parti steis de
Karnák, y lo que prima en esta hora, es mostraros l os cambios
que se han producido en los distintos territorios d urante
vuestra ausencia, así tendréis una perspectiva real de la
magnitud del problema.- Dijo Gea.
Tras introducir su mano en el líquido elemento, dic ha masa se
petrificó, revelando unas imágenes que a todos nos
sobrecogieron.
Los horrores que los Grúns estaban causando, ocasio naron en
nuestras concentradas miradas, instantes de rechazo y
repulsión.
Karnák estaba sitiada, sus habitantes eran encadena dos, como
si de bestias iracundas se tratara, y aquellos vali entes que se
atrevían a prestar resistencia a sus captores, eran
despiadadamente torturados y servidos a las tropas para su
entretenimiento.
Los bosques calcinados mostraban un abominable pais aje lleno
de brumas y humos pestilentes que ennegrecían la at mósfera.
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En los jardines de piedra del territorio Grésnar, l as siniestras
huestes enemigas, habían montado sus repulsivos
campamentos.
El día se ensombrecía, simulando un anochecer preci pitado. El
caos destructivo cabalgaba a lomos de los macabros seres de
ojos sangre que engullían con su ira desbocada, el colorido
natural de los territorios conquistados, cambiando su límpida
brillantez, por áridas tierras desoladas.
Las escenas que estábamos presenciando, iniciaron s u
término, difuminándose con suma lentitud en e l agua, hasta
diluirse por completo.
- ¿Pero cómo es posible en tan corto tiempo? – Preg unté.
-Los ejércitos enemigos estaban estratégicamente pr eparados
para una rápida invasión, cosa que desconocíamos. D e ahí que
no estuviéramos preparados para afrontar una defens a férrea.-
- Entonces, ¿todo está perdido?- Inquirió Arnowa.
- No, todo no, todavía conservamos el sello, y eso, nos
proporciona un rayo de esperanza. - Dijo Gea.
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- ¿El sello? ¿A qué se refiere mí señora?- quiso sa ber Kénty.
- Al sello que precintará para siempre las puertas dimensionales.
El sello que tanto codicia Skrár, el poseedor de a lmas.- Explicó
Gea.
Fue en ese instante cuando comprendí a quien se ref ería cuando
hablaba del sello.
Casi instintivamente giré mí cabeza y miré a Sáde, quien
mostraba en la expresión de su rostro, un descanso reparador.
- Sí, exacto, tu intuición es del todo certera, ell a es el sello.- Dijo
Gea confirmando lo que sospechaba.
- Todos los demás al tiempo, giraron sus cuerpos pa ra fijar sus
miradas sorpresivas en la Seluza dormida.
- Lo que no entiendo es por qué el enemigo trató de acabar con
su vida, siendo un alijo tan importante para su señ or.-
argumentó Kénty.
- Fácil, el conjuro de niebla anuló su visión, no p udiendo saber a
quienes estaban atacando. Sólo olisquearon en su ce guera,
61
localizando el olor a Karnákos. Ya sabéis que somos sus
juguetes favoritos.- Explicó con tono irónico Yánsy .
- Los Grúns, tienen órdenes muy específicas de su a mo, y es
capturar a la loba azul con vida, pero poniéndonos en el peor de
los casos, si Sáde hubiera muerto en el enfrentamie nto, tendrían
que llevar su cuerpo a presencia de Skrár. No en v ano le llaman
el poseedor de almas. Es el sumo sacerdote de la ma gia negra, y
tal malignidad, le otorga el poder de convocar la e sencia de un
cuerpo muerto, para hacerla suya, absorbiendo el co nocimiento
y las habilidades que esta posee. El ritual para la posesión de
almas es muy laborioso y extenuante, pero aun a rie sgo de
quedar debilitado en el proceso, estará dispuesto a todo para
conseguir sus propósitos. Su deseo vehemente de dom inio,
crece a cada minuto, y no cejará en el empeño, hast a ver
cumplidos sus más tétricos designios.- explicó con todo detalle
Gea.
- Pero si sellamos las puertas, perderemos para sie mpre el
contacto con otras dimensiones. Dejaríamos de exist ir para los
otros mundos. Sólo seriamos ficción para el futuro de ellos.-
Dijo Arnowa entendiendo la gravedad del problema.
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- Sí, esa es la situación que hoy nos ha tocado viv ir.
Confiábamos en que esto no sucediera, pero por desg racia,
hemos sido elegidos por el destino, para radicar es ta mortífera
amenaza. No tenemos elección. El mal se ha originad o en
nuestro reino, y no debemos consentir, como respons ables de
todas las dimensiones, que este engendro maligno, r adique toda
existencia benigna. Para ello solo nos queda una al ternativa
posible, el sellado de las puertas.- dijo contunden temente Gea.
Hubo un pequeño silencio y cada uno se sumergió en sus
propias cavilaciones.
Al cabo de un rato, Arnowa volvió a decir:
-Sabemos que las puertas permanecen anónimas, así l o
decidieron los sacerdotes sagrados, para protección de las
mismas. Solo las Gárgolas conocen dicha ubicación. ¿Cuál será
el camino a seguir de aquí en adelante?-
- Tendréis que empezar por localizar a Yidaki, el l íder de los
Eniérs. El os conducirá con certeza, hasta los acan tilados de
mármol, territorio de las Gárgolas. Buscarlo al No roeste, en las
grutas del Olvido, dentro de las ruinas keltoi.- Le respondió Gea.
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-Y para iniciar la búsqueda de tan enigmático perso naje,
¿Quiénes serán los elegidos?- Quiso saber Kénty.
- Tu no, amigo mío, para tu sabiduría se ha dispues to, otro tipo
de tareas.- Sonrió apaciblemente Gea.
- Yo iré en busca de Yidaki.- Me ofrecí.
- Y yo te acompañaré. No consentiré que te divierta s sola.- Me
sonrió Arnowa.-
- Mm, veo que necesitareis una mente diestra que co ntrole las
artes mágicas en momentos hostiles. Agradeceréis mi
compañía. Me sumo a la partida.- Dijo Yánsy con air e de sabio.
- Pues entonces, decido queda. Sónya y Kársy, regre sarán a
Grésnar, para informar a Dría, sobre las decisiones que aquí se
han tomado. Ella sabrá cómo proceder para poner en aviso a los
reinos de nuestra dimensión.- Añadió Gea.
- ¿Qué va a pasar con Sáde?- Quise saber. -
- No temas, ahora lo que más necesita es reposo. Es te viaje no
es el suyo. Cuando os encontréis en territorio de G árgolas,
Yidaki, sabrá como invocarla. – Me aclaró Gea.
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- Es la hora del descanso, mañana partiréis.- Añadi ó la dama de
la tierra. Todos asentimos con la cabeza dando nues tra
conformidad.
Poniéndose en pie, dio por finalizada la reunión, y acercándose
a Sáde, le examinó los ojos. Seguidamente, posó su mano
sobre el pecho de la loba, diciendo con tono suave:
- Quizás mañana despierte, noto mucha mejoría, el v eneno
desaparece y la sangre se renueva. – Dicho esto, no s dio la
espalda con caminar dúctil, desapareciendo bajo las aguas.
Después de su marcha, nadie hizo comentario alguno,
simplemente nos acurrucamos como mejor pudimos, al
agradable calor de la llameante hoguera.
Al día siguiente, me desperté sobresaltada, buscand o con la
mirada el cuerpo de Sáde, pero no lo encontré. Mi m ano
temblorosa, apretaba con rigidez el puño de mi espa da, presta a
desenfundar si fuera necesario. Observé extrañada, que todos
dormían con suma placidez. Me apresuré hasta la or illa del lago,
con la esperanza de que Gea, pudiera aclarar mis du das, pero en
ese momento, sentí un caminar sutil a mi espalda. M e giré con
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brusquedad, para descubrir que por la galería del E ste, se
acercaba la Seluza, quien observando mi tensión, di jo un
agradable encanto:
- Guarda esa espada hermana. No la vas a necesitar de
momento.-
- Por lo que veo ya te encuentras mejor. Eso me ale gra.
Estábamos bastante preocupados por tu estado.- Le r espondí
aliviada al tiempo que enfundaba mi espada.
- Si tengo fuerzas para estirar un poco mis entumec idas piernas,
yo podría auto-diagnosticar que mi evolución es del todo
favorable.
Pero cambiando de tema, sé que has tenido el honor de
conocer a la divina Gea. – Añadió
- Sí. Pero tú, ¿cómo lo has averiguado? ¿Estuviste hablando con
ella?- Me interesé.
- Eso no es lo importante ahora. Lo apremiante en e stos días de
incertidumbre, es dar con el paradero de Yidaki pue s, solo él
puede iniciar la ceremonia del sellado.-
66
- Sáde, se que tu eres el sello. – Le revelé.
- Trágicas fueron las circunstancias en que lo aver igüé, y tengo
que admitir que no fue fácil sobrellevarlo, pero gr acias a los
sabios consejos de la dama de la tierra, mi carga, se hizo con el
tiempo más llevadera.
Cuando mí raza sufrió la persecución indiscriminada de los
Grúns, a causa de nuestro raro pelaje, la existenci a del sello
todavía era desconocido para la codicia imparable d e Skrár.
Pero por desgracia para todos nosotros, ese secreto también
guardado, poco duró. En el transcurso de las abomin ables
cacerías, esa valiosa información, fue desvelada, y de ese
trágico modo, el devorador de almas, supo de nuestr a autentica
valía. Desde entonces, encolerizado por su propia t orpeza,
busca con vehemencia a los Seluza que todavía pueda n quedar
vivos, con el fin de impedir el sellado.
Gracias al regalo que obtuve de Yárko el maestro he rrero de
Karnák, me entere con grata satisdación, de que mi extirpe no
está extinta.
67
Ellos trataran de que el poseedor de almas, siga un rastro
equivoco, dejándome a mí el margen espero que sufic iente, para
llevar a término el sellado.
No todos los Seluza poseen dicho don; sólo uno de nosotros
tiene derecho por nacimiento, y para mayor segurida d, ni tan
siquiera entre los nuestros se conocida la identida d del sello,
hasta que nos vimos al borde de la extinción.
Mi padre agonizaba a causa de las heridas infligida s durante la
batalla de los Grúns, cuando me traspasó su poder. Es una gran
carga para un sólo ser, ya que la responsabilidad q ue implica,
supera cualquier riesgo imaginado. Se me ha impuest o por
sucesión, por lo que me corresponde sin desearlo.
En ocasiones me autoconvencía, de que ese momento n unca
llegaría en esta época, y que yo solo era una vasij a con algo
valioso dentro, que tendría que traspasar, cuando l legara mi
final, a mi primogénito, como anteriormente lo habí a hecho mi
padre, pero el destino es caprichoso y, henos aquí, sabiendo
que todo futuro depende del sellado.
68
El feliz día que te conocí en el Sendero de las Cañ as, me hice la
promesa de que llegado el momento, te desvelaría mí secreto,
pero cuanto más nos unía el camino, menos me apetec ía
contártelo. No me mal interpretes, en ningún moment o fue por
desconfianza. Sabía que te preocuparías más de lo n ecesario
por mi bienestar, y eso pondría en riesgo innecesar io tu vida,
durante las misiones que nos ocupaban. – Me explico Sáde.
- Entiendo tus razonamientos, pero como tu bien dic es, es una
carga muy pesada para haberla soportado sola, de ve ras siento,
no haber podido prestarte el apoyo moral que tanto necesitabas.
– Me lamente.
- Ándra, tenía que ser así, estaba escrito. Me hubi era gustado
acompañaros en esta arriesgada misión que pronto
emprenderéis, pero, en mi maltrecho estado, solo se ría un
pesado lastre, ralentizando la marcha.-
- Tú nunca serás una carga amiga mía, pero ahora, lo que más
me importa, es tu pronto restablecimiento. –
Después de un breve y silencioso período de reflexi ón, sobre
todo lo acaecido hasta ese instante, proseguí con u na pregunta:
69
- Sáde, ¿Cómo se produce el sellado?-
Al cabo de unos instantes Sáde me respondió:
- Ándra, no quiero que te apenes por lo que te voy a contar,
porque las circunstancias del momento nos obligan a esta
finalidad.
El sellado de las puertas lo produce mi aliento, y cuando la
última puerta quede lacrada, mi cuerpo será un cuen co vacío,
falto de vida alguna.-
- Pero eso significa… –
- Si querida amiga, la muerte.- Añadió antes de que yo pudiera
pronunciar esa palabra.
- Pero se puede atacar directamente al enemigo, y p resentar
batalla para que esta drástica medida no sea necesa ria.- Me
apresuré a argumentar, buscando desesperadamente ot ra
salida.
- Ándra, no podemos permitirnos ser egoístas en est os días,
nuestra prioridad recae en el sellado de las puerta s, evitando
con ello que el mal se propague hacia otras dimensi ones. Una
70
vez conseguido este propósito, nos enfrentaremos
abiertamente al poseedor de almas. La batalla entre la luz y las
sombras es ineludible.- Dijo con serenidad.
- ¿Me estas pidiendo que emprenda un camino inciert o hacia
lugares plagados de terror, en donde mi vida y la d e mis
compañeros estará constantemente pendiente de un hi lo… para
que la gran recompensa final sea verte morir?- Iron icé
- Sí, eso mismo te pido. Muchas vidas dependen de e llo. Ese es
el sacrificio que yo afrontaré con dignidad.- Su ca ra mostró
rectitud y firmeza, ante lo que parecía una decisió n, hace tiempo
asumida.
- Hubiera preferido no saber nada al respecto, así no tendría que
cuestionar si todo esto merece la pena.-
-Ándra, ha llegado la hora de despertar, la sombra avanza en la
tierra de las puertas.-
- ¿Despertar?- Pregunté extrañada.
- Si mi niña, desssperrrtarrr.- Su voz sonó ralenti zada y lejana.
71
Sin saber cómo, me encontré acostada en el duro sue lo. A mi
lado yacía Sáde, todavía con los ojos cerrados. La hoguera sin
llama, dejaba escapar de sus candentes brasas, un h umo gris
que ascendía, dibujando con dedos invisibles en el vacío, unos
hilos trazadamente discontinuos.-
No pareces haber descansado lo suficiente.- Dijo la voz de
Yánsy
- He tenido un dormitar bastante agitado.- Respondí muy
abatida.
- Sónya y Kársy están hablando con Gea a la orilla del lago.
Arnowa y los Karnákos fueron en busca de alimentos. Una de
las galerías que está ubicada al Norte, es un frond oso y tupido
bosque de acacias, en dónde crecen abundantes fruto s
silvestres, zarzamoras y jugosas fresas. No tardará n. – Me
informó con detalle.
Al poco, se escucharon unas pisadas nerviosas que se repetían
por el eco de las galerías.
Gea, Kársy y Sónya, se acercaron a nosotros mientra s
mirábamos aparecer a los Karnákos transportando en sus finas
72
manos, unos cestos de mimbre repletos de frutos. Tr as ellos,
como escolta majestuosa, se deslizaba con elegancia la figura
de la bella Arnowa.
Mientras degustábamos los sabrosos productos silves tres, mis
ojos se dirigieron a la concavidad de la techumbre, por la que
asomaba un pedazo de cielo color grana.
- ¡Que extraño! Fijaros en la tonalidad del firmame nto. Nunca lo
había visto de ese color.- Hice notar
- No sabría precisar si es de día o de noche.- Añad ió Kársy, al
tiempo que se ponía en pié con el cuello estirado h acia lo más
alto. Todos la imitamos, atraídos por el repentino cambio que se
estaba produciendo en el exterior.
- El día oscuro ha comenzado- Dijo Gea con voz sen tenciosa.
- ¿El día oscuro?- Se apresuró a inquirir Yánsy.
- Sí, a partir de este instante y hasta que nuestra dimensión sea
liberada del maligno dominio de Skrár, noche y día serán uno
solo. Ni el sol, ni la luna, conseguirán traspasar las tinieblas de
magia negra producidas por el poseedor de almas. La batalla
73
por el dominio absoluto de las dimensiones ha dado comienzo.
La aridez en la tierra de las puertas, avanza morda z y segura,
dirigida por la mano invisible del señor de las som bras. Es hora
de abandonar la palabra, y empuñar las espadas para liberarnos
del caos que se avecina.- concluyó diciendo Gea.
La primera despedida, llegó con la partida de dos b uenas
compañeras, Sónya y Kársy.
- Buscar montañas, acantilados, sitios escarpados e n las alturas
de regreso a Grésnar. No os aventuréis a pisar suel o llano, si no
es del todo necesario pues, podríais ser presas fác iles para las
huestes enemigas.- Aconsejó enérgicamente Gea.
Las vimos desaparecer en silencio, tras la galería Norte.
- Vamos, acerquémonos al epicentro del refugio.- Di jo Gea
instantes después.
Sáde todavía estaba descansando, por lo que acarici é su pelaje
y seguí a los demás. Formamos un gran círculo, y Ge a, se
posicionó en el centro. Alzó sus brazos al unísono y pronunció
éstas palabras:
74
- Etavéle anru. Egetorp noc ut ozihceh a adot aza r elbon euq es
ellah ne sút saínacrec -
Del suelo emergió una urna de Cristal, protegida po r una tupida
hiedra, la cual, se fue retirando en sentido desce ndente, para
dejar al descubierto aquella forma hexagonal de tra nsparente
vidrio. Ésta, descansaba sobre una base escalonada de refinado
mármol azul añil. En su interior, atesoraba un libr o del mismo
color que el pedestal. Una música de arpa, regaló a los oídos
su delicada melodía.
- Ven Arnowa, solo las arpías, tendrán el privilegi o y al tiempo, la
responsabilidad de abrir la urna que guarda el libr o Azul. Así lo
han dictamino las mentes sabias.- Dijo Gea tendiend o su mano a
la arpía, con gesto amable.
Arnowa, calladamente y con mucho respecto, hizo lo que de ella
se solicitaba, y sin más, la urna se desdobló, deja ndo al alcance
de su mano el misterioso libro.
- Éste es el libro Azul. El que irá escribiendo con letras de fuego
la historia del día Oscuro. Arnowa, tú eres desde e ste momento,
la Guardiana. No sientas temor, si cae en manos ene migas pues,
75
tiene la gran habilidad, de desintegrarse, en prese ncia de
fuerzas oscuras, para volver al amparo, de este rec ipiente
cristalino. Eso sí, su escritura se interrumpirá, q uedando
abstraída en un letargo historiador, hasta la llega da de su nueva
guardiana. Solo entonces, pasado y presente se unir án,
activando nuevamente sus escritos, con una recopila ción de lo
acaecido hasta el momento actual. Solo la actual gu ardiana tiene
el privilegio de leer y visualizar su interior. Par a todos los
demás, sus páginas se mostraran vacías.
Él te dibujará acertijos, símbolos, lugares, los cu ales, tendrás
que desenmarañar, para alcanzar el significado corr ecto. Con su
ayuda, podrás esquivar o afrontar las dificultades que se os
presenten en el camino. No dudes en consultarlo cua ndo lo
creas oportuno pues, para tal fin ha sido creado.- Gea entregó el
libro a Arnowa con una leve inclinación de cabeza.
Cuando lo tuvo en sus manos, se quedó tan sorprendi da, como
el resto de nosotros. Repentinamente, el libro empe queñeció de
tal manera, que adquirió el tamaño de una moneda. A rnowa,
Ahogando un grito en su garganta dijo:
-¿Qué ha sucedido?-
76
- Tiene inteligencia propia. Sabe que está al ampar o de la
guardiana. Con el propósito de facilitar su transpo rte, ha
decidido tomar esa apariencia.
Es hora de partir sin más demora.
Me siento cansada, debo sumergirme en el lago para recuperar
fuerzas, presiento que se acercan acontecimientos i nesperados,
para los que debo tener intacta mi energía. La mano negra crece
con furia veloz. Que vuestros corazones, no sufran por aquellos
que en mi refugio se resguardan pues, aunque adorme cida,
siempre estoy alerta. La vegetación los protegerá con firmeza,
ante cualquier indicio de amenaza.- Finalizó dicien do Gea.
Mientras recogíamos las ligeras mochilas que los Ka rnákos nos
habían preparado con bebida y alimento, me arrodil lé para
despedirme de Sáde.
- Mi querida amiga, hoy tengo que dejarte, será muy duro
caminar sin tu compañía, pero como bien sabes, la n ecesidad
así lo requiere. Espero que te recuperes pronto y e n breve
nuestros senderos vuelvan a cruzarse.-
77
- Eso último no lo pongas ni por un solo instante e n tela de
juicio, todavía tengo que cabrearte mucho, contrade cirte,
bromear y reírnos juntas de nuestras propias desgra cias antes
del fin.- Respondió la Seluza, incorporándose con m ucha
lentitud.
- ¡Sáde, estás despierta! Ahora mi marcha será meno s costosa,
sabiendo que tu estado ha mejorado.-
- No podía dejarte partir sin despedirme- Dijo Sáde
- ¡La noble Loba Azul ha vuelto al laberinto de los vivos! –
Bromeó con una extensa sonrisa Gea.
Arnowa y los Karnákos se pusieron tan contentos por las
buenas nuevas, que bailaron todos juntos alrededor de Sáde,
como un aspa de molino en giratorio circular.
- Esto es un buen augurio. Estamos saboreando la qu e sería
nuestra primera victoria.- Dijo Arnowa con felicida d.
Aquel mágico instante, fue efímero, o al menos eso me pareció a
mí, cuando nos alejábamos rumbo a la galería Noroes te,
Arnowa, Yánsy y yo.
79
CAPITULO 5
CAMINANDO A LO DESCONOCIDO
Pasamos horas subiendo por pendientes abruptas y se nderos
zigzagueantes que parecían no concluir. De muy cuan do en vez,
alguna brecha en la techumbre de la montaña, arroja ba una luz
tenue, despejando la oscuridad que nos rodeaba. En uno de
nuestros pocos descansos, escuchamos sonidos de aje treo
cercano. Con precaución, nos dirigimos al lugar, bu scando la
lejanía del mismo para no ser descubiertos. Al ampa ro de las
80
alturas, pusimos cuerpo a tierra, arrastrándonos co n sigilo hasta
el borde del barranco.
- Son Centauros.- Dijo Yánsy atisbando precavidamen te.
- Es un grupo reducido. Se habrán refugiado aquí de spués del
día oscuro.- Imaginó Arnowa.
- Creo que deberíamos tener muy claro una cosa, no contaremos
a nadie los asuntos que nos ocupan, de esta forma,
conseguiremos el anonimato necesario para llevar a término
nuestros fines. –Sugerí.
Todos estuvimos de acuerdo en esto.
Alejándonos lo suficiente del filo, Arnowa sacó el libro de su
bolsa. Al abrirlo, este recobró su tamaño normal.
- No muestra nada, solo el relato de lo acontecido hasta el
momento. Esperar, algo se dibuja en la página sigui ente. Es un
arco y una flecha forjados en fuego y unidos entre sí.- Nos
detalló.
- No conozco ningún símbolo que se le semeje- Dijo Yánsy
mientras fruncía el ceño tratando de recordar.
81
- Yo tampoco, pero no olvidemos lo que Gea nos dijo , son
señales que tendremos que desenmarañar. – Puntualic e.
Bajando la pendiente, salimos al encuentro de aquel los
desconocidos. Estos, no tardaron en agruparse entor no a
nosotros.
- ¿Qué os trae por aquí, estáis escapando de alguna compañía
de Grúns?-
Se interesó uno de ellos.
- Sí, tuvimos un encontronazo con una patrulla hace algunos
días y buscando un refugio para guarecernos, hallam os la
entrada a esta gruta.- Contesté
- ¿Y qué, cómo resultó la contienda? Adivino por vu estro
fantástico aspecto, que lo peor se lo llevaron ello s.- Ironizó con
burlesca sonrisa otro.
- Chicos, chicos, ¿En dónde habéis olvidado vuestro s exquisitos
modales? Por favor, disculpad a mis compañeros. Des de el
fatídico momento de la gran oscuridad, han dejado l os
82
protocolos del saludo amistoso a un lado. Me llaman Parnás, ¿y
vosotros sois?...
- Ándra
- Yánsy
- Arnowa.- Contestamos uno a uno.
- Sed bienvenidos a nuestro campamento.- Dijo la vo z femenina
de Parnás, al tiempo que nos indicaba con lo que ap arentaba ser
una desdibujada reverencia, que la siguiéramos.
Mientras pasábamos por en medio de aquellos centaur os de
miradas sombrías y desconfiadas, me percaté de las doradas
armaduras que los vestían.
Una vez estuvimos sentados alrededor de una piedra pegada al
suelo que hacia la función de mesa, los centauros r etomaron las
tareas que cada uno estaba desempeñando poco antes de
nuestra llegada.
Afilando las puntas de las flechas unos, otros, las ungían con
ungüento de oscura tonalidad vinosa, yendo y vinien do de un
lado para otro.
83
- Mucha actividad se destila entre vosotros.- hice notar
dirigiéndome a Parnás, quien desempeñaba la función de
anfitriona.
- Nos estamos preparando para atacar a una patrulla de Grúns
que acampan en los jardines de piedra de Grésnar. ¡ Que
irónico!, antes eran ellos los que tenían que escon derse,
habitando los lugares más oscuros y recónditos de n uestra
dimensión. Ahora, somos nosotros los sometidos.- Di jo con
aparente desprecio.
-¡Nos dirigimos al Noroeste!- Exclamo Yánsy inesper adamente
con tono nervioso.
- ¿Y qué esperáis encontrar en esa dirección?- Inqu irió Parnás
sin retirar la mirada del Karnáko.
-Nada que merezca mención. Nuestros asuntos son ban ales y
sin trascendencia para valientes guerreros como vos otros.-
intentó explicar diplomáticamente Arnowa, adivinand o la
influencia interrogativa que Parnás estaba ejercien do sobre
Yánsy.
84
- Perdonad si me ausento durante unos momentos, per o es hora
de planear nuestra estrategia de ataque. Pronto vol veré para
haceros compañía.- Se disculpó Parnás, al tiempo qu e atusó los
cabellos del Karnáko, como quien le echa un hueso a un perro,
con el fin de contentarlo.
La luz mortecina de unas antorchas clavadas en la r oja tierra,
rodeaban la base de una roca plana. Sobre ella, se desplegaba
un amplio mapa. Parnás se reunió allí con los jefes de su
destacamento. Hablaban tan bajo, que nada de lo que decían,
era captado por nuestros oídos.
- Ándra, esto no me gusta, las cosas están tomando un camino
siniestro. Me di cuenta que trataba de sonsacarle i nformación a
Yánsy, pero no sé cómo.- Dijo Arnowa susurrando.
- Menos mal que interrumpiste, porque por unos mome ntos,
sentí que mi voluntad le pertenecía. Escuché su voz en mi
cabeza y no pude resistir el contestar a su insiste nte pregunta. –
Dijo Yánsy con temor, mirando disimuladamente por e l rabillo
del ojo hacia la reunión de los centauros.
85
- Él, ya sabéis que, hizo mención al símbolo del ar co y las
flechas. Quizás sea una señal de atención, para que nos
alejemos cuanto antes de este campamento.- Deduje.
- Estoy contigo Ándra, la astucia que percibo en P arnás es
demasiado retorcida. Su voz silbante me recuerda a las
serpientes rojas de Colinár, en las tierras negras.
Diplomáticamente tendremos que acelerar nuestra par tida.-
Aconsejó la sabia arpía.
- Cada vez que me mira, se me hiela la sangre.- Aña dió Yánsy.
- ¡Cuidado, ya viene! – Advertí.
- Bueno amigos míos, ¿queréis uniros a la fiesta?- Pregunto
Parnás, refiriéndose a la contienda que estaban pre parando.
- En esta ocasión preferimos mantenernos al margen sino te
importa. Cuando sobrevino el día oscuro, como tu no table
inteligencia sabrá, muchos de nuestros pueblos fuer on
arrasados por los aliados del mal, los pocos que pu dimos
escapar, nos dispersamos, perdiendo así todo contac to. Nuestro
propósito es buscar a los supervivientes para unirn os a ellos y
86
ayudar como mejor podamos.- Le Respondió Arnowa, tr atando
con su argumento, de minimizar la curiosidad que Pa rnás
mostraba hacia nosotros.
- Quizás en momentos más propicios nuestros caminos se
vuelvan a cruzar; entonces, si así lo requieren las
circunstancias, batallaremos juntos en esa ocasión. - Añadí.
- Te damos las gracias por tu hospitalidad, pero de bemos volver
al camino.- Volvió a decir Arnowa, sin más explicac iones.
- ¿Cómo, ya nos priváis tan pronto de vuestra compa ñía?-
Insistió Parnás clavando nuevamente su agria mirada en los
ojos esquivos del Karnáko.
- Deseamos que la batalla que estáis a punto de ini ciar, os sea
del todo propicia. Ahora debemos partir.- Concluyó Arnowa.
Yánsy y yo, seguimos el precipitado paso de nuestra
compañera, quien se había dado radicalmente la vuel ta y
comenzaba a zigzaguear el sendero que bordeaba un e stanque
de candente liquido.
87
- Llevar cuidado en dónde ponéis los pies.- Nos adv irtió Arnowa
sin volver la cabeza.
En un doblez del camino ascendente, pudimos divisar con total
claridad el campamento de los centauros, del cual n os
alejábamos con agradable alivio.
Desde nuestra corta lejanía, pudimos ver como nueva s patrullas
llegaban al lugar, creciendo en número.
- Todavía siento su voz en mi cabeza. Quiere saber nuestro
destino.- Dijo el Karnáko, mientras presurosos, asc endíamos
por la pendiente del enroscado sendero.
- No os detengáis. Yánsy, pasa delante y esfuérzate por
escuchar mi voz.- Dijo Arnowa.
- Te escucho, pero la de Parnás es mucho más intens a. Se está
apoderando de mis pensamientos.- Le contestó el asu stado
Karnáko.
- Fíjate en los brotes tiernos de maleza que salpic an las entradas
de las paredes que nos rodean. ¿Sientes su presenci a?- Le
88
preguntó la arpía con el fin de fijar su atención e n otro
pensamiento.
- ¡Gea!- Exclamó el karnáko.
- Si, Yánsy, Gea camina con nosotros.- Le confirmó Arnowa.
- Me habla con voz clara disipando todas las sombra s. Me dice
que recuerde mi hogar. Karnák. Añoro Karnák. La esp esura de
sus bosques. Los riachuelos canturreando en las cla ras noches
estrelladas. El sonido de las risas de nuestros niñ os, jugando
con los rosados y nacarados nenúfares que flotan en el río de la
gran cascada… -
Mientras Yánsy recordaba en voz alta las vivencias de su amado
Karnák, llegamos al puente de piedra que atravesaba aquella
profundidad de fuego vivaz. Nuestros pies se arrast raban en
ciertos tramos del terreno, debido al sofocante cal or que subía
del candente abismo.
Arnowa, había decidido con determinación concluyent e, que no
hubiera paradas hasta alcanzar el otro extremo del largo puente,
pues justo en ese punto, perderíamos de vista a los centauros,
89
ya que este, descansaba en la entrada de una concav idad
abierta en la pared.
- No creo que estén preparando una batalla contra l os Grúns,
más bien me dio la impresión de que esperaban órden es.- Dijo
Arnowa.
- ¿Y por qué no fuimos capturados?- Pregunté
- No lo sé. Quizás Parnás consideró que nuestra pre sencia no
era una amenaza para sus planes, pero de todas form as, la
inquietud me invade. Temo que hayan descubierto el refugio de
Gea.- Argumentó la Arpía.
- ¡Espero que tus sospechas solo sean eso, sospecha s!-
Contesté.
- Se ha ido. ¡Por fin ha desaparecido! Ya no escuch o la voz de
Parnás. Me siento libre, ligero como un pluma. – Ex clamó Yánsy.
Alcanzamos la abertura que se abría en la pared del otro
extremo del puente.
Un túnel estrecho y casi sin visión corría en línea recta sin
permitir adivinar su término.
90
- Nos alejaremos un buen trecho de la entrada antes de
pararnos. – Dijo Arnowa, girando con desconfianza s u cabeza,
hacia el puente de piedra.
- Yo cerraré la marcha. – Volvió a decidir mientras pasaba su
mano por mi hombro, indicándome que me colocase det rás del
Karnáko.
No puedo precisar el tiempo que estuvimos caminando ,
impulsando nuestros cansados pies hacia delante, de seando
perder de vista la entrada de aquel caluroso túnel, pero
recuerdo, que exhaustos, nos sentamos en un ensanch amiento
del terreno, en donde podíamos permanecer holgadame nte
cómodos, contemplando lo que ahora sólo era un punt o
luminoso, por el que habíamos entrado.
Yánsy, sacó de su mochila un objeto de cristal ámba r y
pronunció unas pocas palabras en Karnáko. De súbito , de
aquella fina talla cristalina, surgió una potente l uz, mitigando la
densidad de aquel conducto ciego.
- ¡Valla con el Karnáko, está lleno de sorpresas!- Exclamó
Arnowa.
91
- ¡Sin duda!- Añadí.
Yánsy se limito a sonreír.
Bebimos de las cantimploras un poco de agua calient e, fruto de
la temperatura ambiental. Echamos mano de los envol torios
donde nuestros amigos nos habían puesto un surtido de frutos
recién recolectados, de los cuales no pudimos disfr utar, porque
su estado era incomestible. Después de esto, nos li mitamos a
posar nuestras cabezas sobre las mochilas, abandoná ndonos al
sueño.
En esa región perdida, por dónde vaga la conscienci a mientras
el descanso repara el cuerpo, me encontré en una ti erra
desconocida.
La luz del sol estaba ausente. Mis pies descalzos, paseaban
relajados por una campiña de verdes tiernos, los cu ales
brillaban húmedos, mecidos por una cálida brisa. Al fondo,
sobre un cielo rojizo, se recortaba erguida, inhies ta e
imponente, sobre un pedestal de roca y musgo, la f igura de un
castillo cincelado en un material opaco de azul osc uro.
92
Una fuerza inexplicable me impulsaba a correr hacia él, y sin
darme cuenta, allí estaba, descalza, indefensa y mu da, sin una
espada para aferrarla a mi puño, ante una puerta de grandes
dimensiones que infundía en mi ánimo un pavor incon trolable.
Me sentí desorientada, pérdida, pero sobretodo sola ,
tremendamente sola. La brisa pareció adivinar mi se ntir, porque
se burló con un soplo repentino de aire gélido, enr edando los
elásticos tirabuzones de mi largo pelo. Me estaba d espejando la
cara, cuando la puerta comenzó a abrirse con un chi rriar
repetitivo, al igual que una noria girando sin desc anso sobre sí
misma. No se percibía otro sonido. El silencio que apretaba el
ambiente, se hizo más inquietante con cada tramo qu e se abría.
Mis pies parecían anclados al suelo, sin posibilida d alguna de
moverse. Sentí la imperiosa necesidad de salir huy endo, como
si fuera perseguida por el mismo Skrár, pero una vo luntad
siniestra e invisible me lo impedía. Hice la intenc ión de levantar
mis pies del terreno, pero estos, no querían respon der a mis
deseos de huída. Justo en ese instante, me desperté envuelta en
un baño de sudor. Mis ojos se encontraron con los d e Arnowa,
quien desvelada, observaba mi agitado dormitar.
93
- Tranquila, Ándra, la sombra ya pasó.- Me tranquil izó la Arpía.
Yánsy, dormía apaciblemente, cuando Arnowa se incor poro para
despertarlo.
Mientras emprendíamos nuevamente la partida, suceso s
inquietantes se estaban produciendo en el Refugio d e Gea.
94
CAPITULO 6
EL LETARGO
La dama Gea salió de su descanso en las profundidad es del
lago Melocotón, con la majestuosidad que la caracte rizaba. A su
elegante paso los verdes del entorno brillaban con intensidad.
Las flores abrían sus pétalos como ventanas que ale gremente
saludan al sol de la mañana. Las aguas que descendí an de la
cascada con su exuberante melena liquida, sonaban c omo
acordes perfectamente acompasados, destilando una m elodía
95
perfecta. Al borde del sendero ascendente, un viejo roble
milenario extendía sus ramas hacia lo más alto.
Los Karnákos y la loba azul se incorporaron al tiem po,
inclinándose para reverenciarla.
-Amigos míos, un mal presagio ha turbado mi descans o.
Oscuros acontecimientos avanzan en esta dirección p or las
galerías interiores. Tenemos escasos momentos para preparar
el conjuro del letargo.- Dijo con tono afligido.
-¿El letargo? ¿Que significa mi señora?- Pregunto K énty entre
mirada interrogante y nerviosismo inesperado.
-El letargo es un sueño profundo en el que se sumer girá Sáde.
Dicho estado la protegerá de caer en manos enemigas . Las
aguas del lago la conducirán a lo más recóndito de sus
profundidades y las corrientes benefactoras, la tra nsportarán
hasta Árnas, la ciudad subacuática, en donde una ve z traspase
su entrada, antesala del reino de las Sirenas, est as se arán
cargo de su custodia.
96
Vayamos sin demora al resguardo del gran roble, él nos
protegerá si nos vemos interrumpidos por presencia no
deseada.-
-¡Escucho cascos!- Exclamó uno de los Karnákos.
-Son un gran número de Centauros- Añadió Gea con p resteza.
Las patrullas enemigas, capitaneadas por Parnás, se acercaban
por la galería central del Refugio.
Mientras los indefensos Karnákos eran ascendidos po r las
ramas más vigorosas del viejo Roble, hasta la espes ura de su
alta copa, la hiedra del camino, seguida de punzan tes zarzas,
espinos, ortigas y ponzoñosas lianas, se deslizaron como el
reflejo espontáneo de un veloz rayo por el camino, y en cuestión
de un suspiro, se adhirieron a las diversas entrada s del refugio
con firme rotundidad, formando una tupida y enmarañ ada tapia
natural. Numerosas compañías de Centauros hicieron acto de
presencia por diversos flancos, pero al ver su paso cortado por
la cerrazón natural, se prepararon para hacerse un hueco entre
la maraña.
97
Acompañados por el sonido ensordecedor del metal qu e
hábilmente manejaban las tropas enemigas sobre el p ernicioso
muro, bajo el espeso ramaje del gran roble, la seño ra de la tierra
iniciaba el conjuro del letargo. Sáde, con el cuerp o extendido de
medio lado, se hallaba suspendida en el vacío, suje ta por unos
dedos invisibles. En el otro extremo del recinto, las tapias
naturales iban cediendo ante el insistente frenesí del ataque.
Los enemigos se abrían paso ante los espinos punzan tes,
cuando Gea concluyó su hechizo. Sáde salió flotando en
dirección al lago, y al tiempo la dama de la tierra , entregaba a las
aguas la custodia del sello. Unas Sirenas de rosado s cabellos, la
sumergieron con sumo cuidado, desapareciendo velozm ente de
la vista de los Karnákos, quienes observaban la es cena, al
amparo de los altos ramajes del viejo Roble. En sus abatidos
corazones, reino un vacío nunca antes experimentado .
Casi al tiempo de aquel hiriente sentir, irrumpía e n el sagrado
recinto, la ira desmedida de las tropas enemigas.
Gea, permanecía de pie sobre las aguas, envuelta en una
aureola de luz semejante a los verdes brotes que en primavera
retoñan. Con los brazos erguidos al unísono, invoca ba la
98
presencia de sus hijos a la lucha. Las flechas enve nenadas de
los centauros, silbaron como serpientes encantadas en tropel,
estrellándose en la luz que protegía a la dama. Alg unos
intentaron alcanzarla en el líquido elemento, pero la enérgica
fortaleza de la gran diadema, los expulsaba sin con sideración
contra las paredes. El viejo Roble desenterró sus g randes
raíces y avanzó pesadamente hasta el punto álgido de la
batalla, donde protegió con poderío a sus hermanos, quienes
mostraban signos evidentes de flaqueza. En un gesto brusco del
valeroso árbol, mientras este luchaba con las huest es
enemigas, Kársy, resbaló de rama en rama hasta el suelo,
encontrándose cara a cara, con la imponente figura de Parnás,
fijando sus agrios ojos en él. Abriendo las puertas hacia el
interno pensamiento del Karnáko, esta, se enteró de lo que allí
había acontecido, desde el primer encuentro, hasta la partida de
los caminantes. Luego, con gesto iracundo, alzó su espada con
el fin de cargar sobre el indefenso Kársy, pero las ramas del
árbol lo envolvieron de tal forma, que en décimas d e segundos,
se vio a salvo nuevamente en la copa. Parnás se lle nó de rabia e
intento golpear con su afilado metal el ya maltrech o tronco, pero
99
una vigorosa raíz, se lanzo sobre ella cual látigo firme,
haciéndola caer en un lecho de espinos.
Los centauros estaban ganando la partida y cuando t odo
parecía estar perdido, de no se sabe dónde, empezar on a llover
sobre el foco de la batalla, un gran enjambre de ar pías y
hompajaros fuertemente armados, quienes asestando g olpes
mortíferos, lograron recuperar el control del refug io.
Parnás, mal herida, al ver como sus tropas eran ve ncidas sin
titubeos, decidió huir por una de las galerías, per o cuando
estaba a punto de conseguirlo, una liana espinosa s e agarro a
su cuello, apresándola con firmeza.
Gea seguida por las tropas aliadas, se posicionó en frente de la
Centaura, para decirle:
-Nadie saldrá con vida de este lugar, así debe ser, por el bien de
los nuestros.-
La sangrante Parnás, miro con desprecio a la Dama d e la tierra,
y buscando fuerzas para hablar, arrastrando las pal abras, de
esta manera respondió:
100
- Los planes que tan bien guardados teníais, han qu edado al
descubierto, formando parte ya, de mí memoria. Nada podéis
hacer ante el poder del poseedor de almas. Sois poc os y
débiles, insignificantes hormigas que fácilmente pu eden ser
aplastadas. Vuestra trivial resistencia, no aplazar á la ejecución
de lo inevitable.
- Precisamente por tal motivo, las arpías serán tus dignas
carceleras.- Sentenció la divina Gea.
Pero entonces, al termino de esas palabras, Parnás soltó una
risa macabra, y acto seguido, desapareció, dejando una
preocupante duda en el aire.
102
CAPITULO 7
NEDE
Yánsy, encabezaba la marcha cuando se empezaron a p roducir
unas monótonas subidas y bajadas de tramos pequeños y
rectilíneos.
-Esto parece no tener fin.- Protestó el Karnáko con tono cansino.
- ¡Ánimo Yánsy!- Lo alentó Arnowa.
103
- Mi cuerpo no responde, y comienza a denotar la au sencia de
alimento.- Volvió a decir el Karnáko.
- Creo que todos sentimos dichos efectos.- Añadí.
-Visto lo visto y asumiendo que el cansancio irá en aumento, lo
prudente, es optar por un alto en el camino. - Sugi rió Arnowa.
Los tres acordamos pararnos allí mismo, en una pend iente
descendente del terreno.
-Aprovecharé el momento para ojear el libro, haber si nos
muestra una pronta salida de esta monótona negrura. Yánsy,
por favor, pásame la luz de Karnák. – Requirió amab lemente la
arpía, a lo cual el karnáko respondió con prontitud , cediéndole
lo solicitado.
-Las páginas relatan hechos acaecidos recientemente en el
refugio de Gea.- Nos informó Arnowa.
Mientras la arpía nos contaba lo sucedido, me pare ció oír silbar
en mis oídos, las flechas venenosas de los centauro s. En mi
mente pude ver con toda claridad como mera espectad ora, las
caras asustadas de nuestros indefensos amigos, y lo s esfuerzos
104
de Gea, por mantener a raya la crueldad que exhalab an las
tropas enemigas. Por unos instantes, sentí la perve rsa y
desgarradora mirada de Parnás, amenazándome con inh iesta y
macabra figura, mientras dirigía hacia mí, su arco cargado. Me
sobresalté, soltando un suspiro de alivio, cuando v olví
repentinamente a la realidad del momento.
-Me hubiera gustado estar con ellos.- Dije pensativ a.
-Es un sentimiento compartido.- Respondió Arnowa.
-Sin duda, aunque mi presencia supusiese obstaculiz ar, más
que la misión de auxiliar.- Añadió Yánsy cabizbajo.
-El libro me está dibujando un ambiente.- Continuó Arnowa.
-¿Puedes ser más precisa?- Inquirí.
-Más que un dibujo, yo diría que semeja una ventana animada.
Empieza a mostrarme un paisaje extraño. Estoy viend o un
puente de madera en sentido descendente que atravie sa un
amplio estanque de aguas tranquilas. Al otro extrem o, dicha
suspensión descansa sobre una tarima del mismo mate rial.
Seguidamente, una vereda se pierde tras la apretada arboleda de
105
acacias floridas y robles centenarios, mezclados co n la robustez
de otras especies. Desde el punto más elevado del p uente,
sobresaliendo por encima de la espesura, se divisan en la
lejanía, unas cúpulas puntiagudas que se recortan e n un cielo
claro y despejado, como la luz del mediodía en vera no antes de
la gran oscuridad.- Describió detalladamente Arnowa .
- Pongo en duda que en estos días, exista un lugar tan apacible,
exento de de oscuridad permanente...- Dijo Yánsy co n
desesperanza.
-Soy consciente de la realidad actual, amigo mío, p ero mi tarea
es detallar con la mayor exactitud lo que el libro me desvela.-
Respondió la arpía un tanto molesta.
-Arnowa, mira a tu alrededor. En el exterior reina el caos. La
confusión y la barbarie, sitian los reinos de nuest ra dimensión.
Se hace difícil pensar que a estas alturas, un para je así, lograra
escapar a tan terrible dominio. Permíteme ser un po co escéptica
en este sentido.- Argumenté, al tiempo que Yánsy af irmaba con
la cabeza.
106
En el rostro de Arnowa, un gesto de preocupación hi zo acto de
presencia. Siempre se había mostrado segura de sí m isma.
Inalterable en sus deducciones, porque sabía a cien cia cierta,
que eran demostrables al cien por cien; pero ahora, ante
nuestros lógicos planteamientos, la estábamos oblig ando a
recabar en esa sensatez estable que tan fielmente d escribía su
personalidad.
-Creo que se equivocaron de pleno cuando decidieron que yo
fuese la guardiana de este maravilloso libro. ¿Por qué yo? ¿Por
qué no otro u otra cualquiera?- Pregunto con desan imo.
-Porque así debía de ser. El destino no lo elegimos nosotros, es
él quien nos muestra los pasos a seguir. Nacemos co n una
estrella fijada y por mucho que nos empeñemos en d ecir que
eso no es cierto, que yo soy dueño de lo que hago, que mi vida
la dirijo yo, es del todo ficticio, porque cuando o ptamos por
tomar una u otra senda, él, ya la tenía marcada con antelación.-
Filosofó Yánsy con tono serio.
Ambas nos quedamos mirando al Karnáko, perplejas po r tan
repentino y profundo pensar. Y de súbito, rompimos en una
carcajada, liberando la tensión del momento.
107
Arnowa guardó cuidadosamente el libro en su bolsa y después
de cerrarla se la colgó al hombro.
Yánsy tomo la iniciativa de la marcha, seguido a po ca distancia
por mí y cerrando la misma, la elegante Arpía, quie n en esta
ocasión, portaba en su mano derecha la luz de Karná k.
Subimos y bajamos un buen trecho por pendientes lis as, sin
escollos, cuando nos percatamos que en la distancia , la
oscuridad menguaba. A lo lejos, pudimos ver una cla ridad
lateral que chocaba con la pared de enfrente, en dó nde los rayos
rebotan esparciéndose. La luminiscencia procedía, d e una
abertura en el muro, posicionada a nuestra derecha.
-Chicos, por fin tenemos iluminación. Ya no caminar emos por
más tiempo en las sombras.- Exclamó la voz de Arnow a
mientras guardaba en su bolsa la luz de Karnák que nos había
acompañado hasta entonces.
Cuanto más nos acercábamos a la claridad, nuestros ojos
pestañeaban doloridos, tratando de adaptarse a ella con rapidez.
Pasado un buen rato, nos encontramos con el hueco v acío de
una puerta arqueada. Traspasamos el umbral que se a bría hacia
108
una estancia intensamente iluminada. Nuestros cuell os se
torcieron en dirección a los rayos solares que pene traban por la
concavidad de mucho más arriba. Cerramos los ojos
instintivamente, sometiéndonos a la relajada carici a del astro
rey. Cuando salimos de aquel lapsos temporal al cua l
gustosamente nos habíamos abandonado, nos sorprendi ó
descubrir en el centro de la espaciosa sala, un tro no labrado en
marfil violáceo, colgado sobre un podio de escalona do cristal.
En ciertos trechos del mismo, se reflejaban oscila ntes los
juguetones brillos solares.
Aun en aquel aparente estado de abandono en el que parecía
encontrarse, se erguía sobre nuestras cabezas con a ire de
solemne distinción.
En uno de los extremos de aquella estancia, unas es caleras del
mismo material que el trono, ascendían caracoleando hasta la
superficie exterior. - La luz del sol. El libro nun ca se equivoca.
Lo que nos mostró en su momento, es la realidad que estamos
compartieron.- Dijo Arnowa satisfecha.
-¡Increíble! ¡Del todo sorprendente!- Exclamé.
109
-¿Qué, nos aventuramos a salir?- Preguntó Yánsy sin determinar
a quién iba dirigida la pregunta, mientras explorab a los distintos
rincones de la sala.
-Mi consejo es que nos quedemos aquí, si el ciclo n atural sigue
su curso, pronto anochecerá. Este es un lugar perfe cto para
tomarnos un buen descanso. Nos arriesgaremos a exp lorar el
exterior, con las primeras luces del alba. ¿Estáis de acuerdo?-
Finalizó preguntando Arnowa.
-Yo acataré lo que digáis, pero la verdad, siento c uriosidad por
lo que podamos encontrar ahí arriba. – Dijo Yánsy
entusiasmado.
-La prudencia no es una de tus virtudes, Karnáko, p or lo que
voto esperar a mañana. Me siento un tanto desfallec ida y
necesito regenerar fuerzas con un tranquilo sueño.- Contesté.
Acto seguido, y antes de sacar de nuestros empaques las
cantimploras para apurar las últimas gotas de agua que en ellas
quedaban, Yánsy descubrió en una de las paredes, un a puerta
sellada con raras inscripciones.
110
-¿Reconoces la escritura Yánsy?- Pregunto Arnowa ad ivinando
la afirmación de la respuesta.
-Creo haber visto en la gran biblioteca de Karnák, un libro con la
misma simbología. Cuando pregunte por él a Nárfus, el erudito
de lenguas antiguas, me dijo que esta era tan añeja , que nadie
podía precisar cuánto, y que solo unos pocos, conoc ían dicho
lenguaje, entre los cuales, él era uno de ellos. Co n respecto al
contenido, no pudo darme muchos detalles, porque es taba aun
al principio de la traducción del mismo. Lo que sí sé, es que
pertenece a una raza ancestral, conocida con el nom bre de los
Nederianos. Nada más puedo deciros sobre estos símb olos.-
Concluyó el Karnáko.
Después de esto, Arnowa tomó asiento en el trono, y nosotros
dos nos acomodamos a los pies de ella.
El sol de la tarde empezaba a declinar y pudimos ad mirar una
luna creciente, vertiendo su luz nacarada, sobre nu estros
cuerpos debilitados.
-¿Es hermosa verdad?- Pregunté en un susurro al sen tir que el
sueño me envolvía.
111
-La dama de la noche. Sin duda sí que lo es.- Escuc hé decir a la
voz lejana de Arnowa.
-Somos unos verdaderos privilegiados.- Añadió la to davía más
distante voz de Yánsy.
Aquella noche no sentimos temores, ni tuvimos sueño s
intranquilos, pasó raudamente sin complicaciones.
Al alba, como así lo habíamos decidido el día anter ior, iniciamos
la ascensión.
Fue extraño, porque nuestros cuerpos estaban comple tamente
restablecidos y aquella sensación de hambruna, habí a
desaparecido del todo.
Subíamos con agilidad por los peldaños de escalera,
impulsados por el fuerte deseo de aspirar el aire p uro que nos
aguardaba fuera. Sonreíamos y bromeábamos
despreocupadamente. Ya no sentíamos ni calor ni frí o. Nuestros
cuerpos poseían ahora la temperatura normal que a c ada cual le
pertenecía.
112
Cuando alcanzamos la cima, una brisa matinal nos r efresco las
caras, mientras éramos ungidos por la luz diáfana d el día. Nos
detuvimos apenas instantes, admirando la imagen pa radisíaca
que ante nosotros se extendía. Todo se mostraba com o lo había
descrito Arnowa. El puente descendente, el lago de aguas
tranquilas, la vereda que se adentraba en el bosque de tono
primaveral, y las lejanas cúpulas recortadas sobre un cielo
límpido.
Acto seguido, cruzamos el puente, los tres codo con codo,
debido a la gran anchura del mismo.
La expresión de Arnowa lo decía todo. Estaba satisf echa,
apretando contra su pecho la mochila que guardaba e l libro.
Nuestras miradas se cruzaron y entonces dije:
-Todavía no puedo creer que esto sea real.-
Su respuesta fue una amplia sonrisa para decir:
-Disfruta del momento.-
El puente finalizó y continuamos avanzando por la s enda que
irrumpía en aquel florido bosque.
113
Los aromas se mezclaban formando un cóctel de fraga ncias que
deleitaban nuestros sentidos. Sentí una sensación d e plenitud,
como si nada más necesitara. Estaba descansada, tra nquila, y el
paisaje me invitaba a formar parte de él.
-Es un lugar tan extraño como hermoso- Exclamó Arno wa
rompiendo el silencio que nos envolvía.
-¿Os habéis percatado de la robustez que tienen los troncos de
los árboles? No podría ser rodeado uno solo de ell os, ni por
cien Karnákos juntos. Su perímetro es realmente
impresionante.- Observó Yánsy.
-Chicos, no quiero ser la de los malos augurios, pe ro tengo la
incómoda impresión, de que estamos siendo observado s por
muchos ojos invisibles.- Nos advirtió la perceptiva Arnowa.
Instintivamente, me llevé la mano a la empuñadura d e Zolev, ya
que, las corazonadas de nuestra amiga, siempre resu ltaban
certeras.
-Las espadas no son de ninguna utilidad en el reino de Nede.-
Dijo una voz clara, potente y profunda.
114
Las hojas de los árboles temblaron repentinamente, motivadas
por una espontánea brisa que duró escasos segundos, después,
permanecieron nuevamente inmóviles, como si lo ante rior
hubiese sido un fútil espejismo de nuestra imaginac ión.
-¿Qué ha sido eso?- Dijo Yánsy dando un salto al fr ente en
posición de alerta.
Los tres juntamos nuestras espaldas con las caras m irando en
distintas direcciones.
-Parecen asustados, yo diría.- Volvió a decir otra voz,
acompañada por una brisa revoltosa que burlonamente sopló,
enredando nuestros cabellos.
-¿Por qué no os mostráis y así podríamos saber en p resencia de
quienes estamos?- Preguntó Yánsy con tono irritado.
-Conocemos a los Karnákos. Son seres fácilmente sus ceptibles,
de gran corazón y nobles intenciones. Tenemos el pr ivilegio de
conocer a la dama Adár, sacerdotisa de Karnák, quie n en
ocasiones nos visita.- Dijo la primera voz que escu chamos.
115
-¿De qué raza proviene la de más altura? Se escapa a nuestro
conocimiento.- Pregunto otra de las voces.
-La humana parece bastante confundida, pero destila nobleza.-
Observó otra de las voces.
Sostenían una conversación entre ellos, ignorando a propósito
nuestra presencia.
-Nos inquieta el desconocimiento. Tenemos que pedir les que
nos informen con detalle a cerca de ésta, para noso tros,
desconocida especie.- Volvió a decir otra voz.
-Si nos informan al respecto, quizás podríamos perm itirles
quedarse un tiempo entre nosotros. ¿Qué os parece?- Interrogó
la primera de las voces.
Un murmullo positivo afirmó con rotundidad, al tiem po que las
hojas caídas de los árboles se arremolinaban de izq uierda a
derecha en sentido giratorio, como si de una danza ritual se
tratara.
116
-No daré a conocer mi rango a quien se obstina en n o mostrar
su rostro.- Dijo Arnowa, sujetando con firmeza su espada, en
postura amenazante.
Entre tanto Yánsy y yo, nos movíamos impulsivament e,
tratando de escudriñar las cercanías, con la intenc ión de atisbar,
alguna figura horrenda, tras la intensa frondosidad de los
ramajes.
-Tal vez sea el momento de claudicar, dándonos a co nocer. -
Sugirió la primera voz.
-No mostraré mi semblante a una raza que desconoce el respeto
hacia los habitantes de otros territorios.- Argumen tó otra de las
voces, un tanto ofendida.
-Amiga mía, creo que ante la evidente tensión que s e está
percibiendo y dada la desaventajada situación del m omento,
podrías dar un poco tu brazo a torcer y complacerlo s en sus
peticiones.- Sugirió entre dientes el Karnáko, sin dejar ni por un
momento, de blandir su corta espada.
-Yo sólo acato órdenes de mi señora, de nadie más. Las
exigencias de unos seres nada corteses, que se ocul tan como
117
cobardes por temor a lo desconocido, no me inspiran ningún
tipo de respeto ni consideración hacia sus deseos m ás
inmediatos, y mucho menos, la obligación de ceder a sus
peticiones. – Dijo con rotundidad Arnowa.
-¡Que insolente!- exclamó otra voz.
-No consentiremos que una extranjera nos hable de m odo tan
despectivo en nuestro territorio. Quizás debiéramos darles un
buen escarmiento para que sepan a quienes se están
enfrentando.- Dijo otra voz.
Las voces se notaban agraviadas por las últimas pal abras de la
arpía, y cuando creí que se desencadenarían acontec imientos
desagradables para nosotros, la primera voz, sin al terar el tono
dulcificado del principio, de esta manera habló.
-Tal vez la bella dama tenga razón en lo referente a nuestros
modales, y estos no hayan sido los más apropiados p ara recibir
a los visitantes, pero también, abogando en nuestro favor diré,
que en esta tierra, no estamos acostumbrados a reci bir visitas
inesperadas como la de ellos. De todas formas y vol viendo al
problema que nos atañe, propongo plantear la pregun ta de
118
manera menos agresiva, con el fin de que pidiendo d isculpas
por los hechos anteriores, ella muestre un poco de
complacencia.
A la pregunta me remito:
-¿Querría la dama, sacarnos de la ignorancia que s obre su
estirpe poseemos?-
Entonces nuestra compañera, bajo petición tan corre cta,
respondió sin titubeos:
-Me llaman Arnowa y procedo del antiguo linaje de A landé y
Marsú, soberanos del reino plateado.
Somos las Arpías y hompajaros, razas de la noche. E sta es mi
procedencia, y la cuna de la cual desciendo, es la del más alto
linaje.-
Cuando Arnowa concluyó, se hizo un silencio sepulcr al. No se
escuchaban voces, ni risas sarcásticas, ni comentar ios
burlescos, todo lo contrario, la pulcritud del ento rno, pareció
enmudecer, era tal el mutismo reinante, que hasta l as hojas de
los árboles detuvieron su respirar. Nos envolvía un silencio
119
ultratumbista. Pensé que había llegado el momento d e dar fin al
dialogo y dejar que las espadas hablaran, pero mis sensaciones
eran nuevamente equívocas.
Como súbitas apariciones, de cada tronco existente, salió una
figura. Eran masculinas y femeninas. Elegantes, esb eltos,
parecidos en mayor medida a la raza de los altos El fos, pero con
una peculiaridad fisonómica de la que ésta carece.
Los Nederianos poseían unas finas y largas alas, to talmente
incoloras, que brillaban con cada destello de luz, cayéndoles
elegantemente sobre la espalda, hasta la altura de los tobillos.
Tenían rostros de facciones suaves y felinas. El co lor de sus
cabellos era muy variado. Plateados, como los rayos lunares,
dorados, como los dedos del sol, azules, como la in mensidad
del firmamento, verdes, como la exuberante vegetaci ón del
entorno. Sus rasgados y grandes ojos de un vivo ton o violáceo,
emitían una paz inconmensurable que relajaba el esp íritu.
Se agruparon ante nosotros, y encabezando aquella
multitudinaria comitiva, el rostro más hermoso que mis ojos
pudieron contemplar jamás.
120
-Guardad vuestras espadas. – Dijo con tono cálido.
Nos encontrábamos en tierra extraña, ante unos sere s de
semblante angelical, que no mostraban indicios de s er
violentos, pero después de lo que habíamos dejado a trás, nos
resistíamos a creer en sus buenas intenciones, por lo que
desoyendo la recomendación que nos hacía la primera de las
voces, mantuvimos nuestras espadas en alto sin titu bear ni un
solo instante.
Entonces, aquella primera voz que ahora era visible y corpórea,
avanzó con sosiego hacia nosotros, y tocando el fil o de mi
espada con su veloz mano, la hizo desaparecer al in stante.
Ahogue una exclamación de asombro en mi garganta,
percatándome de que Zolev, había vuelto a su funda. En
cuestión de segundos, hizo lo mismo con las de mis
compañeros.
-Relajaos y no sintáis temor. Ahora todo está como es debido.
Me llaman Nídos y seré el guía de vuestros pasos mi entras
permanezcáis en el reino de Nede.- Volvió a decirno s con
amplia sonrisa.
121
-¿Qué extraño lugar es éste, que ajeno a los amargo s
acontecimientos que están sucediendo en los otros r einos,
conserva enigmáticamente el día y la noche?- Pregun to el
Karnáko sin retirar su mirada de la de nuestro anfi trión.
-Amigo mío, os encontráis en Nede, la sagrada tierr a dónde
moran las almas de los árboles. Pero por favor, si no os importa,
caminemos mientras hablamos, porque tenemos tareas que
llevar a cabo, y estas no pueden ser aplazadas. La supervisión
del nacimiento no puede demorarse.- Dijo Nídos con gesto
amable.
Cuando pronuncio esta última frase, cada uno de los presentes
se volvieron en dirección al árbol del cual había s alido,
desapareciendo elegantemente de nuestras asombradas
miradas, mientras se fundían en un abrazo con la ro bustez del
tronco.
Una música melodiosa, rompió las cuerdas del silenc io,
emergiendo de ella un canto armónico y extremadamen te bello.
122
-¡Vaya, esto sí que me sorprende, las Náyades os da n la
bienvenida con sus mejores cánticos!- exclamó Nídos con grata
sonrisa, entrelazando cómodamente sus manos a la es palda.
Alcanzamos un claro del bosque que dibujaba otra se nda, la
cual corría en sentido opuesto al que traíamos.
-Mencionaste con anterioridad el hecho de que Adár, mi señora,
solía visitaros con frecuencia.- Se interesó el Kar náko.
Nídos dibujó una mueca afectiva en su rostro, y mir ando a
Yánsy, le respondió de la siguiente manera:
-Como buen Karnáko, la curiosidad te caracteriza, a migo mío.
No dejas hilo sin atar, a menos que te interese. So is seres en
constante aprendizaje, y de ahí procede la sabidurí a que
atesoráis. Contestando a tu aguda observación, te d iré que si,
Adár suele visitar con frecuencia el reino de Nede. En esta tierra
el tiempo es más raudo, o al menos, por decirlo cor rectamente,
es infinidad de veces más veloz que el del exterio r, por eso
cuando se abandona Nede, solo habrá transcurrido de sde su
marcha, como mucho, una o dos horas en el exterior. Difícil de
123
entender, lo sé, pero así es como funciona. – Expli co el
Nederiano.
-No he entendido muy bien eso de que el tiempo es m ás lento
fuera de vuestras fronteras.- Dijo Arnowa un tanto confusa.
-Exactamente lo dicho. En Nede, cuando se crea una grieta
como por la que vosotros accedisteis, o se abre la puerta
secreta del reino, para recibir a algún conocido vi sitante, la
medida del tiempo tal y como los externos la conceb ís, deja de
existir; lo que aquí conocemos como días, en el pla no exterior,
pasan a ser minutos.
Somos Nederianos, y aquí nada envejece.- Explicó am ablemente
Nídos.
-Entonces Nede, ¿se podría definir como otro plano
dimensional?- Argumenté.
-Sí, pero para ser más exactos, añadiría que es una dimensión
paralela dentro de la tierra de las puertas.
Del reino divino, parten las almas desunidas de los árboles
hacia otras regiones.
124
Somos los pastores de la natura. Los que regeneramo s los
brotes maltrechos. Los que replantamos los bosques tras un
devastador incendio. Los que protegemos siempre baj o la
supervisión de Gea, el equilibrio y la durabilidad de todo entorno
natural. Con ese fin hemos nacido y ese es nuestro cometido.-
Dijo Nídos con más detalle.
Mientras dialogábamos, la mañana se iba transforman do en
tarde, la que, envuelta en luz crepuscular, nos ab razaba con sus
dorados rayos.
-Bien, es hora de un descanso, estamos llegando a l a primera
cúpula. Bajo su cobijo pasaremos la noche, y saciar emos
nuestros estómagos, con los frutos que tan generosa mente nos
proporciona la tierra. Después, cuando la tarde mue ra y la luna
nos ilumine con su blanca palidez, dormiremos en mu llidos y
blandos lechos. – Dispuso el Nederiano.
-Ya veo que lo tenéis todo bien planeado. – Observó Yánsy.
-No es planeado, es simplemente la tarea que a cada cual
corresponde. Todo sucede cuando tiene que suceder. Así de
simple.- Le respondió Nídos.
125
Los árboles empezaron a enmarañarse sobre nuestras cabezas,
ocultando la pulcritud del cielo, para terminar for mando, unas
cúpulas de gótico ramaje. El camino se hizo ancho y totalmente
despejado, como una alfombra de color verde deslizá ndose bajo
nuestros pies. A uno y a otro lado, unos troncos ro bustos se
erguían enfrentados, igual que columnas inhiestas p erdiéndose
en las alturas de las copas. No muy lejos de allí, se escuchaba el
fuerte vigor de una cascada que al ir descendiendo, tropezaba
en los tramos rocosos, despidiendo el sonido con má s potencia.
Al fondo de aquella arqueada y majestuosa construc ción de
verdes, la luz de la tarde penetraba horizontalment e,
propagando sus dorados hilos, y proporcionando a to da aquella
vereda por la que ahora tranquilamente nos paseábam os, una
cálida sensación de bienestar.
Nos desviamos a la derecha en un ramal del camino. Todas las
sendas eran iguales, o eso me pareció a mí. La últi ma que
pisamos, nos condujo hasta un conjunto de árboles a grupados,
suspendidos a gran altura sobre una llanada de verd e tierno.
Los árboles eran como cúpulas gigantescas que abarc aban un
gran perímetro, facilitando el tránsito entre ellos , unos puentes
126
colgantes. Aquellas siluetas naturales, semejaban a la vista, un
bello castillo de madera, labrado todo él, por los dedos de las
ramas.
Nidos se detuvo y dijo:
- ¡Contemplad la cúpula más antigua del reino Neder iano! Pocos
han tenido este privilegio.-
Las palabras no fluían, para describir tanta bellez a, por lo que
simplemente, nos mantuvimos en silencio.
Ascendimos por los puentes que se entrecruzaban, mi entras
nos daban la bienvenida al lugar, la Náyades, los N ederianos y
las Dríades, que se acomodaban en las terrazas colg antes.
Cuando alcanzamos el punto más elevado de aquella a rmónica
conjunción natural, nos asomamos a un espacioso mir ador de
forma picuda, desde el que pudimos admirar, el asom broso
esplendor del reino Nederiano.
-Tomaros vuestro tiempo y disfrutar de la maravilla que tenéis
delante, pues en estos momentos, os encontráis en l a copa del
árbol del color. El más elevado, antiguo, sabio y a ñejo, de los
árboles que forman nuestro territorio. Él proporcio na a sus
127
hermanos dentro y fuera de nuestra región, los dive rsos colores
que cada especie luce, en el momento de su floració n. Yo soy el
alma del Roloc led Lobrá, tal es su pronunciación e n lengua
Nederiana. Nuestra desunión se consumó mucho tiempo atrás, y
hasta ahora, no sentí la necesidad de abandonar su compañía
pues, la mano benefactora y aliada de Eolo, señor d e los
vientos, se complacía en ayudar a transportar hasta su destino,
las semillas invisibles del color, para que llegado el instante,
cada una de las floraciones tuvieran lugar en el se gundo
preciso. Pero ahora….- Nidos no concluyó la frase y una sombra
de preocupación turbo su semblante.
Después de unos momentos en aquella agradable altit ud,
descendimos dos niveles hasta una sala que miraba a l exterior,
en dónde unas hermosas Náyades habían preparado una larga
mesa al borde de otra espaciosa terraza, repleta de frutos y
otras variedades de comida.
Los cantos no cesaron, más bien todo lo contrario, parecían
haberse acentuado, cuando la tarde cedió su paso a la noche.
La luz de los faroles colgantes, irrumpió en el ent orno,
iluminando aquel extenso y hermoso paraje.
128
En el horizonte despejado, mas allá de la arboleda, en medio de
su jardín de estrellas, la luna eclosionaba, esparc iendo finos
hilos de nácar, sobre toda la extensión de Nede.
El semblante de Arnowa brilló con una paz indescrip tible. Se
puso en pie, saludando a la majestuosidad nocturna.
-¿Qué hace?- pregunto Nidos.
-Algo de lo que se ha visto privada desde hace ya t iempo. El
ritual del saludo lunar.- Le informé.
Arnowa, bañada por una luz suave, avanzó hasta el e xtremo
Norte del mirador. Se subió al filo, y seguidamente , desplegó
sus alas con delicada elegancia. En aquella escena de claro
lunar, contemplamos fascinados, la belleza nocturna de Arnowa.
Una de las hijas de la noche, procedente del más al to linaje.
Mientras los presentes nos deleitábamos con sus per fectos y
distinguidos movimientos, se dejo caer al vacío. Ra udamente la
vimos emprender el vuelo, al encuentro de la diosa luna. Cuando
pestañeamos, solo era un punto móvil en el centro d e la lejanía.
129
A su regreso, inclinó la mitad de su cuerpo ante el anonadado
Nídos diciendo:
- Gracias doy, por permitirme pisar este divino rei no, el cual me
ha concedido, aunque sólo sea una vez más, la oport unidad de
llevar a cabo, el rito nocturno.-
Nídos no tenia palabras para responderla, se quedó totalmente
mudo, impactado por la divinidad y el fino aletear de Arnowa.
Sus miradas se cruzaron unos instantes, descubriend o que en
sus corazones, se había despertado el arrullo del a mor.
Momentos después, en otra sala muy parecida a la an terior, un
nivel por debajo, en el mismo núcleo del Roloc led Lobrá, nos
preparábamos para el descanso. Las camas eran mulli das,
blandas, y la vista relajantemente sosegadora. Todo hubiera
sido perfecto aquella noche para mí, si hubiera ten ido a mi vera,
la compañía de mi fiel amiga Sáde, a quien tanto ec haba de
menos.
No hubo sueños turbadores durante el descanso. Me c ostó
mucho penetrar en el mundo de Morfeo, señor de los sueños,
130
pero cuando lo hice, todo fue como un baño de agua cálida en
una tarde de frío.
Al despuntar el Alba, escuche la suave voz de Arnow a que me
decía:
-Vamos, perezosa, todos te están esperando en la sa la comedor.
El desayuno está servido. –
Poco tiempo tarde en asearme para reunirme con los otros, y
nada más verme, Nídos:
-Muy buenos días. Pareces relajada. Eso me indica q ue tu
dormitar ha sido reparador. Me complace que así hay a sido.-
-Gracias, y buen día para todos. Sí, hacía mucho ti empo que no
descansaba de esta manera. He dormido como una niña , todo
seguido y de un tirón.- Respondí alegremente.
Después del desayuno, descendimos por los puentes c olgantes,
volviendo a la senda del día anterior.
Cuando más nos distanciábamos del Roloc led Lobrá, una
sensación de tristeza se iba apoderando de mí.
-Una sombra de palidez nubla tu rostro Ándra.- obse rvó Nídos.
131
-Difícil se me hace explicar lo que siento.- Contes té.
-No te sientas triste por lo que dejas atrás, sino, afortunada por
haber sido testigo de ello.
Las experiencias que recogemos durante el transitar de nuestra
existencia, nos hacen ser como somos, seres únicos e
inimitables. Disfruta de lo que te brinda el moment o sin pensar
en nada más. No es lo que se tiene, lo que concede valía al ser,
es lo que uno hace, durante el tiempo otorgado, lo que marca la
huella de su paso.- Me hizo entender Nídos.
La mañana iba despertando lentamente, cuando alcanz amos el
lugar conocido por los Nederianos, como el nacimien to de los
árboles.
Era un ambiente enigmático, lleno de luz reflejada. Las Náyades
pastoreaban el terreno, proporcionando a los brotes nuevos que
pronto serían trasplantados, las necesidades que e stos
requerían.
Cuando se percataron de nuestra presencia, una de e llas salió
del río que circunvalaba el paisaje, encaminándose hacia
nosotros. Cuando la tuvimos enfrente, dijo mirando a Nídos:
132
- Mi señor, casi es la hora. Los visitantes tienen que seguir el
ritual antes de entrar en contacto con el agua.-
-No te preocupes, yo los aleccionaré. ¿Han llegado los
portadores?- Preguntó Nídos.
- Sí, todo está listo para la ceremonia.- Le respon dió ella.
-Ocupa pues tu lugar, nosotros vamos enseguida.- La instó
Nidos.
La Náyade, asintiendo con la cabeza, se alejó para posicionarse
a orillas del río.
-Tenéis que descalzaros. En el río sagrado se tiene que entrar
con los pies desnudos, de lo contrario, podríais se r ahogados
por sus guardianes.- Nos informó Nídos.
Cuando entre en contacto con el agua, mi cuerpo sin tió un
agudo escalofrío pues, su temperatura, era tremenda mente baja.
-No os separéis de mí ni un solo instante. Una vez iniciado el
ceremonial, nada debe perturbarlo. Manteneros en to do
momento callados, ya que es de vital importancia, que las
almas de los árboles que están por nacer, escuchen claramente
133
la llamada de la Náyades.- Nos advirtió Nidos con g rave
semblante.
Todos asentimos con respeto.
El ritual dio comienzo cuando el sol besó culminant e la
techumbre del cielo. Las numerosas Náyades, se agru paron
formando un abierto abanico en el lugar más profund o del río,
quedando suspendidas sobre el agua, por unos nenúfa res
rosados de grandes dimensiones.
Una carroza acuática tirada por blancos delfines y capitaneada
por una de las ninfas, se aproximó a la orilla, en la cual,
esperaban enfilados los Nederianos portadores.
El que ocupaba el primer lugar, le entregó un retoñ o de árbol.
Ella, con sumo cuidado, lo depositó dentro de la ca rroza.
Seguidamente, ordenó a los delfines que se dirigier an al núcleo
del río.
Allí se detuvieron.
El sol vertió sobre el brote, una cascada de luz do rada,
impregnándolo de la misma. En ese momento, las Náya des
134
alzaron los brazos al clamor del día, elevando sus cristalinas y
hechizantes voces hacia la infinidad del éter. Fue en el punto
álgido de aquella ceremonia, cuando un pequeño, cas i diminuto
Nederiano, salió del árbol niño, revoloteando nervi oso como una
luciérnaga.
Nídos, habló:
-El alma de la Acacia, ha nacido, y hasta el moment o de la
desunión, todo el sentir de ambos, será uno sólo.-
Dicho esto, el minúsculo Nederiano, volvió a penetr ar en el
joven árbol, y éste fue conducido por el carruaje d e delfines
hasta la orilla, en dónde pacientemente esperaba su portador.
Por último, la Ninfa se lo devolvió con gesto amabl e.
-Portador, busca un claro del bosque donde la luz d el día lo
salude. Hunde sus raíces en tierra para vigorizar s u crecimiento,
y de esta forma se completará otro ciclo vital en e l reino de
Nede.- Finalizó diciendo Nídos.
Cuando la luz de la mañana declinaba, para fundirse en eterno
abrazo con la tarde, la ceremonia del nacimiento se dio por
concluida. La tradición obligaba a todos los prese ntes, a
135
bañarse en la cascada del río, mientras las Ninfas nos bendecían
con sus favorables hechizos.
Sonó música de arpas, violines, y otros instrumento s invisibles.
Se sirvieron bandejas rebosantes de frutos, un sucu lento néctar
elaborado secretamente por las Dríades. Hubo risas, bailes,
juegos, cánticos, y la alegría desbordó el lugar.
Nidos danzaba con Arnowa, y el Karnáko, con una de las Ninfas,
cuando decidí retirarme a un lugar más tranquilo, u n tanto
alejado del bullicio de la fiesta.
Me senté al borde del Río, en una roca plana, miran do de frente
la cortina blanquecina de la gran cascada.
Anochecía, y las estrellas se dibujaban en el agua ondulante, la
cual en su movimiento, jugueteando con ellas como siguiendo
el ritmo de la música, las hacía aparecer y desapar ecer.
Cuando estaba allí, asolas con mis pensamientos, me invadió un
sentimiento de nostalgia. En aquel rincón poético d onde la
maldad no tenía cabida, eché de menos a mi gran ami ga Sáde.
Por un momento, imaginé estar en su grata compañía,
136
disfrutando de una intensa e inteligente conversaci ón sobre las
circunstancias actuales.
-¿Por qué tanta tristeza en tu rostro?- Me preguntó un Nederiano
que se había acercado en silencio.
Sorprendida, como si me hubiera descubierto robando
manzanas, respondí con otra pregunta:
- ¿Quién desea saberlo?-
- Nidrás.- Contestó sonriente.
- Pues bien Nidrás, no estoy triste, simplemente un poco
preocupada, eso es todo.- Dije intentando disimular mi estado
anímico.
- Y puedo preguntar, ¿cuál es el motivo de tu preoc upación?-
Volvió a inquirir el Nederiano.
La insistencia de Nidrás, dio rienda suelta para de cir lo que
callaba.
- Pues verás, aunque todo este ambiente festivo es una
verdadera delicia, no puedo ignorar la tragedia que se expande
en la tierra de las puertas. Tengo la sensación de que todo Nede,
137
es irreal, como sustraído de un sueño ideal, del qu e nadie quiere
salir, para no enfrentarse a la dureza de estos día s. Es el refugio
perfecto para un aislamiento ficticio. Llegado el m omento,
¿Cómo afrontaremos el camino que tenemos por delan te fuera
de aquí? Será difícil retomarlo donde lo habíamos d ejado,
después de saborear la iluminación de vuestro marav illoso
reino.-
- Tu preocupación es lógica, pero debo añadir algo en referencia
a los Nederianos, que en absoluto, permanecemos aje nos a lo
que pasa en el exterior. Estamos permanentemente en
comunicación con otras regiones, y sabemos de prime ra mano,
la terrorífica situación que atravesamos. Esto nos afecta a todos
por igual. Nuestra hora de tomar parte activa en la liberación de
las fronteras exteriores, todavía no ha llegado, pe ro cada vez, la
vemos más cerca. Las grietas en nuestro reino han s ido varias,
y aunque algunas, como por la que vosotros accedist eis, ya han
sido cerradas, otras que posteriormente se han ido abriendo,
todavía están en reparación y bajo estricta vigilan cia. El
equilibrio natural se está descompensando, y nuestr a partida
hacia otros reinos, es cada vez más perentoria.
138
Las almas que han consumado la desunión, están sien do
enviadas a la regeneración de los territorios más d añados. Ésta
es una de las muchas tareas a desempeñar en zona ho stil.
Sabemos que el peligro acecha en cada rincón, y que muchos
de nosotros, pereceremos en el intento, pero no por ello
abandonamos. La armonía natural mantiene en perfect o estado
a Nede, si la balanza se descompensa, el reino pasa rá a ser una
mera leyenda. Nada es ajeno a la sombra, y esta par a desgracia
de todos, se alarga con gran rapidez. - Así habló N idrás.
Miré hacia el festejo en silencio, observando como todos se
divertían ajenos a aquella conversación, mientras v olviendo mi
atención a Nidrás, dije:
- Todo lo que está pasando se escapa a mi comprensi ón. Intento
una y otra vez buscarle una lógica, un propósito, p ara que mi
mente se agarre a ese hilo de explicación, pero por mucho que
me esfuerce, sigo sin entender.-
-Ándra, la perversión no tiene explicación, nace y se expande
cual virus abrasador.- Dijo Nidrás.
139
- Me hubiera gustado no haber oído jamás hablar de los Grúns,
de los centauros y de todas esas mortíferas razas q ue prestan
servicio a favor del mal.
En fin, cambiemos el tono de nuestra conversación p ues, no
quiero dedicar ni un solo pensamiento más, a todas esas
repugnantes bestias.
Desde que llegamos a Nede, en varias ocasiones a sa lido el
tema de la desunión, pero ignoro en qué consiste.-
-La desunión es un acto único que sólo se da en nue stra
especie.
Durante el crecimiento, el árbol, y el alma del mis mo, son uno
solo. El alma, no puede aventurarse más allá de su lugar de
nacimiento, pues si lo hiciera, perecería, y su árb ol natal con
ella.
Si el árbol enferma, ella también, si sufre, ella t ambién, todo lo
que le suceda a uno, le pasa al otro. Pero cuando e l árbol
alcanza la plenitud de crecimiento, entonces, ha ll egado el
momento de la desunión.
140
Mediante una larga ceremonia, el alma se desune de su árbol
natal para que pueda tener libertad de movimiento, ayudando
con su independencia, al cuidado y enseñanza de ot ras almas.
Las almas desunidas poseen el don de la inmortalida d y gracias
a ello, pueden mantener el equilibrio vital de la n aturaleza.
Son muy pocos los que llegan a la desunión, ya que muchos
perecen antes de alcanzar este punto. El vínculo de natalidad
entre el árbol y su alma, jamás desaparece, y ante cualquier
indicio de peligro, esta, lo protegerá con un conju ro personal.
Espero haber satisfecho tu curiosidad, en lo refere nte a esta
ceremonia Nederiana.- Me explicó Nidrás.
-Sin duda lo has hecho.- Conteste complacida.
-Ándra, para que veas hasta que punto estamos del t odo
implicados en los acontecimientos externos, te voy a desvelar
un secreto.-
Mirándole con curiosidad, dije:
- Mm, un secreto. Cuenta, cuenta. –Sonreí.
141
-El libro Azul, es una de nuestras valiosas creacio nes. De Nede
partió, hasta el refugio de Gea, para ser entregado a la
guardiana. Lo que desconocíamos, hasta que llegaste is, era la
raza de su protectora. Nos complace saber que la el egida es
Arnowa.-
-Entonces, también sabéis por el libro hacia dónde nos
dirigimos.- Dije confiada.
-No. El libro azul ya no nos pertenece, y no tenemo s poder
alguno sobre él. Sólo tenía la obligación de comuni carnos como
creadores del mismo, a quien se le había concedido el honor de
portarlo. Ahora nadie, a no ser la guardiana, tiene el privilegio de
poder ver lo que le muestre su interior.- Me aclaró .
Aquella noche, descansamos sobre la hierba esponjos a a la
orilla del río. Unos faroles colgantes, suspendidos sobre las
aguas por unas columnas de mármol verde, salpicaban el
líquido elemento con una luz que sosegaba los espír itus.
Acostada al lado de Arnowa y Yánsy, el sueño no tar dó en
acudir, y cuando me hallaba en ese estado de
142
semiinconsciencia, por unos instantes pude ver clar amente el
rostro de Sáde.
Dormía plácidamente en un lecho de blancas plumas. Eché un
rápido vistazo en derredor, con el fin de adivinar dónde se
encontraba mi amiga, pero todo me fue desconocido.
No había árboles ni vegetación terrestre, sí, mucha s plantas
acuáticas flotando en los estanques, y diversas fig uras de
animales marinos, esculpidas en cristal diamantino
embelleciendo el lugar. Las calles, eran anchos can ales que
delimitaban las zonas secas sin escaleras, en donde las Sirenas
habitaban.
Mi vista se dirigió al techo, buscando el aspecto q ue tendría el
plano exterior, tropezando con una gran bóveda de c ristal que
transparentaba los rayos extraviados de una luz déb il, oscilando
en el agua que cubría la cúpula. Entendí que aquel sitio estaba
construido bajo las aguas.
Intenté acercarme a Sáde para despertarla y poder e scuchar
nuevamente su voz, pero las Sirenas me cerraron el paso al
tiempo que me decían:
143
-El sello está en letargo. No debe ser perturbado. Regresa al
mundo de lo terrestre, o el influjo de Árnas te atr apará para
siempre. Este no es tu sitio.- Me instó un coro de voces.
- En ese instante me desperté. Mis ojos se encontra ron con los
de Nídos, quien ya en pié, así me habló:
-Ella está ahora fuera del alcance enemigo, por sue rte para
todos nosotros. No debes preocuparte.-
Asentí con la cabeza y me incorporé.
Las luces del día asomaban tímidamente por entre lo s verdes, y
la cascada cercana, mudaba constantemente el color que la
alcanzaba, quebrándose en un arco iris reflectante. Las
Náyades se habían ido, al igual que las columnas mi steriosas
aparecidas durante la noche para alumbrar el lugar . Tampoco
se divisaba ningún Nederiano cerca, sólo quedábamos en aquel
vergel natural, Yánsy, Arnowa, Nídos y yo.
-¿A dónde se han ido todos?- Pregunto Yánsy.
-El ritual finalizó y cada cual ha retomado la tare a cotidiana que
habitualmente le corresponde- Respondió Nídos.
144
-La noche pasada tuve una conversación muy interesa nte con
un Nederiano. Hoy soy un poco más sabia gracias a é l.- Dije.
-El conocimiento, siempre es bueno en cualquiera de sus
formas.- Me sonrió Nídos
-Sí, el libro azul por ejemplo…..-
-Ándra, no sigas por ese camino. Esos son asuntos q ue
solamente a nosotros tres nos conciernen.- Me inter rumpió la
sorprendida y un tanto acalorada Arnowa.
Nidos, sonreía con discreción.
-Ándra, ¿tú te has vuelto loca o qué? No le hagas d emasiado
caso, Nídos, pues creo que nuestra amiga desvaría. Me parece
que ya hemos demorado demasiado tiempo nuestra part ida y
deberíamos replantearnos el continuar camino.- Dijo con tono
resuelto Yánsy.
-No os preocupéis amigos míos, pues los Nederianos, son
conocedores del libro Azul. Podemos confiar en ello s. Os lo
aseguro.- Dije tratando de tranquilizar al Karnáko y a la arpía,
145
quienes trataban de quitar importancia ante Nídos, a lo que yo
estaba diciendo.
-Sí, somos conocedores de ese libro único que muest ra el
camino o los acontecimientos que se avecinan. Con e se
propósito ha sido creado.- Afirmó Nídos.
Al decir esto, el entrecejo de Arnowa se frunció, y agarrando con
fuerza su mochila, protegió lo que en ella se guard aba. Su
postura defensiva, mostraba que por encima de todo, la misión
que nos habían encomendado, era lo más importante p ara
todos.
-No tienes nada que temer, Arnowa, pues los creador es del libro,
son los Nederianos, aunque según me informó Nidrás, ya no
ejercen ningún poder sobre el mismo. Tal privilegio lo perdieron,
cuando Gea te lo entregó.- Le expliqué.
-Nidrás es muy sabio, y adivino, por la decisión to mada al
hacerte participe de nuestros asuntos, que vio en t i algo muy
especial. Esto me complace.- Argumento Nídos.
-¡No me lo puedo creer, vosotros sois los creadores de tan
valioso instrumento!! Eso sí que es una sorprendent e
146
revelación. Claro, ahora entiendo, el libro nos gui ó hasta
vosotros, o no, quizás no entienda del todo. ¿Estam os
siguiendo la voluntad del libro azul, o tan solo no s indica los
peligros que se presentan en el camino? Estoy un ta nto confuso
al respecto. – Dijo Yánsy.
-El libro tiene voluntad propia, eso sin duda, pero en los hilos
del destino existen espacios impredecibles, por lo que él, no
puede mostraros con exactitud lo que va a acontecer .
Simplemente se limitará a daros pistas y mostraros lugares, los
cuales la guardiana tendrá la capacidad suficiente para
descifrar. Él confía plenamente en ella y procurará en la medida
de lo posible, ajustarse a la realidad que os esper a más
adelante. Cuando el futuro se hace presente, él esc ribe la
historia tal y como sucede, para que quede constanc ia en sus
páginas, de la verdad acaecida- Explicó el Nederian o.
-UHF, muy complicado para mí en estos momentos. Mi mente se
niega a esforzase tanto por entender. Prefiero deja rlo como
está.- Resopló con aire de agotamiento el Karnáko.
-Nidrás, también me comento lo de la partida de los Nederianos.-
Dejé resbalar nuevamente.
147
-Jajaja, si, ya veo que te ha informado sobradament e. Pero dime,
¿también te desveló lo de su pronta desunión?- Quis o saber
Nídos.
-No, tal evento lo omitió. Me explicó su significad o, pero dejó de
lado esa parte.- Contesté.
-Pues cuando la mañana alcance el medio día, ese
acontecimiento será un hecho. Si estáis dispuestos a demorar
un día más vuestra partida, podréis contemplar otro gran
acontecimiento en la tierra de Nede.-
-Todo depende de lo que decidan hacer mis compañero s.-
Contesté mirándolos.
-A mi me parece bien. Pero que sólo sea un día. Mañ ana al
despuntar con las primeras luces, partiremos.- Reso lvió Arnowa.
-Me sumo a ello. – Añadió Yánsy.
-Y yo, que estaba preocupada por como os afectaría el regreso a
las oscuras laderas del exterior.- Dije aliviada.
-¿Cómo es posible? ¿Ponías en duda nuestra priorida d Ándra?-
Inquirió el Karnáko.
148
- Debo confesar que dudé.- Dije, con un, lo siento, en la mirada.
-Esto me gusta, existen lazos fuertes que no se dob legarán con
facilidad ante las adversidades que se nos presente n en el
camino. – Dijo Nídos con semblante satisfecho.
-¿Cómo, es que te unirás a nosotros?- Pregunto Arno wa con un
resplandor en la cara.
- Si, y no seré el único. Nidrás también estará gus toso de
acompañarnos. Pero, no sin vuestro beneplácito.- Af irmó el
Nederiano buscando nuestra aprobación.
- Será todo un honor disfrutar de vuestra compañía. - Dijo
Yánsy.
- Pues si todos estáis conformes, así será.- Resolv ió la placida
voz de Nídos.
Cuando abandonábamos el Nacimiento de los Árboles,
regresando al camino principal, un hecho extraordin ario captó
mi atención.
De la tierra, brotó espontánea y lenta, una hoja ve rde, seguida
de un pequeño tallo, el cual, estirándose hacia arr iba, buscaba la
149
caricia del sol. Se mecía a derecha e izquierda, co mo un recién
nacido, intentando desperezarse del entumecimiento en el que
había permanecido durante su gestación. No sobresal ía más de
un palmo del suelo, cuando al parecer, satisfecho d e haber
conseguido por fin el beso solar, se quedó totalmen te inmóvil.
Me invadió una euforia interna que acelero las pal pitaciones de
mi corazón, y en aquel instante comprendí, que aun a pesar de
las sombras, la vida, seguía abriéndose paso.
La senda que ahora recorríamos, zigzagueaba
pronunciadamente, acompañada a nuestra derecha, por un
riachuelo de cantar alegre.
Hicimos un alto en el camino para recoger unos frut os y beber el
agua transparente del arroyo.
Faltaban algunas horas para el medio día, cuando el sendero
finalizó en un ajardinado páramo. Era la antesala d e una extensa
llanura.
Lejos, en el horizonte, próxima a las montañas, des tacaba por
encima de la tupida arboleda, una cúpula semejante a la del
“Roloc led Lobrá”.
150
La ancha avenida por la que caminábamos, conducía hasta él,
pero no tomamos aquella dirección pues, nos desviam os hacia
el llano, dónde otro árbol de frondosidad exuberant e, solitario,
desplegaba su sombra por el circundante perímetro. Estaba
copado de unas flores blanquecinas que le daban un aspecto de
sólida madurez.
-Percibo tristeza en el aire.- observé.
-Sí, tristeza y al tiempo alegría. Las dos van unid as en este
momento. La tristeza de un Nederiano que pronto dej ará parte
de lo que fue en su árbol natal, y la alegría del á rbol, que gracias
a su alma, puede adquirir más conocimiento del que hasta ahora
posee.- Explicó Nídos.
Mientras caminábamos hacia el florido Almendro, pud imos
contemplar el ajetreo de las Náyades y Dríades que se afanaban
en los preparativos de la ceremonia. Muy lentamente , otros
Nederianos se fueron sumando al lugar. A escasos me tros de
dónde se iba a protagonizar tan magno acontecimient o, Nídos
se detuvo, y todos los demás con él. De la hierba s urgieron trece
tronos de cristal.
151
Era imposible precisar cuántos Nederianos estaban
congregados allí, pero eran cientos.
Cerca de los sitiales, tres sillones de trabajada m adera, se
adecuaban a nuestros respectivos tamaños.
-Debéis ocupar vuestros asientos, yo tengo que pres idir la
ceremonia. -Nos comunicó Nídos, indicándonos con un ademán,
la zona para nosotros dispuesta.
Los Nederianos desunidos, ocuparon sus tronos, y Ní dos entre
ellos. Todos los demás, permanecieron en pié.
Yánsy, no se unió a nosotros de inmediato, quería c uriosear un
poco antes del inicio de la ceremonia.
Con las manos entrelazadas a la espalda, mostrando un aire de
gente importante, caminó disimuladamente hasta el frondoso
Almendro. En ese punto, una Ninfa se dirigió al Kar náko
diciéndole:
-La desunión dará comienzo en breve, por lo que te aconsejo
que ocupes tu lugar. Además, estas en el camino y s i no te
retiras a tiempo, podrías mojarte.- Le sonrió.
152
Yánsy sin contradecirla, inclinó hacia delante lige ramente la
cabeza y volviendo sobre sus pasos, ocupó el asient o reservado
para él.
-Me ha dicho que podía mojarme, que estaba en el ca mino, pero
yo no veo agua por ninguna parte.- Dijo entre dient es.
-Más allá de la vista, existen otros mundos, formas y lugares,
que se muestran cuando menos te lo esperan. - Le di jo Arnowa.
-Sí, sí, pero yo sigo sin ver agua por ningún sitio . Mírala, allí se
ha quedado como una estatua de mármol.- Volvió a ma scullar
por lo bajo con evidente malestar.
-Yánsy guarda las formas por favor, está dando comi enzo el
ceremonial.- Le regañé.
La Ninfa que aguardaba pacientemente junto al árbol
protagonista, pronunció unas palabras que ninguno d e nosotros
entendió, y de súbito, las hojas se estremecieron t emblorosas.
Acto seguido, tocó la hierba con su mano, y ésta, s e retiró hacia
ambos lados.
153
Un manantial de agua cristalina brotó raudo, esparc iendo
circularmente su incolora tonalidad, por la anchuro sa base del
tronco.
-¡Es la hora!- Dijo Nidos poniéndose en pie.
Las ramas volvieron a agitarse esta vez con más vig or,
propagando su agradable fragancia.
Los que permanecían sentados, se levantaron jerárqu icamente,
mientras sus nombres eran pronunciados, por la voz del
conductor ceremonial. Nosotros, respetuosamente, t ambién
nos incorporamos.
Con aquella brillante luz matinal proyectada en los verdes, todo
parecía mágico.
Nidrás, cubierto por una túnica de blanco resplande ciente,
surgió del robusto tronco.
Se hizo el silencio. Los cantos cesaron. El murmura r de la brisa
se detuvo. Las aguas del manantial se paralizaron. Del suelo, a
los pies descalzos del Nederiano, emergió un trono de cristal.
154
Las náyades con una sola voz profunda y envolvente,
pronunciaron un conjuro. El trono, se suspendió en el aire con
la ligereza de una pluma, deslizándose con suma sua vidad, al
encuentro de los otros trece. Una vez se hubo asent ado en el
lugar que le correspondía, las flores del Almendro descendieron
como lluvia cálida sobre el cuerpo de Nidrás, cubri éndolo en su
totalidad. Del árbol salió una voz intensa y añeja :
-Ahora ve, alma mía, camina por la tierra de los mo rtales.
Recoge de ellos lo que puedan enseñarte, pues nunca se
conoce lo suficiente, ni se es demasiado sabio. La desunión es
un hecho ya consumado. Tu independencia fortalece m is raíces.
Aunque desunidos, por siempre seremos uno.-
Nidrás salió de entre las flores para reverenciar a su árbol natal,
y de igual manera fue correspondido por las ramas m ás
próximas.
- Ven Nidrás, ocupa tu sitio entre los inmortales N ederianos.-
Señalando el trono desocupado, lo invito Nídos.
Aquella noche la pasamos en la segunda ciudad habit ada, quien
bordeada por un gran lago, destilaba calma y sosieg o.
155
Con las primeras luces del día, emprendimos la marc ha hacia
una de las fronteras del reino.
Ahora éramos cinco los caminantes que nos aventuráb amos
hacia parajes desconocidos e inhóspitos, con la úni ca
esperanza de dar pronto cumplimiento a nuestro come tido.
-Bueno, bueno, dos personajes masculinos más, esto me gusta.
Sí señor. Ahora somos mayoría.- Bromeó Yánsy.
A medida que avanzábamos, íbamos dejando atrás la
frondosidad de los árboles, para penetrar en una pr adera de
exuberante y baja vegetación.
Nos detuvimos en varios trechos del camino durante el día,
resistiéndonos a abandonar el reino de la luz, sin antes disfrutar
un poco más de las maravillas naturales que nos ofr ecía cada
nuevo paso.
La tarde declinaba, cuando una luna henchida de bla nco nácar,
hacía acto de presencia en el firmamento.
Habíamos alcanzábamos la frontera sur de Nede.
156
Hicimos un alto, en la embocadura de la cañada peñ ascosa de
Rusnif.
En lontananza, sobre la cúspide alisada de una mont aña, se
perfilaba contra el cielo enrojecido, la gélida fi gura del bastión
Onreva.
-Con vuestra aprobación, me ausentaré unos momentos . No
deseo marcharme sin antes mostrar mi respeto a la d iosa luna.-
Dijo Arnowa.
-Tómate el tiempo que necesites. Aquí nos encontrar as a tu
regreso.- Le respondió complaciente Nídos.
No tardó mucho en reaparecer la arpía; y sin más de mora, nos
preparamos para salir de aquel plano dimensional.
Mientras recogía mi mochila del suelo y me la coloc aba a la
espalda, sentí una llamada repentinamente lejana.
-Ándra, ven a nosotras, te estamos esperando. Somos tus
hermanas.- Decían las voces.
-¿Qué ha sido eso?- Pregunté con ojos sorprendidos, mirando al
resto del grupo.
157
-¿El qué?- Se intereso Arnowa con inquietud.
-Las voces. ¿No las oís?- volví a inquirir.
-Yo no escucho nada.- Dijo el karnáko esforzándose por oír.
Sin llegar a entender porqué, y contra mi voluntad, mis piernas
se pusieron en movimiento, acelerando cada vez más el ritmo.
Sentí la presencia de unas entidades desconocidas a mi lado,
que me instaban a marchar con presura, en direcció n a la
fortificación de más allá.
-Ándra, espera. ¿Qué te sucede?- Gritó Arnowa con
desesperación.
Con gran esfuerzo, giré la cabeza sin dejar de corr er hacia
adelante, y ante la indefensión de poder utilizar l a palabra, les
pedí ayuda con la mirada.
Nidos, entendiendo el maleficio que se había infilt rado por
aquella frágil frontera, extendió sus brazos hacia mí, con las
palmas de las manos en señal de alto, diciendo;
158
- El Reino de la luz, fulmina las tinieblas del ext erior. Prohibido
queda su paso a toda presencia oscura. Os ordeno qu e volváis
al abismo del cual procedéis.-
Unos gritos pavorosos, se difuminaron en el aire, y de
inmediato, me sentí liberada. Mi mente perdió la co nciencia, al
tiempo que me desplomaba en el suelo. Cuando volví a
recobrarla, apoyaba mi espalda en una pared rocosa, mientras
mis amigos, con caras de preocupación, se agrupaban entorno a
mí.
-Ándra; ¿Cómo te encuentras?- Se interesó Arnowa.
- Un tanto cansada.- Respondí con escasas fuerzas.
- ¿A quienes pertenecían esas voces?- Pregunté mira ndo a
Nídos.
- Te viste alcanzada por la llamada de las Xánimas. - Me explicó
el Nederiano.
-¿Qué son y como lograron traspasar las fronteras i nvisibles de
Nede?- quiso saber Arnowa.
159
-Las Xánimas, fueron tiempo atrás, grandes consejer as de los
reinos soberanos. Poderosas hechiceras al servicio de los
hombres. Ahora son espíritus malignos que profesan
obediencia al poseedor de almas. Esto hecho, confir ma las
sospechas que teníamos sobre la debilitación de nue stras
fronteras. – Dijo Nidos con semblante preocupado.
-Lo que no entiendo, es el por qué me eligieron a m í y no a
cualquiera de vosotros.- Analicé; al tiempo que per cibía una
mejora constante.
-Es sencillo. Tú eres de su raza, y para ellas es m ás fácil
controlar las voluntades que mejor conocen. Muchos años
caminaron en compañía de los hombres. Saben de su v alor, de
su lealtad, de su orgullo, pero también son conoced oras de sus
debilidades y flaquezas. Dichos conocimientos les c onceden, un
desmesurado poder sobre la raza humana.- Explicó Ni drás.
-Evitemos esta salida. No debemos enfrentarnos abie rtamente
con tan malignos seres.- Sugirió Yánsy.
160
-Lo que realmente me inquieta, es la facilidad de c ontactar con
la mente de Ándra, cuando todavía no hemos cruzado la frontera
de Nede. – Se inquietó Nídos.
-No se puede cambiar lo que está escrito amigo mío. La hora de
nuestro pueblo en la reconquista del exterior, está más próxima
de lo que pensábamos. - Añadió Nidrás con una suave palmadita
en la espalda de su hermano.
-Busquemos pues, la salida al estanque Ollirama. En ese lugar,
abriremos un portal al exterior.- Decidió Nídos.
Todos estuvimos de acuerdo.
La noche profunda y límpida, abrazaba con sus mágic os dedos
aquella apacible tierra y mientras caminábamos haci a el
estanque Ollirama, tuve la agradable sensación, de que nada
malévolo podía perturbar aquel paisaje de eterna tr anquilidad.
Allí, en la pulcritud nocturna, hasta el canto de l os grillos
parecía imperturbable.
Cuando la claridad matinal asomaba, diluyendo las ú ltimas
sombras nocturnas, alcanzamos unas formaciones roco sas.
161
-Este es el lugar perfecto para crear el portal. Al otro lado se
desliza la senda del Ollirama.- Dijo Nídos detenién dose.
Los dos Nederianos juntaron sus manos y cerraron lo s ojos. De
sus labios brotó al compás el lenguaje de su tierra . A
continuación, una luz blanquecina emanó de ambos, f ormando
un foco de potencia energética. La dirigieron rauda hacia el
muro, la cual, abrió una galería traslucida, mostrá ndonos la
senda del otro lado.
-Apresuraros, esto durará poco.- nos instó Nídos.
Cuando todos traspasamos la franja luminosa, la pue rta se
desvaneció exhibiendo la roca desnuda.
Un riachuelo casi sin agua, bordeaba el camino estr echo por el
que ahora deambulábamos. El hábitat, totalmente cal cinado, se
hacía deprimente. El éter, cubierto por aquel manto de tinieblas
entre luz y oscuridad, arrojaba al entorno, un hilo quebrado de
desolación y podredumbre. Por vez primera desde el día oscuro,
todos los caminantes, contemplábamos la superficie de la tierra
de las puertas, en aquel decadente estado.
Nidrás, callaba con una sombra de dolor en su rostr o.
162
Yánsy sin poder contenerse maldijo:
-¡¡El infierno se trague a las bestias que han prov ocado tal
barbarie!!-
-Chicos, debemos proseguir, percibo peligro.- Dijo Arnowa
mirando en derredor.
Mientras tratábamos de buscar una senda más propici a,
escuché que Nídos le recomendaba a Nidrás:
-Este lugar respira muerte. No bajes la guardia.-
Sin desenfundar, sujeté con firmeza la empuñadura d e mi
espada mientras nos adentrábamos en aquel bosque ca lcinado,
sorteando los diferentes escollos que nos salían al paso.
Llegamos a la planicie de lo que tiempo atrás, habí a sido un
hermoso estanque. De él solo quedaba, una forma de gran
dimensión, profunda, reseca y estriada.
A nuestros atentos oídos llegaron voces roncas, me zcladas con
sonidos chirriantes y metálicos que provenían de má s abajo.
Nos asomamos con precaución al barranco sur, procur ando ver
sin ser vistos.
163
En un foso abismal, trabajaban codo con codo, en la desviación
de las aguas, números Grúns y Centauros.
-¿Qué están haciendo?- Inquirió el karnáko en un su surro.
-Es fácil de entender, si no hay agua, no hay vida. Por lo que
todo ser será fácilmente capturado. Están desviand o el río –
Respondió Nídos.
- Una patrulla sube por el camino. Rápido, busquemo s dónde
ocultarnos.- Advirtió Nidrás.
Los dos Nederianos instintivamente, penetraron en l os troncos
de los mortuorios árboles, Arnowa tomó a Yánsy y lo elevo
hasta un alto risco, fuera del alcance de los Grúns que se
aproximaban, pero yo, no encontré lugar dónde guare cerme y
pronto me vi rodeada por aquellos cuerpos rudos,
repugnantemente amarillos. Saqué mi espada tratando de
defenderme, pero fue del todo inútil pues, cayeron sobre mí con
fuerza contundente.
-Mirar chicos, un regalito para las tres hermanas, seguro que
seremos sobradamente recompensados por tan apetitos o
hallazgo.- Dijo exhibiéndome como un trofeo, el que parecía
164
comandar el destacamento. Me ataron de pies y manos a un
tronco fino de madera chamuscada, y tomando este, p or los
extremos, dos de los Grúns, me transportaron con su ma
agilidad.
-Es ligera, casi no pesa.- Se mofó, el que hacia de scansar el palo
sobre su hombro, en la parte delantera.
-Cierto, nos costó más trabajo arrancar la madera d e la tierra,
que transportar a esta criatura.- Le confirmó el qu e compartía la
carga al otro extremo.-
Yo estaba en medio de ambos, balanceándome incómoda mente
a derecha e izquierda, debido a la pedregosa compos ición del
terreno por el que ahora descendíamos.
Mientras atravesábamos el foso, pude mirar de cerca aquellas
moles de metal que desviaban las aguas hacia los ab ismos
profundos. Rodeamos aquel agujero dejándolo atrás. Un poco
más adelante, nos tropezamos con otra patrulla de c entauros
fuertemente armados. Ante la imposibilidad de que a mbas
patrullas pasaran al tiempo por aquel estrechamient o del
165
terreno, los que me habían capturado les cedieron e l paso. Uno
de los centauros se detuvo a mirarme diciendo:
-Una humana. Sin duda las hermanas tendrán un jugue te de su
gusto con el que entretenerse. –
Le miré con desprecio mientras se alejaba con una m alévola
carcajada.
Continuamos subiendo y bajando hasta alcanzar el va lle. A lo
lejos pude divisar la tétrica imagen de una fortale za. Me percate,
de que aquella construcción, era la misma que había mos
intentado evitar en la frontera sur de Nede. Entonc es en mi
cabeza, se aglomeraron los pensamientos, trayendo a mi
memoria, aquel sueño pasado, en dónde frente la pu erta negra,
mis pies no me respondían.
Los Grúns, se detuvieron delante del metálico portó n, mientras
este, descendía para darnos entrada. En la explana da del primer
nivel, se agrupaban varias divisiones de Centauros, Grúns y
otras razas que habían decidido prestar servicio al poseedor de
almas. Noté la ira de muchos ojos clavados en mí, m ientras
subíamos una calle de piedra ancha que finalizaba e n el
166
segundo nivel. Una vez allí, me dejaron en el sue lo, al lado de
una fuente que vertía una especie de líquido negruz co y
pestilente.
Ellos retrocedieron tan aprisa como pudieron sobre sus pasos,
como perseguidos por un miedo incontrolado.
Eché un vistazo a mí alrededor. La amplia plaza est aba solitaria.
Me dolían las muñecas, y los tobillos me sangraban debido a las
fuertes ligaduras. Del primer nivel, subía una bull iciosa
algarabía, voces gruñonas, combinadas con otras fin as y
chillonas. Sin saber porque, mi vista se dirigió a lo alto, hacia la
pendiente de otro bien cuidado y trazado camino. Po r él,
descendían como flotando, tres mujeres hermosas y j óvenes,
vestidas de idéntica manera. Parecían volátiles, ca si efímeras.
Cuando estuvieron a mi altura una de ellas pregunto con deleite
macabro:
-¿Qué tenemos aquí?-
-Se podría decir que es un ejemplar único. Ya pocos quedan con
vida de la frágil raza humana.- Dijo otra.
167
-Creo que deberíamos cortar sus ligaduras, pues al parecer, la
valiosa mercancía se está deteriorando.- Carcajeó
maliciosamente la tercera.
-Será mejor por vuestro bien, que me mantengáis ata da, bestias
horripilantes, porque al mínimo descuido, podéis qu edaros sin
gaznate.- Amenacé, en un arrebato de orgullo.
-¡¡Valerosa si lo es!! Cualidad que siempre he admi rado en los
humanos.- Dijo sarcásticamente la primera en hablar .
-Somos Xánimas, pequeña. Tu desconocimiento resulta
estimulante. Haber, como te lo digo… a si, veras, n o somos
fáciles de matar.- Añadió la segunda.
-¡¡Claro que no!! Y, ¿sabes por qué?- Inquirió la t ercera
acercando su cara a la mía.
-Porque… Ya estamos muertas- Respondieron las tres a coro.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo, y mis ojos se cerraron
debido al cansancio.
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CAPITULO 8
EL BASTIÓN ONREVA
Cuando volví en mí, me encontré en una cama mullida y
cómoda, con sabanas negras que despedían un olor gr atificante.
Mis heridas estaban curadas y mi cuerpo totalmente
restablecido. Mis vestidos eran ligeros y largos, d el mismo tono
que la ropa del lecho. Al incorporarme, un gran esp ejo que
forraba la pared de en frente, mostró mi reflejo en él.
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La estancia estaba decorada, con flores sanguinas e n diversos
jarrones. Velones Azabache con diferente iluminació n. Encajes y
rasos de tonalidad sangrienta, embellecían las pare des.
Me asomé al balcón abierto, deduciendo por la eleva da situación
del mismo, que me hallaba en la parte más alta del bastión.
En la primera planicie, numerosos escuadrones se al ineaban
con perfección casi absoluta, en espera de órdenes para la
batalla.
Más allá, sobre las lomas de las montañas y los bos ques
quemados, casi imperceptible, como un difuminado tr azo, la
senda por la cual me habían traído, se desvanecía e n la lejana
altitud de las cumbres.
Impulsivamente, fui hacia la puerta, deseando que é sta me
condujese a la libertad, pero como era de esperar, no había
escapatoria posible. Con desanimo, me dejé caer en una butaca.
Pensé en mis amigos, anhelando que ellos, hubieran corrido
mejor suerte que la mía.
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Al poco, sentí un chasquido, como una llave en la c erradura. La
puerta se abrió hacia fuera. Me incorporé para ver quien estaba
al otro lado, pero nadie había. Salí al pasillo, de slizándome con
suma precaución por aquel espacio forrado de espejo s.
Corrí desesperada; como una posesa, tratando de alc anzar la
puerta que se me mostraba al final, pero cuanto más me
empeñaba en acelerar, ella más se alejaba de mí. E staba
agotada, abatida, exenta de fuerzas para continuar. Me senté en
el frío suelo de dorado mármol, sin apartar la mira da de lo que
podría ser una posible escapatoria de aquel espeluz nante lugar,
mientras me repetía con insistencia:
-Eres fuerte. Puedes conseguirlo-
Volví a incorporarme, poniendo más empeño en alcanz ar el
pomo de aquella puerta, y cuando por fin lo logré, abriéndola, el
desanimo me invadió nuevamente. Era la habitación e n la cual
momentos antes me había despertado. La misma cama, el
mismo balcón y el mismo espejo. Comprendí que aquel las
aterradoras Xánimas, estaban jugando conmigo. Enton ces
vencida, me acurruqué en el lecho, para abandonarme al sueño.
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En ese mundo especial al que nos transportamos sin voluntad
consciente cuando el cuerpo descansa, me hallé pase ando por
Nede.
Mis pies descalzos, sentían la caricia de la hierba tierna. Todo
estaba en silencio. No se escuchaba el sonido de la cascada. La
brisa no corría, y hasta los árboles semejaban esta r petrificados.
-Estoy atrapada, pero al menos, aquí me siento segu ra.- Me dije.
Fue grande mi sorpresa, cuando ante mis ojos vi apa recer como
surgida de la nada, la figura de Gea.
-Todos estamos atrapados de una u otra manera Ándra .- Me dijo
con sonrisa dulcificante.
-¡Mi señora! – Exclamé, inclinándome ante ella.
-Levántate amiga mía.- Me indicó con suave gesto.
-No he sido de gran ayuda para mis compañeros.- Dij e afligida.
- De nada sirve lamentarse.- Me contestó comprensiv a.
- Me gustaría saber que pasó después de mi captura. - Le sugerí.
173
-Sentémonos pues al cobijo de los árboles. Yo te mo straré lo
sucedido.- Contestó con voz cálida.
Las imágenes se iniciaron justo en el instante de m i captura.
Los Nederianos sin titubear, penetraron respectivam ente en dos
de los árboles calcinados. Arnowa, portando a Yánsy , se elevo a
gran altura, fuera del alcance de las flechas de lo s Grúns.
Una vez que el camino estuvo despejado, y aseguránd ose
previamente de que no había enemigos cerca, la arpí a
descendió, tocando tierra.
Nídos y Nidrás, intentaron abandonar el interior de los troncos
que momentos antes habían ocupado, pero tal empeño , les fue
negado. Estaban atrapados en aquellas mortuorias fi guras, que
mermando su vitalidad natural, les impedían salir a l exterior.
Arnowa, debéis proseguir sin nosotros pues, ya no somos de
ninguna ayuda. Abandonar esta senda y buscar otra q ue sea
menos concurrida. Al Este, se alzan las colinas Sad árod; no
están lejos, y os servirán de resguardo. Pero, cuid aros de pisar
el laberinto de coral, son terrenos demasiado despe jados y
peligrosos.- Aconsejó la voz ultratumbista de de Ni drás.
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- Tenemos que intentar sacarlos de ahí. - Dijo Arno wa mirando a
Yánsy, preocupada por el destino de los Nederianos.
-No podéis volver a por ayuda, los caminos hasta Ne de no son
seguros. Además, os sería imposible localizar las p uertas
invisibles del reino. Nuestro destino carece de imp ortancia
ahora mismo. Partir de inmediato. La búsqueda de Yi daki es lo
más trascendental ahora, de ese encuentro, depende la libertad
de todas las razas existentes, dentro, y fuera de N ede.- Los
apremió la voz de Nídos.
-Tengo que intentarlo.- Dijo el Karnáko desoyendo l as palabras
de los Nederianos.
-Apártate Arnowa- Insistió Yánsy, con expresión con centrada, al
tiempo que estiraba ampliamente sus brazos, para po sar sus
manos sobre el tronco que aprisionaba a Nídos.
La arpía, dio unos pasos atrás, dejando hacer al ka rnáko.
-¡Gea, escucha mi suplica! Que a la tierra sedienta torne el agua
de la vida, para que las raíces moribundas de este árbol, se
nutran con su vigor, pudiendo con revitalizado fres cor,
175
abandonar las sombras que lo cercan, tornando al be nefactor
resplandor de la luz.-
Cuando Yánsy finalizaba estas palabras, un aro pequ eño de
agua clara rodeó el tronco. El aspecto de la cortez a, fue
ligeramente cambiando, del tono carbonizado, al bla nquecino
que le correspondía, y empezó a extenderse con suma lentitud,
de forma ascendente, para mostrar una envoltura nat ural,
realmente esplendida. Pero antes de alcanzar las ra mas, el agua
se evaporó, y el tronco de forma descendente, recup eró el
requemado anterior. El hechizo de Yánsy, había frac asado.
-Poco faltó amigo mío, pero el terreno está demasia do dañado y
será difícil de recomponer. Agradecemos tus esfuerz os por
intentarlo, pero ahora, debéis partir.- Dijo la can sada voz de
Nidos.
Arnowa sintió en sus labios la caricia invisible de un amoroso
beso. Y creyó ver por breves instantes el rostro de Nídos que le
decía solo a ella y en un susurro:
-Ambos, estaremos unidos por siempre.-
176
Por las mejillas de la Arpía resbalaron unas lágrim as, pero su
corazón ahora empañado por el dolor, le decía que v olverían a
encontrarse.
Se escuchó ajetreo en el camino. Dos columnas de ce ntauros se
dirigían hacia el punto donde se encontraban.
-Rápido debéis marcharos- Los instó Nidrás.
Sin decir más, la arpía y el Karnáko, abandonaron e l camino
principal.
Vadearon los riscos más altos de la zona ocupada po r los
Grúns, tratando en todo momento de no ser descubier tos.
No tardaron en alcanzar las colinas Sadárod, y en un punto
elevado se detuvieron.
Desde allí, tuvieron una clara visión de los domini os de las
Xánimas. En varios recorridos del terreno distante, se
visualizaba el cauce vacío del Ollirama, perdiéndos e en las
latitudes del Norte.
La situación en la que estaban inmersos, era desale ntadora y
preocupante, a la vez que incierta. Pero aun así, e staban
177
dispuestos a enfrentarse a las adversidades y al pe ligro. Durante
muchas millas, recorrieron aquel decrepito ambiente de troncos
robustos y espectrales. Casi sin darse cuenta, dese mbocaron en
una mal trazada senda, la cual, abandonaba el bosco so lugar,
para desembocar, en un laberinto de corales.
-Hemos venido a parar, a dónde menos deseábamos.- S e
percató Yánsy, recordando la advertencia de Nidrás.
Arnowa escudriño los alrededores con sus ojos profu ndos, y no
observando movimiento enemigo por las cercanías pre guntó:
-¿Qué opinas Yánsy, nos aventuramos, o volvemos sob re
nuestros pasos?-
-Regresemos al bosque.- Contestó resolutivo el Karn áko.
Los cuerpos estaban agotados cuando decidieron toma rse un
descanso. Allí el silencio era mortuorio, exento de ruido
acuático, de pájaros cantadores, de brisa que les l legara
relajante a los oídos.
Los troncos dorados de las colinas, faltos de hojas que los
abrigaran, hundían sus gruesas y arañantes raíces, en el tono
178
ocre del terreno. El sueño fue inquieto, tratando d e buscar la
postura adecuada para el descanso.
Poco tiempo después, emprendieron la marcha. Muchas millas
caminaron sin decir palabra, y en trayectos poco ac cesibles,
dónde el proseguir era imposible, Arnowa cargaba co n Yánsy,
sobrevolando la herida montaña.
El conjunto arbolado volvió a finalizar en otra sen da
descubierta, la cual, mostraba desde otro ángulo, e l laberinto de
coral que intentaban eludir.
La arpía, decidió echar una rápida ojeada al libro, para ver lo que
este le podía mostrar.
Justo en ese instante, las imágenes se desvaneciero n en el aire.
-Ándra, tienes que despertar, las Xánimas pronto re clamarán tu
presencia.- Me comunicó con tono apresurado la dama de la
tierra.
-Pero necesito saber qué suerte corrieron Arnowa y Yánsy.-
Contesté impaciente.
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-En nuestro próximo encuentro despejaras esa duda, hasta
entonces, nada debes temer pues, las Xánimas, desea n que te
unas a ellas, y para ello, no pueden causarte daño alguno. Trata
de recabar información; toda la que puedas, quizás nos sirva
para averiguar sus planes más inmediatos y tomar al guna
ventaja sobre ellos.- Dijo Gea con entonación suave , al tiempo
que me aconsejaba:
- Sígueles la corriente en todo momento y haz lo po sible por
esquivar enfrentamientos innecesarios. Lo important e es que
confíen en ti y de tal manera, te revelen los plane s de su amo.
Nunca, bajo ninguna circunstancia, te quedes a dorm ir en sus
aposentos pues, al hacerlo, estarás dando consentim iento a ser
integrada en el grupo y acto seguido, serias conver tida en una
Xánima. Solo tú, decidirás eso, ellas no pueden ob ligarte, si lo
hicieran, inutilizarían el poder de conversión, cos a que no
arriesgaran a perder.
Despierta Ándra.-
180
Al abrir los ojos, me encontré nuevamente en aquell a habitación.
No recordaba nada del sueño, pero algo en mi interi or, me
exhortaba a desgranar con astucia, los secretos de las Xánimas.
Me sentía contenta, relajada, como una pluma ligera mecida por
la brisa.
Cuando me incorporé en el lecho, escuché una llamad a, eran las
voces de las hermanas:
-Ándra, ven a nosotras.-
Salí de la estancia y crucé el pasillo hasta la pue rta del fondo. Al
abrirla, sin resistencia alguna, ésta no me devolvi ó a mi
habitación, sino, a un amplio jardín de apretados t ulipanes
negros, en donde una labrada fuente de alabastro, v ertía un
líquido carmesí. En el centro, simulando un claustr o,
acomodadas en unos sitiales de Jaspe acolchonado s e
encontraban las tres hermanas.
- Ven Ándra – Dijeron las tres al tiempo, indicándo me con un
ademán, un espacio vacío entre ellas.
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Me senté accediendo a su petición, pero la desconfi anza me
envolvía. Justo enfrente, un sendero estrecho de lo sas
cuidadosamente alineadas, formaban el sendero desce ndente
que se perdía a la vista en su primer doblez. Perfi lando el
camino, unas majestuosas figuras femeninas de torso perfecto,
lo acompañaban.
-Las efigies que contemplas, son la estirpe real de las Xánimas,
en tiempos pasados, veneradas por los hombres.- Dij o una de
ellas.
-Son hermosas. – dije ocultando mi verdadero sentir .
- Sí, lo fueron, y pronto volverán a serlo. Muchos humanos
pagaron con sus despreciables vidas el destierro al que se
vieron obligadas, pero su vuelta, será memorable.- Dijo con ojos
fríos otra.
- No es momento de reproches. Es hora de presentaci ones. Mi
nombre es Tarsó, mis hermanas, Trenán y Tumbiól.- I ndicó
gesticulando la tercera.
-Mi nombre ya lo sabéis.- Añadí.
182
-No solo sabemos tu nombre querida. Nuestros conoci mientos
sobre tu persona son mucho más amplios de lo que im aginas.
Sabemos entre otras cosas, que no caminabas sola, p ero no
estamos interesadas en esos repugnantes Nederianos, que
envenenan el aire con su luz pulcra. Ni tampoco en los frágiles
Karnákos, a quienes utilizamos para la servidumbre. Las arpías
son indisciplinadas y solo nos acarrearían problema s. De todos
ellos, pronto se encargarán nuestras tropas.- Expli có Tarsó con
tono petulante, clavando sus gélidos ojos incoloros en los míos.
-¿Y que puede interesaros tanto de alguien tan insi gnificante
como yo?- Pregunté.
-Hace tiempo ya, que no teníamos contacto con human os, y no
todos sois causantes de la extinción de nuestra est irpe, por eso,
al saber de tu proximidad a nuestro territorio, nos vimos
impulsadas a conocerte. Es un vínculo que todavía n o hemos
podido romper con tu raza.- Expresó Tumbiól.
Una campana próxima, comenzó a sonar repetidas vece s.
183
-Será mejor que te retires a tus aposentos de momen to.
Tenemos asuntos que resolver. – Volvió a decir Tumb iól
incorporándose.
-Quizás Ándra quiera acompañarnos, así podrá ir
acostumbrándose a nuestra compañía.- Sugirió Tarsó, mirando
fijamente a sus hermanas.
-Creo que será del todo inoportuna su presencia ant e las
tropas.- Resaltó Trenán, la que parecía más callada y sombría.-
-Si se me permite, estaré honrada en acompañaros.- Dije,
intentando indagar, cuáles eran los propósitos de l as Xánimas.
-Nos acompañará.- Dijo con voz firme Tarsó.
Mientras bajábamos por aquel camino custodiado por las
estatuas de mármol hasta la planicie en dónde me ha bían dejado
hacía ya no sé cuánto tiempo atrás mis captores, de scubrí que
ellas no caminaban. Sus largos vestidos les cubrían los pies, y
se movían levitando con naturalidad.
Al lado de una campana de horrible forma metálica, esperaban
dos Grúns, quienes me miraron con ojos de odio. Se arrodillaron
184
ante la presencia de las hermanas, agachando sus ca bezas para
evitar mirarlas.
-¿Qué noticias nos traéis del Sur?- Preguntó Tarsó con aire
inquisidor.
-El dominio de la tierra de las puertas es total, s ólo unos
cuantos rebeldes resisten agazapados, pero pronto s erán
sometidos.- Contesto el siervo con la vista fija en el suelo.
-¿Y cómo es posible que todavía campen a sus anchas los
agitadores?- Volvió a preguntar Tarsó con timbre vi olento.
-Son escurridizos, algunos tienen alas y suben muy alto, a
dónde nosotros no podemos llegar.- volvió a decir c on voz
temblorosa el Grúns.
-Excusas, solo excusas.- La Xánima acompañó la fras e con una
ráfaga de fuego que fulminó al instante a su vasall o, dejando de
él, un montón de carne quemada. El hedor enrareció la
atmósfera todavía más.
-Nuestro amo se impacienta. Exige una solución inme diata al
problema. Que los fuegos del Onreva os consuman, si decide
185
abandonar la torre de Argén antes de lo previsto.- Dijo mirando
al Grúns que quedaba.
-No os preocupéis mi señora, hemos llamado a los ho mpajaros
para que den caza a todos los alados. No tardarán e n llegar al
castillo.- Le aseguró su lacayo.
-En cuanto lleguen, comunicárnoslo de inmediato.- O rdenó
Tarsó.
El Grúns, no se movió de su posición hasta que noso tros
estuvimos casi en el doblez del camino ascendente. Miré hacia
atrás mientras subíamos, y pude ver como aquel gusa no, se
arrastraba hacia el primer llano. Volvimos al pórti co, en dónde
dos Karnákos cautivos con grilletes en los pies, no s sirvieron
comida y bebida. Cuando los vi, sentí la imperiosa necesidad de
empuñar una espada para aniquilar sin piedad a las Xánimas,
pero me contuve. Ellos me miraron con ojos ausentes , como si
ya no sintieran nada, ni miedo, ni tristeza, ni dol or, ni paz.
Parecían indiferentes y resignados.
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-Estos Karnákos son sumamente serviciales. Hacen si n
rechistar todo lo que se les solicita.- Se burló Tu mbiól mientras
propinaba un puntapié a uno de ellos.
El indefenso Karnáko, se apresuró a recoger todo aq uello que se
le había caído de las manos sin ningún indicio de o posición.
Mis ojos llenos de ira por la injusticia que estaba n contemplado,
esquivaron la mirada penetrante de las hermanas, pa ra que
estas, no pudieran adivinar la rabia contenida que me estaba
carcomiendo el interior.
-Dinos Ándra, ¿qué te parecen estos arcaicos seres
desprovistos de sus artes mágicas?- Me preguntó con tono
ponzoñoso Trenán, la más perversa de las tres.
-Pues eso, arcaicos y enclenques.- Dije mirando a l os Karnákos,
al tiempo que notaba una daga atravesando el corazó n, por
estar traicionando con palabras mi callado sentir.
-Según tengo entendido, tú frecuentabas mucho la co mpañía de
estos innecesarios bichos.- Volvió a decir con sarc asmo
pronunciado, la viperina lengua de Trenán.
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-Sólo por pura conveniencia. Si tanto conocimiento poseéis de
la raza humana, ¿cómo es que ignoráis la mayor de n uestras
virtudes?- Contesté desairadamente.
-No la provoques hermana, pues nuestra invitada, es mucho
más inteligente de lo que realmente aparenta. No te dejes
engañar por su aspecto de niña buena. Tengo la sens ación de
que no dice todo lo que piensa, ni piensa todo lo q ue dice. Pero
bueno, somos pacientes. Todo será como tenga que se r.-
Argumento con ingenio Tarsó.
-Se hace tarde y ha llegado la hora de informar. – Advirtió
Tumbiól.
-Me parece bien, creo que nuestra invitada necesita descansar.
Puedes regresar a tus aposentos. Mañana continuarem os
conversando.- Dijo Tarsó poniéndose en pie.
-¿Y por qué no invitarla a que conozca Elodargás?- Inquirió un
tanto despechada Trenán.
-¡¡No es el momento!!- Le contestó Tarsó con una mi rada
fulminante.
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-Pero es…- Trenán no pudo finalizar la frase, pues su hermana
Tarsó, hizo un rápido ademán y selló su boca con un a telaraña,
al tiempo que dulcificaba la voz para dirigirse a m í:
-Puedes retirarte Ándra, mañana descubrirás otros r incones del
castillo Onreva.-
-Con este tiempo, adivinar si es de día o de noche, se hace muy
difícil.- Dije disimulando, como si lo dicho por Tr enán, me
hubiese pasado desapercibido.
-No tienes de que preocuparte, nosotras nos encarga remos de
facilitarte el descanso oportuno, durante el tiempo adecuado. –
Me contestó nuevamente Tarsó.
Asentí con la cabeza y me di la vuelta volviendo so bre los pasos
que me habían conducido desde mi alcoba, hasta aque l lugar del
pórtico. Percibí la mirada de las tres cuando me al ejaba, y hasta
que entré nuevamente en la habitación, no desaparec ió aquella
persecutoria sensación de control. Tras la puerta, encima del
lecho, me dormí prontamente.-
-Te saludo Ándra.- Dijo la voz suave de Gea.
189
-Gracias te doy mi señora, por rescatarme de aquel horripilante
averno.- Agradecí.
-Tengo que hacerte una petición amiga mía. Es neces ario que
consientas, salvaguardar tu esencia tal y como hoy es, en el
interior de esta burbuja de aire purificado. Sólo a sí, el día que
regreses a nosotros, podré devolverte tu esencia im poluta. Por
desgracia, el tiempo que pases en cautiverio, te ir á
transmutando, física y mentalmente, hasta tal punto , que ni tú
misma reconocerás el aspecto que tenías.- Me explic ó.
-Pero tú dijiste que si no dormía en sus aposentos, nada me
ocurriría.- Le contesté.
-Me equivoqué, su magia ha crecido en poder y sient o como
actúa aun mientras dormitas. Tarde o temprano, no t endrán que
pedirte que te unas a ellas, tú lo harás por volunt ad propia.-
Afirmó.
-Entonces, haz lo que dices, preserva mi alma para que en un
futuro, vuelva a ser en esencia, lo que hoy es.- Di je dando mi
consentimiento.
190
No sentí dolor, pero noté como mi yo me abandonaba, y al abrir
los ojos que mantuve cerrados mediante el proceso, pude ver
flotando en el aire límpido de Nede, la burbuja que atesoraba mi
la parte más pura de mi persona, alejándose en los hilos
invisibles de la brisa.
-Si lo que predices se cumple, entonces el tiempo a premia, pues
en breve, deduzco que no regresaré a este vendito l ugar.- Dije
con evidente pena.
- Dices bien, pero no temas, todo es atemporal, mañ ana, hoy,
ayer, sin duda tu cautiverio también lo será, y lle gado el
momento, volverás a ser quien eras.- Trató de anima rme la
señora de la tierra.
-Te traigo nuevas que pueden ser interesantes. Hoy les llegaron
noticias de los territorios que se extienden al Sur de la tierra de
las puertas. Dicen que todavía quedan rebeldes que resisten
ante las tropas enemigas. También dijeron que la ra za de los
hompajaros los ayudaría, sometiendo al resto de los alados. –
La informé.
191
-Malos son tus informes. Ignoraba que este linaje t an noble se
hubiera aliado a la sombra. Enviaré mensajeros a la s arpías.
Ellas son las que dan cobijo en sus dominios, a tod os aquellos
que pudieron escapar del yugo enemigo. Si los Hompa jaros
forman parte de las tropas sombrías, sus vidas corr er grave
peligro.
Tendré que ponerme en contacto con los altos jefes de esta
raza, para averiguar de qué lado luchan. Si consegu imos que
esta especie se alíe a las fuerzas de la luz, sería un golpe de
suma importancia para las huestes enemigas. Faltos de tropas
haladas que patrullen las alturas, se verían del to do
imposibilitados para controlar los reinos aéreos. – Me explicó
Gea.
-Cuando me retiraba a mis aposentos, sucedió algo q ue capto
mi atención. Trenán, la más ponzoñosa de las tres, propició un
repentino enfrentamiento con Tarsó, cuando sugirió que las
acompañara a conocer algo llamado, Elodargás.- Le n otifiqué.
-¡¡Elodargás!! ¿Estás segura de que pronuncio ese n ombre?-
192
-Sí, estoy del todo segura, tanto es así, que Tarsó , la enmudeció
de inmediato lanzándole una telaraña a la boca. Con este
repentino impulso, consiguió sellar los labios de s u hermana,
quien parecía estar dispuesta a revelar por despech o, algo
realmente importante para ellas. Después añadió qu e todavía no
era el momento.- Le confirmé.
-¡¡Elodargás!! ¡En la memoria del tiempo se pierde el recuerdo
de este nombre! El cristal de fuego.
Cuando la tierra de las puertas era joven, y estab a bajo el
precepto del concilio de los magos, uno de ellos, a mbicionando
todo el poder, robó el cristal del conocimiento uti lizándolo en
propio beneficio. Durante la batalla de los magos, estos lo
derrotaron. Su castigo fue el destierro permanente, a un mundo
paralelo exento de vida. Los magos, sellaron la pue rta de ese
mundo perdido, con un fuerte conjuro. Desde entonce s el cristal
se dio por desaparecido. Nunca se volvió a saber de él. Durante
mucho tiempo, los magos se reunieron, tratando de a lcanzar un
pensamiento único, con respecto a la ubicación de l as puertas
dimensionales, resolviendo finalmente que estas, de bían ser
trasladadas a otro enclave desconocido, para sumirl as
193
nuevamente en el anonimato. Los magos abandonaron
voluntariamente el reinado sobre la tierra de las p uertas,
entregando a cada raza existente, el gobierno de lo s territorios
que poblaban.
Ahora entiendo cosas que se escapaban a mis razona mientos.
Skrár no es otro que el mago desterrado. No sé cómo ha podido
liberarse de su cautiverio, pero seguro que el cris tal de fuego
tuvo mucho que ver en ello.-
-Pero si Elodargás, tiene tanto poder, ¿cómo es que todavía el
poseedor de almas ignora dónde se levantan las puer tas
dimensionales?-Pregunté.
-Elodargás, era el cristal único, dónde el concilio guardaba toda
su sabiduría, cuando lo sustrajeron, se dieron cuen ta del daño
que este podía causar en malas manos, fue entonces, cuando se
crearon los doce cristales Viracocha, uno para cada mago. De
esa manera, si por malignos designios fuera usurpad o
cualquiera de ellos, no tendría poder sobre el cono cimiento de
los restantes, y el daño causado por este, sería fá cil de reparar.
194
Una vez que el cristal de fuego pasó a manos del po seedor de
almas, dejó de recibir los conocimientos de la conv ención, y con
ello, perdió la sabiduría que en posteriores reunio nes se
desveló.
El anonimato cubrió todo rastro del lugar dónde se encuentran
las puertas, por eso es tan difícil, aun para nosot ros, hallar el
sitio que las alberga.- Me explicó con detalle Gea.
-Sigo sin entender. Si es tan importante para el en emigo, ¿cómo
es que lo tienen las Xánimas en su poder?- pregunté otra vez.
- Sospecho que el de las Xánimas, no es autentico, más bien
será, una réplica creada por Skrár, con el fin de v igilar y
controlar los movimientos de sus más letales subord inadas. –
Dedujo la señora de la tierra.
-Me siento cansada.- Hice notar, mientras me sujeta ba el cuello
buscando una posición de alivio.
-Toma, bebe. Cuando despiertes, no recordarás nada de este
sueño. Solo notarás, la grata sensación del descans o en tu
cuerpo. De tal manera si te preguntan por tu siesta , no podrás
mentirles, y ellas estarán satisfechas de saberlo. Cuando
195
vuelvas a dormirte, te volveré a traer a Nede y tu memoria
volverá a ti, pero tal efecto solo será posible en mí presencia.
Al mínimo indicio de tu evolutiva transformación, d ejaremos de
encontrarnos. Tu carácter cambiara radicalmente hac ia una
posición insostenible para ambas. Te unirás a la so mbra, como
un espectro alimentado de perversión, al igual que las Xánimas.
Ya no serás Ándra, la valerosa guerrera del acero, en la cual los
más indefensos, encontraban la ayuda que necesitaba n.
No debes entristecerte por ello amiga mía, el desti no es
incontrolable y todo sucede como tiene que suceder. Lo que
está escrito en las páginas del futuro, no se puede cambiar en el
hoy, por mucho empeño que pongamos en ello.- Así me habló la
savia Gea.
-Antes de volver a ese terrorífico mundo que predic es para mí, y
convertirme en lo que más odio, me gustaría tener n oticias de
mis amigos. –Sugerí.
Las imágenes tornaron al punto, dónde Arnowa, abría el libro
Azul, para tomar una decisión, sobre continuar por Sytrá, el
197
CAPITULO 9
CAUTIVERIO
Las páginas dejaron ver unos trazos de escritura d esconocida,
después, dibujó una senda árida, con una verde coli na al fondo
que desaparecía y volvía con intermitencia. Consecu tivamente,
unos Hompajaros enjaulados, prestaban auxilio a otr as razas
mal heridas.
Nada más desvelaron.
198
Cuando Arnowa termino de relatarle a Yánsy lo que h abía visto,
este así hablo:
-Aunque creo que es una sabia advertencia, no sé có mo
interpretar eso de los árboles que aparecen y desap arecen.-
-Ninguna de las alternativas es buena, pero tendrem os que
decidirnos por una. Mis labios resecos, tienen la i mperiosa
necesidad de refrescarse con un poco de agua fresca . Ésta será
nuestra prioridad más inmediata.- Argumentó Arnowa.
-No, si no estoy en discordancia contigo, sólo qué ¿Tú ves algún
indicio de humedad resbalando por esos polvorientos y
cuarteados fantasmas coralíferos? Si es así, házmel o saber de
inmediato, porque entonces tendría que empezar a pr eocuparme
por los desmesurados signos de ceguera que destilan mis ojos.
- Ironizó con aspavientos el Karnáko.
-Yánsy, sólo digo que ésta debería de ser nuestra p rioridad. Ya
sé que será complicado encontrar algún resquicio de agua en
esta zona, pero no debemos rendirnos antes de tiemp o, además,
en nada nos beneficia el sarcasmo.- Se enfado la ar pía.
199
-Perdona Arnowa, no pretendía ser insolente. En oca siones no
puedo dominar mi irascible comportamiento.- Se disc ulpó el
Karnáko.
-No hay nada que perdonar querido amigo, todo es pa rte del mal
estar que soportamos. Yo tampoco soy muy buena comp añía
cuando me encuentro abatida.
No te muevas de aquí, me arriesgaré aleteando un po co hacia lo
más alto. Tal vez divise alguna formación que nos p roporcione
el suficiente abrigo para descansar un rato.- Le or denó con una
abierta sonrisa Arnowa.
La arpía se elevó rauda, batiendo sostenidamente s us alas en el
vacío, y observando minuciosamente hasta donde la v ista le
alcanzaba. Sus ojos penetrantes se tropezaron con l o que
parecía ser, un débil chorro de agua que resbalaba por unos
corales desgastados. Se acercó con mucho tiento, ex aminando
sobre el terreno la zona.
El deslizar continuado del agua, había creado en el lugar, un
diminuto estanque de agua limpia.
200
Arnowa, rastreo unos minutos las cercanías, buscand o indicios
que le revelaran movimientos enemigos, pero, al no descubrir
huellas recientes, dio por seguro el territorio.
Retornó junto a Yánsy, quien obedientemente, la esp eraba
sentado al borde del camino, descansando su espalda contra un
árbol.
Después de comentarle lo que había encontrado, ambo s se
dirigieron volando al lugar.
Una vez en tierra, llenaron las cantimploras y saci aron la sed.
Cuando estaban dispuestos para emprender nuevamente la
marcha, Yánsy se percato de lo siguiente:
-Arnowa, fíjate, estamos en el camino que nos mostr aba el libro.-
-¿Qué?- Se sorprendió la arpía.
-Sí, mira, es la verde arboleda a la que él hacía r eferencia.-
Observó el Karnáko, mientras alargaba su brazo señ alando
hacia el norte.
201
-¡Qué raro! demasiada aridez nos rodea para que exi sta una
zona verde en las cercanías. Cuando me elevé no la vi. No me
gusta. No me gusta nada.- Mostró su desconfianza Ar nowa.
-Extraño sí que lo es, casi tanto, como el haber en contrado agua
cuando más la necesitábamos. Lo único que podemos h acer al
respecto, es acercarnos a investigar.- Argumentó el Karnáko.
-No se Yánsy, el libro siempre nos muestra adverten cias para
que tengamos sumo cuidado con lo que se avecina. Me parece
demasiado aventurar.- Le contestó Arnowa con rostro
preocupado.
-No tenemos elección. Mira en derredor, nos queda i r hacia el
pulmón natural o por lo contrario, volver nuevament e. Tú
decides.-Dijo el Karnáko, cediendo la responsabili dad a la arpía.
- Ese ambiente me parece irreal. Siento acrecentar la duda en mi
interior.- Titubeó Arnowa.
-Nada podemos perder por atrevernos a investigar el bosque.
Los árboles son densos, proporcionándonos un buen e scondite
en caso necesario. – Evidencio el Karnáko.
202
-Está bien, planearé en esa dirección. Vamos.- Acce dió con
recelo la arpía, tomando a Yánsy en sus brazos, par a
consecutivamente salir volando.
Raudos alcanzaron la zona, pero cuando se disponían a posarse
en el suelo, notaron una fuerza irresistible que lo s imantaba
hacia el interior boscoso.
El campo gravitacional, los empujaba sin elección, hacia el
perímetro arbolado.
De súbito, se escucharon fuertes carcajadas.
El bosque desapareció repentinamente, mostrando una gran
jaula de dimensiones incalculables, ocupada involun tariamente,
por una gran población de diferentes especies. Las casas
decrepitas, dejaban adivinar, lo que en tiempo atrá s, había sido
una pequeña población del entorno. Los cautivos mor adores del
lugar, al verlos aparecer, salieron tímidamente a o bservar como
fantasmas en silencio.
No cabía duda alguna, aquello era una prisión al ai re libre, sin
puertas exteriores ni brechas abiertas para un posi ble escape.
203
Fuera del espacio enrejado, un gran ejército de Fau nos se
felicitaba por la nueva captura.
-Dos esclavos más. Nos serán de utilidad.- Se congr atuló uno de
ellos.
- Si, si, sobre todo el Karnáko. Pagarán bien por é l. Tenemos
que preparar una buena subasta.- Añadió otro.
-Te dije que el espejismo era lo más efectivo para capturar a los
rebeldes. No sé muy bien por qué, pero los verdes l os atraen
como la miel a las moscas.- Se enorgulleció otro.
A todo esto, Arnowa y Yánsy, permanecían inmoviliza dos, al
igual, que dos figuras congeladas en el momento.
Un grupo bien armado de Faunos, los engrilletaron d e pies y
manos, al tiempo que la voluntad individual de los capturados,
volvía a pertenecerles.
La arpía y el Karnáko trataron de prestar resistenc ia, pero de
inmediato fueron sometidos, e introducidos a la fue rza en el
terreno carcelario. Una vez dominados, les colocaro n unos
collares de pinchos en los cuellos.
204
Uno de los carceleros, les quitó las mochilas, hurg ando en el
interior de las mismas.
En la de Arnowa, se topo con el libro azul, quien n o cambió de
tamaño al entrar en contacto con la garra del fauno .
-Que objeto más extraño. ¿Para qué sirve?- Le pregu ntó
mirando fijamente a Arnowa.
-Sólo es un libro.- Contestó ella, dolorida y tendi da en el suelo.
-Libro. Interesante. Quizás nos sea de alguna utili dad. Se lo
entregaremos a nuestro amo.- Dijo el Fauno.
-No sirve para comer, eso puedo asegurártelo.- Añad ió con
sarcasmo el Karnáko.
-No tendrás tiempo de mofarte cuando acabe con tu m iserable
vida.- Le chilló la bestia, mientras descargaba con furor su
negro látigo, sobre el cuerpo indefenso del Karnáko .
El fustigador, aun sostenía en una de sus manos el libro, cuando
este, empezó a despedir una luz añil muy intensa. L os golpes
cesaron, y sorprendido, lo dejó caer al suelo, cont emplando con
asombro, su desintegración sobre el polvoriento ter reno.
205
-¿Dónde está? ¿Qué clase de brujería es ésta? ¡Tráe lo ahora
mismo de vuelta!- Ordenó enfurecido, dirigiendo sus ojos
iracundos hacia la arpía.
-No puedo, no sé qué ha pasado.-Contesto ella.
-¡Te ordeno que lo obligues a volver!- Insistía, si n dejar de
castigarla.
Arnowa, desfalleció debido al dolor, y el fauno, al comprobar
que nada se podía hacer para que volviese el libro, se dio media
vuelta para reunirse con el resto de las tropas.
Yánsy, también mal herido, intentó como pudo auxili ar a su
maltrecha compañera, pero ésta, todavía sin conocim iento, no
respondía a los intentos de reanimación.
Ante la evidente desesperación del Karnáko, acudier on los que
por miedo a represalias, hasta el momento se habían mantenido
ocultos. Con su ayuda, llegaron hasta el interior d e una ruinosa
vivienda, y una vez allí, los acostaron en lo que s imulaban ser
unos lechos de paja. Tras ellos, aparecieron otros, portando
brebajes, gasas y todo lo necesario para curar las heridas.
206
Dicho proceder, señalaba claramente, la cotidianida d de aquella
situación.
Había un gran número de razas cautivas, entre los q ue se
encontraban los Hompajaros, quienes por el vínculo afín que
siempre habían mantenido con las arpías, prestaron constante
atención, a las lesiones de los recién llegados.
Largo tiempo pasó, hasta que Ambos, medianamente
restablecidos, pudieron caminar por pie propio.
Los Faunos, eran seres crueles. Mataban a los débil es y
enfermos, sin ningún tipo de excepción.
A menudo llegaban tropas al lugar para escoger a nu evos
esclavos, distribuyendo la mercancía, en función de las
necesidades requeridas.
En un momento de soledad con Yánsy, Arnowa comentó :
-Ya no lo tengo. Se ha ido.-
-¿El libro?- Preguntó el Karnáko
-Sí, ya no me pertenece.- Afirmó, con la vista perd ida en no se
sabía dónde.
207
-Seguramente habrá vuelto al amparo de la urna, de la cual te
fue confiado. - Dijo Yánsy convencido de ello.
- Lo sé, pero es que parte de mí, parece haber part ido con él. Me
siento vacía.- Volvió a decir Arnowa con ojos vidri osos.
La conversación fue interrumpida por la llegada de un
Hompajaro, quien sostenía en una mano vendas limpia s, y en la
otra, un cuenco medio lleno de un líquido naranja.
-Vamos, miremos que tal van esas heridas.- Dijo con evidente
entusiasmo.
Bajo una imponente acacia reseca, apoyaron sus espa ldas.
Mientras consentían las curas del Hompajaro, escudr iñaron con
la minara su entorno.
No se veía movimiento alguno de tropas al otro lado de los
barrotes.
A escasa distancia de ellos, los enfermos y heridos , unos
sentados en el suelo, otros caminando con lentitud, se reunían
en grupos reducidos.
Sus lánguidos ojos, mostraban la desazón que los em bargaba.
208
-Esto tiene muy buen aspecto. Las heridas están cas i curadas.-
Dijo el Hompajaro satisfecho.
-¿Cuánto tiempo llevas en este deprimente lugar?- S e interesó
Yánsy, volviendo su atención al sanador.
-Hace tanto ya, que la memoria no recuerda. Al igua l que
vosotros, buscábamos un lugar verde y espeso dónde
guarecernos del enemigo, pero, para que contar, el resto ya lo
sabéis.
No intentéis bajo ningún pretexto, deshaceros de lo s collares.
La muerte sería larga y agónica pues, están conecta dos a un
mecanismo que advierte a los faunos.- Les aconsejó el
hompajaro.
- No entiendo tanta pasividad. Les superamos en núm ero y
podríamos intentar…-
-Yánsy, ¿Por qué no prestas atención a lo que te di cen? ¡Ni se te
ocurra pensarlo!- Le interrumpió Arnowa.
-Sabia es la arpía, Karnáko, sigue sus consejos y t e aseguro que
durarás más tiempo.- insinuó el hompajaro.
209
Arnowa, se fijo apenada en las cicatrizadas alas de l sanador.
Estas habían sido mutiladas, dejándole solamente la mitad de
ellas.
Supuso que tal barbarie, fue producida por las best ias captoras,
con el propósito de que los alados, fueran de más f ácil manejo.
Entonces, volvió su cabeza hacia las suyas, deseand o no correr
la misma suerte.
-No temas pequeña, si no te revelas en su contra, c onservarás
las tuyas.- Le dijo con gran apacibilidad el curado r, adivinando
los pensamientos de la arpía.
-Desconocemos tu nombre buen amigo. El mío es Arnow a y este
testarudo que me acompaña, Yánsy.- Se presentó la a rpía.
-En un lugar como este, los nombres no sirven de mu cho, pero
para vosotros soy, Onzébol. Así solían llamarme.
Recuerda pequeño amigo, las mejores alianzas se for jan en
cautiverio o represión, pero todo a su tiempo. Somo s muchos,
sí, pero débiles y cansados, faltos de fuerzas y ar mas, para
210
enfrentarnos abiertamente con las huestes enemigas. -
Argumentó dirigiéndose al Karnáko.
Más allá del horizonte, en dónde se perdía la vista , se levantaba
una nube de polvo.
-Rápido, a las viviendas.- Apremió con nerviosismo Onzébol,
mientras los ayudada a incorporarse.
El lugar, quedo en un instante desierto.
Con miedo en los contraídos rostros, los cautivos s e apretaban
al amparo de aquellas ruinosas moradas.
-¿Qué pasa?- Preguntó el Karnáko mirando a Onzébol con afán
de una respuesta, mientras se prensaban ente sí, en una de las
estructuras.
-Vienen tropas a por esclavos.- Contestó Onzébol ca si en un
susurro.
En el exterior, se escucharon gritos de mando, voce s
entremezcladas, finas y chillonas. Los faunos se pr eparaban
para recibir a los posibles compradores.
211
Un numeroso grupo armado, entró en el recinto, obli gando a
salir por la fuerza, a todos los cautivos.
Los pusieron en formación por razas, seleccionando a los más
fuertes al frente.
Yánsy fue escondido con rapidez por un grupo de Hom lobos,
tras una cámara oculta en la pared, mientras los de más,
impedían la visión de tal maniobra, creando disturb ios.
Una vez estuvieron calmadamente amansados y en perf ecta
formación, los jefes faunos, dieron órdenes a sus s ubordinados,
para que la subasta quedase abierta.
Los exhibían por grupos y a petición de los comprad ores.
- Este tiene buenos brazos. Será de utilidad en la forja- Dijo un
jefe Grúns, toqueteando la musculación de Onzébol.
En un arrebato de ira, el Hompajaro consiguió zafar se de los
cuatro faunos que lo sujetaban, pero el collar actu ó de
inmediato, tirándolo al suelo inconsciente.
El jefe Grúns, dio un salto atrás, esquivando el de sesperado
enviste del que ahora besaba el terreno.
212
-Demasiado agresivo. Nos traerá problemas. Deberíai s
someterlo a una dosis elevada de disciplina antes d e ponerlo en
subasta. No me lo llevo.- Se quejó con agresividad corporal el
alto cargo Grúns.
-Perdonad señor, así lo aremos- Se disculpó sumisam ente, el
fauno supervisor de esclavos.
Sin decir más, el Grúns, continuó inspeccionando el resto de la
mercancía.
Casi al instante, una patrulla de faunos, se llevó a Onzébol fuera
del recinto carcelario.
Arnowa, sin poder resistirse, pregunto en susurro, al enano que
tenía a su derecha:
- ¿A dónde se lo llevan?-
- No quieras saberlo niña.- Le respondió gentilment e.
- ¿No irán a…?- Arnowa no había concluido todavía l a frase,
cuando el enano la interrumpió diciendo:
213
- Tienes que saber que en este lugar, existen cosas más
horripilantes que la muerte. Por desgracia, no en p ocas
ocasiones, la deseamos realmente.-
Arnowa, se paró a observar las múltiples cicatrices que el
aguerrido enano, mostraba en la desnudez de sus bra zos y
rostro.
Su espesa y blanca cabellera se trenzaba cayéndole por encima
de los hombros, dándole un aspecto de solemnidad.
Fue entonces cuando la arpía se percató, de que aqu el con
quien hablaba, no era un enano corriente.
Después de varias horas, la subasta se dio por fin alizada.
Los compradores cargaron de grilletes a sus adquisi ciones,
preparándolos para la partida.
Los jefes encabezaban la caravana en sus diabólicas monturas,
seguidos a pie por los esclavos.
A la voz de…
- ¡En marcha!-
214
Se alejaron al paso, con el chasquido de los látigo s en el suelo.
Había tristeza en sus rostros, lagrimas en sus meji llas, orgullo
en algunas miradas e ira controlada en otras.
Yánsy salía de su escondite al tiempo que Arnowa en traba en la
vivienda acompañada por Rhom, el enano.
-Agazapado como una rata, esto no es digno de un Ka rnáko.-
Protestó
-Peor suerte han corrido otros. Tolo lo que escasea , con el
tiempo se convierte en algo de gran valía para el q ue lo necesita.
No sois efectivos en los trabajos de extrema dureza debido a
vuestra frágil constitución, pero sí eficaces en la s tareas de
servidumbre. Los altos rangos enemigos, solicitan
constantemente Karnákos, bonificando generosamente a
quienes se los suministran. Hoy as tenido suerte, q uizás
mañana no tengas la misma, así que, date por afortu nado.
Por tu propio bien, mantente fuera de la vista de l os faunos-
Finalizó aconsejándolo Rhom, con su tosca voz.
215
Minutos después, una campana sonó en el exterior, a nunciando
el suministro de alimentos.
Los carceleros repartieron las raciones de comida e n el centro
de aquel deprimente entorno.
Arnowa en compañía de Rhom, salió a por la suya, no
consintiendo bajo ningún pretexto, que Yánsy los ac ompañara.
En las cercanías, se podía divisar con claridad, el ir y venir
continuo de las patrullas enemigas.
La gran mayoría de los que partían encadenados, no
regresaban, y los que tenían la suerte de volver, s e veían
extenuados por el cansancio y la fatiga. Sus manos y pies,
chorreaban sangre, y en sus flacos cuerpos semidesn udos, se
mostraban las huellas de los látigos.
Al poco, Un Fauno ataviado con brillante armadura, se incorporo
a la guardia que controlaba con látigos castigadore s y hachas
bien afiladas a la multitud.
-Registrar a fondo las barracas, que nadie se quede sin comida.-
Ordenó.
216
-En seguida señor.- Le respondió uno de los cargos con menor
rango.
Arnowa, con aire preocupado, miró a Rhom, quien un poco más
allá guardaba formación con otros enanos.
Él, entendiendo la inquietud de la arpía, le indicó con gesto
disimulado, que mantuviese la calma.
De las viviendas, los faunos fueron sacando a Arpía s heridas,
niños amedrentados, enanos, casi sin fuerza, y a al gún karnáko
que se había escondido, entre los que se encontraba Yánsy.
Los agruparon a todos y los llevaron a presencia de l gran jefe,
para que el decidiera la suerte de estos.
-Mmmmm, veo que no tenéis hambre, hagamos pues sele cción.-
Dijo Etréum, con torcida sonrisa y fría mirada.
Y como bien haba dictaminado, solo dejó con vida a los más
fuertes. Yánsy tuvo la suerte de ser uno de esos.
La rabia contenida de los reclusos se palpaba en el ambiente.
Rhom, sin poder resistir tanta crueldad, fue el pri mero en
romper filas, y la mecha detonadora de la rebelión en masa.
217
Las tropas faunas sofocaron el alboroto con suma fa cilidad,
consiguiendo con rapidez el control de los sublevad os.
Los cautivos nada podían hacer, ante las tropas arm adas.
Arnowa apretaba los dientes contra el suelo, mientr as era
dominada por sus carceleros. No lejos de ella, Rhom se retorcía
de dolor, mientras miraba con ojos extraviados, a l os que
continuaban asestándole fuertes golpes.
Mientras era férreamente encadenada, la arpía miró hacia lo alto,
buscando alguna grieta o defecto en el armazón de h ierro que
formaba la techumbre, pero para su desgracia, no en contró
ninguno.
Los gritos de Yánsy, le hicieron volver la vista ha cia el tumulto,
descubriendo muy a su pesar, que el Karnáko era con ducido por
sus captores, hacia el exterior del recinto.
Ella grito desesperadamente su nombre, y sus mirada s se
tropezaron un instante. Las últimas palabras del Ka rnáko antes
de desaparecer de su vista fueron:
- Arnowa, no te rindas.-
218
-Dejarlo Ratas abominables- Gritó ella.
-Tu preocúpate de estar en perfectas condiciones pa ra el
trabajo, de lo contrario solo serás un inútil bicho al que
tendremos que sacrificar.- Le recriminó uno de los faunos sin
dejar de azotarla.
Cuando la revuelta estuvo del todo sofocada, los so ldados
abandonaron el lugar para refugiarse en sus cómodas tiendas.
El silencio era casi tan deprimente, como las escen as que se
estaban viviendo.
Los heridos se levantaban como podían, buscando el cobijo de
las moradas.
Los que habían sufrido menos daño, se encargaban de aliviar
las heridas con mayor gravedad.
Rhom, en un acto de voluntad heroica, se enderezó a duras
penas yendo al encuentro de Arnowa, quien imposibil itada,
yacía en el cuarteado y polvoriento terreno.
-Vamos niña, hagamos un último esfuerzo.- Le dijo R hom
mientras trataba de ayudarla a incorporarse.
220
CAPITULO 10
VOLVIENDO AL PRINCIPIO
Aquellas imágenes suspendidas en el aire tranquilo de Nede, se
fueron desvaneciendo en el mismo, hasta desaparece r
completamente.
-Ahora ya sabes el destino que han sufrido Yánsy y Arnowa.-
Dijo la voz de Gea.
221
-No queda esperanza en la tierra de las puertas.- A firmé
pensativa y cabizbaja.
-Es hora de volver Ándra, las Xánimas pronto reclam arán tu
presencia.- Me indicó la señora de la tierra.
-¿De qué sirve todo esto? Tanto sufrimiento.- Pregu nte
indignada ante la impotencia que sentía.
- No desesperes Ándra, aun en la más absoluta oscur idad, existe
un hilo de luz al que agarrarse. – Añadió Gea.
- Tal vez tengas razón, pero yo ya seré quien no qu iero ser.
Trataré de alimentar el conocimiento mediante maqui naciones,
engaños y delitos sangrientos, al lado de mi enemig o. Irónico
¿no? Todo pasará a formar parte de un pasado que no existirá
en mi presente. Y qué decir de mis amigos….
Sáde, suspendida en un letargo del cual no se sabe si
despertará algún día, y aun en el caso de lograrlo, su
recompensa final será la muerte.
Nidos y Nidrás, encarcelados a la sombra espectral de aquellos
a quienes protegían.
222
Yánsy, el dulce y apacible Yánsy, condenado a no se sabe que
terribles designios.
Por último, la fiel Arnowa, encarcelada sin posible escapatoria,
en espera de algún indigno cometido.
-A cada cual nos ha tocado desempeñar un papel no e legido,
pero Ándra, todos tenemos que aceptar que los cambi os
producidos por estas adversas circunstancias, traer án nuevos
tiempos y sabia renovada, en donde surgirán nuevos héroes que
lucharan sin tregua por la libertad de los pueblos, y eso amiga
mía, es realmente esperanzador.- Dijo Gea intentand o que sus
palabras me sirvieran de consuelo.
-Siento el corazón tan oprimido por el dolor, que me niego a
esforzarme para llegar a entender el propósito fina l de tanta
vileza. - Contesté
- Nada se pierde del todo, ni los triunfos son siem pre felices.-
Añadió ella.
Al poco me desperté. Mis anfitrionas volvieron a ll amarme con
voces lisonjeras.
223
Una vez más, me encaminé por aquel pasillo asfixiad o de
espejos, hasta la puerta que conducía al exterior, aunque, esta
vez, no fue así.
El escenario que en esta ocasión me mostró al abrir la, era otro
muy diferente.
Entré en una amplia cámara funeraria, en donde ardí a un fuego
avispado, procedente de una gran pira en el centro de la misma.
Allí estaban las tres Xánimas, esperando mi llegada con amplias
sonrisas. Crucé un suelo de piedra labrada, y segui damente, me
invitaron a ocupar un trono vacío al lado de los su yos.
-Esta es la cámara real de nuestras ancestrales pro genitoras.-
Dijo con solemnidad, Tarsó.
Miré a mi alrededor, y lo único destacable a parte de la gran
llama del centro, eran las tumbas de mármol rojo, c oronadas,
cada una de ellas, por bellas efigies femeninas.
Tras unos minutos, unos seres encapuchados de quien es sólo
se podía distinguir dentro de aquellas negras vesti mentas, unos
ojos fríos y penetrantes, entraron en la sala.
224
Rodeando el fuego central con ritual ceremonioso, i niciaron
unos cánticos.
Uno de ellos, el que se diferenciaba de los demás, por el color
morado de su vestimenta, se acercó a nosotras, ofre ciéndonos
con lacias manos de largas uñas blancas, una copa llena de un
raro liquido. La primera en beber de ella, fue Tars ó.
La dorada copa pasó de mano en mano, hasta que lleg ó a mí
turno.
Miré dentro con extrañeza. El brebaje, tenía un col or rojo, como
el de la sangre humana, y cuando me lo acerqué a lo s labios,
noté que estaba tibio. Su textura era espesa. Tuve que hacer un
gran esfuerzo para tragármelo, pero al final, cerr é los ojos y me
lo engullí de golpe.
Las hermanas, aplaudieron satisfechas.
-Ándra, lo que has hecho nos complace. Ahora podrás compartir
con nosotras, el gran honor de estar en presencia de nuestro
sumo señor. Es la hora...- Dijo Tarsó orgullosa.
225
-Ven, acompáñanos. – Me invitó con un elegante adem án
Tumbiól.
Dicho esto, nos encaminamos a una sala contigua, ad ornada
con tules negros, e iluminada, por fuegos escupidor es de
coloridas llamas, que surgían inesperadamente de la s paredes.
Rodeamos el círculo central en donde se levantaba u n pedestal
de brillantes matices, en el cual, reposaba ostento samente, una
forma cristalinamente llameante, de aspecto frío.
-Ándra, te hayas ante Elodargás, el cristal fogoso del
conocimiento. Escasos ojos, han tenido el privilegi o de
contemplar tan valioso objeto, tú eres una de pocos . Ahora, por
favor, silencio.- Ordenó Tarsó con tono templado.
Las tres Xánimas unieron sus manos a las mías,
posicionándolas sobre la llama, y convocando así, la presencia
del poseedor de almas.
Una voz profunda como la noche, inundo la estancia haciendo
temblar el suelo.
En ese momento, las Xánimas, empezaron a levitaban danzando
etéreamente, y yo, sin saber como, las imité.
226
Veo que habéis ampliado en número.- Dijo aquella vo z siniestra.
- Si, mí señor. Es una captura valiosa. Consideramo s que puede
serviros tan ciegamente como lo hacemos tus más fie les
siervas.- Contestó Tarsó.
-Todavía huelo a sangre humana.- Hizo notar el pose edor de
almas.
-No tardará mucho en desaparecer ese pestilente hed or.
Nosotras nos encargamos, pero antes de continuar,
deseábamos obtener tu beneplácito.- Le aseguró sumi sa la voz
de Tarsó.
-Que así sea, la ungiré con el don de la ira. – Sen tencio el
poseedor de almas.
Una bola de fuego, atravesó mí pecho, y a partir de ese mismo
instante, comencé a notarme diferente. Mis recuerdo s se
desvanecían como el humo en mí mente. Ya no sentía
animadversión hacia las Xánimas, más bien todo lo c ontrario,
me infundían un vinculo de proximidad. Mi mente se esforzaba
por recordar, pero me sentí desfallecer.
227
Cuando volví en mí, me encontré nuevamente en la qu e ya
consideraba mi habitación.
Sentí como la vida corría apresuradamente por mis v enas. De
súbito, tuve la imperiosa necesidad de salir al ext erior, pero al
incorporarme, me detuve, pues vi una imagen que no era la mía,
reflejada en el espejo. Mí nuevo aspecto me sorpren dió; tanto
que, me tome unos instantes para recrearme con sati sfacción,
en aquella diferente fisonomía.
Mi cuerpo había cambiado, y me gustaba dicha aparie ncia.
Ahora era una Xánima más. Sonreí maliciosamente a m i nuevo
yo, dejándome conducir por esas nuevas facetas que ahora me
hacían sentir lascivamente hermosa.
Salí de mi alcoba y eché a correr por el pasillo, a l llegar a la
puerta, no tuve que tratar de adivinar a donde me c onduciría,
simplemente, lo sabía. Mis hermanas me esperaban en el
pórtico, orgullosas por el logro conseguido. Ahora, ya era parte
de la familia.
-¿Quieres que paseemos un rato por el castillo?- Me preguntó
Tarsó.
228
-¡Claro! ¡Estaba deseando que lo sugirieras! Me ape tece conocer
a fondo cada rincón de este magnifico lugar.- Dije con gran
entusiasmo.
Cuando descendíamos hasta la primera planicie, un G rúns
estaba a punto de tocar la campana.
-Ándra, ¿Por qué no te encargas tú? Así te irás fam iliarizando
con los lacayos.- Me susurró Tarsó.
-¿De verdad puedo?- Inquirí como una niña pequeña a quien se
le está otorgando permiso para degustar una golosi na
habitualmente prohibida.
-¡¡Por supuesto hermana!!- Dijeron las tres a coro.
Me acerqué al Grúns, y dije con severidad:
-¿Qué nuevas traes?-
El Grúns alzo la mirada y entonces me indigné:
-¡Insolente! ¿Cómo te atreves a mirarme? ¡Arrastrar te como el
gusano que eres, y no oses levantar ni un instante tu vista
repugnante del suelo!- Dije amenazante con una esf era de fuego
que repentinamente se había formado en mi mano.
229
Sentí como el poder aumentaba en mí, alimentando un extremo
egocentrismo.
-Perdonad mi señora, los viles ojos de este siervo. - Me contestó
obediente.-
-¡Habla reptil, antes de que se agote mi paciencia! - Volví a
gritarle.
-Los hompajaros acampan en la primera planicie del castillo
esperando vuestras órdenes.- Me comunicó.
-¡¡Eso nos complace!! ¡Regresa a tu puesto de inmed iato!- Le
ordené.
El Grúns, descendió por el sendero como perseguido por un
rayo, y a mis espaldas se escucharon aplausos y ris as.
-Bravo, así se le habla a un esclavo.- Dijo Trenán acercándose.
-La chica promete.- añadió Tumbiól.
-Ya os dije, que sería una estupenda alumna.- Se en orgulleció
Tarsó.
230
Me sentí especial. Con gran poder a mí alcance. Due ña de mi
voluntad. Despojada por completo de todo temor.
Descendimos hasta la primera explanada en dónde ent re otras
tropas, se encontraban los recién llegados. Cuando nos vieron
aparecer, todos se inclinaron a nuestro paso. Tarsó alzó la mano
pidiendo silencio, y cuando los vivas cesaron, habl ó con voz
alta y clara:
-Tenemos un gran problema que solventar. Que todas las
patrullas se preparen para dar caza a los alados. N uestro amo y
señor, espera en la torre de Argén, la noticia de q ue hemos
sometido a todos los rebeldes. No tengáis piedad. ¡ ¡Sangre!!-
Gritó.
-¡¡Sangre!! ¡¡Sangre!!- Corearon las tropas al tiem po.
Unos cánticos oscuros que sonaron en mis oídos
deliciosamente, acompañaron la marcha del ejército, mientras
Tarsó, se dirigía al capitán de los hompajaros indi cándole con
un ademán que nos siguiera.
-Cuéntanos, Tábian- ¿Cuál es la estrategia prevista ?- Se intereso
la xánima.
231
-Pues veréis, los espías infiltrados en territorio Grésnar, me
comunicaron hace unos días que estaban tapiando con enormes
piedras, los principales accesos terrestres, por lo que a las
tropas de a pie, se les ha ordenado mantenerse a la espera,
hasta que consigamos el control del terreno y halla mos dejado
libres de obstáculos las entradas principales del l aberinto.- Le
comunicó el capitan Tábian.
- Presiento que no será tarea fácil pues, el castil lo de Grésnar,
es una de las fortificaciones mas sólidas que se co nocen dentro
de este plano dimensional.- Hizo notar Tumbiól.
- Cierto, como bien has destacado, no es un objetiv o fácil, pero
para nuestra posible victoria, contamos con aquell os que desde
hace ya largo tiempo, conviven dentro de la fortale za como
meros observadores. Ellos nos abrirán las puertas d el castillo
en cuanto se les de la orden.- Explicó Tábian, el c apitan
hompajaro.
- Veo que lo tenéis todo bien calculado, pero aun a sí, no me
fiaría demasiado de aquellos hompajaros que dicen s er nuestros
aliados. Ten presente, que lo que les une es un vin culo
generacional muy fuerte. Tú, mi buen capitan, deber ías de
232
saberlo mejor que nadie. No se rompe con unas pocas monedas,
tan añeja relación.- Dijo Tarsó, versada en el cono cimiento
profundo de ambas razas.
-Eso no me preocupa, pues realmente no son hompajar os, ni
tampoco arpías los que con ellos se mezclan, aunque esa sea su
apariencia externa.
Es larga la historia que nos ha llevado a separarno s de los
nuestros, y tampoco es el momento de relatarla, sol o por encima
os diré hasta que punto mis gentes y yo profesamos fidelidad
absoluta al gran señor. Habiendo sido expulsados de nuestro
reino y obligados a vagar sin territorio propio dur ante décadas,
por fin y gracias al ofrecimiento de Skrár, los err antes hallamos
amparo en Rasnól, fortificación situada en la isla del lago negro.
Solo diré una cosa más. La voluntad del devorador d e almas, en
lo que concierne a los míos, será cumplida hasta la s ultimas
consecuencias.
Uno de nuestros hechiceros, consiguió después de mu chos
experimentos, una poción que modifica la apariencia externa. Es
una formula un tanto arriesgada debido a su corta d urabilidad,
233
pero aun así, los resultados nos han favorecido muc ho, ya que,
ninguno de los infiltrados ha sido descubierto hast a la fecha, y
ese es el ingrediente sorpresivo, que derrotará a l os reinos
alados.- concluyó la explicación, el capitan hompaj aro.
-Prepara el ataque capitan, y asesta el golpe final a los
renegados. Esa es la voluntad de nuestro Amo y debe verse
cumplida de inmediato.- Ordenó Tarsó.
-Así se ara.- Dijo el hompajaro con una reverencia.
Momentos después, desde los balcones más elevados del
castillo Onreva, nosotras cuatro, contemplamos la
magnificencia del grueso de las tropas.
-Es hora del descanso. Hoy será la última vez que d uermas sola
en esa triste alcoba. A partir de mañana, tendrás u n lecho junto
a los nuestros.- Me comunicó Tarsó acariciándome l a mejilla.
Despidiéndome en segundos, estaba tumbada nuevament e en
mi cama. Sentí un cansancio extremo, pero tardé muc ho en
quedarme dormida. Cuando al fin conseguí rendirme en los
sedosos brazos de Morfeo, allí estaba Gea, esperand o mi
llegada:
234
-Hola Ándra. Ya veo que ésta será nuestra despedida . Las
Xánimas no han perdido el tiempo.- Me dijo.
-No fueron ellas, Gea, fue el poseedor de almas, él me convirtió
en lo que soy.- Conteste un tanto irascible, salien do en defensa
de las que ahora ya eran mis tres hermanas.
-Siento de verdad que estés pasando por este trance , pero era
inevitable.- Se apenó la Dama.
-No me siento mal, todo lo contrario, yo diría que más bien
liberada. Liberada de todo y de todos. Sin preocupa ciones, sin
cargas, sin remordimientos, sin dolorrrrr. – Entonc es noté que
mis ojos se iluminaban con fuego.
Gea me tocó de una palmada la frente diciendo:
-Aparta bestia inmunda, todavía tengo poder suficie nte, para
conversar con la amiga que está cautiva dentro de s u propio
cuerpo. ¡Háblame Ándra, quiero escuchar una vez más tu voz!-
-Lo siento Gea, ya no puedo controlarme, mi otro yo me domina.
Noto que estoy desapareciendo. Gea preparan un ata que aéreo.
Avisa a las arpías. Algunos de los suyos, no son qu ienes dicen
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ser. Me faltan fuerzas.- Dijo con tono cada vez más debilitado la
que ahora os habla.
-Gracias por esta revelación amiga mía, puede que n os hallas
salvado a muchos de la aniquilación total. Espero q ue volvamos
a encontrarnos muy pronto, pero por el momento, tod o queda
dicho.-
-Sin duda, todo está más que dicho vieja. Mis herma nas y yo,
encontraremos este lugar repugnante, reduciéndolo a ceniza, y
junto con él, a ti.-
Una bola de fuego, salió iracunda de mi mano, estre llándose en
el escudo de luz, que protegía a la dama de la tier ra.
-Vuelve al abismo de dónde procedes víbora sanguina ria.- me
instó la voz de Gea.
Y desde ese momento, ya no recuerdo más. Mi otro yo , camina
con las Xánimas, derrochando maldad.
La esencia de Ándra la guerrera del acero, es la qu e os ha
relatado el comienzo del día oscuro. La misma que G ea
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salvaguardó en esta burbuja de aire purificado, con el fin de que
mi alma no se corrompiera.
Tal fue el destino que sufrimos todos los que empre ndimos
juntos el viaje hacia las ruinas Keltoi, en las gru tas del Olvido.
Ninguno de nosotros pudo llegar a ellas y conocer a Yidaki.
Aquí, se da por concluido, el relato de cómo se ini ció el día de la
gran oscuridad.
Cincuenta años han pasado desde aquel entonces, per o, si
encontraste el camino hasta el libro, todavía quede esperanza
para la tierra de las puertas. Tu presencia simboli za un punto y
seguido en la historia, reafirmando la creencia de Gea, en la
gran capacidad que poseen las minorías, para conseg uir los
mayores logros. También es un gran triunfo para tod os nosotros
pues, tu presencia me confirma, que el poseedor de almas,
todavía no ha conseguido su propósito.
Ahora, tú, la que me escuchas, eres la segunda de l as
guardianas. Tienes el deber de proseguir con la mis ión que los
primeros elegidos no pudimos llevar a término.
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Esta es la tarea que estabas predestinada a cumplir . Te deseo
que tengas mejor suerte que la nuestra, y entonces, podamos
conocernos en un futuro no muy lejano.
La voz desapareció y junto con ella, las imágenes h istoriadoras.
El libro quedo al descubierto, en espera de que una de las dos
arpías que habían estado atentas a todo lo acaecido , lo tomara
entre sus manos.
-Yanúr, tu eres la mayor, y creo que es a ti, a qui en corresponde
cogerlo.- Le dijo Dársun, su hermana.
-No estoy del todo segura, después de lo que acabam os de
escuchar, creo que es demasiada responsabilidad.- C ontestó
Yanúr dubitativa.
-Entonces, ¿Qué hacemos? ¿Volver como si nada hubie se
sucedido? ¡No creo que podamos olvidar el dolor, lo s agravios,
y la injusticia!
Mira a tu alrededor, estamos en el refugio de Gea. Aquí empezó
todo, y gracias al último aviso de Ándra, sobre el inminente
golpe que se preparaba contra Grésnar, nuestro pueb lo
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consiguió desenmascarar a los infiltrados y sobrevi vir al ataque
de los hompajaros. A ella le debemos nuestro presen te.
Bajo las aguas del lago, Sáde permanece en letargo. El roble del
camino, es el que prestó auxilio a los Karnákos. La s distintas
aberturas que se expanden en diferentes direcciones , es por
dónde los centauros atacaron. Sería injusto para to dos los que
pusieron en peligro sus vidas, ignorar lo que ahora conocemos.
Por lo menos, les debemos el intentar proseguir la historia que
se escribirá en el libro azul, para que nuestros de scendientes,
en el futuro, puedan valorar el regalo que se les h a concedido,
gracias a la lucha y al sacrificio incondicional, que prestaron
gratuitamente muchos de los que ya no estarán.
Tú y yo, estamos al principio del principio- Le rec ordó Dársun.
-En ocasiones hermanita, llegas a tocar lo más prof undo y
sensible del pensamiento. Creo que esta vez, tu arg umento me
ha convencido. Aun sabiendo que son asuntos demasia do
grandes para nosotras, creo que merece la pena trat ar de
cambiar los acontecimientos para volcarlos a nuestr o favor. Ya
esta bien de tanta barbarie y mezquindad. Ha llegad o la hora de
poner patas arriba los planes del devorador de alma s. No se
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como, pero por intentarlo que no quede.- Dijo Yanúr
contundentemente, apoyando cada una de las palabras que
había pronunciado su hermana.
-Deja ya de mirarlo tanto y no te lo plantees más. A ti te
corresponde tomarlo. Eres noble, comprensiva, sensa ta, y
además, la más experimentada de las dos, sin contar que por la
edad, te pertenece su carga.- La instó Dársun miran do fijamente
al libro.
-Está bien, yo lo llevaré, pero antes de cogerlo, pienso que
deberías regresar a los acantilados de Grésnar para poner en
conocimiento de nuestra señora lo que hemos descubi erto
hasta el momento.- Respondió Yanúr, con la intenció n de
apartar a su hermana, del gran peligro en el que se encontrarían,
si decidía acompañarla.
-¡De eso ni hablar! ¡Yo iré a donde tú vayas! Recue rda lo que me
dijiste una vez: Siempre juntas, siempre unidas. El que no quiera
llevar sobre mis hombros la responsabilidad que imp lica ser la
guardiana del libro, no significa que no desee comp artir contigo
el camino que emprendas. Si tú vas al infierno, yo te seguiré
aunque sea de lejos.- Dijo con firme decisión Dársu n.
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-¡Ya veo que tu posición es inamovible! ¡Esta bien, que así sea!-
Se dio por vencida Yanúr, ante la afirmación de ca beza que le
hizo su hermana.
Cuando el libro tomó contacto directo con las manos de la arpía,
éste, empequeñeció de inmediato.
En el aire se proyectó nuevamente la imagen de Ándr a, la cual
dijo así:
-¡Guardiana, aquí te entrego estos tres pequeños co fres de
madera!-
Al finalizar dichas palabras, los cofres se materia lizaron ante las
expectantes miradas de las dos arpías. Luego, Ándra continuó
diciendo:
-El de color verde, atesora la sabia regeneradora d e la tierra de
Nede. Espárcela en el bosque muerto, dónde están ca utivos
Nídos y Nidrás. De esta forma serán liberados.
El marrón, encierra la magia contra los espejismos, creada por
Adár, suma sacerdotisa de Karnák, y el embrujo ener gético, para
inutilizar los collares paralizadores, regalo de Dr ía, la dama de
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las arpías. Llegado el momento, destapa el cofre, l as dos
creaciones unidas, os ayudarán en la liberación de los que
permanecen bajo el cautiverio de los faunos.
El de color rojo, guardará mi alma purificada, la c ual se
encargará de devolver a mi cuerpo, la condición hum ana que ha
perdido, mientras permanece bajo el abominable domi nio de las
Xánimas.
Mucho tiempo ha transcurrido desde aquellos días, n o sé si
estos poderosos encantamientos servirán de algo pu es,
desconozco la realidad del hoy. Si en el camino tro piezas con
alguno de los lugares mencionados, abre el cofre q ue
corresponda.
Parte pues, con la bendición de los Edénas, que ell os iluminen
tu camino y te conduzcan por lugares seguros.
Yanúr, guardó con sumo cuidado los dos primeros cof res, y el
tercero lo destapó, para que la imagen de Ándra, pu diera
deslizarse hasta el interior del mismo. Seguidament e, lo cerró,
metiéndolo con sumo cuidado en compañía de los otro s.
-Bueno, allá vamos.- dijo con un profundo suspiro.
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Tomaron la galería Noroeste, tal y como largo tiemp o atrás, lo
habían hecho por vez primera, Ándra, Yánsy y Arnowa .
En el suelo, todavía se divisaban los restos de la batalla pasada
incrustados en el polvo.
Las dos hermanas siguieron avanzando rumbo a la osc uridad,
hacia un destino incierto. No sabían lo que les dep araría el
futuro, pero estaban totalmente decididas a averigu arlo.
La misión de liberar a la tierra de las puertas del dominio
espeluznante que ejercía con toda impunidad, el pos eedor de
almas, ahora más que nunca, dependía de aquellas do s
esperanzadas y valientes arpías.
FIN
Del libro I