La ratoncita valiente

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La Ratoncita Valiente José Acevedo Jiménez

Plácidos eran los días en el bosque, las liebres y otros pequeños mamíferos diurnos jugueteaban en la planicie. Trataban de aprovechar al máximo los cálidos rayos del Sol, pues al caer la noche otro reino imperaba. Era el tiempo de los depredadores.

Consciente del peligro que representaba salir de noche, Amy la ratoncita no tuvo otra opción más que salir en busca de alimento para sus pequeñuelos.

- No tengo miedo, no tengo miedo. – Se decía, mientras se deslizaba sobre las hojas secas de los árboles en busca de alimento. Su plan era confundirse con las inertes hojas, pero había pensado mal, su mortal enemiga la lechuza podía escuchar el sonido que la ratoncita causaba al desplazarse por las hojas secas.

De pronto, sin previo aviso, Sula la lechuza se abatió sobre su presa capturándola con sus poderosas garras.

- No me comas, no me comas por favor. – Suplicó Amy. - Tu error te costará la vida, sabías del peligro que corrías al salir de noche y tomaste el

riesgo. Ahora no supliques por tu vida y afronta tu destino. - Por favor, libérame. No suplico por mi vida, suplico por la vida de mis hijos, son tan

pequeños e indefensos. Morirán si me comes.- Dijo la ratoncita mirando a la lechuza con sus grandes y tristes ojos.

- Está bien, te perdonaré la vida por ahora, pero cuando tus pequeños puedan valerse por sí mismos deberás volver para poder devorarte. De no cumplir tu promesa, te aseguro que regresaré y me comeré a todos tus hijos.- Terminadas las palabras, Sula liberó a Amy próximo a la madriguera de la última y voló hacia la penumbra de la noche.

- Gracias, gracias, cumpliré mi promesa. En un mes subiré hasta tu nido, para entonces tus polluelos habrán dejado el cascaron y le serviré como sustento. Gracias, gracias, cumpliré mi palabra. – Gritó la ratoncita al ver a Sula alejarse.

El tiempo pasó y el mes se cumplió, aquel día Amy se encontraba junto a sus hijos que alegres jugueteaban fuera de la madriguera. Los últimos rayos de luz del astro rey se asomaban a la tierra. Con voz firme, pero triste, Amy le dijo a Raúl, el mayor de sus hijos: - por favor, cuida de tus hermanos. – Sin decir más nada, Amy se marchó a cumplir su promesa.

Ya era de noche cuando Emy llegó al árbol donde Sula había anidado. Estando en el suelo, alzo su mirada y avistó el nido que se encontraba en lo más alto. Sin demorar empezó a trepar.

- ¡Auxilio, mamá, mamá! – escuchaba mientras se acercaba al nido. Agilizando el paso, pudo ver una serpiente que se asomaba al nido para devorar a los indefensos polluelos.

- Serpiente tonta, mira que hay que ser cobarde para intentar comerse a unos pequeños polluelos indefensos aprovechando que su madre ha salido. Ven, anda y cómeme soy mucho más grande. – Dijo la valiente ratoncita mordiéndole la cola a la serpiente.

- Hoy estoy de buenas. No sólo comeré aves, también ratón. – Dijo la serpiente alejando la cabeza del nido y volviéndose hacia Amy.

- Acá estoy, acá estoy. – Vociferaba la ratoncita llamando la atención del reptil que fallaba cada vez que intentaba atrapar a Amy con su boca. Amy distrajo a la serpiente por unos minutos, dando tiempo suficiente para que Sula regresara al nido.

- No te comerás a mis hijos. – Dijo Sula lanzándose sobre la serpiente y sujetándola con sus fuertes garras. Aunque la serpiente tenía un tamaño considerable, Sula alzó vuelo sujetando la serpiente y de lo alto dejo caer a la serpiente que al caer a la tierra se alejó rápidamente.

- ¡Gracias ratoncita, de no haber sido por tu valor mis hijos no estarían vivos! pudiste escapar con tu familia, pero has cumplido tu promesa mostrando gran valor. – Expresó Sula.

- Tú también eres muy valiente, muchos pueden pensar que ser compasiva es cosa de débiles, pero la compasión es una cualidad que sólo los verdaderamente fuertes poseen. Es cierto que pude correr y escapar con mis hijos, pero mi palabra no valdría nada.

- Por tus actos no sólo te perdonaré la vida, te daré estas cinco piedras de búho. Con ellas podrán salir sin temor en las noches, al brillar en la oscuridad los de mi especie reconocerán la señal y no les harán daño, por el contrario serán protegidos. – Dijo Sula entregándole a Amy cinco piedras brillantes. Luego Sula llamó con un silbido a otra lechuza que rondaba por el lugar, Amy se montó sobre la lechuza y juntas volaron hacia el hogar de la ratoncita valiente.