LA GUERRA QUE NO FUE

Post on 17-Mar-2016

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Ilustraciones del cuento La guerra que no fue realizadas por los alumnos/as de 3º del Ceip La higuerita.

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Hace mucho, mucho tiempo, existía una mina muy profunda.

Con el mineral de hierro que sacaban de la mina, Maese Antón fabricaba las espadas del país.

Aunque al rey le gustaban mucho sus espadas,

Maese Antón quería fabricar una espada perfecta.

Una tarde, cuando se echaba una siestecita bajo su árbol favorito,

Vio en el cielo una gran bola de fuego.

Asustado, se acercó al agujero que la bola había hecho al caer,

“¡Este pedrusco tiene mucho hierro!”, exclamo Maese Antón.

A Maese Antón le costó un gran trabajo transportar el meteorito hasta su taller.

En el taller, fundió el pedrusco hasta conseguir la mejor mezcla para fabricar una nueva espada.

Tanto le gustó el resultado, que corrió a ofrecer la nueva espada al rey..

El rey alucinó después de probarla.

Confió tanto en ella que decidió utilizarla para invadir el país

vecino, pensando apoderarse de una playita que siempre le había

gustado mucho.

El país vecino quiso defenderse de la invasión y preparó a su ejército para la lucha.

Cuando los dos reyes se encontraron cara a cara en el campo de batalla, se lanzaron a comprobar la dureza de sus espadas. Sin embargo, después del primer choque, les resultó imposible separarlas.

¡Las espadas parecían haber quedado pegadas! Pero no estaban pegadas. Estaban abrazadas, abrazadas entre sí por unos minúsculos brazos de acero.

Las demás espadas pensaron que era mucho mejor para la salud abrazarse que golpearse.

Los dos ejércitos decidieron retirarse cada uno por su lado.

Las espadas quedaron abandonadas sobre el campo.

Cuenta la leyenda que aquel lugar quedó bautizado con el nombre de:“La pradera de las espadas abrazadas” Durante siglos sirvió como lugar de reunión para las personas que amaban la paz y aborrecían la guerra.

De todas formas, si vais hoy a visitar el lugar, os encontraréis con que han construido un gran centro comercial encima.

Pero eso es lo de menos.

Lo que de verdad importa es que por debajo, enterradas en

las profundidades de la tierra, las espadas han aprendido

a entenderse entre ellas y se pasan los días charlando.

Charlando y extrañándose cuando recuerdan las tonterías por

las que los hombres se pelean, allá arriba, en la superficie.