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LA EVANGELIZACIÓN DE HISPANOAMÉRICA
En la tradición de los estados cristianos medievales, el monarca
tiene la obligación de defender y proteger a la Iglesia para que
ésta pueda llevar a cabo la tarea de cristianización.
«Desde el Papa hasta los capellanes de las expediciones
descubridoras; desde los reyes hasta los gobernadores y aun los
encomenderos, tenían conciencia de la misión que la Iglesia les
había encomendado de traer al Nuevo Mundo la fe de Jesucristo.
Era ésta una ley fundamental de la conquista y colonización
americana.» [Hamilton, Carlos: Historia de la literatura
hispanoamericana. Madrid: EPESA, 1966, p. 23]
En 1493, Fernando el Católico solicitó y obtuvo del Papa unas
bulas por las que el Pontífice confiaba al monarca español la tarea
de evangelizar las tierras descubiertas y por descubrir en 1942.
Con estas bulas papales, el rey español quería fortalecer su
postura en las negociaciones de Tordesillas (Tratado de
Tordesillas de 1494) frente a Portugal para repartirse el Océano y
delimitar las fronteras africanas.
En la bula Universalis Ecclesiae de 1508, el Papa había concedido
a perpetuidad a los Reyes Católicos la autoridad para organizar la
Iglesia de Ultramar como vicarios del Pontífice.
La evangelización de indígenas americanos no se inició hasta
1515.
«Los conquistadores introdujeron los preceptos del Derecho
romano en cuanto a legislación y administración de justicia, el
cual fue aplicado por la burocracia del sistema colonial e
impuesto a través del idioma, la religión, la cultura y las
instituciones de los españoles y los portugueses sobre la
población nativa. El principal elemento unificador de toda esta
amalgama colonizadora fue la Iglesia católica: el clero desempeñó
un importante papel en la conversión de la población indígena a
la cultura hispánica y fue el agente encargado de diseñar todo el
sistema educativo en las colonias, además de construir hospitales
y otras instituciones caritativas. La Iglesia fue también el principal
agente económico y, con la única excepción del gobierno real, la
más grande propietaria de tierras en las colonias. Los clérigos
ocuparon altos cargos en el gobierno virreinal, desde banqueros a
guías espirituales.» ["Latinoamérica." Microsoft® Encarta® 2009
[DVD]. Microsoft Corporation, 2008]
Los misioneros fueron los primeros en denunciar ante la Corona
los abusos perpetrados contra los indios por los encomenderos
españoles. Las denuncias de los misioneros, entre los que
sobresale fray Bartolomé de las Casas, llevó a que se convocara
una junta de teólogos que elaboró el primer cuerpo legal, las
llamadas Reales Ordenanzas o Leyes de Burgos, 1512, al que se
le hicieron algunas adiciones en Valladolid.
«Pero la aplicación de toda normativa fracasó, pues el trabajo
forzoso de los indios, aunque limitado y humanizado, fue
mantenido.
En España continuó la polémica, adoptándose como posturas
extremas, por un lado, la de considerar a los indios hombres
libres y a la presencia europea en América lícita tan sólo en el
caso de estar dedicada a la predicación del Evangelio entre los
paganos. Por otro lado, se pensó que Dios había dado las Indias a
España como en otro tiempo diera a los judíos la Tierra
Prometida; igual que Josué hizo ante Jericó, los españoles podían
reclamar “su” tierra y atacar, matar y esclavizar a sus habitantes,
por el hecho de ser idólatras. La llegada a España de fray
Bartolomé de Las Casas, un dominico que había sido
encomendero antes que fraile, coincidió con la muerte de
Fernando el Católico. Las persuasivas quejas y denuncias de Las
Casas fueron acogidas por el regente, el cardenal Cisneros, quien
se apresuró a destituir a Juan Rodríguez de Fonseca y a cuantos
habían presidido la gestión política y económica de los asuntos de
Ultramar.» [Guillermo Céspedes 1985, vol. 1, p. 306]
La combativa actitud del padre las Casas, unida a los problemas
económicos del emperador Carlos V, impulsaron al monarca a
publicar las Leyes Nuevas en 1542, que abolían prácticamente la
esclavitud de los indígenas y los liberaban de la servidumbre
persona. Los derechos del encomendero no serían heredables.
«El Nuevo Mundo ofreció a los frailes castellanos la mayor
oportunidad de la historia del Cristianismo para llevar a la
práctica los principios evangélicos. De ahí el tremendo esfuerzo
realizado por las órdenes misioneras (franciscanos, dominicos,
agustinos y jesuitas) en todos los campos de la actividad humana;
esfuerzo que les llevó en más de una ocasión a enfrentarse con
los colonos, la Corona, e incluso las autoridades religiosas
seculares. Además de fray Bartolomé de las Casas, cuya actitud
indigenista le valió el calificativo de Apóstol de las Indias, otros
muchos religiosos se destacaron en la defensa de la dignidad del
indio americano: Bernardino de Sahún, estudioso de la cultura
azteca, Vasco de Quiroga, promotor de bellos proyectos
inspirados en las utopías renacentistas, Juan de Zumárraga, etc.
La cristianización sin la hispanización, es decir, la introducción de
la cultura europea respetando la libertad y la independencia
política de los indios fue el objetivo perseguido por las órdenes
religiosas durante el siglo XVI. Sin embargo, las nuevas
orientaciones del Concilio de Trento (1563), base de la
contrarreforma católica, y los intereses del rey –responsable
máximo de la Iglesia americana– determinaron un cambio de
actitud en la Iglesia indiana. Siguiendo las consignas de Trento,
los sacerdotes abandonaron la postura indigenista, que podía
considerarse herética, y se centraron en lo que recomendaba la
ortodoxia: la enseñanza del dogma católico a las distintas razas
del Nuevo Mundo, y en las obras de caridad.
El resultado de este cambio de actitud, desarrollado intensamente
entre 1580 y 1630, fue doble. Por un lado, los diversos segmentos
de la población, incluido el indígena, convirtieron el Catolicismo
en una parte funcional de sus vidas; por el otro, la defensa de los
derechos humanos se desplazó hacia los negros, mucho más
desfavorecidos que los indios. Así, si el siglo XVI estuvo dominado
por la absorberte personalidad del padre De las Casas, la
siguiente centuria vio el nacimiento del Apóstol de los negros, San
Pedro Claver, un personaje bastante menos combativo que el
dominico, que desarrolló una intensa actividad misional entre los
africanos de Cartagena de Indias.» [Vázquez, Germán / Martínez
Díaz, Nelson: Historia de América Latina. Madrid: Sociedad
General Española de Librerías, 1990, pp. 118]
«Durante muchos siglos, la empresa colonial fue transparente: un
país, aprovechándose de su fuerza, invadía a otro más débil, se
apoderaba de él y lo saqueaba. Nadie ponía en cuestión
semejante estado de cosas porque se trataba de algo que se
venía practicando desde la noche de los tiempos y todos,
colonizadores y colonizados, aceptaban o se resignaban a esta
cruda realidad como a una fatalidad inevitable, consustancial a la
historia.
El descubrimiento y conquista de América por los europeos
introduce una importante variante. Por primera vez y por razones
religiosas el colonizador se interroga a sí mismo sobre la justicia
de la empresa colonizadora y, en acalorados debates de juristas y
teólogos, se arma de razones, humanas y divinas, para justificar
sus conquistas. Desde entonces, sin dejar de ser lo que fue
siempre, es decir, un acto de fuerza y de rapiña, la colonización
se atribuye a sí misma una misión evangelizadora y civilizadora:
desanimalizar a quienes viven en estado feral y humanizarlos
gracias al cristianismo y a la cultura occidental que aquél inspira.
Para que este objetivo tenga algún viso de realidad es
imprescindible establecer como un hecho indiscutible, científico,
que el colonizado carece de los conocimientos y luces
indispensables para juzgar por sí mismo lo que más le conviene,
pues se trata de un ser desvalido y primario cuyos intereses y
conveniencias son mejor percibidos por la potencia que a partir
de ahora ejercerá sobre él la tutela colonial, una forma de
autoridad benévola.
Sin embargo, en el siglo XIX, las empresas coloniales europeas en
el África y el Asia olvidan casi este prurito de justificación religiosa
y moral e invaden y ocupan territorios, que empiezan a explotar
de inmediato, sin otra explicación que la necesidad de proveerse
de materias primas, ampliar sus mercados o contrarrestar el
crecimiento y poderío de los imperios rivales. Cuando Hitler, en Mi
lucha, explica que en el programa del Partido Nacional Socialista
figura en lugar prominente la adquisición, por las buenas o las
malas, de colonias para instalar los excedentes demográficos del
pueblo alemán, no hace más que poner sobre papel lo que casi
todas las grandes potencias europeas habían venido haciendo,
cierto que sin decirlo con tanta claridad, desde el siglo XV.»
[Mario Vargas Llosa: “La aventura colonial”, en El País,
28.12.2008]
http://hispanoteca.eu/Landeskunde-LA/Hispanoam%C3%A9rica%20-%20Historia
%20e%20instituciones%20-%20%C3%8Dndice.htm