Post on 29-Jun-2015
La era borderline
Hay quienes presumen que cada momento histórico promueve distintos tipos de
problemas psicológicos. Así pues, hubieron épocas más represivas en las cuales la
histeria pobló los consultorios, años más tarde los “blues” musicalizaron un escenario
en donde afloró el diagnóstico de depresión, para hacia los últimos tiempos, verse
acrecentadas los trastornos de ansiedad siendo la vedette los “ataques de pánico”. Por su
parte, hay otras posturas que plantean que lo que ocurre es que en tanto la investigación,
la hiper-especialización y la agudeza diagnóstica incrementan para una determinada
problemática psíquica, entonces es allí cuando los profesionales caemos en la tentación
de sobre-diagnosticar.
La labor clínica y el intercambio humano cotidiano parece situarnos hoy ante un nuevo
o ahora más notorio grupo de síntomas. Actualmente, muchas personas llegan a la
consulta sucumbidos por altas cuotas de irritabilidad y una notable inestabilidad
afectiva. Manifiestan poseer un labil control de sus impulsos y acarrean una negativa
historia de vínculos interpersonales los cuales se dañan cotidianamente ante esta
irascibilidad. Una probable y momentánea perdida de la capacidad de pensamiento
racional y un correlato neuroquímico alterado (probable disfuncionalidad del sistema
límbico), conduce a que estas personas, quienes presentan un nivel cognitivo y un
funcionamiento académico-laboral algunas veces intacto, actúen “al calor del momento”
haciendo que situaciones cotidianas se conviertan en explosivas discusiones o
agresiones incluso físicas.
Dentro de la psiquiatría y la psicología existen una serie de características que al
aparecer unidas consuman, desde los años 80, el diagnóstico de Trastorno Borderline de
la Personalidad según el Manual Diagnóstico de los Trastornos Mentales (ver cuadro).
Aunque no llegando necesariamente a completar dicho criterio diagnóstico, en la
actualidad, muchas de las características básicas de este desorden aparecen como
motivo de consulta o directamente las vemos en nuestro propio entorno social. Incluso
vemos que muchas sub-culturas de adolescentes y jóvenes ponderan muchos de estos
síntomas como forma de encarar y afrontar (o desde su postura tal vez “soportar”) la
vida. La auto agresión, las conductas de riesgo, el abuso de sustancias y las relaciones
de pareja “te odio mi amor” son algunas de los valores que predominan en estos grupos.
Algunas teorías explicativas plantean que estas personas han sido a menudo privadas de
los cuidados necesarios y del apego seguro durante la infancia por lo que se sienten
vacías, furiosas y merecedoras de excesivos cuidados. Suelen sentirse vulnerables al
abandono ya que en el fondo existe una creencia de que son rechazables por los demás.
Suelen enmascarar estos temores mediante sentimientos de cólera inapropiada, cambios
extremos acerca de su visión del mundo, de si mismos y los demás. Pasan abruptamente
del negro al blanco o del amor al odio; sin lograr adoptar posturas neutras o intermedias.
Si bien las personas que reúnen los criterios diagnósticos para este trastorno requieren
de un tratamiento especifico, cabe pensar que en una similar línea terapéutica nuestra
sociedad o muchos de nosotros debemos aprender a disminuir nuestra actual y
desmedida irascibilidad y nuestras polares demostraciones de amor- odio hacia los
demás. De hecho, en estos tiempos un tanto violentos y que apelan a la guerra o ataque
como primera opción, las alternativas intermedias, la negociación, la estabilidad y los
pensamientos en matices son herramientas que debemos recuperar.
Cuadro:
Criterio diagnóstico del Trastorno Borderline de la Personalidad (DSM IV):
Historial de relaciones interpersonales inestables e intensas, caracterizadas por la
alternancia entre la idealización y la devaluación.
Impulsividad en al menos 2 áreas potencialmente auto-dañinas (ej. gasto
desmedido, promiscuidad, etc).
Inestabilidad afectiva debida a una notable reactividad del estado de ánimo.
Manifestaciones de cólera o imposibilidad de controlarla.
Intentos o amenazas suicidas recurrentes o comportamientos de auto-
mutilación.
Alteración de la identidad: auto-imagen o sentido de sí mismo inestable.
Sentimientos crónicos de vacío o aburrimiento.
Esfuerzos frenéticos por evitar un abandono real o imaginado y la sensación de
ser rechazables.
Ideación paranoide transitoria relacionada con el estrés o síntomas disociativos
graves
* Para diagnosticar este Trastorno deben cumplirse al menos 5 de estos criterios