Post on 31-Dec-2015
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Foto: Juan Diego Buitrago Cano
[2]
ESTE PUEBLO ES UN CORRIDO DE MACHETERAS Y
AMORÍOS Etnografía de la vida cotidiana en el casco urbano del municipio de Murillo (Tolima) a la
luz de las memorias, los personajes, las violencias y los días de mercado
Nicolás Pulido Torres
Monografía presentada como requisito para optar al título de:
Antropólogo
Director:
Carlos Guillermo Páramo Bonilla
Universidad Nacional de Colombia
Facultad de Ciencias Humanas
Departamento de Antropología
Bogotá, 2013
[3]
A la hacedora de mis caminos, mi fuerza, mi madre. Por su amor, por sus manos.
Foto: Juan Diego Buitrago Cano
[4]
Contenido GRATITUDES ............................................................................................................................. 5
PROEMIO ................................................................................................................................... 7
CAPÍTULO I: “MURILLO ES EL MEJOR NACEDERO Y VIVIDERO DEL MUNDO,
PERO TAMBIÉN EL PEOR MORIDERO DE TODOS” ....................................................... 10
Pueblo hecho y deshecho a machete ...................................................................................... 10
Tiempo de robots.................................................................................................................... 21
Bestias metálicas..................................................................................................................... 23
Delfina .................................................................................................................................... 25
El yoga del pobre .................................................................................................................... 32
El más de esa gente, Sangrenegra .......................................................................................... 37
Corridos de macheteras ......................................................................................................... 43
El muchacho ....................................................................................................................... 43
Yendo para El Bosque ........................................................................................................ 48
Viernes ................................................................................................................................ 51
Corrido de amoríos ................................................................................................................ 54
Culeburre ............................................................................................................................... 57
CAPÍTULO II: “USTED ACÁ EL DÍA DOMINGO SE DA DE CUENTA DE TODO LO
QUE PASA, LO QUE HA PASADO Y LO QUE VA A PASAR EN EL PUEBLO” ............... 59
“Meros cuentos que bajan a echar el domingo” .................................................................... 60
Ángel ................................................................................................................................... 60
Lucila .................................................................................................................................. 62
Campanas mañaneras ........................................................................................................ 65
Chavela ............................................................................................................................... 67
Ramón................................................................................................................................. 76
El padre Rivera .................................................................................................................. 79
Jaramillo ............................................................................................................................. 83
BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................................... 86
[5]
GRATITUDES
Más allá de concluir un texto, un trabajo académico, el presente presupone el final de una etapa
medular en mi vida, una etapa feliz en la que merecen mis agradecimientos un considerable
número de personas, lugares, instituciones que se hicieron fundamentales en mi andar.
A mi familia, mi madre por la fuerza que a diario me da, por lo incontables sacrificios que hace,
por el amor. A mis hermanos Viviana, Eliana, Iván y Santiago, a mi querido padre, a ellos por
toda una vida, por el conjunto de emocionalidades difícilmente plasmables en un texto. A mi
abuelo, don Teo, fuente de inspiración, protagonista de corridos de macheteras y amoríos que
me emocionaron desde la niñez. A Margarita, por aparecer en el momento justo. A David, por
el privilegiado lugar que con ahínco se hizo en la familia.
A mi segunda familia, la que me acogió en la ciudad cuando dejé un pueblo tan lejano y
pequeño como Murillo en búsqueda de algo hace seis años: la cálida y siempre necesaria
Andrea, el brillante Sergio, el alegre Guillermo, la negra Camila (a ella especialmente por el
mar), la tergiversadora Jessica, el incondicional Jaime pese a que no acepte ser un pésimo
delantero, la entrañable Catalina, el viejo Vladimir, el perverso Diego, la aparatosamente
risueña Constanza, la fiel Carmen, la sonriente Amapola, el… el… bueno Andersson, la
encantadora Angélica, la linda Linda, el perspicaz Javier y su fino humor, el locuaz Camilo y
sus canciones de Sabina, el setenta… del Jhon, todos ellos por la vida, por ser sublime
compañía.
A la estupenda Sharon. A doña Carmen por la colaboración maternal durante toda la carrera, a
sus hermanas Marisol y Graciela, a su hijo Jhon. A la oportuna Milena. A Marisol, Yuli, Angie y
Jhanuby por los mensajes gratificantes durante mi última temporada de campo. A Paloma, por
la buena vibra. A Andrés Ospina por el Tapa Roja y la introducción a muchos aspectos de
Murillo. A Laura Layton por la compañía en mi tercera temporada de campo, por todos los
colores de la lana, por lavar el rebaño. A mis compañeras de Laboratorio en Antropología
Histórica, Angélica Sierra por el empuje en el momento preciso, por los regaños de “¡oiga,
mándele algo al profe!”, “¡oiga, pilas!” que sirvieron de muchísimo en momentos en que pensaba
[6]
desertar por razones que ahora considero risibles, y Laura Carvajal por los muy precisos
comentarios cuando divagaba en mis intenciones de trabajo, a ambas por dedicar tiempo a leer
mis confusos escritos. Al profesor Luis Alberto Suárez Guava que pese a su característica
rabonería conmigo me introdujo servil al Tolima, a la etnografía. Fundamental: al profesor
Carlos Páramo Bonilla, por la infinita paciencia, por la confianza, por el apoyo y por lograr con
su trabajo y sus brillantes palabras que percibiera el enorme corazón que tienen los caminos de
la antropología.
A la Universidad Nacional de Colombia y al Departamento de Antropología por ser también
hogar con todo lo que ello presupone.
A Murillo. A Jairo Villanueva, Brayan y Jaramillo por hacer de Casa Murillo un sitio propio. A la
familia Ruíz, Toño, Chavela y sus hijos Javier, Marco y El Patrón. A Delfina Cortés, su hija Mari
Luz, sus nietos Liney, Duverney, Brayan y Juliana. A don Rodolfo, doña Margarita y el
pequeño Julián. A Margarita Durán y el incansable Maicol, a Nano. A don Miguel, por el
brandy con leche entre otras cosas. A los chicos del Instituto Técnico Lepanto. A Marcela a
quien nunca le agradecí por acompañarme a El Infiernito. A Ramón Acero, a Ricardo y su
esposa Lucila, a La Ratona. A don Israel, a don Ángel. A Jhojannes y su bella madre Sandra,
quien eso sí, me quedó debiendo una taza de chocolate. A don Roberto Gómez. A Jorge
Ardila. A don Antoñito y Simón Maceta. A María Inés. A Julián y Jairo Iván. A todos ellos, a los
arrieros y los vendedores de domingo, toda la gente me acogió amigablemente pese a mis
extrañas preguntas y que hicieron de aquel pueblo a las faldas del Nevado del Ruíz un lugar
menos frío. A Juan Diego Buitrago Cano por las fotos.
Finalmente, no por ello menos importante, a Äkirë por toda la magia, por el camino…
[7]
Foto: Sergio Andrés Castro
[8]
PROEMIO
El presente escrito recoge experiencias desarrolladas en cuatro salidas de campo
hechas al casco urbano del municipio de Murillo (Tolima) entre el año 2011 y el
2013, que en su conjunto suman cuatro meses.
Luego de mis dos primera temporadas de campo, concebí en el contexto de
muchos diálogos, días de mercado, visitas a las casas de tabla que componen el
pueblo, cómo ciertos elementos eran recurrentes y se alzaban como
fundamentales en el día a día del lugar, por lo menos en las maneras de hablar de
la gente: los apodos, las violencias, las memorias y presentes de los domingos
componen medularmente el matiz de la lógica de vida allí, habrá muchos más
elementos por supuesto, pero este trabajo se enfocó alrededor de estos tres,
tocando tangencialmente lo referente a los apodos y haciendo especial ahínco en
aquello que concierne a las violencias y los domingos, planteando
aproximaciones a los pasados y presentes de cada cual.
Coincidían las personas que en Murillo me ayudaron en la construcción del
presente, que para entender cómo era la realidad del habitante del pueblo era
menester ineludible aprehenderse de las maneras en que la gente de allí cuentan y
hacen las historias de su propia cotidianidad: como un corrido, como un cuento,
como un chisme. Me propusieron un par de arrieros un domingo distar mi visión
y descripción del lugar de la que tienen los matasanos (médicos) y los políticos,
ejemplificando que estos eran el caso perfecto de las personas que llegan al
pueblo y luego estando afuera lo detallan de una manera muy distante a aquella
que es representativa para la gente de Murillo, “acá deberían mostrar el pueblo como es,
no con tanta palabra bonita ni rara, sino contar cómo es que se habla acá, cómo es que es
[9]
verdaderamente el chisme de la gente, y las zampapalos (peleas) y todo eso…”1, así,
acatando la sugerencia de los dos arrieros, de la gente del pueblo, y considerando
algunas discusiones sostenidas con mi director de trabajo de grado y mis
compañeros de carrera en las que la conclusión siempre fue que la descripción
fiel de un cierto contexto social presupone en sí un ejercicio antropológico
amplio cuando hace evidentes directrices fundamentales en la dinámica social del
escenario en cuestión, por ello decidí procurar ser fidedigno en la mayor medida
posible a los diálogos y referencias obtenidas en campo, es decir que lo acá
elaborado es un modesto intento de mostrar Murillo como lo contaría una
persona del lugar, donde se explayan las historias y los datos de manera
prácticamente literal sin colocarlos en un plano formal de discusión con algún
autor o una corriente teórica, sino bajo el presupuesto de que evidenciar la
dinámica del lugar de dicha manera servirá al lector a obtener cierta
aproximación del contexto social allí manifiesto.
1 Conversación con Jorge Ardila - Diario de campo, domingo 3 de enero del 2013 (Murillo, Tolima)
[10]
CAPÍTULO I: “MURILLO ES EL MEJOR NACEDERO Y VIVIDERO
DEL MUNDO, PERO TAMBIÉN EL PEOR MORIDERO DE TODOS”2
Foto: Sergio Andrés Castro
2 Conversación con Delfina Cortés - Diario de campo, martes 15 de enero del 2013 (Murillo, Tolima)
[11]
Pueblo hecho y deshecho a machete
Allá, en el tiempo de los antiguos, Murillo era un tupido bosque nublado bajo el
que aguardaban negras tierras que prometían prosperidad. Los primeros que
llegaron eran antioqueños y boyacenses, uno que otro caldense; establecieron
ranchos a pocos kilómetros de donde está actualmente el casco urbano, sitio
conocido como Casas Viejas, ubicado en la vereda Sabanalarga y cuyo nombre
corresponde a la remembranza de esos los primeros ranchos de tabla de cedro y
roble3.
En el momento de la fundación a
alguien se le ocurrió como nombre
prominente Lepanto, en honor al
escritor español del siglo XVI Miguel
de Cervantes Saavedra, apodado
Manco de Lepanto por una mano que
perdió en batalla en 1571. Nadie sabe
precisar por qué los fundadores
querían hacer distinción a Cervantes,
lo cierto es que finalmente se optó
por llamar al entonces corregimiento de Líbano4 con el actual nombre en alusión
a Manuel Murillo Toro, primer presidente tolimense del país y quien un año
3 Aún en Murillo las casas se construyen en tabla considerando la madera un material mucho más resistente
al frío. Inicialmente las maderas prominentes para tal menester eran la de cedro, roble y guayacán, este
último básicamente en las zonas más cálidas de la región. Posteriormente las maderas de pino y eucalipto
también se empezaron a utilizar en la construcción de viviendas. 4 Por ordenanza 083 del 5 de diciembre de 1985 sancionada por la Gobernación del Tolima, fue elevado a la
categoría de municipio.
[12]
después de la fundación iniciaría su segundo bienio como máxima autoridad
nacional5.
Según algunos, Murillo Toro fue quien en visita al naciente caserío ordenara el
traslado, ya que en Casas Viejas estar rodeados de lomas impediría un crecimiento
óptimo del pueblo, una meseta se eligió como nuevo lugar para establecer la
población. Una segunda versión acerca del cambio de sitio arguye que en razón al
terrible frío que hace en Casas Viejas los pobladores en busca de un lugar más
cálido se movieron cerro abajo optando por la actual zona, “¿cómo serían de flojos
que en vez de buscar la propia calorcita por ahí bajando al Líbano se quedaron mejor acá y nos
condenaron a congelarnos?”6 decía don Felipe sarcásticamente, a propósito del
penetrante frío que hace en Murillo, su altura es cercana a los tres mil metros
sobre el nivel del mar.
El pueblo se reubicó, hubo dos calles principales. Y hubo huellas de mula que se
llenaron de agua en los inviernos, y de gota en gota y de huella en huella las calles
se volvieron lodazales que fueron testigos de las familias rurales que iban a la
misa dominical, arrieros cargados de papa los jueves rumbo a Montaña Fría y
espantados soldados del Coronel Matallana7 en fatigosa búsqueda de Sangrenegra8y
su cuadrilla. En la calle más larga, la que conduce a Manizales rodeando el
costado oriental del Nevado del Ruíz, se ubicaron los antioqueños. La calle que
5 Manuel Murillo Toro fue presidente de Colombia durante los periodos comprendidos entre 1864-1866 y
1872-1874 6 En el presente texto las frases en cursiva y comillas corresponden a fragmentos de transcripciones literales
de entrevistas y conversaciones sostenidas con las personas del lugar. Se omiten onomatopeyas además de
ciertas palabras o referencias contenidas en la frase textual que se consideran innecesarias para el contexto en
que se suscitan. 7 José Joaquín Matallana Bermúdez fue combatiente en la Guerra de Corea como integrante del Batallón
Infantería Colombia No.1. Al regresar a país, Matallana desde el rango de coronel al mando de los batallones
Colombia y Patriotas, instaurados en las poblaciones de tolimenses de Líbano y Armero respectivamente, se
encargó de liderar la lucha contra bandoleros y rebeldes en el norte y el sur del Tolima durante el Frente
Nacional. 8 Jacinto Cruz Usma, alias Sangrenegra, fue un bandolero que persiguió con saña a los conservadores durante
la época de la historia colombiana llamada "La Violencia". Originario de Murillo, operó fundamentalmente
en los departamentos del Tolima, Quindío y Valle del Cauca.
[13]
sale hacia las veredas de La Esperanza y El Bosque fue la de los boyacenses.
Vivían tensiones violentas, tenían armas características: boyacense que pasara
hacia la calle de los antioqueños recibiría malas miradas, malas palabras y quizá el
certero contacto de la metálica hoja de una cuchilla barbera. Así mismo
antioqueño que frecuentara la otra calle experimentaría, como si se tratara de un
can ruin, una leñera con perrero9.
La calle de los antioqueños con el tiempo pasó a llamarse La Principal pues en ella
se concentraron la mayoría de tabernas, riñas, caballos, mercado y con todo ello
muchas de las historias más significativas del lugar. La de los boyacenses ahora es
conocida por unos pocos como Calle de los arrieros pues allí están los depósitos de
9 Palo delgado de similar envergadura y forma a la de un bastón. Generalmente hecho en guayacán, en la parte
superior tiene una obertura en donde lleva atravesado un largo y delgado cordón de cuero seco de res el cual
con un complejo nudo en su punta. Su función le da nombre ya que es para defenderse de los perros rabiosos
que generalmente abundan en los caminos rurales. También se usa para arriar bestias y reses
[14]
papa que congregan siempre aglomeración de estos personajes y sus bestias10. La
mayoría de la gente conoce esta calle como Calle de La Esperanza porque, como se
había mencionado, por allí se llega a la vereda del mismo nombre a dos horas del
casco urbano con buen clima y en una bestia de firme paso.
Los más viejos oyeron de niños de aquellas disputas, a ellos les tocó vivir Murillo
cuando ya las peleas no se daban por regionalismo sino por colores políticos11.
Saben en realidad poco de los primeros antiguos, pero se les evoca con profunda
admiración, frases como: “¡esa sí era gente trabajadora!” son recurrentes en los
relatos. Gente longeva, gente sana por comer únicamente lo que con sus manos
callosas sembraba, gente a la que se le aparecían los espantos de los páramos que
circundan el nevado, gente que usaba camándulas de madera y que llenaba
destartalados camiones para ir a las fiestas religiosas de las poblaciones vecinas,
en parte esa era la gente antigua.
“Esa gente era verraca12, no ve que borraron todo ese monte y esto lo dejaron solos potreros,
¡imagínese usted la cantidad de trabajo lo que es hacer eso y armar todo un pueblo!, hágalo usted
a ver si puede, yo creo que ni usted, ni yo, ni naides tiene verraquera para hacer una cosa así ”
sentenció vehemente don Alfonso Aldana al calor de un caldo de papa, según él
únicamente similar al que tomaban los antiguos, porque los de entonces eran más
nutritivos ya que a los cultivos no se les viciaba con venenos y el agua de esos
10 Mulas y caballos. Si bien hace referencia a estos dos animales en general, es más recurrente que se les llame
así a los que están destinados a la carga. 11
“Durante el siglo XIX y buena parte del siglo XX, los partidos políticos tradicionales recurrieron a la
violencia para dirimir las disputas por el poder y, en particular, para lograr el dominio del aparato estatal, a
tal punto que este accionar puede considerarse como una constante histórica de varias décadas. En efecto, la
pugnacidad política y las acciones violentas entre los partidos tradicionales, Liberal y Conservador,
alcanzaron su nivel más crítico en el periodo conocido como La Violencia, que comprende desde 1946 hasta
1958. Aunque la violencia liberal-conservadora fue promovida por la dirigencia de ambos partidos, el
enfrenta miento político se vio especialmente atizado por el sectarismo manifiesto del dirigente conservador
Laureano Gómez, presidente de la República entre 1950 y 1953. A partir de entonces, el conflicto político se
tradujo en una abierta confrontación armada”. GMH ¡BASTAYA! Colombia: memorias de guerra y dignidad.
Bogotá: Imprenta Nacional, 2013. Página 112. 12
Persona trabajadora. De carácter loable y firme. Referencia también una acción compleja, que bien puede ser
de carácter admirable o reprochable según el contexto.
[15]
días era realmente pura; según él, esos caldos de papa “bien cargados” como solo se
sabían preparaban por esos años, hacían a la gente verdaderamente fuerte, al
punto de derribar montes y levantar pueblos.
Machetazos esperanzados hicieron del monte leña con que se cocinaron caldos
de papa para obreros madrugadores; en escarchadas albas saltaban de las esteras
para ir a chicotear montes hasta que el sol se anidara detrás del Nevado del Ruíz.
Azadones y yuntas de bueyes dieron vuelta a las tierras y así un día el tupido
bosque nublado se convirtió en recuerdo, en cuento de los que echan los
jornaleros mientras beben guarapo durante los descansos en el barbecho, “todo
esto era monte antes, en los tiempos de la gente pura antigua acá de Murillo” decía Kiko,
quien como sus compañeros lleva atado un radio a la espalda, en su caso en
eterna sintonía de La Voz del Tolima13, cuando trabaja en los papales.
Entonces vinieron las fincas con linderos de rocas areniscas y nombres de santo,
caminos con troncos de árbol joven atravesados horizontalmente en las zonas
resbalosas para evitar que las bestias se desbarrancaran en los días invernales.
Vinieron ladrillos para alzar un templo y una casa cural, vinieron un par de
campanas metálicas que doblaron anunciando las horas en punto. Vinieron los
primeros días de mercado y las intermitencias, visibles desde la lejanía, de luces
producidas por fogatas en las casas rurales los siete de diciembre14.
Hubo señores con mansos bueyes en los que transportaban bultos, leña,
mercados, ovejos con las patas aseguradas por cabuyas sobre los corpulentos
lomos de los bóvidos hasta el casco urbano de Líbano. Era lo más eficiente para
ir con cargas hasta los pueblos vecinos porque allá en el tiempo de los primeros
13
Emisora radial regional que transmite desde Ibagué en la sintonía 870 am 14
En las áreas rurales del país el siete de diciembre, “día de las velitas” por antonomasia, se conmemoraba
organizando enormes fogatas nocturnas luego de haber participado durante el día de una procesión y misa en
honor a la Virgen María generalmente a la batuta de una colectividad religiosa denominada “Hermanas de
María”. Aún en muchas regiones se mantiene dicha tradición.
[16]
antiguos el camino no era apto para que los aparatosos camiones Dodge15 se
parquearan en Murillo, las procesiones en las que susodichos vehículos se
atiborraban de creyentes en el parque principal sobrevinieron unas décadas
después. También se hacían los recorridos, que demandaban cerca de seis horas,
a lomo de bestia; aquellos duraron más tiempo cumpliendo dicha función porque
los bueyes que bajaban hasta clima cafetero prontamente fueron, por una razón
que nadie sabe precisar, recuerdo y cuento de los que echan los jornaleros
mientras beben guarapo durante los descansos en el barbecho.
Un día el tortuoso camino que pisotearon bueyes con cargas en el lomo se
convirtió en una carretera. Por esta, que asoma al pueblo desde El Observatorio y
se adentra pasando por La Virgen para convertirse en el parque principal en La
Calle de La Esperanza; llegaron más gentes a vivir al lugar con anhelos puestos en
potreros fértiles, homogéneos surcos de flores moradas16 fueron cada vez más
largos y se avistaron en enorme cantidad de lomas. Por la carretera llegaron los
vendedores antioqueños que instalaban sus toldos en el andén del parque,
llegaron los negociantes de la capital a aprovisionarse de toneladas de papa,
arveja, cebolla. Llegaron infinidad de cuentos, de familias con otros apellidos, de
cosas que los primeros antiguos nunca vieron, nunca palparon, o nunca oyeron,
porque palabras nuevas también subieron la carretera curvada hasta Murillo: godo
y cachiporro17 fueron dos de las que empezaron a hacer parte de la jerga cotidiana.
También nuevas disputas: los bailados18, el certero contacto de la metálica hoja de
una cuchilla barbera, las leñeras con perrero, los machetazos, los cuerpos
15
Marca norteamericana de vehículos. 16
El color de las flores de las variedades más comunes de papa en Colombia (Pastusa, Criolla, Sabanera,
R12, Cero, Criolla) es morado. 17
Desde principios del siglo XX en Colombia se popularizaron los sobrenombres para los adscritos a los
partidos tradicionales, cachiporros eran llamados los liberales y godos los conservadores. 18
Puño, golpe
[17]
recostados en cajas de madera de cedro se presentaban en el altar de la iglesia por
haber elegido el rojo o el azul19: el Murillo que le tocó a los antiguos de ahora.
“Somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado. ¡Somos
capaces de sacrificar nuestras vidas para salvar la paz y la libertad de Colombia!. ¡Impedid,
señor, la violencia!. Queremos la defensa de la vida humana, que es lo que puede pedir un
pueblo. En vez de esta fuerza ciega desatada, debemos aprovechar la capacidad de trabajo del
pueblo para beneficio del progreso de Colombia. ¡Impedid, señor, la violencia!. Queremos la
defensa de la vida humana, que es lo que puede pedir un pueblo. En vez de esta fuerza ciega
desatada, debemos aprovechar la capacidad de trabajo del pueblo para beneficio del progreso de
Colombia…”20 decía vehemente en plaza pública de la capital un siete de febrero
un señor muy importante que pedía a un presidente conservador intermediación
pronta y eficiente frente a la creciente violencia que se presentaba en el país para
ese momento, especialmente en zonas rurales. Ese día mataron a muchos de los
que le acompañaban, razón por la cual ocho días después y en memoria de ellos,
al otro lado del nevado, en Manizales, ese mismo señor dijo: “Verdad es que los
hombres de ánima helada os arrancaron de nuestro lado, de nuestros brazos, de nuestras luchas,
pero sólo consiguieron multiplicaros en lo íntimo de nuestra devoción, de nuestro recuerdo y
nuestro afecto. Verdad es que vuestras pupilas ya no se encienden en luz de amor por vuestras
madres, por vuestras novias o por vuestros hijos: hombres malos las apagaron. Verdad es que
vuestras gargantas no serán ya el alegre clarín para cantar los cantos de la democracia que
nuestras huestes cantan: hombres malos las silenciaron. Verdad es que vuestros corazones no
vibrarán más al ritmo de las emociones de los libres que las ideas liberales alientan: hombres
malos las detuvieron. Verdad es que vuestros brazos y vuestros músculos no modelarán ya sobre
la tierra o en el taller el crecer del fruto y la riqueza de que la patria ha menester: hombres
19
Históricamente el color rojo ha sido el distintivo del Partido Liberal, en el caso del Partido Conservador es
el color azul. 20
Fragmento de “La oración por la paz”, proferida por el líder político adscrito al Partido Liberal
Colombiano Jorge Eliécer Gaitán Ayala en la llamada “Manifestación del Silencio” el 7 de febrero de 1948 en
la Plaza de Bolívar (Bogotá) realizada durante el gobierno de Mariano Ospina Pérez.
[18]
malos os lo impidieron…21”. Verdad es que a ese importante señor lo mataron frente
a su despacho en la capital cincuenta y cuatro días después de decir eso22, verdad
es que en Murillo también a muchos los mataron ese día por tener el mismo
color político que ese señor, y verdad es que a los que tenían el otro color
también les mataban durante ese viernes. Verdad es que en Murillo siguieron
matando los días venideros, y los meses venideros, y los años venideros.
Dicen que por culpa del asesinato de ese importante señor la gente se empezó a
matar más, y se organizó para tal menester. Dicen otros que la muerte de él solo
fue la gota que derramó el vaso de una matanza inevitable. Dicen también que
después de ese día de abril se exacerbó la politización y la brutalidad en policía y
ejército. Dicen por otro lado que la muerte de ese señor nada tuvo que ver con
toda la sangre que se derramó luego. Dicen muchas cosas de esos días, unas muy
parecidas entre sí, otras enormemente diferenciadas, “¡ni an se sabe quen tendrá la
razón!” diría vehemente doña Margarita Mendienta, la hilandera y sobandera
esposa de un músico con quien vive en una casita oscura sobre La Principal desde
que se vinieron de su natal El Bosque hace ocho años; “us a lo mejor… todos la
tienen”, diría vehemente el marido con su voz pausada. Verdad es que hombres de
ánima helada, como diría vehemente ese señor importante muerto un viernes de
abril en la capital, en la tierra helada de Murillo nacieron por montón, en la tierra
helada de Murillo el ánima les helaron, en la tierra helada de Murillo apagaron
pupilas, en la tierra helada de Murillo se apagaron las suyas bajo las misma ley en
la que vivieron. Verdad es que casi todos recuerdan que por aquellos años
inmediatamente posteriores a la muerte del importante señor en el lugar
21
Fragmento de “La oración por los humildes”, proferida por el líder político adscrito al Partido Liberal
Colombiano Jorge Eliécer Gaitán Ayala el 15 de febrero de 1948 en la ciudad de Manizales (Caldas). 22
Jorge Eliécer Gaitán Ayala fue asesinado el viernes 9 de abril de 1948 en la entrada del edificio Agustín
Nieto, donde estaba su despacho, sobre la carrera séptima en el centro de Bogotá. Su homicidio desató una ira
colectiva que derivó en el episodio de la historia colombiana conocido como “El Bogotazo”, hecho que
también se alza como fundamental en el contexto de la historia de la violencia en el país.
[19]
empezaron a rondar por los potreros machetes afilados, se quemó mucha
pólvora. Quizá, más rápidamente que los surcos de flores moradas, se
esparcieron por Murillo escondites hechos entre los matorrales y nocturnos coros
casi susurrados de: “dale señor el descanso eterno, brille para ella la luz perpetua”23. La
sangre se amalgamó con la tierra.
La vida muchas veces terminaba en los ríos, en cuantiosas ocasiones las aguas
frías y azufradas trajeron cuerpos de algún infortunado que se halló en el camino
de los bandoleros. Pero también por esos días la vida empezaba en los ríos,
porque las mujeres embarazadas desde que los primeros dolores de parto
agobiaban rápidamente se dirigían a los lugares en que los caudales de agua
hacían más ruido, con ello garantizarían que bajo el sonar del río los lloriqueos de
sus hijos no serían escuchados por esa gente24, que tenía entre sus predilecciones el
cegar la vida de los recién nacidos. Unos dicen que mataban bebés argumentando
que siendo este un país miserable, lo mejor era evitar que se engrosaran las filas
de pobres, de hambrientos. Otros dicen que la razón por la que mataban bebés
solo la sabe el diablo. Dicen también que era para meterle miedo al Coronel
Matallana y a todos aquellos que les perseguían, para que se dieran cuenta de que
ellos eran capaces de cualquier cosa. Dicen muchas cosas de aquellos crímenes,
“¡ni an se sabe quen tendrá la razón!” diría vehemente doña Margarita Mendienta, la
hilandera y sobandera esposa de un músico con quien vive en una casita oscura
sobre La Principal desde que se vinieron de su natal El Bosque hace ocho años;
“us a lo mejor… todos la tienen”, diría vehemente el marido con su voz pausada.
Las orillas de los ríos no solo atestiguaron lloriqueos de infantes en su primer
respiro; no solo atestiguaron esos los gritos enérgicos de: “¡ya nació!, mi Dios lo
23
Rezo que se hace en los velorios.
24 Generalmente en Murillo cuando se hace referencia a grupos armados (bandoleros, paramilitares, guerrilla)
no se mencionan nombres propios sino que se les llama a todos como esa gente, o la gente del monte.
[20]
guarde, lo bendiga y le dé larga y buena vida”25. Las orillas de los ríos no solo
atestiguaron lloriqueos de horrorizados descubridores de los cuerpos que traían
las aguas frías y azufradas; no solo atestiguaron esos los gritos enérgicos de: “¡Ave
María purísima!, mi Dios lo tenga en su santa gloria”26. Los ríos atestiguaron también
las huidas de familias que dejaban los ranchos ante la presencia de los bandoleros,
y que al igual que en los partos se refugiaban bajo los estrepitosos cantares del
agua para garantizar la vida. Los ríos también atestiguaron los amoríos indebidos,
porque sus sonoras aguas también silenciaban aquellos encuentros; atestiguaron
las leñeras que de niño Ramón27 recibía de su padre por haber permitido a las
reses beber aguas azufradas.
Allá, en el tiempo de los antiguos, Murillo era un tupido bosque nublado bajo el
que aguardaban negras tierras que prometían prosperidad. Y las negras tierras
cumplieron, son incontables las cantidades de caldos de papa que proveyeron, las
familias que forjaron, las fortunas que construyeron. También las negras tierras
incumplieron y ahora guardan los restos silenciosos y tullidos de incontables
inocentes y culpables, valientes y cobardes, restos de sueños de prosperidad
vistos en potreros fértiles que no se realizaron porque al ahínco laborioso lo
cortó de tajo el filo de un machete.
25
Delfina Cortés, frase que hizo en remembranza de lo que decían en su familia a propósito de lo acontecido a
orillas de los ríos Recio y Lagunilla sobre finales de la década de los cincuenta - Diario de campo, sábado 12
de enero del 2013 (Murillo, Tolima) 26
Ibíd. 27
Conversación con Ramón Acero - Diario de campo, domingo 13 de enero del 2013 (Murillo, Tolima)
[21]
Tiempo de robots
Llegaron a Murillo huyendo de la desazón que dejó la hostilidad en Europa.
Unos dicen que su arribo fue después de la Primera Guerra Mundial, otros que
de la Segunda. Los Hartmann28 tenían varias fincas, unas bajando hacia el Líbano,
otras por los lados de El Bosque, otra en La Gloria. Su historia es recordada
fundamentalmente por los antiguos, aquellos que vieron cómo los primeros
bombillos iluminaban de amarillento las tardes de neblina con la electricidad que
gestionaron los Hartmann para el pueblo.
Además de la electricidad se dice de los Hartmann que fueron quienes llevaron el
progreso al pueblo materializado en la contribución en un sistema de agua
potable, además del oficio de la herrería ya que el jefe del hogar fabricaba
azadones, palas y demás herramientas que cambiaba con los campesinos por
28 Ver “El jardín de las Hartmann” – Jorge Eliécer Pardo, Bogotá. 1981.
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mano de obra en los cultivos o por papa. Él vino al norte del Tolima con su
esposa y sus hijos, unos dicen no saber precisar cuántos hombres eran pero sí
que las mujeres eran dos. Otras voces cuentan de mujeres únicamente, y que eran
más de dos. Dicen también que eran una docena.
Recordadas en varios lugares del departamento, en Murillo la remembranza
prominente es de dos damas que enseñaban a leer y escribir a niños y adultos.
Nunca se casaron, tampoco entablaron amistades cercanas. Las Hartmann
siempre andaban juntas las pocas veces que salían de la finca, generalmente los
domingos en que asistían a misa y adquirían algunos enseres en el mercado y
durante sus caminatas lentas y mudas por la siempre repleta La Principal.
Cuando se aprovechó la cascada de El Infiernito para montar una planta eléctrica,
la primera en Murillo, ellas fueron quienes se llevaron la mayoría del crédito. Sin
embargo de diversas voces se oye que aquello no se trató de un gesto altruista
para con la comunidad sino a ciertos intereses personales: en uno de los cuartos
de la planta, cuyo acceso era exclusivo de las hermanas Hartmann, había un robot
traído secretamente desde Europa destinado a satisfacer las necesidades sexuales
de éstas, las eternas hermanas solteronas, y que por supuesto funcionaba con la
energía eléctrica generada en la planta.
Las descripciones del robot son diversas, alguien dice que no hace mucho en una
casa vieja un obrero lo vio entre viejos chécheres, él expresó que era similar a un
maniquí pero hecho en cobre. Otros dicen que nunca nadie lo vio. Cuentan
también que no imitaba la figura humana sino que era mucho más pequeño, un
cilindro que remedaba la forma de un falo. La mayoría ríe cuando se habla del
tema, pero tampoco lo desmiente: “… eso dicen, como esa gente de por allá toda la vida
ha sido tan dañada… a mí no me consta pero si la gente lo dice debe ser por algo” me dijeron
en una cafetería del parque principal.
[23]
Aún en la cascada de El Infiernito quedan paredes de la que fuera la primera planta
de energía del pueblo, del robot quedan los cuentos. De los Hartmann no me
hablaron mucho más, ni los domingos, ni en los cafés. La misma señora29 que
reía con la historia del robot en la cafetería del parque concluyó diciendo que
Murillo iba en retroceso porque inclusive allá, en el tiempo de los antiguos, el
pueblo era un lugar con tecnología más avanzada, porque había historias para
contar: “… ¡figúrese usted que hasta había robots!, ¿cómo sería de próspero este pueblo que
hasta eso había?... pero eso sí yo no sé si eso será verdad o no, lo que pasa es que si usted se fija
todo lo grande que pasaba en este pueblo era en esos tiempos, hasta las mentiras y chistes
grandes eran de ese tiempo, como eso del tal robot…”.
Bestias metálicas
El establecimiento alquilaba bicicletas en los años cuarenta donde actualmente
está la cantina “El Viejo Efra”, allí a la mitad de La Principal. Doña Margarita
Durán30 las solicitaba por una moneda de un valor que ya no recuerda, tampoco
recuerda por cuánto tiempo las alquilaban, lo que sí recuerda es que quien atendía
el lugar era un señor gordo al que le pasaban los fríos días sentado fumando
cigarrillo, esperando que alguien viniera a requerir una bicicleta o a entregarla. La
única vez que ella se sirvió de una la inexperiencia combinada con el vértigo la
llevaron a estrellarse contra un andén de La Calle de La Esperanza averiándole el
marco, no lloró al ver sangre esparciéndose ágil en su vestidito porque pudo más
el miedo de tener que enfrentar al propietario que el dolor de las lesiones que en
29
Conversación con María Inés Pineda – Diario de campo, domingo 27 de enero del 2013 (Murillo-Tolima)
30 Conversación con Margarita Durán – Diario de campo, lunes 4 de febrero del 2013 (Murillo-Tolima)
[24]
su cuerpo dejó el fuerte golpe. Fue tímida donde el gordo del cigarrillo,
esperando que la regañara y le cobrara iracundo el daño causado en la bicicleta,
por fortuna le halló distraído, sin mirarla ordenó entrar al sitio y dejar la bicicleta
con las demás en un improvisado parqueadero hecho con las que otrora sirvieran
de angarillas del burro de algún antiguo. Salió corriendo de los nervios a su casa y
no volvió a pasar por allí en algunas semanas.
Un día, no lejano al accidente de Margarita, el señor gordo dejó de pasar sus frías
jornadas sentado fumando cigarrillo en espera de algún usuario, un día cerró las
puertas y cuando las volvió a abrir no esperaban tras de ellas los improvisados
parqueaderos de angarillas en desuso sino un alto mesón de gruesa madera y
estantes ocupados por el cristal de botellas de aguardiente y cerveza, desde
entonces ese cuadrante de La Principal es una cantina. Hoy Efraín, al igual que
aquel orondo tipo de las bicicletas de hace sesenta años, se sienta en un tronco de
pino a esperar algún cliente que quiera hacerse de un pintadito, una gaseosa o unas
de las empanadas que exhibe en amplia vitrina desde las once de la mañana en la
entrada de su cantina, serán los estudiantes del colegio quienes acaben con la
mayoría de estas a las dos de la tarde cuando acabe la jornada escolar y se
abalancen sobre las tiendas a proveerse de alguna buhonería para el camino de
regreso a casa. Nunca más se volvieron a alquilar bicicletas en Murillo, doña
Margarita ríe al recordar el golpe que se dio en la “bestia metálica” que alquiló allá
en los días en que de negras eras prosperaban papales sin necesidad de venenos.
[25]
Delfina
Delfina Cortés fue levantada31 en la vereda La Betulia, del vecino municipio de
Villahermosa, allá por los lados del cañón del río Lagunilla, ese en el que enormes
piedras dan testimonio de la avalancha que hizo finao32 a Armero33 hace ya casi
tres décadas. Exclama con avidez que los primeros antiguos eran personas más
laboriosas que las de la actualidad, aún sin haberles conocido. De niña a las seis
de la tarde, luego de terminar lo oficios de la finca, se reunía con sus hermanos
en la cocina a tomar cuchuco a la luz y el calor de una llamarada mientras oía de
labios de su padre historias de la sabana de Bogotá, de riñas de cantina, espantos
del monte y de esos los primeros antiguos que defendían su calle unos con perrero,
otros con cuchilla barbera.
Los amaneceres en La Betulia antes que por los tibios rayos de sol estaban, están,
determinados por heladísima brisa mañanera, densa neblina asentada desde la
noche. Aún con el blancuzco panorama doña Delfina, con la nariz dura por la
baja temperatura, debía salir con sus hermanos a primera hora para ayudar en los
quehaceres de la finca. Los hombres se encargaban de algunas de las actividades
que requerían de mayor fuerza física como rajar la leña más gruesa, levantar las
cercas, transportar las cargas pesadas. En el caso de las mujeres funciones en
torno a la cocina eran las primordiales. En todo caso, pese a existir una cierta
división sexual del trabajo, la mayoría de las tareas las cumplían hombres y
mujeres por igual, básicamente las inherentes a la agricultura: sembrar, desyerbar,
abonar, cosechar, eran funciones que ambos efectuaban.
31
En Murillo el término levantar significa criar. Ver “Madres de crianza: levantando vida en el norte del
Tolima. Estudio etnográfico de las prácticas de crianza y adopción” Andrea Buitrago Ospina, Universidad
Nacional de Colombia. Bogotá, 2012. 32
Muerto, difunto. 33
El casco urbano del municipio de San Lorenzo de Armero, fundado en 1895, fue arrasado por una
avalancha de lodo ardiente y arena generada en el Cráter Arenales del Nevado del Ruíz en horas de la noche
del miércoles 13 de noviembre del 1985.
[26]
Lo relacionado con el quehacer de la lana sí era exclusivo de las mujeres, las
tardes en que el padre no contaba historias era la madre en quien se centraba la
atención. En derredor a ella se disponían doña Delfina y sus hermanas para
aprender a hilar, a terciar, a coser, a tejer. También aprendió en las tardes junto a
su madre a fabricar los husos, instrumentos de madera utilizados para la
conversión de las nubes lana en hilos cuya finura se determina de acuerdo a lo
que sea destinada: cuando se trata de prendas como sacos, guantes o gorros el
hilo debe ser delgado, cuando se destina a cobijas o ruanas ha de ser grueso. El
huso es en última instancia una pequeña vara, ligera y con unos treinta o cuarenta
centímetros de largo, “esto es como un lápiz grandote” diría doña Delfina entre risas,
en una punta el huso tiene un pequeño acabado donde se ata el hilo de lana, en el
otro extremo tiene un peso llamado tortero que permite al huso girar sobre su
propio eje; los primero antiguos hacían finos torteros de hueso o de piedra,
posteriormente la dedicación para fabricarlos fue disminuyendo y los torteros
fueron bastos pedazos de madera o simplemente papas. La lana era obtenida de
su propio rebaño de ovejas, también desde niña doña Delfina aprendió a
esquilarlas y curarlas de diversos males, fundamentalmente de los frecuentes
males producidos por moscas que incuban en las fosas nasales de los ovinos.
Los días de su infancia los pasó con pies desnudos, solo los domingo se calzaba.
El largo camino de La Betulia a Murillo lo transitaban ella y sus hermanos a pie
limpio para no ensuciar los zapaticos o alpargates que exhibirían en la misa y la
plaza de mercado. Los vestiditos de falda también estaban destinados a usarse
únicamente el domingo. En la entrada del pueblo los pies se limpiaban contra
algún pastizal húmedo, en el mismo se ocultaban las bolsas plásticas o lonas en
que se traían los zapatos, allí se calzaban y quitaban el polvo para entrar de
manera presentable a la primera misa, la de las seis de la mañana, que entonces se
oficiaba en latín estando el sacerdote de espaldas a los feligreses.
[27]
Doña Delfina debía andar de la mano de su madre para no perderse entre el
apretujado gentío que transitaba La Principal y La Calle de La Esperanza. Murillo
era un lugar próspero, negras eras producían papa sin necesidad de venenos, los
hombres eran “gente brava de verdad” en palabras de don Ángel, de don Toño, de
doña Delfina, reflejado las hendiduras que dejaron los machetes en las tablas de
las casas antiguas. La mañana del lunes en los rincones del pueblo al frío le
acompañaba una retumbante pregunta: “¿quién fue el muerto?”. En aquel tiempo se
consideraba que “Domingo sin muerto no es domingo”. Desde que esferitas de helado
rocío anidadas en los carretones se desintegraban en las plantas de sus pies, doña
Delfina se acostumbró, como todos en el pueblo, a aquella pregunta para iniciar
la semana. Se acostumbró también a las invitaciones a velorios, a las
lamentaciones de viuda y huérfano y las promesas de venganza en las cantinas. El
sepulturero tenía bastante trabajo allá en los tiempos de los antiguos, de la gente
brava, de la papa que germinaba sin venenos: finalizaban los años cuarenta.
En las tardes del domingo la lona de los zapatos se sacaba del escondite en el
pastizal para guardarlos de nuevo en el regreso a La Betulia, ahora cada niño
cargaba algún talego con mercado, doña Delfina prefería arrastrar leña que
encontraba por el camino. Algunas veces su padre se quedaba bebiendo hasta el
lunes, generalmente él era quien llegaba a casa con la respuesta a esa pregunta
con que se iniciaban todas las semanas, la familia temía siempre que de pronto un
día la contestación fuera el nombre de él.
En los siguientes tres lustros el sepulturero tuvo aún más trabajo, ahora no solo
las invitaciones a velorio, las lamentaciones de viuda y huérfano y las promesas
de venganza en las cantinas provenían de lo ocurrido en alguna machetera
dominical en La Principal por alguna mirada, un empujón o un asunto de amor,
ahora también provenían de las fincas y de los caminos, de veredas y páramos,
[28]
ahora Sangrenegra, Chispas, Desquite, Despiste, Tarzán y otros chusmeros34 se
encargaban de que en el cementerio hubiera tierra removida y flores nuevas todas
las semanas.
Del que doña Delfina más se acuerda es de Sangrenegra, es del que todo el pueblo
hace siempre mayores y más lúgubres remembranzas. Por allí dicen que él y sus
compinches mataron a miles, allá dicen que fueron cientos, más acasito que no
fueron tantos sino que las pocas vidas que quedaron en sus manos, en sus
machetes, terminaron de forma tan brutal que por ello se le recuerda tanto. Para
doña Delfina no se trata de la cantidad de los que mueren sino de la magnitud del
dolor que trae la muerte, desde el dolor físico de la víctima hasta el que deja el
vacío de su ausencia en quienes le amaron, “… ¿cómo es que se sufre cuando matan a
alguien?... primero el morido, y de paso le matan el corazón a la mujer, a los hijos, a los taitas y
al que sea que lo quiera… y entonces si el Sangrenegra matando a uno mochándole la cabeza,
¿haga la cuenta de a cuántos mató de paso haciendo eso?, la familia, los amigos… eso hubiera
sido mejor que esa gente acabara de una vez con todo el pueblo, ya no habría quien llorara y se
acordara de todas esas tristezas…”. Bajo los tupidos bosques nublados aún las tierras
negras prometían prosperidad, también bajo los tupidos bosques nublados voces
de desamor y de odio al gobierno prometían sangrienta venganza.
Dizque a Sangrenegra le decían así porque al primero que mató le cortó el cuello y
de allí tomó en copa aguardientera la sangre que brotaba para ingerirla en señal
de triunfo, de venganza. Como si él mismo se hubiera bautizado con aquella copa
de sangre. Antes de eso le decían Jacinto, porque era el nombre de pila que
decidieron un señor Cruz y su esposa una señora Usma que vivían en el caserío
El Bosque. También se dice que el apodo se lo puso un tal Almanegra que fue
quien le enseñó a matar. Doña Delfina particularmente no recuerda muy bien
34 Sobrenombre dado a los grupos armados representativos de la época de La Violencia
[29]
ninguna de las versiones acerca del origen del apodo de Jacinto, “…al fin y al cabo
como todos los apodos: ni an se sabe de dónde salió, usted resulta con apodo y ya, y así queda…
eso lo de menos es de dónde se lo pusieron…”, se concentra más en decir que Sangrenegra
era un tipo muy malo y en preguntarse de dónde se le ocurrían todas las fechorías
que cometía allá por los días en que ella siendo una muchacha temía que de
pronto un día los chusmeros fueran a su casa para raptarla a ella o a sus jóvenes
hermanas, luego recuerda bien y cae en cuenta que esa gente no anduvo mucho por
los lados de La Betulia, “…eso andaban era puallá pal lado de El Bosque y todo eso…
Totatiros y aquel lado… o acá pa Murillo… puallá pa arriba, por el otro lado…”, luego de
la aclaración dice que en todo caso existía el miedo porque las zonas recurrentes
de los chusmeros eran en todo caso muy cercanas a su hogar, temor se respiraba en
cualquier rinconcito de la región.
En las entradas de las fincas y las casas aguardaban pesadas bombas de
fabricación casera, hechas de pólvora gruesa revuelta con puntillas, forradas en
alambres de púas. Las familias las usaban para protegerse de los chusmeros, pero en
la mayoría de los casos resultaba ineficiente ya que la mecha detonadora era más
lenta que las patadas que tumbaban puertas, que los machetazos y que la pólvora,
que la muerte. “Eso la gentecita hacía una cosas ahí dizque pa que explotara, le echaban
pólvora y fierros y un poco de cosas… eso hasta mierda de perro le echaban a eso… pero pura
mentira que no funcionaba, porque cuando iban a prender la mecha ya tenían a esa gente
encima… eso no… ¡aunque dicen que si eso explotaba mejor dicho!, acababa hasta con el nido
de la perra, pero que yo que sepa nunca mataron a un solo chusmero con eso…” referencia
doña Delfina, aclarando que en su casa no se implementó dicha “defensa”.
Por esos mismos días doña Delfina se casó, tendría una docena de hijos. Mientras
el Coronel José Joaquín Matallana perseguía a Sangrenegra por las veredas ella daba
a luz sus primeros hijos con la angustia de que algún día los chusmeros perturbaran
[30]
la tranquilidad del hogar, algo que afortunadamente nunca ocurrió. Ella, su
esposo y sus hijos mayores vivieron los primeros años en la vereda Cajones
sembrando papa en el barbecho, arvejas con habas y plantas aromáticas en el
solar y flores de novio, de rosa, de pensamientos y de azucena en tarros
metálicos, otrora recipientes de leche en polvo o de galletas navideñas, que
colgaban con alambres en las paredes de la casa; ya para entonces Sangrenegra se
acercaba a la muerte en el norte del Valle del Cauca. Los chusmeros se fueron
apagando lentamente, ahora las invitaciones a velorio, las lamentaciones de viuda
y huérfano y las promesas de venganza en las cantinas volvían a estar
relacionadas con alguna machetera dominical en La Principal por alguna mirada,
un empujón o un asunto de amor y no con los caminos, las fincas, las veredas y
los páramos, no con aquellos que encarnizaban para mucha gente al mismísimo
diablo, “...esos tipos eran puros demonios, eso se sentía… y más de uno decía que tenía sus
asuntos con el… con el… con el patas” dice doña Delfina en voz baja y tímida, como
si efectivamente las paredes azul cielo de su sala oyeran. Luego de los chusmeros
Murillo seguiría siendo un lugar violento, el olor a sangre nunca se fue del todo
de sus tierras. Luego de los chusmeros doña Delfina seguiría siendo una hilandera
de tiempo completo, el olor grasiento de la lana nunca se va del todo de sus
manos.
[31]
Las calles aún eran como panales de barro formados por las profundas huellas de
las mulas. Doña Delfina enseñó a sus hijas el oficio de la lana pero ninguna se
dedicó del todo a aquellos menesteres. Y así, sembrando papa en el barbecho y
flores en latas de galletas navideñas y leche en polvo, que nunca ha probado, así,
levantando hijos a los que llevó a misa los domingos de la mano, y así, enterrando a
sus padres y viendo pasar kilómetros –porque con décadas de trabajo no es una
medida exagerada– de grasoso hilo de lana por los husos que heredó doña Delfina
un día se convirtió en una antigua.
Los cascos de las mulas generan un sonido seco al golpear contra el pavimento.
Los niños del Instituto Técnico Lepanto dicen, cuando se les pregunta sobre
alguien que trabaje la lana en Murillo, que hay que ir donde doña Delfina Cortés,
una de las antiguas del pueblo que vive en el barrio al que llaman Culeburre por
quedar en el extremo del pueblo y un poco aislado, semejando efectivamente la
cola de un animal. Ella, luego de pasar toda su vida en el lugar, eso sí en diversas
veredas previo a su asentamiento en el casco urbano, luego de tantas cosechas,
[32]
tantos velorios, tantos almuerzos en el río con sus hijos define Murillo en una
pequeña frase, “este pueblo es el mejor nacedero y vividero del mundo, pero también el peor
moridero de todos”.
El yoga del pobre
Los montones de redrojo generalmente se dejan al aire libre, regados en algún
rincón de la cocina. El redrojo es una papa muy pequeña, generalmente la
sobrante de la papa pareja de la que se componen los bultos. Allá en las tierras
de los antiguos, Boyacá y la sabana de Bogotá, es conocida como riche. Allá en las
tierras de los antiguos no se aprovecha de la misma manera que en Murillo, allá se
usa para dar a las vacas, a las gallinas, a las ovejas.
Contiguo al montón de redrojos casi siempre hay algún tronquito de pino o
eucalipto que se usa como silla a la hora de desproveerlos de la cáscara. El
momento de pelar los redrojos es perfecto para echar chisme, para escuchar radio,
para congregar. Mientras las papitas van girando y desnudándose entre los dedos
pulgar e índice, con el caer de sus peladuras en el balde van surgiendo historias y
noticias, murmullos de canciones. “Venga, siéntese y hablamos mientras yo pelo esto que
charlar acá es más bueno…” invitaba Mari Luz, una de las hijas de doña Delfina, la
mirada clavada en la turbia agua color tierra en que caían alargadas y cónicas
cascaritas. A ella le gusta la hora de preparar el almuerzo porque puede
concentrarse en las noticias que oye en su radio marca SANYO35 al que le
compró el forro de cuero un domingo hace como diez años. Le gusta la hora de
pelar los redrojos, de liberar las arvejas de la vaina, de remojar el arroz, porque 35
Marca japonesa de electrodomésticos
[33]
entonces es el momento en el que puede hablar con tranquilamente con su
esposo de los asuntos de la finca y la vereda, ella vive en Rio Azul, sector
Montaña Fría.
Siempre previo al medio día, siempre con La Voz del Tolima sintonizada en el
SANYO me hizo los interminables listados de apodos que hay en Murillo, me
contó las historias de su infancia, me contó de la nostalgia por los vívidos
domingos de años atrás. “Eso acá apodos es lo que hay, lo que falta es gente para ponerle
[risas]… es que ya la gente se ha ido mucho de por acá, porque como ya no hay trabajo…
bueno, trabajo bien pago, porque trabajo sí hay por hacer, tierra por sembrar, pero con esos
pagos ¿quién se va a quedar por acá?...”. Cuando el trabajo era bien pago en Murillo
Mari Luz tenía un campo de tejo y Machaca36 en La Principal, la clientela era
abundante y sus ingresos eran significativos pero el ambiente de taberna le
aburrió, los excesos de riñas, los ebrios que se rehusaban a pagar, las
trasnochadas. Por las peleas y el ruido la policía implementó un control sobre los
establecimientos que consistía en dar permiso solo a unos de atender el público
hasta el amanecer, se determinó que los permisos fueran rotativos, así si un
establecimiento tenía permiso el primer domingo del mes solo volvería a tenerlo
hasta que se le hubiese concedido a todos los demás, generalmente al último
domingo del mes volvería a abrir sus puertas.
No solo el atender el campo de tejo aburrió a Mari Luz en el pueblo, no fue
solamente el presenciar el decaimiento domingo tras domingo, fue también la
nostalgia de una infancia vivida totalmente en ambiente rural yendo únicamente
cada siete días al pueblo con zapatitos lustrados y vestido especial a oír la misa de
36
Juego tradicional practicado en el norte del Tolima. De gran similitud con el tejo, siendo incluso derivado
del mismo. La diferencia está en que en la Machaca no se usan mechas de pólvora. La razón para no usar las
mechas obedece a que en la llamada época de “La Violencia” el sonido que estas causaban cuando se jugaba
tejo se confundía con el de los disparos de los bandoleros, lo cual asustaba al pueblo entero muchas veces.
Así, se decidió suprimir las mechas para poder jugar sin generar falsas alarmas.
[34]
las once de la mañana. A ella le gustan más las mañanas de estar los potreros y
barbechos ocupada con alguna labor que bien puede ser pastorear los animales,
trabajar la tierra, reparar las cercas. Prefiere llegar exhausta al medio día a pelar
los redrojos del almuerzo que tener que estar esperando sentada la hora para
hacerlo, “Yo disfruto esto [pelar redrojos, alistar la comida para el almuerzo] porque
allá en la finca como una está trabajando toda la mañana, pues se cansa de la espalda y del
cuerpo en general, ¿me entiende?, entonces a mí me gusta llegar y sentarme, prender mi radio, y
ahí me relajo, descanso pelando los redrojitos, eso yo me pongo a oír noticias lo más de bueno o
si no me pongo a charlar, ¡a echar chisme más bien! por ahí con alguna vecina o vecino, alguna
amistad que este por ahí… yo me pongo a hablar con mi marido o si no me quedo ahí calladita
pensando, acordándome o algo… ¡pero eso sí!, nunca me aburro… mi hijo, el grande,
Duverney me dice ¡mamá, usted por qué no deja listas las cosas desde por la mañana y más
bien hace siesta o mira la novela en vez de estar ahí plastada todos los días con ese cuchillo!, a
mi me da risa y le digo que no me moleste que a mí me gusta… esto es como eso que hacen allá
en la ciudad para relajarse, ¡el yoga que llaman!… este es el yoga del pobre…”.
Sin quitar la mirada de los redrojos reía mientras me explicaba, con su sobrina
Liney, sobre algunos de los apodos que conocía: Pipizorros, Calzoncillos, Calzones,
Poca Ruana, Burro, Chorizos, Pocos Ojos, Marrana Crespa, Topo, y detrás de la mayoría
la historia de la génesis de los mismos, otra gran cantidad no se sabe de dónde
salieron. Como argüía su madre lo de menos es saber el por qué del
sobrenombre, pocas veces se conoce quien puso el apodo y cuándo lo hizo. “Eso
lo importante es que usted se sepa el apodo y no la explicación que a veces ni sentido tiene
porque es como el viejo de allí aquel ladito que lo llaman dizque El Peludo, ¡y ese viejo de
peludo no tiene nada!, si hasta se está quedando calvo y todo ese cuchito, quien sabe… en
Murillo usted lo primero es el apodo, luego nombre y apellido… apodos se encuentran hartos y
fácil, lo que no se encuentra es nombre común, yo ni me los sé a veces porque por ejemplo le
dicen a usted por el apodo hasta de pronto encuentra la persona, pero si el por nombre ni da
[35]
usted de quien se trata, entonces digamos si usted va a preguntar por Simón eso naides le da
razón, lo primero que le van a decir es ¿cuál Simón?, en cambio si usted pregunta por Macetas
o por Templas ahí mismito no más le va diciendo dónde es la casa, a quien le debe, que estaba
haciendo el día anterior, ¡todo!, porque este pueblo además de apodos está lleno de chismosos…
pero para usted poder saberse el chisme tiene que saberse primero el apodo para que lo
entienda…”.
Sugirió que en Murillo se hiciera un concurso de sobrenombres ya que allí los
había de todo tipo, según ella es la capital nacional del apodo. Cuenta que en pueblos
vecinos como Santa Isabel el uso de apodos no es tan recurrente como en
Murillo, tampoco en Líbano o Villahermosa, “Esa debe ser una maña de los antiguos
cuando hicieron el pueblo yo creo porque acá todo el mundo tiene apodo… llega usted al pueblo
y ahí mismo le ponen uno, así sea bueno o malo, eso es lo de menos… el que no tenga apodo es
prácticamente como si no fuera de por acá… usted ya debe tener uno porque ya lleva unos
buenos días…”. Efectivamente lo tenía, un muchacho del colegio se me acercó
una tarde en la Biblioteca Diego Rivera y me saludó efusivo diciéndome mi
apodo: “¡Ah!, usted es el que le dicen Tarzán… ¿qué más?, yo me llamo Julián…”, no
resultaba honorífico tener el mismo apodo que uno de los chusmeros que derramó
sangre en la región hace cinco décadas, pero por supuesto que la razón por la
cual gané ese sobrenombre no era por ningún tipo de cercanía en algún rasgo o
comportamiento a aquel sanguinario personaje sino sin dudas porque mi melena
le pareció a alguien analógica a la del personaje literario de Edgar Rice
Burroughs.
[36]
Y de entre las risas por las historias de los apodos, las nostalgias de domingos
prósperos y los murmullos de canciones de música ranchera, de música popular,
surgió la síntesis a los ojos de Mari Luz de lo que ese el Murillo que le ha dado la
vida, las risas, los hijos pero también las lágrimas, el hambre y las historias de
dolor que difícilmente olvidará: “Definitivamente este pueblo es como un corrido de
macheteras y amoríos… mucho lo bueno que se pasa, pero así mismo es mucho lo que se sufre,
así es Murillo…”. La mirada clavada en la turbia agua color tierra en que caían
alargadas y cónicas cascaritas.
[37]
El más de esa gente, Sangrenegra37
“Yo sé que quieren matarme,
que la ley me anda buscando,
algún día darán conmigo, no sé ni dónde ni cuándo,
pero eso sí te lo digo, me pienso morir peleando”
Fragmento “Sonaron Cuatro Balazos” – Versión interpretada por Antonio Aguilar
Dicen que Jacinto Cruz Usma38, Sangrenegra por antonomasia, era un muchacho
más de los que jornaleaba en los papales y esperaba un día tener un caballo fino,
conquistar una muchacha bonita. Allá, en los finales del primer bienio de la
década del treinta, nació en una casa de tablas de guayacán cerca de
corregimiento de El Bosque. Un muchacho más de los que desde temprana edad
era reprendido con cinturón de cuero al desobedecer, uno más de los que
levantaron con caldos de papa y cuchucos que tomaban con cucharas de palo, uno
más de los que solo veía cubiertos metálicos en las ocasiones especiales
dictaminadas por calendario católico39, como la semana santa o el día de San
Pedro. Era uno más de los que solo comía carne los domingos40 y de los que
recogían huevos de gallina en nidos hechos con pajas y hojarascas secas. Jacinto,
uno más de los que oían recurrentemente las invitaciones a velorio, las
lamentaciones de viuda y huérfano y las promesas de venganza en las cantinas
que provenían de lo ocurrido en alguna machetera dominical en La Principal por
alguna mirada, un empujón o un asunto de amor.
37 Ver “Los cuentos de ser cierto de los tiempos de ser mentira” – Catalina García Acevedo. Universidad
Nacional de Colombia. Bogotá, 2012. 38
La construcción del presente relato se hace fundamentalmente en base a la remembranza de Rodolfo
Sánchez y de su esposa Margarita Mendieta, vecinos y contemporáneos de Jacinto Cruz Usma, actualmente
residentes del casco urbano de Murillo. Igualmente cobija lo referenciado por varias personas del pueblo,
pertenecientes a múltiples generaciones, respecto a Sangrenegra. 39
Aproximadamente hasta los años sesenta en Murillo se acostumbraba a usar platería en arcilla y cubiertos
hechos de madera, entre otras cosas porque resultaba tedioso conseguir utensilios de metal y vajillas de
cerámica fina. Quienes lograban obtener platos de cerámica, cubiertos de metal, vasos de cristal, los
reservaban para uso exclusivo en ocasiones especiales y se consideraban un bien familiar muy preciado. 40
Por el alto precio de la carne las familias pobres tenían un consumo muy limitado de ésta, remitido
únicamente a ocasiones especiales.
[38]
Un día el músculo le fue suficientemente grande para darle botes a la tierra con
un azadón desde las siete de la mañana hasta la cinco de la tarde, si no era entre
los surcos su trabajo estaba en el hacer mandados en las fincas; el dinero que
obtenía terminó, como el de casi todos los jornaleros, engrosando las arcas de
alguna cantina. Antes, cuando sus músculos eran pequeños para ser eficientes en
el barbecho, arriaba los bueyes de algún vecino a los pastizales, arrastraba leña o
ayudaba en los cultivos familiares en tareas realizables para un infante. Jacinto
era un niño más, Jacinto era un muchacho más.
Cuando vinieron los años en que el sepulturero tuvo más quehaceres Jacinto ya
no fue un muchacho más. Entre el atareado trabajo que comenzó a tener el
enterrador en tiempos posteriores al asesinato del importante señor un nueve de
abril en la capital, estuvo el de colocar paladas de tierra y una crucecita de palo
sobre alguien que Jacinto quiso mucho. Unos dicen que era un primo, otros que
eran dos los primos caídos, separada versión afirma que un hermano, comentan
también que fue su único hermano, dicen algunos que ese su único hermano era
un pequeño al que Jacinto apreciaba paternalmente. Quizá nadie supo nunca con
precisión, lo cierto que aquel crimen que desató la ira de Jacinto era uno más de
los que lleva un nombre de esos que rápidamente se desvanecen de los brazos de
una cruz.
Jacinto indignado demandó justicia, fue reprendido duramente por la policía ante
su reclamo, chapas metálicas de cinturón se estrellaron contra su bajo cuerpo
moreno una noche en el calabozo del cuartel. Al otro día salió caminando recto,
orgulloso de sí; salió caminando recto, orgulloso de sí, con moretones en todo el
cuerpo. Al otro día salió caminando recto, orgulloso de sí, con moretones en
todo el cuerpo, prometiendo que se vengaría. Y se vengó, y llegaron a decir que
era un demonio, y por su culpa hubo invitaciones a velorio, y lamentaciones de
viuda y huérfano, y promesas de venganza en las cantinas.
[39]
“¡Hasta hoy fui bueno!” dicen sentenció Jacinto luego de la golpiza proporcionada
por los policías, dicen que lo pusieron en almendra41 toda la noche luego de
embadurnar su cuerpo de patadas y acerados golpes de chapa. Pocos días
después dejó de ser uno más. Pocos días después dejó el azadón y los mandados
en las fincas por el machete y la búsqueda perpetua de vengar su pena. Pocos
días después su mano cortó la primera garganta, pocos días después la gente le
dejó de llamar Jacinto.
Traición de su partido político encarnada en un gobierno impune motivaron la
venganza que con desbordada violencia cobraba en los potreros, en los caminos,
en los páramos. Conservador como lo fueron sus padres hasta el día que el
gobierno comandado por esa colectividad dejó
impune la muerte de su ser querido, conservador
hasta que policías, con azul político marcado,
ante su reclamo embadurnaron su cuerpo de
patadas y acerados golpes de chapa. Su partido,
su gobierno le habían dado la espalda. Allá en las
frías tierras que los antiguos pulieron a machete
poca cosa es peor para una persona que una
traición.
Cuentan muchas cosas de Sangrenegra allí en donde nació y jornaleó, allí donde
marcó lúgubre época. Cuentan que el enterrador no puso paladas de tierra y una
cruz de palo sobre un ser querido de Jacinto. Cuentan que por el contrario como
un muchacho más un día se enamoró de alguien, cuentan que era su prima
hermana.
41
Método de castigo ingeniado por los militares durante la llamada época de “La Violencia”, consistía en
colocar a la persona desnuda dentro de un pequeño hueco en tierra, se encogía en posición fetal dentro de la obertura y habría de mantenerse en tan difícil colocación durante muchas horas.
“Lo fui a matar en tus brazos,
sabía que ahí lo encontraba,
no creas que alguien me lo dijo,
me dio la corazonada,.
Se me embaló la pistola, te salvaste
de la muerte,
todavía no te tocaba o fue tu noche
de suerte,
yo tuve que irme pal monte, y allí
me volví rebelde.” Fragmento “Sonaron Cuatro
Balazos” – Versión interpretada por
Antonio Aguilar
[40]
Y fueron desengaños amorosos de ella los que
hicieron germinaran en él insondable necesidad
de venganza, contra la mujer traidora y su
amante, contra el mundo desleal que le pagaba
con dolor el ser un tipo humilde, trabajador y
enamorado.
La intermitencia de luces producidas por fogatas en las casas rurales, visibles
desde las lejanías, ya no se remitían únicamente a los sietes de diciembre, ahora
por ira de Sangrenegra y toda esa gente las llamaradas prosperaban periódicamente
haciendo de los ranchitos de tabla luctuosos montones de ceniza42.
Nefandos recuerdos en las gentes de su pueblo dejó Sangrenegra, pese a que en
muchos sectores del mismo nunca incurrió en acciones violentas, porque allá en
El Bosque donde había sido levantado con caldos de papa y había arriado de
niño los bueyes de algún vecino aún muchos le llamaban Jacinto. Allá en El
Bosque llegaba de vez en cuando a visitar a los suyos, desarmado frecuentaba las
cantinas, caminaba tranquilo por entre las desbarrancadas callecitas del caserío,
así pasaba temporadas efímeras que cada vez fueron más cortas por la creciente
presión del ejército.
42
Según el informe “La Violencia en el Tolima” preparado por la Secretaría de Agricultura del Tolima en
1959, entre 1949 y 1957 se quemaron 34.304 casas en todo el departamento, la mayoría de éstas en los
municipios del norte. Apuntan “en la destrucción de las casas e instalaciones intervinieron no solo elementos
civiles, sino las fuerzas regulares en las campañas represivas y operaciones “tierra arrasada” que
realizaron en diversas zonas” – Secretaría de Agricultura de la Gobernación del Tolima, La Violencia en el Tolima. Ibagué, Gobernación del Tolima. 1959.
“Adiós mujer consentida,
se despide tu rebelde,
a ti te debo en la vida estar
sentenciado a muerte,
por eso mientras yo viva,
mi suerte será tu suerte” Fragmento “Sonaron Cuatro Balazos”
– Versión interpretada por Antonio
Aguilar
[41]
Con el pasar de los meses el andar de Sangrenegra y su grupo dejó de ser tranquilo
para convertirse en angustioso y fatigado, eran los años sesenta. Por temor a sus
enemigos hicieran daño a los que amaba dejó de ir a El Bosque, cada vez pasaba
más tiempo adentrado entre el tupido monte y sus sangrientas irrupciones se
tornaron gradualmente menos frecuentes. Se alejó de Murillo, dicen que un día
luego de huir por largo tiempo del Estado, del ejército, de Matallana, lo mataron
en un pueblito en el Valle del Cauca.
“Ahí sí como cuenta el dicho: el que a hierro mata, a
hierro muere, y ese peor porque murió traicionao”
dice vehemente con su voz pausada don
Rodolfo Sánchez, el músico esposo de la
hilandera y sobandera con quien vive en una
casita oscura sobre La Principal desde que se
vinieron de su natal El Bosque hace ocho
años. Traicionado porque cuentan que fue su
hermano el que indicó a las fuerzas militares
dónde se ocultaba, porque le ofreció su
hogar para descansar al tiempo que con los
anhelos de una recompensa estatal que
solventara su aguda pobreza y de que el
machete de su hermano no labrara más
infames historias, le tendió una trampa para
que por fin en emboscada apagaran sus pupilas. Dicen que fue un soldado
asustado quien le dio muerte allí en cercanías del ranchito de su hermano en una
vereda del municipio de El Cairo, otros dicen que al verse rodeado y herido se
suicidó para no darles gusto a sus enemigos de cercenarle la vida, dicen muchas
cosas de ese día, “¡ni an se sabe quen tendrá la razón!” diría vehemente doña
[42]
Margarita Mendieta, la hilandera y sobandera esposa de un músico con quien
vive en una casita oscura sobre La Principal desde que se vinieron de su natal El
Bosque hace ocho años; “us a lo mejor… todos la tienen”, diría vehemente el marido
con su voz pausada, eso sí, todas las voces coinciden que en su final Sangrenegra
luchó con iracunda gallardía hasta el último suspiro, dicen que siempre señalaba
que hasta el ocaso de sus días pelaría con verraquera, “dizque ese siempre decía que así
le faltara una pata no le iba dar el gusto a nadie de golpearlo, de matarlo ni de nada” dice
don Rodolfo.
Él, don Rodolfo, conoció a Sangrenegra cuando aún era un muchacho más,
cuando era un niño más de la vereda al que su padre contrataba para arriar
bueyes por las proximidades de El Bosque. Él, don Rodolfo, fue soldado a las
órdenes de Matallana, de los que se encomendaba a la Virgen Santísima antes de
los combates y de los que comían pasto por manotadas en los helados potreros a
la espera de que esa gente pasara para atacarles. Él, don Rodolfo, es de los que
cuenta que cuando por fin Sangrenegra fue finao su cuerpo fue llevado por el
ejército a todos los pueblos en los que había hecho daño para que en plaza
pública la gente se asegurara de que efectivamente le habían dado muerte. Él,
don Rodolfo, es de los que cuenta que por órdenes de Matallana le dieron
sepultura en Totaritos43 y que su cuerpo fue colocado en un enorme agujero al
que pusieron una enorme roca arenisca de varias toneladas encima. Allí
reposaron brevemente los restos de Sangrenegra porque pocas noches después el
43
La masacre de Totaritos, vereda colindante del vecino municipio de Santa Isabel, fue quizá el acto más
cruento cometido por Sangrenegra y sus hombres. “En total fueron enviados veintiocho cadáveres, envueltos
y puestos sobre mulas para atravesar los difíciles caminos. El viaje tardo más de doce horas. Los restos
fueron dispuestos frente a la iglesia, en el parque principal. Estas personas murieron y sus despojos fueron
manipulados con cortes en señal de burla y extrema crueldad. La gente horrorizada observaba cómo la
guerra crecía, inundaba los campos y hacía posible crímenes como los que sus ojos presenciaban. Lo que
causó más indignación fue la muerte y maltrato de una joven embarazada, a quien le arrebataron su hijo y
luego fue colgada de cabeza. El crimen resultó tan repulsivo para la gente, y sobre todo para el Coronel
Matallana, que cuando tuvo conocimiento del hecho juró darle muerte a ese hombre y dejar su cuerpo en
aquel cañón [Cañón de Totares] para limpiar la tierra con su sangre” - Los cuentos de ser cierto de los tiempos de ser mentira – Catalina García Acevedo. Universidad Nacional de Colombia. Bogotá, 2012.
[43]
diablo hizo presencia en el lugar para retirar la roca y llevárselo para darle
castigo, dicen que fue tan malo que era menester que allá en los infiernos lo
reprendieran no solo en alma sino en cuerpo también, “eso es lo que dice la gentecita,
que dizque se lo llevó el de abajo con cuerpo y todo pa castigarlo bien duro porque como ese fue
malísimo malísimo así era que tocaba, ¡imagínese usted joven Nicolás lo terrible que fue ese tipo
para que le pasara eso!... es que este pueblito chiquito y todo, pero donde lo ve es terrible” dice
don Rodolfo con su voz pausada.
Corridos de macheteras
El muchacho
“Voy a cantarles un corrido muy mentado,
lo que ha pasado allá en la Hacienda de La Flor,
la triste historia de un ranchero enamorado,
que fue borracho, parrandero y jugador”. Fragmento “El corrido de Juan Charrasqueado” – Versión interpretada por Antonio Aguilar
El muchacho era trabajador en una finca, arriba en las veredas. Dizque a una
señora le dijo en el parque una grosería, dizque ella lo acusó ante los policías,
dizque por eso fue que allá en la Calle de La Esperanza un agente le quitó el
machete y le dio un planazo para reprenderlo. Dizque ese muchacho es el mejor
ejemplo de lo que es un macho, de los que decía Ramón: tipos rudos, temerarios,
forjados por el trabajo, dados a las peleas: “de estas tierras sale gente brava, dura…
más en antes que ahora… pero eso todavía el hombre de este pueblito es un hombre de veras,
que no le da miedo es nada… ¡óigame! que usted acá se mete con alguien y eso es raro que
alguno se le arrugue, eso no…” dijo un viejito choncho que estaba del lado de la
mano de Ramón que sostenía la botella de ron, dizque se llamaba José.
[44]
El muchacho era trabajador en una finca, arriba en las veredas. A eso del medio
día estaba frente a la tienda de La Ratona charlando con algún amigo, no sintió
cuando el policía se colocó detrás de él y sutilmente instaló la mano en la cacha
del machete que siempre le acompañaba arriba en las veredas, no sintió tampoco
el seco halon que sacó el machete para darle un fogoso planazo en las nalgas
mientras en sus tímpanos redoblaba el grito de que respetara a sus mayores,
especialmente si eran mujeres. El policía no sintió la gran ira que desató en el
muchacho por haberle violentado de tal manera, creyó que sería sumiso.
El amigo no se sabe qué se hizo. El muchacho no se sabe en qué momento
resultó en el parque, frente a la iglesia, revolcándose en el piso con el policía para
poder recuperar su machete que siempre le acompañaba arriba en las veredas. El
muchacho no tiene más de veinte años, quizá no más de dieciocho. Luego eran
tres los policías que trataban de abatirle, el muchacho no se amilanó y allí con su
sudor de verraco continuó en lucha por reconquistar el machete; un niño de sexto
grado me contó que hasta arriba, hasta el colegio en el extremo de La Calle de La
Esperanza, se oían los gritos: “¡Devuélvanme mi machete tombos hijueputas!”. Y luego
fueron cuatro los policías, el niño de sexto grado dijo que llegó a ser media
docena. El muchacho se quitó la camisa, aprisionó el cuello de uno de los
policías con sus manos de desyerbar papa, con sus manos de cargar el mercado
de su abuela los domingos. El muchacho solo quería su machete. El rostro del
policía se tornó morado, según el niño de sexto grado que viaja al colegio todos
los días en una vieja monnareta roja, según la cocinera del restaurante del parque
y según Lucila el policía estuvo a punto de morirse en las manos del muchacho a
quien haberle quitado el machete había resultado como arrebatarle algo
fundamental en su vida. Y sí, porque en Murillo que a un macho le rapen su
machete a traición para reprenderle con nalgadas es un acto coercitivo para con
su honor, “es que para cualquier hombre con peso en las pelotas, lo más importante es el
[45]
honor, uno que le quiten un brazo, ¡pero nunca el honor!, bien hizo ese muchacho de defenderse
el honor, de ser macho, yo hubiera hecho lo mismo, y cualquiera, cualquiera que sea macho”
fueron las palabras amalgamadas con halo de ron que salieron un domingo de la
boca de Kiko, quien como sus compañeros lleva atado un radio a la espalda, en
su caso en eterna sintonía de La Voz del Tolima, cuando trabaja en los papales.
No valió de nada que la gente gritara pidiendo cordura a los policías, el
muchacho fue arrastrado por el parque, no con facilidad, hasta el cuartel en la
esquina de La Principal, allí le proporcionaron una tremenda golpiza. Al otro día
salió caminando recto, orgulloso de sí; salió caminando recto, orgulloso de sí,
con moretones en todo el cuerpo; salió caminando recto, orgulloso de sí, con
moretones en todo el cuerpo y sin el machete. Al otro día salió caminando recto,
orgulloso de sí, con moretones en todo el cuerpo y sin el machete, prometiendo
que se vengaría.
No era la primera vez que el muchacho tenía problemas con los policías, no fue
gratuito que recibiera el violento planazo de machete repentinamente sin que
hubiese incurrido en una falta grave. Alguien dijo un domingo en el puesto de
Lucila que el día que salió caminando recto, orgulloso de sí, con moretones en
todo el cuerpo y sin el machete, los policías le prometieron que más tarde le
darían una reprimenda definitiva para que de una vez por todas dejara quieta. El
muchacho comentó en una cantina que si los policías iban a matarle él no sería
presa fácil y se haría también con la vida de por lo menos uno de ellos el día que
osaran buscarle.
El muchacho era trabajador en una finca, arriba en las veredas. Pero antes el
muchacho no jornaleaba, antes el muchacho ayudaba a los abuelos que le criaron
a él y su hermana en el solo de su casa en el parque principal. Huérfano de
[46]
padres desde temprana edad y aburrido de los voliados44 tratos de su abuelo, en
una madrugada se colgó con su hermanita de un camión que cargaba arvejas a la
capital, ya en la central de abastos se refundieron entre la gente y se fueron a
buscare mejor suerte que la que tenían en la casita de tablas del parque principal.
Al poco tiempo alguien los recogió y los llevó al Instituto Colombiano de
Bienestar Familiar, allí vivieron unos meses, él siempre recibía llamados de
atención por su carácter agresivo, un día los llevaron de vuelta a casa de sus
abuelos. Y el muchacho creció, y se volvió trabajador en una finca, arriba en las
veredas. Su hermana creció también, y un día se embarcó en el camión de un
hombre mucho mayor que ella para ser su esposa. Los abuelos se hicieron viejos,
quedaron a merced de los que el muchacho ganara como trabajador en la finca,
arriba en las veredas.
Su pelea con los policías le valió a varios el traslado del pueblo como castigo;
hubo nuevos policías, dicen que el muchacho se quiere vengar con estos de la
golpiza que le dieron, del machete que nunca le devolvieron. Los domingos pasa
frente al cuartel vociferando alguna frase retadora. También en el puesto de
Lucila se espetó que el muchacho era comparable con ese que llamaban
Sangrenegra: la pelea con los policías y su entereza para resistir patadas de botas
punta de acero y golpes con la metálica chapa de cinturón recuerdan el día que
Jacinto Cruz Usma siendo muy joven recibió de parte de la policía un certero
castigo en razón haber reclamado justicia por un ser querido suyo recientemente
asesinado sin que las autoridades hicieran lo mínimo por reprimir a los culpables,
ni siquiera por tratar de identificarles. Estuvo encerrado en el cuartel, fue
castigado brutalmente. El muchacho, Jacinto, al otro día salió caminando recto,
orgulloso de sí, con moretones en todo el cuerpo, prometiendo que se vengaría.
Y se vengó, y llegaron a decir que era un demonio, y por su culpa hubo
44
Tosco, burdo, violento.
[47]
invitaciones a velorio, y lamentaciones de viuda y huérfano, y promesas de
venganza en las cantinas.
Que el muchacho fuera comparable con Sangrenegra es una idea que inquieta en
principio, hasta que el mismo que hizo la analogía aclara que muchos en Murillo
tienen ese perfil de tipo aguerrido, vengativo. Se guardan las proporciones:
Sangrenegra fue un caso muy especial de venganza, “pero Sangrenegra eso sí fue más
malo que cualquiera, no es que estos muchachos sean tan terribles como ese…no… pero de
todas maneras se le parecen en alguito, así es la gentecita por acá, acá la gente es vengativa y
peleadora, eso ha sido así desde siempre…” se dijo esa tarde dominical en el puesto de
Lucila.
Dicen que solo en un lugar como Murillo era posible un tipo como Sangrenegra,
solo en un lugar como Murillo es posible que surja uno similar, lo oí en el puesto
de Lucila, lo oí en la cocina de doña Chavela, lo vi en las cejas de don Miguel
Cuajadas cuando me contaba de los domingos de macheteras y mercados
prósperos: “Eso por acá la gente era muy terrible, daba miedo… ya casi no pero todavía uno
que otro por ahí… eso solo pasa en este pueblo, eso uno que ha conocido otros lados se da de
cuenta que este pueblito, chiquitico, frío y todo lo que quiera pero salvaje como él solo…”.
El muchacho era trabajador, arriba en las veredas.
[48]
Yendo para El Bosque
“Era valiente y arriesgado en el amor,
a las mujeres más bonitas se llevaba,
en esos campos no quedaba ni una flor”
Fragmento “El corrido de Juan Charrasqueado” – Versión interpretada por Antonio Aguilar
Por los días en que las mujeres con dolores de parto corrían a dar a luz a la orilla
de los ríos, ya era cuento viejo el de un guitarrista que venía de la sabana de
Bogotá, vivía por los lados de El Bosque y tenía algo así como media docena de
caballos finos en su finca, “barbao, era un tipo barbao como un Cristo, decía mi taita
porque yo no me acuerdo, yo era un niño, ese era un tipo barbao” contó don Antonio,
Antoñito, en la tienda de Simón Maceta, la última de las que hay en La Calle de La
Esperanza. Antoñito tiene setenta y cuatro años.
Sí se acuerda Antoñito del grito de “¡Virgen Santísima!” que pegó su madre en la
cocina cuando un vecino alterado llegó corriendo a darle la noticia de que al tipo
barbao como un Cristo lo habían matado por el camino, yendo para El Bosque. Fue
un domingo. El vecino alterado venía a pedir prestadas unas sábanas para
envolver el cuerpo.
“Sí, eso es cuento viejo, lo que pasa es que era un tipo muy enamoradizo y por eso fue que lo
jodieron” confirmó Simón Maceta cuando oyó a Antoñito contar la historia una vez
más. Simón Maceta también era un niño por esos días.
[49]
El tipo barbao como un Cristo era adinerado porque tenía una finca grande con un
enorme número de obreros a su disposición. Dicen y dicen cosas de él. Dicen
que enviudó muy joven allá en la sabana de Bogotá, razón por la cual se habría
radicado en Murillo en búsqueda del olvido. Dicen que él fue quien asesinó a su
esposa, una joven de familia adinerada, a la que habría robado la fortuna con la
que adquirió tierras en el Tolima; dicen que eligió un lugar tan remoto para estar
bien escondido de los familiares de su esposa muerta que buscaban venganza.
Dicen también que su frondosa barba la usaba para que no le reconocieran en
caso de que el destino llevara a sus cercanías a alguno de sus enemigos. Otro
dicen que era simplemente un tipo con una gran finca, bonitos caballos y víctima
de la envidia de otros que con menos fortuna se remordían de ver a las mujeres
del pueblo detrás de él. Resultaba atractivo
para ellas por sus dotes con la guitarra y su
agilidad con los caballos, “aunque eso era más que
todo porque tipo tenía plata, no nos digamos mentiras
que eso las viejas son interesadas” dice entre risas
Antoñito.
Envuelto en amoríos con muchas, a las que daba serenatas de guitarra en su casa
yendo para El Bosque, el tipo barbao como un Cristo empezó a recibir
amedrentamientos en el pueblo de aquellos que sentían celos, de aquellos que
advertían en él una figura inmoral, de aquellos que veían como las mujeres que
deseaban iban a sus brazos y al resguardo de esa casa en una finca grande yendo
para El Bosque. Enamoró a las mujeres de otros, se rumoreaba los domingos
que pronto alguno de los ofendidos se iba a vengar.
“Un día domingo que se andaba
emborrachando,
a la cantina le corrieron a avisar:
cuídate Juan que ya por ahí te andan
buscando,
son muchos hombres no te vayan a
matar”
Fragmento “El corrido de Juan
Charrasqueado” – Versión
interpretada por Antonio Aguilar
[50]
Villahermosa, Santa Isabel, Líbano, Santa Teresa, Manizales, dicen que en todos
esos lugares tenía amoríos con mujeres, por ello se desaparecía por largas
temporadas de Murillo. “Dizque ese tipo era terrible, andaba con una por aquí y con otra
por allá” prosigue Antoñito, recibiendo la aprobación de quienes le oyen y algunas
discrepancias de quienes afirman se trata de una exageración, a lo que él
responde certeramente que si lo ha dicho mucha gente es porque es verídico. Se
había salvado varias veces por estar ausente un tiempo, pero como dicen en
Murillo “la venganza siempre sabe esperar” y un domingo en la noche, regresando a
su casa sobre el caballo blanco de los que según Antoñito poco se han vuelto a
ver en el lugar, “decía mi taita que era un animalote, ¡bellísimo!”, unos tipos le
retuvieron tendiéndole una cuerda sobre el camino provocando estrepitosa caída
al veloz equino. Ya en el suelo, el tipo barbao
como un Cristo fue golpeado brutalmente para
que luego con la misma soga que habían
tensado en el camino para interrumpir su
marcha le aseguraran por las piernas a su
propio caballo, arriaron a latigazos el animal
que arrastró por el embarrado camino a su amo hasta quitarle la vida. Era un tipo
duro que presentó férrea resistencia antes de caer muerto.
Un señor encontró al caballo halando el cadáver yendo para El Bosque en la
madrugada, asustado liberó el cuerpo y corrió a un rancho vecino a pedir unas
sábanas prestadas, la dueña de casa gritó “¡Virgen Santísima!” cuando este le
informó de lo ocurrido, el hijo de esta siempre recordaría esa angustiada
exclamación de su madre en el momento de enterarse del asesinato del tipo
barbao como un Cristo yendo para El Bosque.
En el velorio, en el entierro, en las misas póstumas se ronroneó siempre que la
razón por la que habían callado las serenatas de guitarra era sin duda los
“No tuvo tiempo de montar en su
caballo,
pistola en mano se le echaron de
montón,
¡estoy borracho!, les gritaba ¡y soy
buen gallo!,
cuando una bala atravesó su corazón”
Fragmento “El corrido de Juan
Charrasqueado” – Versión Antonio
Aguilar
[51]
múltiples amoríos del intérprete. Se versionó también que los hermanos de la
esposa que había matado en la sabana de Bogotá por fin le habían hallado
perpetuando por fin la venganza, se dijo también que no fueron hombres
quienes cercenaron su vida sino una mujer despechada a la que había dejado
luego de un amorío efímero. La mayoría coincidía sin embargo en que hombres
celosos y ofendidos atravesaron la soga y le aseguraron al caballo yendo para El
Bosque. Alguna vez se oyó en una cantina que los asesinos habían planeado
colocar al cadáver del tipo barbao como un Cristo un letrero en el que se enunciara
el motivo por el que se le ajusticiaba, pero que en el momento de hacerlo
cayeron en cuenta de que ninguno sabía escribir, por lo que tuvieron que omitir
aquel detalle esa noche dominical. “¡Virgen Santísima!, pegó el grito mi mamá, siempre
me acuerdo”, dice Antoñito de la vez que mataron con el andar firme de su
sobresaliente caballo blanco al tipo barbao como un Cristo yendo para El Bosque.
Viernes
“Creció la milpa con la lluvia en el potrero, y las palomas van volando al pedregal,
bonitos toros llevan hoy al coleadero, qué buen caballo va montando el caporal.
Ya las campanas de santuario están doblando, todos los fieles se dirigen a rezar,
y por los cerros los rancheros van bajando a un hombre muerto que lo llevan a enterrar” Fragmento “El corrido de Juan Charrasqueado” – Versión interpretada por Antonio Aguilar
Dicen muchas cosas de ese día, “¡ni an se sabe quen tendrá la razón!” diría
vehemente doña Margarita Mendieta, la hilandera y sobandera esposa de un
músico con quien vive en una casita oscura sobre La Principal desde que se
vinieron de su natal El Bosque hace ocho años; “us a lo mejor… todos la tienen”,
diría vehemente el marido con su voz pausada. Pero así se digan muchas cosas
sobre aquel viernes en la noche, lo cierto es que al hijo de la hilandera y
sobandera y de su esposo el músico lo mataron entre varios en La Principal.
[52]
Los policías dijeron que fue un suicidio, la fiscalía esbozó la misma aseveración,
la alcaldía también lo afirmó así. Para los registros oficiales, lo que ocurrió en
horas de la noche del viernes veinticinco de junio del dos mil diez en la calle
cuarta del municipio de Murillo, departamento del Tolima, fue un caso de
suicidio. Doña Margarita sabe que no fue así, tiene también la triste certeza de
que no se hará justicia. Infortunadamente su hijo no era tan importante como
para que el gobierno se inquietara por buscar la verdad, por castigar a aquel que
surcó el cuchillo por el cuello del hombre de treinta y seis años. Es y será un
dato más en las estadísticas de suicidios en algún archivo de una ciudad grande
lejos de Murillo. Detrás de su decepción por unas instituciones intransigentes
asevera la hilandera y sobandera que dios aguarda el momento indicado para
castigar la mano que atravesó el cuchillo por la garganta de su hijo aquel viernes
en que los jóvenes del Instituto Técnico Lepanto, aglutinados en el salón de
reuniones, veían un partido de fútbol entre brasileros y portugueses que se
desarrollaba en alguna ciudad africana a la que le sobraba el calor que Murillo
nunca tendrá.
Los muchachos salieron aburridos del salón de reuniones, en La Principal
hombres a los que el fútbol les es indiferente bebían aguardiente desde el
mediodía. Los muchachos decepcionados de haber presenciado un cotejo sin
goles ahora marcaban los propios suyos en la cancha del parque principal cuando
se oyó la algarabía y los gritos de groserías, de insultos, de reto. Luego silencio, el
rumor de que más tarde habría pelea en el pueblo. Hace largo rato habían dejado
de retumbar los gritos de gol de los muchachos cuando retumbaron los gritos
que anunciaban un muerto en La Principal. El filo de un cuchillo rasgó la piel del
cuello, el miércoles habría entierro a las tres de la tarde. De nada valieron largas
horas en la alcaldía, en la policía, hablando con tinterillos en el Líbano, al parecer
solo para doña Margarita y para su esposo resulta obvia la imposibilidad de que
[53]
alguien se suicide de esa manera, con ese tipo corte, en esa circunstancia, luego
de una pelea de borrachos. Sabe la hilandera y sobandera que dios aguarda el
momento indicado para castigar la mano que atravesó el cuchillo por la garganta
de su hijo aquel viernes, sabe que el gobierno nunca lo hará.
Dicen unos que estaba embrujado por una mujer, razón por la cual habría
cercenado su propia vida. Dicen que era un tipo problemático y extraño, su
madre la hilandera y sobandera dice que era un muy buen muchacho, trabajador,
un excelente músico. Desde que murió su hermano dejó de tocar, desde que
murió el grupo que tenían con su padre dejó de tocar. Dicen que lo mataron por
celos, otros que dinero, dicen que por haber ofendido a un tipo peligroso, dicen
muchas cosas de ese día, “¡ni an se sabe quen tendrá la razón!” diría vehemente doña
Margarita Mendieta, la hilandera y sobandera esposa de un músico con quien
vive en una casita oscura sobre La Principal desde que se vinieron de su natal El
Bosque hace ocho años; “us a lo mejor… todos la tienen”, diría vehemente el marido
con su voz pausada.
Allá, en las tierras que los antiguos pulieron a machete pocos casos de violencia
han escapado de la impunidad, aunque todos creen como la hilandera y
sobandera, que de la justicia divina nunca nadie se escapa, idea que les brinda
cierta tranquilidad. “Entre el cielo y la tierra no hay nada oculto… todo se paga algún día,
se lo aseguro, bendito sea mi Dios…” dice siempre doña Margarita cuando habla de
su hijo al que mataron en La Principal un viernes.
[54]
Corrido de amoríos “Muchos placeres por donde quiera paso,
pero con ello no calmo mi dolor,
una mujer tan solo es la culpable
me hecho a la desgracia negándome su amor”
Fragmento “Cruz de palo” – Versión interpretada por Antonio Aguilar
Se enamoró de una niña de Líbano que el año anterior llegó al pueblo a cursar
octavo grado. Y ella aceptó ser su novia porque la cautivaron las cartas en papel
iris con canciones de Luisito Muñoz y Marco Antonio Solís. Y El Patrón estuvo
feliz, y la acompañaba a la panadería del parque a tomar camioneta para Líbano,
y le invitó helados de mora a la salida del colegio. En el Instituto Técnico
Lepanto es bien sabido que El Patrón es un muchacho enamoradizo,
seguramente ha gastado más dinero en helados de mora y papel iris que en las
apuestas de los partidos de microfútbol en los que se distraen la mayoría de sus
contemporáneos.
Detrás de cada apodo hay una historia, a veces varias. En él es el primer caso. El
Patrón es de los pocos en Murillo que se colocó su propio apodo; el día que el
profesor de ciencias sociales preguntó en clase cómo le gustaría que lo llamaran
en la adultez, él dijo El Patrón, y dijo que quería tener una finca en Líbano, una
en La Gloria, una casa grande en el parque. Dijo también que quería una
camioneta con platón, vidrios polarizados y un potente equipamiento de sonido.
Caballos de paso fino. Dijo una esposa bonita, como las que están en los afiches
de cerveza y aguardiente la tienda del café de El Marrano, “¡es que esas sí son muchas
mujeres!, póngale cuidado que cuando usted venga dentro de unos años así va a ser la esposa
mía…” me decía emocionado el día en que comimos torta con pintadito allí.
El Patrón es un muchacho enamoradizo. Me dicen que en Murillo los hombres
son como las canciones, “Rudos, ¡pero enamorados!, que usted no se imagina… se
emboban ahí sí, este pueblo está lleno de bobos de amor…” me contó Lucila un domingo
por la noche. El Patrón fue novio de la niña que el año pasado llegó al pueblo a
[55]
cursar octavo grado hasta que ella hizo oídos sordos a la petición que este le hizo
de no hablar con otros muchachos. El amorío duró una semana. El Patrón fue
rudo, como se dice son los hombres en Murillo, pero también porque estaba
embobado de amor, como se dice son los hombres en Murillo.
Fue rudo porque cuando la vio hablando con un muchacho de séptimo grado en
las gradas donde hace como dos mil domingos la gente se agolpaba a ver los
campeonatos que organizaba un padrecito hincha del Club Independiente Santa
Fe, se metió la mano en el bolsillo para asegurarse de que tenía la navaja verde
que compró un día de mercado porque el vendedor le dijo que todo hombre
debía tener una para hacerse respetar. Porque todos los contemporáneos de El
Patrón tienen también una en el bolsillo, porque en Murillo el que no se hace
respetar no es hombre. Porque en Murillo muchas veces la única manera de
hacerse respetar es reclamar la sangre de quien cometió la afrenta.
Fue rudo porque se reclinó en las
portadas de desgastada pintura azul
cielo del Instituto Técnico Lepanto a
esperar a que el muchacho de séptimo
grado saliera, decidido a por fin estrenar su navaja verde, a hacerse respetar. Y
como el sol picaba el muchacho de séptimo grado se envolvió el saco rojo del
uniforme en la cabeza para procurarse un mínimo de sombre que impidiera se le
tostara aún más la frente, y por el envoltorio El Patrón no lo identificó en el
momento en que pasó por su narices. Y solo pudo saber que era él cuando lo vio
subiéndose en una camioneta para Líbano, no pudo estrenar su navaja verde esa
tarde. Pero fue rudo porque estaba decidido, “…yo sí le iba a enseñar a ese chino a
respetar, acá toca así Nicolás, acá le toca a uno así…”.
“Así no quiero vivir sufriendo tanto,
ya ni borracho consuelo he de encontrar,
mujer culpable de mi cruel tormento
me hiere el desengaño me mata tu crueldad”
Fragmento “Cruz de palo” -
Versión interpretada por Antonio Aguilar
[56]
Y también fue un embobado de amor, como diría Lucila, porque de los ahorros
que tenía para comprar un celular con cámara y pantalla táctil sacó dinero para
comprarse clandestinamente media botella de aguardiente que se bebió una
noche escondido en el cuarto de huéspedes de su casa, llorando con las
canciones de Luisito Muñoz y Marco Antonio Solis, contemplando la idea de
consumir un frasco del veneno que aplican a las reses para erradicarles moscos y
garrapatas. Veneno para matar con él la desdicha de haber fracasado en el amor.
Se durmió de la borrachera, por eso no caminó hasta la bodega a buscar el
veneno. Despertó con dolor de cabeza, era sábado, aún con la idea de estrenar el
lunes siguiente la verde navaja. Pensó también esa mañana en tirarse al pozo de la
perra, ese que forma el río Vallecitos unos metros antes de cruzarse con la
carretera que de Murillo conduce a Manizales. Quizá habría muerto ahogado
como las cachorritas que lanzan en costales
al pozo, razón del nombre del mismo, si su
madre no hubiera notado el olor a licor y los
ojos desorbitados por la resaca; quizá habría
muerto ahogado si ella no le hubiera reprendido con el baño a baldadas de agua
fría y los correazos en la espalda recordándole para lo que había sido levantado,
“…que debía ser un hombre de bien, serio… un hombre respetable y trabajador y no un
embobado que se emborracha a escondidas por una niña que ni pelos debe tener en la cuca…”.
Si el licor en la cabeza le hubiese permitido caminar hasta la bodega, hoy en
Murillo la historia de El Patrón sería contada de similar manera que la de El
Pipizorro, ese tipo bajito que jornaleaba arriba por los lados de El Sifón. La
historia de El Pipizorro, el menor de Los Pipizorros, ese que jornaleaba arriba por
los lados de El Sifón y que un domingo por la noche en La Principal intentó
ahogar en aguardiente un desamor hasta que los pies no le dieron para caminar
erguido, hasta que tuvo que ir a casa de su acompañante de bebida trastabillando
“Aunque me odies yo siempre te recuerdo,
negro castigo tú también tendrás,
y por tu culpa allá en el cementerio
en una cruz de palo mi nombre tu veras”
Fragmento “Cruz de palo” -
Versión interpretada por Antonio Aguilar
[57]
y aferrándose a los postes de luz para no caer. El Pipizorro, ese que jornaleaba
arriba por los lados de El Sifón y que cuando estuvo en casa de su acompañante
decidió en la helada madrugada levantarse de la cama, aún ebrio, para buscar un
veneno para ratas que bebió con el mismo ahínco que las copitas de aguardiente.
Culeburre
Por Culeburre no pasan carros, es uno de los barrios más nuevos del pueblo.
Próximo a la calle que sale a Líbano, la misma que a la altura del parque pasa a
llamarse Calle de La Esperanza. También resultan ser pocos quienes tienen en
mente el nombre oficial del pequeño barrio Culeburre, debe ser alguna fecha
importante para la historia nacional o departamental, o el nombre de algún
personaje ilustre; al parecer a los únicos que les interesa es a los funcionarios de
las empresas de servicios públicos a la hora de dar con la ubicación de alguna
casa que les ha solicitad una prestación. La toponimia se la puso alguno,
seguramente en una cantina, al que se le ocurrió que por su ubicación bien
podría ser la cola del pueblo, de aquella analogía surgió Culeburre. Por allí poco se
mueve, lo que aprovechó el pasto para invadir a sus anchas y darle el aspecto
más de un potrero o de un caminito de herradura que el de una calle.
Entre semana, desde hace décadas, La Calle de La Esperanza y La Principal son
casi iguales a la calle de Culeburre, y a las demás que tejen el pueblo: poco
movimiento, salvo el ocasional sonido de herrajes metálicos y el grito cada media
hora de “¡Líbano, Líbano, puesto vacío!” son lo que da cierta actividad al lugar. La
algarabía de los escolares a las siete de la mañana rumbo al colegio y su salida a la
una y treinta –primaria– y dos de la tarde –secundaria– vuelve a dar la certeza de
que en el pueblo vive alguien, algo que se puede olvidar fácilmente por los
[58]
comunes momentos en que sólidos silencios y densa neblina colonizan el lugar.
Cuando los niños del colegio han comprado ya los helados de mora y leche con
empanaditas como provisiones para el camino, el pueblo vuelve a enmudecer
hasta las cinco de la tarde en que funcionarios de la alcaldía hacen ruido para ir a
tomar pintadito y los adolescentes luego de haber terminado labores domésticas
echan a rodar el balón de microfútbol en el parque principal.
A la siete de la noche el pueblo vuelve a estar en silencio, el último carro para
Líbano salió hace una hora y los muchachos no juegan más por la falta de luces,
el pintadito de los funcionarios no les tomó más que unos minutos; permanecen el
ruido seco del marfil y el olor a tiza en las mesas del café-billar de El Marrano.
Permanecen los murmullos de los que se quedan hablando a las luz de la oficina
de chances y giros, el único establecimiento que entre semana atiende hasta las
nueve de la noche. Hace frío.
[59]
CAPÍTULO II: “USTED ACÁ EL DÍA DOMINGO SE DA DE CUENTA
DE TODO LO QUE PASA, LO QUE HA PASADO Y LO QUE VA A
PASAR EN EL PUEBLO”45
45
Conversación con Mari Luz – Diario de campo, domingo 26 de enero del 2013 (Murillo-Tolima)
[60]
“Meros cuentos que bajan a echar el domingo46
”
Un domingo estando errando se encontraron dos mancebos
metiendo mano a sus fierros como queriendo pelear,
cuando se estaban peleando pues llegó su padre de uno,
¡hijo de mi corazón ya no pelies con ninguno!,
quítese de aquí mi padre que estoy más bravo que un lión,
no vaya a sacar mi espada le traspase el corazón,
hijo de mi corazón por lo que acabas de hablar,
antes de que raye el sol la vida te han de quitar…”
Fragmento de “El hijo desobediente” – Versión Antonio Aguilar
Ángel Antes estaba El Coso. Contiguo al cuartel de policía, un espacio grande, un
lodazal. En El Coso se aperaban las mulas, se amarraban los marranos, resbalaban
arrieros ebrios en búsqueda de sus bestias. El Coso estaba cercado en alambres de
púas endebles y maderos podridos por la humedad que generaban las heces de
los animales, el barrizal, los charcos y la orina de los borrachos que al no
encontrar lugar en las cantinas no tenían más remedio que liberarse contra los
postes donde lo hacían también los perros. Entonces había más mulas, más
gente, más riñas. La ubicación era estratégica ya que en derredor estaba las
principales cantinas, en las que se bebía desde las seis de la mañana, hora en que
los habitantes de las zonas más remotas empezaban a llegar al pueblo.
“..Yo trabajaba de tendero allí, en aquella cantina, o de ayudante más bien, y mi patrón tenía
una estrategia y era que tan pronto que los arrieros y toda esa gente que venía de por allá acaba
de dejar las bestias en El Coso les ofrecía un aguardiente, que dizque cortesía de la casa, ¡a las
seis de la mañana!… y esa gente se quedaba picada, y pedían el segundo, y luego el tercero, y yo
46
Conversación con Isabel Castiblanco - Diario de campo, jueves 10 de enero del 2013 (Murollo-Tilima)
[61]
sirva y anote y anote rayitas… los tenía usted jartando hasta el lunes, y cuando pedían la
cuenta… ¡táquele el clavijaso! [Risas], eso les salía un cuentononón, y ni modos… ¡pague
mijo!..”47 cuenta don Ángel Rincón respecto al tiempo en que los días de mercado
eran aglomeraciones de gente y abundancia de verduras en la plaza.
A don Ángel un hombre viejo llamado Pompilio le decía que el mundo se iba a
acabar el día en que el Nevado del Ruíz explotara. Don Ángel era joven
entonces, eran los mismos días en que hacía rayitas en un cuaderno contando
aguardientes y paseaba por el norte del Tolima en bicicleta. La analogía de don
Pompilio era ciertamente escatológica, ya que decía que de la misma manera en
que el cuerpo humano debe liberarse regularmente de los gases producidos en el
estómago, el volcán también debía hacerlo ya que de lo contrario se taparía y
algo terrible podía ocurrir: “…eso [el volcán], como no echa humo está tapado y se va
llenando de gases como la tripa de uno y póngale cuidado que el día que se destape, el día que se
eche una cagadota eso va a ser un desgracionón muy grande… téngale miedo a la cagadota que
se va a echar eso...” referencia don Ángel sobre las premoniciones que el viejo
Pompilio hacía sobre el Nevado del Ruíz. El noviembre en que desapareció
Armero don Pompilio no demoró en buscar a don Ángel para jactarse de lo
acertado de su pronóstico y aprovechó la situación para hacer uno nuevo que
auguraba el fin definitivo de la humanidad en la siguiente actividad del Nevado
del Ruíz, que se dará según él ciento treinta años después de la última tragedia.
Armero murió, don Pompilio murió, El Coso murió y para mucha gente, como
don Ángel, los domingos en Murillo también murieron ya. Hace tres décadas,
cuando El Coso estaba colmado de animales desde que el sol despertaba, el
pueblo era un verdadero festín el séptimo día: las dos calles comerciales se
inundaban de agricultores, de arrieros, de lavanderas, de capataces, de niños que
tomaban a sus madres de la mano para no perderse entre el gentío. Como la
47
Conversación con Ángel Rincón – Diario de campo, sábado 26 de enero del 2013 (Murillo, Tolima)
[62]
cantina en la que trabajaba don Ángel había muchas con clientela suficiente para
mantener ocupados a los tenderos todo el día.
Lucila Dicen que una pelea de perros es una premonición a una riña entre personas.
Antes el anuncio era contundente, reñían los canes y en poco tiempo algún
machete había sido ya desenfundado. Ahí, armando sus empanadas, Lucila
cuenta de las miradas y los chistes que surgían en torno de una escandalosa lucha
de perros, “… eso usted veía esos animales ahí y de una vez decía ¿cuáles se irán a agarrar
ahorita?, yo me acuerdo que nos mirábamos por ahí con el que estuviera al lado y pensábamos
de una vez era como en apostar a ver qué plaga era la que se iba a pelear [Risas] y a veces le
atinábamos, a veces no, y así… pero eso era fijo…”. Lucila aún no tenía su puesto de
empanadas y picada, de masato, entonces vivía en una finca, el Nevado del Ruíz
aún no había arrasado Armero. Lucila era joven. Solo hasta los días en que sus
hijos mayores elevaron cometas de papel en el Alto de Requintaderos con los
otros niños de la escuela decidió poner los domingos, allí en La Principal, la mesa
alargada, la estufa de gasolina y el plástico que protege de sol y lluvia: su puesto
de empanadas y de picada, de masato.
Las labores de la finca en principio generaban suficientes recursos para sostener
la casa, cuando los hijos fueron más y cuando enfermedades y calamidades
familiares se hicieron presentes fue necesario generar más ingresos, aprovechar el
día de mercado era una gran opción, muy posiblemente la mejor. Y funcionó,
funciona. Las ganancias que le deja a Lucila su puesto de comida le ha permitido
vestir y alimentar a los suyos durante varios años. Ricardo, su esposo también
debe gran parte de sus ingresos a lo obtenido los domingos, de él son las canchas
de Machaca que está allá en la última cuadra de la calle de La Esperanza. En las
canchas Ricardo vende lo que prepara su esposa: empanadas, papas con hígado,
[63]
morcillas y chorizos ocupan una vitrina que permanece caliente por un bombillo
en la entrada del lugar. Ricardito, uno de los hijos menores, está todo el día
yendo y viniendo entre las canchas de su padre y el puesto de Lucila llevando
empanadas o picada a la vitrina que permanece caliente por un bombillo en la
entrada de las canchas, corriendo con algún billete de alta denominación para
que su padre lo cambie por sencillo para que Lucila no se quede sin cambio.
Cuando ella empezó con el puesto los niños cargaban la mesa alargada, la estufa
de gasolina y el plástico que protege de sol y lluvia en una carretilla que salía de la
casa a las ocho de la mañana para volver a las cinco de la tarde, entonces se
vendía mucho más rápido. Había más gente. El rebaño48 lo compraba desde la
madrugada del viernes en el matadero, el sábado lo dedicaba a lavarlo, a sentarse
en la cocina a armar los chorizos y las morcillas, a lavar las papas que venderá
con hígado frito.
Entonces la carretilla estaba en casa antes de que oscureciera porque la clientela
era mucho más grande, porque los chorizos y las morcillas se agotaban después
de la segunda misa del día. El frasco de ají quedaba seco antes de que el sol se
ocultara detrás del nevado. “… Vea Nicolás, yo acá antes, así no me lo crea, me tocaba a
veces ni almorzar del montón de gente tan impresionante que pedían y pedían, y venda y venda
sin parar, ya cuando me daba cuenta eran como las cuatro y ni una papita había tenido tiempo
de echarme a la boca…”, dice Lucila sin dejar de amasar, sin dejar de echar
empanaditas amarillas en el espumoso aceite caliente.
Desde que los que salen de misa se pueden contar fácilmente Lucila se queda
hasta media noche, a esa hora generalmente tiene aún chorizos, morcillas, el
hígado con papa. Si le va bien está regresando a casa hacia las ocho de la noche,
48
En Murillo rebaño alude a las vísceras y tripas de cerdo, res u oveja que se usan para la fabricación de
chorizos, morcilla y longaniza.
[64]
lo que ocurre pocas veces. El frasco de ají difícilmente está seco cuando el sol se
esconde detrás del nevado. Allí, mientras se come la picada en el canastico de
mimbre, uno fácilmente se va enterando de lo que ha ocurrido en el pueblo:
quienes pelearon, quien se fue, quien vino de visita, quien le debe a quien, quien
está enfermo. Los sitios donde se come y se bebe son los predilectos para
actualizarse sobre los eventos de Murillo. Lucila trabaja solo los domingos, pese
a que dedica parte de las dos jornadas previas a preparar todo para el día de
mercado. Ella sazona todo el sábado. Ella aún compra el rebaño los viernes en la
madrugada allá en el matadero.
Allí, mientras los
clientes se comen la
picada en los canasticos
de mimbre, y allí
mientras los jugadores
de Machaca avientan
cerveza por su garganta,
Lucila y Ricardo han
visto pasar desde el
primer domingo de carretilla con mesa alargada, estufa de gasolina y plástico que
protege de sol y lluvia a la violencia. Esa la violencia de guerrilleros que
objetivaban tomarse el pueblo, esa la violencia de arrieros ebrios, esa la violencia
de clientes reacios a pagar sus cuentas, esa la violencia de celosos que con
cuchillos y machetes buscan reivindicar el amor, esa la violencia de peleas de
perro. Esa la violencia en que también ellos han puestos sus pinceladas: “No me lo
está preguntando pero es que eso aquí por más calmada que esté una eso de todas maneras a
uno le toca estarse metiendo en problemas, por algo, ¡por algo, por algo!... eso… vea, yo estaba
acá trabajando como siempre, como a esta misma hora [8:00 p.m.] cuando es que veo que le
[65]
están pegando a una muchacha allí arribita, yo como que me asomo un poquito… ¡era mi
hija!, ¡pues claro!, yo que trabajar ni que nada, yo fui a defenderla porque me la estaban
arrastrando del pelo, dándole, ¡mejor dicho!, y cuando es que yo me arrimo al desgraciado a
hacer algo cuando es que yo no sé cómo fue que me voleó un botella acá en esto, de una vez yo
sentí fue la cara hinchada… ¡no!, eso fue pero terrible, menos mal a mi muchacha ahí entre
varios pues le ayudaron, pero Ricardo cuando me vio así si me dijo, que eso no se quedaba así,
y eso las cosas no se quedan así porque cómo va a creer usted que lo cojan a uno de pendejo, ¡no
señor!... qué pena con usted Nicolasito todas estas cosas, pero es para que se vaya a dar cuenta
que este pueblo muy bonito y todo eso sí, ¡pero violento!, violento así usted no quiera, eso al que
es de acá le toca acostumbrarse a eso, acá la gente es así…”.
Las funciones de finca no han sido relegadas del todo para Lucila quien entre
semana se dedica a cuidar de algunas reses que le proveen con su leche un
ingreso extra al que obtiene el domingo vendiendo en su puesto. Pocas son las
veces en que Ricardo abre las canchas en los días hábiles, él también dedica sus
esfuerzos al ganado y a la espera del próximo mercado.
Campanas mañaneras Previo a que suene la campana que anuncia la seis de la mañana, media hora
antes de la primera misa, algunas cafeterías del parque principal ya atienden
presurosas una gran cantidad de clientes, esos que esperan las lecheras49 para que
los transporten. Son solo aquellas camionetas son las únicas que lían con los
briosos caminos a aquellas horas, no existen busetas y los carros particulares son
escasos, así quien quiera ahorrarse una helada caminata debe abordar algunas de
las lecheras. Cuando hay bonanza papera también antes de la primera misa al
pueblo llegan las muchachas, trabajadoras sexuales que solo están en el lugar los
49 Camionetas transportadoras de leche cruda que recogen el producto en algunas veredas.
[66]
días de mercado, de buen mercado, en algunas ocasiones están trabajando desde
el sábado en la noche. Su presencia es fantasmagórica en Murillo, todo el mundo
hace como si ignorara de ellas y su establecimiento, que durante mi estadía en el
pueblo se mantuvo cerrado casi todos los domingos precisamente por los bajos
precios en que se encontraba la papa en aquellos días. La misa de las seis y media
ya no es tan frecuentada como en los tiempos en que la papa se daba sin
necesidad de regarla con
venenos.
A esta hora asisten no más
de veinte personas, entre
ellos un buen número de
dueños de establecimientos
que en el transcurrir del día
trabajarán sin tener tiempo
de asistir a la ceremonia de
las once de la mañana o de
las seis de la tarde. La
campana vuelve a sonar
anunciando las siete de la
mañana, pero esta vez
redobla la mitad de las
veces que lo hizo una hora antes y que lo hará cuatro después. La ceremonia
generalmente termina a las siete y media de la mañana. Para atacar al terrible frío
que se incuba en el cuerpo durante la misa los creyentes a la hora de salir gozan
no solo de la opción de las cafeterías que estaban abiertas desde las cinco
esperando las lecheras, sino que es una hora en la que más cafés han abierto sus
puertas ya. La Principal se empieza a congestionar con vehículos que traen
[67]
mercancías desde Líbano y con mulas que vienen andando largos y embarrados
caminos desde hace varias horas. De Líbano son más numerosos los vehículos
que vienen al pueblo el día domingo, también son camionetas más grandes e
inclusive algunos buses con amplio cupo de pasajeros, el grito “¡Líbano, Líbano,
puesto vacío!” retumba desde temprano y con mayor intensidad. Hace frío.
A las nueve de la mañana el sonido de los herrajes contra el pavimento es
constante, como una llovizna. Camperos, camionetas y camiones estacionan en
La Principal o La Calle de La Esperanza para desembarcar campesinos
provenientes de las veredas en búsqueda de la misa de las once de la mañana, del
mercado para la semana, de alguna flor para llevarle a sus muertos en el
cementerio, de algún amigo para tomar cerveza.
Chavela Doña Chavela está casada con don Toño hace veinticinco años, la edad de su hijo
mayor, Mauricio. En total tienen cuatro hijos, Mauricio ahora vive en la capital.
Cada domingo cuando doña Chavela y don Toño van a Murillo a mercar lo hacen
acompañados por uno de los tres muchachos: el primer domingo del mes les
acompaña Javier, el segundo Marco y el tercero Mario, el cuarto es nuevamente
turno de Javier, y así sucesivamente. Don Toño llega al pueblo temprano, a eso de
las nueve de la mañana, para ir negociando la carne y los huesos de costilla para
el caldo en la galería, “es bueno comprar la carne temprano” dice, también toma
pintadito con sus conocidos mientras hablan de negocios y lo más importante
ocurrido en la semana. A las once, para la segunda misa, llega doña Chavela al
pueblo en compañía del muchacho de turno, al salir de la iglesia siempre se
dirigen, los tres, al puesto de Estrellita a comer morcilla, empanada, chorizo.
[68]
Doña Chavela suele encargar al hijo que la acompañe que vaya a la otra calle o al
parque a comprar algo, a cotizar algo, a buscar a alguien. En su infancia su madre
hacía lo mismo con ella, en las mismas calles, la diferencia estaba en el barrizal
que eran las mismas y lo difícil que era encontrar a las gentes entre el enorme
gentío. Es una mujer joven, altiva. No le tocó vivir el Murillo que era visitado
por los soldados del Coronel Matallana, no le tocó ver las bombas de fabricación
casera en las fincas. A ella le tocaron las invitaciones a velorio, las lamentaciones
de viuda y huérfano y las promesas de venganza en las cantinas relacionadas con
alguna machetera dominical en La Principal por alguna mirada, un empujón o un
asunto de amor.
No le tocó saber de chusmeros, de tipos que encarnaban demonios, pero sí le tocó
la violencia, a todo el que nace en Murillo le toca la violencia. En su memoria se
guardan historias de sangre atravesadas por el amor, por el honor, por los
negocios. De niña quedarse hasta tarde los domingos le generaba cierto temor,
pese a que su padre no era de los que buscaba pelea. Décadas después de que
doña Delfina escondiera la lona en que cargaba sus zapatos de ir a misa, cuando
era doña Chavela la que calzaba sus pies en las mañanas dominicales a la entrada
del pueblo, el último día de la semana permanecía con la etiqueta de “Domingo sin
muerto no es domingo”.
“Ahora ya no, eso era antes, por ahí la gentecita se pelea pero eso no es lo mismo que antes”
me contaba doña Chavela un domingo de mayo del año pasado, casualmente en
ese momento sobrevino una riña: sonó una alarma en la estación de policía,
todos corrieron de ipso facto al parque principal. No entendí qué sucedía, de
pronto me vi trotando con desespero, como el que tenían todos, hacia el parque.
Los Gatos, hijos de Germán Peleas, atacaban al Chócolo. Uno de los dos Gatos, o
los Peleas como también se les llama, sangraba en abundancia por una herida que
tenía en el pómulo, el segundo golpeaba desesperadamente las rejas de la
[69]
estación de policía en donde habían metido a chócolo. A unos pocos metros
Germán Peleas enseñaba la hoja de su machete que hacía sacar chispas contra el
cemento mientras prometía matar a Chócolo cuando este saliera de la estación de
policía. Todo duró muy poco y en menos de una hora no había rastros ni de los
Peleas, ni del Chócolo. El parque se desocupó y la gente regresó a las cantinas a
seguir bebiendo y a seguir cantando “… ¿quién perdió? pregunto yo...”50.
Luego de la pelea en cada esquina del pueblo lo único de lo que se hablaba,
efusivamente además, era la riña, los Gatos, el Chócolo, Germán Peleas o la torpeza
de la policía frente a los hechos.
Cuando pregunté a doña Chavela por las personas que reñían, por los peleadores,
me encontré con la respuesta de que eran personajes desocupados quienes al
50
Fragmento de la canción de música popular “Quien perdió” interpretada por el cantante pereirano
Francisco Gómez.
[70]
carecer de oficio buscaban ocupar su tiempo peleando y haciendo males para
llamar la atención del pueblo. Por lo menos ese era el perfil que me hicieron de
los Gatos y del Chócolo.
Sin embargo al hablar de peleadores no se les categoriza siempre de la misma
manera que a los personajes enunciados, en la definición de un peleador un
elemento primario es su carácter, al que se cualifica de dos maneras, siendo la
primera la del vago que gusta de pelear sin aparentes motivos razonables. La
segunda corresponde al personaje serio, solícito, que en una riña refleja la fuerza
y autoridad que le da el trabajo.
El lunes siguiente al día de la pelea de los Gatos y Chócolo fui a casa de doña
Chavela, en la Hacienda San Ignacio, ubicada a diez minutos del casco urbano por
la salida a Manizales. Le estuve preguntando sobre las riñas del pueblo de antes y
de ahora, sobre los días de “domingo sin muerto, no es domingo”, al calor de un
chocolate me empezó a contar con lujo de detalles sobre las que recordaba.
Hacía hincapié en diferenciar los peleadores, “esos tipos son de esos que solo les gusta
jartar y pelear para molestar a los otros, de puros ofensivos”51 decía de los Gatos y sus
constantes peleas. Cuando me contó del día en que un arriero de El Bosque
cogió a Germán Peleas frente a la iglesia y le propinó una tremenda golpiza,
hiriéndole gravemente en una pierna, resaltó que el arriero era un buen tipo “es
que esa gente como es trabajadora, esa gente es dura para pelear pero es muy seria. Gente de
respeto”.
De la misma manera que en los dos casos anteriores, toda vez que pregunté por
una riña, a doña Chavela y a otras personas del pueblo, había un momento en el
que se definía al peleador de una de las dos maneras, buscapleitos simplemente o el
personaje serio que infunde respeto y que con su fiereza a la hora de pelear
51
Los fragmentos en cursiva y comillas corresponden a anotaciones pertenecientes al diario de campo y a
grabaciones.
[71]
evidencia su perfil de persona de trabajo. Se acuñaba lo segundo también con
referencias literales como “la gente de trabajo es dura para la pelea”.
Me contó doña Chavela que cuando en noviembre de 1985 el Nevado del Ruíz
arrasó con la población de Armero, Murillo se quebró ya que casi todo lo que en
el pueblo se producía se vendía en aquel lugar, al desaparecer Armero los
agricultores de Murillo se quedaron sin clientes potenciales y muchos se fueron a
buscar mejor suerte en otros pueblos o ciudades. Así, ya con menos gente en el
lugar, los domingos de mercado se vinieron para abajo en Murillo, “es que eso que
ve usted ahorita no es ni el recuerdo de lo que era este pueblo los días feriados antes de lo de
Armero, eso era mucho el gentío no solo en esta callecita que se llena ahora sino en todo el
pueblo” me contaba que como bajaba tanto obrero de las veredas se formaban
muchísimas peleas, entre otras cosas porque como se trataban de un mejor
momento en lo referente a lo económico la gente bebía más, y según doña
Chavela entre más bebe la gente, más pelea.
La referencia del cambio en los domingos de Murillo luego de la tragedia de
Armero también la hallé en conversaciones con don Rodolfo, agricultor de el
corregimiento de El Bosque, que vendía moras, cebolla, cilantro y demás
productos sembrados en su finca a los armeritas. Él y su esposa, doña Margarita,
cuentan que de Armero subían muchos camiones a aprovisionarse a El Bosque y
a Murillo, así que era bastante la gente que se agolpaba los domingos en el
pueblo a mercar y emborracharse porque había abundancia, era un pueblo
próspero que se sostenía en importante medida de lo que vendían a la era en ese
entonces segunda ciudad más grande del Tolima, Armero. Don Rodolfo, un
hombre pasivo y de poco diálogo, se quebró porque absolutamente todos sus
clientes eran de Armero, así que tuvo que empezar con otros trabajos, dejando
un poco de lado la agricultura y dedicándose a la madera, que vendía para
Manizales. Don Roberto Gómez, al que llaman El Sindicato por estar siempre
[72]
involucrado en política con la insignia de ser de izquierda, también me contó de
cómo luego del deshielo del Nevado del Ruíz en aquel noviembre los domingos
en Murillo no volvieron a ser lo mismo, rememoró esto señalándome donde
habían antiguamente campos de tejo, Machaca y billar en los cuales los obreros
se apilaban, decía con cierta nostalgia la gran cantidad de personas que habían en
el pueblo en aquella época de buenos tiempos para la agricultura. Dice que el
gran error de los campesinos era depender tanto de Armero. Actualmente solo
hay tres campos de tejo y machaca y dos de billar, y la verdad no hace falta más,
“¿para qué más si acá ya no hay gente?” dice don Roberto, El Sindicato, quien en su
exposición me mostró más de diez sitios en los que en tiempos pasados
funcionaban establecimientos de juego.
Ahora, volviendo a doña Chavela, la segunda razón que me dio para la
disminución de las peleas dominicales, para que se fuera desvaneciendo la
etiqueta característica de los domingos durante generaciones, fue la intervención
de la guerrilla. Al igual que la primera razón, hallé referencias en otras
conversaciones. Relata doña Chavela que hace unos años, entre veinte y diez, la
guerrilla tenía un gran poder en la región y que esto les daba una intervención
relevante en los asuntos del pueblo. Las riñas fueron reguladas directamente por
la guerrilla, quien con lista en mano ordenaba a los peleadores más fieros del
pueblo, los que cada domingo se veían involucrados en una nueva riña, que
dejaran su hábito. La consecuencia de desobedecerlos era la muerte. Con algunos
eran algo benevolentes y perdonándoles la vida lo que les exigían era irse de
Murillo.
Germán Peleas era de los primeros en la lista, a él no le iban a dar la oportunidad
de irse del lugar sino que lo ejecutarían. La noche en que llegaron a su casa a
darle muerte no lo hallaron ya que él se enteró por alguna razón de que iban en
camino, huyó unos minutos antes de que abrieran su puerta y eligió un muy buen
[73]
escondite que le valió seguir viviendo: una bóveda del cementerio. La razón por
la que ejecutarían a Germán Peleas era que en días anteriores había amenazado
con un machete, y luego con una escopeta a funcionarios del acueducto que se
prestaban a cortarle el servicio de agua por falta de pago. Efectivamente los
había hecho irse sin que cumplieran su cometido. Esto había llegado a oídos de
la guerrilla que ya lo había advertido en previas ocasiones, y por eso su decisión
de ejecutarlo en esta final ocasión, “pues que vengan que yo no les tengo miedo, que
vengan que acá los espero, a mí no me manda nadie” contaba doña Chavela que gritaba
Germán Peleas cuando recibía las advertencias de que la guerrilla le estaba
haciendo seguimiento. Él fue objeto de burla mucho tiempo en el pueblo por
haberse escondido luego de jactarse hasta el cansancio de que iba a esperarlos sin
ningún miedo. La broma que le hacían era: “¿para qué se tomó el trabajo de ir hasta el
cementerio solo?, si es que esa gente venía era a llevarlo allá mismo para evitarle la fatiga, los
hubiera esperado ellos lo llevaban”. Germán Peleas dejó de reñir en mucho tiempo.
Don Ángel, quien fue fotógrafo luego de hacer rayitas contando aguardientes,
me contó también la historia de la guerrilla y Germán Peleas. Me refirió más
casos, decía que la intervención de la guerrilla había disminuido mucho las riñas
en Murillo pero que en última instancia era también algo malo porque se habían
disminuido también las ventas de cerveza y porque el control en todo caso
atentaba contra la libertad de las personas, me decía con su peculiar manera de
hablar, reemplazando siempre las letras S y C por la Ch: “si usted y yo nos queremos
pelear ahora mismo, ¿quién va a decir que no?, si nos queremos pelear es problema de nosotros
dos no más”. Argumentaba que el pelear era algo inherente a las personas y que
controlarlo era un abuso.
Doña Chavela por su parte era clara en decir que a la guerrilla no le gustaban los
peleadores porque eran gente que no servía para nada. Me ejemplificó a través
del caso de un tipo, quien en el julio de hace un par de años mató a su ex novia
[74]
de un disparo de escopeta por haberle terminado. Ella era una mujer asociada a
la política. Él la había amenazado de muerte un domingo a la salida de la misa,
frente a mucha gente, incluidas las autoridades del pueblo. Cuando cumplió su
amenaza, huyó al monte y dejó la escopeta tirada en el mismo potrero en que
terminó con la vida de la que fuera su prometida mientras ella daba de beber
agua a unos terneros. El objetivo de él era unirse a la guerrilla, así se lo había
confesado a uno de sus amigos el día anterior al asesinato. No se supo nada de él
hasta diciembre, cuando encontraron su cuerpo en la carretera que va para
Manizales atravesado por disparos de ametralladora. La guerrilla lo mató. Dijo
doña Chavela que alguien contó en el pueblo que el fugitivo se encontró con esa
gente el día cinco del último mes, en las lejanías de la vereda El Oso, la más
próxima a las nieves del Nevado del Ruíz. Dijo el alguien que el fugitivo les dijo.
A “esa gente” que llevaba buscándolos mucho tiempo porque quería adherirse a su
organización. Les contó que era un tipo apto para esa dura vida porque además
de ser un trabajador incansable era capaz de matar y les refirió lo acontecido con
su ex novia. Ellos lo ejecutaron de inmediato, pese a que él se excusaba en actuar
en defensa propia ya que ella y su padre, un viejo ganadero, lo iban a matar a él y
su familia.
El alguien que contó la historia en una taberna de Murillo explicó que antes de
ejecutar al fugitivo le dijeron “que le quede claro que a usted no solo le damos pena de
muerte por matar a su ex mujer sino porque no trabaja, no sea mentiroso, usted se la pasa es
peleando en los pueblos con sus hermanos”. Otro alguien que conoce doña Chavela
escuchó la narración en la taberna, de allí obtuvo ella la referencia del relato.
Sostenía lo anterior doña Chavela en otro relato de un muchacho de la vereda
Ventanas que en una pelea mató a dos con un revólver, él huyó al monte y la
guerrilla sí lo acepto en sus filas, supuestamente porque sabían, como todo el
mundo en el pueblo, que era un gran trabajador dedicado al cultivo de la papa.
[75]
Es doña Chavela muy reiterativa, por ello me estuvo contando muchas historias
similares sobre la relación de la guerrilla con la gente que reñía mucho en
Murillo. Decía sin embargo, que era el colmo que “esa gente” tomara el papel de
juez frente a la vida de los que reñían y que no tenían oficio siendo ellos también
personas que no hacían ninguna de las dos cosas anteriores. “El que tiene rabo de
paja que no arrime a la candela” me decía, los llamaba descarados por exigir
laboriosidad y una vida pacífica cuando ellos eran los más vagos y lo más
violentos.
Don Toño intervino en la conversación preguntándome qué era lo que buscaba
yo saber con mis visitas a Murillo y mis entrevistas, mis preguntas sobre las riñas,
la guerrilla y demás. Le comenté brevemente lo que allí me llevó, soltó una
carcajada y me resumió en una frase: “acá para usted saber cómo es la gente solo se les
tiene que saber el apodo y cómo son para pelar, ya con eso lo sabe todo”, su esposa asintió.
Inmediatamente pregunté a don Toño por qué era tan importante sabérsele el
apodo a alguien y por qué de la relevancia del tema de las peleas para entender a
la gente de Murillo. Las respuesta fue que el apodo decía todo de una persona, el
ejemplo fue Germán Peleas, cuyo apodo obedece por supuesto a sus periódicas
riñas desde joven. De allí se derivaron muchos ejemplos de gente del pueblo,
como el arriero Calzones, Miguel Cuajadas, la familia de Los Machetes o don
Laureano Sierra, El Embajador. Cuando nos dimos cuenta era la hora del
noticiero, don Toño nunca se lo pierde, además doña Chavela debía vigilar que
Marco y Mario hicieran sus tareas, volví a casa con la idea de preguntar al otro
día por las historias de los apodos. Hacía frío.
[76]
Ramón “¡Sí me matan o me muero de algo dejaré una carta dirigida a ti, pa que sepas aunque tarde
mi alma que jamás debistes tú dudar de mi!..52” es la tonada que brota de entre los
puntudos bigotes de Ramón, que le llegan a cubrir los labios, es su canción
favorita. A la hora de la segunda misa de su boca no solo salen alegres coros de
las canciones de su admirado Antonio Aguilar, sino que a estos les acompaña un
vaho de ron y morcilla. Ramón es de los pocos que no tienen apodo en Murillo.
Ramón es un tipo alegre. Ramón es carnicero.
Le conocí el tercer domingo que estuve en el pueblo, aunque previamente había
notado sus cánticos rancheros en la carnicería, en el andén, en el puesto de
picada de Estrellita, ese que está frente a La Galería, otrora El Coso. Él dice que
los hombres deben beber desde jóvenes, dice que él lo hizo desde los dieciséis
años, dice que es un macho. Ramón es carnicero.
Para Ramón los hombres deben tener el pelo corto, el licor en la mano, las
mujeres a disposición, las ganas de pelear. “Chino, usted debe saber qué el hombre de
acá de estas tierras, de Murillo, debe ser un hombre duro que no se la deje montar, ni de las
viejas, ni del trago, ni de otro hijueputa por ahí que le venga a decir cualquier cosa” me decía
mientras servía ron que yo recibía con torpeza por no dejar caer la cámara con la
que grababa la conversación. Como su alicorado aliento dominical a Ramón
también le acompaña la nostalgia de un pueblo próspero en el que los días de
mercado estaban marcados por el alboroto de gentíos y de mulas, de macheteras.
Quizá la violencia nunca se fue de Murillo porque allí no se sabe vivir de otra
manera, no interesa, porque también hay nostalgia frente a la violencia en caso
como el de Ramón: “Chino, acá antes había tipos duros de verdad que no se achicopalaban
con maricadas, acá el día domingo se veían peleas de verdad, no esas bullas de ahora… antes
este era un pueblo de gente brava que no se dejaba de nadie, ahora está es lleno de miedosos que
52 Fragmento de la canción de música ranchera “Prisionero de tus brazos” de Antonio Aguilar.
[77]
no hacen nada y a uno que es viejo pues le toca es contar una y otra y otra vez los mismos
cuentos viejos de esas peleotas que había porque ahora no pasa nada, uno se muere de la
tristeza con este pueblo [Risas]… me perdonará, pero eso sí no soy el único en decirlo, y es que
antes pues en parte malo que hubiera tanta cosa [Riñas], pero bueno porque se notaba que el
pueblo estaba vivo, un domingo era emocionante, ¡emocionante en serio!…”.
A medida que Ramón va contando sus historias, las viejas de ese el Murillo de
domingos emocionantes, las recientes de esos los deudores de la semana pasada
y los ancianos que están enfermos, entona brevemente alguna ranchera;
aprovecha el tiempo de la segunda misa para conversar, comprarle a Estrellita y
repartir algunos rones. Cuando la gente sale del culto, hacia las doce del día, se
concentra en atender su negocio ya que en el pueblo el mercado tiene quizá su
punto más activo a esa hora pues los feligreses luego de recibir la bendición del
padre inundan La Principal en búsqueda de algo que tomar, algo que comer, algo
que comprar, alguien con quien charlar, con quien negociar. Los que no entraron
a la misa de las once han estado en su mayoría esperando, generalmente al calor
de un pintadito, a que algún familiar que sí asistió salga para en su compañía ir a
comprar los víveres, almorzar, o ir a tomar cerveza y escuchar rancheras.
[78]
Por eso a la hora de la segunda misa Ramón tiene con quien reír, por eso a la
hora de la segunda misa se ven por el parque, La Principal y la Calle de La
Esperanza, pequeños grupos de señoras, de arrieros que están pendientes del
campanazo en la verde torre de la iglesia para encontrarse con alguien que les
acompañe, por eso cuando le preguntaba a don Toño a esa hora que si ya había
mercado me respondía: “No… toca esperar a que Chavela salga de misa”, por eso ante
la misma pregunta Mari Luz, una de las hijas menores de doña Delfina, daba
también la misma respuesta, “Toca esperar a que mi marido salga de misa…”. Por eso
Lucila sabe que se debe comer algo antes del campanazo que marca la mitad del
día porque si todo
sale bien su puesto
estará muy agitado
ante la salida de los
feligreses y
posiblemente luego
no disponga de
mucho tiempo
para ello. Por eso
Ramón no me dio
más ron ni me contó más nada cuando al aire helado lo colonizó el metálico
sonido de la vieja campana anunciándole al pueblo que la segunda misa había
terminado, de inmediato se puso al tanto de su negocio que en breve estaría
colmado de clientes. Ramón es carnicero.
[79]
El padre Rivera Un porcentaje importante de la nota de religión en la escuela hace cuarenta años,
cuando don Jairo estaba en primaria, era ir el domingo a misa de once de la
mañana, todos los niños debían de estar uniformados, impecables, en línea recta.
Entonces las llamaban misas cantadas, porque los feligreses habían de aprenderse
todos los cánticos, en latín, que colocaba el padre. No sólo los cánticos eran en
latín, toda la ceremonia era oficiada en dicha lengua, el sacerdote estaba de
espaldas a los asistentes de principio a fin, el único momento en que era posible
apreciarle el rostro era la hora de recibir la comunión. Si los niños fallaban a una
sola misa al mes serían reprimidos en la escuela la semana siguiente no
únicamente con la una mala calificación sino con algún trabajo en la huerta,
limpiando algún salón, abriendo alguna zanja.
Cuenta don Jairo que el profesor no era condescendiente con los niños a la hora
de tazarles un castigo por fallar a la misa, le temían. Por el contrario el sacerdote
de entonces, el padre Rivera, era un personaje bonachón querido por todos. El
padre Rivera era el rector del colegio, El padre Rivera era deportista, el padre
Rivera tenía por afición favorita el fútbol, el padre Rivera organizaba torneos los
domingos después de la misa de las once de la mañana allá en la cancha del
colegio, el padre Rivera era hincha ferviente del Club Independiente Santa Fe,
donde llegó a militar en su juventud.
Hasta veinte eran los equipos que llegaban a participar en los torneos
dominicales que organizaba el padre Rivera, donde generalmente él oficiaba
como juez. Antes del padre Rivera poco se practicaba el fútbol en Murillo, salvo
algunos equipos conformados por jóvenes del casco urbano, no era tan popular
como jugar Machaca o billar. Él conformó equipos de todas las veredas, venían a
jugar desde El Bosque, desde Cajones y Novillas, de Alfombrales y La Gloria.
[80]
De Sabanalarga y de Sinaí. Había un equipo muy bueno de La Esperanza. El
padre Rivera formaba equipos de veteranos, de niños, de mujeres, armaba
pequeños arcos de banquitas contiguas al barrizal de la cancha principal. Él ponía
a jugar a todos, la cancha estaba tan llena como La Principal o la Calle de La
Esperanza, los partidos favoritos para el público eran los que protagonizaban
mujeres, ancianos o arrieros que chutaban la pelota con torpeza; el padre Rivera
nunca tuvo problema en embarrarse jugando, cuando no pitaba, con los niños,
con las señoras o con los arrieros, siempre con su inseparable camiseta del Club
Independiente Santa Fe.
Algunos fieles iban a la cancha con la intención de buscar al sacerdote para
hacerle alguna consulta espiritual, pero cuando se trataba de fútbol el padre
Rivera no entendía de pecados y penitencias, y generalmente les despachaba
diciéndoles de malhumor que esperaran hasta la misa de seis o que se vinieran en
el transcurso de la semana: “Sí tienen tiempo para quedarse tomando y parrandeando
hasta el lunes ¿y no van a tener un ratico para charlar después de la misa?” me dijo alguien
que respondía cuando el que le buscaba argüía que la consulta debía ser de ipso
facto ya que luego de la última misa estaría oscuro para regresar a casa.
Por el padre más de uno en Murillo se hizo hincha del Club Independiente Santa
Fe; una tarde que salí a jugar microfútbol con unos muchachos del colegio uno
de ellos portaba una camiseta del club, le pregunté que por qué ese equipo
estando nosotros en otra región, que por qué no ser hincha del equipo del
departamento, el Club Deportes Tolima, me dijo que en su casa eran hinchas del
Club Independiente Santa Fe porque cuando su papá era joven un padrecito lo
llevaba a jugar fútbol los domingos y le infundió el amor por el equipo
capitalino, “Ojalá el padre de ahora fuera así, ese padre de ahora es todo aburrido y solo hace
misa los domingos… dizque los domingos eran chéveres antes acá en Murillo, yo no sé, es lo
que mi papá dice…” cerró el muchacho.
[81]
El padre Rivera no solo era fútbol dominical. Se le recuerda porque además tuvo
un importante legado educativo, porque contribuyó mucho en la gestión del
fortalecimiento de programas escolares rurales, la biblioteca pública del pueblo
lleva su nombre en reconocimiento a su trabajo.
También al padre Rivera se le atribuye el haber bendecido al pueblo, razón por la
cual los intentos de toma del casco urbano por parte de la guerrilla fracasaron
siempre. Dicen que fue primero el padre Reyes el que bendijo Murillo
blindándolo contra los chusmeros, a él le tocó oficiar los entierros de los caídos
que dejaron los machetes de Sangrenegra, de Desquite, de Chispas, los fusiles de los
hombres del Coronel Matallana. Le tocaron las misas en que dolientes pedían al
cielo por las almas de los muertos de esa la violencia de tierra removida y flores
nuevas todas las semanas en el cementerio. Posiblemente le tocaron también las
confesiones de los asesinos de Totarito, de El Bosque, de los caminos de vereda,
de quienes rasgaban el vientre de mujeres embarazadas para llenarlos de rocas.
El padre Reyes salía a los caminos y veredas a los levantamientos de víctimas, él
santificaba el lugar del siniestro con agua bendita le acompañaban para su
protección personal dos o tres soldados temerosos de ser asaltados por los
chusmeros en el recorrido o durante el levantamiento, “eso dos o tres soldaditos no eran
nada para la chusma, iban más asustaditos los pobres… si hubieran querido los acababan
como si nada, pero como iban con el padre entonces no se metían con ellos…” apunta doña
Delfina.
La bendición del padre Reyes habría protegido el casco urbano de una posible
invasión de los chusmeros. Décadas después, cuando el olor a pólvora provenía de
fusiles guerrilleros, el padre Rivera fue quien bendijo por segunda ocasión el
pueblo, el bendito sea Murillo serviría a la postre como un eficiente escudo. Dicen
que el primero de los intentos de toma guerrillera una líder de la organización,
[82]
conocida nacionalmente, perdió uno de sus ojos en el combate con la fuerza
pública, por su irremediable pérdida esta habría jurado acabar con Murillo como
retribución. Fracasó, ya que los tres siguientes intentos de toma no fructificaron.
Una de las explicaciones a que un reducido número de policías, menos de
quince, resistiera el embiste de más de un centenar de guerrilleros es la bendición
de los padres Reyes y Rivera. Y es que en la región se le da mucho crédito al
poder de las palabras, en especial a las de los sacerdotes y seguramente en
especial también por lo acontecido con el finao Armero y el padre Pedro María
Ramírez Ramos, párroco del pueblo en la década de los cuarenta que cayó
muerto por una enardecida tromba de gente que le torturó bastamente antes de
quitarle la vida; se dice que en sus últimos momentos replicó que a Armero se lo
habría de tragar la tierra, hecho que se materializó treinta y siete años, siete meses
y tres días después de su maldición.
Se cree que la bendición de los dos sacerdotes también protege a Murillo del
Nevado del Ruíz, más allá del tecnicismo de que está ubicado sobre una meseta
que difícilmente lo hace vulnerable a la actividad del volcán, se guarda fe en que
el pueblo está bendito y que por ello no ocurrirán grandes tragedias de la índole
que sea.
Hay que ser cuidadoso con lo que se dice, expresaba el padre Rivera en misa.
Algo que tiene muy claro doña Chavela, que recuerda y tiene mucho en cuenta
dicha precaución, que no solo se oía en las homilías del sacerdote sino que era
una premisa que le enseñaron en su casa, y posee experiencias en las cuales
sustentar aquella prevención: “un domingo, eso hace años ya, como unos veinte años, yo
iba para el cementerio y ahí por el caminito me encontré con un muchacho, nos fuimos
hablando… me dijo que iba a visitar la tumba del papá, pero que la de abuela no, yo le dije
que por qué, me dijo que no que él no la quería, que esa señora había sido muy mala con el
papá, que lo había abandonado… es que ella le dijo a mi papá que su final iba a ser en una
[83]
cantina y con las tripas por fuera y así fue que terminó mi papá, le dieron una puñalada y por
el hueco se le salían las tripitas, entonces yo a esa señora no la quiero por eso… yo le dije al
muchacho que la perdonara, que lo que tenía que hacer era pedirle a mi Dios por el alma de
ella… también una vez una señora conocida de mi mamá se le voló la hija con el novia y
dizque ella dijo que ojalá volviera arrastrándose como una culebra, y la muchacha al poco
tiempo tuvo un accidente y quedó en silla de ruedas… eso uno tiene que pensar para hablar y
no hablar para pensar, eso sí como decía el padre Rivera hay que ser cuidadoso con lo que se
dice, las palabras tienen mucho poder, sobre todo si es de un papá, una mamá o un
sacerdote…”.
El padre Rivera es recordado con respeto por la gente de Murillo, dicen que vive
en Manizales, aún con los achaques que presenta la avanzada vejez visita el
pueblo de vez en cuando. Después de que se fue no se volvieron a jugar torneos
de fútbol los domingos, ahora al igual que antes de que él fuera párroco, solo se
juega Machaca y billar los días de mercado.
Jaramillo Cuando Murillo era corregimiento de Líbano los toldos que expedían frutas y
verdura se ubicaban en la plaza principal, frente a la iglesia. Las edificaciones
contiguas a la misma eran cantinas. De lo que sembraba en la finca Jaramillo
vendía el domingo graniaditos53 los manojos de cebolla, la curubas, las papas
criollas. Entonces en el pueblo quienes andaban con una carreta cargada de
verduras ofertando por las calles eran tantos que cuando Jaramillo los quiso
enumerar no le bastaron los dedos de sus manos, él no traía carreta para vender
53 Refiere a algo que se da de manera paulatina, gradual.
[84]
sus cebollas y curubas, “…pero pertenecíamos al mismo gremio, de los que vendíamos
buena comida que sembrábamos en el solarcito…”.
Aún carretas recorren las calles los domingos pregonando de manera
personalizada la calidad de los productos “¿va a llevar la papita Ramón?, vea que está
buena... ¿me va a comprar el cilantro Chavelita?, está como si usted misma lo hubiera
sembrado... ¿hoy si me va a comprar la librita de cubio don Jairo…?”. Pese a que salen
cada semana sin falla los carreteros, la mayoría de estos no viven exclusivamente
de las ventas que realizan, entre otras cosas porque por lo general son pocas y no
generan suficientes recursos. Jaramillo ahora vende curubas y fresas que siembra
en el solar de la casa que cuida en el parque principal, que fue en la que me
hospedé. Él es el cuidandero, hace ya unos años, y de allí provienen sus ingresos:
regar flores, cerrar las puertas a las 7:00 p.m., barrer, estar pendiente de la casa
todo el día. Sus ingresos extra los obtiene el día domingo de las frutas que
consiga vender, en algunas ocasiones también vende plantas aromáticas como
yerbabuena o sidrón. Jaramillo realmente es su apodo, dado que su nombre de
pila es Alfonso Aldana, y el origen del mismo, como la mayoría de los apodos,
no se sabe con certeza de dónde salió.
Pasé varias noches enseñándole a escribir, enseñándole a leer. Allá en el tiempo
de los antiguos los niños no aprendían a leer o escribir, salvo unos pocos. Allá en
el tiempo de los antiguos los niños aprendían a usar un machete y un azadón, a
saber cuándo debían pelear, aprendían a enamorarse con canciones de ranchera.
Él se distraía fácilmente de las lecciones, siempre hablaba mucho de sus años en
la Defensa Civil Colombiana, de lo chismosa que era la gente, de la tragedia de
Armero. Quizá serían cerca de las ocho la noche que practicando los números de
dos cifras y charlando sobre el oficio de la agricultura Jaramillo en una de sus
incontables distracciones me instó a irme del pueblo a riesgo de volverme parte
importante de la cotidianidad del mismo, suponiendo esto según él un problema
[85]
para mí: “Muchacho… Nicolás… yo lo veo como ya andando con mucha gente por acá,
subiendo y bajando, y eso es bueno porque esto acá es bonito, es bonito… pero yo si le digo una
cosa y es que lo mejor es que no se mezcle tanto con la gente porque este pueblo ha sido y será
jodido… eso si usted pasa deja pasar mucho tiempo por ahí se enamora de una muchacha…se
queda… luego ya empieza a tener problema con los otros hombres… y así, porque para los que
somos de acá a eso estamos destinados…”.
Una semana después partí a Bogotá, fue un domingo. Antes de hacerme un
puesto en los carros que en el parque principal de los que muchachos gritan
“¡Líbano, Líbano!, ¡puesto vacío!, ¡Líbano!” me encontré con doña Delfina y su hija
Mari Luz, me obsequiaron un llavero de la Virgen del Carmen y una mata de
orquídea, a la que llaman parásita en Murillo, me hicieron entre risas la misma
advertencia que Jaramillo, “…da tristeza que se vaya, pero eso hasta mejor porque este
pueblo es muy bonito, pero si uno se queda también le toca sufrir de lo lindo…”. Mi bus salió
al medio día. Hacía frío.
[86]
BIBLIOGRAFÍA
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