Post on 22-Jan-2018
EL RUMOR DE LAS OLAS
OCURRE A VECES, NO SÉ BIEN qué es, y no sé si realmente es, o sí, aunque espero aprender a
olvidarlo. A Teresita ya se lo he contado, pero me dice cállate que no me gustan esas tonteras
que se te meten en el seso, y después me abraza y me dice cabeza de chorlito y entonces me
hace reír y me olvido. Pero nunca fue como hoy con lo de Luis. Esto no se lo voy a contar a
ella porque va a enojarse, o va a llorar, y esta vez yo también, así que mejor nada de nada. Y
a Luis; no volver a verlo y listo.
Con Teresita vivimos ahora a sólo cinco cuadras del mar, aunque algunos días hemos
despertado en esa otra casa tan hermosa del balcón que da directo a la playa como ella
siempre soñó, y esos días son los que más me gustan porque Teresita es el rumor de las olas
y las gaviotas de algodón y todo todo felicidad, y su sonrisa blanca en el balcón, a través de
las cortinas que ondulan suaves como una caricia y el corazón que se me sale, se me sale.
Pero después esa casa ya no existe y entonces volvemos a nuestra casita de siempre que igual
es linda aunque para ver el mar haya que caminar cinco cuadras. Y todos los días las camino
porque me gusta pasear en las tardes por la playa, aunque es en esos momentos cuando ocurre.
Se me viene eso a la cabeza y la angustia me sube y se queda hecha un bollo ahí en la
garganta. Es como el recuerdo de un sueño, un horrible sueño donde Teresita no está y yo
estoy solo en la casa derruida y oscura. Sus fotos siguen ahí, y todo está lleno de polvo y de
telarañas, y yo estoy tirado en una cama tratando de dormir, y mis pelos están largos y mi
barba crecida y mis uñas. No salgo de la casa porque el mar no está, y en el jardín crecen
malezas hasta la cintura, y a la noche me como cualquier porquería que no sé por qué me
trajo Luis y me tiro a dormir, y me quedo en la cama tratando de soñar, de soñarla a Teresita,
que no está. Por eso a ella no le gusta que le cuente esto, porque la angustia, y se le hará
también su bollito en la garganta como a mí cuando se me viene eso a la cabeza en mis tardes
de playa y entonces me dan ganas de volver a casa y ver a Teresita, y le acaricio la cara con
una mano y le doy un beso y ella se da cuenta de que pensé en eso aunque yo no se lo diga.
No recuerdo bien cuándo se vino el mar tan cerca de la casa, porque antes no vivíamos
cerca del mar. Teresita tampoco lo recuerda… supongo, porque en realidad de eso no le
puedo hablar; se enoja, se enoja y se va, o hace como que no me escucha y se pone a balbucear
cosas sin sentido. Ella es feliz, más que feliz, y cuando estoy con ella yo también lo soy y
todo está bien. Pero cuando estoy solo me empieza a dar miedo, y entonces la felicidad deja
de ser felicidad y no está todo tan bien y recién me recupero cuando la veo de nuevo. Y es al
caminar por el mar cuando más me angustio. Serán las olas y la brisa que traen de algún lado
esos raros recuerdos. Sin embargo me gusta mucho caminar por el mar, a pesar de eso, y
quién sabe tal vez me guste justamente por eso. Pero hoy la angustia llegó a su máximo,
porque lo de Luis cruzó el límite. En mis tardes de caminata siempre llego a Luis, que se
pasea también por la rambla, que se aparece en la playa, siempre allí, a decirme todo eso que
me dice, acá y allá; porque no sé por qué Luis también está allá, en la casa derruida y oscura,
y cada vez que me lo encuentro en la playa, en vez de ayudarme a olvidar ese insólito
recuerdo, me habla de él, y me llama y me insiste. Hace unos días estaba en la rambla con
los codos apoyados en la baranda mirando el mar y de pronto llega Luis; le digo hola pero
no me contesta y se sienta sobre la baranda cerca de mí, y de pronto me dice, “¡Lito, Lito!”.
Qué pasa, le digo, pero sigue llamándome, y le vuelvo a contestar pero me sigue llamando,
y entonces siento que me sacude, “¡Lito, Lito!”, y sin embargo estaba allí, sentado en la
baranda, a dos metros de mí, quieto; pero me sacudía. Y empezó con eso que yo odio
escuchar: yo voy a ayudarte a salir de esta caverna, ¿me oís, Lito, me oís?, vení conmigo,
Lito, no te vayas, vení conmigo. No me voy, Luis, no me voy a ninguna parte, estoy viviendo
acá con Teresita, tenemos una casita a cinco cuadras del mar, y a veces, no me preguntes
cómo, amanecemos en otra casa que da directo a la playa, y tiene un balcón fabuloso. Pero
él insiste con eso, igual que en el recuerdo ese, porqué allí dice lo mismo, y tiene la barba
crecida como yo, y a mí me agarra ese miedo y me dan ganas de volver con Teresita que me
abraza y me dice estuviste pensando otra vez en eso cabeza de chorlito y entonces me olvido
y Teresita es feliz. Pero de Luis no le hablo, no le digo que está también allá en el recuerdo
ese, no le digo porque entonces se va a enojar y va a empezar a balbucear, o a llorar.
Si me pongo a hacer memoria creo que estas imágenes me empezaron a venir después de
que se enfermó Teresita. No me acuerdo bien cuándo fue ni tampoco qué le agarró. Solamente
la veo a ella allí en la cama con su cara tan blanca y hermosamente triste, sonriéndome, dame
tu mano, Lito, dame tu mano. Y eso es allá, o fue allá, en esa casa de las telarañas, pero sin
telarañas y luminosa, y con los retratos vivos. Después de un tiempo la cara de Teresita dejó
de ser blanca y pasó a ser gris, y después un poco morada, y su tristeza ya no fue hermosa y
su voz casi un susurro. Y me veo a mí preocupado, con los codos en la mesa, con las manos
en la cabeza y lágrimas sobre un papel. Y después, después todo se pone un poco confuso; el
parque sereno y las flores y yo apretujado entre abrazos y palmadas y también Luis con sus
lágrimas. Y finalmente la casa tan silenciosa y oscura, y yo desplomado en la cama mirando
hacia la nada, tratando de dormir, de olvidar, y me levanto y saco de la heladera cualquier
porquería, y el pasto crece, como los pelos, como la barba, y el polvo cae sobre los retratos
muertos, y las arañas enredan la casa con sus hilos, y yo en la cama cerrando los ojos, tratando
de soñar, insistiendo en eso, en soñar. Hasta que al fin, al fin vos, Teresita, que esfumaste
con tu caricia los vahos de pesadilla y derribaste la casa y construiste otra igual pero más
blanca, más linda, y el mar que se llegó hasta acá nomás, con sus murmullos de eternidad y
su brisa de paraíso, y un día cualquiera despertamos en el cuarto del balcón, y te veo allí del
otro lado de la cortina, fabulosamente blanca, mirando revolotear los copos de algodón que
aletean sobre la espuma y canturrean su trino de playa y sol, y el corazón que se me sale,
Teresita, se me sale.
Pero después otra vez Luis. Y lo de esta mañana fue mucho más intenso que otras veces,
porque de algún modo reviví el recuerdo y, aunque me lo niego, tal vez lo comprendí.
Estábamos en la playa, Luis caminaba descalzo sobre la espuma de las olas, levantaba los
brazos gritando “¡Lito!”. Yo lo escuchaba sentado en la arena a la distancia, y oía su voz
como si viniera de mucho más lejos, de atrás de las olas, de atrás del horizonte. Y entonces
empecé a contarle algunas cosas que me pasan con Teresita. Porque hay en nuestra felicidad
algunos detalles que no son normales. No sé Luis, no tengo idea por ejemplo qué hace ella
durante el día. Cuando llego a casa muchas veces no está, pero sin embargo siempre se las
ingenia para llegar apenas unos minutos después que yo. Se aparece simplemente, en el
cuarto o en la cocina, y cuando le pregunto dónde estaba, me dice acá, estuve siempre acá,
no me fui a ninguna parte. Otra cosa extraña es que nunca viene conmigo al mar, a pesar de
que lo adora, no viene. Yo le pregunto por qué, pero hace eso que tanto me enerva, balbucea.
Mueve la boca como diciendo palabras pero no dice nada, Luis, te lo aseguro, no dice nada,
y me sonríe. Luis me miraba fijo mientras yo le contaba estas cosas, y su mano en mi hombro,
no sé por qué su mano en mi hombro a pesar de la distancia. Porque él estaba parado en la
espuma y yo sentado a varios metros de distancia, pero su mano en mi hombro. Y ocurrió
que empezó con su perorata, pero esta vez fue peor que nunca, y eso llevó a lo otro. Empezó
que olvidala, Lito, olvidala de una vez, vayamos a otra parte, Lito, salgamos de esta cueva,
tenés que salir de esta cueva y la mano del hombro empezó a apretar, a quemar, y me empezó
a sacudir, a zamarrear ¡olvidala, Lito, olvidala! Y yo estaba tan perplejo que no atinaba a
reaccionar y la mano esa que no me tomaba pero me sacudía con tanta violencia que terminó
tirándome sobre la arena, y Luis allí a la distancia, ahora arrodillado, y la mano que me
sacudía de un lado a otro y fue ahí; fue ahí donde se metió ese recuerdo que palpo ahora tan
nítido como si realmente hubiera ocurrido, porque de pronto Luis estaba arrodillado a mi
lado, y su cara muy cerca de la mía, pero con barba, con barba y el rostro serio, viejo y
lloroso. Y la arena mullida era ahora la gomaespuma de un colchón y mis ojos pesados
empezaron como a partirse en un imposible despertar que más se parecía a un nacimiento, y
la imagen de las olas fue desapareciendo invadida por otra imagen oscura, y allí estaba Luis,
con su barba y su pelo revuelto, y allí detrás del horizonte la casa sombría, y las arañas
tejiendo sus hilos entre los retratos tiesos, y por la ventana, la maleza creciendo en un
abandono devorador. Y yo recostado en una cama y Luis arrodillado a mi lado, con su mano
en mi hombro repitiendo y repitiendo Lito, Lito, Lito. Y tanto repitió que me levanté, y
caminamos por la casa, y vi en los retratos estáticos trozos de felicidad; Teresita sonriendo
entre amigos olvidados que no están aquí en la casa del mar; cubiertos de polvo, de olvido.
Y salimos al jardín de malezas, y el sol me dolió un poco en los ojos, y lloré porque allí estaba
la angustia esa estallando en mi garganta, y después Luis me mostró un espejo, y vi una
imagen de mi cuerpo raquítico cubierto de harapos que recordé ya haber visto, y sentí frío, y
rechacé con una sonrisa triste un plato de comida que me acercó Luis. Me senté en un viejo
sillón, y en un mareo de fiebre sentí que el tiempo dejaba de ser, y arremolinados llegaron
días enteros que se acumularon en mi mente. Y allí sentado en el sillón sentí que el frío subía
por los pies, hasta las rodillas, hasta la cintura, y los ojos volvieron a pesar y a partirse, y la
imagen oscura volvió a ser invadida por la imagen lúcida del mar, y me encontré sumergido
en el agua, con las olas hasta la cintura, y Luis nadando hacia mí, tomándome por la espalda,
llevándome hasta la orilla.
En el cielo las gaviotas se balanceaban en silencio suspendidas en la brisa. Nubes
altísimas reflejaban la claridad del sol que entibiaba mis ropas mojadas. No supe por qué me
había arrojado al agua. Me quedé allí tendido un largo rato, mirando el cielo ponerse naranja
de a poco. Más tarde pensé en Teresita y me levanté. Me sacudí la sal. Luis ya no estaba,
pero vi sobre la arena unas marcas que parecían como letras. Las borré con el pie hasta que
ya no pude leerlas y he vuelto a casa corriendo a olvidar en los brazos de Teresita esas
palabras que igual recuerdo; DESPERTATE LITO.
Con esto Luis pasó los límites, y tal vez sea bueno no volver a verlo. Porque insistirá en
que vaya allá, a la casa corroída y oscura donde Teresita ya no está. Pero yo necesito
quedarme de este lado, porque sin Teresita no soy, y aquí esa enfermedad no existió nunca,
sólo está en ese recuerdo que aprenderé a olvidar, y alguna vez se irá esa oscura casa de
retratos muertos, y el frío en el sofá llegará hasta el pecho, hasta el corazón, y la voz de Luis
que viene desde el horizonte con la brisa del mar se callará al fin, y el recuerdo se esfumará
para borrar por siempre toda aquella parte; el parque sereno, las flores y las lágrimas de Luis.
Y de este lado será Teresita, y seré yo, despertando en esa casa tan hermosa del balcón que
da al mar, con Teresita que es el rumor de las olas volando entre las gaviotas de algodón, y
su sonrisa blanca a través de las cortinas que ondulan suaves como una caricia, y es todo
felicidad, mientras el corazón se me sale, se me sale… de tanto soñarla.
Primer premio en Concurso Literario de Cuentos cortos APAIB, Buenos Aires, Argentina, 2014. Publicado en antología
del certamen.