Post on 24-Mar-2020
Agencia Uno
El viudo y la molotov que nadie vio
Por Pepa Valenzuela
15 de Noviembre, 2019
El sábado 19 de octubre Mauricio Maturana estaba en una manifestación en la Ruta 5 Sur en Champa cuando Carabineros lo detuvo por supuesto
porte de bomba molotov. A su familia y cercanos no les calza que Mauricio, viudo, padre de tres hijos, técnico electricista, amante de los animales
y tranquilo, sea responsable de algo así. En el proceso, no hay pruebas en su contra hasta ahora, solo la declaración de dos carabineros. A pesar de
la falta de evidencia, la Corte de Apelaciones de San Miguel ratificó la prisión preventiva para Mauricio, quien no tiene antecedentes penales y
está asustado dentro de la cárcel. Su familia está desesperada porque salga en libertad.
Es sábado 19 de octubre en el sector de Hospital en Paine. Ayer comenzó el estallido social
que cambiará al país. Pero en la casa que comparten Mauricio Maturana con Verónica
Pérez y el hijo mayor de él, Esteban Maturana, no tienen mucha noción de lo que pasa y de
lo que está por venir.
A la pareja le gusta invitar a amigos y familiares a su casa. Estar juntos. Elevar volantines
en septiembre. Hacer reuniones con más personas. Y esta tarde, como tantas otras, celebran
un asado con amigos. Están ahí, conversando, comiendo, tomando unos tragos, cuando
quienes viven en Santiago se empiezan a ir: en Santiago esta noche hay toque de queda,
aunque en Paine la medida no corre. Así es que se quedan solo los amigos del sector. Una
pareja de vecinos y Mauricio con Verónica. Esteban, el hijo mayor, revisa su celular y les
muestra un vídeo que acaba de ver por redes sociales: “Miren, hay vecinos en una
manifestación en Champa, en la carretera”, les dice. Y les muestra las imágenes a Mauricio
y su vecino.
Mauricio lleva una semana sin trabajo: es técnico eléctrico y trabajaba para una empresa
que toma el estado de la luz en las luminarias públicas que de un día a otro prescindió de
sus servicios. Es viudo. Su esposa falleció el 2013 de un cáncer que de alguna manera no
fue bien tratado en el sistema de salud público. Paga tag por vivir en un lugar menos
bullicioso y ajetreado que Santiago.
“¿Vamos un rato?”, le dice a su vecino y él asiente. Verónica y la vecina deciden quedarse
en casa, conversando, mientras los dos hombres toman una camioneta y se dirigen a la Ruta
5 Sur, kilómetro 47 en Paine. Son pasadas las 10 de la noche.
Pasa el rato. Un poco antes de las 11 a la vecina de Verónica le da sueño. “Llamemos a los
chiquillos para que vuelvan. Ya me quiero ir a acostar”, le dice a Verónica. Ella va a buscar
su celular. Entonces se da cuenta de que tiene un mensaje de voz de Mauricio. “Estoy
detenido. Ven a buscarme”, dice el mensaje. ¿Detenido? ¡Dónde! ¡Por qué!, piensa
Verónica. Al rato, recibe otro mensaje de audio de su pareja, Mauricio Maturana. Su voz es
tranquila y triste. Dice: “Negrita, cualquier cosa, te quiero, te quiero mucho. Eres mi vida,
eres mi todo. Cualquier cosa quiero que sepas que te quiero. Gracias por estar conmigo.
Gracias”. Verónica siente que se va a desvanecer. Mauricio se está despidiendo. ¿Dónde va
a buscarlo? ¿Dónde? “Vamos a la comisaría, acá no hay toque de queda”, le dice la vecina.
Y ambas parten arriba de la camioneta y en la mitad de la noche a buscarlo.
Viudo con hijos
Mauricio Maturana se crió en San Bernardo junto a tres hermanos, puros hombres, y su
padre Carlos Maturana y Amara Rodríguez. Su padre era eléctrico y trabajó más de 30 años
en Ferrocarriles del Estado, arreglando motores diesel de los trenes. Mauricio tomó desde
niño la pasión de su padre. Era un niño tranquilo que se la pasaba haciendo arreglos,
poniendo luces y música en eventos con un amigo, jugando con animales. Salió como
técnico eléctrico de un colegio industrial y siempre trabajó en eso, en distintas empresas.
“Una vez le cambiamos toda la línea telefónica a la Dirección de Aeronáutica juntos.
Mauricio es brillante, siempre recibía felicitaciones de los jefes. Siempre estaba dispuesto a
ayudar a la gente. Es respetuoso, atento y honrado. No se metía con nadie y por eso todo el
mundo lo quiere”, dice su padre. Cuando ya trabajaba, un día llegó con un amigo de
emergencia al hospital de San Bernardo. Allí conoció a María Eugenia que era asistente en
enfermería. No pasó mucho tiempo para que se casaran.
Mauricio y María Eugenia tuvieron dos hijos: Esteban y Diego. La vida era tranquila. Hasta
que llegó la enfermedad: el 2009 a María Eugenia le diagnosticaron un cáncer de mamas.
“Mi mamá sufrió mucho con el cáncer. La ocuparon como de experimento. En vez de
extirparle la mama de una vez, le fueron sacando de a pedacitos. La operaron 14 veces. Le
ponían injertos. Cuando ya se la sacaron entera, el cáncer se le había ramificado a la otra.
Empezó con tratamientos, pero ya no había nada que hacer”, cuenta Diego, su hijo, que en
ese entonces tenía 12 años. La enfermedad duró cuatro años. Al final, María Eugenia estaba
en cama, en su casa. Mauricio la cuidaba. Tenía una pizarra donde anotaba los remedios
que tenía que darle a su mujer. En el trabajo, le dieron permiso para que estuviera con ella.
“La pieza de mi mamá era una sala clínica: tenía catre clínico, un colchón antiescaras, un
sillón berger para estar al lado de ella. No la podía acariciar bien, todo le dolía. Los tumores
empezaron a sobresalir de la piel hacia afuera como pelotas”, recuerda Diego quien pasaba
todo el tiempo que podía con ella. Esteban no decía mucho. Se encerraba en su pieza sin
hablar. Y Mauricio la cuidó hasta que finalmente María Eugenia falleció en septiembre de
2013.
Viudo, Mauricio se fue a vivir con sus hijos Diego y Esteban a la casa de sus papás.
Verónica Pérez estaba preocupada por él. Era muy amiga de Mauricio. Habían pololeado
cuando ambos eran adolescentes. Desde entonces, habían seguido siendo amigos, a pesar de
que cada uno se había casado por su lado. María Eugenia conocía a Verónica y se llevaban
bien. Antes de fallecer, Verónica había podido ir a verla. “Ella fue el amor del Mauri”, le
dijo María Eugenia a la gente que ese día la visitaba en casa. A Verónica le dio vergüenza.
Estaba casada y la historia con Mauricio era antigua para ella. Pero lo estimaba mucho y
estaba preocupada de la salud de su esposa, la situación de la familia, por Mauricio y sus
hijos. Cuando María Eugenia falleció, Verónica fue al funeral.
Una vez que Mauricio quedó viudo, se acercaron aún más como amigos: ella estaba
preocupada por él y él le contaba sus cosas. Pasó un tiempo para que Verónica se diera
cuenta de que se estaba volviendo a enamorar de Mauricio. La separación con su esposo fue
gradual. Y toda su familia se opuso a la nueva relación. Sin embargo, Verónica y Mauricio
se pusieron a pololear el 2015. Primero vivieron juntos en la casa de los padres de él.
Luego, con el dinero de la casa que tenía en su matrimonio, Mauricio se compró la casa en
Paine donde se fueron con Verónica y Esteban: Diego se independizó y vive con su pareja.
Eso hasta el 19 de octubre pasado, cuando Verónica recibió ese mensaje de despedida en su
celular de parte de Mauricio.
Ellos son los padres de Mauricio Maturana
Sin evidencias
Las mujeres manejan hacia la comisaría de Hospital. Cuando llegan, las luces de la
camioneta apuntan hacia la entrada del recinto y ellas ven que la comisaría está a oscuras y
que alrededor de ocho carabineros, fuman en tenidas de combate: chalecos antibalas,
cascos, la tenida de las Fuerzas Especiales. No las hacen pasar. Un carabinero se acerca
hasta la camioneta y a través de la ventana les pregunta qué hacen ahí. La vecina le
responde: “Mi vecino se nos perdió, lo estamos buscando”. No le quieren decir del audio.
Tienen miedo que eso perjudique a Mauricio de alguna manera. “Acá no hay nadie
detenido”, le dice el carabinero. Verónica se enfurece y le reclama: “Ya. ¿Y qué hago
entonces? porque la gente no se puede desaparecer. ¿Para dónde voy primero?, ¿qué hago?,
dígame usted”. Otro carabinero se acerca a la camioneta y les pregunta lo mismo, qué
hacen ahí. Le repiten que buscan a Mauricio Maturana. “¿Cómo era?”, le pregunta el
segundo carabinero. “Bajito, calvo”, balbucean las dos. “Ahhh, sí. Lo tenemos atrás. Nos
atacó con unas bombas molotov”, les dice tranquilamente.
Verónica siente que la sangre le hierve. “¿Qué estupidez está diciendo? ¿Qué andaba con
una molotov? ¡¿Cómo se le ocurre si salió con lo puesto?! ¡Ni siquiera anda con sus
documentos porque yo los tengo acá!”, y le muestra la billetera de Mauricio. “Una conoce a
su gente. A mí no me vienes a mentir. Si no me muestras un video o una foto donde
Mauricio tenía una molotov, ahí te voy a creer. Quiero verlo”. El carabinero le dice que no.
Que mañana tiene que ir a buscar a su pareja al tribunal de San Bernardo en la mañana,
cuando le hagan el control de detención. Esa noche, Verónica prácticamente no duerme.
Llega al día siguiente al tribunal. Jamás ha estado allí: ni ella ni Mauricio tienen
antecedentes penales. Mira que la mayoría de las causas son por robo o hurto y que todos
los acusados salen libres. Mauricio saldrá libre también, piensa ella. Se equivoca. Cuando
entra al tribunal y traen a Mauricio esposado, él la mira. Tiene el lado de la cara derecho
completamente moreteado, el ojo en tinta. En el control de detención, descubre con horror
que Mauricio está imputado del delito de porte de arma de guerra química, biológica,
nuclear y maltrato de obra a Carabineros. En el relato, el fiscal Javier Rojas Montecino dice
que en la manifestación de la Ruta 5 Sur en la que había alrededor de 200 personas, llegó
Carabineros a dispersar a la multitud con gases lacrimógenos. Que desde la pasarela aérea,
alguien lanza una bomba molotov contra el carro policial. Que un carabinero, el cabo Lagos
Delgado, logra esquivar la bomba que revienta en el suelo. Que un carabinero logra
identificar al lanzador como un hombre calvo de polerón negro. Y que corren a detenerlo y
se trata de Mauricio Maturana. ¿Calvo? Sí, Mauricio es calvo, pero Verónica se acuerda de
un detalle importante: esa noche Mauricio salió de casa con un gorro de lana largo, tipo
duende. ¿Cómo supieron que era calvo entonces en medio de tamaña multitud?
El defensor público, Eduardo Méndez Marambio, dice: “Lo más relevante es que acá lo
único que hay es supuestamente la versión de Carabineros. No hay indicio de la existencia
del delito. No hay ninguna fijación fotográfica de la supuesta bomba ni vestigios que hayan
quedado en el vehículo ni en la vía pública”. Y le recuerda a la jueza la irreprochable
conducta anterior de Mauricio. La actual abogada defensora de Mauricio, Nicole Opazo,
ratifica esto. “En el control de detención no hay ninguna prueba más. No hay un set
fotográfico, constatación de lesiones del policía por supuestamente esquivar la bomba, no
hay daños en el carro policial, tampoco hay un informe preliminar sobre qué tipo de bomba
molotov era ni hay toma de huellas de residuos o restos a mi representado. No hay rastros
en ninguna parte de una molotov”.
La magistrada Ingrid Arévalo Sepúlveda le pregunta al fiscal si tiene alguna otra prueba
contra Mauricio. El fiscal Rojas dice que no, que solamente está la declaración de los
funcionarios policiales. A pesar de eso, la magistrada Ingrid Arévalo ratifica la prisión
preventiva para Mauricio mientras dure la investigación de 60 días.
Verónica sale desesperada de la sala. No sale a quién llamar. Primero le avisa a Carlos
Maturana, el hermano mayor de Mauricio sobre lo que ha pasado para que les cuente a sus
padres. Luego, llama a una amiga abogada que está en Chiloé. La amiga se contacta con
Ignacia Parga, abogada y procuradora de la causa, quien a su vez contacta a la abogada
experta en Ley de Control de Armas, Nicole Opazo. Ambas se comprometen a llevar a cabo
la defensa de Mauricio de manera gratuita: el caso les parece absurdo, ridículo, por la falta
de pruebas y el perfil de Mauricio. No debiera ser difícil sacarlo de la cárcel.
Mientras en su casa de San Bernardo, Amara Rodríguez y Carlos Maturana, los papás de
Mauricio, se enteran que su hijo está detenido en la cárcel de Santiago por porte de
armamento de guerra. “¡Mi hijo no es capaz ni de tirar un fósforo encendido!”, se desespera
su papá. “Fue como si me pegaran un palo en la cabeza. De inmediato pensé que estaba
hecho tiras: había visto en el Facebook cómo Carabineros le estaba pegando a la gente por
no hacer nada”, dice. “De mis cuatro hijos, Mauricio es el más tranquilo, el más piola.
Nunca se involucra en nada, era raro. Fue terrible enterarse de esto”, dice su madre. Su hijo
Diego ha estado toda la noche inquieto. Presiente que a su padre le pasa algo, pero no sabe
bien qué hasta que recibe la noticia. “Quedé impactado. Es que era estúpido, no se puede
decir otra cosa. Yo busqué en internet el delito para ver qué era y salía como si mi papá
hubiera andado con la Bomba de Hiroshima en la mochila. Y ni siquiera andaba con
mochila. Es estúpido lo que están haciendo con nosotros”, dice.
Nicole Opazo pudo entrar el lunes 21 de octubre a conversar con Mauricio. Lo encontró
acongojado, asustado, era la primera vez que estaba en una cárcel. Le dijo que era inocente,
que nunca había tenido ni menos lanzado una molotov. A la semana siguiente, el sábado 26
de octubre, los padres de Mauricio y sus hijos pudieron entrar a verlo. Para sus papás era
primera vez que entraban a un centro penitenciario. Lo encontraron moreteado, con el ojo
derecho en tinta, una costra en la nariz, los glúteos completamente morados, adolorido, con
un dolor grande en la costilla izquierda. No quisieron preguntarle más detalles de esos
golpes. “Ahí dentro hay mucha gente, lo único que pudimos hacer fue abrazarlo, hacerle
cariño”, dice su mamá. “Lo abrazamos, lloramos con él”, dice su padre, quien le dijo: “Lo
único que te pido es que estés tranquilo, trata de que tu día pase rápido, te vamos a sacar de
aquí”. Diego intentó abrazarlo con fuerza. Mauricio se quejó que le dolía mucho el cuerpo.
Mientras Verónica tramitaba un nuevo carnet de identidad para poder entrar a ver a su
pareja a la cárcel de Santiago, buscaba más información que pudiera ayudar a su defensa.
Por Facebook se comunicó con otras personas de la zona que esa noche fueron a la
manifestación. Unas chicas le enviaron videos y fotos. Allí se ve con claridad que Mauricio
llevaba puesto su gorro de lana de duende: era complejo que los Carabineros pudieran
distinguir que era calvo. En la manifestación, se ven muchas personas. No hay registro de
nadie lanzando una bomba. “Una de las señoras me dijo que todos los que estuvieron allí
vieron que cuando Carabineros viene, Mauri levanta los brazos. Nunca llevó una bomba.
Mauricio es un hombre de buenos sentimientos, no tiene rencor en su corazón, quiere estar
libre porque quiere estar con su gente, pero no tiene odio. No ha dicho nada en contra de
nadie. Siempre ha sido igual”.
“Es un fallo político”
El 30 de octubre, diez días después de que Mauricio fuera detenido por supuesto porte de
molotov, la abogada Nicole Opazo se dirigió hasta la Corte de Apelaciones de San Miguel
para apelar a la medida cautelar de prisión preventiva y Mauricio pudiera esperar en casa el
plazo que fijaron para investigar el caso. A pesar de que el juez preguntó a Fiscalía si había
más pruebas en el casi y la fiscal Pamela Ballesteros dijo explícitamente que no, los tres
ministros de la corte, Leonardo Varas, María Soledad Espina y el abogado Claudio Pavez
ratificaron la medida de prisión preventiva para Mauricio. Consultados por las razones para
ratificar ese fallo, a través de su equipo de comunicaciones, los ministros dijeron que no
tenían mayor información sobre el caso. No responden acerca del criterio para no levantar
la medida cautelar.
“Esto es una trocidad. Bordea todo tipo de vulneración de derechos. Mi representado está
mal: no puede creer que no existiendo nada, que él sin hacer nada, esté preso. Estos son
fallos políticos, hubo un apretón de más arriba para que confirmaran estas resoluciones y
las cortes están confirmando todo. Humildemente siento que lo están haciendo a modo de
represión para quienes se están manifestando, para que sepan que si están en las calles y
son detenidos, van a quedar en prisión preventiva. Tengo una gran desilusión del sistema
judicial. La Constitución dice que el poder judicial es independiente, pero el muñequeo de
siente y se ve en los fallos. En Santiago 1 que es cárcel de imputados, tuvieron que
desocupar dos módulos para apartar a la gente de las manifestaciones del resto de la
población penal. En cada módulo hay 200, 250 personas. Y así y todo, las cortes están
confirmando todos los fallos”, dice la abogada Opazo.
Mientras Verónica está viviendo en San Bernardo, en la casa de su hermana, mientras dura
el proceso: ir y venir desde Paine todos los días a Santiago, hacer trámites, hablar con la
abogada, ir a ver a Mauricio, sale complicado. Vecinos están cuidando a sus perritos y su
casa en Paine, donde habitualmente ella, que trabajó 20 años como inspectora de un colegio
y ahora le cuida los hijos a su hermana, se dedica a ordenar y limpiar. Y donde Mauricio no
para: jardinea, repara objetos, construye, mantiene el terreno, arma un quincho para los
vecinos, arregla lo que le pidan. “Para mí lo ideal es estar echados viendo tele un domingo,
pero él es muy inquieto. Siempre está haciendo cosas”, dice Verónica.
Ella es Verónica, la pareja de Mauricio
Solo el sábado 9 de noviembre, tres semanas después de su detención, Verónica pudo entrar
a verlo. Lo que más le preocupaba era que estuviera flaco, que no comiera: sabe que cuando
está mal, deja de comer. “Verlo me sorprendió mucho. Está más fuerte que nosotros. Va a
la capilla y reza, él se lo deja todo a Dios. Estos días han sido terribles. Él siempre me
sostiene, es el fuerte. Él me escucha, yo le cuento todo. Estar sola, sin él, para mí ha sido
terrible, todo lo hacemos los dos. Duermo mal, como poco. Mi angustia es que no le vaya a
pasar algo. Está rodeado de delincuentes y él es un hombre tranquilo, pasivo, que siempre
les pone paños fríos a las situaciones más complejas. Todos los días le prendo una velita a
la Virgen para que no le pase nada. Ese es el susto y la angustia que tengo”, dice. Sus
papás, con quienes Mauricio pasa todos los días a tomar desayuno para compartir con ellos
y de quienes siempre está pendiente, también están preocupados por él.
“Un dolor de cabeza, un dolor de estómago, se pasan. Pero este dolor del corazón, no.
Queremos que esté en su casa, con nosotros, nada más. Si no hizo nada”, dice Carlos
Maturana, su papá, sosteniendo un cartel con el rostro de su hijo que la familia hizo para
explicar el caso.
Quebrado, su hijo Diego de 20 años, explica: “Yo tenía angustia de que le hicieran algo en
la cárcel. Pero ahora quiero que mi papá esté en su casita con sus perros. Nada más”.