Discípulos de emaús

Post on 26-Jul-2015

51 views 1 download

Transcript of Discípulos de emaús

DISCÍPULOS DE EMAÚS

La narración de la aparición del Señor a dos de sus discípulos que iban camino de Emaús, es uno de los pasajes más bellos de todo el evangelio. Se nos manifiesta la inmensa bondad del Señor para con dos de sus discípulos, que habían perdido la fe y estaban decididos a comenzar una nueva vida al margen del Señor.

Iban dos discípulos, que no eran del grupo de los doce apóstoles, a un pueblo llamado Emaús. Emaús significa: “Fuente de aguas calientes”. En verdad que de allí brotaron aquel día corrientes de caluroso fervor para sus corazones y para todos los nuestros. Recordemos que además de los doce apóstoles había otros muchos que seguían al Señor, y en alguna oportunidad llegaron a ser enviados por el mismo Jesús para que predicasen su mensaje por las ciudades y aldeas de Galilea.

Muchos de estos otros discípulos de Cristo habrían bajado a Jerusalén para celebrar la fiesta de Pascua, y con tremenda tristeza presenciarían la crucifixión y muerte de Jesucristo. Algunos de ellos debieron unirse a los apóstoles y permanecer con ellos. Dos de ellos, se nos dice, que aquel mismo día: o sea el Domingo de Resurrección decidieron alejarse del resto de los discípulos y abandonar Jerusalén. Habían perdido completamente la fe y se sentían totalmente frustrados.

Es cierto que habían escuchado el primer anuncio de María Magdalena del robo del cuerpo del Señor, y también a las otras mujeres que decían que un ángel se les había aparecido para anunciarles la resurrección del Señor, pero juzgaron que esos anuncios de las mujeres no eran ciertos.No esperan nuevos acontecimientos y se marchan camino de Emaús, donde uno de los dos debía tener una casa de campo. Allí descansarían y procurarían olvidarse de todo. Habían perdido completamente la fe y se sentían totalmente frustrados.

Es en este camino hacia Emaús cuando el Señor sale a su encuentro. Emaús distaba de Jerusalén unos 60 estadios, equivalente más o menos a 12 kilómetros. Jesús no se da a conocer desde el comienzo. El cuerpo resucitado del Señor, manteniendo su misma identidad, goza ya de las cualidades propias del estado nuevo en que se encuentra, y su apariencia exterior no es reconocida sensiblemente como antes: sólo cuando Jesús quiera y por quien él quiera será reconocido visualmente. Esto mismo sucederá en otras apariciones como en la de María Magdalena.

Jesucristo lo primero que hace es salir al encuentro de los dos discípulos y se suma a ellos muy discretamente, siguiendo la costumbre de la época, y les pregunta qué les

sucede, pues advierte que están llenos de tristeza y, tal vez, decepcionados: ellos se asombran de que el desconocido no sepa lo que pasó en Jerusalén con Jesús el Nazareno, profeta de Dios, condenado a muerte por los grandes de su pueblo y le dijeron: “Eres Tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que en estos días han pasado allí”.

Jesús había escogido para ser crucificado la fiesta más popular de los judíos, la fiesta de su independencia, de su nacimiento como patria: las fiestas de Pascua. En aquellos días toda la gente estaba pendiente de cualquier hecho público para enterarse y participar en todo lo que sucedía porque en toda esa fiesta nadie se dedicaba a nada que no fueran actos masivos de nacionalidad y de religión.

Por eso la pasión y muerte del Señor fue algo totalmente notorio para todos sus correligionarios israelitas, tanto los que habitaban Jerusalén como los miles y

miles que habían venido de diversos países a la fiesta nacional de Pascua. Para sus grandes milagros escogió ocasiones más humildes, pero para su máxima humillación, desprecio y abatimiento, eligió el día más resonante de todos.

Ellos le dijeron lo de Jesús de Nazareth que fue un Profeta poderoso en obras y en palabras (Lc 24,19). Nosotros esperábamos que sería El quien iba a librar a Israel. Pero llevamos ya tres días desde que esto pasó (Lc. 24.21).

El Señor les pregunta con ingenuidad divina ¿qué ha pasado? es lo que sucedido; quiere que desahoguen su tristeza y cuenten la causa de todas sus amarguras.

Ese Jesús de Nazaret había sido crucificado; había muerto y había sido enterrado. Es cierto que algunas mujeres que habían ido muy temprano en la mañana, al día siguiente de la pascua, habían vuelto diciendo que el sepulcro estaba vacío y que un ángel se les había aparecido. Pero nadie puede dar fe a las mujeres.

Por eso la pasión y muerte del Señor fue algo totalmente notorio para todos sus correligionarios israelitas, tanto los que habitaban Jerusalén como los miles y miles que habían venido de diversos países a la fiesta nacional de Pascua. Para sus grandes milagros escogió ocasiones más humildes, pero para su máxima humillación, desprecio y abatimiento, eligió el día más resonante de todos.

Ellos atraídos por su bondad le cuentan el fracaso de la fe que habían tenido en Jesús de Nazaret, que se había manifestado como el gran profeta en palabras y obras. Ellos habían puesto toda su esperanza en él y habían creído que era el verdadero Mesías que había de salvar al pueblo de Israel. Pero confiesan que todo fue una ilusión.

Toda esta terrible situación parecía no tener explicación para estos hombres. En sus palabras se refleja su desilusión y su desconcierto. Son palabras de hombres cuyas esperanzas parecen muertas. Es “la noche oscura del alma”. Y por esa noche todos tenemos que pasar. Cuando todo parece tan absurdo, tan sin razón. La noche oscura del alma por la cual pasó Job cuando maldecía la hora en que nació. Hay ratos en que Dios no nos consulta primero” para hacer o permitir lo que más nos conviene, y entonces nuestra razón se rebela contra sus designios. Para estas horas grises es cuando más necesitaremos la presencia de Cristo en nuestras vidas.

Hasta aquí la primera parte del diálogo entre Jesús y los dos discípulos. Jesús nos da una gran lección de psicología. El comienzo para salir de cualquier problema es reconocer el problema, no encerrarse en él y comunicarlo a quien pueda orientar y dar consejo. Y así fue el comienzo de la conversión de estos dos discípulos y el comienzo para encontrar solución a todos sus problemas. El Señor, a continuación, empezará a aclararles todas sus dudas y así les irá encaminando para que vuelvan a recobrar la fe.

Una vez que Jesús ha escuchado de sus mismos labios el porqué de su tristeza, comienza a descubrirles lo engañados que están, y cómo lo que ellos creen que es causa de su pérdida de fe, al contrario, es motivo para creer con más fuerza en ese Jesús de Nazaret.Primero les reprende, porque son insensatos y tardos para creer todo lo que dijeron los profetas. El les dijo: “Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas. No era necesario que Cristo padeciera para que entrara en su gloria?” (Lc 24,25)

Aunque las palabras del Señor son duras, con toda

probabilidad la manera y el gesto con que las diría

suavizarían mucho esa dureza. Y les da una lección

maravillosa de interpretación de la Sagrada Escritura;

va escogiendo textos que se encuentran en el

Pentateuco y en los profetas, referentes al Mesías,

donde claramente se habla de que es necesario que el

Mesías, tenga que padecer y así entrar en su gloria.

Jesús siempre que habla de sufrimientos recuerda los

premios que vendrán después. Es un mensaje alentador

de Jesús: que no se sufre por sufrir, sino porque con el

sufrimiento se gana lo gloria celestial.

La explicación de Cristo debió ser sencilla y profunda a la vez, y expuesta con tal convicción, que consiguió iluminar las mentes de aquellos discípulos y conmover sus corazones. Jesús realmente tiene una verdadera habilidad para darle significado a las cosas. Los discípulos que hasta hace un momento no le encontraban ninguna razón a este aparente fracaso del Redentor al morir en la cruz, ahora al oír a Jesús ven con claridad el significado de la vida, y su antigua oscuridad se les convierte en luz.

Después dirán: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro, cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” Comenzaban a salir de sus tinieblas, y la resurrección del Señor se iba presentando ante ellos como algo muy posible. Advertían que su tristeza iba desapareciendo.El Señor nos enseña un segundo medio eficacísimo para mantener nuestra fe y crecer en ella. Es el estudio y meditación de la Palabra de Dios. Esa Palabra de Dios es principalmente el Evangelio.

Al llegar a una encrucijada de caminos, Jesús hace ademán de separarse de los discípulos y continuar su ruta por otro camino.

¿Qué prisas tendría el Señor y adónde tendría que ir? Todo era una simulación para excitar en ellos el deseo de que no se apartase y continuase en su compañía. Los dos discípulos le ruegan que se quede con ellos y le insisten dándole como motivo que ya es algo tarde: Y le dijeron: “Quédate con nosotros porque atardece, el día ya ha declinado” (Lc 24,28). Es una frase bellísima que todos debemos repetirle a Jesús todos los días de nuestra vida.Era conocido el peligro que había en caminar de noche por esos caminos donde solía haber salteadores. Jesús ante la insistencia de los discípulos, accede y sigue con ellos. Pronto llegan ya a Emaús.

La oración de los dos discípulos es un ejemplo de plegaria era pedir al Señor la mayor gracia de todas: Que no se apartase de ellos, que se quedase con ellos. Y con esta plegaria obtuvieron que el Señor completase la obra de conversión que en ellos había empezado al explicarles las Escrituras. Se quedará con ellos.La tercera enseñanza del Señor: La oración fervorosa y perseverante conquista su corazón. Nadie que acuda al Señor con sinceridad e insistencia será abandonado en sus tristezas y problemas. El Señor vendrá a nosotros, nos consolará y nos dará fortaleza para superar todas las dificultades.

Los discípulos siguen sin reconocer a Jesús, pero ponen en práctica la acogida que han aprendido de su Maestro: “quédate con nosotros”.

Llegados a la casa de campo, los dos discípulos prepararon algo de comer y se lo ofrecieron al Señor. Cuando se puso a la mesa, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron (Lc. 24,30)

Los tres estaban sentados a la mesa y, el desconocido toma el pan, lo bendice y lo comparte. Fue como una repetición de la Última Cena.

Los discípulos en esa acción y gestos de partir el pan y darlo le reconocieron porque recuerdan entonces que así procedía Jesús. La venda de su incredulidad cayó de sus ojos y el Señor se les mostró de modo que pudieran reconocerle. Esto hizo que lo reconocieran como el Mesías.

En el don del pan se expresa su propia entrega, ello abre los ojos de los dos amigos. Ahora ven lo que su inercia y su tristeza no les permitían percibir, el gesto del Señor (da nueva fuerza a la lectura de la Escritura). El Señor acaba de completar su obra: aquellas ovejas perdidas habían vuelta al redil, aquellos discípulos habían recobrado la fe.

Podemos imaginar la alegría desbordante que inundó sus corazones, alegría que ya nada ni nadie podría arrebatarles. Se postrarían en tierra para adorarle; pero Jesús, cumplida su misión, desapareció de su vista.

Los gestos que el Señor hizo eran comunes en él cuando se ponía a la mesa con sus discípulos. Bastó que realizase estas mismas acciones delante de los discípulos para que ellos pudiesen reconocerle.Y levantándose al momento, volvieron a Jerusalén”. Tal fue la alegría, el gozo y la fe renacida dentro de sus corazones, que se sintieron impulsados a volver corriendo a Jerusalén para comunicar a los apóstoles la gran noticia de la resurrección del Señor, y volver a formar parte de su comunidad. Al Señor, para que se quedase con ellos, le habían argumentado que ya era tarde, que el día había ya declinado. Sin embargo ahora que se sienten interiormente llenos de luz divina y de amor ardiente, no tienen la menor dificultad para salir corriendo de vuelta a Jerusalén. Los mueve la necesidad de comunicar la fe que han recobrado y la felicidad que sienten.

Llegarían ya entrada la noche al cenáculo donde estaban reunidos los apóstoles y algunos otros discípulos. Y encuentran que el ambiente de tristeza y desolación que había cuando abandonaron el lugar, se ha transformado en alegría. Decían: ¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón” Ellos compartieron su experiencia maravillosa de cómo habían reconocido al Señor “en el partir del pan”, y narrarían todo lo que les había sucedido desde que el Señor se les apareció en el camino.