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Totalidad y significadoen la psicología popular de J. Habermas
Directoramaría Del rosario HernánDez borges
Curso 2009/10HUMANIDADES Y CIENCIAS SOCIALES/11
I.S.B.N.: 978-84-7756-953-4
soporTes auDiovisuales e informáTicosserie Tesis Doctorales
concepción orTega cruz
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A mi perrita DIVA. Mi tesoro más preciado. Por constituir el sentido y enseñarme a conjurar
el desánimo con la sonrisa.
A mi MADRE. Una mujer ilustrada. A quien le debo todo lo bueno que pueda llegar a ser.
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Índice
INTRODUCCIÓN: DEL SIGNIFICADO A LA COMUNICACIÓN IDEAL COMO FUNDAMENTO DE UNA NUEVA TEORÍA CRÍTICA -------------------------------------- 15
- Introducción al capítulo primero------------------------------------------------------------------- 27
CAPÍTULO 1. DE LOS INTERESES RECTORES DEL CONOCIMIENTO AL PARADIGMA DE LA RACIONALIDAD-------------------------------------------------------- 29
1.1.Conocimiento e interés: un fundamento epistemológico para la teoría crítica-------- 30
1.1.1. Intereses rectores del conocimiento----------------------------------------------- 34
1.1.2. Las ciencias empírico-analíticas y el interés técnico--------------------------- 36
1.1.3. Las ciencias histórico-hermenéuticas y el interés práctico--------------------- 41
1.1.4. La teoría crítica y el interés emancipatorio-------------------------------------- 46
1.1.5. Una visión crítica de la teoría de los intereses cognoscitivos----------------- 50
1.2. De la teoría de los intereses cognoscitivos al paradigma de la racionalidad
comunicativa-------------------------------------------------------------------------------------------- 561.2.1. La racionalidad comunicativa: un fundamento para el anticientificismo---- 581.2.2. ¿Pierde protagonismo la racionalidad comunicativa?-------------------------- 71
- Introducción al capítulo segundo------------------------------------------------------------------- 81
CAPÍTULO 2. LA RACIONALIDAD COMUNICATIVA: UN FUNDAMENTO PARA LA TEORÍA DE LA ACCIÓN Y LA TEORÍA DE LA SOCIEDAD-------------------------- 83
2.1. Concepción formal de mundo y acción comunicativa---------------------------------- 832.1.1. La concepción formal de mundo--------------------------------------------------- 842.1.2. De la teoría sociológica de la acción a la teoría de la acción comunicativa-- 94
2.2. Una teoría de la sociedad definida por el paradigma del lenguaje---------------------- 105
2.2.1. Acción comunicativa y mundo de la vida: categorías básicas de una teoría de la sociedad------------------------------------------------------------------------------------------- 105
2.2.2. Mundo de la vida y sistema: una difícil convivencia--------------------------- 122
- Introducción al capítulo tercero--------------------------------------------------------------------- 135
CAPÍTULO 3. DE LA CONCIENCIA AL LENGUAJE. EL GIRO LINGÜÍSTICO COMO GARANTE DEL ANTIMENTALISMO Y LA INTERSUBJETIVIDAD----------- 137
3.1. El giro lingüístico como estrategia antimentalista---------------------------------------- 137
3.2. La perspectiva analítica y hermenéutica como visiones complementarias del giro lingüístico----------------------------------------------------------------------------------------------- 143
3.3. Entre la tradición y la pragmática formal: Apel, Putnam, Dummett y Brandom----- 156
11
-Introducción al capítulo cuarto------------------------------------------------------------------------ 171
CAPÍTULO 4. LA PRAGMÁTICA FORMAL: UNA ADAPTACIÓN DE LA TEORÍA DEL SIGNIFICADO A LOS PRESUPUESTOS ANTICIENTIFICISTAS Y TRASCENDENTALES --------------------------------------------------------------------------------
173
4.1. Una revisión crítica de las teorías del significado------------------------------------------- 1734.1.1. La semántica intencional: una versión mentalista del significado-------------- 1744.1.2. Revisión del modelo orgánico de Bühler: aportaciones de la filosofía
analítica y pretensiones de validez------------------------------------------------------------------- 1794.2. La pragmática formal como empresa reconstructiva y la necesidad de criterios
trascendentes---------------------------------------------------------------------------------------------- 1944.2.1. La pragmática formal como investigación reconstructiva------------------------ 1954.2.2. ¿Pragmática sin trascendencia?------------------------------------------------------ 213
- Introducción al capítulo quinto----------------------------------------------------------------------- 219
CAPÍTULO 5: LA TEORÍA DE LOS ACTOS DE HABLA: UN FUNDAMENTO LINGÜÍSTICO PARA LA PRAGMÁTICA FORMAL------------------------------------------- 223
5.1. Significado y pretensiones de validez: un requisito pragmático para el éxito ilocucionario---------------------------------------------------------------------------------------------- 225
5.2. Una clasificación de actos de habla inspirada en la noción de validez------------------- 235
5.3. Del acto de habla estándar al mundo de la vida--------------------------------------------- 243
5.3.1. El acto de habla estándar: ¿existe coincidencia entre el significado literal y el significado pragmático?------------------------------------------------------------------------------ 243
5.3.2. Acto de habla y mundo de la vida: ¿hacia una concepción pragmática del significado?------------------------------------------------------------------------------------------------ 247
5.4. La perlocución como antítesis del entendimiento------------------------------------------- 254
5.4.1. Niveles de entendimiento: de la praxis ritual al habla argumentativa---------- 254
5.4.2. La forma moderna de entendimiento------------------------------------------------ 257
5.4.3. La forma fuerte y débil de entendimiento------------------------------------------ 268
-Introducción al capítulo sexto-------------------------------------------------------------------------- 275
CAPÍTULO 6. DE LA ACCIÓN AL DISCURSO. LOS PRESUPUESTOS PRAGMÁTICOS PARA EL ENTENDIMIENTO-------------------------------------------------- 279
6.1. De la acción al discurso------------------------------------------------------------------------- 2796.2. La lógica del discurso--------------------------------------------------------------------------- 287
6.2.1. De la lógica del discurso a la situación ideal de habla---------------------------- 2926.2.2. La importancia de decir que no------------------------------------------------------ 2976.2.3.El habla argumentativa entendida como proceso, procedimiento y
producción------------------------------------------------------------------------------ 3016.3. Discurso teórico y discurso práctico---------------------------------------------------------- 310
6.3.1. El discurso teórico y la noción de verdad------------------------------------------ 311
6.3.1.1. La teoría consensual de la verdad----------------------------------------- 312
13
6.3.1.2. Realismo sin representaciones y verdad no epistémica----------------- 318
6.3.2. Un fundamento cognitivista para el ámbito práctico---------------------------- 328
CAPÍTULO 7. A MODO DE CONCLUSIÓN: LA NOCIÓN DUALISTA DE TOTALIDAD COMO FUNDAMENTO DE LA PSICOLOGÍA POPULAR----------------- 339
7.1. Un análisis materialista del significado------------------------------------------------------ 340
7.2. ¿Podemos concebir el significado fuera de la mente?------------------------------------- 349
BIBLIOGRAFÍA--------------------------------------------------------------------------------------- 373
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INTRODUCCIÓN
DEL SIGNIFICADO A LA COMUNICACIÓN IDEAL COMO FUNDAMENTO DE UNA NUEVA TEORÍA CRÍTICA
El p�treo z�calo de dolor que inevitablemente la propia existencia nos depara es ya tan alto, que sobre �l no debieran levantarse a�n los escombros de devastaciones y menoscabos, completamente absurdos por venir producidos por nosotros mismos, por representar un dolor adicional que nosotros mismos nos infligimos (J. Habermas)
Como suele decirse en estas ocasiones, J�rgen Habermas es un intelectual que no
necesita ser presentado. Su gran proyecci�n internacional, as� como la gran pluralidad de
temas tratados en sus obras, le convierten en uno de los referentes contempor�neos m�s
importantes tanto en el �mbito acad�mico como fuera de �l. Sus esfuerzos por elaborar
una teor�a sistem�tica definida en t�rminos postmetaf�sicos le atribuyen el m�rito de ser
un indiscutible representante de lo que Quentin Skinner denomina “retorno a la gran
teor�a”1. El m�rito es a�n m�s encomiable si tenemos en cuenta que, contradiciendo la
t�pica imagen del intelectual que teoriza al margen de cualquier contacto con la realidad,
Habermas elabora su proyecto te�rico con una clara intenci�n pr�ctica: trata de
reformular la teor�a cr�tica con el objetivo, no s�lo de describir el �mbito social, sino de
dar respuesta a los problemas m�s acuciantes de las sociedades contempor�neas.
Habermas pretende renovar as� el an�lisis social, pol�tico y cultural desarrollado por la
Escuela de Frankfurt en la d�cada de los treinta, confirm�ndose como uno de los
representantes m�s eximios de su denominada segunda generaci�n2.
La funci�n socializadora asumida por los medios de comunicaci�n de masas en
las sociedades postindustriales suscita en la d�cada de los veinte del siglo pasado un
1 El retorno de la Gran Teor�a en las ciencias humanas, Alianza, Madrid, 1988. 2 Quiero aclarar que no pretendo poner en duda lo afirmado, por ejemplo, por Rafael Fern�ndez en el sentido de que no se debe identificar la teor�a cr�tica con la Escuela de Frankfurt; v�ase: R. Fern�ndez, “Metacr�tica de la Teor�a Cr�tica”, Metapol�tica, volumen 5, n�mero 19, septiembre de 2001. V�ase tambi�n: J. M. Mardones, Raz�n comunicativa y Teor�a cr�tica, Universidad del Pa�s Vasco, Bilbao, 1985;T. McCarthy, La Teor�a Cr�tica de J�rgen Habermas, Tecnos, Madrid, 1998, pp. 39-40; J. S. Dryzek, “Critical theory as a research program”, S. K. White (ed.), The Cambridge Companion to Habermas, Cambridge University Press, Cambridge, 1995, pp. 97-119; S. Pablo Fern�ndez, “Habermas y la Teor�a Cr�tica de la Sociedad. Legado y diferencias en Teor�a de la Comunicaci�n”, Cinta de Moebio, Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Chile, n� 1, septiembre 1997. Sobre la recepci�n de la teor�a cr�tica en el Estado espa�ol: J. M. Mardones, “La recepci�n de la Teor�a Cr�tica en Espa�a”, Isegor�a, n� 1, mayo de 1990, pp. 131-138. La exposici�n de algunas de las objeciones m�s relevantes formuladas a la teor�a cr�tica habermasiana en: Honneth y Joas (eds.), Kommunikatives Handeln. Beitr�ge zu J�rgen Habermas’ “Theorie des kommunikativen Handelns”, Suhrkamp, Frankfurt, 1986 (aqu� se incluye, adem�s, una relaci�n bibliogr�fica elaborada por G�rtzen sobre teor�a de la acci�n comunicativa, pp. 455-518).
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enorme inter�s por examinar c�mo influye la interiorizaci�n de los valores culturales en
la constituci�n de una sociedad que ejerce su dominio contradiciendo los intereses y
necesidades de los sujetos implicados. Esta situaci�n de control y dominio, cuyo an�lisis
se convierte en objeto preferente de la teor�a cr�tica de la sociedad, impone la conciliaci�n
de los �mbitos te�rico y pr�ctico con el objetivo de llevar a cabo una investigaci�n que
aspira a la transformaci�n social. Siguiendo la l�nea establecida por la filosof�a marxista
de la historia, un primer momento de la teor�a cr�tica se fundamenta en la idea de que el
desarrollo de las fuerzas productivas es capaz de generar unas contradicciones que
terminar�n por desatar el potencial revolucionario. Sin embargo, autores como
Horkheimer3, Adorno4 o Marcuse5 toman conciencia de que, en las denominadas
sociedades postliberales, el �mbito cultural se encuentra perfectamente adaptado a los
imperativos econ�micos. Por tal motivo, si la cultura para los frankfurtianos tiene el
sentido ilustrado de perfeccionamiento de las capacidades humanas, la situaci�n descrita
en las sociedades postindustriales debe ser definida, m�s bien, como pseudocultura. La
pseudocultura, que se impone como efecto de un proceso de tecnificaci�n en el que la
raz�n instrumental adquiere absoluto protagonismo, es el recurso necesario para
desmovilizar a la colectividad. Esta situaci�n hist�rica, que representa la tensi�n
3Con Adorno, Dialektik der Aufklärung. Philosophische Fragmente, Querido V, �msterdam, 1947; Fischer Verlag, Frankfurt a.M., 1969; “Traditionelle und kritische Theorie”, Zeitschrift für Sozialforschung, VI, Par�s, 1937, Heft 2, pp. 245 y ss (recopilado en Kritische Theorie vol. 2, Fischer V., Frankfurt a. M., 1968 y traducido al castellano en Teoría crítica, Amorrortu, Buenos Aires, 1974); Zur Antinomie der teleologischen Urteilskraft, Frankfurt, a.M. 1922; Die Anfänge der bürgerlichen Geschichtsphilosophie, Kohlhammer V., Stuttgart, 1930; Studien über Autorität und Familie, F. Alcan (ed.), Par�s, 1936; The Eclipse of Reason, Oxford Un. Press, New York, 1947; Studies in Prejudice, Harper, Nueva York, 1949-1950; con Adorno, Sociologica, Europ�ische Verlagsanstalt, Frankfurt a.M., 1962; Zur Kritik der instrumentellen Vernunft. Aus den Vorträgen und Aufzeichnungen seit Kriegsend, Fischer V., Frankfurt a.M., 1967 (versi�n resumida en Eclipse of Reason); Kritische Theorie, 2 vol., Fischer V., Frankfurt a.M., 1968; Vernunft und Selbsterhaltung, Fischer V., Frankfurt a.M., 1970; Sozialphilosophische Studien, W. Brede (ed.), Fischer V., Frankfurt, a.M., 1972; Gesellschaft im Übergang, W. Brede (ed.), Fischer V., Frankfurt, a.M., 1972; A. Schmidt (ed.), Aus der Pubertät. Novellen und Tagebuchblätter, K�sel V., M�nchen, 1975. V�ase tambi�n: H. Gumnior y R. Ringguth, Horkheimer, Reinbek bei Hamburg, Rowohlt T. V., 1973; M. Horkheimer, “La a�oranza de lo completamente otro”, A la búsqueda del sentido, ed. S�gueme, Salamanca, 1976.4 Con Horkheimer, Dialektik der Aufklärung. Philosophische Fragmente, Querido V, �msterdam, 1947; Fischer Verlag, Frankfurt a.M., 1969; Negative Dialektik, Suhrkamp Velag, Frankfurt a.M., 1966; Drei Studient zu Hegel, Suhrkamp V., Frankfurt a.M., 1963; Gesammelte Schriften, vol. 5, 1971; “Fortschritt, Zu Subjekt und Objekt” y “Marginalien zu Theorie und Praxis” en Stichworte, Ffm., 1969; Philosophische Terminologie, 2 vols., Suhrkamp V., Frankfurt a.M., 1973.5 One Dimensional Man: Studies in the Ideology of Advanced Industrial Society, Bacon, Boston, 1964;Reason and Revolution: Hegel and the Rise of Social Theory, Oxford University Press, New York, 1941; Negations, Beacon Press, Boston, 1968; An Essay on Liberation, Beacon Press, Boston, 1969; Counterrevolution and Revolt, Beacon Press, Boston, 1972; Studies in Critical Philosophy, Beacon Press, Boston, 1973; The Aesthetic Dimension, Beacon Press, Boston, 1978. V�ase tambi�n: Habermas, “Herbert Marcuse”, Perfiles filosófico-políticos, Taurus, Madrid, 2000, pp. 227-296. En este cap�tulo se incluyen: “Introducci�n a un antihomenaje” (1968); “Sobre arte y revoluci�n” (1973); “Di�logo con Herbert Marcuse” (1977) y “Termidor ps�quico y renacimiento de una subjetividad rebelde” (1980).
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dial�ctica definida entre racionalidad e irracionalidad, obliga a los primeros
representantes de la Escuela de Frankfurt a adoptar una actitud pesimista que niega toda
posibilidad de progreso a una sociedad dominada por los criterios de la raz�n
tecnocr�tica. Es, precisamente, esta actitud la que marca un punto de inflexi�n entre
Habermas y los primeros representantes de la Escuela de Frankfurt.
Esta visi�n pesimista, o “s�ntoma de Frankfurt” como la denomina la soci�loga
Paula Lenguita6, se puede entender como reflejo de una situaci�n hist�rica que no
permite abrigar muchas esperanzas respecto al futuro. Como el propio Habermas
reconoce haciendo referencia a los estudios sobre la primera teor�a cr�tica de Helmut
Dubiel7, hechos como la experiencia del nazismo, el estalinismo y el debilitamiento del
movimiento obrero reflejan las complejidades de una sociedad en la que la cultura de
masas aplica una estrategia de control basada en la violencia estructural. Ahora bien, la
barbarie diagnosticada por Horkheimer, Adorno o Marcuse, puntualiza Habermas, no es
consecuencia directa de la racionalizaci�n; es decir, del establecimiento progresivo de la
racionalidad en los �mbitos pol�tico, econ�mico o cultural. Es consecuencia de una mala
gesti�n. Esta mala gesti�n se traduce en el dominio ejercido por la racionalidad
cient�fico-t�cnica exigiendo que su l�gica de eficacia y rendimiento se convierta en el
�nico fundamento. Para embridar esta tendencia expansionista, la soluci�n no consiste en
negar la racionalidad o las posibilidades emancipatorias: se trata de acotar el �mbito de
actuaci�n de la racionalidad instrumental estableciendo una alternativa, tambi�n racional,
para el �mbito pr�ctico. Es cierto que el potencial cr�tico de la esfera p�blica se ha visto
gravemente afectado por la racionalizaci�n instrumental llevada a cabo en las sociedades
modernas y que, como consecuencia de dicha afectaci�n, se han perdido los v�nculos con
los ideales Ilustrados. Pero esta situaci�n no se resuelve abogando por la utop�a negativa:
se resuelve consolidando la teor�a cr�tica con la finalidad de rescatar los presupuestos
emancipadores de la Modernidad Ilustrada8.
6 “La dominaci�n tecnol�gica seg�n la Teor�a Cr�tica. Notas para una revisi�n del alegato pesimista de la Escuela de Frankfurt”, Cinta de Moebio, n� 15, diciembre de 2002.7 Wissenschaftsorganisation und politische Erfahrung, Suhrkamp, Frankfurt, 1978.8V�ase: Habermas, Struckturwandel der Öffentlichkeit. Untersuchungen zu einer Kategorie der bürgerlichen Gesellschaft, Luchterhand V, Neuwied, 1962 (reeditada con nuevo pr�logo en Suhrkamp, Frankfurt a.M.,1990); traducci�n al castellano: Historia y Crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública, Gustavo Gili, Barcelona, 1981 (las citas se referir�n a la edici�n GG MassMedia, 1994). V�ase tambi�n: Theorie und Praxis, Sozialphilosophische Studien, Luchterhand V, Neuwied, 1963; Suhrkamp V., Frankfurt a M., 1971; traducci�n al castellano: Teoría y praxis. Estudios de Filosofía Social, Tecnos, Madrid, 1987 (la versi�n castellana se basa en la cuarta edici�n alemana de 1973). En Struckturwandel der Öffentlichkeit, al igual que en Theorie und Praxis, Habermas utiliza el recurso del an�lisis marxista para desarrollar la cr�tica a la filosof�a burguesa. No obstante, en estas obras ya se
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Con su participaci�n en la disputa sobre el positivismo9 y su acercamiento a la
filosof�a anal�tica, Habermas comienza a plantearse cu�l puede ser el fundamento para
esta nueva teor�a cr�tica habida cuenta de que la filosof�a hegeliana no parece un buen
recurso para ello. Por este motivo, emprende el trabajo inspirado por la tesis de que el
fundamento de una teor�a de la sociedad tiene que definirse como una teor�a del
conocimiento. Entre las obras dedicadas a fundamentar este objetivo destaca Zur logik
der Sozialwissenschaften10. No obstante, el proyecto te�rico concebido con la finalidad de
clarificar el contexto de surgimiento y aplicaci�n de la teor�a social se expone en
Erkenntnis und Interesse11. En esta obra, tras una reflexi�n sobre la noci�n kantiana de
conocimiento y una tajante cr�tica al positivismo, defiende la hip�tesis de que no es
posible desligar el conocimiento de la esfera de los intereses humanos. Es necesario
incidir en la relaci�n existente entre conocimiento e inter�s con la finalidad de indicar los
cauces por los que debe transitar la teor�a cr�tica. Habermas termina reconociendo, sin
embargo, que una alternativa que aboga por un enfoque epist�mico no es la m�s adecuada
para fundamentar la teor�a cr�tica de la sociedad en la medida en que dicho enfoque se
supedita a los imperativos de la filosof�a de la conciencia. Va a ser necesario, por tanto,
sustituir el paradigma de la conciencia, y la filosof�a de la historia que le subyace, por un
vislumbran algunas de las matizaciones formuladas por Habermas a la tradici�n marxista con el objetivo de adecuarla a las condiciones impuestas por las sociedades del capitalismo tard�o. En Technik und Wissenschaft als “Ideologie” (Suhrkamp V, Frankfurt a.M., 1968; traducci�n al castellano: Ciencia y t�cnica como “ideolog�a”, Tecnos, Madrid, 1992), Theorie der Gesellschaft oder Sozialtechnologie. Was leistet die Systemforschung? (coautor N. Luhmann, Suhrkamp V., Frankfurt a. M., 1971) y, sobre todo, en Legitimationsprobleme im Sp�tkapitalismus (Suhrkamp V, Frankfurt a. M., 1973; traducci�n al castellano: Problemas de legitimaci�n en el capitalismo tard�o, Amorrortu, Buenos Aires, 1991) Habermas se plantea de manera expl�cita el conjunto de problemas que afectan a las sociedades neocapitalistas. V�ase tambi�n: C. Calhoun (ed.), Habermas and the Public Sphere, MIT Press, Cambridge, 1992 o J. Cohen y A. Arato, Sociedad civil y teor�a pol�tica, FCE, M�xico, 2000.9Th Adorno, et al., Der Positivismusstreit in der deutschen Sociologie, Luchterhand, Neuwied, 1969; traducci�n al castellano: La disputa del positivismo en la sociolog�a alemana, Grijalbo, Barcelona, 1973. Habermas, “Una pol�mica (1964): contra un racionalismo disminuido en t�rminos positivistas”, La l�gica de las ciencias sociales, Tecnos, Madrid, 1988, pp. 45-70 o A. Wellmer, Teor�a cr�tica de la sociedad y positivismo, Ariel, Barcelona, 1979. 10Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main, 1967. La primera edici�n de esta obra se centra en “Literaturbericht zur Logik der Sozialwissenschaften”, Philosophische Rundschau, Beiheft, 5, T�bingen, 1967; traducci�n al castellano: “Un informe bibliogr�fico: la l�gica de las ciencias sociales”, La l�gica delas ciencias sociales, pp. 81-275. Fue reeditada y ampliada en 1982. La traducci�n al castellano se basa en la quinta edici�n alemana de 1982. 11Al tomar posesi�n en 1965 de la c�tedra de Sociolog�a y Filosof�a de la Universidad de Frankfurt, Habermas pronunci� una conferencia que llevaba por t�tulo “Conocimiento e inter�s” (Merkur, n. 213, diciembre 1965, pp. 1139 bis 1153; la versi�n en castellano aparece publicada en Ciencia y t�cnica como “ideolog�a”, pp. 159-181). Durante tres a�os sigui� profundizando en los temas tratados en la conferencia y el resultado de dicho trabajo fue el libro Erkenntnis und Interesse, Suhrkamp V, Frankfurt a.M., 1968;traducci�n al castellano: Conocimiento e inter�s, Taurus, Madrid, 1982. La traducci�n al castellano se basa en la edici�n alemana de 1973 en la que se a�ade un Ep�logo con numerosas aclaraciones te�ricas.
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paradigma del lenguaje que supla la subjetividad por la interacción comunicativa12. El
sujeto monológico de la filosofía trascendental kantiana debe ser sustituido por un
modelo de sujeto que dialoga. Entre las obras más importantes de este periodo destaca su
opus magnun: Theorie des kommunikativen Handelns13.
El objetivo de la teoría de la acción comunicativa es fundamentar
normativamente la teoría crítica de la sociedad proponiéndose como alternativa a la
filosofía de la historia a la que se mantuvo ligada la propuesta de la primera generación
de la Escuela de Frankfurt. Para ello, Habermas defiende que la teoría de la comunicación
cotidiana explicita un potencial racional que puede servir de respaldo a dicho
fundamento. La teoría de la acción comunicativa remite así a una concepción neoclásica
de la Modernidad en la que se reivindica la tesis Ilustrada de la vida guiada por la razón
con el objetivo de ofrecer un diagnóstico de las sociedades contemporáneas que no
renuncie a la transformación social. La Modernidad se descubre, por tanto, como un
proyecto inacabado para cuya realización es necesario trascender las exigencias
impuestas por la racionalidad instrumental centrando el análisis en el ideal comunicativo.
No se trata, como hemos dicho, de abogar por la desaparición de la racionalidad
instrumental o tecnocrática: se trata de delimitar su uso al ámbito físicamente
estructurado. El fundamento de la esfera social o simbólicamente estructurada, por el
contrario, es competencia de la racionalidad comunicativa.
A partir de la publicación de Theorie des kommunikativen Handelns, Habermas
emprende la elaboración de numerosos trabajos con la finalidad de completar las diversas
líneas de investigación encargadas de ofrecer un carácter sistemático a su proyecto
12En Zur Rekonstruktion des historischen Materialismus (Suhrkamp, Frankfurt, 1976; traducción al castellano: Reconstrucción del materialismo histórico, Taurus, Madrid, 1981) las tesis defendidas por Habermas tienen ya un carácter estrictamente teórico. Aunque en la producción de finales de la década de los sesenta todavía se nota en Habermas la influencia ejercida por la filosofía de la historia concebida con intención práctica, lo cierto es que durante esta época comienza a vislumbrarse un desplazamiento hacia la fundamentación teórica. 13Suhrkamp V., Frankfurt a.M., 1981; traducción al castellano: Teoría de la acción comunicativa I. Racionalidad de la acción y racionalización social, Taurus, Madrid, 1987 y Teoría de la acción comunicativa II. Crítica de la razón funcionalista, Taurus, Madrid, 1988. Otras obras representativas de esta etapa son: Moralbewusstsein und kommunikatives Handeln (Suhrkamp V., Frankfurt a.M., 1983; traducción al castellano: Conciencia moral y acción comunicativa, Península, Barcelona, 2000), Vorstudien und Ergänzungen zur Theorie des kommunikativen Handelns (Suhrkamp V., Frankfurt a.M., 1984, traducción al castellano: Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos, Cátedra, Madrid, 1989), Der philosophische Diskurs.Zwölf Vorlesungen (Suhrkamp V., Frankfurt a.M., 1985; traducción al castellano: El discurso filosófico de la modernidad (doce lecciones), Taurus, Madrid, 1989) o Nachmetaphysisches Denken (Suhrkamp V., Frankfurt a.M., 1988; traducción al castellano: Pensamiento postmetafísico, Taurus, Madrid, 1990).
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te�rico14. Sin embargo, en 1999 publica Wahrheit und Rechtfertigung15. La publicaci�n
de esta obra, en la que se recogen una serie de trabajos elaborados entre 1996 y 1998,
suscita una serie de cr�ticas que se debaten entre la crispaci�n y la perplejidad. El motivo
de estas objeciones es que en dichos trabajos Habermas acomete una serie de reformas
que afectan a las nociones m�s relevantes de su propuesta: la racionalidad comunicativa,
la acci�n comunicativa, el entendimiento o la verdad. Algunos de sus ep�gonos
interpretan estas reformulaciones como una renuncia a los pilares en los que se sustenta
su proyecto te�rico, reabri�ndose la pol�mica sobre si asistimos al inicio de una nueva
etapa en la constituci�n de la teor�a cr�tica habermasiana.
Como sabemos, mucho se ha discutido sobre si la teor�a cr�tica de Habermas ha
sufrido transformaciones profundas desde su Literaturbericht zur philosophischen
Diskussión um Marx und den Marxismus (1957)16 o si, por el contrario, existen l�neas de
argumentaci�n que atraviesan su obra aport�ndole unidad17. Yo optar� por la tesis
continuista, hasta el punto de que �ste es uno de los criterios que he utilizado para
organizar la exposici�n de este trabajo. Defiendo que, desde Erkenntnis und Interesse
hasta Wahrheit und Rechtfertigung, el planteamiento de Habermas se somete a una serie
de presupuestos que se mantienen inalterables a lo largo de su trayectoria te�rica. Los
cambios de perspectiva o las reformas conceptuales que acomete est�n determinados por
dichos presupuestos evitando afrontar, en todo momento, transformaciones sustanciales.
Estos presupuestos son el dualismo, el anticientificismo y el antimentalismo.
Si bien es cierto que carecemos de argumentos concluyentes (es decir, a salvo de
cualquier posible discusi�n) para abogar por una perspectiva materialista, cient�fica y
mentalista, no es menos cierto que a esa misma dificultad se enfrentar�a la opci�n
14Entre algunos de los t�tulos m�s relevantes podemos mencionar: Erläuterungen zur Diskursethik (Suhrkamp V., Frankfurt a.M., 1991; traducci�n al castellano: Aclaraciones a la ética del discurso, Trotta, Madrid, 2000); Faktizität und Geltung. Beiträge zur Diskurstheorie des Rechts und des demokratischen Rechtsstaats (Suhrkamp V., Frankfurt a.M., 1992; traducci�n al castellano: Facticidad y validez. Sobre el derecho y el Estado democrático de derecho en términos de teoría del discurso, Trotta, Madrid, 1998); Die Einbeziehung des Anderen (Suhrkamp V., Frankfurt a.M., 1996; traducci�n al castellano: La inclusión del otro. Estudios de teoría política, Paid�s, Barcelona, 1999); Die Zukunft der menschlichen Natur. Auf dem Weg zu einer liberalen Eugenik? (Suhrkamp V., Frankfurt del Meno, 2001; traducci�n al castellano: El futuro de la naturaleza humana. ¿Hacia una eugenesia liberal?, Paid�s, Barcelona, 2002). 15 Suhrkamp, Frankfurt, 1999; traducci�n al castellano: Verdad y justificación, Trotta, Madrid, 2002. Esta obra es comentada en el apartado que lleva por t�tulo “Comentario sobre Verdad y justificación”, La ética del discurso y la cuestión de la verdad, Paid�s Studio, Barcelona, 2003, pp. 69-91. 16 Publicado inicialmente en Philosophische Rundschau, ed. J.C.B. Mohr (Paul Siebeck), T�bingen, 1957, a�o V, n� 3/4 pp. 165-235; traducci�n al castellano: “Rese�a biliogr�fica: la discusi�n filos�fica en torno a Marx y el marxismo”, Teoría y praxis. Estudios de Filosofía Social, pp. 360-431.17 V�ase, por ejemplo: A. Cortina, Crítica y utopía: La Escuela de Francfort, Cincel, Madrid, 1985, p. 144; F. Restaino, “Habermas. Difesa della ragione critica”, Storia della filosofia, IV, t. 1, pp. 871-893 o Franca D’Agostini, Analíticos y continentales, C�tedra, Madrid, 2000, p. 406.
21
contraria. Dada esta circunstancia, me pareció tremendamente atractivo emprender el
análisis de la propuesta habermasiana; es decir, indagar en los argumentos de un autor
que afirma sin ambages que el debate emprendido entre el positivismo y el
antipositivismo se ha resuelto a favor de este último. Motivación añadida aportaba el
hecho de que Habermas transitara de la filosofía de la conciencia a la filosofía del
lenguaje con el objetivo de convertir la comunicación en fundamento del ámbito social.
Tengo que reconocer, sin embargo, que este estímulo inicial no tardó en dar paso a la
inquietud. La inquietud se originó porque, según me adentraba en el proyecto teórico del
autor frankfurtiano, más conciencia tomaba de su dificultad. La extensión de su obra, la
continua recurrencia a autores procedentes de ámbitos muy diversos, o el carácter no
siempre lineal de su pensamiento, me hicieron abrigar la convicción de que el análisis
global de su propuesta teórica se descubría, al menos, como una empresa arriesgada. Esta
circunstancia suele obligar, y creo que la ingente producción bibliográfica existente sobre
la obra de Habermas así lo demuestra, a seleccionar determinados aspectos de su teoría.
No obstante, la selección le confiere a cualquier análisis un carácter fragmentario, y de
forma muy especial si nos referimos al proyecto habermasiano debido a su naturaleza
sistemática. Da la sensación de que, por muy compleja y fundamentada que pueda llegar
a ser la crítica, siempre habrá algún contraargumento capaz de rebatirla. Este riesgo se
acentúa si tenemos en cuenta que, debido a la gran proyección de la obra de Habermas,
las interpretaciones que se han formulado a la misma son prácticamente innumerables;
con lo cual, a la sensación de que las objeciones siempre serán incompletas se le une la
convicción de que jamás serán originales. Por todo ello, y con la finalidad de hacer frente
al efecto disuasorio que derivó del primer contacto con la obra habermasiana, decidí
adecuar mis expectativas a la complejidad del objeto a tratar centrándome en el análisis
del significado.
Evaluar la obra de Habermas desde esta perspectiva me parece interesante por dos
motivos fundamentales: primero, porque al definir su proyecto como una teoría de la
acción comunicativa, la noción de significado se convierte en pilar teórico; segundo,
porque, a pesar del carácter explícito de algunas deficiencias a las que vamos a ser
mención, éstas suelen pasar desapercibidas para sus críticos. La causa que explica esta
situación es que en muchos casos se desatiende el análisis dando por hecho dos cosas:
que la interpretación que hace Habermas de la tradición teórica en la que se apoya para
proporcionar fundamento a sus nociones es correcta y que el fundamento proporcionado
por dichas tradiciones es el adecuado. Sin embargo, tal y como intentaré demostrar a lo
22
largo de este trabajo, considero que esta actitud es err�nea en la medida en que en la
propuesta te�rica de Habermas (y en concreto en su an�lisis del lenguaje y el significado)
existen ejemplos que contradicen ambos presupuestos. Se da la circunstancia a�adida de
que algunas de las deficiencias detectadas pueden poner en entredicho la dimensi�n
pr�ctica a la que aspira este excelso representante de la Escuela de Frankfurt.
Indagando en la noci�n de significado manejada por Habermas llegu� a la
conclusi�n de que muchas carencias o errores derivaban de una premisa que segu�a
siendo operativa a pesar de que el autor frankfurtiano manifiesta su renuncia a la
misma18: la remisi�n a una noci�n metaf�sica de totalidad. Para Habermas, la sociedad y
el sujeto no son sistemas, son totalidades metaf�sicas. Concibiendo la sociedad y el sujeto
como sistemas asumimos un concepto de organizaci�n compleja que no permite reducir
el an�lisis del todo a la suma de las partes; este grado de complejidad no es �bice, sin
embargo, para desarrollar una investigaci�n materialista y cient�fica de dicho sistema.
Concibiendo, por el contrario, la sociedad y el sujeto como totalidades metaf�sicas
negamos como premisa de partida cualquier tipo de an�lisis cient�fico. (A este respecto,
coincido plenamente con Hans Albert19 cuando afirma que la noci�n de totalidad a la que
recurre Habermas para combatir el positivismo imposibilita el debate racional en la
medida en que legitima toda decisi�n posible abocando su argumento a una forma de
pensamiento cerrado, en el sentido popperiano). Al optar como presupuesto subyacente
por una noci�n metaf�sica de totalidad, Habermas pretende ocultar un dualismo
ontol�gico que, teniendo su efecto a nivel metodol�gico, determina la orientaci�n y las
posibilidades de la investigaci�n sobre el significado. Dicha investigaci�n se desarrolla
con un enfoque intersubjetivo que rechaza el an�lisis cient�fico de la mente, limitando el
conocimiento del significado a la psicolog�a del sentido com�n. Con el objetivo de incidir
18 V�ase, por ejemplo: “Prefacio a la nueva edici�n” (1982), La lógica de las ciencias sociales, pp. 14-15 o El discurso filosófico de la modernidad (doce lecciones), p. 404.19Aunque los primeros trabajos en los que H. Albert critica la propuesta habermasiana data de la d�cada de los sesenta, este autor contin�a, d�cadas m�s tarde, matizando algunas de las aportaciones hechas por Habermas e incidiendo en la relevancia que el racionalismo cr�tico tiene para el �mbito del derecho, la moral o la pol�tica; v�ase, por ejemplo: H. Albert, “Ein hermeneutischer R�ckfall. J�rgen Habermas und der kritische Rationalismus”, Logos. Zeitschrift für systematische Philosophie, Neue Folgue, T�bingen: Mohr, 1993, pp. 3-34; Rechtswissenschaft als Realwissenschaft. Das Recht als soziale Tatsache und die Aufgabe der Jurisprudezn, Nomos, Baden-Baden, 1993; “Zur Kritik der reinen Jurisprudenz. Recht und Rechtswissenschaft in der Sicht des kritischen Rationalismus”, Internationales Jahrbuch für Rechtsphilosophie und Gesetzgebund, Manzsche- Universit�tsbuchhandlung, Wien, 1992, pp. 343-357; “Erkenntnis, Recht und soziale Ordnung. Zur Rechts und Sozialphilosophie des kritischen Rationalismus”, Alexy, Dreier y Neuman (eds.), Archiv für Rechts und Sozialphilosophie, Beiheft 44, 1991, pp. 16-29.
23
en esta tr�ada que constituye el sustento te�rico del proyecto habermasiano este trabajo
lleva por t�tulo: “Totalidad y significado en la psicolog�a popular de J. Habermas”.
Al respecto me gustar�a, sin embargo, hacer una aclaraci�n: la noci�n de totalidad
y psicolog�a popular las propongo como claves interpretativas. No son conceptos que
sean objeto de un an�lisis espec�fico en el sistema categorial habermasiano: son nociones
que act�an como background o trasfondo determinando de forma vinculante el potencial
te�rico y pr�ctico de la teor�a de la acci�n comunicativa. Al actuar como presupuestos
incuestionables, Habermas no se siente en el deber de describirlos; al servir como
presupuestos de una perspectiva dualista, Habermas se siente en la obligaci�n de
disimularlos. Por tal motivo, pido al posible lector o lectora de este trabajo que all� donde
Habermas incida en la imposibilidad de acceder a un conocimiento que trascienda el
saber ordinario, actualice como claves heur�sticas la noci�n de totalidad y psicolog�a
popular.
En los seis cap�tulos que integran esta tesis intentar� demostrar que el an�lisis de
los diversos aspectos te�ricos tratados en cada uno de ellos est� directamente
determinado por los supuestos dualistas, anticientificistas y antimentalistas; es decir, por
las categor�as de totalidad y psicolog�a popular. Estos presupuestos determinan la
configuraci�n de una teor�a del significado que termina siendo inoperativa y, por tanto,
incapaz de ofrecer fundamento a la teor�a de la acci�n comunicativa. Por tal motivo, he
optado por no dividir en partes el trabajo: desde el cap�tulo primero hasta el sexto intento
que sirva como nexo esta misma l�nea argumental. Debido a la complejidad y extensi�n
de la obra habermasiana, en determinados cap�tulos se concentra la exposici�n de un
n�mero de temas que puede aportar una dificultad a�adida a la captaci�n de esta
perspectiva transversal. Para solventar en la medida de lo posible esta dificultad, al inicio
de cada cap�tulo aparece una introducci�n cuyo principal objetivo es incidir en la
conexi�n de los diversos temas tratados y en los aspectos en los que haremos hincapi�
para demostrar la tesis defendida.
La finalidad de los dos primeros cap�tulos es ofrecer el utillaje conceptual
necesario para configurar la propuesta te�rica de Habermas. En el cap�tulo uno comienzo
exponiendo las tesis epistemol�gicas y metodol�gicas de Conocimiento e interés.
Aunque, tal y como hemos indicado, el autor frankfurtiano renuncia a la perspectiva
defendida en esta obra por insertarse en un paradigma de la conciencia que desatiende la
interacci�n comunicativa, el objetivo de esta exposici�n es demostrar que los
presupuestos dualistas, anticientificistas y antimentalistas ya son operativos en esta
24
primera formulación teórica. Al reivindicar Habermas la sustitución del paradigma de la
conciencia por el paradigma del lenguaje, incidiremos en la noción de racionalidad
comunicativa. Esta noción procedimental de racionalidad remite a la crítica de un sistema
universal de validez que pone de manifiesto la influencia ejercida por los presupuestos
anteriormente señalados. En el capítulo segundo analizamos dos conceptos que confirman
sin posibles fisuras el acatamiento de Habermas a los criterios de totalidad y psicología
popular. Estas nociones son: la acción comunicativa y el mundo de la vida. Con la acción
comunicativa Habermas pretende incluir en el análisis sociológico un tipo de acción que
garantice el vínculo con la racionalidad comunicativa. La acción comunicativa debe
completarse, para ello, con el mundo de la vida. En teoría, Habermas reforma esta noción
fenomenológica con la finalidad de representar los contextos que constituyen las diversas
formas sociales de vida. Sin embargo, la definición ad hod de dicho concepto evita
cualquier interpretación empirista del mismo. Al proponer el mundo de la vida como uno
de los dos componentes que integran la teoría de la sociedad (el otro sería el sistema) y
definirlo como una totalidad inconocible, Habermas ratifica, una vez más, la tesis que
pretendemos demostrar.
En los capítulos tres, cuatro y cinco, examinaremos cómo la noción de lenguaje y
significado que Habermas propone están perfectamente adaptadas a los criterios de
totalidad y psicología popular. Partiendo de estas premisas, el giro lingüístico (en cuyo
análisis nos centramos en el capítulo tercero) es el destino natural para la propuesta
habermasiana. Una metodología que reduce la complejidad del significado al uso público
de expresiones ofrece fácil acomodo a los principios dualistas, anticientificistas y
antimentalistas en los que se sustenta la teoría de la acción comunicativa. En el capítulo
cuarto constatamos este mismo hecho al repasar el examen crítico al que Habermas
somete la semántica intencional, la semántica referencial y veritativa, así como la
corriente pragmática del significado. El balance final no permite adoptar ninguna de estas
teorías del significado en la medida en que no se adecúan a los presupuestos de partida.
Como alternativa, se propone una pragmática formal cuyo objetivo es reconstruir en
términos ordinarios (es decir, no científicos) una base universal de validez en la que se
sustenta el proyecto teórico habermasiano. El capítulo quinto lo dedicaremos a examinar
cómo interpreta Habermas las nociones pragmáticas de ilocución y perlocución con la
misma finalidad anteriormente señalada. Sin indagar en los problemas o incorrecciones
que derivan del análisis pragmático, el autor frankfurtiano ajusta dichos conceptos a su
propuesta teórica para ofrecer un fundamento circular a sus premisas.
25
La dinámica efectiva del procedimiento crítico al que remite la racionalidad
comunicativa la analizamos en el capítulo seis. Debatiendo en el seno de los discursos
teórico y práctico las pretensiones de validez puestas en entredicho, los sujetos que
interactúan en un proceso comunicativo coordinan sus acciones con el fin de establecer
un acuerdo racionalmente motivado. En este contexto, el concepto que adquiere claro
protagonismo teórico es el de argumentación. En la medida en que Habermas no logra
proporcionar un respaldo verdaderamente pragmático al proceso argumentativo, se ve
obligado a recurrir a una situación ideal de habla en la que se cumpla con los
presupuestos de una comunicación libre de restricciones. Esta situación ideal ofrece
ventajas teóricas al autor frankfurtiano a cambio de limitar la aplicación de su proyecto a
situaciones contrafácticas. La situación ideal de habla es un concepto que pone de
manifiesto que la propuesta comunicativa habermasiana prescinde de una teoría
pragmática del significado.
Este trabajo finaliza con un capítulo dedicado a las conclusiones en el que
sintetizo los principales errores detectados en el proyecto teórico de Habermas
esbozando, para ello, una perspectiva materialista del significado. Aunque, obviamente,
no puedo desarrollar dicha perspectiva en la medida en que este empeño supondría la
elaboración de otra tesis doctoral, en dicho capítulo dedicado a las conclusiones pretendo
señalar una doble circunstancia: 1) que Habermas no aporta argumentos concluyentes
contra la posibilidad de desarrollar una investigación materialista del sujeto y la sociedad
y 2) que sólo con una perspectiva materialista se puede abordar el análisis pragmático del
significado. La diferencia entre un enfoque materialista y otro que no lo es radica en
asumir el hecho de que sólo teorizando a un sujeto con mente es posible ofrecer
fundamento al ámbito social.
27
INTRODUCCIÓN AL CAPÍTULO PRIMERO
El objetivo principal de este primer capítulo es demostrar que, a pesar de las
reformulaciones o renuncias de las que son objeto las tesis expuestas en Conocimiento e
interés, los presupuestos que inspiran esta primera etapa del pensamiento habermasiano
siguen presentes en la constitución de la teoría de la acción comunicativa. Tal y como
analizaremos en el apartado 1.1., en Conocimiento e interés Habermas se propone
reivindicar la función crítica de la razón oponiéndose al dominio del tipo de racionalidad
privilegiada por el positivismo: la racionalidad instrumental. La tesis defendida por el
autor frankfurtiano es que todo proceso cognitivo está orientado por un sistema de
intereses. Ahora bien, puntualiza Habermas, reconocer el carácter interesado del
conocimiento no implica relegarlo al ámbito de lo inexplicable. Para evitar el riesgo de
posturas teóricas que condenen el ámbito del conocimiento a la irracionalidad, Habermas
propone la doctrina de los intereses rectores del conocimiento (subapartado 1.1.1.)
distinguiendo tres tipos de intereses que, a su vez, están asociados a diversas esferas del
saber: el interés técnico, que es el tipo de interés que subyace a las ciencias empírico-
analíticas; el interés práctico, que sirve de fundamento a las ciencias histórico-
hermenéuticas y el interés emancipatorio, que subyace a las ciencias críticas. Para
justificar la existencia de un interés cognoscitivo técnico Habermas recurre a Peirce
(subapartado 1.1.2.), para fundamentar la existencia de un interés cognoscitivo práctico
recurre a Dilthey (subapartado 1.1.3.) y para justificar la existencia de un interés
cognoscitivo emancipatorio recurre al psicoanálisis freudiano (subapartado 1.1.4.).
Sin embargo, tal y como pone de manifiesto el propio Habermas, intentar ofrecer
fundamento a la teoría crítica partiendo de un sistema de intereses cognoscitivos lo abocó
a un callejón sin salida en la medida en que dicho sistema propone un fundamento
epistémico y metodológico que asume los presupuestos de la filosofía de la conciencia.
La filosofía de la conciencia, que proyecta la imagen de un sujeto solitario, debe ser
sustituida por una filosofía del lenguaje que otorgue todo protagonismo teórico a la
interacción comunicativa. En este nuevo paradigma adquiere relevancia un tipo de
racionalidad cuyo objetivo es embridar las aspiraciones expansionistas de la racionalidad
instrumental poniendo de manifiesto que el ámbito práctico también puede ser objeto de
una fundamentación cognitivista. Esta racionalidad es la racionalidad comunicativa
(apartado 1.2.). La racionalidad comunicativa explicita el potencial racional que subyace
28
a la práctica cotidiana y que se traduce en la posibilidad de crítica de las denominadas por
Habermas pretensiones de validez. Esta posibilidad de crítica permite la coordinación de
acciones orientadas al entendimiento con la finalidad de establecer un consenso
(subapartado 1.2.1.).
A pesar de la relevancia teórica que posee la noción de racionalidad
comunicativa en la propuesta habermasiana, ésta es objeto final de reformulación. El
último subapartado de este capítulo (1.2.2.) lo dedicaremos a examinar el alcance de
dicha reforma. En él analizaremos cómo Habermas habla de tres raíces de la racionalidad
(epistémica, teleológica y comunicativa) que están interconectadas gracias a la
racionalidad discursiva. Algunos autores manifiestan su asombro y descontento ante una
reformulación teórica que, consideran, marca un punto de inflexión. Yo me inclino a
defender, por el contrario, que esta nueva propuesta no implica transformaciones
significativas en el planteamiento inicial del autor frankfurtiano.
29
CAPÍTULO 1DE LOS INTERESES RECTORES DEL CONOCIMIENTO AL PARADIGMA DE
LA RACIONALIDAD
Uno de los objetivos prioritarios de Habermas es abordar el ya cl�sico problema
de la relaci�n teor�a-praxis. Este an�lisis se concreta en la propuesta de una teor�a cr�tica
que, superando las limitaciones de la primera generaci�n de la Escuela de Frankfurt,
intenta ofrecer un diagn�stico adecuado de la modernidad. La estrategia utilizada por
Habermas para ofrecer un fundamento a esta teor�a cr�tica pasa por dos etapas
diferenciadas: en Conocimiento e interés propone una perspectiva epistemol�gica basada
en la descripci�n del sistema de intereses que rigen el conocimiento20; en una etapa
posterior decide sustituir dicho enfoque epistemol�gico por un fundamento de tipo
pragm�tico centrado en la noci�n de entendimiento21. En esta segunda etapa se incide en
el an�lisis de una racionalidad de tipo comunicativo que, superando la perspectiva
instrumentalista con la que el positivismo aborda el examen de la racionalidad, es capaz
de abarcar al �mbito simb�licamente estructurado. Esta noci�n de racionalidad
comunicativa sirve de sustento a una teor�a de la acci�n y a una teor�a de la sociedad que,
incidiendo en la noci�n de sentido, pretenden ser las herramientas adecuadas para
analizar el proceso de racionalizaci�n que ha tenido lugar en las sociedades modernas.
Este cambio de perspectiva operado en el proyecto habermasiano a la hora de
ofrecer un fundamento a la teor�a cr�tica ha sido interpretado como un punto de inflexi�n
que marca etapas bien diferenciadas en su propuesta. Yo no comparto esta interpretaci�n.
Evidentemente, sustituir un enfoque epistemol�gico por un enfoque pragm�tico tiene
consecuencias te�ricas y pr�cticas que tienen su reflejo en la propuesta del autor
frankfurtiano. Lo que intento demostrar, no obstante, es que este cambio de perspectiva
no implica una transformaci�n profunda de los principios te�ricos que inspiran su
proyecto. La primera formulaci�n de su teor�a cr�tica se basa en una serie de presupuestos
(como el anticientificismo y el dualismo metodol�gico) que siguen siendo operativos en
su fase no epist�mica. Estas opciones te�ricas van a tener una clara influencia en la
configuraci�n de la teor�a de la acci�n comunicativa habermasiana y es por este motivo
20Para un resumen esclarecedor de los objetivos perseguidos por Habermas en Conocimiento e interés,v�ase: “Ep�logo”, op. cit., pp. 307-309. 21Este cambio de perspectiva implica la ampliaci�n de su sistema conceptual con nociones como racionalidad comunicativa, acci�n comunicativa, mundo de la vida o sistema. Esta nueva perspectiva te�rica comienza a gestarse en La lógica de las ciencias sociales (1966-1967) y adquiere una configuraci�n definitiva en Teoría de la acción comunicativa (1981).
30
por el que voy a comenzar exponiendo las tesis generales de la fase epist�mica a pesar de
que Habermas haya criticado o matizado algunas de dichas tesis.
1.1. Conocimiento e interés: un fundamento epistemológico para la teoría crítica
Tal y como hemos comentado, la primera generaci�n de la Escuela de Frankfurt
critica la perspectiva positivista de la ciencia al imponer el predominio de la racionalidad
instrumental. Habermas hereda esta inquietud te�rica dedicando buena parte de sus
primeros trabajos a desarrollar dicha cr�tica. Seg�n defiende, el positivismo favorece una
actitud cientificista que conduce al logocentrismo; es decir, a la creencia de que la
racionalidad se identifica, �nica y exclusivamente, con la racionalidad cognitivo-
instrumental22. Defendiendo este enfoque logocentrista, el positivismo sustituye la teor�a
del conocimiento por una teor�a de la ciencia, renunciando as� al sujeto cognoscente. Con
el objetivo de demostrar las consecuencias negativas que desde un punto de vista te�rico
y pr�ctico derivan de dicha sustituci�n, Habermas fomenta un debate que se desarrolla en
el marco de la teor�a del conocimiento. Para desarrollar ese debate se centra en la relaci�n
establecida entre Filosof�a y ciencia ya que, seg�n defiende, las transformaciones de las
que ha sido objeto la teor�a del conocimiento vienen determinadas por dicha relaci�n. El
distanciamiento de Filosof�a y ciencia comienza a gestarse a partir de Kant, pero ser� con
el desarrollo del positivismo cuando dicho distanciamiento adquiere un car�cter
concluyente, sentencia Habermas. Este hecho favorece la consolidaci�n de una
perspectiva cientificista que denosta todo planteamiento te�rico (incluyendo la propia
teor�a del conocimiento) que confunda la episteme con los valores23.
22Para un an�lisis sobre el contexto de surgimiento del positivismo y de las funciones ideol�gicas que cumple, v�ase: “T�cnica y ciencia como ideolog�a”, Ciencia y t�cnica como “ideolog�a”, pp. 53-112. Entre los representantes del viejo positivismo que son tenidos en cuenta por Habermas destacan Comte, Mach y Peirce; entre los neopositivistas, Popper y Albert; v�ase tambi�n: “Comte y Mach: la intenci�n del primer positivismo”, Conocimiento e inter�s, pp. 78-96. Para la discusi�n planteada entre Popper y Albert, v�ase: La disputa del positivismo en la sociolog�a alemana, op. cit.; Albert, Traktat �ber kritische Vernunft, Mohr, Tubinga, 1969 o Pl�doyer f�r kritische Rationalismus, Piper, Munich, 1971; Popper, La l�gica de la investigaci�n cient�fica, Tecnos, Madrid, 1971 o El desarrollo del conocimiento cient�fico.Conjeturas y refutaciones, Paid�s, Barcelona, 1967. 23En 1967 Habermas tiene el proyecto de elaborar tres libros: el primero, que deb�a servir como proleg�meno, es Conocimiento e inter�s. Los dos siguientes, que no llegaron a elaborarse, ten�an como objetivo llevar a cabo una reconstrucci�n cr�tica del desarrollo de la filosof�a anal�tica. El motivo de queestos dos �ltimos libros no llegaran a publicarse se debe, escribe Habermas en 1973, a que, mientras tanto, la cr�tica al cientificismo se desarroll� de forma muy significativa. As�, autores alemanes como Apel, H. J. Giegel, E. Tugendhat o A. Wellmer, desarrollan una importante cr�tica a la filosof�a anal�tica; la filosof�a met�dica procedente de Erlangen se plantea el problema de la fundamentaci�n y, ya en el panorama de la lengua inglesa, se abre un intenso debate a partir de la confrontaci�n de la teor�a de la ciencia con la historia de la ciencia. Sin embargo, una de las l�neas te�ricas m�s prometedoras, en el sentido de elaborar una cr�tica s�lida contra el cientificismo, la integran te�ricos como Searle (quien intenta desarrollar una teor�a
31
La perspectiva cientificista impuesta por el positivismo exige una diferenciaci�n
entre hechos y valores que influye en la constituci�n del nexo teor�a-praxis. Ante esta
situaci�n, Habermas formula una denuncia y emprende una reivindicaci�n. La denuncia
pone de manifiesto que la supuesta neutralidad valorativa del positivismo es ficticia: el
positivismo toma partido por el saber t�cnico (es decir, por los valores representados por
las teor�as emp�rico-cient�ficas) imponiendo dichos valores al �mbito pr�ctico. La
reivindicaci�n incide en el hecho de que, para llevar a cabo la necesaria simbiosis de
teor�a y praxis, debemos definir una teor�a del conocimiento capaz de conjurar las
restricciones cognitivo-instrumentales impuestas por el positivismo. Este es un requisito
necesario si queremos proporcionar un fundamento al �mbito pr�ctico capaz de garantizar
la voluntad emancipadora de la teor�a cr�tica. Para llevar a cabo este objetivo no podemos
recurrir al conocimiento t�cnico sino a la reflexi�n, afirma Habermas. Por este motivo,
Conocimiento e interés refleja el empe�o por rescatar la experiencia de la reflexi�n
definiendo nuevos �mbitos susceptibles de fundamento que permitan proponer una teor�a
de la sociedad a partir de la cr�tica radical del conocimiento24. Habermas contrapone as�
el conocimiento cient�fico a la reflexi�n. En la medida en que la reflexi�n se define en el
marco de una teor�a del conocimiento que es denostada por el positivismo, y en la medida
en que el positivismo representa a la ciencia, la ciencia niega la reflexi�n. Hay que
establecer, por tanto, un n�tido hiato entre el conocimiento cient�fico y el conocimiento
reflexivo: el conocimiento cient�fico no es capaz de actuar reflexivamente y la reflexi�n
no puede definirse en t�rminos cientificistas.
Con el objetivo de llevar a cabo la restauraci�n de la teor�a del conocimiento en
t�rminos reflexivos, el autor de Conocimiento e interés analiza las propuestas te�ricas de
Kant, Hegel y Marx para evaluar las aportaciones que estos autores hayan podido hacer a
este proyecto. La valoraci�n final del autor frankfurtiano no es demasiado alentadora. La
cr�tica kantiana del conocimiento no es buena candidata en la medida en que se basa en
tres presupuestos que tendr�an que ser objeto de matizaciones: el primer presupuesto
remite a una noci�n de ciencia que procede del �mbito natural (en concreto de la F�sica y
las Matem�ticas), hecho que puede derivar en una actitud cientificista; el segundo
de los actos de habla a partir de las propuestas de Austin o Strawson) o Wunderlich (quien se preocupa por analizar la estructura general de las situaciones de habla posibles). Estas cuatro l�neas de argumentaci�n dejan sin objeto a una cr�tica sistem�tica del cientificismo, afirma Habermas, abriendo la v�a para una fase constructiva que se concreta en la teor�a de la acci�n comunicativa; v�ase: “Ep�logo”, op. cit., p. 301. 24 V�ase: “La idea de una teor�a del conocimiento como teor�a de la sociedad”, Conocimiento e interés, pp. 52-74; “Un fragmento (1977): el objetivismo en las ciencias sociales”, La lógica de las ciencias sociales, p. 492. La respuesta de Habermas a M. A. Hill, quien le acusa de disolver la teor�a de la sociedad en una teor�a del conocimiento, se expone en el “Ep�logo”, op. cit., pp. 301-302.
32
presupuesto implica distinguir entre una raz�n te�rica y una raz�n pr�ctica, circunstancia
que puede poner en entredicho la relaci�n teor�a-praxis; el tercer presupuesto remite a un
sujeto ahist�rico que puede dar lugar a una visi�n idealista de la teor�a del conocimiento.
La reflexi�n fenomenol�gica de Hegel representa una versi�n m�s adecuada de la cr�tica
del conocimiento kantiana, afirma Habermas, al poner en entredicho los tres supuestos
mencionados. Ahora bien, Hegel comete el error de no utilizar su Fenomenolog�a para
radicalizar la cr�tica del conocimiento sino para proclamar su desaparici�n. La
Fenomenolog�a llega al esp�ritu absoluto (definido como aquel saber que procura una
comprensi�n total de la historia y del universo) porque Hegel lo coloca como premisa de
partida. Este error elemental que Habermas detecta en el razonamiento hegeliano da lugar
a una contradicci�n dif�cilmente disimulable: si la Fenomenolog�a es la que produce el
punto de vista del saber absoluto, y si el punto de vista del saber absoluto es el que se
identifica con la aut�ntica ciencia, la Fenomenolog�a tiene que ser ciencia antes de
cualquier ciencia. De esta forma, Hegel tiene que enfrentarse al problema de la necesidad
de un conocer antes del conocer. La ambig�edad se explicita porque si necesitamos
cerciorarnos de la noci�n de ciencia en t�rminos fenomenol�gicos es porque no estamos
seguros de las condiciones del conocimiento. Pero, por otro lado, si la Fenomenolog�a
alcanza el saber absoluto �sta se convierte en superflua. Dicha ambig�edad va a persistir
en la medida en que la Fenomenolog�a rechaza el �nico procedimiento que ser�a capaz de
legitimarla: el an�lisis epistemol�gico. Hegel elimina la epistemolog�a al ser proyectada
como filosof�a del esp�ritu absoluto.
Con la reformulaci�n marxista de las tesis de Hegel surge una nueva
oportunidad te�rica para radicalizar el proyecto epist�mico25. El an�lisis de las fuerzas
productivas y la lucha de clases aportan una definici�n materialista (y no idealista como
hab�a ocurrido con la noci�n de automovimiento del esp�ritu absoluto hegeliano) del
origen y transformaci�n de la conciencia. Sin embargo, denuncia Habermas, el
materialismo es incapaz de hacer frente a las deformaciones que el positivismo impone a
la teor�a del conocimiento. Marx no supo oponer resistencia a la presi�n ejercida por el
positivismo del siglo XIX y esto le aboca a cometer el grave error de definir su proyecto
te�rico en t�rminos cientificistas. La consecuencia de este error es que, al igual que
ocurri� con Hegel, Marx es incapaz de radicalizar la epistemolog�a. Aunque Marx
concibe las ciencias del sujeto como disciplinas cr�ticas, sit�a �stas entre las ciencias
25 V�ase: “Metacr�tica de Marx a Hegel: s�ntesis mediante el trabajo social”, Conocimiento e interés, pp.32-52.
33
naturales; por tal motivo, no concibe la necesidad de justificar la teor�a de la sociedad
desde la perspectiva de la cr�tica del conocimiento. El error de Marx, afirma Habermas,
consisti� en no reflexionar de manera adecuada sobre los presupuestos metodol�gicos de
la teor�a de la sociedad confundiendo los �mbitos de la interacci�n y el trabajo como
consecuencia de la perspectiva cientificista que adopta. Desde el punto de vista de la
investigaci�n, Marx define una pr�ctica social integrada por trabajo e interacci�n (es
decir, por actividad productiva e interrelaci�n)26, pero desde el punto de vista categorial
se limita al �mbito del trabajo. Dicho error lo incapacita para diferenciar correctamente
entre cr�tica y ciencia experimental. Para abundar en la cr�tica, Marx tendr�a que restar
protagonismo a la perspectiva cientificista y al �mbito productivo incidiendo en un
fundamento filos�fico que centre su inter�s en la noci�n de interacci�n social27.
Mientras que el error de Hegel consisti� en subordinar la ciencia a una Filosof�a
autofundamentada, el error de Marx radica en subordinar la Filosof�a a la ciencia. Para
proponer una teor�a del conocimiento basada en la reflexi�n hay que establecer una
relaci�n equilibrada entre ciencia y Filosof�a y para ello, defiende Habermas, tenemos
que formular una teor�a de los intereses cognoscitivos capaz de explicitar la relaci�n que
guarda el conocimiento con las condiciones de vida de la especie humana. El
cientificismo no se supera reformulando la teor�a, como cre�a Husserl, sino demostrando
la conexi�n que existe entre conocimiento e inter�s28. Ahora bien, esta conexi�n no puede
26 Hegel, que en el periodo de Jena utiliza las nociones de trabajo, interacci�n y reconocimiento como categor�as de determinaci�n del sujeto, contextualiza al sujeto trascendental de Kant situando a la raz�n en coordenadas espacio-temporales. En un primer momento, Habermas retoma de Hegel el an�lisis de las categor�as de trabajo e interacci�n. En un momento posterior, se centra en la noci�n hegeliana de reconocimiento (noci�n que ha tenido especial relevancia en la constituci�n de la teor�a moral contempor�nea). En esta reutilizaci�n habermasiana ha influido A. Honneth con Die Kampf um Anerkennung, Suhrkamp, Frankfurt, 1992. V�ase tambi�n: “Caminos hacia la detranscendentalizaci�n. De Kant a Hegel y vuelta atr�s”, Verdad y justificación, pp. 181-220.27 V�ase: Mart�n Cebollero J. B., “J�rgen Habermas. Cr�tica de la emancipaci�n humana”, Psicología Social Crítica, Iralka, San Sebasti�n, 1995, pp. 118-126. El an�lisis de Habermas sobre la publicidad burguesa tiene dos consecuencias te�ricas relevantes: por un lado, la investigaci�n sobre la tendencia a la crisis del capitalismo tard�o y, por otro, el desarrollo de una l�gica de la evoluci�n. El objetivo fundamental de estas propuestas te�ricas es demostrar que el �mbito de la interacci�n debe completar el an�lisis de la esfera del trabajo desarrollado por Marx. De esta forma, el lenguaje adquiere una relevancia para la investigaci�n social que no ha sido concedida por el marxismo; v�ase: Historia y crítica de la opinión pública o Kultur und Kritik, Suhrkamp, Frankfurt, 1973, pp. 25 y ss. La transformaci�n de la noci�n de publicidad definida en t�rminos comunicativos se analiza en el pr�logo de 1990 de la obra Historia y crítica de la opinión pública y se inspira en J. Cohen y A. Arato, Civil Society and Political Theory, MIT Press, Cambridge, 1994; v�ase tambi�n: “�ber einige Bedingungen der Revolutioneierung Sp�tkapitalistischer Gesellschaften”, Kultur und Kritik, pp. 70-86; Problemas de legitimación en el capitalismo tardío y La reconstrucción del materialismo histórico (sobre todo el apartado III). 28 V�ase por ejemplo: Fuller S., Philosophy, Rhetoric and the End of Knowledge, The University of Wisconsin Press, 1993. La vuelta al inter�s de la raz�n formulada en la propuesta te�rica de Kant y Fichte (sobre todo de este �ltimo) ofrece una interpretaci�n adecuada de la conexi�n establecida entre conocimiento e inter�s, afirma Habermas; v�ase: “Raz�n e inter�s: retrospectiva sobre Kant y Fichte”,
34
llevarse a cabo en t�rminos empiristas: el objetivo es reivindicar la relaci�n de
conocimiento e inter�s emparentando dichos intereses con la historia natural de la especie
humana sin renunciar, por ello, a la explicaci�n trascendental. Esta conciliaci�n de
Darwin y Kant reivindicada por Habermas en Conocimiento e interés se convertir� en leit
motiv de una teor�a del significado interpretada en el marco de una pragm�tica formal29.
1.1.1. Intereses rectores del conocimiento
Habermas formula la noci�n de Erkenntnisleitende Interesen (intereses rectores
del conocimiento) o Erkenntnisinteressen (intereses cognoscitivos) en 1965 durante la
lecci�n inaugural en la Universidad de Frankfurt, contraponi�ndola a la noci�n de teor�a
ofrecida por el positivismo y la filosof�a cl�sica30. El positivismo y la filosof�a cl�sica,
aunque se diferencian a la hora de definir la eficacia pr�ctica de la teor�a, coinciden en la
actitud: mantener el hiato entre conocimiento e inter�s; actitud, afirma Habermas,
manifiestamente inadecuada. Si queremos elaborar una cr�tica del conocimiento
radicalizada hay que reivindicar la relaci�n existente entre conocimiento e inter�s, para lo
que es necesario explicitar las condiciones hist�ricas que conforman al sujeto
cognoscente y analizar las funciones que cumple el conocimiento en la reproducci�n de la
vida social. La teor�a de los intereses cognoscitivos se adapta a estas exigencias en la
medida en que, por una parte, define el marco de condiciones a priori del conocimiento
y, por otra, describe a un sujeto y a unas estructuras constituidas emp�rica y socialmente.
Pero, �qu� entiende Habermas por intereses?:
(…) Llamo intereses a las orientaciones b�sicas que son inherentes a determinadas condiciones fundamentales de la reproducci�n y la autoconstituci�n posibles de la especie humana, es decir, al trabajo y a la interacci�n. (…) Trabajo e interacci�n incluyen eo ipso procesos de comprensi�n y aprendizaje; y a partir de un cierto grado determinado de desarrollo �stos deben quedar asegurados bajo la forma de investigaci�n met�dica si no se quiere poner en peligro el proceso de formaci�n de la especie humana31.
Conocimiento e interés, pp. 194-215. Habermas reconoce el valor sistem�tico que la noci�n de autorreflexi�n de Fichte posee para la teor�a de los intereses rectores del conocimiento en Conocimiento e interés, p. 212. Sobre las consecuencias de la teor�a de los intereses cognoscitivos, v�ase: “Un fragmento (1977): el objetivismo en las ciencias sociales”, op. cit., pp. 494-496. Para la historia de la noci�n de inter�s podemos recurrir por ejemplo a Albert Esser, Conceptos fundamentales de filosofía, II, Herder, Barcelona, 1978. 29 Tal y como analizaremos en los cap�tulos cuarto y quinto. 30 V�ase: “Conocimiento e inter�s” (1965), op. cit., pp. 159-181. Como el propio Habermas reconoce, su teor�a de los intereses rectores del conocimiento se inspira en el ensayo de Apel publicado en 1964 y que lleva por t�tulo El desarrollo de la filosofía analítica del lenguaje y el problema de las ciencias del espíritu. En este trabajo Apel reivindica la visi�n te�rica de la hermen�utica filos�fica y de los juegos ling��sticos frente al programa neopositivista de la ciencia unificada.31 Conocimiento e interés, p. 199. Para la cr�tica de Bubner, quien pone en duda el car�cter generalizable de los intereses rectores del conocimiento, v�ase: “Ep�logo”, op. cit., pp. 326-327. V�ase tambi�n: Dallmayr,
35
El contexto vital se describe como un contexto de intereses, el cual depende de
las diversas formas de acci�n y de saber asociadas. Los intereses rectores del
conocimiento ponen de manifiesto el hecho de que los procesos cognoscitivos surgen de
contextos vitales y que las formas de vida dependen de la conexi�n establecida entre
conocimiento y acci�n. Ahora bien, la noci�n de inter�s no debe utilizarse con el objetivo
de describir una reducci�n empirista de determinantes l�gico-trascendentales: los
intereses median entre la l�gica que subyace a la formaci�n de la especie humana y su
historia natural pero no reduce la primera a la segunda. Hay que conciliar a Darwin con
Kant haciendo compatible la descripci�n emp�rica con la descripci�n trascendental:
En la medida en que los intereses cognoscitivos son identificados y analizados por la v�a de una reflexi�n sobre la l�gica de la investigaci�n de las ciencias de la naturaleza y del esp�ritu pueden pretender un estatuto “trascendental”; pero en la medida en que como resultado de la historia natural se los concibe, por as� decirlo, en las perspectivas de una antropolog�a del conocimiento tienen un estatuto “emp�rico”. Pongo “emp�rico” entre comillas, puesto que una teor�a de la evoluci�n a la que se exige que explique en t�rminos de historia natural las propiedades emergentes caracter�sticas de la forma de vida sociocultural (en otras palabras, los elementos constitutivos de los sistemas sociales) no puede ser desarrollada en el marco trascendental de las ciencias objetivantes32.
Cuando hablamos de intereses cognoscitivos estamos hablando de un sistema de
intereses ligados al conocimiento que poseen una naturaleza dualista: emp�rica y
trascendental. Estamos hablando de un sistema de intereses que poseen, en consecuencia,
una naturaleza cuasi-trascendental. Pero, �cu�ntos intereses integran dicho sistema? Este
sistema est� integrado por tres intereses: un inter�s cognoscitivo t�cnico, un inter�s
cognoscitivo pr�ctico y un inter�s por la emancipaci�n. El inter�s cognoscitivo t�cnico
surge de la relaci�n forma de vida-trabajo; el inter�s cognoscitivo pr�ctico se origina en
el �mbito sociocultural y se define como el inter�s por la interacci�n simb�lica; el inter�s
por la emancipaci�n surge como consecuencia del dominio ejercido en las sociedades
humanas y se define como el inter�s por desarrollar una comunicaci�n libre de
coacciones33. El sistema de intereses cognoscitivos representa, por tanto, el �mbito del
trabajo, del lenguaje y del dominio34.
“Materialien zu Habermas”, Erkenntnis und Interesse, Suhrkamp, Frankfurt, 1974; en este trabajo Dallmayr propone sustituir la noci�n de inter�s por la de intencionalidad. 32 “Ep�logo”, op. cit., pp. 332-333. 33 “Conocimiento e inter�s”, op. cit., p. 176.34 En la cita expuesta en la p�gina 34 de este trabajo, cita referida a la p�gina 199 de Conocimiento e interés, Habermas hace referencia s�lo a dos dimensiones: el trabajo (inter�s t�cnico) y la interacci�n (interes pr�ctico). De esta forma debemos suponer que la esfera del poder o dominio (es decir, el inter�s emancipatorio) se incluye en el �mbito interactivo. En otras ocasiones, sin embargo, habla de tres
36
En relaci�n a cada uno de estos intereses, y a los �mbitos por ellos
representados, se define un tipo de investigaci�n: 1) tomando como fundamento el inter�s
cognoscitivo t�cnico se constituyen las ciencias emp�rico-anal�ticas que comprenden las
ciencias naturales y las sociales en la medida en que pretendan un conocimiento
nomol�gico; 2) tomando como fundamento el inter�s cognoscitivo pr�ctico se
constituyen las ciencias hist�rico-hermen�uticas, �mbito que estar�a integrado por las
humanidades y las ciencias hist�ricas y sociales cuando se orientan hacia la comprensi�n
del entramado simb�lico, y 3) tomando como fundamento el inter�s emancipatorio se
definen las ciencias de orientaci�n cr�tica que abarcan el psicoan�lisis, la cr�tica de la
ideolog�a y la Filosof�a definida como disciplina reflexiva. La funci�n que deben cumplir
los intereses cognoscitivos en cada uno de estos �mbitos de conocimiento es orientar la
investigaci�n y garantizar su objetividad. El desarrollo de esta tarea es posible en la
medida en que los intereses rectores del conocimiento son en s� mismos racionales, de tal
forma que el sentido del conocimiento no puede clarificarse sin recurrir a la noci�n de
inter�s. Con el objetivo de fundamentar esta tesis, Habermas analiza la propuesta de
Peirce (inter�s t�cnico), Dilthey (inter�s pr�ctico) y el psicoan�lisis freudiano (inter�s
emancipatorio). La finalidad de dicho an�lisis es demostrar que en el proyecto te�rico de
cada uno de estos autores se vislumbra la configuraci�n de una teor�a de los intereses
rectores del conocimiento, aunque no fueran capaces de formularla adecuadamente al
primar en ellos una perspectiva cientificista. El prop�sito habermasiano es denunciar
dicha actitud objetivista reivindicando el car�cter trascendental de los intereses que
subyacen a cada uno de estos �mbitos de investigaci�n.
1.1.2. Las ciencias empírico-analíticas y el interés técnico
El an�lisis sobre el tipo de investigaci�n que es propio de las ciencias de la
naturaleza, y que Habermas desarrolla en Conocimiento e inter�s, tiene su origen en las
conferencias impartidas por este autor en la Universidad de Heidelberg durante el
semestre de invierno del curso 1963-1964. Coincidi� este hecho con un periodo en el que
los empiristas l�gicos dominaban el �mbito cient�fico sin encontrar una oposici�n s�lida
dimensiones. En Ciencia y t�cnica como ideolog�a, p. 176, afirma: “Mi tercera tesis, por tanto, reza: los intereses que gu�an al conocimiento se constituyen en el medio o elemento del trabajo, el lenguaje y la dominaci�n”. En esta ocasi�n, el dominio (es decir, el inter�s emancipatorio) posee el mismo estatus que el trabajo y la interacci�n.
37
capaz de ofrecer una alternativa a la perspectiva cientificista35. En este contexto, afirma
Habermas, Peirce constituye una excepci�n al ser capaz de ofrecer una de las
formulaciones m�s acertadas de la l�gica de la investigaci�n. Por tal motivo, el autor
frankfurtiano lo utiliza como inspiraci�n te�rica de su propuesta desarrollando para ello
la estrategia de enfrentar la teor�a de Peirce a las tesis defendidas por el positivismo; para
llevar a cabo este objetivo somete dicha teor�a a una interpretaci�n trascendental
(interpretaci�n exigida por la teor�a de los intereses cognoscitivos) que violenta los
principios de la propuesta peirciana.
La originalidad de Peirce, afirma Habermas, radica en que el an�lisis l�gico de la
investigaci�n se basa en una comunidad de investigadores que desarrolla su trabajo en
t�rminos comunicativos. Atendiendo a esta aportaci�n, si los enunciados verdaderos son
aqu�llos sobre los que cabe un consenso estable y no coaccionado, la realidad depender�
del conjunto de estados de cosas que se convierta en objeto de tal reconocimiento
intersubjetivo: lo que la realidad es coincide con lo verdadero que enunciamos sobre
ella36. Al definir la realidad a trav�s de enunciados verdaderos, y la verdad a trav�s de
interpretaciones que resisten el proceso de verificaci�n al ser objeto de un reconocimiento
intersubjetivo, Peirce puede concluir que lo real es conocible.
La preeminencia de una perspectiva que incide en la interacci�n comunicativa de
una comunidad de investigadores que act�an en t�rminos intersubjetivos se adapta
perfectamente a los intereses te�ricos habermasianos en la medida en que relega la actitud
cientificista a favor de una conceptualizaci�n trascendental del lenguaje. Pero cuando
intentamos aplicar una perspectiva trascendental al �mbito cognitivo tenemos que hacer
frente a una importante dificultad: c�mo ofrecer una respuesta adecuada a la
multiplicidad estimulativa procedente del entorno. Esta dificultad nos obliga a asumir el
riesgo de tener que sustituir la l�gica del lenguaje por una doctrina ontol�gica que
abandone la perspectiva trascendental. Ante el temor de que pueda darse esta
circunstancia, Habermas reclama el car�cter trascendental de las reglas l�gicas del
proceso de investigaci�n, definiendo dicho proceso como un marco de referencia en el
que se determina el nivel de objetividad con el que puede ser analizada la realidad37.
35 En este sentido podemos hacer una excepci�n con el racionalismo cr�tico de Popper quien, sin embargo, no supo radicalizar la teor�a del conocimiento, afirma el autor frankfurtiano; v�ase: “Ap�ndice a una controversia (1963): Teor�a anal�tica de la ciencia y dial�ctica”, La lógica de las ciencias sociales, pp. 35-41. 36 Conocimiento e interés, p. 115.37 El planteamiento de Habermas ha sido objeto de muchas cr�ticas que inciden en la capacidad explicativa de las ciencias naturales: si nos limitamos a las nociones de t�cnica, control o acci�n instrumental (como
38
Las reglas que regulan el proceso de investigaci�n no se caracterizan por definir
con una necesidad de tipo trascendental las condiciones del conocimiento posible, pero s�
por establecer un m�todo que, aplicado regularmente en determinadas condiciones
emp�ricas, permite la definici�n intersubjetiva de las convicciones. La deducci�n, la
inducci�n y la abducci�n38 pueden actuar cuando se le atribuye a la naturaleza un sesgo
instrumental concebido como un contexto trascendente encargado de definir las
condiciones de objetividad. Los datos que derivan de un proceso de experimentaci�n
derivan de un experimento concreto y particular, sin embargo, permiten constatar una
relaci�n que se establece en t�rminos universales. Este hecho, que explicita una necesidad
a priori, es posible porque en el marco de la acci�n instrumental la realidad se objetiva
bajo condiciones que establecen una relaci�n necesaria entre lo particular y lo general. Es
decir, para definir la l�gica de la investigaci�n seg�n los par�metros de la teor�a de los
intereses cognoscitivos tenemos que someter la naturaleza a una interpretaci�n
trascendental que conciba como una necesidad a priori la relaci�n definida entre lo
general y lo particular. En la medida en que esta relaci�n constituye la objetividad del
conocimiento y emana de una condici�n a priori, queda expedito el camino para
reivindicar la conciliaci�n de la naturaleza emp�rica y trascendental del inter�s
cognoscitivo t�cnico:
El marco transcendental del proceso de investigaci�n fija las condiciones necesarias de extensi�n posible del saber t�cnicamente utilizable. Y puesto que ese marco est� dado con la esfera funcional de la actividad instrumental, no puede ser concebido como determinaci�n de una conciencia trascendental en general; depende m�s bien de la dotaci�n org�nica de una especie que se ve obligada a reproducir su vida
parece que hace Habermas) estar�a obvi�ndose la dimensi�n explicativa de dicho �mbito cientifico. A este respecto parece que la intenci�n de Habermas es demostrar qu� es lo que desvela un enunciado verdadero respecto a la realidad, lo que no contradice el hecho de que las teor�as puedan ser susceptibles de corroboraci�n. La propuesta de Habermas define la investigaci�n cient�fica como una actividad que se desarrolla mediante la observancia de ciertas normas relativas a la constituci�n de conceptos, teor�as, etc. Aunque determinados aspectos de estos c�nones puedan variar, los relacionados con el poder predictivo y t�cnico se mantienen estables. Por tal motivo, Habermas argumenta, oponi�ndose a Kuhn, que la noci�n de progreso cient�fico es direccional; v�ase: “Ep�logo”, op. cit., pp. 329-331. Algunas puntualizaciones hechas por el propio Habermas a las propuestas te�ricas de Conocimiento e interés y las respuestas a algunas objeciones se exponen en el “Ep�logo”, op. cit., pp. 297-337. En “R�plica a objeciones”, Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos, p. 465, Habermas reconoce que a partir de la discusi�n te�rica desarrollada por Kuhn y Feyerabend se dio cuenta de que en Conocimiento e interés hac�a demasiadas concesiones a la teor�a empirista de la ciencia; v�ase tambi�n: T. McCarthy, La Teoría Crítica de Jürgen Habermas, pp. 87-91. Cuando Habermas respondi� a las cr�ticas formuladas a Conocimiento e interés con el “Ep�logo” de 1973 no era consciente a�n de las implicaciones filos�ficas del contextualismo definido a partir del giro postempirista de la ciencia iniciado por T. Kuhn; v�ase: Verdad y justificación, p. 18. 38 Formas de inferencia propuestas por Peirce. Seg�n la interpretaci�n habermasiana, la deducci�n prueba que algo debe comportarse de una forma determinada, la inducci�n que algo se comporta f�cticamente as� y la abducci�n que presumiblemente algo se comportar� as�. La abducci�n es la forma de inferencia que ampl�a nuestro saber; es la regla conforme a la cual introducimos nuevas hip�tesis.
39
por medio de la acci�n racional con respecto a fines. En este sentido, el marco que establece a priori el sentido de la validez de enunciados emp�ricos es como tal contingente. Pero, al igual que no puede ser elevado al plano transemp�rico de determinaciones noum�nicas puras, tampoco se lo puede concebir como surgido bajo condiciones emp�ricas –por lo menos en la medida en que hubiera que pensar su emergencia bajo las categor�as que s�lo �l define39.
Concibiendo el conocimiento como sustituto de la orientaci�n instintiva del
comportamiento, se puede concluir que la racionalidad definida en este �mbito de
actuaci�n se orienta por la satisfacci�n de un inter�s que no puede considerarse como un
instinto pero que est� conectado a un proceso vital: se trata de un inter�s rector del
conocimiento orientado a la manipulaci�n t�cnica. La metodolog�a de la investigaci�n
emp�rico-anal�tica se configura en el contexto de la acci�n instrumental, siendo el inter�s
t�cnico una estrategia orientativa que refleja esta forma concreta de adaptaci�n de la
especie garantizando la objetividad de este tipo de investigaci�n40. Lo que pretende
demostrar Habermas con esta tesis es que las variaciones metodol�gicas propias de cada
tipo de investigaci�n se originan en las estructuras de vida de la especie humana
garantizando su formaci�n. El inter�s cognoscitivo t�cnico se le puede atribuir a un sujeto
que posee una naturaleza emp�rica en la medida en que es miembro de una especie que se
configura a trav�s de una historia natural; pero tambi�n es un sujeto inteligible en la
medida en que es miembro de una comunidad que utiliza referencias trascendentales para
definir el mundo41. Como miembros de esta comunidad ponemos de manifiesto nuestra
capacidad para comunicarnos. El error cometido por Peirce es que, al dejarse influir por
la perspectiva positivista, no reconoci� esta doble naturaleza. Es necesario, por tanto,
someter su propuesta a una interpretaci�n trascendental bas�ndonos en el hecho de que el
sujeto (que en este caso podemos entender como comunidad de investigadores) no limita
su labor a la manipulaci�n t�cnica: dicha labor tambi�n se define recurriendo a la
comunicaci�n.
39 Conocimiento e interés, p. 142. 40 V�ase, en discusi�n con Parsons, “Notas para una discusi�n (1964): neutralidad valorativa y objetividad”, La lógica de las ciencias sociales, pp. 71-77; v�ase tambi�n: “Ap�ndice a una controversia”, op. cit., p. 44. Como reconoce expl�citamente Habermas en las pp. 310 y 333 del “Ep�logo”, op. cit., en la obra Conocimiento e interés no expone de forma adecuada la distinci�n que existe entre la constituci�n del objeto y la validez. Para el debate mantenido entre Albert y Habermas sobre el papel metodol�gico de la experiencia, el estatus de los enunciados b�sicos, la relaci�n de enunciados metodol�gicos y emp�ricos, as� como al supuesto dualismo de hechos y decisiones, v�ase: “Una pol�mica (1964): Contra un racionalismo disminuido en t�rminos positivistas”, La lógica de las ciencias sociales, pp. 46-65 y para “Dos estrategias y una discusi�n”, ib�dem, pp. 65-70. Las matizaciones habermasianas sobre el tema de los �mbitos precient�ficos de los objetos de experiencia posibles se exponen en Conocimiento e interés, pp. 319-325.41 Para una clara exposici�n sobre los problemas que acarrea a Habermas el intento de conciliar elementos trascendentales y no trascendentales a la hora de definir el papel de la naturaleza, v�ase: T. McCarthy, La Teoría Crítica de Jürgen Habermas, pp. 136-153.
40
Si Peirce hubiese sido capaz de afrontar de forma correcta el an�lisis de esta
dimensi�n comunicativa, afirma Habermas, hubiese tenido que asumir un �mbito
intersubjetivo de interacci�n que se diferencia de la actuaci�n racional respecto a fines
que es, por principio, solitaria42. Al no haber sido capaz de reconocer la importancia de
este �mbito, Peirce no puede analizar adecuadamente una comunidad de investigadores
que se constituye y act�a en un �mbito emp�rico, pero que al tiempo desarrolla su labor
utilizando reglas de la l�gica de la investigaci�n que poseen una funci�n trascendente43.
La comunicaci�n definida en una comunidad de investigadores presupone un tipo de
conocimiento necesario para adquirir el saber t�cnico, pero �ste no puede justificarse
utilizando las categor�as del saber instrumental en la medida en que se trata de un
conocimiento ligado a las interacciones mediadas simb�licamente. Si bien es cierto que
en un primer momento Peirce concedi� importancia a la esfera comunicativa, en un
momento posterior, se lamenta Habermas, incide en una concepci�n objetivista de la
realidad que le aboca a relegar la praxis intersubjetiva para conceder mayor protagonismo
a la actitud cientificista impuesta por el positivismo. La interacci�n comunicativa debe
describirse en t�rminos intersubjetivos, y para ello no podemos prescindir de las
referencias trascendentales que, a trav�s del inter�s cognoscitivo t�cnico, utilizamos para
definir el mundo.
En la formulaci�n de esta cr�tica se establecen dos premisas que van a resultar
esenciales para la constituci�n posterior de una teor�a del significado adaptada a las
exigencias de la propuesta habermasiana: 1) el �mbito comunicativo no puede analizarse
42 Al concebir la comunicaci�n como un proceso interactivo, Habermas critica a Peirce (entre otros autores ya mencionados) por no haber tenido en consideraci�n esta circunstancia. El objetivo de Peirce, afirma Habermas, es analizar el proceso comunicativo desde una perspectiva tan abstracta que le permita prescindir de la relaci�n definida entre el hablante y el oyente; v�ase: “Charles S. Peirce sobre comunicaci�n”, conferencia pronunciada por Habermas en 1989 en un congreso celebrado en Massachussets por la Charles S. Peirce Society y publicada en Textos y contextos, Ariel, Barcelona, 1996, pp. 37-58. Sin embargo, esta objeci�n te�rica formulada por Habermas a Peirce ha sido tambi�n objeto de cr�tica. Jim�nez Redondo tacha esta interpretaci�n de ingenua en la medida en que el autor frankfurtiano lamenta que la individualidad y el entendimiento intersubjetivo se les convierta a Peirce en puros epifen�menos; v�ase: “Introducci�n”, Textos y contextos, pp. 26 y 29-31. A este respecto me gustar�a hacer hincapi� en un detalle te�rico: Habermas critica a Peirce por no haber tenido en cuenta la importancia de la interacci�n comunicativa definida en t�rminos intersubjetivos y, sin embargo, no le concede relevancia te�rica a su teor�a semi�tica. La causa de este desinter�s es que dicha teor�a semi�tica puede concebirse en los t�rminos de una teor�a de la mente: Peirce concibe el lenguaje como un proceso de semiosis que tiene lugar en la mente del int�rprete y que consiste en la activaci�n de sucesivos interpretantes heterog�neos (verbales, ic�nicos, afectivos y motores) cada uno de los cuales sirve como signo hasta derivar en la conducta. 43Para el an�lisis de algunas de las cr�ticas planteadas por Habermas a Peirce y a Dilthey, v�ase: Conocimiento e inter�s, pp. 197-198, 200-201 y 214-215. V�ase tambi�n: “Progreso t�cnico y mundo social de la vida”, Ciencia y t�cnica como “ideolog�a”, p. 123 (publicado originalmente en Praxis, Zagreb, n� 1/2, 1966, pp. 217-228).
41
utilizando el método científico y 2) el ámbito comunicativo tiene que ser descrito en
términos intersubjetivos. En el marco epistémico el fundamento de dichas premisas lo
otorga la naturaleza semitrascendental de los intereses cognoscitivos. Cuando esta teoría
de los intereses cognoscitivos sea sustituida por una teoría de la acción comunicativa el
fundamento de dichas premisas lo ofrece una doble estructura del habla que se adecúa a
los presupuestos trascendentales de la pragmática formal44. Ambas estrategias confluyen,
sin embargo, en un mismo objetivo: defender que el análisis del ámbito comunicativo
tiene que desarrollarse en términos trascendentales o reflexivos, estrategia incompatible
con la actitud cientificista. Para intentar justificar que el ámbito simbólicamente
estructurado tiene que ser objeto de un análisis bien diferenciado del método científico,
Habermas propone la existencia de un interés cognoscitivo práctico. Este interés es el
encargado de orientar la investigación histórico-hermenéutica remitiendo a una actitud
participativa que no puede trascender los límites impuestos por el lenguaje ordinario.
1.1.3. Las ciencias histórico-hermenéuticas y el interés práctico
El análisis del interés práctico lo lleva a cabo Habermas al hilo de una
reinterpretación de la propuesta de Dilthey45. En esta ocasión, el objetivo que persigue el
autor frankfurtiano es bastante explícito: se trata de demostrar que el ámbito de las
disciplinas sociales está indisociablemente vinculado al mecanismo de la comprensión.
Reivindicar la metodología comprensiva para el ámbito social, afirma el autor
frankfurtiano, nos obliga a abordar el análisis del sentido incidiendo en la
intersubjetividad. Mientras que en el ámbito instrumental el interés cognoscitivo tiene
como finalidad aprehender la realidad desde el punto de vista de la manipulación técnica,
en el ámbito hermenéutico adquiere especial relevancia la intersubjetividad. La
intersubjetividad es un requisito que, sustentado en un interés práctico, posibilita la
supervivencia de la especie humana:
44 Tal y como veremos en los capítulos tercero y quinto, la doble estructura del habla remite al componente proposicional (lo que decimos) y al componente ilocucionario (lo que hacemos al decir algo) del acto de habla. 45Recordemos que a mitad del siglo XIX, y debido sobre todo a las investigaciones de la Escuela historicista, se implanta en Alemania el debate sobre cuál debía ser la definición adecuada de las disciplinas sociales. Para el análisis de las tesis de Dilthey Habermas se basa en el vol. VII de los Gesammelte Schriften; en el vol. V (sobre todo en los trabajos dedicados a la hermenéutica); en Ideen über eine beschreibende und zergliedernde Psychologie y en el primer libro de la Einleitung in die Geisteswissenschaften, Gesammelte Schriften, volumen I. Sobre los límites del planteamiento de Dilthey y su posible relación con un pragmatismo lógico-trascendental, véase Conocimiento e interés, p. 153. La valoración habermasiana de la propuesta de Dilthey se expone en ibídem, pp. 148-153.
42
La comprensi�n hermen�utica se dirige por su estructura misma a garantizar, dentro de las tradiciones culturales, una posible autocomprensi�n orientadora de la acci�n de individuos y grupos, y una comprensi�n rec�proca entre individuos y grupos con tradiciones culturales distintas. Hace posible la forma de un consenso sin coerciones y el tipo de intersubjetividad discontinua, de los que depende la acci�n comunicativa. De este modo se elimina el peligro de una ruptura de la comunicaci�n en ambas direcciones: tanto en la vertical de la biograf�a individual y de la tradici�n colectiva a la que se pertenece como en la horizontal de la mediaci�n entre tradiciones de diversos individuos, grupos y culturas diferentes. Si estas corrientes de comunicaci�n se interrumpen y la intersubjetividad de la comprensi�n se hace r�gida o se derrumba, queda destruida una condici�n de supervivencia, que es tan elemental como la condici�n complementaria del �xito de la acci�n instrumental, es decir, la posibilidad de acuerdo sin coerci�n y de reconocimiento sin violencia. Dado que esta condici�n es el presupuesto de la praxis, llamamos “pr�ctico” al inter�s rector del conocimiento de las ciencias del esp�ritu. Se distingue del inter�s cognoscitivo t�cnico porque no est� dirigido a aprehender una realidad objetivizada, sino a salvaguardar la intersubjetividad de una comprensi�n, s�lo en cuyo horizonte puede la realidad aparecer como algo46.
El inter�s pr�ctico, que determina la g�nesis de las ciencias del esp�ritu y la
aplicaci�n hermen�utica, tiene un origen antropol�gico que, en este caso, responde a
imperativos de la vida social y cultural: la supervivencia depende de las condiciones de
desarrollo de un entendimiento intersubjetivo que da lugar a un consenso sin coacciones.
La posibilidad de establecer un acuerdo mediante el uso intersubjetivo del lenguaje
ordinario se erige en caracter�stica de una interacci�n social que s�lo puede ser descrita
utilizando como recurso la comprensi�n. Mientras que la investigaci�n emp�rico-anal�tica
se enfrenta al fracaso de una acci�n teleol�gica y para resolver esta situaci�n recurre a
reglas t�cnicas, la comprensi�n hermen�utica se enfrenta a una alteraci�n del consenso
que para ser superada obliga a interpretar las manifestaciones que obstaculizan la
reciprocidad de comportamientos. Este an�lisis, afirma Habermas, no puede desarrollarse
adoptando una estrategia cientificista, hecho que demuestra la imposibilidad de aceptar el
proyecto de una ciencia unificada. La propuesta que incide en la posibilidad de una
ciencia unificada obvia el hecho fundamental de que el �mbito simb�licamente
estructurado no puede trascender los l�mites comprensivos impuestos por el lenguaje
ordinario47. Y justamente �ste, defiende el autor frankfurtiano, es el error cometido por
46 Conocimiento e inter�s, pp. 182-183. 47Es la noci�n de sentido la que fundamenta el dualismo metodol�gico en la medida en que pone de manifiesto, afirma Habermas, que las disciplinas sociales necesitan recurrir a una metodolog�a definida en t�rminos hermen�uticos. Para justificar esta afirmaci�n el autor frankfurtiano reconstruye las diversas etapas por las que ha discurrido el debate planteado entre explicaci�n y comprensi�n concluyendo que la �ltima de estas etapas argumenta a favor del antipositivismo. El planteamiento habermasiano sobre la importancia que posee el lenguaje para la tradici�n hermen�utica (frente a las tesis de la filosof�a de la conciencia y el empirismo) se expone, fundamentalmente, en “Un informe bibliogr�fico (1967): la l�gica de las ciencias sociales”, op. cit. y “La pretensi�n de universalidad de la hermen�utica”, La l�gica de las ciencias sociales, pp. 277-306. En 1981 (en concreto en Teor�a de la acci�n comunicativa I, pp. 147-196) Habermas vuelve a analizar la problem�tica de la comprensi�n en las ciencias sociales haciendo un repaso de la teor�a de la ciencia, la fenomenolog�a, la etnometodolog�a y la hermen�utica. El objetivo en este caso es demostrar que la comprensi�n remite a la problem�tica de la racionalidad. Tambi�n resulta bastante esclarecedora la exposici�n de McCarthy sobre “Comprensi�n e investigaci�n social”, La Teor�a Cr�tica de J�rgen Habermas, pp. 167-198. En Conciencia moral y acci�n comunicativa, pp. 33-35, Habermas
43
Dilthey, quien v�ctima de un positivismo larvado somete el inter�s pr�ctico a un an�lisis
comenta las dos objeciones principales que le formularon cuando defendi� por primera vez en 1967 la tesis de que las ciencias sociales no pod�an prescindir de la dimensi�n hermen�utica: la primera objeci�n se basaba en el argumento de que la hermen�utica no es asunto de la metodolog�a y la segunda se apoyaba en una supuesta mistificaci�n de la interpretaci�n; v�ase: Cristina Lafont, La razón como lenguaje, Visor (ling��stica y conocimiento), Madrid, 1993, pp. 143-144; edici�n inglesa ampliada: The Linguistic Turn in The Hermeneutic Philosophy, Cambridge, Mass, MIT Press, 1999. V�ase tambi�n: Abel, “The operation called Verstehen”, American Journal of Sociology, n� 54 (1968); el an�lisis realizado por Habermas sobre el art�culo de Abel se expone en “Un informe bibliogr�fico (1967): La l�gica de las ciencias sociales”, op. cit., pp. 138-143. V�ase tambi�n: Bernstein, The Reestructuring of Social and Political Theory, Harcourt, New York, 1976 y Dallmayr y McCarthy (eds), Understanding and Social Inquiry, University of Notre Dame Press, Notre Dame (Ind.), 1977. Unas anotaciones sobre el transcurrir hist�rico de la hermen�utica se exponen en T. McCarthy, La Teoría Crítica de Jürgen Habermas, pp. 205-206 (completar con: Apel, “Das Verstehen”, Archiv für Begriffsgeschichte, Bonn, 1955 o R. Palmer, Hermeneutics, Illinois, 1969). Partiendo de la cr�tica a la interpretaci�n socioling��stica de la comprensi�n, Habermas proyecta dos posibles alternativas para ofrecer contenido a la propuesta hermen�utica: por un lado, la posibilidad de elaborar una teor�a general del lenguaje (posibilidad que ser� desarrollada por el propio Habermas) y, por otro, radicalizar el estudio sobre las condiciones necesarias para la interpretaci�n (radicalizaci�n que, superando las deficiencias de la propuesta de Winch, ejemplifica la hermen�utica de Gadamer). Habermas reconoce a Gadamer (Verdad y método, S�gueme, Salamanca, 1953) el m�rito de haber concedido, en continuidad con Wittgenstein, la relevancia merecida a la comunicaci�n ordinaria. Sin embargo, la hermen�utica gadameriana es objeto de cr�tica en la medida en que, afirma, no es capaz de aunar la perspectiva te�rica y pr�ctica. El int�rprete, seg�n Gadamer, no se enfrenta de manera neutral y objetiva al objeto sino que arrastra una serie de creencias, de normas o conceptos que, definidos como expectativas, constituyen un horizonte desde el cual enfrentarse a lo dado. El proceso interpretativo tiene as� un car�cter hipot�tico y circular. El objetivo de esta actuaci�n hipot�tica y circular es conseguir una unidad correcta de sentido; una correcta “fusi�n de horizontes”. Habermas no est� de acuerdo con Gadamer. El autor frankfurtiano cree necesario superar la absolutizaci�n gadameriana de la tradici�n ofreciendo un marco para la cr�tica. En “La pretensi�n de universalidad de la hermen�utica”, op. cit., Habermas responde a las tesis expuestas por Gadamer en Hermeneutik II, Gesammelte, Werke Bd. 2. Algunas referencias para el debate Habermas-Gadamer pueden ser, por ejemplo: P. Ricoeur, “Ethics and Culture. Habermas and Gadamer in Dialoque”, Philosophy Today, vol. 2, n� 4, 1973, pp. 153-165; D. Misgeld, “Critical Theory and Hermeneutics: The Debate between Habermas and Gadamer”, J. O’Neill (ed.), On Critical Theory, The Seabury Press, New York, 1976; A. Giddens, “Habermas’ Critique of Hermeneutics”, Studies in Social and Political Theory, Hutchinson, London, 1977, pp. 135-164; J. Mendelson, “The Habermas-Gadamer Debate”, New German Critique, n� 18, 1979, pp. 44-73 o U. Nassen, “Hans-Georg Gadamer und J�rgen Habermas: Hermeneutik, Ideologiekritik und Diskurs”, U. Nassen (ed.), Klassiker der Hermeneutik, Paderborn, Munich, 1982, pp. 301-321; Bubner, Gramer y Wiehl (eds.), Hermeneutik und Dialektik. H. G. Gadamer zum 70. Geburtstag, 2 vols. Mohr, T�bingen, 1970 (aqu� se incluye “Die Universalit�tsanspruch der Hermenautik” 1970). V�ase tambi�n: J. Bengoa Ruiz de Az�a, De Heidegger a Habermas. Hermenéutica y fundamentación última en la filosofía contemporánea, Herder, Barcelona, 1992 y G. F. de Maliandi, “Estudio cr�tico. L�mites de la Ilustraci�n. La cr�tica de Gadamer a la filosof�a trascendental: su aplicaci�n en la pol�mica con Habermas”, Cuadernos de ética, n� 8, diciembre 1989, pp. 87-97. Para la discusi�n que mantiene Habermas con MacIntyre sobre su noci�n de tradici�n y traducci�n v�ase: Aclaraciones a la ética del discurso, pp. 214-224. Para la exposici�n de Habermas sobre la posibilidad de aprender de la historia y su propuesta de mediatizar dicho aprendizaje con la cr�tica, v�ase: “�Aprender de la historia?”, Más allá del Estado nacional, Trotta, Madrid, 1997, pp. 41-48 o “Respuestas a las preguntas de una comisi�n de encuesta del parlamento” en ib�dem, pp. 73-74; v�ase tambi�n: Julieta Mendoza, “El concepto de cr�tica en la disputa Gadamer-Habermas”, Sentido, Revista de Filosof�a de la Universidad Michoacana de San Nicol�s de Hidalgo, agosto, 2000, n� 7, pp. 24-33. La importancia concedida por Habermas a la cr�tica debe interpretarse desde la perspectiva del enfrentamiento a un historicismo que amenaza con obviar las ense�anzas traum�ticas, como la del holocausto. Este debate es el que se desarrolla bajo el r�tulo de “Disputa de los historiadores” (Historikerstreit). Se conoce como disputa de los historiadores la discusi�n que tuvo lugar en el �mbito acad�mico alem�n a�os antes de la ca�da del muro de Berl�n con el objetivo de dar respuesta a la pregunta de c�mo pueden los alemanes reconciliarse con su historia despu�s de la terrible experiencia del holocausto. La disputa de los historiadores fue motivada con la publicaci�n, en versi�n alemana, del libro de D. Goldhagen, Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el Holocausto, Taurus, Madrid, 1997.
44
objetivista48. Por tal motivo, es incapaz de atribuirle la relevancia necesaria al contexto de
intereses en el que se define una comprensi�n hermen�utica que no puede prescindir del
enfoque trascendental.
La validez intersubjetiva de los s�mbolos no pone en peligro la identidad
particular de cada sujeto porque la comunicaci�n intersubjetiva permite tanto la
identificaci�n como la no identificaci�n: permite la identificaci�n en la medida en que
compartimos significados; permite la no identificaci�n en la medida en que cada “yo” se
diferencia de los dem�s. El di�logo se convierte, de esta forma, en el lugar de encuentro
donde se explicita la relaci�n dial�ctica establecida entre lo particular y lo general49. Si la
comprensi�n hermen�utica debe asumir la dial�ctica de lo particular y lo general (es
decir, de la vivencia y la objetividad), �sta debe acceder al �mbito com�n donde al menos
dos sujetos se comunican utilizando s�mbolos compartidos intersubjetivamente con la
finalidad de hacer p�blico el �mbito subjetivo. Para ello, el int�rprete no puede actuar en
una actitud cientificista o de tercera persona: el int�rprete debe asumir una actitud
realizativa o participante actuando como un interlocutor m�s en un proceso de di�logo50.
El int�rprete no puede trascender su situaci�n hermen�utica de partida, pero la
objetividad interpretativa (objetividad que se aprehende en el proceso comunicativo) la
garantiza el hecho de que el sujeto que comprende se comprende a s� mismo a trav�s de la
objetividad representada por los dem�s51. Es decir, la intersubjetividad garantiza la
objetividad.
Al manejar la noci�n de una comunidad estructurada al mismo tiempo por la
historia y el lenguaje, la comprensi�n hermen�utica tiene que utilizar categor�as
48 Dilthey propone una forma elaborada de comprensi�n hermen�utica, afirma Habermas, en la que los significados a los que accedemos por medio de dicha comprensi�n se insertan en un contexto biogr�fico siendo, al mismo tiempo, sentidos compartidos. La biograf�a se constituye a nivel vertical como la continuidad temporal de las vivencias acumuladas por un individuo y a nivel horizontal gracias a la comunicaci�n intersubjetiva. Esta dial�ctica del todo y de las partes es la que caracteriza a la “comunidad de unidades vivas”, comunidad que constituye el marco objetivo para las ciencias del esp�ritu. Sin embargo, Dilthey comete el error de someter el inter�s pr�ctico a una interpretaci�n objetivista, puntualiza el autor frankfurtiano, que le impide reconocer el valor te�rico de un criterio trascendental que nos permite definir las condiciones objetivas del conocimiento sin renunciar a las exigencias universalistas. Para completar la critica de Habermas a Dilthey es de gran inter�s su art�culo: “El manejo de las contingencias y el retorno del historicismo”, J. Niznik, T. Sanders (eds.), Debate sobre la situación de la Filosofía, C�tedra, Madrid, 2000, pp. 13-42. 49 V�ase: A. Manzanares Pascual, “Di�logo y Lenguaje. Notas de aclaraci�n y fundamentaci�n”, Espéculo, n� 28, 2004-2005.50 V�ase: Conciencia moral y acción comunicativa, p. 38 y Pensamiento postmetafísico, pp. 133-134. El origen de la actitud realizativa se puede entender, afirma Habermas, como una generalizaci�n profana de la actitud adoptada frente a los objetos sagrados. 51 V�ase: R. Feleppa, “Hermeneutic Interpretation and Scientific Truth”, Philosophy of the Social Sciences, n� 11, 1981, pp. 53-64 o R. C. Jennings, “Translation, Interpretation and Understanding”, ib�dem, n� 18, 1988, pp. 343-353.
45
universales para captar sentidos individuales52. Esas categorías universales las sustenta un
interés práctico que define las condiciones objetivas del conocimiento social remitiendo
al lenguaje ordinario. Este lenguaje ordinario es, al tiempo, lenguaje y metalenguaje. Por
este motivo, el lenguaje ordinario asume la función de interpretarse a sí mismo, siendo
labor de la hermenéutica explicitar dicha autointerpretación poniendo de manifiesto el
poder reflexivo que emana del lenguaje ordinario y que se refleja en los procesos
comprensivos. Esta labor hermenéutica la posibilita un interés práctico que, a pesar de
tener su origen en la historia evolutiva de la especie humana, no puede ser objeto de un
reduccionismo empirista. Este interés práctico garantiza el uso intersubjetivo del lenguaje
ordinario estableciendo un acuerdo sin coacciones ni restricciones que sólo puede ser
descrito mediante una metodología comprensiva.
Pero, ¿cuál es el fundamento antropológico de este interés práctico? Dar respuesta
a esta pregunta no es baladí si tenemos en cuenta el hecho de que este interés rector del
conocimiento orienta la investigación social y que para hacerlo defiende la relevancia de
un criterio que puede ser puesto en entredicho como es la intersubjetividad. Esta
importancia se acentúa si tenemos en consideración que la intersubjetividad es uno de los
presupuestos fundamentales que Habermas mantiene a lo largo de toda su trayectoria
teórica. El autor frankfurtiano exige, además, que el uso intersubjetivo del lenguaje sea
analizado mediante una metodología comprensiva que rechace cualquier pretensión
reduccionista, y ésta es también una exigencia prioritaria de la teoría de la acción
comunicativa. En una primera etapa, el fundamento de esta opción teórica lo ofrece un
sistema trascendental de intereses rectores del conocimiento; en una etapa posterior, una
pragmática formal definida a partir de unos presupuestos trascendentales a los que tiene
que adecuarse la interacción comunicativa. Esta interacción comunicativa podemos
catalogarla como normal cuando se adapta a los requisitos intersubjetivos dando lugar a
un acuerdo que se establece sin coacciones ni restricciones. Cuando en el proceso
interactivo se altera este requisito nos enfrentamos a un proceso comunicativo
distorsionado en el que se pone de manifiesto la existencia de una situación patológica.
En esta circunstancia, adquiere relevancia teórica el tercer tipo de interés cognoscitivo: el
interés emancipatorio.
52 Habermas afirma que el psicoanálisis de Freud, concebido como teoría general de los procesos de formación biográfica, ofrece una respuesta a esta cuestión; véase: Conocimiento e interés, pp. 216-219.
46
1.1.4. La teoría crítica y el interés emancipatorio
Si ya la definici�n del inter�s t�cnico y pr�ctico puede generar algunos
problemas, �stos se acent�an en el caso del inter�s emancipatorio. Al propio Habermas le
resulta complicado definir sin ambig�edades un inter�s que se configura en los contextos
en los que el dominio (es decir, la represi�n ejercida normativamente por el poder) afecta
al �mbito comunicativo dando lugar a un proceso de comunicaci�n sistem�ticamente
deformada:
Mientras que el inter�s cognoscitivo pr�ctico y el inter�s cognoscitivo t�cnico tienen sus bases en estructuras de acci�n y de experiencia profunda (�invariables?) y est�n vinculados a los elementos constitutivos de los sistemas sociales, el interés cognoscitivo emancipatorio posee un estatuto derivado. Asegura la conexi�n del saber te�rico con una pr�ctica vivida, es decir, con un “dominio objetual” que no aparece sino bajo las condiciones de una comunicaci�n sistemáticamente deformada y de una represi�n s�lo legitimada en apariencia. Por ello es tambi�n derivado el tipo de experiencia y de acci�n que corresponde a este dominio objetual53.
Habermas califica el inter�s emancipatorio como un inter�s derivado en la
medida en que la situaci�n de comunicaci�n distorsionada no es, a diferencia del trabajo
y la interacci�n, un elemento invariable de la vida social y cultural. El inter�s
emancipatorio est� inscrito en la estructura comunicativa de la especie humana y en este
sentido es invariante; sin embargo, es variable en la medida en que depende de las
condiciones hist�ricas en las que se desarrolla el trabajo y la interacci�n54. A pesar de
esta ambig�edad, la funci�n te�rica asignada al inter�s emancipatorio es relevante: el
inter�s emancipatorio es el encargado de orientar la labor investigadora de las ciencias
cr�ticas garantizando su objetividad. A la hora de definir el �mbito de la investigaci�n
cr�tica surge, no obstante, un nuevo problema: definir sus referentes te�ricos. Aunque
53 “Ep�logo”, op. cit., pp. 324-325. Respecto a la cr�tica dirigida contra la identificaci�n de autorreflexi�n e inter�s emancipatorio, v�ase: Introducci�n a la edici�n de 1971, “Algunas dificultades en el intento de mediar teor�a y praxis”, Teoría y praxis, pp. 25-26. Sobre el modelo de autorreflexi�n solitaria: ib�dem, pp. 38-39. Para algunas de las cr�ticas planteadas a la noci�n de inter�s emancipatorio de Habermas (como la de B�hler que la considera una noci�n formalista, idealista y subjetivista; la de Dallmayr y Badura que lo acusan de antiinstitucionalista, o la Theunissen quien defiende que dicha noci�n encierra el riesgo del naturalismo y el subjetivismo simult�neamente), v�ase: R. Gab�s, J. Habermas: dominio técnico y comunidad lingüística, Ariel, Barcelona, 1980, pp. 205-208. Estas cr�ticas se acompa�an de algunas r�plicas del propio Gab�s. 54 Sin embargo, la definici�n del inter�s emancipatorio como un inter�s derivado sufre alguna modificaci�n al afirmar Habermas que cuando dicho inter�s por la emancipaci�n se orienta hacia la actividad instrumental la interacci�n simb�licamente mediada adquiere la forma del inter�s t�cnico y pr�ctico (con lo cual pasa a convertirse en una especie de inter�s matriz). S�lo en relaci�n al inter�s por la emancipaci�n, defiende el autor frankfurtiano, pueden ser entendidos de forma pertinente (es decir, sin malas interpretaciones psicologistas u objetivistas) los intereses t�cnico y pr�ctico. Los intereses rectores del conocimiento han sido malinterpretados en ocasiones en t�rminos psicologistas. Nietzsche, por ejemplo, es un autor que ha psicologizado la relaci�n definida entre conocimiento e inter�s, afirma Habermas, utilizando dicha relaci�n como un mecanismo �til para disolver el conocimiento.
47
Habermas puede recurrir a Marx, Freud, Kant o Hegel, lo cierto es que ninguno de estos
planteamientos ofrece una visi�n totalmente af�n a las exigencias del autor frankfurtiano.
Este hecho dificulta la caracterizaci�n te�rica del inter�s emancipatorio en la medida en
que ni siquiera contamos con un �mbito de investigaci�n que le d� respaldo. Por este
motivo, el an�lisis del inter�s emancipatorio tiene que incluir reflexiones epistemol�gicas
y proped�uticas sobre la investigaci�n cr�tica. Para abundar en esta direcci�n, Habermas
toma como referente el psicoan�lisis de Freud con el objetivo de reformular las nociones
marxistas de poder e ideolog�a utilizando como criterio la comunicaci�n distorsionada55;
es decir, una comunicaci�n que incumple los requisitos de la intersubjetividad. A
diferencia de la primera generaci�n de la Escuela de Frankfurt que se basa en el Freud de
la represi�n libidinal y de la cr�tica a las instituciones, Habermas toma como referente el
di�logo anal�tico incidiendo as� en una interpretaci�n metodol�gica del psicoan�lisis
freudiano.
Uno de los rasgos caracter�sticos de la interpretaci�n psicoanalista es que precisa
una hermen�utica especial que sea capaz de ahondar en una dimensi�n distinta a la del
fil�logo. Cuando se define una situaci�n patol�gica se explicitan una serie de s�ntomas
que reflejan la alteraci�n sufrida por la capacidad comunicativa: en t�rminos normales
esta capacidad debe manifestarse p�blica e intersubjetivamente, cuando la sustracci�n del
�mbito de la comunicaci�n p�blica se exterioriza en forma de s�ntoma se pone de
manifiesto una perturbaci�n que afecta al uso comunicativo del lenguaje ordinario56. La
gram�tica del lenguaje ordinario permite regular la interconexi�n de manifestaciones
ling��sticas, acciones y expresiones de vivencias. Sin embargo, en los casos patol�gicos
esta interconexi�n se fragmenta de tal forma que el sujeto implicado puede no ser
consciente de dicha fragmentaci�n. El recurso utilizado por Freud para interpretar dichas
conexiones de sentido patol�gicas es el an�lisis de los sue�os. En este proceso nos
podemos encontrar con un nivel profundo que ofrece resistencia a la interpretaci�n (lo
55Para llevar a cabo esta reformulaci�n del psicoan�lisis asumiendo el criterio de comunicaci�n distorsionada Habermas se inspir� en las obras de A. Lorenzer (Sprachzerstörung und Rekonstruktion, Suhrkamp, Frankfurt, 1970 y Kritik des psychoanalystichen Symbolbegriffs, Suhrkamp, Frankfurt, 1970), en los escritos de Freud (no en las experiencias pr�cticas del psicoan�lisis) y en las discusiones de los colaboradores del Instituto Sigmund Freud. Habermas reconoce la importancia de la labor llevada a cabo por Mitscherlich para conseguir la implantaci�n acad�mica del psicoan�lisis en Alemania en “Alexander Mitscherlich. M�dico e intelectual”, Perfiles filosófico-políticos, pp. 168-169; para su concepci�n del psicoan�lisis y su postura freudoweberiana, v�ase: ib�dem, pp. 171-174. El inter�s de Habermas por el psicoan�lisis freudiano pasar�, no obstante, a un segundo plano de forma muy temprana: a finales de la d�cada de los sesenta. 56 La noci�n de represi�n, entendida como proceso en el que el lenguaje ordinario pierde su car�cter p�blico convirti�ndose en un lenguaje privado, ha sido desarrollada muy l�cidamente, afirma Habermas, por Alfred Lorenzer.
48
que Freud denomina “aut�nticos s�mbolos del sue�o”) y que son representaciones que
manifiestan un sentido latente mediante alegor�as o met�foras57. Esta resistencia, que
constituye la base de la teor�a psicoanal�tica, es el reflejo de una defensa y, por tanto, de
la existencia de un motivo reprimido. En la medida en que los s�mbolos utilizados para
representar necesidades que se han reprimido se sustraen de la comunicaci�n p�blica, la
comunicaci�n que un sujeto agente establece consigo mismo queda interrumpida
pudi�ndose hablar de una censura psicol�gica. Y es aqu� donde entra en juego la labor del
analista: la funci�n del analista es ense�ar al paciente a comprender su propio lenguaje
con la finalidad de acceder a un recuerdo reprimido. Al comienzo de la terapia anal�tica el
conocimiento que posee el terapeuta es distinto del que posee el paciente, pero esta
situaci�n se transforma cuando el proceso de construcci�n (que act�a a partir de
fragmentos) es capaz de ilustrar la conciencia del paciente58. La hermen�utica de tipo
psicoanal�tico implica, por tanto, un acto comprensivo que tiene por finalidad la
autorreflexi�n. Siendo esto as�, afirma Habermas, Freud hubiera tenido que preocuparse
por aportar una teor�a del lenguaje; lo que hace, por el contrario, es adoptar una
perspectiva cientificista que le obliga a relativizar la importancia de la autorreflexi�n.
El psicoan�lisis no puede concebirse como una t�cnica ligada al �mbito natural
en la medida en que el proceso de reflexi�n s�lo puede llevarlo a cabo el propio sujeto
liber�ndose de una situaci�n en la que se hab�a convertido en objeto. Sin embargo, el
prejuicio cientificista del que hace gala Freud le obliga a obviar el hecho de que la
construcci�n te�rica del psicoan�lisis se basa en la experiencia anal�tica59. Esta
circunstancia tiene para Habermas una significaci�n metodol�gica importante en la
medida en que la construcci�n te�rica del psicoan�lisis no s�lo ha sido elaborada en
57V�ase: Conocimiento e interés, pp. 220-229 y P. A. Roth, “Truth in Interpretation. The Case of Psychoanalysis”, Philosophy of the Social Sciences, vol. 21, n� 2, junio 1991, pp. 175-195. 58 V�ase: P. Ricoeur, Ideología y utopía, Gedisa, Barcelona, 1989. En el nuevo pr�logo de la obra Teoría y Praxis, Habermas responde a cr�ticos como J. Giegel o H. G. Gadamer que ponen en duda la rentabilidad pol�tica del modelo freudiano. La pregunta que se hacen estos autores es hasta qu� punto el proceso dial�gico basado en el modelo de di�logo terapeuta-paciente puede aplicarse al �mbito pol�tico real caracterizado por una estructura de poder que impone relaciones asim�tricas y elitistas; v�ase: J. Giegel, “Reflexion und Emanzipation”, K. O. Apel, C. Bormann et al., Hermeneutik und Ideologiekritik, Suhrkamp, Frankfurt, 1971, pp. 244-283; H. G. Gadamer, “R�plica a Hermen�utica y Cr�tica de las ideolog�as”, Verdad y Método II, op. cit.; v�ase tambi�n: T. McCarthy, La Teoría Crítica de Jürgen Habermas, pp. 243-251 e Introducci�n a la edici�n de 1971 de Teoría y praxis, pp. 39-41 y 46-48. 59 Para una breve reflexi�n de Habermas sobre los motivos que pudieron incidir en esta orientaci�n cientificista de Freud: Conocimiento e interés, pp. 245-246. La reconstrucci�n del psicoan�lisis la plantea Habermas en la parte III de Conocimiento e interés y la completa en “La pretensi�n de universalidad de la hermen�utica”, op. cit., pp. 277-306. Para unas anotaciones esclarecedoras sobre las diferencias existentes entre Conocimiento e interés y “La pretensi�n de universalidad de la hermen�utica” en lo tocante al planteamiento habermasiano del psicoan�lisis, v�ase: Manuel Jim�nez Redondo, “Pr�logo: la trayectoria intelectual de J�rgen Habermas”, Sobre Nietzsche y otros ensayos, Rei, M�xico, 1996, pp. 24-27. .
49
determinadas condiciones de comunicaci�n sino que, adem�s, no puede ser explicada
independientemente de dichas condiciones de comunicaci�n. En la medida en que las
categor�as del psicoan�lisis est�n asociadas a la interpretaci�n de textos fragmentados que
producen el autoenga�o, el propio proceso de elaboraci�n de la teor�a se inserta en el
contexto de la autorreflexi�n. El empe�o cientificista del padre del psicoan�lisis le
impide, sin embargo, concebir la metapsicolog�a como lo �nico que �sta puede ser si
tenemos en cuenta el marco autorreflexivo: como una interpretaci�n general del proceso
de formaci�n60.
Las interpretaciones generales tienen en com�n con las teor�as generales el
hecho de que ofertan pron�sticos condicionados y explicaciones de tipo causal. Ahora
bien, en el caso de las interpretaciones generales la explicaci�n causal no se caracteriza
por la imposici�n de leyes naturales sino por la actuaci�n sobre motivos reprimidos con
el objetivo de abolirlos. La terapia psicoanal�tica, afirma Habermas abundando en su
prejuicio anticientificista, no se basa en la utilizaci�n de las conexiones causales (como
puede ocurrir con las ciencias naturales) sino en la abolici�n de dichas conexiones
causales61. En este sentido, la terapia psicoanal�tica se descubre como un proceso
conducente a la ilustraci�n que no s�lo tiene una aplicaci�n individual sino tambi�n
social62.
Las normas institucionales justifican y reprimen necesidades que son
interpretadas ling��sticamente, por lo que la violencia se internaliza en forma de
comunicaci�n deformada63. La imposici�n de las normas sociales, que se lleva a cabo
gracias a mecanismos inconscientes, provoca s�ntomas que exigen satisfacciones
sustitutorias. Estas satisfacciones sustitutorias, que pueden servir para legitimar normas
vigentes, compensan las renuncias culturales y quedan al margen de la cr�tica
60 Habermas, como he dicho, se centra en los aspectos pr�cticos del psicoan�lisis considerando los aspectos te�ricos como una metapsicolog�a. La metapsicolog�a presupone una teor�a del lenguaje ordinario que tiene por objeto analizar: la naturaleza intersubjetiva de los s�mbolos, la capacidad socializadora de los juegos de lenguaje y c�mo act�a la mediaci�n ling��stica en los procesos de interacci�n que se basan en el reconocimiento rec�proco.61 V�ase: E. E. Mar�, “El concepto de causalidad en la lectura habermasiana de Freud. Hermen�utica versus ciencia explicativa”, Cuadernos de ética, n� 8, diciembre 1989, pp. 47-67. 62 Habermas hace una valoraci�n de las dificultades a las que debe enfrentarse la teor�a psicoanal�tica de Freud para superar la barrera existente entre la psicolog�a individual y la social (as� como de las ventajas que ofrece en este aspecto el planteamiento te�rico de Mitscherlich) en una conferencia pronunciada en un congreso celebrado en la Universidad de Frankfurt en 1982 en memoria de Mitscherlich y que ha sido publicada con el t�tulo “La psicolog�a social de Alexander Mitscherlich”, Textos y contextos, pp. 189-201. Para la cr�tica freudiana a las instituciones, v�ase: Freud, “El malestar de la cultura”, “Mois�s y la religi�n monote�sta” y “El porvenir de una ilusi�n”, Obras completas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1997.63 Habermas tambi�n aclara la noci�n freudiana de necesidades reprimidas en la cr�tica al trabajo de McIntyre (The Unconscious, 1958); v�ase: “Un informe bibliogr�fico (1967): la l�gica de las ciencias sociales”, op. cit., pp. 266-272.
50
definiéndose como ilusiones colectivas que permiten racionalizar la dominación
utilizando para ello la vía de la comunicación pública. De esta forma, Habermas
interpreta la propuesta freudiana en términos de resimbolización concibiendo la represión
a la que alude Freud como expulsión del ámbito público de comunicación de aquellos
símbolos que representan exigencias no deseables. Las estructuras institucionalizadas de
poder exigen una reproducción inflexible de las conductas que quedan inmunes a la
crítica consiguiendo que los motivos reprimidos se excluyan de los procesos de
comunicación. Este hecho describe situaciones de comunicación distorsionada en las que
los motivos reprimidos colonizan la conciencia de los sujetos representando y
legitimando los intereses del poder institucionalizado. De esta forma, podemos afirmar
que no es sólo la reproducción mediante el trabajo lo que determina el movimiento
reflexivo de la historia sino también los procesos de formación desarrollados en el
contexto de una comunicación distorsionada. Este concepto de comunicación
distorsionada sirve, por tanto, para definir las patologías individuales y sociales, por lo
que el interés que incita a transformar esta situación se concibe como un interés por la
ilustración. Este interés nos ofrece la posibilidad de analizar las nociones de dominio e
ideología proporcionando así un mejor fundamento a la teoría crítica. Rechazando las
actitudes cientificistas, lo que persigue este tipo de investigación es explicitar las raíces
institucionales de la comunicación distorsionada con el objetivo de allanar el camino a
unas relaciones sociales definidas sin coacciones y de manera intersubjetiva.
1.1.5. Una visión crítica de la teoría de los intereses cognoscitivos
A pesar de la aparente complejidad teórica que sirve de respaldo a la propuesta
habermasiana, yo resumiría el objetivo perseguido por este autor de la siguiente forma:
Habermas trata de justificar que hay ámbitos que pueden ser analizados científicamente y
ámbitos que no. El primer ejemplo de que el planteamiento teórico del autor frankfurtiano
está inspirado por un claro recelo hacia la ciencia nos lo ofrece su definición del
positivismo: el positivismo es lo opuesto a la reflexión. Esta interpretación, que se ofrece
como premisa de partida, va a determinar los derroteros del razonamiento posterior: si el
positivismo niega la reflexión, rescatar la reflexión implica rechazar el positivismo; y en
la medida en que el positivismo representa la actitud cientificista, rescatar la reflexión
implica rechazar la actitud cientificista. Este razonamiento, no obstante, se fundamenta en
una interpretación errónea: el positivismo no es una ciencia, es una postura filosófica. En
51
consecuencia, tienen raz�n los autores frankfurtianos cuando afirman que el positivismo
es una ideolog�a, pero yerran cuando consideran que el antipositivismo no lo es. Sin
atender a esta circunstancia, Habermas adopta una actitud antipositivista con el objetivo
de convertirla en una teor�a cr�tica capaz de diagnosticar las patolog�as sociales,
especialmente las patolog�as producidas por el positivismo, dando por hecho que el
antipositivismo representa una actitud capaz de criticar de forma neutral a la ciencia. Esta
interpretaci�n, que implica rechazar el car�cter ideol�gico del antipositivismo, obvia
adem�s otro hecho relevante: las patolog�as culturales no tienen que ver con el tipo de
racionalidad (sea �sta instrumental o no), tienen que ver con el sistema pol�tico y
econ�mico que determinan el uso y orientaci�n de la investigaci�n cient�fica. Las cr�ticas
formuladas por Habermas a la actitud cientificista tendr�an que ser definidas, por tanto,
como patolog�as del capital. Del uso no adecuado de la ciencia y la tecnolog�a no puede
acusarse a la ciencia y a la tecnolog�a sino a la estructura econ�mica que determina su
orientaci�n; de hecho, no es la ciencia quien presume de neutralidad sino determinadas
interpretaciones de la ciencia. En vez de imprimir este car�cter social y pol�tico a su
cr�tica, Habermas opta por centrar su an�lisis en una interpretaci�n filos�fica de la ciencia
(el positivismo), concluyendo que el conocimiento cient�fico es la ant�tesis de la
reflexi�n.
El positivismo supone la sustituci�n de la teor�a del conocimiento por una teor�a
de la ciencia que niega la relaci�n de conocimiento e inter�s, afirma Habermas. Rescatar
la teor�a del conocimiento implica, por tanto, rescatar la conexi�n de conocimiento e
inter�s; este hecho nos va a permitir adem�s restituir a la Filosof�a el espacio que le fue
arrebatado por los embates del positivismo64. La ciencia, a pesar de su reivindicada
64 Una preocupaci�n que acompa�a a Habermas a lo largo de su trayectoria te�rica es la del lugar que debe ocupar la Filosof�a despu�s del embate cientificista. Dicha preocupaci�n tiene su reflejo en “�Para qu� seguir con la Filosof�a?”, Perfiles filosófico-políticos, pp. 15-34 y en “La filosof�a como vigilante e int�rprete”, Conciencia moral y acción comunicativa, pp. 10-29. En el primero de dichos trabajos Habermas convierte en leit motiv de su proyecto la sentencia de Adorno seg�n la cual la Filosof�a tiene que reconocer que no est� en posesi�n del absoluto pero, al tiempo, no puede apartarse del concepto de verdad. En el segundo art�culo, el marco cr�tico lo ofrece la obra de Rorty, La filosofía y el espejo de la naturaleza, C�tedra, Madrid, 2001. Estando de acuerdo con la cr�tica de Rorty, la cual afirma que no podemos atribuir a la Filosof�a la funci�n de jueza y acomodadora que le fue asignada por Kant, Habermas no se resigna a sentenciar el �mbito filos�fico. Si la Filosof�a ya no puede asumir las funciones tradicionales debido al debilitamiento de la explicaci�n m�tico-religiosa y al desarrollo de la ciencia, es necesario restituir un espacio adaptado a las exigencias postmetaf�sicas que nos obligan a rechazar la posibilidad de una “filosof�a primera”. El punto de partida para definir ese nuevo espacio lo aporta el giro ling��stico. De esta forma, podemos reivindicar para la Filosof�a un espacio ligado al mundo de la vida y a la acci�n orientada al entendimiento donde su funci�n sea clarificar los fundamentos racionales del conocer, el hablar y la acci�n mediante la reconstrucci�n de saberes prete�ricos. Las funciones que la Filosof�a debe asumir en los tiempos postmetaf�sico son las de vigilante e intérprete. Como int�rprete su misi�n consiste en buscar el sustrato racional que unifica los tipos de discurso que representan las esferas de validez (la ciencia, la moral
52
neutralidad, defiende el sistema de valores de la racionalidad cient�fico-t�cnica y estos
valores, resuelve el autor frankfurtiano, no son capaces de dar respuesta a las cuestiones
pr�cticas. Por tal motivo, si queremos rescatar el �mbito pr�ctico de la irracionalidad,
tenemos que restituir una teor�a del conocimiento que exprese la relaci�n existente entre
conocimiento e inter�s. Despu�s de analizar las propuestas de Kant, Hegel y Marx,
Habermas llega a la conclusi�n de que ninguna de ellas es adecuada para emprender tal
empresa, por lo que la teor�a de los intereses cognoscitivos ser� la encargada de acometer
tal labor reclamando la trascendencia. La teor�a de los intereses cognoscitivos
proporciona una justificaci�n trascendental al dualismo metodol�gico concediendo un
y el discurso de autoexpresi�n). Su funci�n de vigilante la desarrolla colaborando con las teor�as emp�ricas cuya labor est� motivada por pretensiones universalistas (como es el caso, por ejemplo, de las disciplinas preocupadas por el desarrollo del juicio moral, la adquisici�n del lenguaje o la evoluci�n cultural). La Filosof�a es, por tanto, una disciplina integradora, pero no fundamentalista, cuya naturaleza es falible. La Filosof�a no puede pretender intervenir en la vida cotidiana como elemento socializador ni establecer jerarqu�as entre las diversas formas de vida. La Filosof�a, en la medida en que no representa ni a la religi�n ni a la psicolog�a, no puede prestar gran ayuda para la vida. Cumpliendo con el papel de intelectuales que participan en procesos p�blicos de autoentendimiento social es como los fil�sofos tienen m�s posibilidades de influir pr�cticamente (en oposici�n a la labor de los expertos cuya labor est� m�s institucionalizada). Los fil�sofos pueden hacer una aportaci�n pr�ctica m�s enriquecedora que otros intelectuales en la medida en que pueden mejorar la comprensi�n de las sociedades ofreciendo un diagn�stico de la modernidad. Por otra parte, y gracias a su propia naturaleza, la Filosof�a puede encargarse de los fundamentos de una convivencia pol�tica justa. La Filosof�a y la democracia dependen una de otra desde un punto de vista estructural ya que, por un lado, para que la Filosof�a tenga repercusi�n p�blica es necesaria una protecci�n institucional y, por otro, el discurso democr�tico, que es constantemente amenazado, precisa de la vigilancia de esos “guardianes p�blicos de la racionalidad” que son los fil�sofos. V�ase: Pensamiento postmetafísico, pp. 26-28 y 60-62; Escritos sobre moralidad y eticidad, Paid�s, Barcelona, 1991, pp. 91-92; Aclaraciones a la ética del discurso, pp. 33, 57-59 y 190-201; Verdad y justificación, pp. 316-320; Textos y contextos, pp. 66-73. Para la relaci�n de sentido com�n y Filosof�a: “Edmund Husserl sobre mundo de la vida, filosof�a y ciencia”, Textos y contextos, pp. 59-73. Para la relaci�n de Filosof�a y modernidad, v�ase el cap�tulo sexto de La constelación posnacional, pp. 169-198. Para un an�lisis de los cambios de tendencias en el entorno de la Filosof�a: “Las servidumbres de la cr�tica a la racionalidad”, Ensayos políticos,Ediciones Pen�nsula, Barcelona, 1988, pp. 104-109. La propuesta habermasiana sobre el papel que debe jugar el fil�sofo en el �mbito de la teor�a democr�tica se expone, por ejemplo, en: Habermas y Rawls, Debate sobre el liberalismo político, Paid�s, Barcelona, 1998, pp. 30-31; 70-71; 172-176 o en Más allá del Estado Nacional, pp. 153-156. Una breve puntualizaci�n sobre la noci�n de Filosof�a tal y como se concibe en el marco del liberalismo pol�tico de Rawls y en la propuesta te�rica de Jaspers se expone en Fragmentos filosófico-teológicos, Trotta, Madrid, 1999, pp. 48-50 (versi�n original de la obra: Vom sinnlichen Eindruck zum symbolischen Ausdruck, Suhrkamp, Frankfurt, 1997). Por su parte, Prieto Navarro (Jürgen Habermas: acción comunicativa e identidad política, Centro de Estudios Pol�ticos y Constitucionales, Madrid, 2003, pp. 369-371) muestra su descontento porque el conjunto de funciones atribuido por Habermas a la Filosof�a puede calificarse, afirma, como anor�xico. Este autor habla de anorexia filos�fica para hacer referencia al desequilibrado reparto de funciones que Habermas impone a la Filosof�a frente a otras disciplinas como la ciencia, la democracia o la religi�n. Creo que Prieto Navarro tiene raz�n cuando denuncia que en la noci�n de Filosof�a habermasiana no se atiende a las cuestiones sustantivas (y es en este sentido concreto en el que yo hablar�a de anorexia), pero Habermas no atiende las cuestiones sustantivas porque su fundamento te�rico se lo impide. En este sentido, la falta de compromiso de la Filosof�a (que Habermas parece justificar por la relaci�n que dicha disciplina mantiene con la totalidad) refleja una gran indefinici�n y, a su vez, denota un error de estrategia. Habermas necesita, si quiere mantener en pie su edificio program�tico, huir de todo aquello que ponga en cuesti�n sus fundamentos. Teniendo en cuenta que estos fundamentos se definen en t�rminos trascendentales, se ve obligado restituir el espacio arrebatado a la Filosof�a extendiendo formalmente sus funciones sin aportarle contenido a las mismas. La debilidad en la que Habermas sume a la Filosof�a no es m�s que un ejemplo de c�mo el prejuicio dualista del que hace gala impone su incursi�n en la tautolog�a.
53
fundamento biol�gico-trascendente a los diversos �mbitos de conocimiento. El
razonamiento del autor frankfurtiano es el siguiente: defendiendo el car�cter
trascendental de dichos intereses cognoscitivos garantizamos que queden al margen del
an�lisis cient�fico. Pero como dichos intereses est�n ligados a la historia natural de la
especie humana, garantizamos al mismo tiempo su origen emp�rico salvaguard�ndolos,
eso s�, del reduccionismo naturalista: los intereses median entre la lógica que subyace a
la formación de la especie humana y su historia natural, pero no reduce la primera a la
segunda. De esta forma, Habermas se defiende de las cr�ticas que puedan acusarlo de
incurrir en un dualismo trascendental reivindicando la etiqueta m�s moderada de “cuasi-
trascendental”.
El inter�s te�rico de autores como Peirce y Dilthey, afirma Habermas, radica en
haber apuntado en la direcci�n correcta al reconocer la relaci�n existente entre
conocimiento e inter�s: el primero realizando un an�lisis del a priori de la investigaci�n
experimental y el segundo analizando el a priori de la comunicaci�n. El gran desm�rito
de ambos, sigue afirmando el autor frankfurtiano, es no haber sido coherentes con esa
intuici�n cediendo ante las exigencias cientificistas. Lo que tanto Peirce como Dilthey
obviaron fue que, cuando reflexionamos sobre la l�gica de la investigaci�n de las ciencias
de la naturaleza y del esp�ritu, los intereses t�cnico y pr�ctico tienen un estatus
trascendental. Si, por un lado, el m�rito de Peirce fue proporcionar un an�lisis de la l�gica
de la investigaci�n m�s adecuado que el del positivismo, su error fue abandonar esta
perspectiva al abordar el examen de las posibilidades del inferir sint�tico. Las formas de
inferencia atribuyen a la naturaleza un contexto instrumental que se define en t�rminos
trascendentales, afirma Habermas. Ese marco trascendente depende de una especie que se
reproduce a trav�s de las acciones racionales respecto a fines y que no puede reducirse a
condiciones emp�ricas. El error de Peirce fue ser v�ctima de una actitud cientificista que
no le permiti� captar la naturaleza dualista del sujeto (o comunidad de investigadores)
distinguiendo entre una esfera emp�rica y una esfera inteligible que se pone de manifiesto
al utilizar recursos trascendentales para definir el mundo. Por su parte, el error de Dilthey
consisti� en intentar objetivar un inter�s pr�ctico que garantiza la supervivencia de la
especie humana al salvaguardar la intersubjetividad de un �mbito que no puede ser objeto
de an�lisis cient�fico. Una peculiaridad de las disciplinas sociales es que en ellas nos
enfrentamos de forma directa al problema de la comprensi�n, a diferencia de las ciencias
naturales donde dicho proceso se presupone. El problema de la comprensi�n adquiere un
matiz especial, afirma Habermas, desde el momento en que se incluye el sentido como
54
concepto teórico básico. Es la noción de sentido la que impone la dualidad de método
negando el programa de una ciencia unificada. En otras palabras, el análisis del sentido
no puede llevarse a cabo de forma científica, por lo que es necesario proponer una
metodología especial para las ciencias sociales: el método hermenéutico.
Aún pudiéndose aceptar la tesis de la doble hermenéutica para el ámbito social,
lo que no resulta evidente es la consecuencia anticientificista que Habermas deriva de
ello. Las diferencias existentes entre los objetos de estudio no justifican la diferencia de
métodos (de ser así, en el ámbito de las ciencias naturales tendrían que utilizarse métodos
distintos en la medida en que sus objetos de estudio son diferentes). El error que subyace
al razonamiento habermasiano, y que sirve como justificación de su anticientificismo, es
el de identificar lo científico con lo empírico y lo empírico con lo directamente
observable. Aunque bien es cierto que el razonamiento expuesto es fácilmente criticable
(incluso Habermas reconoce el error de haber manejado una concepción demasiado
empirista de la ciencia), creo que es un razonamiento que de forma más o menos
elaborada nos determina a la hora de defender que la noción de sentido no puede ser
analizada científicamente. Este prejuicio nos impide aceptar que las características del
objeto social con lo único que nos compromete es con el hecho de ofrecer una
explicación adecuada de las mismas, no con la dualidad de método. Lo que sí puede ser
objeto de crítica son las propuestas teóricas que adoptan una apariencia cientificista
recurriendo a formalismos incapaces de aprehender la complejidad del objeto, pero
criticar dichas posturas formalistas no es criticar a la ciencia.
Otro dato que demuestra que la postura anticientificista de Habermas no deriva
del análisis sino de un prejuicio dualista es su teoría de las actitudes. Adoptando esta
teoría, Habermas diferencia entre una actitud objetivante (propia de un observador que se
enfrenta a su objeto de estudio desde fuera) y una actitud realizativa (propia de un
participante que se enfrenta a su objeto de estudio desde dentro). En el ámbito social, el
intérprete sólo puede llevar a cabo su labor interpretativa en una actitud participante; la
actitud objetivante adoptada por el científico o la científica en el ámbito natural no es
aplicable al ámbito simbólicamente estructurado. Esta distinción establecida por
Habermas entre actitud objetivante y actitud realizativa nos enfrenta, sin embargo, a una
serie de problemas. Por ejemplo, ¿qué ocurre con la comunidad de investigadores que
lleva a cabo su labor científica en términos comunicativos?; ¿está dicha comunidad de
investigadores obligada a una alternancia constante entre la actitud objetivante y la
actitud realizativa?; ¿qué ocurre en las situaciones en las que alguien se dice algo a sí
55
mismo en una actitud objetivadora? Obligar a que la interpretaci�n social se desarrolle en
una actitud participante enfrenta tambi�n a Habermas al problema de la objetividad. El
autor frankfurtiano intenta resolver esta dificultad recurriendo a uno de sus presupuestos
m�s importantes: el criterio intersubjetivo. El int�rprete social puede trascender su
situaci�n de partida identific�ndose con los dem�s en un proceso interactivo definido en
t�rminos p�blicos e intersubjetivos. Pero, �cu�l es el fundamento te�rico que permite a
este autor proponer la identidad intersubjetiva como requisito de la objetividad? Un
inter�s cognoscitivo pr�ctico al que se le atribuye una naturaleza cuasitrascendental.
Para cerrar por el momento este apartado de cr�ticas voy a apuntar algunas dudas
relativas al inter�s emancipatorio. Junto a los intereses t�cnico y pr�ctico, Habermas
propone un tercer inter�s (el inter�s emancipatorio) cuyo objetivo es restaurar las
condiciones de la comunicaci�n no distorsionada. Tal y como hemos comentado, la
actitud de Habermas respecto a dicho inter�s es un tanto ambigua: en algunos casos lo
considera un inter�s derivado, en otros un inter�s matriz. Quiz� esta ambig�edad derive
de lo complejo que resulta justificar la existencia de un inter�s trascendental de car�cter
emancipatorio. Esta complejidad puede suscitar numerosas dudas, se�alar� s�lo algunas:
si el inter�s emancipatorio tiene un car�cter formal, �hasta qu� punto podemos hablar de
un anclaje hist�rico?65. Dadas las condiciones de represi�n o comunicaci�n
sistem�ticamente distorsionada, �el inter�s emancipatorio se explicita en todo sujeto o
s�lo en aquellos que son objeto de dominaci�n? Respecto a la primera duda suscitada, el
car�cter ahist�rico del inter�s emancipatorio s�lo podr�a justificarse remiti�ndonos a la
naturaleza trascendental de la teor�a de los intereses rectores del conocimiento. Este
hecho impregna la teor�a habermasiana de un idealismo que abunda en el car�cter
contraf�ctico de su propuesta. Las consecuencias que derivan de la segunda duda
tampoco son desde�ables. Si Habermas defiende que el inter�s emancipatorio afecta a
todos los sujetos estar�a afirmando que dicho inter�s tambi�n afecta a los dominadores. Y
si esto es as�, �por qu� sigue existiendo la dominaci�n? Si, por el contrario, el autor
frankfurtiano defiende que el inter�s emancipatorio s�lo afecta a los sujetos que sufren la
dominaci�n, �c�mo es posible entonces establecer las condiciones de un di�logo
irrestricto entre sujetos que se orientan por intereses tan opuestos como los representados
65 V�ase, por ejemplo: Wellmer, “�ber Vernunft, Emanzipation und Utopie”, Ethik und Dialog, Elemente der moralischen Urteil bei Kant und in der Diskursethik, Suhrkamp, Frankfurt, 1986 (Traducci�n al castellano: Ética y Diálogo, Anthropos, Barcelona, 1994); Dieter Misgeld, “Critical Theory and Hermeneutics: the Debate between Habermas and Gadamer”, op. cit., pp. 164-183.
56
por el dominador y el dominado?; ¿cómo es posible que el dominado, a pesar de verse
afectado por un interés trascendental que le aboca a la emancipación, siga obedeciendo?
Muchas son las dudas que puede generar la teoría de los intereses cognoscitivos
pero, como el objetivo de este apartado no es llevar a cabo una exposición detallada de
dicha teoría en la medida en que ésta no es objeto preferente de nuestro análisis, no voy a
extenderme en su exposición. Tal y como indiqué, la única finalidad que persigo con esta
breve descripción es intentar demostrar que los principios teóricos que Habermas utiliza
como premisas para configurar su propuesta comunicativa ya están determinando la
formulación de la teoría de los intereses rectores del conocimiento. Estos principios
reflejan decisiones teóricas que optan por el dualismo metodológico y por la
intersubjetividad trascendental. Las críticas formuladas al positivismo se transforman en
críticas a la actitud cientificista, y esta negación del cientificismo se refleja en el rechazo
rotundo con el que Habermas se enfrenta a la posibilidad de que el método explicativo de
la ciencia se aplique al ámbito simbólicamente estructurado; es decir, al ámbito social.
Este ámbito social se define en términos intersubjetivos y sólo puede ser objeto de una
interpretación que respete los límites impuestos por el lenguaje ordinario.
1.2. De la teoría de los intereses cognoscitivos al paradigma de la racionalidad comunicativa
El tránsito de Conocimiento e interés a Teoría de la acción comunicativa no
representa ninguna transformación sustancial. Habermas sigue insistiendo en una
perspectiva trascendental que impone al análisis de la esfera comunicativa los
presupuestos anticientificistas, antimentalistas y dualistas que rigen la definición de la
teoría de los intereses cognoscitivos. La única diferencia radica en que mientras que en
Conocimiento e interés Habermas adopta una perspectiva metodológica y epistémica que
incide en un modelo de sujeto ligado a la filosofía de la conciencia, en Teoría de la
acción comunicativa sustituye el paradigma de la conciencia por el paradigma del
lenguaje. Adoptar una perspectiva teórica centrada en la conciencia condujo a Habermas,
según él mismo declara, a un callejón sin salida que le obligó a sustituir el modelo de un
sujeto monológicamente constituido por un modelo de sujeto que actúa inspirado por los
imperativos procedimentales de la racionalidad comunicativa. Esta racionalidad
comunicativa, que es un tipo de racionalidad inscrita en los procesos comunicativos
57
cotidianos, va a convertirse en n�cleo de una teor�a del significado que, inserta en una
pragm�tica de tipo formal, toma como referente al giro ling��stico.
El objetivo de Habermas es proporcionar fundamento a la teor�a cr�tica y, tal y
como hemos indicado, para proporcionar este fundamento incide en la necesidad de
reivindicar la conexi�n de teor�a y praxis. La finalidad �ltima es demostrar que el �mbito
pr�ctico tambi�n puede ser objeto de justificaci�n sin incurrir, por ello, en un
reduccionismo empirista. En el primer apartado de este cap�tulo analizamos c�mo el autor
frankfurtiano proporciona esta justificaci�n recurriendo a una estrategia epist�mica
(representada por la teor�a de los intereses cognoscitivos) y a una estrategia metodol�gica
(al distinguir entre las ciencias emp�rico-anal�ticas y las ciencias hist�rico-
hermen�uticas). Con esta estrategia epist�mica y metodol�gica, Habermas pretende
demostrar que el �mbito social puede orientar su investigaci�n en t�rminos objetivos sin
sucumbir a las exigencias cientificistas impuestas por el positivismo. Esto es posible
gracias a la actuaci�n de un inter�s cuasi-trascendental como es el inter�s pr�ctico.
Cuando Habermas decide proporcionar fundamento al �mbito social sin recurrir a una
perspectiva epist�mica y metodol�gica, opta por centrar el an�lisis en el concepto de
interacci�n social. Dicho an�lisis adquiere connotaciones innovadoras al intentar
demostrar que la interacci�n social viene regulada por los presupuestos procedimentales
de una forma de racionalidad que, a diferencia de la racionalidad instrumental, define su
naturaleza en t�rminos comunicativos. Lo que pretende Habermas con la noci�n de
racionalidad comunicativa es proponer una noci�n de racionalidad m�s comprensiva que
la racionalidad cognitiva; una noci�n de racionalidad que no confunda la raz�n te�rica
con el m�todo cient�fico siendo capaz de ofrecer un fundamento cognitivista al �mbito
pr�ctico66.
66 Lo que pretende el autor frankfurtiano no es analizar la relaci�n existente entre lo real y lo racional sino identificar las posibilidades emp�ricas que tienen las diversas formas de vida de concretar estructuras racionales. Habermas expone los motivos que le abocaron a centrar su propuesta en la noci�n de racionalidad en “Dial�ctica de la racionalizaci�n”, Ensayos políticos, pp. 150-154. Sin embargo, el esbozo de una racionalidad comunicativa que se inscribe en la acci�n y el lenguaje se expone, tal y como reconoce el propio Habermas, en H. Arendt, The Life of Mind, Harcourt Brace Jovanovich, Nueva York, 1978. Sobre la noci�n de racionalidad comunicativa habermasiana, v�ase: El discurso filosófico de la modernidad, pp. 368-371; J. De Zan, “La teor�a de la acci�n comunicativa como teor�a de la racionalidad”, Discurso y realidad, octubre 1990, pp. 79-88; y, en discusi�n con Rorty: “Cuestiones y contracuestiones”, VV. AA., Habermas y la modernidad, C�tedra, Madrid, 1988, pp. 312-315 o R. Rorty, El pragmatismo, una versión. Antiautoritarismo en espistemología y ética, Ariel Filosof�a, Barcelona, 2000 (sobre todo pp. 82-100); S. K. White, The recent Work of Jürgen Habermas. Reason, Justice and Modernity, Cambridge University Press, Cambridge, 1988; M. Pojana, Zum Konzept der kommunikatinven Rationalität bei Jürgen Habermas, Die Blaue Eule, Essen, 1985; R. del �guila, F. Vallesp�n, “La racionalidad dial�gica: sobre Rawls y Habermas”, Zona Abierta, abril-junio 1984, pp. 93-125. Tambi�n se ha debatido la posible influencia ejercida por las tesis religiosas en la noci�n habermasiana de racionalidad; v�ase al respecto: “Israel o
58
1.2.1. La racionalidad comunicativa: un fundamento para el anticientificismo
Para emprender el an�lisis de esta racionalidad comunicativa, afirma Habermas,
la disciplina social m�s adecuada es la Sociolog�a67. En este apartado expondremos, por
tanto, una descripci�n sociol�gica de la racionalidad comunicativa, hecho que pone de
manifiesto otro de los presupuestos nucleares de la propuesta habermasiana: el
antimentalismo. Hablando de racionalidad, lo adecuado ser�a admitir que la Psicolog�a es,
al menos, una de las disciplinas sociales que puede realizar importantes aportaciones a
dicha descripci�n. Habermas no se plantea esta posibilidad. Es m�s, tal y como iremos
viendo a lo largo de este trabajo, el autor frankfurtiano ofrece numerosos argumentos que
intentan disociar el an�lisis de la racionalidad comunicativa (y de cualquiera de sus
presupuestos te�ricos) de la explicaci�n psicol�gica. El motivo que respalda esta tesis es
su anticientificismo: en la medida en que el m�todo cient�fico no tiene cabida en el
�mbito social, la psicolog�a queda incapacitada para hacer aportaciones te�ricas a la
descripci�n de la racionalidad comunicativa. La funci�n que debe cumplir una ciencia
como la Psicolog�a es asumida por una descripci�n de tipo sociol�gico que intenta dar
cuenta de c�mo se ha producido el proceso de racionalizaci�n que ha afectado a las
sociedades modernas. El referente te�rico utilizado por Habermas para afrontar el an�lisis
de dicho proceso es Max Weber68.
Atenas. �A qui�n pertenece la raz�n anamn�tica? Johann Baptist Metz y la unidad en la multiplicidad cultural”, Israel o Atenas, Edici�n de Eduardo Mendieta, Trotta, Madrid, 2001, p.175. 67 Esto se debe a que la Sociolog�a ha sido la encargada de analizar las transformaciones sufridas por las sociedades viejoeuropeas, en el plano de la integraci�n social, a partir del desarrollo de los Estados modernos y la constituci�n de un sistema econ�mico regulado a trav�s del mercado. La Sociolog�a se convierte as� en una ciencia de la crisis que se encarga de los problemas que la pol�tica y la econom�a iban desechando a medida que se convert�an en disciplinas especializadas. De esta forma, la Sociolog�a se convierte en el �rea de conocimiento que intenta abarcar globalmente el an�lisis de lo social, por lo que se define una estrecha conexi�n entre �sta y la teor�a de la sociedad. La adecuaci�n de la Sociolog�a para tratar el tema de la racionalidad se debe, por otro lado, al hecho de que surge como ciencia de la sociedad burguesa, por lo que debe encargarse de examinar las manifestaciones an�micas de la modernizaci�n capitalista. Para completar la argumentaci�n de Habermas, v�ase: Introducci�n a Teoría de la acción comunicativa I, pp. 15-23. 68Con la noci�n de racionalizaci�n Weber hace referencia al proceso de transformaci�n que sufren las instituciones y las estructuras sociales durante el tr�nsito de las sociedades primitivas a las sociedades modernas. No obstante, afirma Habermas, Weber tuvo m�s clara la relevancia hist�rica del concepto que su importancia metodol�gica. El proceso de racionalizaci�n lo expone Habermas por vez primera en Reconstrucción del materialismo histórico. En la interpretaci�n habermasiana de la propuesta de Weber ha influido el an�lisis de W. Schluchter, Die Entwicklung des Okzidentalen Rationalismus, T�bingen, Mohr, 1979; v�ase al respecto: E. Serrano G�mez, Legitimación y racionalización. Weber y Habermas: la dimensión normativa de un orden secularizado, Anthropos, Barcelona, 1994. V�ase tambi�n: Weber, “Die protestantische Ethik und der Geist des Kapitalismus”, Archiv für sozialwissenschaft und sozialpolitik, 20, (1904), 21 (1905); Gesammelte Aufsätze zur Religionssoziologie, volumen I y III; Wirtschaft und Gesellschaft, 1922 y “Wissenschaft als Beruf”, Gesammelte Aufsätze zur Wissenschaftslehre; Gesammelte
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A la hora de explicar el proceso de racionalizaci�n operado en las sociedades
modernas, Habermas concede especial relevancia a la diferenciaci�n de esferas de valor
que Weber postula como consecuencia del debilitamiento de la metaf�sica y la religi�n.
La metaf�sica y la religi�n imponen una visi�n unificada del mundo que poco a poco se
va fragmentando hasta dar lugar a tres esferas bien diferenciadas: la ciencia, el arte y el
derecho-moral. Estas tres esferas de valor, afirma el autor frankfurtiano, nos obliga a
distinguir entre diversos tipos de actitudes y complejos de racionalidad que no pueden ser
reunificados so pena de incurrir en una reencantamiento de la sociedad. Distinguimos,
por tanto, entre una actitud objetivante que delimita una racionalidad de tipo cognitivo-
instrumental, una actitud de conformidad con las normas que delimita un tipo de
racionalidad pr�ctico-moral y una actitud expresiva que define una racionalidad pr�ctico-
est�tica. La racionalidad cognitivo-instrumental da lugar a un tipo de saber definido como
progreso t�cnico y cient�fico; la racionalidad pr�ctico-moral da lugar a un tipo de saber
que se basa en la aportaci�n de nociones morales y jur�dicas, y la racionalidad pr�ctico-
est�tica define una forma de saber que implica la interpretaci�n de las necesidades de
forma adecuada a las condiciones hist�ricas69. Pues bien, de estas tres formas de
racionalidad, la que se ha impuesto en las sociedades modernas como muy bien
denunciaron los miembros de la primera generaci�n de la Escuela de Frankfurt, es la
racionalidad instrumental.
La racionalidad instrumental es la responsable de que los ideales ilustrados
adquieran la forma weberiana de un “f�rreo estuche” que se caracteriza por la p�rdida de
libertad y por la p�rdida de sentido70. De esta forma, Weber incide en una interpretaci�n
pesimista de la distinci�n de esferas de valor en la medida en que representan los
imperativos de una sociedad fragmentada que no cuenta con el respaldo unificador de una
raz�n totalizante. Esta visi�n pesimista de la que hace gala Max Weber influye en
politische Schriften, 1921. Un an�lisis de las dimensiones te�ricas a trav�s de las cuales Weber describe la racionalizaci�n (la sistematizaci�n de plexos de sentido, ciencia moderna y t�cnica, �tica regida por principios y modo met�dico de vida) se expone en: Habermas, “Aspectos de la racionalidad de la acci�n”, Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos, pp. 373-375. La reflexi�n en torno a la racionalizaci�n social, incluyendo la visi�n del funcionalismo sociol�gico, en: ib�dem, pp. 375-376.69T. McCarthy, en “Reflexiones sobre la racionalizaci�n en la Teor�a de la Acci�n Comunicativa”, Habermas y la modernidad, pp. 277-304, desarrolla una cr�tica bastante exhaustiva al cuadro que representa los complejos de racionalidad propuestos por Habermas en “R�plica a objeciones”, op. cit., p. 436. La r�plica de Habermas a la exigencia expresada por Thompson sobre la necesidad de fundamentar estas distinciones se expone en ib�dem, pp. 462-463.70 Habermas interpreta la p�rdida de libertad weberiana como cosificaci�n de los �mbitos estructurados comunicativamente (cosificaci�n que es inducida por las esferas de la econom�a y la burocracia); la perdida de sentido, por su parte, la interpreta como empobrecimiento cultural.
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Luk�cs71 o en autores de la primera generaci�n de la Escuela de Frankfurt como
Horkheimer o Adorno72. Habermas, por el contrario, se resiste a asumir esta
interpretaci�n pesimista. Si ante el diagn�stico de Weber s�lo cabe esperar el abandono
del proyecto de la modernidad o asirnos a los ideales ilustrados y buscar nuevas formas
de an�lisis que permitan superar esta visi�n pesimista, el autor frankfurtiano opta por esta
�ltima posibilidad73. Habermas est� de acuerdo con Weber en la necesidad de distinguir
las tres esferas culturales a las que ha dado lugar el proceso de racionalizaci�n operado en
las sociedades modernas, pero insiste en el hecho de que de esta diferenciaci�n no debe
seguirse necesariamente una situaci�n de reificaci�n no resuelta74.
El nacimiento de las sociedades capitalistas modernas supone la consolidaci�n
institucional y motivacional de nociones jur�dicas y morales postconvencionales, pero
tambi�n hay que tener en cuenta, puntualiza Habermas, que el proceso de modernizaci�n
de las sociedades capitalistas se ha visto alterado por el dominio que la racionalidad
cognitivo-instrumental ejerce sobre la racionalidad pr�ctico-moral y pr�ctico-est�tica. El
problema, por tanto, no radica en la diferenciaci�n de esferas de valor sino en el dominio
ejercido por la racionalidad instrumental. Para contraponer este dominio tenemos que
incidir en la relevancia te�rica y pr�ctica de un tipo de racionalidad definida en t�rminos
71 G. Luk�cs, Geschichte und Klassbewusstsein, Berl�n, 1923; Teoría de la acción comunicativa I, pp. 433-465. Habermas analiza la noci�n de cosificaci�n utilizada por Luk�cs en Historia y conciencia de clase partiendo del presupuesto de que �sta se configura en el �mbito de la racionalidad instrumental y de que la intenci�n de Luk�cs, al manejar dicha noci�n, es desligar del contexto de la teor�a de la acci�n el an�lisis de Weber sobre la racionalizaci�n. La aportaci�n te�rica m�s importante de Luk�cs consiste en intentar conciliar de manera no traum�tica las aportaciones de Weber y Marx. Sin embargo, este proyecto, que pretende rescatar la dimensi�n filos�fica del marxismo materializando el concepto weberiano de racionalizaci�n, fracasa. Este fracaso se debe, afirma Habermas utilizando como fundamento la tesis de Wellmer, a que la reconstrucci�n filos�fica que pretende llevar a cabo Luk�cs lo aboca al idealismo objetivo. 72 Ambos autores, influidos por el acontecer de su contexto hist�rico, se rindieron ante el supuesto car�cter realista del diagn�stico de Weber asumiendo una actitud desesperanzada respecto al cambio social y adoptando como criterio de an�lisis la raz�n instrumental: la raz�n se convierte en raz�n instrumental y s�lo permite la oposici�n ejercida por la rememoraci�n de las fuerzas mim�ticas. V�ase: A. Wellmer (“Raz�n, utop�a y la dial�ctica de la Ilustraci�n”, Habermas y la modernidad, pp. 65-110); en este art�culo se expone de forma bastante esclarecedora la noci�n de racionalizaci�n de Weber, la recepci�n de dicha tesis por parte de Horkheimer y Adorno y la reformulaci�n de la misma elaborada por Habermas. V�ase tambi�n: Teoría de la acción comunicativa I, pp. 493-508. Habermas repasa la postura de Adorno y Horkheimer, utilizando las claves de la filosof�a de la conciencia para justificar la necesidad de un cambio de paradigma en el contexto de la teor�a de la sociedad, en ib�dem, pp. 465-508.73 Habermas analiza algunas de las perspectivas te�ricas que han intentado tomar postura ante este planteamiento. Entre las posturas que �l denomina descriptivas se�ala la teor�a de la elecci�n racional y la teor�a de sistemas. No obstante, puntualiza el autor frankfurtiano, las propuestas de Heidegger y Wittgenstein resultan m�s adecuadas por ofrecer un planteamiento alternativo de raz�n y de cr�tica: una cr�tica de la raz�n que se centra en el sujeto rechazando la postura totalizante de la visi�n hegeliana. 74 V�ase por ejemplo: “Dial�ctica de la racionalizaci�n”, op. cit., pp. 156-158. Respecto a las hornadas de modernizaci�n de los mundos de la vida, v�ase: La constelación posnacional. Ensayos políticos, Paid�s, Barcelona, 2000, pp. 110-118.
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comunicativos a la que hay que atribuir la tarea de proporcionar un fundamento al �mbito
pr�ctico. Incluir en el an�lisis de la racionalizaci�n moderna el concepto de comunicaci�n
conlleva sustituir el modelo de un sujeto que act�a monol�gicamente adapt�ndose de
forma eficaz al medio por un modelo de sujeto que interact�a racionalmente gracias a su
capacidad comunicativa. El principal error en el que incurre el an�lisis weberiano es en
no haber tenido en cuenta esta dimensi�n comunicativa; de haberlo hecho, podr�a haber
valorado positivamente la constituci�n de las diversas esferas de valor. La definici�n de
estas tres esferas es un hecho hist�rico y sociol�gico relevante, afirma el autor
frankfurtiano, en la medida en que ha permitido constituir una base universal de validez
que representa la posibilidad de interactuar racionalmente:
La racionalizaci�n social significa entonces, no la difusi�n de la acci�n racional con arreglo a fines y la transformaci�n de los �mbitos de acci�n comunicativa en subsistemas de acci�n racional con arreglo a fines. El punto de referencia ha de constituirlo m�s bien el potencial de racionalidad �nsito en la base de validez del habla. Este no se detiene nunca por completo; pero puede quedar activado a niveles distintos que dependen del grado de racionalizaci�n del saber cosmovisivo75.
Tal y como hemos comentado, las diversas esferas de valor que se constituyen
en las sociedades occidentales son efecto del debilitamiento originado en las im�genes
metaf�sicas y religiosas del mundo. Al producirse este desencantamiento de la sociedad,
los sujetos ya no pueden recurrir a un saber cosmovisivo sustentado en el mito o la
especulaci�n. En la medida en que las esferas de valor representan formas diversas de
racionalidad, los sujetos tienen que comportarse racionalmente en relaci�n a cada una de
ellas; es decir, tienen que sustituir la explicaci�n mitol�gica por el uso de razones. El
argumento del autor frankfurtiano es el siguiente: si las esferas de valor se diferencian
gracias a un proceso de tendencia a la racionalizaci�n, dichas esferas representan tres
dimensiones racionales que constituyen una base universal de validez. La pregunta que
queda sin respuesta es c�mo justifica Habermas el salto cualitativo de las esferas de valor
weberianas, que describen condiciones emp�ricas, a una base universal de validez.
75Teor�a de la acci�n comunicativa I, p. 433. En la constituci�n de la noci�n de validez influye la expresi�n de Austin “to be right to” (definida en el sentido de la adecuaci�n establecida a partir del conocimiento de los hechos y los prop�sitos perseguidos); v�ase: “�Qu� significa pragm�tica universal?”, op. cit., p. 351. Tambi�n influye el an�lisis habermasiano de las demandas jur�dicas; v�ase: “Teor�as de la verdad”, Teor�a de la acci�n comunicativa: complementos y estudios previos, p. 115. Habermas utiliza la noci�n de validez en un sentido normativo, diferenci�ndola as� de la validez emp�rica weberiana. Como afirma en la p�gina 324 de Teor�a de la acci�n comunicativa I, las pretensiones de validez se distinguen de las pretensiones emp�ricas en la medida en que las primeras pueden desempe�arse mediante el uso de argumentos que sirven a la motivaci�n racional.
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En la medida en que Weber habla de tres esferas de valor (ciencia,
derecho/moral y arte), Habermas propone una diferenciaci�n interna de la base universal
de validez con el objetivo de hacer corresponder cada uno de sus componentes con una de
las esferas weberianas. La base universal de validez estar�a constituida, por tanto, por la
verdad (representando a la ciencia), la rectitud (que representa al �mbito pr�ctico del
derecho y la moral) y la veracidad (que representa la dimensi�n expresiva del arte)76. En
cualquier uso del lenguaje, afirma Habermas, nos remitimos a la base universal de validez
formada por la pretensi�n de verdad, rectitud y veracidad77. Ahora bien, estos tres
�mbitos se constituyen como pretensiones de validez en la medida en que los sujetos
implicados en una interacci�n social pueden ponerlas en entredicho. Una pretensi�n de
validez equivale a la afirmaci�n de que se cumplen las condiciones de validez de una
manifestaci�n o emisi�n. Lo mismo si el hablante plantea su pretensi�n de validez
impl�citamente que si lo hace de manera expl�cita, el oyente puede aceptar dicha
pretensi�n o ponerla en duda78. Cuando nos encontramos en esta �ltima circunstancia, los
sujetos deben aportar razones a favor o en contra de la pretensi�n de validez vinculada a
las emisiones o actos de habla79. El objetivo es la consecuci�n o mantenimiento de un
consenso que se basa en el reconocimiento intersubjetivo de dichas pretensiones80. Las
76 En “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., p. 94 y en “�Qu� significa pragm�tica universal?”, op. cit., p. 300, Habermas habla de cuatro pretensiones de validez: la inteligibilidad, la verdad, la rectitud y la sinceridad. Sin embargo, en “Teor�as de la verdad”, op. cit., p. 123, afirma: “La inteligibilidad representa, en cambio, mientras la comunicaci�n discurra sin perturbaciones, una pretensi�n de validez f�cticamente ya resuelta; no es simplemente una promesa. Por eso voy a poner la “inteligibilidad” entre las condiciones de la comunicaci�n y no entre las pretensiones de validez, discursivas o no discursivas que se entablan en la comunicaci�n”. El sistema de pretensiones de validez queda reducido, por tanto, a la verdad, la rectitud y la veracidad. Tal y como expone Habermas en la p�gina 103 de Teoría de la acción comunicativa II, el origen de las pretensiones de validez susceptibles de cr�tica pudo deberse a un proceso de asimilaci�n de la pretensi�n de verdad a nivel normativo; v�ase: “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., pp. 94-111.77 V�ase: “�Qu� significa pragm�tica universal?”, op. cit., pp. 358-359 o “Some Distinctions in Universal Pragmatics”, Theory and Society, 3, 1976, pp. 155-167. 78 El manejo de las diversas pretensiones de validez se plantea en la pr�ctica comunicativa intentione recta pero la referencia al proceso discursivo en el que se toma postura ante dichas pretensiones siempre est� presente, aunque sea de forma impl�cita. Tal y como expone Habermas en “Teor�as de la verdad”, es precisamente la naturaleza intersubjetiva del reconocimiento de las pretensiones de validez lo que las diferencia de las certezas (las cuales tienen un car�cter subjetivo): mientras que las certezas se tienen, las pretensiones se entablan. La praxis argumentativa, afirma Habermas, ofrece la ventaja de poder explicarse sin necesidad de recurrir a las nociones sustantivas que Rawls precisa para la constituci�n te�rica de la “posici�n original”; v�ase: Habermas y Rawls, Debate sobre el liberalismo político, p. 54. Los detalles de c�mo se lleva a cabo dicho procedimiento argumentativo a partir de la estructura gramatical de los actos de habla los expongo en el cap�tulo sexto. 79 Unidad m�nima de an�lisis para la concepci�n pragm�tica del significado. Esta unidad m�nima incide en dos aspectos: la implicaci�n contextual de las emisiones y la interacci�n. Profundizaremos en el an�lisis de este concepto en el cap�tulo quinto. 80 Tal y como expone Habermas en las pp. 34-35 y 39-41 de Teoría de la acción comunicativa I, tambi�n en el caso de las emisiones evaluativas (el deseo de viajar o el rechazo a la guerra) se pueden esgrimir
63
pretensiones de validez forman parte de la propia estructura discursiva del habla
poniendo de manifiesto que la raz�n debe entenderse como una raz�n comunicativa81.
Cuando hablamos de racionalidad comunicativa nos referimos, por tanto, a un
procedimiento pragm�tico de fundamentaci�n que se basa en la discusi�n racional de
pretensiones de validez82. La racionalidad comunicativa no remite a una forma de
buenas razones en la medida en que se justifiquen recurriendo a juicios de valor. Los est�ndares de valor no tienen el car�cter intersubjetivo de las normas aceptadas pero tambi�n se puede diferenciar entre un uso racional o irracional de los mismos. El uso racional se define cuando los dem�s sujetos implicados en la interacci�n se identifican con las descripciones del actor en la medida en que en esas circunstancias hubiesen reaccionado de manera parecida; el uso irracional se caracteriza por su naturaleza r�gida y privada. Las posturas postmodernas son incorrectas, afirma Habermas, en la medida en que son incapaces de distinguir los discursos colonialistas (que se imponen por la coacci�n del sistema) de los discursos convincentes (cuya imposici�n se produce por su propia evidencia). Esta distinci�n refleja la diferencia existente entre convicci�n y persuasi�n, lo que pone de manifiesto que las cuestiones pr�cticas s�lo pueden dilucidarse dial�gicamente en el marco del lenguaje ordinario; v�ase: La constelación posnacional, p. 189 y “La pretensi�n de universalidad de la hermen�utica”, op. cit., pp. 279-280. Un consenso falso se debe al enga�o, al autoenga�o o al error. El pseudoconsenso caracteriza a las comunicaciones sistem�ticamente distorsionadas en la medida en que suponen transgredir las condiciones de formaci�n del consenso sin que los sujetos que participan en el proceso sean conscientes de ello; v�ase: “R�plica a objeciones”, op. cit., p. 420. La noci�n de consenso, al igual que la situaci�n ideal de habla, ha recibido numerosas cr�ticas porque se puede interpretar como unanimidad ideal que obvia la posibilidad f�ctica de disenso. Por este motivo, Habermas se ha visto obligado a insistir en el car�cter regulativo de dicha noci�n proponi�ndola como una orientaci�n cr�tica definida en el marco de los discursos racionales; v�ase: T. McCarthy, “La pragm�tica de la raz�n comunicativa”, Isegoría, n� 8, pp. 65-84. 81 La l�gica que describe el sistema de los pronombres personales, seg�n defiende Habermas, es fundamental en el an�lisis de la racionalidad comunicativa en la medida en que posibilita el intercambio de papeles entre las personas implicadas en la interacci�n. Las relaciones rec�procas establecidas en los actos de habla definen el car�cter intercambiable de los roles de preguntar o responder, de obedecer o mandar pero, al mismo tiempo, este requisito se une a otro por el que se rige el car�cter no canjeable de los sujetos que asumen los roles dial�gicos. Por este motivo, la relaci�n intersubjetiva exige la competencia necesaria para utilizar de manera correcta los pronombres personales. La l�gica que subyace al uso de pronombres personales supone el reconocimiento de unos sujetos que, al manejar significados id�nticos, abren una v�a a la consecuci�n del entendimiento; v�ase: “Discusi�n con Niklas Luhmann (1971): �teor�a sist�mica de la sociedad o teor�a cr�tica de la sociedad?”, La lógica de las ciencias sociales, p. 349. V�ase tambi�n: “Libertad comunicativa y teolog�a negativa. Preguntas a Michael Theunissen”, op. cit., pp. 119-120. 82 Al igual que ocurre con otras importantes nociones de la propuesta habermasiana, la formulaci�n te�rica de las pretensiones de validez tambi�n ha sido objeto de cr�tica. Entre ellas podemos destacar las objeciones planteadas por Leist (“Was heisst Universalpragmatik?”, Germanistische Linguistik, 5/6, 1977). Este autor pone en duda tres de las premisas que sustentan dicha teor�a: 1) que todos los actos de habla orientados al entendimiento est�n asociados a tres pretensiones de validez, 2) que las pretensiones de validez se puedan diferenciar de forma suficiente y 3) que el an�lisis de las pretensiones se tenga que llevar a cabo adecu�ndose a los requisitos impuestos por la pragm�tica formal. Respecto a la primera objeci�n, uno de los problemas principales se plantea con el car�cter universal de la pretensi�n de verdad. Frente a este argumento, Habermas defiende que los actos de habla no constatativos tambi�n poseen contenido proposicional, de ah� que tambi�n se refieran a estados de cosas aunque no de manera directa: en este caso se presupone la existencia de estados de cosas que no se mencionan. Por otro lado, la pretensi�n de rectitud tambi�n se extiende a los actos de habla constatativos y expresivos en la medida en que dichos actos de habla definen relaciones de tipo interpersonal que se insertan en un plexo de ordenaciones leg�timas. En referencia a la segunda objeci�n, la dificultad en la que hace especial hincapi� Leist es en la posibilidad de diferenciar correctamente entre la pretensi�n de verdad y veracidad. Sin embargo, matiza Habermas, esta dificultad s�lo se refiere a los actos de habla expresivos cuyo elemento proposicional est� formado por un verbo cognoscitivo utilizado en primera persona del presente de indicativo. La posible confusi�n de verdad y veracidad se resuelve pasando del nivel sem�ntico al pragm�tico y comparando, por tanto, actos de habla en vez de oraciones. De este tr�nsito se deduce como leg�tima, sigue afirmando el autor frankfurtiano, la exigencia de mantener en planos distintos la pretensi�n de verdad y veracidad. Para hacer frente a la tercera
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conocimiento sino a c�mo los sujetos hacen uso del mismo. Frente a la versi�n
cognitivista de la racionalidad que incide en la afirmaci�n exitosa sobre el mundo
objetivo y en la capacidad de adaptarse a las condiciones de un entorno cambiante, la
racionalidad comunicativa hace referencia a un procedimiento que consiste en adoptar
una postura racional ante las pretensiones de validez83. En el contexto de las acciones
comunicativas, un sujeto es racional cuando es capaz de defender una afirmaci�n,
justificar el seguimiento de una norma o la autenticidad de la expresi�n de un deseo o
sentimiento. Esta capacidad se constituye como condici�n necesaria para el
establecimiento de un acuerdo racionalmente motivado en el que s�lo es admisible la
fuerza ejercida por los mejores argumentos. En el caso de la racionalidad cognitiva es la
manipulaci�n instrumental la que act�a como telos; cuando nos referimos a la
racionalidad comunicativa dicho telos lo constituye el entendimiento. La racionalidad
instrumental se valora por su eficacia, la racionalidad comunicativa depende de un
proceso argumentativo que remite a una base universal de validez.
Para demostrar las tendencias universalistas de la racionalidad comunicativa
Habermas compara la forma m�tica y la forma moderna de comprender el mundo.
objeci�n, Habermas esgrime el argumento de que no podemos defender la validez de una determinada expresi�n si no aceptamos la posibilidad de reconocer intersubjetivamente dichas pretensiones. Por tal motivo, las expresiones normativas y expresivas poseen tambi�n una naturaleza que se orienta por el requisito intersubjetivo de la comunicaci�n. Un ejemplo v�lido para demostrar esta afirmaci�n es la sem�ntica veritativa propuesta por Dummett (“What is a Theory of Meaning?”, Guttenplan (ed.), Mind and Language, Clarendon Press, Oxford, 1975, pp. 97-138 y “What is a Theory of Meaning?” (II), G. Evans y J. McDowell (eds.), Truth and Meaning, Clarendon Press, Oxford, 1976, pp. 67-137). Dummett diferencia entre las condiciones que una oraci�n debe cumplir para ser verdadera y el conocimiento que sobre dichas condiciones posee el sujeto que emite dicha oraci�n (conocimiento que se traduce en la capacidad de comprobar el cumplimiento de las mismas). Ahora bien, contrariando el principio ortodoxo de la sem�ntica veritativa, lo cierto es que el lenguaje natural dificulta tal empresa al estar integrado por muchas oraciones ambiguas que no clarifican el cumplimiento de las condiciones mencionadas. Por tal motivo, Dummett distingue entre el conocimiento de las condiciones que hacen verdadera una oraci�n y las razones que le aportan legitimidad al emisor para afirmar que tal oraci�n es verdadera). De esta forma, ya no es necesario decidir sobre la falsedad o verdad de un enunciado, basta con se�alar que la verdad ha quedado establecida. El significado de la oraci�n, por tanto, va a depender de las razones que manejen el emisor o la emisora para desempe�ar la pretensi�n de validez supuesta. Habermas tambi�n hace referencia a algunas cr�ticas que, por ejemplo, ponen en duda que el sistema de pretensiones de validez sea completo (compar�ndolo con las implicaturas conversacionales de Grice); v�ase por ejemplo: A. P. Martinich “Conversational Maxims and some Philosophical Problems”, Philos. Quart. 30, 1980 o J. Thompson, “Universal Pragmatics” en Habermas, Critical Debates, Thompson & Held, McMillan, London, 1982. Habermas critica el intento de Tugendhat (Selbstbewusstsein und Selbsbestimmung, Frankfurt, 1979) de reducir la pretensi�n de verdad a la de veracidad en Teoría de la acción comunicativa I, pp. 400-403.83La racionalidad comunicativa, que en ocasiones se suele identificar de forma err�nea con la racionalidad pr�ctico-moral, no se limita a este �mbito en la medida en que abarca las distintas pretensiones de validez; v�ase: Aclaraciones a la ética del discurso, p.197 y Facticidad y validez, pp. 65-66. H. Albert, por su parte, habla de “esencialismo normativo” para referirse a la pretensi�n habermasiana de establecer, a partir de la acci�n comunicativa, un criterio de validez pr�ctico-moral. El motivo de esta afirmaci�n radica en que una noci�n de racionalidad ideal s�lo sirve para delimitar un criterio de validez y normatividad esencialista; v�ase: H. Albert, Logos. Zeitschrift für systematische Philosophie, pp. 25 y ss.
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Bas�ndose en la discusi�n suscitada por los planteamientos de Levy-Bruhl84 y Evans
Pritchard85, llega a la conclusi�n de que lo que realmente diferencia la visi�n mitol�gica
de la visi�n moderna no son criterios de tipo sem�ntico o l�gico sino las categor�as que se
ponen a disposici�n de los sujetos para que �stos interpreten el mundo86. La peculiaridad
m�s sobresaliente del pensamiento primitivo es su car�cter totalizante, ya que su
prioridad es evitar las contingencias que impone un medio no controlado. Para conseguir
este fin, las sociedades primitivas recurren a interpretaciones m�gicas que no permiten
diferenciar adecuadamente entre el lenguaje y el mundo en la medida en que la
descripci�n del mundo depende de la representaci�n ling��stica que hagamos del
mismo87. Esta situaci�n se resuelve en las sociedades modernas gracias a un proceso
evolutivo que supone el tr�nsito a la interacci�n comunicativa. Para exponer el
procedimiento por medio del cual las funciones sociales, que en un principio cumpl�an el
mito y la religi�n, son asumidas por el �mbito de la comunicaci�n Habermas toma como
referencia la teor�a de la solidaridad de Durkheim y la teor�a de la comunicaci�n de
Mead. Ambos autores, afirma, permiten reformular la teor�a de la racionalizaci�n
weberiana aportando datos con los que podemos explicar c�mo la fuerza incuestionada de
lo sagrado y ritual es sustituida por la cr�tica racional de pretensiones de validez88. De
esta forma, los presupuestos de la racionalidad comunicativa van ganando terreno en los
procesos de interacci�n, de socializaci�n y de formaci�n de la personalidad. Este proceso
lo resume Habermas con el r�tulo de “ling�istizaci�n de lo sacro”.
84 La mentalité primitive, F�lix Alcan, Par�s, 1922.85 Witchcraft, Oracles and Magic among the Azande, The Clarendon Press, Oxford, 1937.86 En Teoría de la acción comunicativa I, pp. 69-99, Habermas aborda el an�lisis de la universalidad como caracter�stica de la comprensi�n del mundo occidental. Este debate, que adquiere especial relevancia a partir de finales del siglo XIX con la discusi�n sobre los fundamentos de las ciencias hist�ricas, se ha desarrollado, afirma Habermas, atendiendo a dos perspectivas: 1) la perspectiva metodol�gica, discusi�n que se ha logrado definir tras las investigaciones de Gadamer sobre la hermen�utica filos�fica y 2) la perspectiva basada en la comparaci�n de civilizaciones e im�genes del mundo. En el seno de la antropolog�a cultural este an�lisis goz� siempre de gran relevancia, pero a partir de la d�cada de los sesenta (y debido a la publicaci�n de los trabajos de P. Winch, The Idea of a Social Science, op. cit. y “Understanding a Primitive Society”, Wilson, 1970) volvi� a plantearse esta discusi�n en el seno de las disciplinas filos�ficas y sociales. Habermas vuelve a analizar la tendencia universalista de la racionalizaci�n occidental tomando como referencia a Weber en Teoría de la acción comunicativa I, pp. 241-249. La implicaci�n de la teor�a de la evoluci�n en el proceso de racionalizaci�n la expone en Teoría de la acción comunicativa I, pp. 207-213.87 La confusi�n de naturaleza y cultura no afecta s�lo a la naturaleza externa o al mundo f�sicamente estructurado sino tambi�n a la naturaleza interna o subjetiva. En las sociedades arcaicas no se establece un �mbito propio de lo subjetivo en la medida en que la identidad se define por referencia al saber colectivamente compartido. 88 Habermas, defiende Rorty, retoma el ideal hegeliano seg�n el cual la raz�n ocupa el lugar que el retroceso de la religi�n deja libre; v�ase: R. Rorty, “Habermas y Lyotard sobre la postmodernidad”, Habermas y la modernidad, p. 274.
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El tr�nsito de la racionalidad mec�nica a la solidaridad org�nica analizada por
Durkheim89 se concibe como un proceso de emancipaci�n en la medida en que supone
liberar a los sujetos del poder ejercido por la conciencia colectiva y la religi�n. Este
proceso implica la racionalizaci�n de las im�genes del mundo, racionalizaci�n que se
completa con la universalizaci�n de las normas jur�dicas y morales y con la individuaci�n
progresiva de los sujetos. Al configurarse una naturaleza sin dios, una actitud reflexiva y
cr�tica frente a la tradici�n y una generalizaci�n de los valores, se favorece el incremento
de las justificaciones racionales. De esta forma, aunque Durkheim no pudo explicar el
mecanismo que genera la constituci�n de una nueva forma de solidaridad, afirma
Habermas, s� apunta en la buena direcci�n: el tr�nsito de la solidaridad mec�nica a la
solidaridad org�nica refleja una tendencia creciente a la racionalizaci�n. Sin embargo,
para completar su proyecto te�rico Durkheim hubiera tenido que asumir el an�lisis de un
concepto que tampoco fue tenido en cuenta por Max Weber: la interacci�n social
mediada ling��sticamente. Por este motivo, afirma Habermas, la propuesta te�rica de
Durkheim s�lo puede desarrollarse recurriendo al modelo reconstructivo de Mead. La
propuesta de Mead, contin�a puntualizando el autor frankfurtiano, parece configurada
para dar respuesta a qu� tipo de estructuras debe adoptar una sociedad que pretenda
basarse en el consenso. Partiendo del �mbito de la evoluci�n cultural y de la
diferenciaci�n de esferas que le caracteriza (la ciencia, la moral y el arte) resuelve que
s�lo una moral influida comunicativamente puede sustituir la autoridad de lo sacro90,
siendo Mead el primero que fundamenta dicha moral en t�rminos comunicativos.
La premisa de la que parte Mead91 es que el enjuiciamiento de las cuestiones
morales exige tener en cuenta los intereses de todas las personas implicadas en la medida
89 V�ase: De la división du travail social, 1893; Les formes élémentaires de la vie religieuse, 1912; Education et sociologie, 1922; Sociologie et philosophie, 1925; Pragmatisme et sociologie, Par�s, 1955. La ra�z preling��stica de la acci�n comunicativa que subyace a la noci�n de conciencia colectiva de Durkheim es un tema que expone Habermas en Teoría de la acción comunicativa II, pp. 70-80. Las debilidades de la propuesta de Durkheim (por no se�alar de manera conveniente el �mbito de la intersubjetividad generada ling��sticamente) aparecen expuestas en ib�dem, pp. 80-91 y el excurso sobre las tres ra�ces de la acci�n comunicativa en ib�dem, pp. 91-111. Para la exposici�n y an�lisis de la noci�n de solidaridad social, v�ase: Teoría de la acción comunicativa I, pp. 119-125.90 Habermas expone como dato que demuestra la estrecha relaci�n existente entre la moral y la religi�n el hecho de que la moral no tiene un estatus un�voco en la diferenciaci�n estructural del mundo de la vida; v�ase el apartado 2.2.1. Cuando hablamos de una moral influida comunicativamente �sta se convierte en una �tica del discurso. Tal y como expone P. Savidan: “... su �tica del discurso ambiciona esclarecer no s�lo las condiciones de la comprensi�n intersubjetiva, sino que pretende identificar tambi�n, a trav�s del descubrimiento de los presupuestos pragm�ticos del lenguaje, los t�rminos de una fundamentaci�n intersubjetiva y racional de las normas”, La ética del discurso y la cuestión de la verdad, p. 11. Cuando hablamos de �tica del discurso hay que tener en cuenta que el t�rmino alem�n Diskurs encierra un sentido dial�gico que, con la traducci�n al castellano, no se explicita con claridad. 91 Fragments on Ethics, 1934.
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en que las normas morales son el reflejo de un inter�s general. De esta forma, Mead
sustituye el imperativo categ�rico kantiano por una noci�n discursiva de la formaci�n de
la voluntad colectiva que vislumbra de forma incipiente, afirma Habermas, la
conceptualizaci�n de una comunidad ideal de comunicaci�n92. Esta comunidad ideal de
comunicaci�n remite a toda una serie de presupuestos necesarios para que la consecuci�n
del acuerdo racional se defina sin coacciones ni restricciones: igualdad de trato en la
interacci�n, sinceridad, uso intersubjetivo de significados, etc. Los sujetos que se
socializan en una comunidad ideal de comunicaci�n adquieren una identidad que se
caracteriza por representar aspectos universales y particulares: los aspectos universales
derivan de un contexto social que se fundamenta en la generalizaci�n de valores; los
aspectos particulares remiten a la autonom�a personal. Para la constituci�n de la identidad
es necesario, por tanto, aunar un mundo social y un mundo subjetivo93. Esta doble
naturaleza de la identidad queda perfectamente reflejada en la conexi�n establecida por
Mead entre el I (subjetividad pulsional) y el Me (aspecto de la identidad relacionado con
la asunci�n de roles). Con estos dos componentes de la identidad puede explicarse la
doble connotaci�n del yo: el yo ligado a la manifestaci�n de vivencias y el yo ligado a las
interacciones sociales que est�n regidas por reglas. Sin embargo, puntualiza Habermas,
podemos hacer referencia a una tercera descripci�n del yo que incide en la autonom�a de
los sujetos y en su capacidad para criticar las normas establecidas. De esta connotaci�n
aut�noma del yo deducimos la capacidad que poseen los sujetos para plantear
pretensiones de validez susceptibles de cr�tica94.
El uso comunicativo del lenguaje permite sustituir el saber sacro por un saber
basado en razones y especializado seg�n las diversas pretensiones de validez a la que nos
remitamos; es decir, posibilita la universalizaci�n del derecho y la moral y, lo que no es
menos importante, el desarrollo de un sujeto aut�nomo y autorrealizado. Este proceso de
tendencia a la ling�istizaci�n explicita un potencial racional que tiene su reflejo en el
92 Noci�n fundamental para Habermas, tal y como veremos en el cap�tulo sexto. 93 En “Discusi�n con Niklas Luhmann (1971): �Teor�a sist�mica de la sociedad o teor�a cr�tica de la sociedad?”, op. cit. Habermas expone c�mo la identidad de los sujetos se forma en un proceso de interacci�n intersubjetivamente definida. Por este motivo, la identidad del yo explicita una relaci�n tri�dica: los sujetos s�lo pueden reconocer su individualidad en la medida en que reconozcan su identidad como miembros de una comunidad concreta y su no-identidad frente a comunidades extra�as. Por este motivo, defiende Habermas, no tiene sentido diferenciar entre sistema social y sistema ps�quico. 94 En Aclaraciones a la ética del discurso, pp. 110-117, Habermas analiza, siguiendo a Charles Taylor, la noci�n de “preferencias fuertes” haciendo con ello referencia a los valores que constituyen la autocomprensi�n de una persona (car�cter, forma de vida…). La identidad, afirma Habermas, no se limita a los elementos que describimos sino que contempla tambi�n lo que nos gustar�a ser. De esta forma, la toma de conciencia cr�tica puede suponer el replanteamiento de las actitudes que apoyan un determinado proyecto de vida; v�ase: Ch. Taylor, “The Concept of a Person”, Philosophical Papers I, Cambridge, 1985.
68
hecho de que la tradici�n, los �rdenes de legitimidad y la biograf�a individual pasan a
depender de la toma de postura ante las pretensiones de validez95. Analizar el proceso de
racionalizaci�n aplicando la perspectiva de una teor�a de la comunicaci�n intenta dar
respuesta a c�mo ego y alter pueden cooperar gracias a un sistema de pretensiones de
validez susceptible de cr�tica. Ante este requisito, Mead centra su an�lisis en el lenguaje
entendido como medio de coordinaci�n de acciones y socializaci�n pero olvida teorizar
este �mbito fundamental que implica la toma de postura ante las pretensiones de validez.
Si Mead, en vez de optar por una psicolog�a social, hubiera desarrollado una verdadera
teor�a de la comunicaci�n, hubiese tenido que centrarse en la descripci�n de un sistema
de pretensiones de validez que, al constituirse como una base universal, garantiza la
tendencia a la universalizaci�n de la racionalidad comunicativa.
A lo largo de este trabajo tendremos ocasi�n de profundizar en c�mo define
Habermas la din�mica racional basada en la cr�tica de las pretensiones de validez y, por
tanto, ser� en esos cap�tulos en los que exponga con mayor detalle algunas cr�ticas que
creo relevante formular a su noci�n de racionalidad96. No quisiera, sin embargo, dar por
concluido este apartado sin se�alar algunas de las dudas que me plantea la propuesta
habermasiana. Asumiendo la cr�tica que la primera generaci�n de la Escuela de Frankfurt
formula al dominio ejercido por la racionalidad instrumental, Habermas propone una
noci�n alternativa de racionalidad que, al ser definida en t�rminos comunicativos, es
capaz de ofrecer un fundamento al �mbito pr�ctico. La primera pregunta es obvia: �por
qu� necesita Habermas proponer un concepto alternativo de racionalidad?; �por qu� no
podemos recurrir a la noci�n de racionalidad instrumental para ofrecer el ansiado
fundamento al �mbito pr�ctico? En este sentido, me gustar�a incidir en un hecho:
Habermas no defiende la incompetencia de la racionalidad instrumental como resultado
de haberla sometido a un an�lisis, parte de la premisa de que la racionalidad instrumental
es inadecuada y a partir de dicha premisa deduce que es necesario introducir la noci�n de
racionalidad comunicativa. Para apoyar esta tesis recurre a las cr�ticas formuladas al
positivismo por auspiciar el dominio ejercido por la racionalidad instrumental,
95 Sin embargo, nos previene Habermas, esta labor te�rica que consiste en describir el proceso de racionalizaci�n en t�rminos comunicativos tiene que hacer frente a dos reservas: por un lado, hay que permanecer atentos a las consecuencias que, en t�rminos de eticidad concreta, puede acarrear el formalismo de la moral, el derecho y el individualismo moderno; por otro lado, hay que contemplar c�mo influyen las restricciones externas en el proceso de integraci�n social. Mead fue consciente de estas reservas pero no fue capaz de atenderlas te�ricamente. Este hecho aporta un grado importante de idealismo a su teor�a de la sociedad impidi�ndole analizar de forma adecuada el origen y las transformaciones operadas, por ejemplo, sobre el “otro generalizado”.96 V�ase, sobre todo, los cap�tulos quinto y sexto de este trabajo.
69
concluyendo que dicha racionalidad no reúne las condiciones necesarias para abordar el
análisis del ámbito simbólicamente estructurado. Habermas no puede admitir que el
ámbito práctico sea objeto de una descripción científica y, en consecuencia, recurre a un
supuesto uso inadecuado de dicha descripción para justificar su no idoneidad. La negativa
de Habermas a que el ámbito simbólicamente estructurado sea analizado en términos
científicos no deriva de la fundamentación teórica de la racionalidad comunicativa: antes
bien, la racionalidad comunicativa es la consecuencia previsible de su prejuicio
anticientificista.
También es digna de algún comentario la definición procedimental que ofrece de
la racionalidad comunicativa. Tomando como referencia las diversas esferas de valor
weberianas, Habermas describe un sistema integrado por tres pretensiones de validez que
remite a un potencial racional. Este potencial racional se concreta cuando los sujetos que
participan en un proceso interactivo son capaces de tomar postura (es decir, de aceptar o
rechazar) la pretensión de validez puesta en cuestión mediante la aportación de razones.
La diferencia entre las esferas de valor weberianas, que son empíricas, y las pretensiones
de validez habermasianas radica, justamente, en esta circunstancia: las pretensiones de
validez son susceptibles de crítica, las esferas de valor weberianas no. Esta capacidad
para aportar razones a favor o en contra de las pretensiones de validez vinculadas a las
emisiones o actos de habla define a la racionalidad comunicativa como un tipo de
racionalidad procedimental cuyo objetivo es la consecución de un acuerdo. Este acuerdo
no es contingente, es un acuerdo racionalmente motivado. Y para que un acuerdo esté
racionalmente motivado las razones aportadas tienen que basarse en los mejores
argumentos. Al asumir este requisito, Habermas se ve abocado a reclamar una conexión
específica entre pretensiones de validez y un determinado tipo de razones y, para ello,
tiene que recurrir a una serie de presupuestos trascendentales tal y como iremos viendo a
lo largo de este trabajo97.
Al definir la racionalidad comunicativa como un procedimiento formal que remite
a una base universal de validez, Habermas se ve obligado a justificar la tendencia a la
universalización de dicha racionalidad. Para ello, toma como fundamento el análisis de la
solidaridad de Durkheim y la teoría social de Mead. La principal aportación de Durkheim
es que al describir el tránsito de la solidaridad mecánica a la solidaridad orgánica ya
vislumbra la tendencia a la racionalización como una característica de la interacción
97 Véase, sobre todo, el capítulo seis.
70
social; su principal error teórico fue el no haber sido capaz de explicar el mecanismo que
genera dicha tendencia a la racionalización por no reconocer la importancia del ámbito
comunicativo. La principal aportación de Mead es que sí reconoció la importancia de la
comunicación; su principal error fue el no analizar el lenguaje como medio para
establecer acuerdos racionalmente motivados (es decir, no atribuyó relevancia teórica a la
posibilidad de crítica de las pretensiones de validez). En la interpretación teórica que
Habermas realiza de las propuestas de Durkheim y Mead se pone de manifiesto una
estrategia que va a ser recurrente a lo largo de su obra y que podría ser objeto de crítica:
Habermas recurre a determinadas propuestas teóricas con el objetivo de fundamentar sus
presupuestos y acaba criticando dichas propuestas por no tener en cuenta esos
presupuestos. Si recurrimos a un determinado planteamiento teórico como mecanismo de
justificación tenemos que demostrar que éste es capaz de proporcionar el fundamento
necesario a las premisas de las que partimos. El objetivo de contrastar nuestras tesis es
demostrar su mayor eficacia explicativa y, para ello, tienes que someter tus propias
premisas a la prueba de la contrastación. Pero ésta no es la estrategia adoptada por
Habermas: él se apoya en la teoría de Durkheim y Mead con el objetivo de demostrar que
dichos planteamientos apuntan en la dirección adecuada pero que, llegado un
determinado momento, yerran al no tener en cuenta los presupuestos teóricos que
Habermas pretendía fundamentar recurriendo a sus teorías. Habermas critica a Durkheim
porque no fue capaz de reconocer la importancia de la esfera comunicativa a la hora de
analizar el proceso de racionalización social. De esta forma, está dando por hecho que
existe una vinculación entre comunicación y racionalidad. Pero, ¿no era justamente ésta
la premisa que pretendía demostrar al recurrir al análisis de la solidaridad de Durkheim?
De ser así, Habermas no está contrastando su tesis, está completando la propuesta
durkheimniana con un principio teórico que da por justificado. Algo similar ocurre con
Mead. El error cometido por este representante del interaccionismo simbólico es que no
atribuyó protagonismo teórico a la capacidad de crítica de las pretensiones de validez.
Pero, ¿no recurre Habermas a Mead con el objetivo de demostrar que la tendencia a la
universalización de la racionalidad comunicativa culmina con la capacidad de crítica de
las pretensiones de validez?
Intentar defender una noción procedimental de racionalidad no es tarea fácil. Y
prueba de ello son las numerosas críticas de las que ha sido objeto la noción de
71
racionalidad comunicativa habermasiana98. Seg�n desarrollemos los diversos aspectos
te�ricos implicados en la noci�n procedimental de racionalidad, iremos profundizando en
dichas objeciones. Sin embargo, no quiero acabar este cap�tulo sin hacer referencia a la
cr�tica planteada por Schn�delbach. De esta cr�tica no me interesa resaltar tanto la
formulaci�n de la misma como la contraargumentaci�n ofrecida por Habermas. En esta
contraargumentaci�n, el autor frankfurtiano introduce una serie de modificaciones en la
noci�n de racionalidad que han sido interpretadas como un punto de inflexi�n en su
propuesta. El objetivo del siguiente apartado es analizar el alcance de dicha reforma.
1.2.2. ¿Pierde protagonismo la racionalidad comunicativa?
La cr�tica de Schn�delbach99 incide en el hecho de que la racionalidad
comunicativa representa s�lo un segmento del �mbito de la racionalidad. Este autor
justifica esta afirmaci�n defendiendo que existen capacidades racionales (como la de
aprender de los errores por ejemplo) que no tienen que ver con el desempe�o de las
pretensiones de validez. Si esto es as�, identificar la racionalidad con la argumentaci�n
encierra el riesgo de relegar al �mbito de lo irracional a un amplio segmento de
actuaciones. Como alternativa al modelo argumentativo habermasiano, Schn�delbach
define la racionalidad como una disposici�n de la raz�n que implica un “tener reflexivo”:
lo que decimos, hacemos y sabemos es racional en la medida en que seamos conscientes
de por qu� nuestras expresiones son v�lidas, nuestras acciones correctas y nuestras
creencias verdaderas. Habermas, sin embargo, no puede aceptar esta definici�n
98 V�ase: “Di�logo con Herbert Marcuse”, op. cit., pp. 254-263; A. Giddens, “�Raz�n sin revoluci�n? La Theorie des Kommunikativen Handelns de Habermas”, Habermas y la modernidad, p. 182; T. Mccarthy, “El discurso pr�ctico: sobre la relaci�n de la moralidad con la pol�tica”, Ideales e ilusiones. Reconstrucción y deconstrucción en la teoría crítica contemporánea, Tecnos, Madrid, 1992, pp. 193-212 y “Legitimacy and Diversity: dialectical reflexions in analytical distinctions”, Cardozo Law Review, vol. 17, n� 4-5, 1996, pp. 1083-1126; Bubner, La filosofía alemana contemporánea, C�tedra, Madrid, 1984, p. 233; Habermas, “Rationalit�t, Lebensform und Geschichte”, H. Schn�delbach (ed.), Rationalität, Frankfurt a.M., 1984, pp, 198-217; “�Qu� es lo que hace a una forma de vida ser racional?”, Aclaraciones a la ética del discurso, pp. 35-51(tambi�n aparece con el t�tulo “�En qu� consiste la racionalidad de una forma de vida?” en Escritos sobre moralidad y eticidad, pp. 67-95) y “R�plica a objeciones”, op. cit., pp. 409-410. Agnes Heller, por su parte, defiende que al ser la satisfacci�n de intereses lo que informa a la voluntad, la configuraci�n del consenso a partir de los procedimientos racionales (tal y como exige la propuesta de Habermas) se hace bastante dificultosa; v�ase: A. Heller, Más allá de la justicia, Cr�tica, Barcelona, 1990, pp. 298-344. Las r�plicas de Habermas a A. Heller respecto a este tema se exponen en: “R�plica a objeciones”, op. cit., pp. 410-411; v�ase tambi�n: La ética del discurso y la cuestión de la verdad, pp. 54-55.99 H. Schn�delbach, “Uber Rationalit�t und Begr�ndung”, Zur Rehabilitierung des animal rationales, Frankfurt, a.M., 1992. V�ase: Habermas, “Sprechakttheoretische Erl�uterungen zum Begriff der kommunikativen Rationalit�t”, publicado originalmente en Zeitschrift für philosophische Forschung, Band 50, n� 1/2, 1996, pp. 65-91 y recogido en Wahrheit und Rechtfertigung, pp. 102-137; versi�n en castellano: “Racionalidad del entendimiento. Aclaraciones al concepto de racionalidad comunicativa desde la teor�a de los actos de habla”, Verdad y justificación, pp. 99-131.
72
alternativa de racionalidad ofrecida por Schn�delbach en la medida en que todo proceso
reflexivo, afirma, puede reconstruirse en los t�rminos de un discurso interno100. Por tal
motivo, el “tener reflexivo” y el debate de las pretensiones de validez se remiten entre s�.
No obstante, con esta contraargumentaci�n s�lo se hace referencia a la definici�n
alternativa de racionalidad ofrecida por Schn�delbach. Queda por dar respuesta al aspecto
m�s importante de su cr�tica: la apariencia totalizadora de la racionalidad
comunicativa101:
Retomando la cr�tica de Schn�delbach, en lo que sigue parto de la base de que si aplicamos el predicado “racional”, ante todo, a nuestras creencias, acciones y expresiones ling��sticas es porque con la estructura proposicional del conocimiento, con la estructura teleol�gica de la acci�n y con la estructura comunicativa del habla topamos con diferentes raíces de la racionalidad. Y parece que �stas no tienen una ra�z com�n, al menos ni en la estructura discursiva de la pr�ctica argumentativa ni en la estructura reflexiva de la relaci�n que con s� mismo tiene un sujeto que participa en discursos. Ocurre m�s bien que la estructura discursiva funda, bajo las ramificadas estructuras de la racionalidad del saber, de la acci�n y del habla, un conjunto coherente en tanto que hace converger, en cierta medida, estas ra�ces proposicional, teleol�gica y comunicativa. En un modelo como �ste de estructuras ensambladas la racionalidad discursiva debe su posici�n preeminente no a su capacidad y prestaciones fundamentadoras, sino a sus prestaciones integradoras102.
En la cita apreciamos una modificaci�n te�rica que puede resultar llamativa a la
luz de lo expuesto hasta el momento sobre la noci�n de racionalidad. En esta cita
Habermas habla de tres raíces de la racionalidad (proposicional o epist�mica, teleol�gica
y comunicativa) que se interconectan gracias a una racionalidad de tipo discursivo. Tal y
como se indica, la funci�n de dicha racionalidad discursiva no es fundamentadora sino
integradora, afirmaci�n con la que Habermas intenta rebatir la cr�tica formulada por
Schn�delbach. Ahora bien, en este caso no resulta tan relevante analizar el argumento con
el que se rebate como las modificaciones que �ste implica: la racionalidad comunicativa
pasa a ser una de las tres ra�ces de la racionalidad. Este hecho ha alarmado a algunos
autores al interpretarlo como la p�rdida de protagonismo de una de las nociones m�s
100 Habermas intentar� justificar esta tesis recurriendo a la noci�n de giro ling��stico y a la teor�a interaccionista de Mead. Profundizaremos en este an�lisis en el cap�tulo tercero. 101 El hecho de que la racionalidad comunicativa remita a una competencia universal ha posibilitado la formulaci�n de una cr�tica que incide en la apariencia omniabarcante o totalizadora de dicha racionalidad. De ser esto as�, Habermas estar�a incurriendo en una contradicci�n al defender, por un lado, la necesidad de embridar las aspiraciones expansionistas de la racionalidad instrumental y proponer, por otro, una noci�n de racionalidad que sustituye a la racionalidad instrumental en dichas aspiraciones. Habermas se defiende de dicha cr�tica argumentando que el alcance universalista del procedimiento que da contenido a la racionalidad comunicativa no implica definir dogm�ticamente las pretensiones de dicha racionalidad: lo �nico que se pretende poner de manifiesto es que la naturaleza formal de dicho procedimiento permite su adaptaci�n a diversas formas de vida. McCarthy hace un an�lisis de las pretensiones universalistas de la racionalidad comunicativa tomando como referencia el problema del irracionalismo y del relativismo, tal y como �stos se plantean en el �mbito de la antropolog�a, en: T. McCarthy, La Teoría Crítica de Jürgen Habermas, pp. 367-375. 102 Verdad y justificación, p. 101.
73
relevantes de la propuesta habermasiana103. A lo largo de este apartado intentaremos
aportar datos que sirvan para clarificar si dicho alarmismo está justificado.
Habermas habla de tres raíces de la racionalidad en la medida en que define un
tipo de racionalidad para el ámbito del conocimiento (racionalidad epistémica), para la
esfera de la acción (racionalidad teleológica) y para el ámbito del habla (racionalidad
comunicativa). Estas tres estructuras racionales están entrelazadas gracias a una
racionalidad de tipo discursivo que surge de la racionalidad comunicativa. La
racionalidad comunicativa se encuentra al mismo nivel teórico que la racionalidad
epistémica y teleológica, lo que ocurre es que en la medida en que la racionalidad
discursiva se basa en la capacidad de argumentar, y esta capacidad representa un uso
reflexivo de la acción comunicativa, podemos afirmar que la racionalidad discursiva
surge de la racionalidad comunicativa. Ahora bien, el lenguaje no abarca sólo las esferas
de la racionalidad comunicativa y la racionalidad discursiva: el lenguaje es el mecanismo
que permite entrelazar los ámbitos epistémico, teleológico y comunicativo de la
racionalidad. Por este motivo, y teniendo en cuenta que la esfera lingüística sólo puede
ser analizada en términos públicos e intersubjetivos, la noción de racionalidad no puede
ser objeto de un análisis mentalista. (Apreciemos cómo Habermas, a pesar de que
propone una reformulación de la noción de racionalidad, sigue insistiendo en una de sus
premisas nucleares: la racionalidad no puede ser descrita recurriendo a la Psicología).
Con la racionalidad epistémica se pone de manifiesto que el saber que poseemos,
y que tiene una estructura lingüística que viene representada por su contenido
proposicional, está formado por proposiciones o juicios que pueden ser verdaderos o
falsos: el saber no implica sólo conocimiento de hechos sino conocer por qué los juicios
son verdaderos o falsos. El saber presupone la capacidad que los sujetos poseen para
tomar una postura de aceptación o rechazo ante la pretensión de verdad. Para tomar esta
postura se aportan razones que sirven para fundamentar una creencia que es considerada
verdadera y racional104. En un contexto postmetafísico, en el que se impone la discusión
racional en vez de la explicación religiosa o metafísica, todo saber debe considerarse
como falible desde la perspectiva de una tercera persona, aún cuando como participantes
tendamos a sostener como verdadero el saber que se afirma. Por este motivo, todo saber
debe ser susceptible de crítica o justificación, ejecutándose dicho requisito en un contexto
103 Uno de esos autores es, por ejemplo, Evaristo Prieto Navarro. Al final de este apartado analizaremos sus argumentos. 104 En el sentido opuesto, será irracional una creencia que no pueda ser fundamentada.
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intersubjetivo en el que se debate la pretensi�n de verdad. La tenencia reflexiva de juicios
verdaderos exige, por tanto, capacidad para corregir dichos juicios y para explicitarlos en
forma de oraciones asertivas o enunciativas:
En este sentido, la racionalidad epist�mica est� entrecruzada con el uso del lenguaje y con la acci�n. Hablo de una estructura epist�mica central o nuclear, porque la estructura proposicional depende de su incorporaci�n en el lenguaje y el habla: ella misma no constituye ninguna estructura autoportante. S�lo la representaci�n ling��stica de lo sabido y la confrontaci�n del saber con una realidad frente a la cual toda expectativa fundamentada puede fracasar, hacen posible tratar el saber de un modo racional105.
Cuando nos referimos a la racionalidad teleol�gica hay que tener en cuenta,
afirma Habermas, que toda acci�n es intencional. Por tanto, toda acci�n posee una
estructura teleol�gica en la medida en que se orienta a la realizaci�n de un determinado
fin. En este caso, la racionalidad de la acci�n no se mide por el �xito conseguido tras la
adecuaci�n de la situaci�n generada a la situaci�n deseada: un sujeto que ha conseguido
el resultado pretendido ha actuado racionalmente si sabe por qu� su acci�n ha tenido
�xito y si dicho saber lo ha motivado a la acci�n, aunque s�lo sea parcialmente. Tambi�n
en este �mbito racional los sujetos deben contar con un “tener reflexivo” que permita
justificar la intenci�n de actuar a partir de un c�lculo del posible �xito de la actuaci�n.
Por este motivo, podemos afirmar que existen conexiones entre el �mbito de la
racionalidad teleol�gica y el procedimiento argumentativo en que se aportan razones para
fundamentar una decisi�n106. La racionalidad teleol�gica se interrelaciona con el �mbito
del saber y el habla en la medida en que necesitamos contar con informaciones fiables
que s�lo se pueden procesar mediante un mecanismo de naturaleza ling��stica: las
oraciones de intenci�n.
Junto a la racionalidad epist�mica y la racionalidad teleol�gica existe una
racionalidad inherente al uso comunicativo del lenguaje que pone de manifiesto, afirma
el autor frankfurtiano, el poder unificador del habla orientada al entendimiento. Esta
forma de racionalidad es la racionalidad comunicativa. El uso no comunicativo del
lenguaje, cuando se limita a la mera representaci�n o a un plan de acci�n desarrollado
mentalmente, implica un proceso de abstracci�n que pone en suspenso la referencia
siempre presente, al menos en t�rminos virtuales, a la pretensi�n de verdad (en el caso de
los enunciados) o a la seriedad de los prop�sitos (en el caso de las intenciones). Pero
105 Verdad y justificación, pp. 104-105.106 Es la teor�a de la elecci�n racional, afirma Habermas, la que se encarga de describir los problemas de decisi�n con los que se encuentran los sujetos que act�an egoc�ntricamente guiados por sus expectativas de �xito. El an�lisis de Elster sobre las dificultades a las que se enfrenta la teor�a de la elecci�n racional cuando se aplica al �mbito pol�tico lo expone Habermas en Facticidad y validez, pp. 415-421.
75
desde el momento en que la representaci�n o el plan de acci�n son puestos en entredicho
lo que se espera es que la persona que act�a como emisora sea capaz de justificarlos en
un proceso argumentativo. Una oraci�n enunciativa que se utiliza de forma epist�mica
representa un hecho o un estado de cosas, para lo cual un sujeto da a entender a alguien
que tiene a “p” por verdadero. Sin embargo, cuando esta oraci�n enunciativa es afirmada
(es decir, cuando se inserta en un proceso interactivo en el que hay que tomar postura
ante la pretensi�n de validez) lo que se pretende es que el receptor o receptora reconozca,
mediante las razones aportadas, que “p” es verdadero. Lo mismo ocurre con las oraciones
de intenci�n. Cuando �stas se utilizan en una planificaci�n monol�gica o solitaria de la
acci�n se produce el entendimiento cuando se sabe en qu� condiciones se establece su
�xito; a su vez, las condiciones de �xito se definen como una condici�n de verdad relativa
a un sujeto particular. Cuando, por el contrario, las intenciones son anunciadas en una
situaci�n comunicativa el objetivo perseguido es que las dem�s personas implicadas en la
interacci�n tomen en serio dicha declaraci�n de intenciones. La diferencia entre el uso no
comunicativo y el uso comunicativo del lenguaje la marca, en definitiva, la referencia
expl�cita a unas pretensiones de validez que, siendo susceptibles de cr�tica racional,
privilegian la noci�n de interacci�n. No podemos establecer por tanto una relaci�n
precipitada entre lenguaje y racionalidad comunicativa en la medida en que el lenguaje no
se agota en el contexto de la racionalidad comunicativa: las tres estructuras racionales
(epist�mica, teleol�gica y comunicativa) est�n entrelazadas por el lenguaje. Estas
estructuras est�n interconectadas gracias al proceso argumentativo representado por la
racionalidad discursiva.
Tal y como indiqu� al inicio de este apartado, la reformulaci�n que acabamos de
exponer ha generado cierta inquietud entre determinados autores que la interpretan como
la p�rdida de protagonismo de la racionalidad comunicativa. Uno de estos autores es
Evaristo Prieto Navarro107. Prieto Navarro manifiesta sin ambages la perplejidad que le
ha provocado las tesis expuestas por Habermas en “Sprechakttheoretische Erl�uterungen
zum Begriff der kommunikativen Rationalit�t”, trabajo que ha pasado desapercibido para
los habermas�logos seg�n afirma. Esta perplejidad se justifica por el hecho de que
Habermas sea capaz de igualar la racionalidad orientada al entendimiento a la
racionalidad orientada a fines y sustituya la racionalidad comunicativa por una
107“El extra�o giro de 1996. Consecuencias para la teor�a de la racionalidad y de la acci�n” y “Recapitulando en torno a las relaciones entre habla y acci�n”, Jürgen Habermas: acción comunicativa e identidad política, pp. 71-79 y 79-83.
76
racionalidad de tipo discursivo. Esta reformulación se completa con otra afirmación
sorprendente: admitir que los usos teleológicos y epistémicos del lenguaje pueden
definirse monológicamente, es decir, en términos no comunicativos. Este hecho tiene
como consecuencia la retracción del ámbito de la intersubjetividad, el cual queda
relegado a los casos conflictivos. En palabras de Prieto Navarro:
Las posibilidades de un empleo no comunicativo del lenguaje, ajeno a las pretensiones de validez que otrora se alzaban inexcusablemente con todo acto de habla enunciado por un sujeto, constituyen la principal novedad introducida, y entreabren las puertas a un entendimiento de la racionalidad y la cognoscitividad como empresas subjetivas, y no necesariamente dialógicas, lo que, a mi entender, representa una fisura de importancia en la fachada de la teoría de la acción comunicativa. No alcanzo, sin embargo, a entender el sentido y la necesidad de esta relectura, ni veo su oportunidad en un planteamiento tan trabado, y por eso mismo tan frágil, como el de Habermas108.
Aunque a lo largo de este trabajo seguiremos profundizando en algunas
reformulaciones introducidas por Habermas en su propuesta teórica y que influyen en su
definición inicial de la racionalidad comunicativa, creo que en este punto de la exposición
contamos con datos suficientes para matizar la crítica formulada por Prieto Navarro.
Dicha crítica se centra en dos aspectos que el autor que la plantea califica como
esenciales: 1) la racionalidad comunicativa pierde protagonismo y 2) se admite un uso no
comunicativo del lenguaje epistémico y teleológico. Creo, sin embargo, que ninguna de
estas dos matizaciones ponen en riesgo los presupuestos habermasianos. Si nos centramos
en el primer aspecto de la reforma teórica señalada por Prieto Navarro (la racionalidad
comunicativa pierde protagonismo) creo que este autor está haciendo referencia a una
triple circunstancia para justificar esta afirmación: a) la racionalidad comunicativa pasa a
ser una más de las tres raíces que estructuran la racionalidad, b) la racionalidad
comunicativa se iguala, así, a la racionalidad epistémica y teleológica y c) la racionalidad
comunicativa es desplazada por una racionalidad de tipo discursivo o argumentativo. Da
la sensación de que Prieto Navarro formula esta crítica inspirado por la nostalgia de una
noción de racionalidad comunicativa omniabarcadora que, embridando las aspiraciones
expansionistas de la racionalidad instrumental, es capaz de ofrecer el ansiado fundamento
al ámbito práctico. Cierto es que, en algún sentido, la primera definición de racionalidad
comunicativa ofrecida por Habermas puede justificar esta imagen fundamentadora. Con
lo cual, si estamos dispuestos a aceptar esta noción de racionalidad e interpretamos la
reforma teórica del autor frankfurtiano como una renuncia a la misma, es lógica una
reacción que desde la perplejidad y la sorpresa intente evitar tan funesta pérdida de
108 Ibídem, p. 75.
77
privilegio. Pero no hay motivos que justifiquen el temor: Habermas sigue concediendo
todo el protagonismo a una racionalidad procedimental basada en la capacidad de aportar
razones a favor o en contra de las pretensiones de validez. Por tanto, no nos enfrentamos
a ningún cambio sustancial.
Los cambios introducidos tienen una única finalidad: buscar un mejor acomodo
a la definición inicial de racionalidad comunicativa para evitar las críticas que le
atribuyen aspiraciones totalizadoras o fundamentadoras, tal y como ha ocurrido con
Schnädelbach. Y que mejor forma de evitar la apariencia totalizadora que pasando a
formar parte de una estructura racional integrada por varios elementos; para elegir esos
elementos basta con asumir el modelo clásico de un sujeto que conoce, actúa y habla109.
Habermas propone así una estructura racional integrada, en supuesta igualdad de
condiciones, por la racionalidad epistémica, la racionalidad teleológica y la racionalidad
comunicativa. Pero la racionalidad comunicativa no es una más entre las diversas raíces
que integran la estructura racional y, por tanto, no se iguala a la racionalidad epistémica o
teleológica: la racionalidad comunicativa representa el uso privilegiado del lenguaje.
Prueba de dicho privilegio es que de la racionalidad comunicativa emana la racionalidad
discursiva. Esta racionalidad discursiva (entendida como capacidad para argumentar a
favor o en contra de las pretensiones de validez) adopta la definición procedimental
atribuida a la racionalidad comunicativa sirviendo como interconexión entre las tres
raíces que integran la estructura racional. ¿Existen, por tanto, cambios sustanciales
respecto a la primera formulación? Con esta matización teórica Habermas sólo nos
compromete a aceptar un cambio de nomenclatura. Lo que se pretende con este cambio es
rebatir posibles críticas sin tener que asumir verdaderas reformas.
Tampoco creo que esté justificado el temor manifestado por Prieto Navarro ante
el segundo aspecto objeto de reformulación: es posible un uso no comunicativo del
lenguaje epistémico y teleológico. En este caso, la consecuencia teórica que dicho autor
pretende evitar es la pérdida de protagonismo de la intersubjetividad. Creo, no obstante,
que no existe conclusión más alejada de las intenciones habermasianas. La definición no
109 Cuando Habermas analiza el proceso de racionalización occidental de Max Weber elogiando la distinción de esferas de valor operada en las sociedades modernas ya apunta en la dirección de una noción de racionalidad diferenciada en una racionalidad cognitivo-instrumental, una racionalidad práctico-moral y una racionalidad práctico-estética. En la medida en que es difícil sustentar una noción de racionalidad práctico-estética (que será convertida en un ámbito expresivo cuya única forma de fundamentación es la actuación en consecuencia por su relación con el mundo subjetivo) y en la medida en que quiere superar el enfrentamiento definido entre la racionalidad instrumental y la racionalidad comunicativa para evitar una imagen totalizadora de la racionalidad comunicativa, Habermas opta por proponer una estructura racional basada en el modelo intuitivo de un sujeto que conoce, actúa y habla.
78
comunicativa se produce en los casos puros de los usos epist�micos y teleol�gicos en los
que la noci�n de interacci�n carece de relevancia al basarse en un modelo de sujeto
monol�gico o solitario. Pero cuando Habermas habla de casos puros no lo hace con una
connotaci�n positiva: intenta remarcar la naturaleza espuria de dichos usos en la medida
en que no reflejan la din�mica propia (es decir, interactiva) del uso comunicativo del
lenguaje. Los casos puros remiten a un uso solitario del lenguaje en el que la referencia a
las pretensiones de validez queda en suspenso; el uso comunicativo remite a una
interacci�n pragm�tica definida entre dos o m�s sujetos que aportan razones a favor o en
contra de una pretensi�n de validez. El estatus privilegiado del uso comunicativo del
lenguaje lo pone de manifiesto, precisamente, las situaciones de conflicto:
“(...) el uso no comunicativo del lenguaje para finalidades de pura representaci�n o para un plan de acci�n que se desarrolla mentalmente es debido a una capacidad de abstracci�n que simplemente pone en suspenso la referencia –virtualmente siempre presente- de los enunciados con respecto a pretensiones de verdad –o de las intenciones con respecto a la seriedad de los prop�sitos. Esto se pone de manifiesto tan pronto como las representaciones o los planes de acci�n son puestos en cuesti�n”110.
Es decir, en situaciones de conflicto se constata el presupuesto habermasiano de
que existe una referencia siempre presente a las pretensiones de validez. Por lo tanto, el
uso comunicativo o argumentativo del lenguaje es objeto de un tratamiento te�rico
privilegiado en la medida en que su din�mica, o se concreta, o est� latente. No es que con
la reformulaci�n te�rica emprendida por Habermas la din�mica argumentativa se limite a
las situaciones de conflicto como afirma Prieto Navarro, lo que ocurre es que en las
situaciones de conflicto se pone de manifiesto que la referencia a las diversas
pretensiones de validez se define en la pr�ctica comunicativa intentione recta. Si con la
reformulaci�n te�rica llevada a cabo por el autor frankfurtiano no se pone en riesgo la
relevancia del procedimiento argumental, la intersubjetividad sigue siendo uno de los
presupuestos fundamentales de la teor�a de la acci�n comunicativa: baste recordar que el
proceso argumentativo se desarrolla en un contexto intersubjetivo. Como prueba que
justifica la importancia te�rica de la intersubjetividad podemos referirnos a una de las
caracter�sticas de la racionalidad a la que, a pesar de la aparente reforma te�rica, con
mayor insistencia nos remite Habermas: su naturaleza antimentalista. Para describir la
racionalidad no podemos optar por una perspectiva mentalista en la medida en que �sta
pondr�a en riesgo la definici�n de dicha racionalidad como un procedimiento p�blico e
intersubjetivo.
110 Verdad y justificación, p. 111.
79
Tal y como he indicado, a lo largo de este trabajo iré abordando el análisis de
una serie de conceptos y presupuestos que resultan fundamentales para entender mejor la
dinámica procedimental de la racionalidad comunicativa. Es por este motivo por el que
prefiero dejar sin plantear por el momento determinadas dudas, críticas o matizaciones.
Poco a poco, según vayamos ampliando el análisis del proyecto teórico de Habermas,
intentaremos incidir en estas objeciones. Con la finalidad de profundizar en dicho análisis
voy a dedicar el capítulo segundo a exponer uno de los aspectos más complejos, a la par
que relevantes, de su propuesta: cómo la racionalidad comunicativa sirve de fundamento
a una teoría de la acción y a una teoría de la sociedad. La importancia de este análisis
radica en el hecho de que, utilizando esta fundamentación, Habermas pretende hacer
realidad la aspiración de una teoría crítica sustentada en la relación teoría-praxis.
81
INTRODUCCIÓN AL CAPÍTULO SEGUNDO
En el cap�tulo segundo analizaremos los argumentos esgrimidos por Habermas
para justificar que la racionalidad comunicativa puede servir de fundamento a una teor�a
de la acci�n y a una teor�a de la sociedad. Para proporcionar dicho fundamento, la teor�a
sociol�gica de la acci�n tiene que ser ampliada con la noci�n de acci�n comunicativa y la
teor�a de la sociedad con una reformulaci�n del concepto fenomenol�gico de mundo de la
vida. En la medida en que la teor�a de la acci�n remite a una especie de presupuestos
ontol�gicos, antes de comenzar con el an�lisis de las cuatro versiones sociol�gicas de
acci�n analizaremos lo que Habermas denomina “concepci�n formal de mundo”
(apartado 2.1.1.). La concepci�n formal de mundo, que no podemos confundir con el
mundo de la vida, est� integrado por tres �mbitos (el mundo objetivo, el mundo social y
el mundo subjetivo) que act�an como un referente gramatical sin contenido sustantivo.
Los sujetos deben dar por supuesto este marco de referencia con el objetivo de
presuponer un referente com�n en sus interacciones. Para que podamos contar con este
referente las nociones formales de mundo tienen que definirse de manera intersubjetiva.
Cada uno de los �mbitos que integran la concepci�n formal de mundo est�
asociado a un tipo de acci�n: el mundo objetivo con la acci�n teleol�gica, el mundo
social con la acci�n regulada por normas y el mundo subjetivo con la acci�n
dramat�rgica. Pero estas tres nociones sociol�gicas de acci�n incurren en una importante
deficiencia te�rica, seg�n anota Habermas: ninguna de estas acciones remiten a los tres
�mbitos que integran la concepci�n formal de mundo representando, por el contrario, una
relaci�n unilateral. Para evitar esta deficiencia tenemos que proponer un tipo de acci�n
que sea capaz de representar las tres esferas formales mediante el lenguaje ordinario; este
tipo de acci�n es la acci�n comunicativa (apartado 2.1.2.). S�lo la acci�n comunicativa
representa todas las funciones desempe�adas por el lenguaje que, como medio de
entendimiento, se refiere de manera simult�nea a algo en el mundo objetivo, en el mundo
social y en el mundo subjetivo.
Para que la acci�n comunicativa, y por ende la racionalidad a la que �sta remite,
sirva de fundamento a una teor�a general de la sociedad es necesario que dicha acci�n
comunicativa se complete con la noci�n de mundo de la vida (apartado 2.2.1.). El mundo
de la vida habermasiano es una reformulaci�n de la noci�n fenomenol�gica que asume la
relevancia de una pr�ctica comunicativa definida en t�rminos intersubjetivos. El mundo
de la vida, concebido como un sistema de convicciones aproblem�ticas, representa una
82
estructura universal que tiene su reflejo en las formas concretas de vida gracias al nexo de
la acción comunicativa. Este mundo de la vida constituye uno de los dos componentes
que integran la sociedad; el otro componente es el sistema y representa los ámbitos del
dinero y la burocracia (apartado 2.2.2.). El sistema es un ámbito que puede ser analizado
en términos funcionales o cibernéticos mientras que el mundo de la vida sólo es accesible
con una actitud participativa que no trascienda los límites impuestos por el lenguaje
ordinario. Cuando los límites entre el sistema y el mundo de la vida están nítidamente
establecidos no tiene por qué surgir conflictos, afirma Habermas. Ahora bien, las
sociedades modernas se caracterizan porque en ellas el sistema adquiere un nivel de
complejidad tal que puede superar la capacidad integradora del mundo de la vida, dando
lugar a un proceso de colonización.
83
CAPÍTULO 2LA RACIONALIDAD COMUNICATIVA: UN FUNDAMENTO PARA LA
TEORÍA DE LA ACCIÓN Y LA TEORÍA DE LA SOCIEDAD
El objetivo de este cap�tulo es analizar c�mo la noci�n de racionalidad
comunicativa sirve a Habermas para fundamentar una teor�a de la acci�n y una teor�a de
la sociedad. Ofrecer este fundamento es de especial relevancia para el autor frankfurtiano
en la medida en que le permite aportar contenido a una teor�a cr�tica que incide en la
relaci�n teor�a-praxis. Partiendo del an�lisis sociol�gico de la noci�n de acci�n y
sociedad concluye que el desarrollo de una propuesta te�rica que sea coherente con el
objetivo se�alado debe incluir el estudio de la interacci�n comunicativa. Por dicho
motivo, la teor�a de la acci�n debe completarse con la noci�n de acci�n comunicativa y
�sta, a su vez, con la noci�n de mundo de la vida. Tanto la acci�n comunicativa como el
mundo de la vida representan �mbitos en los que el uso comunicativo del lenguaje
adquiere especial protagonismo privilegiando las interacciones sociales orientadas al
entendimiento; en estas interacciones, como hemos comentado, se concreta un
procedimiento racional basado en la posibilidad de cr�tica de las pretensiones de validez.
Ahora bien, puntualiza Habermas, si pretendemos elaborar una teor�a general de la
sociedad no basta con incluir el an�lisis del mundo de la vida, tenemos que completar
dicho an�lisis con la descripci�n del sistema. S�lo de esta forma seremos capaces de
hacer un diagn�stico adecuado de las patolog�as que afectan a las sociedades modernas.
2.1. Concepción formal de mundo y acción comunicativa
Para profundizar en la descripci�n de la racionalidad comunicativa tenemos que
emprender el an�lisis de lo que Habermas denomina cuatro conceptos sociol�gicos de
acci�n. No obstante, en la medida en que estos conceptos de acci�n remiten a una especie
de “presupuestos ontol�gicos”, comenzaremos la exposici�n definiendo lo que este autor
refiere como concepci�n formal de mundo. El an�lisis de esta concepci�n formal es
importante para la descripci�n de la racionalidad comunicativa en la medida en que
representa las relaciones que el sujeto mantiene con el mundo al pretender justificar sus
manifestaciones. Cuando hablamos de relaci�n con el mundo no nos estamos refiriendo
s�lo al mundo objetivo. Habermas define la concepci�n formal de mundo tomando como
referencia el sistema de pretensiones de validez y, en consecuencia, las relaciones se
definen en tres �mbitos: el mundo objetivo (que representa a la pretensi�n de verdad), el
84
mundo social (que representa a la pretensi�n de rectitud) y el mundo subjetivo (que
representa a la pretensi�n de veracidad).
2.1.1. La concepción formal de mundo
Para la descripci�n te�rica de la noci�n formal de mundo Habermas toma como
referencia la teor�a de los tres mundos de Popper. Popper111 diferencia entre el mundo de
los objetos f�sicos, el mundo de los estados mentales (o de los estados de conciencia) y el
mundo de los contenidos objetivos de pensamiento (pensamiento cient�fico, pensamiento
po�tico y el de las obras de arte; tambi�n pertenecen al tercer mundo las relaciones
internas establecidas entre elementos simb�licos que tienen que ser descubiertas y
desarrolladas por la mente)112. De este planteamiento popperiano Habermas destaca dos
aspectos en los que considera que es importante incidir: 1) la defensa que hace este autor
de la conexi�n existente entre los tres mundos y 2) la perspectiva cognitivista desde la
que se acomete dicho an�lisis. Aunque Popper defiende la interconexi�n existente entre
los tres mundos, el primero y el tercero interaccionan utilizando como mediaci�n el
segundo. Este hecho tiene como consecuencia que no puedan reducirse las entidades del
tercer mundo a estados mentales (es decir, a entidades del segundo mundo) y que no
exista una relaci�n causal entre el primer mundo y el segundo. De esta forma, afirma el
autor frankfurtiano, se ponen en tela de juicio dos premisas empiristas fundamentales: no
podemos reducir a t�rminos fisicalistas el mundo subjetivo y no podemos interpretar en
t�rminos psicologistas el mundo objetivo. Este distanciamiento de las tesis empiristas se
quiebra, no obstante, con la interpretaci�n cognitivo-instrumental a la que Popper somete
el segundo y tercer mundo. Popper define en t�rminos ontol�gicos el segundo y tercer
mundo por analog�a con el primero, lo que le obliga a tomar como referencia las
relaciones instrumentales propias del saber t�cnicamente utilizable. La actuaci�n de los
sujetos se percibe as� como si �stos fueran cient�ficos que se enfrentan a los problemas
mediante la elaboraci�n de teor�as113. De esta actitud cientificista derivan una serie de
111Objective Knowledge, University Press, Oxford, 1972. Popper y J. C. Eccles, The Self and its Brain, Springer-Verlag, Nueva York, 1977 y “Reply to my Critics”, P. A. Schilp (ed), The Philosophy of K. Popper, II, La Salle, 1974.112 Una de las consecuencias m�s llamativas de la concepci�n de los tres mundos de Popper se refiere al hecho de que el mundo correspondiente a los productos de la mente humana se puede concebir como un mundo aut�nomo; autonom�a del tercer mundo que ha valido la cr�tica de autores como M. Bunge o M. A. Quintanilla. 113 Habermas se opone as� a la opini�n de I. C. Jarvie (Concepts and Society, Routledge, Londres, 1972)quien, bajo la influencia de la sociolog�a fenomenol�gica del conocimiento, defiende que el tercer mundo popperiano es el que garantiza la objetividad del �mbito social.
85
consecuencias que no son admisibles, puntualiza el autor frankfurtiano: en primer lugar,
no se incide en la diferencia existente entre una actitud objetivista y una actitud
participativa; en segundo lugar, no se atribuye la relevancia te�rica necesaria a los valores
culturales, y en tercer lugar, no se diferencia entre la materializaci�n institucional de los
valores culturales y los valores libremente establecidos. La resoluci�n de estas
deficiencias exige la aplicaci�n de una perspectiva te�rica no cognitivista fundamentada
en dos premisas: a) la necesidad de tomar como marco de referencia el sistema de
pretensiones de validez y b) sustituir la noci�n ontol�gica de mundo por otra que incida
en la configuraci�n de la experiencia en la medida en que son los sujetos los que,
interactuando interpretativamente, hacen un uso impl�cito de la noci�n de mundo.
Teniendo en cuenta estos requisitos, Habermas propone una noci�n formal de mundo
(que no debemos confundir en ning�n caso con el mundo de la vida)114 en la que se
distingue entre un mundo objetivo, un mundo social y un mundo subjetivo:
Este problema nos da ocasi�n de liberar el concepto de mundo de sus limitativas connotaciones ontológicas. Popper introduce diversos conceptos de mundo para deslindar diversas regiones del ser dentro de un �nico mundo objetivo. En publicaciones posteriores Popper hace hincapi� en que no debe hablarse de diversos mundos sino de un solo mundo con los �ndices 1, 2, y 3. Yo, por el contrario, voy a seguir hablando de tres mundos, que a su vez no deben confundirse con el mundo de la vida. De ellos, s�lo uno, es decir, el mundo objetivo, puede ser entendido como correlato de la totalidad de los enunciados verdaderos; s�lo uno de ellos mantiene, pues, la significaci�n ontol�gica en sentido estricto de un universo de entidades. No embargante lo cual, son los tres mundos los que constituyen conjuntamente el sistema de referencia que los participantes suponen en com�n en los procesos de comunicaci�n. Con este sistema de referencia los participantes determinan sobre qu� es posible en general entenderse. Los participantes en una comunicaci�n, que se entienden entre s� sobre algo, no solamente entablan una relaci�n con el mundo objetivo, como sugiere el modelo precomunicativo imperante en el empirismo. En modo alguno se refierentan s�lo a algo que tenga lugar o que pueda presentarse o ser producido en el mundo objetivo, sino tambi�n a algo en el mundo social o en el mundo subjetivo. Hablantes y oyentes manejan un sistema de mundos co-originarios. Pues con el habla proposicionalmente diferenciada no s�lo dominan (como sugiere la divisi�n popperiana en funciones superiores e inferiores del lenguaje) un nivel en que pueden exponer estados de cosas, sino que todas las funciones del lenguaje, la de exposici�n, la de apelaci�n y la de expresi�n, est�n a un mismo nivel evolutivo115.
114 La noci�n de mundo de la vida la analizaremos en el segundo apartado de este mismo cap�tulo. A modo de adelanto, el mundo de la vida es un trasfondo de convicciones aproblem�ticas que los sujetos utilizan como referencia para hablar sobre el mundo objetivo, el mundo social y el mundo subjetivo. Habermas defiende que la desorientaci�n respecto a la finalidad original de la teor�a de la acci�n (que, como iremos viendo, tiene que asociarse al �mbito comunicativo) de las investigaciones que parten de Mead y S. Sch�tz se debe, precisamente, a que no distinguen de manera pertinente entre mundo y mundo de la vida; es decir, confunden el plano sobre el que los participantes se entienden sobre algo con el �mbito desde donde parten y discuten sus interpretaciones; v�ase: Conciencia moral y acción comunicativa, pp. 159-160.115 Teoría de la acción comunicativa I, pp. 121-122; v�ase tambi�n: “La reconstrucci�n del saber prete�rico y los conceptos de los mundo 1 y 2” en “Un fragmento (1977): el objetivismo en las ciencias sociales”, op. cit., pp. 496-506.
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La noci�n formal de mundo constituye un marco de referencia gramatical que
los sujetos deben dar por supuesto y que carece de contenido sustantivo116. En este
sistema formal de mundo distinguimos entre un mundo externo y un mundo interno; el
mundo externo, a su vez, est� integrado por el mundo objetivo y el mundo social117.
Cualquier persona que toma parte en procesos interactivos tiene que ser competente para
referirse a estas tres nociones de mundo en la medida en que a dicha referencia subyace la
base universal de validez. En la medida en que cada noci�n de mundo remite a una
pretensi�n de validez y que la base universal de validez se concreta en el uso
comunicativo del lenguaje, el lenguaje es el instrumento por medio del cual los sujetos
realizan determinadas operaciones de deslindes frente al mundo objetivo, el mundo social
y el mundo subjetivo118. El entendimiento al que aspiran las personas implicadas en un
proceso interactivo se define en estos tres mundos, de tal manera que dicho
entendimiento remite a un saber proposicional intersubjetivamente compartido (mundo
objetivo), a un sistema de normas reconocido (mundo social) y a la confianza rec�proca
(mundo subjetivo)119.
En esta reforma te�rica, basada en la cr�tica formulada a Popper, vuelve a
ponerse de manifiesto la estrategia utilizada por Habermas para ofrecer respaldo a su
propuesta: se aceptan aquellos planteamientos que apoyan las tesis de partida y se critican
todas aquellas derivas te�ricas que no sean coincidentes con �stas. De la teor�a de Popper
es aceptable su conceptualizaci�n de los tres mundos y la relaci�n establecida entre ellos,
afirma el autor frankfurtiano. Esta tesis es aceptada por Habermas en la medida en que es
coincidente con su intenci�n de definir tres nociones de mundo que est�n articulados
gracias al lenguaje ordinario. Pero, justamente, el hecho de que el lenguaje ordinario sea
el elemento que permite al sujeto establecer deslindes entre el mundo objetivo, el mundo
116 Esta naturaleza formal de los mundos va a ser importante para que Habermas pueda defender la posibilidad de fundamentar el �mbito pr�ctico en t�rminos cognitivistas sin tener que recurrir a la existencia de hechos morales; analizaremos este tema en el cap�tulo sexto. En “�Raz�n sin revoluci�n? La Theorie des kommunikativen Handelns de Habermas”, op. cit. p. 181, Giddens se plantea hasta qu� punto esta concepci�n de los tres mundos no supone una adhesi�n a la perspectiva neokantiana o la defensa de alguna forma de realismo.117 Habermas tambi�n se refiere a estas tres nociones de mundo utilizando los conceptos de naturaleza externa, realidad social y naturaleza interna; v�ase: “�Qu� significa pragm�tica universal?”, op. cit., p. 367. En ib�dem, p. 368, Habermas puntualiza que el deslinde del habla frente a la naturaleza externa, la sociedad y la naturaleza interna se produce desde el momento en que en una emisi�n puede diferenciarse el sustrato s�gnico, el significado y el denotatum.118 Estos deslindes se llevan a cabo a trav�s de las aserciones, las manifestaciones expresivas, las promesas, los ruegos, etc. Al afirmar Habermas que el lenguaje es el medio que permite llevar a cabo el proceso de deslindes est� situando al lenguaje fuera de dicho proceso. �Cu�l ser�a, por tanto, el lugar a ocupar por el lenguaje? �Acaso un lugar trascendental? 119 V�ase: Conciencia moral y acción comunicativa, pp. 159-160; 162-163.
87
social y el mundo subjetivo obliga a Habermas a distanciarse de las tesis popperianas. El
motivo es bien simple: el tratamiento cognitivista al que Popper somete la noci�n de
mundo, seg�n denuncia, impide la adopci�n de su propuesta porque esto implicar�a
someter la noci�n formal de mundo a un an�lisis espurio, es decir, a un an�lisis de tipo
cient�fico. A partir de este diagn�stico, Habermas acusa a Popper de no tener en cuenta la
posibilidad de cr�tica de las pretensiones de validez y, en consecuencia, la necesidad de
distinguir entre una actitud cientificista y una actitud participativa. Pero, �c�mo justifica
Habermas esta acusaci�n? �Acaso ofrece alg�n fundamento que trascienda sus propias
necesidades te�ricas?
Con el objetivo de reformular los errores cometidos por la teor�a de los tres
mundos de Popper, Habermas propone sustituir la concepci�n ontol�gica de mundo por
una noci�n formal; es decir, por un concepto de mundo no sustantivo que sirva como
mero referente gramatical. �Qu� ventajas aporta a Habermas esta concepci�n formal?
Garantizar que los sujetos presuponen estos mundos en t�rminos intersubjetivos y, por
tanto, que la concepci�n formal de mundo puede fundamentarse utilizando el
procedimiento establecido por la racionalidad comunicativa. Obligando al mundo a
carecer de contenido el autor frankfurtiano evita los problemas de relativismo que derivan
de las perspectivas sustantivas, riesgo que se acent�a si pretendemos tener en
consideraci�n los �mbitos sociales y subjetivos como es el caso de dicho autor. En la
medida en que el lenguaje ordinario define su uso de forma intersubjetiva, y que el
lenguaje es precisamente el instrumento utilizado por los sujetos para llevar a cabo la
operaci�n de deslinde respecto a cada mundo, la referencia gramatical al mundo objetivo,
el mundo social y el mundo subjetivo se define en t�rminos intersubjetivos. Con este
sencillo razonamiento, Habermas se basa en una noci�n de mundo carente de contenido
pero, a cambio, puede garantizar el requisito de intersubjetividad. Para probar esta
afirmaci�n, veamos c�mo define cada una de las esferas que integran la concepci�n
formal de mundo.
Tomando como referencia la propuesta de Frege, Wittgenstein y Peirce,
Habermas define el mundo objetivo como aquella: “…totalidad de los estados de cosas
conectados conforme a leyes, que se dan o pueden presentarse en un determinado
momento, o pueden producirse mediante intervenci�n”120. Desde una perspectiva
sem�ntica el mundo objetivo viene representado por el contenido proposicional de las
120“Observaciones sobre el concepto de acci�n comunicativa”, Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos, p. 490 o Teoría de la acción comunicativa I, p. 125.
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oraciones enunciativas o de las oraciones de intenci�n. En este contexto, el sujeto cuenta
con un complejo “cognitivo-volitivo” que le permite, por un lado, formarse opiniones
sobre los estados de cosas existentes gracias a las percepciones y, por otro, ejecutar
intenciones con el objetivo de transformar en existentes los estados de cosas deseados. En
ambas circunstancias se llevan a cabo manifestaciones que pueden ser enjuiciadas por
una tercera persona y que pueden definirse como afirmaciones o como intervenciones en
el mundo. Las afirmaciones pueden ser verdaderas o falsas; las intervenciones pueden ser
exitosas o no. La relaci�n de sujeto y mundo objetivo se eval�a, por tanto, utilizando los
criterios de verdad o de eficacia. Los sujetos capaces de lenguaje y acci�n deben referirse
a algo en el mundo objetivo si pretenden actuar sobre algo o entenderse sobre algo con
los dem�s. Para llevar a cabo este proceso de referencia los sujetos presuponen el mundo
objetivo como una totalidad de objetos que existen de forma independiente y que pueden
ser enjuiciados o manipulados de manera finalista121. Esta referencia a la noci�n formal
de mundo se define de manera intersubjetiva, es decir, implica la presuposici�n
pragm�tica (y fundamentada en la pr�ctica ling��stica, afirma Habermas) de un mundo
objetivo com�nmente compartido. La fundamentaci�n intersubjetiva de este mundo la
garantiza un procedimiento racional capaz de establecer un consenso sobre la pretensi�n
de verdad.
Tal y como indicamos anteriormente, la noci�n formal de mundo objetivo sirve a
Habermas para definirlo como una presuposici�n pragm�tica que garantiza, por un lado,
su existencia y, por otro, su definici�n intersubjetiva. Con el primer requisito Habermas
intenta salvar la intuici�n realista que aboga por la existencia de un mundo de objetos que
es independiente de la conceptualizaci�n de los sujetos (aunque esta garant�a “realista”
s�lo se defina como un referente gramatical, tal y como determina la noci�n formal de
mundo). El segundo requisito da satisfacci�n a las exigencias intersubjetivas de la teor�a
habermasiana. El fundamento de toda referencia al mundo objetivo la ofrece la
posibilidad de debatir la pretensi�n de verdad en un contexto intersubjetivo y racional
cuya finalidad es establecer un consenso. De esta forma, la noci�n de mundo objetivo
atribuye el debido protagonismo a la posibilidad de cr�tica de las pretensiones de validez
121 V�ase: Acción comunicativa y razón sin trascendencia, Paid�s, Barcelona, 2002, p. 24. En ib�dem, p. 26, afirma Habermas: “Evidentemente, la suposici�n pragm�tica del mundo no es ninguna idea relativa, sino una idea “constitutiva” para referirse a todo aquello respecto a lo cual pueden consignarse hechos. Aqu� el concepto de mundo sigue siendo, no obstante, tan formal que el sistema de referencias posibles no prejuzga en absoluto ninguna definici�n conceptual para los objetos. Todos los intentos de reconstruir un a priorimaterial del significado para los objetos de posible referencia han fracasado”.
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y, por ende, a la racionalidad comunicativa122. Habermas utiliza una estrategia similar
para definir el mundo social.
El mundo social est� integrado por las relaciones de car�cter interpersonal que
est�n debidamente reguladas y a las que nos podemos referir mediante la pretensi�n de
rectitud. Si el mundo objetivo, como coment�bamos anteriormente, explicita su sentido
refiri�ndose a estados de cosas existentes, el mundo social lo hace refiri�ndose a normas
vigentes. En este contexto, los participantes se refieren de manera indirecta (o no
prioritaria) a algo en el mundo objetivo, mientras que de forma directa se refieren a las
normas y acciones definidas como partes del mundo social. Estas normas vigentes tienen
que ser concebidas como v�lidas por las personas destinatarias en la medida en que las
consideran justificadas123. El sujeto suma as� a su competencia cognitiva una competencia
motivacional que hace posible que su comportamiento se adapte a las normas v�lidas.
Desde un punto de vista gramatical, el mundo social viene representado por el uso
regulativo del habla. En el uso regulativo del habla los sujetos se basan en un sistema de
instituciones o reglas que, o bien se fundamenta por el uso y la costumbre, o bien por el
reconocimiento intersubjetivo. El objetivo de este sistema es coordinar las relaciones
interpersonales de una determinada comunidad de tal forma que los sujetos sepan qu�
pueden esperar de los dem�s:
Bajo estos presupuestos el actor puede asimismo entablar relaciones con un mundo, aqu� el mundo social, que tambi�n resultan accesibles a un enjuiciamiento objetivo en una doble direcci�n de ajuste. En una direcci�n se plantea la cuesti�n de si los motivos y las acciones de un actor concuerdan con, o se desv�an de, las normas vigentes. En la otra direcci�n se plantea la cuesti�n de si las normas vigentes encarnan valores que en relaci�n con un determinado problema expresan intereses susceptibles de universalizaci�n de los afectados mereciendo con ello el asentimiento de sus destinatarios. En el primer caso se enjuician las acciones desde la perspectiva de si concuerdan con el orden normativo vigente o se desv�an de �l, es decir, de si son correctas o no lo son en relaci�n con un contexto normativo considerado leg�timo. En el segundo caso se enjuician las normas desde la perspectiva de si est�n justificadas o no, de si merecen o no merecen ser reconocidas como leg�timas124.
Al igual que ha ocurrido con el mundo objetivo, la definici�n del mundo social
vuelve a poner de relieve la importancia que tiene para Habermas el criterio de
intersubjetividad, as� como que el fundamento de dicho mundo se adec�e a las exigencias
de la racionalidad comunicativa. El mundo social remite a normas vigentes y v�lidas; las
122 Definir la verdad en t�rminos consensuales ha generado a Habermas numerosos problemas. Como consecuencia, se ve obligado a reformular parcialmente la teor�a consensual de la verdad proponiendo una noci�n de verdad no epist�mica. Trataremos este tema con mayor profundidad en el cap�tulo sexto, apartados 6.3.1, 6.3.1.1, y 6.3.1.2.123 “Observaciones sobre el concepto de acci�n comunicativa”, op. cit., p. 491 o Teoría de la acción comunicativa I, p. 128; v�ase tambi�n: La inclusión del otro. Estudios de teoría política, pp. 69-78. 124 Teoría de la acción comunicativa I, p. 129.
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normas v�lidas son aquellas debidamente justificadas. Para que las normas est�n
justificadas tienen que haber sido objeto de un debate en el que los sujetos implicados
aportan razones a favor o en contra de la pretensi�n de rectitud vinculada a dicha norma.
Es por tanto la din�mica procedimental que define la racionalidad comunicativa la que
aporta fundamento a las normas v�lidas y, en consecuencia, al mundo social. Este
fundamento se establece de forma intersubjetiva por varias razones: en primer lugar,
porque el debate sobre la pretensi�n de rectitud se desarrolla utilizando el lenguaje
ordinario cuyo uso se define, seg�n defiende Habermas, en t�rminos intersubjetivos; en
segundo lugar, porque una de las direcciones de ajuste del mundo social garantiza un
escrutinio p�blico e intersubjetivo a la hora de determinar si un sujeto cumple o no con
las normas establecidas; en tercer lugar, porque otra de las direcciones de ajuste del
mundo social intenta garantizar la universalizaci�n de los valores implicados en las
normas v�lidas.
Una vez constituidas las categor�as correspondientes al mundo externo (es decir,
el mundo objetivo y social) se configura el mundo subjetivo. La constituci�n del mundo
subjetivo necesita de la constituci�n previa del mundo objetivo y social en la medida en
que los estados subjetivos (las opiniones, las intenciones de acci�n, las ideas, los deseos,
las actitudes o los sentimientos) dependen para su formaci�n de una interacci�n
intersubjetiva125. El mundo subjetivo puede definirse como la totalidad de las vivencias a
las que cada cual tiene un acceso privilegiado126. Ahora bien, para que ese conjunto de
vivencias pueda ser referido como “mundo” tiene que someterse a una explicaci�n
an�loga a la del mundo social y el mundo objetivo, es decir, a una explicaci�n
intersubjetiva. Esta exigencia la resuelve el mundo subjetivo en la medida en que remite a
la pretensi�n de veracidad. La pretensi�n de veracidad act�a como nexo entre el mundo
subjetivo de las vivencias y el �mbito p�blico de justificaci�n en el que se debate dicha
125 Tesis que Habermas defiende apoy�ndose en el modelo de asunci�n de rol de Mead y en la noci�n de regla del segundo Wittgenstein. El mundo subjetivo, afirma Habermas, no puede configurarse en la fase m�tica de las im�genes del mundo porque en esta fase no es posible una diferenciaci�n adecuada entre el mundo externo y el mundo interno en la medida en que la identidad se disuelve en el saber colectivo.126 “Observaciones sobre el concepto de acci�n comunicativa”, op. cit., pp. 491-492. Al definir el mundo subjetivo como el conjunto de vivencias al que el sujeto implicado tiene un acceso privilegiado Habermas aclara que se est� refiriendo, por mor de la simplicidad, a vivencias intencionales (evitando as� el caso de las sensaciones, y con ello el riesgo de que se identifiquen las oraciones de vivencia con proposiciones). La cr�tica formulada por Habermas a Luhmann (quien considera funcionalmente equivalentes las acciones y las vivencias) se expone en “Discusi�n con Niklas Luhmann (1971): �Teor�a sist�mica de la sociedad o teor�a cr�tica de la sociedad?”, op. cit., pp. 317-331; 354-367 � 388-395.
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pretensión de validez127. La definición del mundo subjetivo, por tanto, tiene que erradicar
cualquier sesgo mentalista que pueda poner en riesgo su naturaleza intersubjetiva:
Las vivencias subjetivas no deben entenderse como estados mentales o episodios internos; pues con ello la asimilaríamos a ingredientes del mundo objetivo. Podemos concebir el tener vivencias como algo análogo a la existencia de estados de cosas, sin necesidad de asimilar lo uno a lo otro. Un sujeto capaz de expresión no tiene o posee deseos o sentimientos en el mismo sentido que un objeto observable extensión, peso, color y propiedades parecidas. Un actor tiene deseos o sentimientos en el sentido de que es dueño de manifestar estas vivencias ante un público de modo que este público atribuya al agente como algo subjetivo esos deseos y sentimientos manifestados, cuando se fía de sus emisiones expresivas o manifestaciones expresivas128.
Creo que esta cita revela con bastante claridad cuáles son las intenciones del
autor frankfurtiano: eliminar la posibilidad de que las vivencias sean analizadas como
estados mentales dejando el camino expedito para que su examen se desarrolle utilizando
como recurso el lenguaje ordinario y, por ende, de manera intersubjetiva. Antes de
exponer el argumento por medio del cual Habermas pretende justificar esta hipótesis, me
gustaría, no obstante, señalar un detalle teórico. Si nos fijamos en el principio de la cita,
Habermas afirma que considerar las vivencias subjetivas como estados mentales o
episodios internos implicaría asimilarlas a ingredientes del mundo objetivo. Ahora bien,
si los elementos del mundo objetivo pueden someterse a un análisis científico y las
vivencias consideradas como estados mentales constituyen elementos del mundo
objetivo, los estados mentales podrían ser analizados científicamente. ¿Por qué motivo
entonces niega Habermas la posibilidad de este conocimiento? En vez de indagar en
dicha posibilidad, o de ofrecer argumentos sólidos para rechazarla, prefiere confiar el
problema de la fundamentación a un lenguaje ordinario perfectamente adaptado a las
exigencias intersubjetivas y antimentalistas.
Si obviamos, afirma Habermas, el tipo de sentimientos que mantienen una
relación negativa con las normas (vergüenza o culpa, por ejemplo) los elementos del
mundo subjetivo no dependen del mundo externo, por lo que la explicitación de los
mismos sólo se produce previa relación reflexiva del hablante con su mundo interior. Este
hecho no implica, sin embargo, que seamos víctimas de una especie de ensimismamiento
psicológico ya que el nexo que une a la persona hablante con todas las demás es una
naturaleza marcada por las necesidades: los deseos se orientan hacia la satisfacción de
127 De esta forma podemos afirmar que el mundo subjetivo viene representado por oraciones de vivencia veraces, al igual que el mundo objetivo por enunciados verdaderos y el mundo social por oraciones de deber justificadas. 128 Teoría de la acción comunicativa I, p. 133.
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dichas necesidades y los sentimientos perciben las situaciones teniendo en cuenta la
posible satisfacci�n de las mismas. Desde un punto de vista ling��stico, los deseos y los
sentimientos se manifiestan interpretando necesidades; es decir, mediante valoraciones.
Para manifestar estas valoraciones contamos con expresiones de tipo evaluativo que se
insertan en el contexto com�n de la tradici�n cultural y que permiten definir el punto de
enlace existente entre la subjetividad de la vivencia y el car�cter intersubjetivo que �sta
adquiere al ser manifestada con veracidad129. Las expresiones de tipo valorativo se
justifican cuando los sujetos que comparten una misma tradici�n cultural reconocen en
dichas interpretaciones sus propias necesidades. El mundo objetivo y el mundo social (en
tanto que conjunto de hechos ratificados por enunciados verdaderos y conjunto de
relaciones interpersonales leg�timas) se consideran �mbitos comunes. Por el contrario, el
mundo subjetivo (integrado por la totalidad de vivencias a las que s�lo un sujeto
particular tiene un acceso directo) posee una esfera de elementos no compartidos. Sin
embargo, la justificaci�n de estos elementos no compartidos se fundamenta en una
presuposici�n com�n (es decir, en una concepci�n abstracta de car�cter intersubjetivo).
De esta forma, el mundo subjetivo no queda relegado a una posici�n de desventaja
respecto al mundo objetivo o social en la medida en que este �mbito cuenta tambi�n con
un criterio, como es la pretensi�n de veracidad, que garantiza la justificaci�n p�blica o
intersubjetiva de las vivencias subjetivas130. Habermas va a tener que renunciar, no
obstante, a esta pretensi�n de definir el mundo subjetivo en igualdad de condiciones que
el mundo objetivo o el mundo social.
A diferencia del mundo social, que seg�n la afirmaci�n habermasiana posee una
doble direcci�n de ajuste, el mundo subjetivo posee una sola direcci�n: lo que en este
contexto se plantea es si la persona que emite una vivencia realmente piensa lo que dice o
si, por el contrario, se limita a fingir131. Esta peculiaridad pone de manifiesto un hecho
insalvable: para aceptar que la expresi�n de una vivencia coincide con lo que se piensa
tenemos que confiar en la sinceridad del sujeto que la emite. Esta circunstancia le
129 V�ase: “Discusi�n con Niklas Luhmann (1971): �Teor�a sist�mica de la sociedad o teor�a cr�tica de la sociedad”, op. cit., p. 389. 130 El mundo subjetivo posee una caracter�stica que lo diferencia del mundo externo: el mundo subjetivo permite distinguir entre el mundo interno y externo y, adem�s, entre el mundo externo y el mundo interno de los dem�s. Es decir, una persona puede concebir la forma en que el mundo objetivo y el mundo social son representados en el mundo subjetivo de otro sujeto, siendo �sta una relaci�n rec�proca. Ahora bien, si nos limit�semos a esta relaci�n rec�proca definida en el marco del mundo interno pondr�amos en grave riesgo el �mbito de la intersubjetividad, siendo los conceptos formales de mundo los encargados de impedir dicho riesgo. 131Teoría de la acción comunicativa I, p. 135; v�ase tambi�n ib�dem, pp. 81-82.
93
confiere al mundo subjetivo una naturaleza diferente a la del mundo objetivo y social:
mientras que en estas dos �ltimas nociones de mundo existe un referente externo que
sirve como criterio de justificaci�n (los estados de cosas y las normas), la justificaci�n de
las vivencias remite en �ltimo t�rmino a un criterio interno (la sinceridad de la persona
emisora). Este hecho adquiere una especial relevancia en las propuestas antimentalistas,
como es la habermasiana, en la medida en que favorece la hip�tesis de que la
justificaci�n �ltima de dichas vivencias depende de un estado mental que, por definici�n,
es inconocible. Este riesgo obliga a Habermas a contradecir sus presupuestos te�ricos
iniciales teniendo que someter el mundo subjetivo a un an�lisis diferenciado del mundo
objetivo y social. Prueba de ello, por ejemplo, es la definici�n de mundo subjetivo
ofrecida en Acción comunicativa y razón sin transcendencia en la que se incide en la
necesidad de determinar dicha noci�n de forma negativa:
El “mundo” subjetivo se determina m�s bien de forma negativa como el conjunto de todo aquello que ni aparece en el mundo objetivo ni tiene validez (o encuentra reconocimiento intersubjetivo) en el mundo social. En tanto que complemento de estos dos mundos p�blicamente accesibles, el mundo subjetivo abarca todas las vivencias que un hablante, cuando quiere revelar algo de s� mismo ante un p�blico, puede convertir –expres�ndose en el modo de la autopresentaci�n- en el contenido de oraciones de primera persona132.
Las dificultades a las que se enfrenta Habermas a la hora de caracterizar el
mundo subjetivo tambi�n se ponen de manifiesto al definir uno de los presupuestos m�s
importantes de su propuesta: la noci�n de discurso. Tal y como veremos en el cap�tulo
sexto, la noci�n de discurso adquiere especial protagonismo en la teor�a habermasiana
porque es la que representa la posibilidad de argumentar a favor o en contra de una
pretensi�n de validez de forma intersubjetiva. Esta definici�n entra en conflicto con una
noci�n de mundo que remite a estados subjetivos y cuya justificaci�n p�blica depende de
un criterio tan fr�gil como el de la sinceridad. Por este motivo, Habermas resuelve que el
mundo subjetivo no se fundamenta seg�n los c�nones de un discurso stricto sensu, como
puede ser el caso del mundo objetivo y el mundo social. Mientras que el mundo objetivo
y social (a trav�s de sus respectivas pretensiones de validez) se fundamenta en el marco
de un discurso te�rico y un discurso pr�ctico, el mundo subjetivo (es decir, la pretensi�n
de veracidad) hace derivar su fundamentaci�n de las explicaciones de un sujeto al que se
le atribuye capacidad para ser sincero o para actuar en consecuencia. Ante la posibilidad
de poner en riesgo dos de las premisas m�s importantes de su propuesta (la
132 p. 51.
94
intersubjetividad y el antimentalismo), Habermas opta por relegar el estatus te�rico del
mundo subjetivo.
La paulatina diferenciaci�n del sistema de referencia, que a niveles formales
constituyen los tres mundos, permite definir cooperativamente una situaci�n interactiva.
Este sistema de referencia representa diversos �mbitos de acci�n que deben ser objeto de
un an�lisis adaptado a las exigencias pragm�ticas del proceso comunicativo. En el
siguiente apartado analizaremos c�mo las nociones formales de mundo representan tres
nociones sociol�gicas de acci�n, sistema que debe ser ampliado con un cuarto tipo capaz
de atender las peculiaridades comunicativas del lenguaje.
2.1.2. De la teoría sociológica de la acción a la teoría de la acción comunicativa
El objetivo que persigue Habermas con el an�lisis te�rico de la noci�n de acci�n
es demostrar c�mo, seg�n el tipo de acci�n elegida y de la relaci�n que el agente
mantenga con el mundo dependiendo de �sta, var�a la modalidad de racionalidad133. Cada
una de las nociones formales de mundo remite a un tipo de acci�n: el mundo objetivo a
las acciones teleol�gicas, el mundo social a las acciones reguladas por normas y el mundo
subjetivo a las acciones dramat�rgicas. Pues bien, Habermas emprende el an�lisis de
estas nociones sociol�gicas de acci�n con la finalidad de demostrar que sus limitaciones
te�ricas pueden superarse incluyendo un cuarto tipo: la acci�n comunicativa. La acci�n
comunicativa es la encargada de proporcionar sustento a un tipo de racionalidad, la
racionalidad comunicativa, orientada a la consecuci�n del consenso. Analicemos cu�les
son los motivos que obligan a Habermas a reivindicar la inclusi�n de la acci�n
comunicativa.
133La noci�n de sentido es la que permite diferenciar las acciones de los comportamientos. Los comportamientos se pueden definir como reacciones mientras que las acciones son comportamientos que est�n motivados por normas que poseen un contenido sem�ntico. Un aspecto relevante, afirma Habermas, en el que la noci�n de sentido permite diferenciar entre comportamientos y acciones se refiere al hecho de que los comportamientos pueden ser observados mientras que las acciones son entendidas (aunque tambi�n en este caso tengamos que hacer uso de observaciones). El planteamiento de una teor�a de la acci�n tiene que distinguirse, por tanto, de la propuesta de una ciencia estricta del comportamiento; v�ase: “Acciones, operaciones, movimientos corporales”, Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos, pp. 233-259. Para las dificultades a las que ha tenido que enfrentarse Habermas a la hora de definir la noci�n de acci�n, v�ase por ejemplo: “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., p. 21; “Acciones, operaciones, movimientos corporales”, op. cit., pp. 233-259; “Intenci�n, convenci�n e interacci�n ling��stica”, Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos, pp. 261-280; Teoría de la acción comunicativa I, pp. 140-143; v�ase tambi�n: “Sprachspiel, Intention und Beduetung” (1971), R. Wiggerhaus (ed.), Sprachanalyse und Soziologie, Suhrkamp, Frankfurt, 1975.
95
En el contexto de las acciones teleol�gicas el sujeto se enfrenta a un mundo
objetivo constituido por estados de cosas existentes. Lo importante en esta situaci�n es
conocer la regularidad fenom�nica y legaliforme de dicho mundo objetivo. Este
conocimiento permite a los sujetos orientarse hacia un fin determinado eligiendo de
forma conveniente los medios134. Cumpliendo con este requisito, y a partir de una
interpretaci�n de la situaci�n concreta en la que se siguen las pautas marcadas por una
serie de m�ximas, el sujeto elige entre las alternativas de acci�n aqu�lla que mejor se
adec�e a la consecuci�n del prop�sito deseado. Esta visi�n ontol�gica, afirma Habermas,
se extiende al modelo de acci�n estrat�gica en la medida en que los agentes implicados en
este contexto s�lo cooperan orientados por la perspectiva egoc�ntrica de sus utilidades135.
Tanto el modelo teleol�gico como el modelo estrat�gico de acci�n se caracterizan por
poner de manifiesto una relaci�n externa que, definida en t�rminos objetivistas, no
contempla la perspectiva social. Esta perspectiva social s� la integra el modelo de acci�n
regulada por normas.
En el caso de las acciones reguladas por normas no se sigue el esquema de la
acci�n estrat�gica en la medida en que en este contexto no tratamos con un agente
solitario que se encuentra con otros sujetos, sino que el sujeto agente se concibe como
miembro de un grupo social que orienta sus acciones por valores compartidos136. Las
normas presuponen un mundo social y una pretensi�n de rectitud, de tal forma que la
134 La noci�n de acci�n teleol�gica fue utilizada por los fundadores de la econom�a pol�tica neocl�sica para desarrollar la teor�a de la decisi�n econ�mica y por Neumann y Morllar para desarrollar la teor�a de los juegos estrat�gicos. 135 Tal y como reconoce Habermas en la p. 60, nota 63, de Teoría de la acción comunicativa I, en un principio consider� la vista de una causa jur�dica como un ejemplo de acci�n estrat�gica. No obstante, y gracias a las matizaciones expuestas en 1978 por R. Alexy, crey� conveniente empezar a tratar las argumentaciones de tipo jur�dico como un caso especial de discurso pr�ctico; v�ase: R. Alexy, Theorie juristischer Argumentation, Suhrkamp, Frankfurt a. M., 1978 y “Eine Theorie des praktischen Diskurses”, W. Oelm�ller (ed.), Transzendentalphilosophische Normenbegründungen, Paderborn, Sch�ningh, 1978. En cualquier caso, el an�lisis habermasiano de la acci�n estrat�gica es, cuando menos, ambiguo. En algunas ocasiones considera las acciones estrat�gicas como acciones teleol�gicas en las que se incide en la elecci�n de medios en vez de en la adecuaci�n t�cnica; v�ase: La reconstrucción del materialismo histórico, p. 32. En otras ocasiones considera las acciones estrat�gicas como una acci�n de tipo social que se orienta por los criterios de la racionalidad respecto a fines; v�ase: “Aspectos de la racionalidad de la acci�n”, op. cit., p. 385. La ambig�edad que manifiesta Habermas a la hora de definir las acciones estrat�gicas deriva de las dificultades existentes para definir la noci�n de acci�n social; v�ase: “Un informe bibliogr�fico (1967): La l�gica de las ciencias sociales”, op. cit., p.101; Pensamiento postmetafísico, pp. 72-73; Verdad y justificación, p. 117; “Aspectos de la racionalidad de la acci�n”, op. cit., pp. 381-384 y 388 o T. McCarthy, La Teoría Crítica de Jürgen Habermas, pp. 48-51. 136 Este modelo de acci�n es el que fundamenta la teor�a de rol social, adquiriendo relevancia en el contexto sociol�gico a partir de Durkheim y Parsons. El diagrama sobre las reglas de acci�n (que son las encargadas de coordinar los planes de acci�n de los diferentes sujetos implicados) se expone en “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., p. 28. La explicaci�n sobre las diversas nociones de reglas de acci�n se expone en “Acciones, operaciones, movimientos corporales”, op. cit., pp. 233-241. V�ase tambi�n: “Observaciones sobre el concepto de acci�n comunicativa”, op. cit., p. 491.
96
denominada “expectativa de comportamiento” no remite a un proceso predictivo sino al
hecho de que esperamos de los dem�s un determinado comportamiento. El sistema de
normas vigentes no puede analizarse siguiendo los par�metros de la predicci�n cient�fica:
su forma de adquirir validez es por medio de oraciones de deber o mandato que los
destinatarios y destinatarias consideran justificadas. Este modelo de acci�n no impide, sin
embargo, que los sujetos hagan un enjuiciamiento objetivo sobre la legitimidad de las
normas, ya que si no se cumpliese con este requisito los sujetos no podr�an utilizar como
fundamento de su acci�n un mundo de relaciones regulado leg�timamente vi�ndose
abocados a utilizar los hechos sociales como mecanismos de orientaci�n. La objetividad
de las acciones reguladas por normas radica en la posibilidad racional de criticar la
pretensi�n de rectitud vinculada a las normas sociales, esta posibilidad de cr�tica es la que
sustenta la legitimidad de unas normas cuya validez depende de su reconocimiento
intersubjetivo. Sin embargo, el modelo de acci�n regulada por normas, al igual que
ocurre con las acciones telel�gicas, tampoco es un modelo de acci�n capaz de representar
las diversas dimensiones reflejadas en la noci�n formal de mundo. El modelo de acci�n
regulada por normas s�lo representa una relaci�n externa que no da cabida a que las
personas implicadas en el proceso interactivo se refieran a s� mismas en t�rminos
subjetivos. Este �mbito s� lo contempla, por el contrario, el modelo sociol�gico de acci�n
dramat�rgica.
Fue el sociol�gico E. Goffman137 quien se refiri� de manera expl�cita a este tipo
de acci�n. Seg�n este modelo, del cual afirma Habermas que no est� tan bien delimitado
como los dos anteriores, la persona implicada reflexiona sobre el mundo interno
produci�ndose un desdoblamiento frente al rol socialmente asignado. Actuando de esta
forma, el sujeto es capaz de autopresentarse explicitando parte de su mundo interno138.
Seg�n el modelo de la acci�n dramat�rgica, un sujeto puede adoptar la funci�n de agente
o la funci�n de p�blico: si asume la funci�n de agente se enfrenta a su propia
137 The Presentation of Self in Everyday Life, Doubleday & Co, New York, 1959.138 El problema que se plantea en este contexto es dilucidar si lo que el agente manifiesta se adec�a o no a sus vivencias. Si no se adec�a el sujeto agente no ser�a sincero, en cuyo caso la acci�n dramat�rgica adquiere rasgos estrat�gicos al concebirse a los dem�s como oponentes que son tratados de forma instrumental. En este punto, Habermas coincide con la cr�tica formulada por A. MacIntyre en After Virtue.Ahora bien, matiza Habermas: “Incluso la autoescenificaci�n planeada en t�rminos estrat�gicos tiene que poder ser entendida como una manifestaci�n que se presenta con la pretensi�n de veracidad subjetiva. Dejar�a de caer bajo la categor�a de acci�n dramat�rgica tan pronto como, tambi�n por parte del p�blico, s�lo fuera ya enjuiciada seg�n criterios del �xito que se busca. Estar�amos entonces ante un caso de acci�n estrat�gica, en que los participantes, eso s�, habr�an enriquecido hasta tal punto el mundo objetivo que en �l no solamente pueden presentarse agentes “racionales con arreglo a fines”, sino tambi�n oponentes capaces de manifestaciones expresivas”, Teoría de la acción comunicativa I, p. 136.
97
subjetividad; si asume la funci�n de p�blico se enfrenta a las manifestaciones subjetivas
de los dem�s. Ahora bien, puntualiza el autor frankfurtiano, el principal error en el que
incurre este modelo de acci�n es que aplica el presupuesto ontol�gico del mundo
subjetivo a cualquier alternativa de acci�n. Necesitamos, por tanto, un modelo de acci�n
que sea capaz de superar la perspectiva unilateral de la acci�n teleol�gica, la acci�n
regulada por normas y la acci�n dramat�rgica integrando los diversos �mbitos
representados por la concepci�n formal de mundo. Esta perspectiva globalizadora s�lo
puede ofrecerla una noci�n de acci�n que se defina asumiendo los presupuestos
comunicativos; es decir, s�lo puede ofrecerla la acci�n comunicativa139.
La acci�n comunicativa hace referencia a aquellas manifestaciones simb�licas
por medio de las cuales los sujetos capaces de lenguaje y acci�n se coordinan y se
orientan hacia el entendimiento140. En el �mbito de las acciones teleol�gicas lo que prima
139 Habermas expone una clasificaci�n de las acciones sociales puras (acciones estrat�gicas, acciones reguladas por normas y acciones expresivas) en “Aspectos de la racionalidad de la acci�n”, op. cit., p. 388. En un momento posterior reconoce, sin embargo, que hablando con propiedad dichas formas de acci�n representan casos l�mite, siendo la acci�n comunicativa el �nico tipo realmente puro de acci�n social; v�ase: Teor�a de la acci�n comunicativa I, p. 418. Al considerar la acci�n estrat�gica como una acci�n social, a Habermas se le plantea el problema de cu�l es la relaci�n existente entre estos dos tipos de acci�n. La contraposici�n de acci�n estrat�gica y acci�n comunicativa es asumida te�ricamente por Habermas en su art�culo de 1967, “Trabajo e interacci�n. Notas sobre la filosof�a hegeliana de per�odo de Jena”, Ciencia y t�cnica como “ideolog�a”; v�ase tambi�n: “Observaciones sobre el concepto de acci�n comunicativa”, op. cit., pp. 486 y 504 y Pensamiento postmetaf�sico, p. 100. Habermas discute con H. Arendt la pertinencia de asociar la acci�n estrat�gica con la acci�n comunicativa y no con la acci�n instrumental en Perfiles filos�fico-pol�ticos, pp. 216-218. En este mismo apartado, Habermas se�ala la posibilidad de entender la acci�n estrat�gica como un caso l�mite de la acci�n comunicativa (ib�dem, p. 390). No obstante, respecto a esta relaci�n Habermas mantiene una postura tan ambigua que, en determinados contextos, podr�a interpretarse como una formulaci�n gradualista o anal�tica de la distinci�n de acciones (como en el “Ep�logo” de 1973 o en Teor�a de la acci�n comunicativa); sin embargo, en “Observaciones sobre el concepto de acci�n comunicativa”, por ejemplo, vuelve a defender la necesidad de diferenciar la acci�n estrat�gica de la acci�n comunicativa. 140 Para fundamentar te�ricamente la noci�n de acci�n comunicativa Habermas recurre a las propuestas del interaccionismo simb�lico de Mead, a la noci�n de juego de lenguaje de Wittgenstein, a la teor�a de los actos de habla de Austin y a la concepci�n hermen�utica de Gadamer. El objetivo fundamental que persigue Habermas con la noci�n de acci�n comunicativa es demostrar su utilidad social; v�ase: Teor�a de la acci�n comunicativa I, pp. 359-367. Ahora bien, el proponer la noci�n de acci�n comunicativa no implica que debamos confundir la acci�n con el habla. Habermas argumenta esta hip�tesis en “R�plica a objeciones”,op. cit., pp. 454-455 o en Pensamiento postmetaf�sico, pp. 68-72. La noci�n de acci�n comunicativa, concebida como un proceso asociado al entendimiento, ya la define Habermas en “�Qu� significa pragm�tica universal?”, op. cit., pp. 299-368. Este autor reconoce que para desarrollar su investigaci�n sobre el tipo de acci�n orientada al entendimiento, sin dar continuidad a la perspectiva de la teor�a del conocimiento, le sirvi� como referente la obra de Parsons, The Structure of Social Action. Sin embargo, la propuesta metodol�gica de esta obra le hizo incurrir en un error en la medida en que la configuraci�n y el planteamiento de cuestiones sustantivas, afirma el autor frankfurtiano, deben ser tratados de manera no fragmentada. Habermas habla de c�mo ha influido la herencia cristiana en su noci�n de acci�n comunicativa definida como una forma de acci�n orientada al entendimiento en Israel o Atenas, p. 198; v�ase tambi�n: F. Montero, “Mundo y acci�n comunicativa seg�n Habermas”, Fragmentos de Filosof�a I, Universidad de Sevilla, 1992, pp. 149-166. Por otro lado, E. Prieto Navarro (op. cit., pp. 475-476) manifiesta su sorpresa y malestar ante lo que considera un reconocimiento exagerado, por parte de Habermas, de las bondades de la teolog�a en el proceso de recuperaci�n ut�pica. Para completar el debate, v�ase: Habermas, Von sinnlichen Eindruck zum symbolischen Ausdruck. Philosophische Essays, Suhrkamp,
98
es la forma indirecta de un entendimiento orientado a la consecuci�n de determinados
fines; en el caso de las acciones orientadas por normas es la orientaci�n por un acuerdo
normativo ya existente y el establecimiento de relaciones interpersonales; en el caso de
las acciones dramat�rgicas, la funci�n ling��stica que se tematiza es la de la expresi�n de
vivencias destinadas a la autopresentaci�n. S�lo en el contexto de la acci�n comunicativa
se concibe el lenguaje como un medio global de entendimiento que se refiere
simult�neamente a algo en el mundo objetivo, en el mundo social y en el mundo
subjetivo. La acci�n comunicativa explicita esta triple relaci�n definida con el mundo y
que son el resultado de las relaciones reflexivas que el sujeto agente establece cuando
orienta sus acciones al entendimiento:
Para el modelo comunicativo de acci�n el lenguaje s�lo es relevante desde el punto de vista pragm�tico de que los hablantes, al hacer uso de oraciones orient�ndose al entendimiento, contraen relaciones con el mundo, y ello no s�lo directamente, como en la acci�n teleol�gica, en la acci�n regida por normas o en la acci�n dramat�rgica, sino de un modo reflexivo. Los hablantes integran en un sistema los tres conceptos de mundo que en los otros tipos de acci�n aparecen en solitario o en parejas, y presuponen ese sistema como un marco de interpretaci�n que todos comparten, dentro del cual pueden llegar a entenderse141.
La acci�n comunicativa a�ade el medio ling��stico a las relaciones definidas
entre el actor y el mundo, y en la medida en que el lenguaje es el exponente de la
racionalidad, la acci�n comunicativa representa un procedimiento racional que ata�e a
cualquier persona implicada en una interacci�n. Esta racionalidad es una racionalidad
comunicativa que implica la participaci�n en un proceso argumentativo donde se someten
Frankfurt, 1997 (la traducci�n castellana parcial aparece en Fragmentos filosófico-teológicos y en Israel o Atenas), Glauben und Wissen, Suhrkamp, Frankfurt, 2001, Zeitdiagnosen Zwölf Essays, Suhrkamp, Frankfurt, 2003 (en esta obra la religi�n se compara con la ciencia, con la que puede llegar a compartir la funci�n explicativa) o Entre naturalismo y religión, Paid�s, Barcelona, 2006, pp. 121-155, 255-274. E. Tugendhat, por su parte, defiende que la referencia al uso y a las reglas pragm�ticas no implica, necesariamente, la perspectiva de la comunicaci�n en la medida en que �sta puede estar presente o no en la actividad ling��stica. Tugendhat defiende que las acciones ling��sticas se diferencian de las comunicativas en que las primeras no pretenden dar a entender algo a alguien mientras que las segundas s�; v�ase: E. Tugendhat, Probleme der Ethik, Reclam, Stuttgart, 1984 (traducci�n al castellano: Problemas de la ética, Cr�tica, Barcelona, 1988, pp. 124-125); E. Tugendhat, “Habermas’ concept of communicative action”, G. Seebass y R. Toumela (eds.), Social Action, Dordrecht Reidel, Amsterdam, 1985, pp. 179-186 y en E. Tugendhat, Philosophische Aufsätze, Suhrkamp, Frankfurt a.M., 1992, pp. 433-440; la contraargumentaci�n de Habermas se expone en: Teoría de la acción comunicativa I, p. 380-381, nota 42. H. F. Fulda critica la definici�n habermasiana de acci�n instrumental y acci�n comunicativa, c�mo distingue entre acci�n orientada al �xito y acci�n orientada al entendimiento y la primac�a que atribuye a la acci�n comunicativa frente a la acci�n instrumental en: “�Es instrumental la acci�n comunicativa?”, Historia, Lenguaje y sociedad. Homenaje a Emilio Lledó, Cr�tica, Barcelona, 1989, pp. 257-270. Al respecto v�ase tambi�n: A. Honneth, “Work and instrumental Action”, New German Critique, n. 26, 1982, pp. 31-54; R. Bubner, Handlung Sprache und Vernunft. Grundbegriffe praktischer Philosophie, Suhrkamp,Frankfurt, 1982 y A. Giddens, “Trabajo e interacci�n en Habermas”, Política, Sociología y Teoría Social. Reflexiones sobre el pensamiento social clásico y contemporáneo, Paid�s, Barcelona, pp. 265-278.141 Teoría de la acción comunicativa I, p. 143.
99
a discusi�n las distintas pretensiones de validez asociadas a cada uno de los mundos. Una
vez constituida la base de validez del habla ya se puede diferenciar entre las distintas
formas de empleo del lenguaje: el modo cognitivo (en el que se acepta la obligaci�n de
fundamentar), el modo interactivo (donde aceptamos la obligaci�n de justificar) y el
modo expresivo (donde aceptamos la obligaci�n de acreditar la intenci�n expresada
mediante la actuaci�n en consecuencia)142. En estas circunstancias, el sujeto ya puede
optar entre tres actitudes que representan las diversas perspectivas del mundo: una actitud
objetivadora, una actitud normativa o una actitud expresiva. El hecho de que un sujeto
pueda adoptar diversas actitudes pone de manifiesto el desarrollo de una visi�n
descentrada del mundo que constituye uno de los hechos m�s relevantes del proceso
evolutivo de las sociedades modernas.
El an�lisis ontogen�tico de las perspectivas que dan lugar a la visi�n descentrada
del mundo s�lo puede llevarse a cabo atendiendo al desarrollo de las estructuras de
interacci�n, afirma Habermas. Partiendo con Piaget de la noci�n de acci�n, Habermas
defiende que la formaci�n del sistema de perspectivas complejas se origina a partir del
desarrollo de la perspectiva del observador u observadora y por las perspectivas
rec�procas que definen la relaci�n yo-t�. La perspectiva de observador la adopta el ni�o o
la ni�a gracias a la capacidad de percepci�n y manipulaci�n del medio material. Las
perspectivas rec�procas que definen la relaci�n yo-t� las aprenden a trav�s del
enfrentamiento simb�lico con la persona de referencia, consolid�ndose gracias a la
formaci�n de las posiciones de primera y segunda persona vinculadas a las funciones
comunicativas de hablante y oyente. La coordinaci�n de acciones se desarrolla de forma
innovadora cuando la perspectiva de observadora u observador se incluye en el proceso
interactivo vincul�ndose as� a la perspectiva yo-t�. La inclusi�n de la perspectiva de
observador en la esfera interactiva favorece la formaci�n del mundo social al tiempo que
permite el an�lisis de las acciones desde el punto de vista del cumplimiento (o no) de las
normas reconocidas socialmente. De esta forma, ya empezamos a manejar una actitud
normativa. Esta situaci�n complejiza el sistema de perspectivas del hablante haciendo
que las funciones comunicativas de primera, segunda y tercera persona se combinen una
142 A este respecto me parece importante la siguiente aclaraci�n ofrecida por Habermas: “Lo que aislamos con el concepto de modo de uso del lenguaje, es decir, con los conceptos de uso cognitivo, uso interactivo y uso expresivo del lenguaje, es algo que cuando se trata de esta o aquella acci�n comunicativa, es decir, cuando se trata de acciones comunicativas insertas en su contexto, s�lo puede separarse anal�ticamente”, “R�plica a objeciones”, op. cit., p. 455.
100
vez alcanzada la etapa convencional del proceso interactivo143. A�n reconociendo la
dificultad de tal empresa, Habermas pretende justificar estas hip�tesis por medio de
experiencias emp�ricas. Para ello, se basa en el an�lisis de la adopci�n de perspectivas de
R. Selman, an�lisis que se desarrolla aplicando los criterios de persona y relaci�n144.
En el orden 1 (de cinco a nueve a�os aproximadamente) los sujetos ya manejan
una lengua; en consecuencia, el sistema limitado de perspectivas que se adopta en este
nivel tiene como contrapartida, afirma Habermas, un contexto de intersubjetividad
ling��sticamente mediado. Desde el momento en que se distingue entre el hacer y el decir
se establece una relaci�n yo-t� entre hablante y oyente que nos permite distinguir entre
los actos orientados al entendimiento y los actos en los que se pretende ejercer influencia.
En el orden 1, la ni�a o el ni�o maneja de forma adecuada las manifestaciones o las
expresiones de intencionalidad pero es incapaz de concebir de forma clara el sentido de
las expresiones normativas. Por lo tanto, el requisito imprescindible para que se produzca
la coordinaci�n de los planes de acci�n de los diversos participantes es que se ampl�e la
relaci�n hablante-oyente con la interacci�n definida entre las personas que interpretan de
forma conjunta una determinada situaci�n. As� ego y alter pueden ponerse en el lugar del
otro u otra, de tal forma que las funciones comunicativas de primera y segunda persona
143 No obstante, tambi�n se puede analizar la complejidad que alcanza el sistema de perspectivas del mundo atendiendo al hecho de que en la etapa convencional de la interacci�n aparecen dos formas nuevas de acci�n: la acci�n estrat�gica y la orientada por normas. Una vez que se integra la perspectiva de la observadora o del observador en el proceso interactivo, la ni�a o el ni�o perciben dichas interacciones como elementos del mundo objetivo. 144 Aunque Habermas obvia, en este caso, el nivel 0 y el nivel 4 del modelo original. V�ase: Selman, The Growth of Interpersonal Understanding, Academic Press, Nueva York, 1981 o “Stufen der Rollen�bernarhme in der mittleren Kindheit” en D�bert, Habermas y Nunner-Winkler (comps), Entwicklung des Ichs, K�hn: Kepeheuer und Witsch, 1977. En el orden 1 (de cinco a nueve a�os aproximadamente), y en relaci�n al criterio de persona, esta etapa se caracteriza por la diferenciación: se distingue claramente entre los aspectos f�sicos y psicol�gicos de las personas y entre los actos intencionales y no intencionales. El criterio de relaci�n, por su parte, se define de manera subjetiva: se diferencia entre la subjetividad propia y la de los dem�s, aunque se cree que los estados subjetivos se pueden observar concibi�ndose la relaci�n de perspectivas de manera unilateral. En el orden 2 (de siete a doce a�os aproximadamente), y respecto al concepto de persona, la situaci�n se define en t�rminos autorreflejos/segunda persona: la ni�a o el ni�o adquieren la capacidad de salir de s� y adoptan la actitud de segunda persona. Los estados emocionales y los pensamientos de los dem�s se conciben como variados (aunque aislados) y se acepta que en las personas hay que distinguir entre apariencia y realidad. La diferencia establecida entre apariencia y realidad interna suscita la posibilidad de enga�o, entendi�ndose la reciprocidad de forma disuasoria. En este nivel, el criterio de relaciones es rec�proco: la ni�a o el ni�o se ponen en el lugar de los otros y aceptan que los dem�s pueden hacer lo mismo, lo que posibilita el continuo replanteamiento de perspectivas. En el orden 3 (de diez a quince a�os aproximadamente), y en relaci�n al criterio de persona, la caracter�stica m�s relevante es el manejo de la tercera persona: el individuo se concibe como agente y objeto, lo que permite reflexionar sobre las consecuencias de las acciones al tiempo que considera a los dem�s como sistemas de valores y actitudes congruentes. El criterio de relaciones se configura de manera rec�proca: en este caso se coordinan simult�neamente la perspectiva del yo y de los otros, con lo cual surge la necesidad de que la coordinaci�n de perspectivas y la satisfacci�n social se definan de manera interrelacionada.
101
faciliten la coordinaci�n de la acci�n (orden 2, de siete a doce a�os aproximadamente).
En el orden 3 (de diez a quince a�os aproximadamente) la estructura de las perspectivas
se transforma en la medida en que se introduce la posici�n de observador u observadora,
perspectiva que el adolescente, en este caso, puede adoptar en actitud realizativa. Este
hecho posibilita, por un lado, materializar la reciprocidad de orientaciones de acci�n y,
por otro, hacerlas conscientes. La complejizaci�n que sufre el sistema de perspectivas de
acci�n permite manejar el sistema completo de perspectivas del hablante que est�
impl�cito en el uso de los pronombres personales. Al incrementarse la complejidad se
constituye un mundo social que exige el cambio paulatino de las formas de interacci�n;
de esta manera se transita de la acci�n estrat�gica a la acci�n regulada por normas.
Las relaciones de autoridad y las relaciones orientadas por intereses reflejan dos
tipos distintos de interacci�n social que pueden corresponder al mismo nivel de
organizaci�n de las perspectivas. En el caso de que la dependencia o relaci�n de poder
sea expl�cita, la ni�a o el ni�o intentan resolver el conflicto suscitado entre sus
necesidades y las exigencias impuestas con el objetivo de evitar las amenazas o el
castigo. En el caso de que exista un reparto sim�trico del poder pueden utilizar el recurso
del enga�o como mecanismo para beneficiarse145. Un adolescente que est� dotado de las
estructuras definidas por Selman para el nivel 3 es capaz de asumir la reciprocidad de
perspectivas desde el momento en que maneje la actitud de observadora u observador y
conciba como un sistema las relaciones rec�procas definidas entre ego y alter. El
fundamento emp�rico de esta afirmaci�n lo proporcionan las investigaciones sobre las
formas de resolver cooperativamente los problemas de distribuci�n y los conflictos de
acci�n que se definen entre grupos de iguales146. De esta forma se constata que la
capacidad para resolver los conflictos de manera consensuada aumenta dependiendo de la
edad y de la madurez cognitiva de los sujetos, afirma Habermas. La autoridad arbitraria
145 Partiendo de esta �ltima opci�n, Habermas analiza c�mo tiene lugar en este tipo de comportamiento competitivo la transformaci�n del mecanismo interactivo. Para ello, se basa en el experimento de las monedas de J. H. Flavell (J. H. Flavell y cols., The Development of Role-Taking and Comnunication Skills in Children, Wiley, Nueva York, 1968). Habermas expone el experimento de J.H. Flavell (compar�ndolo con las estructuras de perspectivas de Selman) en Conciencia moral y acción comunicativa, p. 175: “(...) bajo dos tazas invertidas hay una cantidad de dinero (una o dos monedas) escondida que tambi�n aparece visible, dibujada sobre el fondo invertido de cada taza. Se explica a la persona que participa en el experimento que entre el signo de las tazas y la cantidad que �stas esconden en verdad existe una relaci�n que se puede cambiar a voluntad. La tarea consiste en repartir en secreto la cantidad de dinero, de tal modo que la persona que participa y a la que se le invita a elegir la taza con la mayor cantidad de dinero, se equivoque y termine sin nada. El experimento est� definido de tal modo que las personas que participan aceptan el marco de un comportamiento competitivo elemental y tratan de influir de modo indirecto en las decisiones del contrincante”. 146V�ase por ejemplo: M. Miller, “Argumentationen als moralische Lernprozesse”, Zeitschrift für Pädagogik, 28, 1982.
102
de una persona concreta se va sustituyendo por una autoridad suprapersonal
independiente de los intereses particulares147. Este tipo de autoridad (que se fundamenta
en el reconocimiento intersubjetivo) no la concibe el adolescente como un imperativo
externo a �l o ella en la medida en que es capaz de interiorizar el poder de las
instituciones configur�ndolo como un mecanismo interno de control. Se define as� un
�mbito interpersonal de interacciones reguladas normativamente148. La transformaci�n de
la acci�n orientada por la autoridad y del comportamiento cooperativo orientado por el
inter�s en acci�n regulada por normas demuestra, seg�n defiende Habermas, que s�lo en
esta l�nea te�rica puede analizarse el sistema de perspectivas de la acci�n orientada al
entendimiento.
El an�lisis habermasiano de lo que denomina “visi�n descentrada del mundo”
vuelve a poner de manifiesto la estrategia falaz que en ocasiones es utilizada por este
autor para intentar proporcionar fundamento a su propuesta te�rica. Lo que intenta
demostrar Habermas, bas�ndose en el an�lisis de la adopci�n de perspectivas de Selman
con el objetivo de proporcionarle un respaldo emp�rico a su hip�tesis, es que la inclusi�n
de la perspectiva objetivadora en el proceso interactivo favorece la formaci�n del mundo
social y la legitimaci�n intersubjetiva de las normas. Lo primero que habr�a que aclarar es
que cuando Habermas se refiere en este contexto a la actitud o perspectiva objetivadora
no se est� refiriendo, en absoluto, a una perspectiva cientificista. Lo que quiere poner de
manifiesto con dicha actitud es que el ni�o o la ni�a, seg�n evolucionan, van superando la
147 Proceso analizado, afirma Habermas, por Freud en t�rminos psicodin�micos y por Mead en t�rminos socio-cognitivos.148 No resulta f�cil, afirma Habermas, reconstruir el sistema de comunicaci�n de los hom�nidos. Aparte de las interacciones de tipo gesticulante (que ya estaban muy extendidas entre los primates) pod�an contar con un sistema de se�ales para las llamadas y un lenguaje de gestos. En cualquier caso, y en la medida en que la caza mayor exige coordinaci�n y entendimiento, se supone que contaban con un protolenguaje a partir del cual se fue consiguiendo un mayor grado de complejidad y de unidad sistem�tica entre el �mbito de las cogniciones, los afectos y las interacciones. La caza organizada socialmente genera un problema de tipo sist�mico que se resuelve mediante la organizaci�n familiar. Es precisamente este hecho (el que la organizaci�n familiar complemente el modo de producci�n de la caza) el que se�ala Habermas como inicio de la forma de vida definida por el homo sapiens. Este proceso se fue generando de manera muy paulatina (pudo durar varios millones de a�os) y supuso el tr�nsito del sistema de estatus animal (que se basa en la amenaza) a un sistema de normas sociales que ya presupone el lenguaje (los roles sociales se basan en el reconocimiento intersubjetivo de expectativas de comportamiento que est�n normativizadas). Para que los roles sociales impliquen la moralizaci�n de los motivos de acci�n se deben dar tres condiciones: que los sujetos puedan intercambiar la perspectiva de participante y observador, que los participantes cuenten con un horizonte temporal que trascienda las consecuencias inmediatas de las acciones y que los roles sociales vayan asociados a sanciones. Para que se den estas tres condiciones se debe contar ya con un lenguaje complejo; v�ase por ejemplo: G. W. Hewes, “Primate Comunication and the Gestual Origin”, Current Anthropology, febrero 1973; E. W. Count, Das Biogramm, Frankfurt, Main, 1970; Habermas, La reconstrucción del materialismo histórico, pp. 135-139. El cuadro que refleja el tr�nsito a la etapa convencional de la interacci�n (del comportamiento preconvencional de cooperaci�n a la acci�n normativamente regulada) se expone en Conciencia moral y acción comunicativa, p. 185.
103
etapa de ensimismamiento hasta alcanzar la capacidad de concebirse como objeto y
agente. Esta capacidad les permite reflexionar sobre las consecuencias de las acciones y
convertir la interacci�n en finalidad de la coordinaci�n de acciones. Esta actitud
objetivadora permite, al ya adolescente, tomar una postura cr�tica respecto a la pretensi�n
de rectitud, de tal forma que la interacci�n social no est� determinada por normas
institucionalmente establecidas sino por normas v�lidas (entendiendo por tal aquellas
normas que hayan superado la argumentaci�n cr�tica de la pretensi�n de validez). Con la
exposici�n de este proceso evolutivo Habermas pretende demostrar, en definitiva, que a
la din�mica de la acci�n orientada al entendimiento (es decir, a la acci�n comunicativa) le
subyace un trasfondo ontogen�tico capaz de proporcionar fundamento a sus hip�tesis. Sin
embargo, Habermas interpreta el an�lisis de la adopci�n de perspectivas de Selman dando
por justificados los presupuestos que, en teor�a, pretende demostrar. Da raz�n de ello que
defina la interacci�n como una interacci�n intersubjetivamente mediada y que conciba la
evoluci�n como una posibilidad para coordinar las acciones de forma consensuada.
Al incluir el lenguaje en el an�lisis de este proceso evolutivo Habermas asume
dos premisas: que el uso de dicho lenguaje se define de manera intersubjetiva y que dicho
uso intersubjetivo implica la orientaci�n al entendimiento. Cuando Habermas habla del
uso intersubjetivo del lenguaje no se refiere �nicamente al hecho de que los significados
utilizados en un proceso interactivo sean significados sint�cticamente compartidos: se
refiere a una intersubjetividad pragm�tica que remite a una capacidad racional que se
concreta en la posibilidad de someter a cr�tica la base universal de validez con el objetivo
de establecer un consenso racionalmente motivado149. Ahora bien, lo que no demuestra
an�lisis evolutivo alguno es que el desarrollo del ni�o o ni�a se realice en dichos
t�rminos. Del hecho de que se evolucione hacia etapas donde la interacci�n social
adquiere mayor protagonismo no se puede inferir que dicha evoluci�n implique el
desarrollo de una capacidad racional que nos determina a un entendimiento de
connotaciones morales150. Habermas tiene que defender esta hip�tesis para justificar la
inclusi�n de un modelo de acci�n, la acci�n comunicativa, que sirve de fundamento a su
teor�a cr�tica. Pero para fundamentar dicha inclusi�n tiene que asumir una serie de
presupuestos trascendentales que, tal y como iremos viendo a lo largo de este trabajo,
149 Tal y como analizaremos, sobre todo, en los cap�tulos primero, quinto y sexto. 150 Javier Muguerza critica a Habermas el hecho de que, bas�ndose en la figura ret�rica de la anfibolog�a, utilice de forma equ�voca el t�rmino Verständigung. Al igual que ocurre en castellano, el vocablo alem�n “entendimiento” se refiere tanto al mero proceso de comprensi�n ling��stica como a la consecuci�n de un acuerdo; v�ase: J. Muguerza, Desde la perplejidad, Fondo de Cultura Econ�mica, Madrid, 1990, p. 288.
104
ponen de manifiesto que los datos empíricos no aportan prueba suficiente a sus tesis. Al
definir la acción comunicativa como una forma de acción que, a diferencia de la acción
teleológica, la acción regulada por normas y la acción dramatúrgica, es capaz de poner de
manifiesto la relación reflexiva que un sujeto puede entablar con el mundo objetivo, el
mundo social y el mundo subjetivo, Habermas oculta sus verdaderas intenciones teóricas.
El objetivo no es completar la teoría sociológica con un modelo de acción capaz de hacer
referencia a todos los ámbitos representados por la concepción formal de mundo, la
finalidad es incluir una noción de acción cuya definición se adapte sin fisuras a los
presupuestos que, según dicho autor, regulan el uso comunicativo del lenguaje:
intersubjetividad y orientación racional al entendimiento. ¿Por qué si no se ve obligado a
completar las tres nociones sociológicas de acción con la acción comunicativa? ¿Es que
acaso en las acciones teleológicas, las acciones reguladas por normas y las acciones
dramatúrgicas no media el lenguaje? ¿O es que en dichos modelos el uso lingüístico no
se adapta a las exigencias habermasianas y, por tal motivo, se ve obligado a introducir un
modelo de acción que represente un uso no espurio del lenguaje? Que el argumento
apunta en esta dirección lo demuestra, por ejemplo, las dificultades a las que tiene que
enfrentarse a la hora de definir las acciones estratégicas. El problema que surge con este
tipo de acciones es que, a pesar de insertarse en un proceso interactivo, éste no se adecúa
a los requisitos consensuales en la medida en que los sujetos se orientan hacia la
satisfacción de utilidades. Por este motivo, Habermas llega incluso a afirmar que en el
contexto de las acciones estratégicas actúa un sujeto solitario. La pregunta es, ¿por qué?
¿Un sujeto que interactúa utilizando el lenguaje es un sujeto que actúa en solitario?
¿Acaso la interacción estratégica no implica el encuentro con otros sujetos? ¿O es que
Habermas define la acción estratégica en los términos indicados para infligirle una
especie de condena moral al reflejar un tipo de interacción que no se adecúa a sus
presupuestos comunicativos? ¿Y cómo demuestra este autor que dichos presupuestos
derivan de la naturaleza comunicativa del lenguaje y no son un mero reflejo de sus
premisas teóricas? Que Habermas no encuentra un buen respaldo empírico para sustentar
su noción de acción comunicativa lo demuestra el hecho de que se haya visto obligado a
reformular esta importante noción, tal y como veremos en el capítulo quinto.
105
2.2. Una teoría de la sociedad definida por el paradigma del lenguaje
La relevancia de la acci�n comunicativa, que remite a una racionalidad de tipo
comunicativo, la demuestra el que dicha acci�n va a servir de fundamento a una teor�a de
la sociedad capaz de proporcionar un diagn�stico adecuado de las patolog�as sufridas en
las sociedades modernas y de reivindicar una posible emancipaci�n. Para conseguir estos
objetivos tenemos que rechazar las explicaciones unilaterales o cientificistas incidiendo
en un concepto de alienaci�n que Habermas define como “colonizaci�n del mundo de la
vida”. El mundo de la vida es una noci�n que completa a la acci�n comunicativa
haciendo referencia a un sistema de convicciones aproblem�ticas. Cuando el sistema (el
dinero y la burocracia) asume funciones propias del mundo de la vida se produce una
colonizaci�n del mismo que constituye la forma moderna de alienaci�n social. Para
superar esa colonizaci�n, y procurar con ello la emancipaci�n social, el sistema debe
replegarse a su �mbito funcionalmente definido permitiendo al mundo de la vida
desarrollarse sin interferencias objetivistas. El proyecto emancipatorio implica, por tanto,
reconocer la importancia del �mbito comunicativo reivindicando, por un lado, la
necesidad de que la acci�n comunicativa se complete con la noci�n de mundo de la vida
y, por otro, que la sociedad se conciba como la suma de sistema y mundo de la vida.
2.2.1. Acción comunicativa y mundo de la vida: categorías básicas de una teoría de
la sociedad
Tal y como acabamos de exponer, s�lo la acci�n comunicativa es capaz de
contemplar todas las funciones del lenguaje. S�lo la acci�n comunicativa considera el
lenguaje como un medio holista de entendimiento que se refiere, de manera simult�nea, a
algo en el mundo objetivo, en el mundo social y en el mundo subjetivo. Al incluir el
medio ling��stico en las relaciones que se definen entre el agente y el mundo, la noci�n
de acci�n comunicativa le sirve a Habermas para fundamentar un tipo de racionalidad
procedimental que exige, por una parte, analizar el �mbito pr�ctico en t�rminos
realizativos y, por otra, incidir en la noci�n de entendimiento como principio regulativo
de la interacci�n social. Si la coordinaci�n de acciones orientada al entendimiento se
convierte en el mecanismo fundamental para explicar la interacci�n social, la acci�n
comunicativa (en cuanto forma de acci�n que tiene como finalidad la consecuci�n de
dicho entendimiento) se convierte en criterio imprescindible de una teor�a general de la
sociedad. La noci�n de comunicaci�n ser�, por tanto, la categor�a b�sica de una teor�a de
106
la sociedad que propone una metodolog�a comprensiva como fundamento del �mbito
social151. Para que la acci�n comunicativa sirva de sustento a una teor�a de la sociedad,
dicho modelo de acci�n debe completarse, no obstante, con la noci�n de mundo de la
vida152.
Con la inclusi�n te�rica del mundo de la vida Habermas pretende abordar el
an�lisis de la racionalizaci�n social incidiendo en los cambios producidos en las
estructuras impl�citas153. Tal y como afirma el autor frankfurtiano, el an�lisis del mundo
de la vida desarrollado por el �ltimo Husserl154 o el an�lisis de las formas de vida del
segundo Wittgenstein155 tienen como objetivo aprehender las estructuras que permanecen
invariantes a pesar de los cambios hist�ricos y la constituci�n de formas de vida
concretas. Se supone as� una distinci�n entre forma (que es lo que se intenta aprehender)
y contenido. Con el an�lisis de la noci�n de mundo de la vida Habermas intenta explicar
la din�mica l�gico-evolutiva que marca el desarrollo de dichas estructuras. Para
desarrollar este an�lisis parte de la concepci�n fenomenol�gica del Lebenswelt concebido
como background o Verweisungszusammenhang, es decir, como un trasfondo que nos
sirve de referente cuando actuamos y como garant�a que justifica y fundamenta dicha
actuaci�n. Sin embargo, la concepci�n fenomenol�gica de mundo de la vida, afirma
Habermas, incurre en un importante error: est� demasiado apegada a la filosof�a de la
conciencia. Va a ser necesario, por tanto, superar esta deficiencia si queremos cumplir
151 Este proyecto va adquiriendo forma en “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje” (1971), op. cit.; se desarrolla en “La pretensi�n de universalidad de la hermen�utica” (1971), op. cit., “Teor�as de la verdad” (1973), op. cit. y �Qu� significa pragm�tica universal? (1976), op. cit. Se consolida en Teoría de la acción comunicativa. 152 Como el mismo Habermas reconoce, el concepto de mundo de la vida se convirti� en una noci�n importante para �l en la medida en que le permit�a evaluar los procesos de crisis sociales; v�ase por ejemplo: “Incertidumbres alemanas”, Más allá del Estado nacional, pp. 96-97. 153 Habermas introduce la noci�n de mundo de la vida en “Un informe bibliogr�fico (1967): la l�gica de las ciencias sociales”, op. cit. La analiza de forma introductoria en el volumen I de Teoría de la acción comunicativa y completa dicho an�lisis (integr�ndola, junto al sistema, en la noci�n de sociedad) en el Interludio segundo del volumen II. 154 La noci�n de mundo de la vida ocupa un lugar central en la �ltima etapa te�rica de Husserl, sobre todo en La crisis de las ciencias europeas y la Fenomenología trascendental, Cr�tica, Barcelona, 1991. En esta obra p�stuma se recogen las conferencias impartidas por Husserl en Viena y Praga en el a�o 1935. V�ase tambi�n: L. Landgrebe, Phänomenologie und Metaphysik, Heidelberg, F. H. Kerle Verlag, 1949; A. Gurwitsch, The Field of Consciousness, Pittsburgh, Duquesne University Press,1964 o H. Hohl, Lebenswelt und Geschichte, Freiburg, M�nchen, 1962. 155 Habermas reconoce expl�citamente en la p. 358 de Teoría de la acción comunicativa I c�mo han influido los trabajos sobre el saber de fondo estimulados por Wittgenstein en su tesis de que es necesario completar la noci�n de acci�n comunicativa con la de mundo de la vida. V�ase por ejemplo: R. Rhees, Without Answers, Shocken, Nueva York, 1969; H. Pitkin, Wittgenstein and Justice, University of California Press, Berkeley, 1972 o D. L. Philipps y H. O. Mounce, Moral Practices, Routledge y Kegan, Londres, 1970.
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con el objetivo propuesto. Para ello, hay que interpretar dicho concepto en t�rminos
comunicativos.
Habermas, a�n rechazando el m�todo y el contexto en el que Husserl introduce
la noci�n de mundo de la vida desde la perspectiva fenomenol�gica, s� asume el
contenido de su an�lisis. El autor frankfurtiano propone dos motivos para explicar la
influencia que la teor�a de la constituci�n de la sociedad inspirada en Husserl ejerce en la
Sociolog�a contempor�nea: por un lado, el hecho de que la fenomenolog�a de Husserl se
base en la noci�n de mundo de la vida y, por otro, que defienda una perspectiva
descriptiva de dicha constituci�n. Estos motivos son el fundamento de que la propuesta
te�rica de Husserl sea mucho m�s adecuada que el planteamiento trascendental de Kant a
la hora de definir una teor�a de la sociedad. Kant pretende explicar la constituci�n de la
experiencia tomando como referencia el criterio de objetividad. Por el contrario, Husserl
reivindica la noci�n de mundo de la vida como marco de la pr�ctica cotidiana y como
fundamento de sentido con la finalidad de oponerse a las idealizaciones en las que incurre
el objetivismo cient�fico. Las ciencias de la naturaleza, defiende Husserl, guardan
relaci�n con la experiencia cotidiana que se organiza en el mundo de la vida. Esta
experiencia cotidiana forma parte de un mundo constituido en t�rminos intersubjetivos
que no s�lo est� integrado por elementos cognitivos sino tambi�n por actitudes afectivas.
Por tanto, la teor�a del conocimiento sobre la naturaleza depende de una teor�a del mundo
de la vida que, a su vez, incluye una teor�a de la constituci�n de la sociedad. Esta
investigaci�n se desarrolla tomando como referente un yo trascendental particular y no la
conciencia an�nima kantiana.
No obstante, afirma Habermas, la teor�a fenomenol�gica de Husserl tiene que
enfrentarse a dos problemas fundamentales: 1) el problema de la verdad y 2) el problema
de la intersubjetividad. Para resolver estos dos problemas, sigue afirmando el autor
frankfurtiano, hay que sustituir la filosof�a de la conciencia por una teor�a de la
comunicaci�n. Definir la sociedad como un plexo de sentido implica la problem�tica de
la verdad porque el enfoque fenomenol�gico supone un manejo ingenuo de las
pretensiones de validez. Husserl intenta aprehender las estructuras de sentido definidas
f�cticamente utilizando el criterio de intencionalidad, de tal forma que las vivencias
intencionales se conciben como “conciencia de algo” o como un “estar dirigidas a algo”.
La noci�n intuitiva y universalmente aplicable de intencionalidad es la encargada de
garantizar la conexi�n con la verdad de todo plexo de sentido. Las pretensiones de
validez que se asocian con las intenciones s�lo se ponen en cuesti�n en la medida en que
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el objeto al que se dirige esa intenci�n no se “autodone”. Ahora bien, afirma Habermas, si
tenemos en cuenta que las percepciones tambi�n dependen de procesos interpretativos, no
se puede confiar como fundamento �ltimo en la autodonaci�n de los objetos a la
intuici�n; en consecuencia, hay que rechazar la noci�n de verdad entendida como
autoevidencia. La discusi�n de las pretensiones de validez asociadas a las vivencias
intencionales no debe concebirse en t�rminos intuitivos sino discursivos en la medida en
que s�lo los argumentos sirven como base para rechazar o aceptar las pretensiones de
validez problematizadas. La noci�n de mundo de la vida interpretada comunicativamente
no se basa en las vivencias intencionales sino en las acciones comunicativas, de tal forma
que las posiciones mantenidas por los sujetos que participan en un proceso interactivo no
derivan de las intuiciones sino de los discursos fundamentados. La noci�n de
entendimiento sustituye as� a la noci�n de intenci�n. El otro problema que subyace a la
concepci�n fenomenol�gica de Husserl es el de la intersubjetividad. Este autor maneja la
noci�n de un mundo intersubjetivo definido como �mbito de encuentro com�n. Sin
embargo, afirma Habermas, en una concepci�n fenomenol�gica la noci�n de
intersubjetividad se introduce de contrabando en la medida en que la intersubjetividad
debe concebirse en el marco de una pr�ctica comunicativa com�n y no desde la
perspectiva de una conciencia trascendental y monol�gica, tal y como plantea la teor�a de
la constituci�n de Husserl156.
Habermas apoya a Husserl por oponerse a la perspectiva objetivista de Kant
proponiendo una noci�n de mundo de la vida que sirve como fundamento para la praxis
cotidiana. �Por qu� raz�n es digno de elogio este planteamiento? Porque es coincidente
con dos presupuestos fundamentales para Habermas al reconocer la existencia de un
trasfondo que fundamenta la noci�n de sentido y afrontar la descripci�n de dicho
trasfondo en t�rminos anticientificistas. Sin embargo, en la medida en que dicha
descripci�n no se adec�a a los presupuestos procedimentales de la racionalidad
comunicativa se convierte en objeto de cr�tica. Estos presupuestos son la discusi�n
racional de pretensiones de validez y la intersubjetividad. El hecho de que Husserl haga
depender el fundamento de la interacci�n (lo que en este contexto Habermas denomina el
problema de la verdad) de un uso ingenuo de pretensiones de validez ligado a las
156Algunas matizaciones cr�ticas formuladas por Habermas al planteamiento te�rico de Husserl (confront�ndolo en esta ocasi�n con la propuesta de Heidegger) se expone en Textos y contextos, pp. 59-73. V�ase tambi�n: “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., pp. 38-58 y M. C. L�pez S�enz, “Intersubjetividad transcendental y mundo social”, Enrahonar, 22, 1994, pp. 33-61.
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vivencias intencionales altera tres principios fundamentales del planteamiento
habermasiano: en primer lugar, el principio antimentalista; en segundo lugar, el principio
procedimental de racionalidad al fundamentarse las posiciones de los sujetos en un uso
ingenuo (es decir, no racional) de las pretensiones de validez, y en tercer lugar, el
principio de intersubjetividad al primar en la concepci�n fenomenol�gica la perspectiva
de un yo particular que act�a monol�gicamente. La soluci�n que propone Habermas para
hacer frente a estas deficiencias te�ricas es su teor�a de la acci�n comunicativa. De esa
forma, hay que sustituir las vivencias de la fenomenolog�a por el concepto de acci�n
comunicativa; hay que sustituir el manejo ingenuo de pretensiones de validez por la
argumentaci�n racional desarrollada en el marco de los discursos, y hay que sustituir el
modelo monol�gico de sujeto por un modelo comunicativo.
Para llevar a cabo una reformulaci�n de la noci�n de mundo de la vida en
t�rminos comunicativos, Habermas toma como referencia las tesis expuestas por A.
Sch�tz en sus manuscritos p�stumos reelaborados y editados por T. Luckmann157. Tanto
Sch�tz158 como Luckmann distinguen el proceso de interpretaci�n de una situaci�n del
proceso de ejecuci�n de un plan de acci�n. La interpretaci�n de la situaci�n
(interpretaci�n que, al tiempo, posibilita un determinado plan de acci�n) se basa en el
acervo de saber que posee un sujeto determinado como miembro de un mundo de la vida.
A partir de este acervo de saber, el sujeto configura un mundo que le sirve de trasfondo.
Sch�tz, propone as� una versi�n “cotidiana” de la noci�n de mundo de la vida en la que
�ste se define como un referente no problematizado de la praxis. Esa praxis o interacci�n
cotidiana se define de manera intersubjetiva, caracter�stica que atribuye al lenguaje
especial protagonismo. Sin embargo, afirma Habermas, Sch�tz incurre en un importante
error: no aborda el an�lisis partiendo de una teor�a de la comunicaci�n sino del modelo
intuitivo de Husserl159. Este hecho explica que Sch�tz y Luckmann no conciban el mundo
157 A. Sch�tz, Th. Luckmann, La estructura del mundo de la vida, Amorrortu, Buenos Aires, 2003. V�ase: P. Berger y Th. Luckmann, The Social Construction of Reality, Doubleday, Nueva York, 1966; traducci�n al castellano: La construcción social de la realidad, Amorrortu, Buenos Aires, 1999. 158 En Der Sinnhafte Aufbau der Sozialen Welt, Wien, 1932, Sch�tz tiene como objetivo desligar la propuesta de Weber de la influencia te�rica ejercida por Rickert. El objetivo de tal deslinde es insertar dicho planteamiento en el marco fenomenol�gico del mundo de la vida en la l�nea concebida por Husserl. Partiendo de la noci�n weberiana de sentido subjetivo, Sch�tz propone una interpretaci�n fenomenol�gica de la subjetividad y el an�lisis intersubjetivo de la acci�n social. 159 Estas limitaciones las intentan remediar disc�pulos como Garfinkel (que entiende el mundo de la vida como un sistema de reglas de interpretaci�n por medio de las cuales los sujetos se definen a s� mismos y a sus situaciones de vida) o Cicourel (que se plantea como objetivo aprehender la estructura de los mundo de la vida mediante una investigaci�n que tenga como resultado un sistema de medidas fiable). Habermas sin embargo, no coincide con la estrategia propuesta por estos dos autores. La alternativa te�rica de Cicourel y Garfinkel (al igual que ocurre con Husserl y Sch�tz), afirma, se inserta en el marco de una filosof�a de la
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de la vida intersubjetivo estructurado en t�rminos ling��sticos sino como reflejo de las
vivencias de un sujeto aislado160. Es necesario, por tanto, sustituir este modelo
monol�gico de mundo de la vida por un modelo comunicativo que, adoptando la
perspectiva pragm�tica, abogue por introducir la noci�n de mundo de la vida como
concepto complementario al de acci�n comunicativa161. Adapt�ndose a esta exigencia,
Habermas define el mundo de la vida en los siguientes t�rminos:
El mundo de la vida, en la medida en que entra en consideraci�n como recurso de los procesos de interpretaci�n, podemos represent�rnoslo como acervo ling��sticamente organizado de supuestos de fondo, que se reproduce en forma de tradici�n cultural. El saber de fondo transmitido culturalmente ocupa frente a las emisiones comunicativas que se generan con su ayuda, una posici�n en cierto modo transcendental162.
Y en El discurso filosófico de la modernidad afirma:
El mundo de la vida constituye un horizonte y ofrece a la vez una provisi�n de autoevidencias culturales, de la que los participantes en la interacci�n toman para sus tareas interpretativas patrones de interpretaci�n a los que asiste el consenso de todos163.
Habermas concibe el mundo de la vida como un acervo de saber culturalmente
transmitido y ling��sticamente organizado de patrones interpretativos que, en forma de
lenguaje y cultura, provee a los sujetos de convicciones aproblem�ticas sobre las que
pueden negociar definiciones comunes de la situaci�n; es decir, el mundo de la vida sirve,
conciencia que no les permite tener en cuenta la importancia de la experiencia comunicativa definida en t�rminos intersubjetivos.160 Cierto es, no obstante, que Habermas reconoce a la propuesta de Sch�tz y Luckmann un m�rito: haberse planteado en los t�rminos de una teor�a de la acci�n. Habermas reconoce expl�citamente que, en el �mbito de la teor�a de la sociedad, de los autores que m�s ha aprendido es de A. Sch�tz y H. Arendt. Un esbozo de la cr�tica formulada por Habermas a c�mo la teor�a de sistemas (por ejemplo Luhmann) adopta las conclusiones te�ricas de la fenomenolog�a asumiendo las premisas de la filosof�a de la conciencia ydespreocup�ndose de la intersubjetividad se expone en: Teoría de la acción comunicativa II, pp. 184-185.Frente a la importancia concedida por Habermas a la intersubjetividad, Luhmann argumenta que, lejos de ser una noci�n iluminadora como pretende el autor frankfurtiano, es m�s bien una noci�n que tergiversa la realidad social; v�ase: “Wie ist soziale Ordnung m�glich?”, Gesellschaftsstruktur und Semantik 2, Suhrkamp, Frankfurt, 1981, pp. 195-285 y “Gesellschaftsstruktur und semantische Tradition”, Gesellschaftsstruktur und Semantik 1, Suhrkamp, Frankfurt, 1980, pp. 9-71. 161Pensamiento postmetafísico, p. 90. La perspectiva de la filosof�a anal�tica que implica concebir el mundo de la vida bas�ndose en el modelo de contexto es m�s fruct�fera que la concepci�n fenomenol�gica, tal y como reconoce Habermas en la nota 44 de la p�gina 315 de Teoría de la acción comunicativa II.162 “Observaciones sobre el concepto de acci�n comunicativa”, op. cit., p. 495.163 p. 356. En una entrevista concedida a A. Honneth, E. Kn�dler-Bunte y A.Widmann Habermas define el mundo de la vida de la siguiente manera: “S�lo pienso que �nicamente cabe llamar mundo vital a aquella reserva que no plantea problemas y que no se puede criticar; “Dial�ctica de la racionalizaci�n”, op. cit., p. 155; v�ase tambi�n: “R�plica a objeciones”, op. cit., p. 438. Ante la duda suscitada en relaci�n a qui�n pertenece a un determinado mundo de la vida Habermas afirma, sencillamente, que las personas pertenecientes a una misma colectividad suelen compartir un mismo mundo de la vida; v�ase: “Dial�ctica de la racionalizaci�n”, op. cit., pp. 154-155.
111
a la vez, como contexto y como recurso de interpretaci�n. El mundo de la vida concebido
como un recurso de interpretaci�n del que los sujetos se sirven para definir las
manifestaciones susceptibles de consenso equivale a las operaciones de s�ntesis
elaboradas por la conciencia seg�n se�ala la filosof�a del sujeto, s�lo que en este caso el
lugar de la conciencia trascendental lo ocupan las formas de vida concretas que se
constituyen asimilando las estructuras generales del mundo de la vida:
Ciertamente que las formas particulares de vida, que s�lo aparecen en plural, no est�n s�lo ligadas entre s� por un tejido de “aires de familia”; llevan tambi�n impresas en su seno las estructuras comunes de los mundos de la vida en general; pero estas estructuras generales s�lo se imprimen en las formas de vida particulares a trav�s del medio que es la acci�n orientada al entendimiento, a trav�s de la cual han de reproducirse. Esto explica por qu� el peso de estas estructuras generales puede acentuarse en el curso de los procesos hist�ricos de diferenciaci�n. �sta es tambi�n la clave de la racionalizaci�n del mundo de la vida y de la sucesiva liberaci�n del potencial de racionalidad que la acci�n comunicativa lleva en su seno164.
Tal y como se indica en la cita, Habermas distingue entre las estructuras
universales del conocimiento de fondo y la constituci�n particular de las formas concretas
de vida que, a su vez, se constituyen gracias a las estructuras universales del mundo de la
vida. Quien hace posible que las estructuras universales del mundo de la vida se reflejen
en las estructuras particulares de las formas concretas de vida es la acci�n comunicativa.
Fij�monos c�mo razona Habermas: si la acci�n comunicativa es una acci�n orientada al
entendimiento que sirve de sustento a una noci�n procedimental de racionalidad que se
define en t�rminos universalistas, la acci�n comunicativa es el nexo id�neo para
garantizar que las estructuras universales del mundo de la vida se reflejen en las formas
particulares de vida. En las formas concretas de vida los sujetos interact�an anticipando
unos presupuestos universales que emanan de las estructuras generales del mundo de la
vida a trav�s de la acci�n orientada al entendimiento. Por tanto, la estructura universal del
mundo de la vida depende de una acci�n comunicativa cuya pretensi�n universalista
depende del mundo de la vida. Intentando disimular este c�rculo vicioso, Habermas se ve
obligado a definir el mundo de la vida a partir de una serie de caracter�sticas que
parapeten su fragilidad165. De esta forma, el mundo de la vida adquiere la propiedad de
ser una certeza directa que act�a como una fuerza totalizadora y que posee un car�cter
holista.
164 El discurso filosófico de la modernidad (doce lecciones), p. 386. 165 V�ase: Pensamiento postmetafísico, pp. 94-98 o Textos y contextos, pp. 66-67.
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El mundo de la vida se define como una certeza directa en la medida en que es un
saber de fondo aproblem�tico del que hacemos un uso irreflexivo e involuntario. Este
saber de fondo s�lo se vuelve falible cuando un peque�o fragmento del mismo (nunca la
totalidad) se explicita al iniciarse un proceso discursivo sobre las pretensiones de validez.
Esta caracter�stica le confiere al saber de fondo un car�cter parad�jico en la medida en
que, por una parte, es una forma intensificada de saber y, por otra, es un saber deficiente
al verse afectado por los procesos de aprendizaje que derivan del debate de las
pretensiones de validez. El mundo de la vida act�a como una fuerza totalizadora en la
medida en que constituye una totalidad que est� integrada por un centro y por unos
bordes o l�mites indeterminados y porosos que no se pueden trascender: a lo sumo, son
l�mites que retroceden. Cuando los mundos de la vida se oponen entre s� no tienen por
qu� rendirse a la opci�n del disentimiento ya que, orientados por la pretensi�n
universalista que les impone su car�cter de totalidad, tienden hacia la “fusi�n de
horizontes”. El car�cter holista le confiere al mundo de la vida la condici�n de
impenetrable. Este saber de fondo permanece a la espalda de los participantes y s�lo se
hace presente de manera prerreflexiva.
Los elementos que forman parte de una determinada situaci�n de acci�n pueden
ser problematizados y puestos en cuesti�n. No obstante, dicha situaci�n se inserta en un
contexto de referencia que es el mundo de la vida, contexto que es accesible pero que, tal
y como hemos comentado, nunca puede convertirse en tema de discusi�n en su
totalidad166. El motivo que explica esta circunstancia es que el lenguaje, al poseer una
naturaleza semitrascendente, no puede convertirse totalmente en objeto de an�lisis: el
mundo de la vida constituye, en s�, un l�mite que no es posible trascender167. Gracias al
lenguaje, el mundo de la vida puede ofertar un contexto interpretativo a sus miembros
para cualquier elemento del mundo sobre el que necesiten entenderse. El mundo de la
vida proporciona un trasfondo interpretativo para todo lo que entienden, lo que
experimentan y lo que pueden aprender. Esta evidencia se debe al a priori inscrito en la
intersubjetividad del entendimiento comunicativo. La naturaleza intersubjetiva del
lenguaje posibilita la conducta racional en la medida en que define y estructura, desde un
punto de vista categorial y gramatical, la comprensi�n de fondo que una determinada
166 V�ase: Facticidad y validez, p. 84; v�ase tambi�n: “La Graduate Faculty de la New School of Social Research”, Perfiles filosófico-políticos, pp. 359-360. 167 El mundo de la vida impone tambi�n l�mites a las situaciones cambiantes, ya que al cambiar las situaciones y los temas de discusi�n se visibiliza un segmento de dicho mundo de la vida que se ofrece como evidencia inagotable; v�ase: “Observaciones sobre el concepto de acci�n comunicativa”, op. cit., p. 494.
113
comunidad ling��stica tiene sobre el mundo de la vida. Esta naturaleza intersubjetiva del
mundo de la vida no puede ser objeto de controversia:
“El mundo de la vida, que de por s� viene estructurado simb�licamente, constituye una red de contextos impl�citos de sentido, que se sedimentan en signos no ling��sticos, pero accesibles a la interpretaci�n ling��stica. Las situaciones, en las que los participantes en la interacci�n se orientan, est�n saturadas de pistas, gui�os y rastros delatores; a la vez vienen marcadas por rasgos estil�sticos y caracteres expresivos, intuitivamente aprensibles, que reflejan el “esp�ritu” de una sociedad, la “tintura” de una �poca, la “fisonom�a” de una ciudad o de una clase social. Si se aplica la semi�tica de Peirce a esta esfera producida por los hombres, pero de ninguna manera dominada por ellos con voluntad y conciencia, resulta tambi�n claro que el desciframiento de los contextos impl�citos de sentido, es decir, la comprensi�n del sentido, es un modo de experiencia: la experiencia es experiencia comunicativa” 168.
La noci�n habermasiana de mundo de la vida es una de las nociones, afirma
Jim�nez Redondo, que m�s piruetas le han obligado a practicar169. Ahora bien, a pesar de
las dificultades a las que el autor frankfurtiano ha tenido que enfrentarse a la hora de
procurar acomodo a esta noci�n procedente de la tradici�n fenomenol�gica, el saldo de
ventajas te�ricas justifica el empe�o de dicho autor por justificar su inclusi�n. El
problema surge cuando nos preguntamos si la noci�n de mundo de la vida posee alg�n
tipo de fundamento que trascienda su propia definici�n. Pienso que no. El mundo de la
vida habermasiano es un concepto definido ad hoc con el objetivo de que la din�mica
procedimental de la racionalidad comunicativa mantenga su estatus te�rico. Para
sustentar esta afirmaci�n podemos basarnos en dos datos: 1) en la cr�tica formulada a la
propuesta fenomenol�gica de Husserl y Sch�tz, cr�tica que se realiza partiendo de unas
premisas que Habermas no fundamenta y 2) en las caracter�sticas atribuidas al mundo de
la vida; estas caracter�sticas est�n dise�adas para que su adaptaci�n a los presupuestos de
la teor�a de la acci�n comunicativa sea absoluta.
Tal y como nos indica Habermas, el mundo de la vida se caracteriza por actuar
como una certeza directa de la que los sujetos no pueden dudar, que est� articulada
gracias al lenguaje que define su pr�ctica en t�rminos intersubjetivos y a la que s�lo
podemos acceder prerreflexivamente, es decir, de forma no cient�fica. Este mismo mundo
de la vida act�a como una fuerza totalizante que no se puede trascender y, al poseer una
constituci�n holista, es impenetrable. Si tenemos en cuenta que el mundo de la vida
remite en �ltima instancia a la mente de los sujetos, podemos apreciar c�mo la definici�n
168 Textos y contextos, p. 55; v�ase tambi�n: El discurso filosófico de la modernidad (doce lecciones), p. 424.169 V�ase la Introducci�n a Escritos sobre moralidad y eticidad, p. 12. E. Prieto Navarro expone las tensiones e incomodidades que la noci�n de mundo de la vida provoca a Habermas en op.cit., pp. 100-102.A este respecto, v�ase tambi�n: U. Mathiessen, Das Dickicht der Lebenswelt und die Theorie des kommunikativen Handelns, Eugen Fink, M�nchen, 1983, pp. 36 y ss.
114
de dicho concepto se adapta perfectamente a los presupuestos que rigen el proyecto
te�rico de Habermas. Creo que el principio rector de la definici�n habermasiana del
mundo de la vida es una actitud anticientificista adoptada por este autor desde la
formulaci�n de Conocimiento e interés y que sigue imponiendo sus exigencias a un
modelo comunicativo de acci�n. En ning�n momento de su trayectoria te�rica se ha
preocupado por ofrecer una explicaci�n de dicha actitud enfrent�ndose a cuestiones
fundamentales para el �mbito social con definiciones injustificadas que son claro
exponente de una opci�n dualista. Ejemplo de ello es la siguiente afirmaci�n referida a la
posibilidad de conocimiento del mundo de la vida:
Como sujetos capaces de lenguaje y acci�n tenemos antes de toda ciencia un acceso interno al mundo de la vida simb�licamente estructurado y a los productos y competencias de los individuos socializados. Nunca he entendido por qu� en la ciencia habr�amos de limitarnos al acceso externo que tenemos a la naturaleza, separarnos del saber prete�rico que ya poseemos, y extra�ar artificialmente el mundo de la vida –por m�s que pudi�ramos hacerlo-. Pues la psicolog�a de las ratas puede que sea buena, pero para las ratas170.
Creo que de la cita podemos deducir dos conclusiones principales: a) que
Habermas maneja un concepto muy reduccionista de la psicolog�a en la que s�lo cabe una
interpretaci�n conductista de la misma y b) que el autor frankfurtiano est� convencido de
que la opci�n dualista no necesita ser fundamentada. Al no necesitar fundamentaci�n
puede operar como una matriz te�rica que configura la definici�n de la racionalidad
comunicativa, la acci�n comunicativa o el mundo de la vida. El manejo te�rico que
Habermas hace del dualismo, como si �ste fuera una opci�n objetiva y no metaf�sica,
tambi�n se pone de manifiesto cuando afirma que los complejos impl�citos de sentido que
constituyen el mundo de la vida son una experiencia comunicativa producida por los
seres humanos pero que �stos no pueden controlar de forma voluntaria y consciente.
Puesto que no cabe la opci�n de hablar de un control no voluntario e inconsciente, la
�nica posibilidad l�gica es admitir que dichos complejos de sentido no pueden ser
controlados por los sujetos. �Qu� quiere afirmar Habermas con ello? �Acaso que la
experiencia comunicativa no puede ser controlada por los sujetos porque �sta se define a
partir de unos presupuestos trascendentales?
170Pensamiento postmetafísico, p. 31. En la misma l�nea de desviaci�n te�rica considera Habermas que se encuentra el behaviorismo ling��stico (de Morris a Quine), proyectos que yerran por sus presupuestos ontol�gicos de tipo empirista. Que el tr�nsito de la filosof�a de la conciencia a la filosof�a del lenguaje no tiene por qu� asumir esta perspectiva, afirma Habermas, lo pone de manifiesto las propuestas te�ricas de Humboldt, Peirce o el propio Frege. El principal problema, de lo que Habermas denomina materialismo anal�tico, radica en su incapacidad para analizar los �mbitos concernientes al mundo de la vida; v�ase: ib�dem, pp. 29-32.
115
El hecho de que el mundo de la vida esté articulado por el lenguaje ordinario,
lenguaje al que Habermas le atribuye la capacidad de definir la coordinación de acciones
en términos intersubjetivos, permite al autor frankfurtiano afirmar que el mundo de la
vida posee una naturaleza intersubjetiva que no es objeto de controversia. Esta naturaleza
intersubjetiva tiene su reflejo en una estructura universal que el mundo de la vida exporta
a las formas concretas de vida utilizando el nexo de la acción comunicativa. Los sujetos
que participan en interacciones concretas se hacen eco de esa estructura universal
adecuando su participación a los presupuestos procedimentales de la racionalidad
comunicativa. Pero con este argumento Habermas incurre en un claro círculo vicioso: por
un lado, intenta justificar que la actuación de los sujetos se puede adaptar a los
presupuestos pragmáticos de la racionalidad comunicativa remitiendo a la existencia del
mundo de la vida y, por otro, intenta demostrar la existencia del mundo de la vida
remitiendo a los rastros delatores con los que se encuentran los sujetos que interactúan
adaptándose a dichos presupuestos. Como podemos observar, el argumento habermasiano
se autosustenta.
Al profundizar en la definición del mundo de la vida uno de los errores más
extendidos, afirma Habermas, consiste en identificar dicho trasfondo con la esfera
cultural. Pero el mundo de la vida no se limita a la cultura, puntualiza; el trasfondo de
convicciones aproblemáticas está constituido por la cultura, la sociedad y la personalidad:
Llamo cultura al acervo de saber del que los agentes al entenderse en la acción comunicativa sobre algo en el mundo se proveen de interpretaciones susceptibles de consenso. Llamo sociedad (en el sentido estricto de un componente del mundo de la vida) a los órdenes legítimos, de donde los agentes al entablar relaciones interpersonales, extraen una solidaridad apoyada en pertenencias a grupos. Finalmente, el término personalidad podemos considerarlo como un expediente para referirnos a las competencias adquiridas que convierten a un sujeto en capaz de lenguaje y de acción poniéndolo con ello en condiciones de participar en procesos de entendimiento en el contexto dado en cada caso y de afirmar la propia identidad en plexos de interacción cambiantes171.
La cultura cubre las cuestiones de validez relacionadas con la verdad, el gusto y
la justicia, así como los ámbitos de la ciencia, la técnica, el derecho, la moral y el arte. A
partir de instituciones sociales como la familia, la iglesia o el ámbito jurídico se
configuran los sistemas funcionales de la economía y la administración. Por otro lado, la
personalidad es producto de un proceso de socialización que dota a los sujetos de las
capacidades necesarias para enfrentarse a la complejidad del mundo172. Estos tres
171 El discurso filosófico de la modernidad (doce lecciones), p. 405. 172 El proceso de socialización está integrado por dos fases evolutivas: 1) Edad escolar, entendida como crisis edípica y que implica el tránsito de la etapa preoperacional al pensamiento operacional concreto y 2)
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componentes no deben concebirse como entornos los unos para los otros en la medida en
que se encuentran entrelazados por el lenguaje ordinario. Gracias a la acci�n del lenguaje
ordinario los distintos componentes cumplen con sus funciones de manera coordinada,
posibilitando que el mundo de la vida se defina como un contexto totalizador173. La
cultura, la sociedad y la personalidad constituyen, en definitiva, plexos de sentido que se
comunican. Las interacciones constituidas gracias a la pr�ctica comunicativa se
convierten en medios que permiten la reproducci�n de los distintos componentes que
integran el saber de fondo; hablamos as� de reproducci�n cultural, integraci�n social y
socializaci�n:
La reproducci�n cultural del mundo de la vida se encarga de que, en su dimensi�n sem�ntica, las nuevas situaciones que se presenten queden puestas en relaci�n con los estados del mundo ya existentes: asegura la continuidad de la tradici�n y una coherencia del saber que baste en cada caso a la pr�ctica comunicativa cotidiana. Esta continuidad y esta coherencia tienen su medida en la racionalidad del saber aceptado como v�lido.
(…) La integraci�n social del mundo de la vida se encarga de que las situaciones nuevas que se presenten en la dimensi�n del espacio social queden conectadas con los estados del mundo ya existentes: cuida de que las acciones queden coordinadas a trav�s de relaciones interpersonales leg�timamente reguladas y da continuidad a la identidad de los grupos en un grado que baste a la pr�ctica comunicativa cotidiana. La coordinaci�n de las acciones y la estabilización de las identidades de grupo tienen aqu� su medida en la solidaridad de los miembros, lo cual se patentiza en las perturbaciones de la integraci�n social, que se traducen en anom�a y en los correspondientes conflictos.
(…) La socializaci�n de los miembros de un mundo de la vida se encarga, finalmente, de que las nuevas situaciones que se producen en la dimensi�n del tiempo hist�rico, queden conectadas con los estados del mundo ya existentes: asegura a las generaciones siguientes la adquisici�n de capacidades generalizadas de acci�n y se cuida de sintonizar las vidas individuales con las formas de vida colectivas. Las capacidades interactivas y los estilos personales de vida tienen su medida en la capacidad de las personas para responder autónomamente de sus acciones174.
Si la cultura es capaz de proporcionar el saber v�lido necesario para cubrir las
necesidades de entendimiento, la aportaci�n de la reproducci�n cultural a los otros dos
componentes del mundo de la vida consiste en legitimaciones y patrones eficaces de
comportamiento; las perturbaciones producidas en este nivel se explicitan como p�rdidas
de sentido. Si se cubren las necesidades de coordinaci�n, la aportaci�n realizada por la
Juventud, entendida como crisis de la adolescencia y como tr�nsito del pensamiento operacional concreto al pensamiento operacional formal. En Teoría de la acción comunicativa II, pp. 547-551, Habermas parte del an�lisis de la transformaci�n estructural de la familia burguesa para poner de manifiesto los cambios sufridos en el seno de las familias de clase media a la hora de definir las condiciones de socializaci�n. Recordemos, por otra parte, que Habermas recurre al movimiento estudiantil de los a�os sesenta para criticar la noci�n de socializaci�n y familia de Marcuse; v�ase: “Stichworte zur Theorie der Sozialisation” (1968), Kultur und Kritik, op. cit; en esta obra se incluye “Notas sobre el concepto de competencia de rol”. 173 De este modo, los sistemas de acci�n como la escuela (especializado en la reproducci�n cultural), el derecho (especializado en la integraci�n social) y la familia (especializado en la socializaci�n) cumplen de manera concomitante las funciones de los dem�s sistemas de acci�n utilizando el recurso com�n del lenguaje ordinario. 174 Teoría de la acción comunicativa II, pp. 200-201; v�ase tambi�n: El discurso filosófico de la modernidad (doce lecciones), p. 405.
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integraci�n social consiste en una pertenencia al grupo leg�timamente regulada mediante
un sistema de obligaciones y vinculaciones morales; en este caso, las perturbaciones se
viven como anomia. Y por �ltimo, si el desarrollo de la personalidad llega al punto de
permitir el dominio de las situaciones, lo que aporta la socializaci�n a los otros dos
componentes del mundo de la vida es un sistema de motivaciones que permite actuar
conforme a las normas; en este contexto las perturbaciones se definen como
psicopatolog�as175. En los �mbitos encargados de la reproducci�n cultural, la integraci�n
social y la socializaci�n el entendimiento no puede ser sustituido por ning�n tipo de
medio; no puede ser, por tanto, tecnificado o analizado cient�ficamente. Estos procesos de
reproducci�n ata�en a la estructura simb�lica del mundo de la vida y se canalizan gracias
a la acci�n comunicativa176. Las disciplinas sociales tienen la tarea encomendada de
analizar estos procesos interpretando el “know how” prete�rico e impl�cito de los sujetos
competentes177.
Con el objetivo de profundizar en la noci�n de mundo de la vida, Habermas
especifica que dicho trasfondo est� integrado por tres componentes estructurales: la
cultura, la sociedad y la personalidad. Estos componentes est�n interrelacionados por el
lenguaje ordinario conserv�ndose as� el car�cter totalizador de dicho trasfondo.
175 Por todo ello, los criterios con los que contamos para evaluar los diversos procesos de reproducci�n son: la racionalidad del saber, la solidaridad de los sujetos y la capacidad de los individuos para responder de sus propios actos. El cuadro de las diferentes funciones que la acci�n orientada al entendimiento cumple en este proceso de reproducci�n del mundo de la vida lo expone Habermas en Teoría de la acción comunicativa II, p. 204. 176 La acci�n comunicativa depende del mundo de la vida y, al mismo tiempo, es la encargada de su reproducci�n simb�lica. Habermas intenta salvar este c�rculo vicioso con el siguiente argumento: “Pero este proceso circular no podemos represent�rnoslo, seg�n el “modelo de la autogeneraci�n”, como una producci�n a partir de los propios productos, ni en modo alguno podemos asociarlo con la idea de autorrealizaci�n. Pues de otro modo hipostatizar�amos el proceso de entendimiento intersubjetivo convirti�ndolo en el devenir de un proceso hist�rico de mediaci�n –como en la filosof�a de la praxis sucede con el proceso de trabajo- e hinchar�amos el mundo de la vida hasta trocarlo en la totalidad de un sujeto de orden superior –como en la filosof�a de la reflexi�n sucede con el esp�ritu. La diferencia entre mundo de la vida y acci�n comunicativa no queda revocada en una unidad superior: incluso se ahonda a medida que la reproducci�n del mundo de la vida no se limita simplemente a pasar a trav�s del medio que es la acci�n orientada al entendimiento, sino que empieza a quedar a cargo de las operaciones interpretativas de los actores mismos. A medida que las tomas de postura de afirmaci�n o negaci�n frente a pretensiones de validez susceptibles de cr�tica, tomas de postura que son el soporte de la pr�ctica comunicativa cotidiana, no pueden hacerse derivar de un acuerdo normativamente adscrito, sino que brotan de los procesos cooperativos de interpretaci�n de los implicados mismos, las formas de vida concretas y las estructuras generales del mundo de la vida dejan de formar una unidad”, El discurso filosófico de la modernidad (doce lecciones), p. 404. Por otro lado, Joan-Carles Melich, en la p. 50 de Antropología simbólica y acción educativa, Paid�s, Barcelona, 1996, afirma: “La educaci�n es, desde esta perspectiva, el conjunto de procesos de reproducci�n simb�lica en sus tres momentos: cultura, sociedad y personalidad”. Hablando de educaci�n, hay que tener en cuenta que la influencia ejercida por la Escuela de Frankfurt en el sistema educativo de la antigua Rep�blica Federal Alemana tiene su continuidad en la acogida que muchos sectores de la denominada pedagog�a cr�tica han brindado a la teor�a habermasiana. 177 Esta tarea interpretativa la desarrolla las ciencias reconstructivas, tal y como analizaremos en el apartado 4.2; v�ase: “La Graduate Faculty de la New School of Social Research”, op. cit., p. 360.
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Definiendo el mundo de la vida como un sistema de convicciones aproblem�ticas al que
recurren los sujetos para solventar situaciones de conflicto, resulta extra�o que la
naturaleza no sea uno de sus componentes. Cierto es que la definici�n de cultura remite,
con cierta ambig�edad, a la verdad o la ciencia, pero dicha remisi�n siempre est�
mediatizada por la acci�n comunicativa o se acompa�a de la puntualizaci�n “en su
dimensi�n sem�ntica”, tal y como ocurre cuando Habermas define la reproducci�n
cultural. Da la sensaci�n de que el autor frankfurtiano teme hacer referencia directa a la
naturaleza, lo que de alguna forma contradice el compromiso “ontol�gico” que la acci�n
comunicativa tiene con el mundo objetivo. Creo que Habermas se enfrenta a esta
situaci�n por no querer renunciar a su prejuicio anticientificista. El mundo de la vida es
un trasfondo impl�cito de sentido; es decir, un �mbito simb�lico que est� articulado por el
lenguaje ordinario. Este lenguaje posee una naturaleza intersubjetiva a la que s�lo
podemos acceder en una actitud realizativa, nunca utilizando el m�todo cient�fico. Si
Habermas incluyese la naturaleza como un componente del mundo de la vida, dicho
mundo de la vida tendr�a que asumir la perspectiva externalista (es decir, cient�fica)
impuesta por la realidad f�sicamente estructurada. Ante el dilema de “contaminar” el
mundo de la vida con una perspectiva cientificista o eliminar la naturaleza, Habermas
opta por eliminar la naturaleza.
Al establecerse con mayor nitidez la distinci�n existente entre los componentes
estructurales del mundo de la vida, afirma Habermas, m�s depende el establecimiento de
las interacciones de la definici�n de un consenso racionalmente motivado basado en los
mejores argumentos. Esta diferenciaci�n provoca una serie de transformaciones en las
estructuras del trasfondo de convicciones cuyo proceso evolutivo conocemos como
“racionalizaci�n del mundo de la vida”178. La racionalizaci�n consiste, grosso modo, en
un proceso evolutivo en el que los componentes del mundo de la vida van siendo objeto
de diferenciaci�n y abstracci�n hasta constituir una estructura universal que sirve de
referente a la hora de definir la interacci�n cotidiana de forma racional. El proceso de
racionalizaci�n supone, por un lado, la revisi�n cr�tica de las tradiciones; por otro, la
adquisici�n de legitimidad por medio de procedimientos discursivos y, por �ltimo, el
autocontrol gracias al desarrollo de una identidad del yo abstracta. Estas condiciones
pueden entenderse como el resultado de una proyecci�n idealizadora pero no arbitraria,
afirma el autor frankfurtiano, en la medida en que derivan del discurrir f�ctico de las
178 El proceso de racionalizaci�n, que se reconstruye internamente como un proceso de aprendizaje, implica la ling�istizaci�n de lo sacro. Recordar lo dicho al respecto en el apartado 1.2.1.
119
sociedades modernas tal y como demuestran Durkheim, Mead, Weber o Parsons.
Siguiendo a Mead y Durkheim, Habermas sistematiza el desarrollo histórico del proceso
de racionalización basándose en tres criterios:
1) Diferenciación estructural del mundo de la vida.
2) Separación de forma y contenido.
3) Reflexivización de la reproducción simbólica.
1) Si hablamos de la cultura y la sociedad, este proceso se pone de manifiesto
mediante el desacople del sistema institucional y el sistema de las imágenes del
mundo. Cuando nos referimos a la personalidad y a la sociedad se explicita
gracias a la ampliación del espacio concedido al establecimiento de relaciones
interpersonales. En lo referente a la cultura y la personalidad, este proceso se
manifiesta en la medida en que la renovación de la tradición comienza a depender
de la capacidad crítica e innovadora de los sujetos.
2) La diferenciación de cultura, sociedad y personalidad implica distinguir entre
forma y contenido: en el ámbito de la cultura los elementos de la tradición,
garantes de la identidad, se reducen a elementos formales; en el ámbito social se
establecen principios universales; en el ámbito de la personalidad las estructuras
cognitivas se diferencian de los contenidos del saber cultural179.
3) La diferenciación estructural del mundo de la vida implica también su
correspondiente especificación funcional. En las sociedades modernas se
constituyen sistemas de acción en los que, de forma especializada y profesional,
se asumen tareas relativas a la tradición cultural, la integración social y la
educación.
La innovación evolutiva que supone la configuración de nuevas formas
institucionales se produce cuando el nivel de racionalización del mundo de la vida es el
adecuado, sobre todo el alcanzado por la moral y el derecho cuya función prioritaria es
179 Estas condiciones, afirma Habermas, concuerdan con las características de la praxis racional, de tal forma que la autoconciencia se torna cultura reflexiva, la autodeterminación en normas y valores generalizados y la autorrealización se convierte en la individuación progresiva de los sujetos socializados. La racionalidad comunicativa se plasma en las ideas modernas de autoconciencia, autodeterminación y autorrealización.
120
delimitar los conflictos para que no se ponga en peligro la integraci�n social180. Este nivel
adecuado de racionalizaci�n se concreta en la constituci�n de un sistema abstracto y
universal de valores que permite a la acci�n comunicativa desligarse de las normas
establecidas. Por este motivo, la racionalizaci�n del mundo de la vida no supone ausencia
de conflictos; es m�s, el proceso de racionalizaci�n puede acentuarlos en la medida en
que su progreso paulatino aumenta el riesgo de desacuerdo entre los participantes al
perderse el referente legitimatorio de la tradici�n181. De esta forma, recae sobre los
sujetos la responsabilidad de establecer definiciones comunes de la situaci�n. Pero lo que
s� aporta la racionalizaci�n es un recurso innovador para resolver los posibles conflictos:
el discurso. Gracias al discurso los sujetos implicados en la interacci�n social pueden
criticar las distintas esferas de validez estableciendo un consenso racionalmente
motivado. De esta forma, el proceso de racionalizaci�n del mundo de la vida es capaz de
generar una nueva forma de solidaridad (solidaridad que Habermas denomina “fuerza
productiva de la comunicaci�n”) que se define en t�rminos intersubjetivos al quedar
ligada a un proceso de entendimiento que implica la cr�tica de las pretensiones de validez.
Al proponer el discurso como un mecanismo de resoluci�n de conflictos
Habermas consigue, fundamentalmente, dos cosas: 1) afianzar su cr�tica a Max Weber y
2) allanar el camino a la tesis de la racionalizaci�n, tan relevante para la definici�n de la
racionalidad comunicativa. Reivindicando la diferenciaci�n de los componentes
estructurales del mundo de la vida apuntala la cr�tica formulada a Weber por haber
180 Habermas, a diferencia de los primeros representantes de la Escuela de Frankfurt (con excepci�n de O. Kirchheimer y F. Neumann), s� demuestra un claro inter�s por las cuestiones relacionadas con el �mbito del derecho. Los an�lisis iniciales de Habermas –an�lisis, por otro parte, un tanto fragmentarios- sobre las cuestiones jur�dicas culmina en 1992 con la publicaci�n de Facticidad y validez. Con la publicaci�n de esta obra se pone de manifiesto la necesidad de que la teor�a cr�tica explore �mbitos como el del Estado o la Filosof�a del derecho que, hasta el momento, no hab�an sido objeto de una investigaci�n adecuada. Se reconoce as� la importancia del derecho como factor que ha influido de manera notable en el proceso de modernizaci�n social. El an�lisis del derecho y el Estado permite a Habermas, adem�s, completar la aplicaci�n de la teor�a de la acci�n comunicativa al �mbito pr�ctico asociando este an�lisis al de la �tica discursiva (la �tica discursiva m�s la teor�a del derecho dar� lugar a una teor�a normativa de la democracia). El derecho se descubre, en definitiva, como factor que media entre el �mbito pol�tico-econ�mico y la esfera moral. Para el an�lisis de c�mo la inclusi�n de los �mbitos del derecho y el Estado ha podido provocar cambios en la configuraci�n de la teor�a cr�tica, v�ase: O. H�ffe, “Eine Konversion der kritischen Theorie?”, Rechtshistorisches Journal, n� 12, 1993, pp. 70-88. Sobre c�mo aplicar la noci�n de validez al �mbito del derecho, v�ase R. Alexy, El concepto y validez del derecho, Gedisa, Barcelona, 1994 y para la propuesta de Luhmann sobre la posibilidad de fundamentar la validez de las normas jur�dicas: N. Luhmann, Das Recht der Gesellschaft, Suhrkamp, Frankfurt, 1993. Sobre algunas deficiencias en las que incurre la teor�a discursiva del derecho de Habermas, v�ase: J. C. Velasco, Para leer a Habermas, Alianza Editorial, Madrid, 2003, p. 74. Para una breve exposici�n de c�mo se define la relaci�n de facticidad y validez despu�s del giro ling��stico, v�ase: Facticidad y validez, pp. 72-73. 181 Por este motivo, afirma Habermas, las consecuencias que derivan del proceso de racionalizaci�n del mundo de la vida pueden interpretarse, o bien de una forma positiva (como es el caso de Parsons que lo interpreta como individualismo institucionalizado), o bien de forma negativa (como es el caso de A. Gehlen que lo concibe como una v�a de crisis permanente).
121
interpretado de forma negativa la diferenciaci�n emp�rica de las esferas de valor. Pero no
es esto lo realmente importante: la diferenciaci�n de componentes es un requisito
imprescindible porque Habermas vincula a dicha diferenciaci�n el establecimiento de un
proceso de abstracci�n y universalizaci�n que sirve de sustento a la cr�tica de las
pretensiones de validez; es decir, a la racionalidad comunicativa. De esta manera,
Habermas puede idear una praxis social en la que la cohesi�n y el orden dependen de las
acciones orientadas al entendimiento. Esta tendencia racionalizadora capaz de generar
formas nuevas de solidaridad gracias a la mediaci�n de un lenguaje ordinario que
convierte el entendimiento en objetivo de la praxis social tiene que hacer frente, no
obstante, a un serio riesgo: el riesgo que implica la existencia de mecanismos de control
desling�istizados182. Ejemplos de mecanismos de control desling�istizados son el dinero
y el poder. Estos medios desling�istizados, que a su vez son generalizaciones del
prestigio y la influencia, imponen un car�cter estrat�gico a la coordinaci�n social de
acciones relegando el mundo de la vida al �mbito de las interacciones regidas por
medios183. La racionalizaci�n de los mundos de la vida premodernos establece las
condiciones motivacionales y cognitivas para que surja la forma capitalista de econom�a
y de Estado administrado. Seg�n se desarrollan estas condiciones, dichos �mbitos se
convierten en esferas autorreguladas por las directrices del dinero y el poder invadiendo
las esferas propias del mundo de la vida. De esta forma, estos mecanismos
desling�istizados, que constituyen el sistema, colonizan el mundo de la vida. El an�lisis
de las paradojas de la modernidad, afirma Habermas, tenemos que centrarlo en el proceso
de colonizaci�n sufrido por el mundo de la vida al acaparar el sistema funciones que son
propias del �mbito simb�lico184.
182 Estos medios de control, afirma Habermas, s�lo permiten la diferenciaci�n de subsistemas en las funciones de reproducci�n material: si las funciones de reproducci�n simb�lica corren a cargo de dichos mecanismos de control se producen patolog�as; v�ase: Teoría de la acción comunicativa II, pp. 257-259. Habermas reconoce tambi�n la existencia de otros medios que pueden reducir los riesgos y fomentar la coordinaci�n de acciones: los mass media. Estos medios no tienen como objetivo sustituir el consenso y, aunque est�n ligados al mundo de la vida, son susceptibles de mejoras tecnol�gicas que aumenta su eficacia a la hora de configurar la esfera p�blica y conseguir sus objetivos autoritarios o emancipatorios; v�ase, por ejemplo: El discurso filosófico de la modernidad (doce lecciones), pp. 422-433 o Teoría de la acción comunicativa II, p. 260. 183 El prestigio, afirma Habermas, es un atributo de la persona (capacidad intelectual, atractivo corporal…) mientras que la influencia se atribuye m�s bien al flujo mismo de la comunicaci�n, siendo sus fuentes principales el saber y las posesiones; v�ase: Teoría de la acción comunicativa II, pp. 256-258. Habermas analiza la propuesta te�rica de Parsons sobre el dinero, el poder, la influencia y el compromiso valorativo en Teoría de la acción comunicativa II, pp. 366-402. Tambi�n comenta el caso del dinero en El discurso filosófico de la modernidad (doce lecciones), pp. 413-414. Y el caso del dinero y el poder, en discusi�n con Luhmann, en ib�dem, pp. 419-422. 184 El objetivo que persigue Habermas con este an�lisis es, por un lado, describir el proceso de colonizaci�n sufrido por el mundo de la vida y, por otro, indagar en las estrategias que pueden poner coto a dicho
122
2.2.2. Mundo de la vida y sistema: una difícil convivencia
Los mecanismos sist�micos necesitan anclarse en el mundo de la vida; es decir,
necesitan institucionalizarse a trav�s del derecho y la legitimidad que deriva de la opini�n
p�blica185. En las sociedades primitivas esta institucionalizaci�n se desarrolla en el
mundo de la vida, aunque �sta se definiese en t�rminos m�ticos y religiosos. Sin embargo,
seg�n avanza la evoluci�n social y el proceso de racionalizaci�n, los mecanismos
sist�micos van adquiriendo una complejidad progresiva que puede sufrir alteraciones
hasta el punto de sobrepasar la capacidad integradora del mundo de la vida. Cuando esto
ocurre se produce la situaci�n denominada por Habermas “colonizaci�n”. La
colonizaci�n del mundo de la vida se produce, por tanto, cuando los �mbitos
estructurados comunicativamente son asimilados il�citamente por los �mbitos sist�micos,
es decir, por la econom�a y el poder186. Dada esta circunstancia, se produce un desacople
entre ambos niveles ubic�ndose los mecanismos sist�micos en una posici�n
cuasiaut�noma187. Este proceso colonizador provoca una violencia estructural consistente
proceso de colonizaci�n (coto que, como indica en Escritos sobre moralidad y eticidad, no se define ni en los tribunales ni en el espacio p�blico-jur�dico sino en las disputas pol�ticas cuyo objetivo es establecer l�mites entre el sistema y el mundo de la vida). Esta situaci�n de colonizaci�n se concreta en los sistemas capitalistas mediante el elemento sist�mico de la econom�a; en los denominados sistemas socialistas la colonizaci�n se concreta mediante el elemento sist�mico de la burocracia; v�ase: “R�plica a objeciones”, op. cit., pp. 476-477; v�ase tambi�n: Teoría de la acción comunicativa II, pp. 218-219; 531-532 y “Discusi�n con Niklas Luhmann (1971): Teor�a sist�mica de la sociedad o teor�a cr�tica de la sociedad?”, op. cit., pp. 309-419.185 En Teoría de la acción comunicativa, II, p. 237, afirma Habermas: “Por tanto, podemos entender como “base” el complejo institucional que ancla en el mundo de la vida al mecanismo sist�mico que se hace en cada caso con el primado evolutivo, y que con ello circunscribe las posibilidades de aumento de complejidad en una determinada formaci�n social. (…) En cualquier caso, es err�neo equiparar “base” y “estructura econ�mica”, porque ni siquiera en las sociedades capitalistas la base se solapa del todo con la estructura econ�mica”. 186 V�ase: La necesidad de revisión de la izquierda, Tecnos, Madrid, 1991, p. 200. V�ase tambi�n: Teoría de la acción comunicativa II, pp. 502-527.187 Habermas sit�a en la primera hornada de la racionalizaci�n del mundo de la vida, que tiene lugar con el surgimiento de la sociedad burguesa moderna, el punto de partida para explicar el desacople del sistema y el mundo de la vida. El motivo de que Habermas incluya el an�lisis de la juridizaci�n (t�rmino manejado por Otto Kirchheimer) responde a la necesidad de se�alar alg�n tipo de empiria que se corresponda con los enunciados generales de la colonizaci�n interna que sufre el mundo de la vida. En la p�gina 504 de Teoría de la acción comunicativa II, Habermas entiende la juridizaci�n como una tendencia que se produce en las sociedades modernas y que consiste en un notable incremento del poder regulativo concedido al derecho escrito. El fen�meno de la juridizaci�n se caracteriza, por un lado, por la extensi�n del derecho y, por otro, por el adensamiento de dicha disciplina (es decir, la fragmentaci�n de una materia jur�dica en varias particulares). Este fen�meno ha pasado, adem�s, por diferentes etapas: la primera conduce al Estado burgu�s, la segunda al Estado de Derecho, la tercera al Estado democr�tico de derecho y la cuarta al Estado social democr�tico de derecho; v�ase: Teoría de la acción comunicativa II, pp. 502-527 y Facticidad y validez, pp. 536-545. La conclusi�n a la que llega Habermas, despu�s de analizar este fen�meno de la juridizaci�n, es que hay que cuidar que los �mbitos que dependen de una integraci�n social desarrollada a trav�s del entendimiento no se supediten a los imperativos sist�micos de la econom�a y la burocracia administrativa. No obstante, tal y como reconoce en “Facticidad y validez”, Más allá del Estado nacional,
123
en una restricci�n sistem�tica de la comunicaci�n188. Por tal motivo, la noci�n weberiana
de f�rreo estuche y la noci�n marxista de cosificaci�n deben ser interpretadas como un
proceso de colonizaci�n.
Para definir la din�mica de dicha colonizaci�n Habermas toma como punto de
partida la teor�a de la divisi�n del trabajo social de Durkheim. En el �mbito de la divisi�n
social del trabajo, Durkheim introduce una distinci�n entre sociedades segmentariamente
diferenciadas y sociedades funcionalmente diferenciadas. Los cambios de solidaridad se
conciben como transformaciones en el �mbito de la integraci�n social, de tal manera que
en las sociedades primitivas la integraci�n se establece mediante un tipo de consenso
normativo b�sico (solidaridad mec�nica) y en las sociedades desarrolladas mediante la
conexi�n sist�mica de �mbitos de acci�n diferenciados funcionalmente (solidaridad
org�nica). Ahora bien, la configuraci�n de la econom�a de mercado es capaz de
desintegrar las formas tradicionales de solidaridad sin proporcionar una regulaci�n
normativa que consolide el tipo de solidaridad org�nica. Ni una moral de tipo
universalista ni la formaci�n democr�tica de la actuaci�n pol�tica pueden poner l�mites a
p. 163, Habermas se ha visto obligado a hacer una matizaci�n: el fen�meno de la juridizaci�n no es una consecuencia inevitable del Estado social. 188 V�ase: “R�plica a objeciones”, op. cit., p. 459. Una de las ventajas m�s sobresalientes de la concepci�n que define las patolog�as sociales en t�rminos de colonizaci�n del mundo de la vida es que nos permite analizar de manera adecuada, afirma Habermas, esas nuevas formas de conflicto producidas en las zonas de sutura existentes entre el sistema y el mundo de la vida. La colonizaci�n del mundo de la vida produce patolog�as -del tipo p�rdida de sentido o anomia- que provocan perturbaciones en el �mbito de la personalidad y problemas emotivos y de legitimaci�n cuando afectan a los mecanismos de direcci�n (por lo que si, en obras como Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, Habermas defiende que la crisisde motivaci�n posee un car�cter m�s arraigado que la de legitimaci�n, a partir de este momento adquieren una importancia equivalente). Esta nueva perspectiva te�rica instaurada con la noci�n de colonizaci�n del mundo de la vida permite utilizar el concepto de acci�n comunicativa como un mecanismo que sirve para elaborar teor�as orientadas al an�lisis de las perturbaciones sufridas por dicho mundo de la vida (resolviendo as� el problema en el que se ven inmersas las teor�as sociales que, desde Marx, se han centrado en la praxis y el trabajo); v�ase: “Introducci�n al volumen 1000 de la edici�n Suhrkamp”, Ensayos políticos, pp. 253-257 y D. Laino, “Reflexiones psicosociales a partir del pensamiento de J. Habermas”, Cinta de Moebio, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile, n� 15, diciembre 2002; v�ase tambi�n: Ciencia y técnica como ideología, pp. 94-96 y 108-112. Como alternativa para evitar la colonizaci�n Habermas propone establecer mecanismos protectores en el proceso de intercambio que se realiza entre el sistema y el mundo de la vida. En este sentido (y haciendo referencia a las tesis defendidas por A. Mitscherlich en Die Unwirtlichkeit unserer Städte, Suhrkamp, Frankfurt, 1965) defiende que para analizar las patolog�as del mundo de la vida desde una perspectiva psicol�gica (pero no psicologista) la psicolog�a social debe estar dispuesta a ampliar la perspectiva que orienta la formaci�n te�rica de sus conceptos b�sicos incluyendo el �mbito comunicativo. La noci�n de colonizaci�n nos permite, al mismo tiempo, evaluar los nuevos tipos de movimientos sociales existentes. En este sentido, Habermas distingue entre los potenciales de emancipaci�n (el feminismo) y los potenciales de resistencia y repliegue (como el movimiento ecologista o pacifista). Para las nuevas formas de conflicto y los nuevos tipos de movimientos sociales, v�ase: Teoría de la acción comunicativa II, pp. 502-507 y 554-562. Por otro lado, “�Demasiado Weber! �Muy poco Marx!”, afirma A. Giddens en una cr�tica formulada a las tesis habermasianas sobre los movimientos sociales; v�ase: “�Raz�n sin revoluci�n? La Theorie des kommunikativen Handelns de Habermas”, op. cit., pp. 190-192. V�ase tambi�n: P. Ibarra y Tejerina (coords), Los movimientos sociales. Transformaciones políticas y cambios culturales, Trotta, Madrid, 1998.
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las consecuencias desintegradoras de la división social del trabajo. Del proceso de
diferenciación, del que en teoría tendría que derivar una nueva moral, surge por el
contrario un estado de anomia social. Durhkeim se ve inmerso de esta forma en una
paradoja de la que no puede salir, afirma Habermas, sino en una huida hacia delante que
exige considerar la estructura profesional moderna como punto de partida de una
regulación normativa definida en términos universalistas189. Sin embargo, continúa
puntualizando el autor frankfurtiano, de Durkheim no resulta instructiva su respuesta sino
su planteamiento. Éste abunda en la dirección de que para analizar la sociedad tenemos
que tener en cuenta cómo se relacionan las esferas sistémicas (es decir, la estructura
profesional) con las formas de integración social (o sea, con las formas de solidaridad).
Dicho en otros términos: Durkheim intuye la conexión existente entre sistema y mundo
de la vida. Para completar esta intuición durkheimniana, afirma Habermas, la teoría de
Parsons es un buen referente.
El interés de Parsons radica en el hecho de que fue el primer autor que sometió
la noción de sistema a un análisis exhaustivo dentro del ámbito de la teoría sociológica.
Tal y como se expone en los Working Papers190, su objetivo es demostrar la relación
existente entre la teoría de la acción y la teoría de sistemas, motivo por el cual las pattern
variables (orientaciones de acción) derivan de las funciones de los sistemas de acción. No
obstante, y a diferencia incluso de formulaciones sistémicas recientes según afirma el
autor frankfurtiano, Parsons no se limitó a aplicar el modelo sistémico al ámbito de la
sociedad o de la acción sino que también se preocupó por el análisis de la constitución
interna de dicho ámbito. De esta forma, lo que Parsons se plantea es el problema de cómo
justificar la relación definida entre integración social e integración sistémica, resolviendo
que la integración social se lleva a cabo mediante un consenso aceptable normativamente
mientras que la integración sistémica no precisa de regulación normativa para asegurar la
conservación del sistema. Parsons, por un lado, se plantea el problema de cómo vincular
la integración social y la integración sistémica y, por otro, establece diferencias entre
ambas esferas utilizando como criterio la aceptación o no de un consenso
normativamente aceptable. Sin embargo, se lamenta Habermas, de la teoría de Parsons
189 En el prólogo a la segunda edición De la division du travail social, Durkheim transforma su visión inicial según la cual la solidaridad orgánica podía entenderse como consecuencia de la división social del trabajo. A partir de este momento, Durkheim esboza (ya que no fundamenta, según afirma Habermas) un nuevo mecanismo basado en una moral de grupos profesionales. En esta actitud moralista de Durkheim Habermas detecta reminiscencias del positivismo, resaltando, por el contrario, el enfoque de sus trabajos posteriores en los que incide en el proceso de lingüistización del consenso que en un principio tiene como fundamento la religión. 190 Parsons, Bales y Shils, Working Papers in the Theory of Action, Free Press, Nueva York, 1953.
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deriva una tesis err�nea al defender que el an�lisis funcional de la acci�n remite a una
noci�n de sociedad entendida como sistema autorregulado. Esta tesis incapacita a Parsons
para plantear en los t�rminos adecuados una teor�a de la acci�n y, en consecuencia, para
analizar la relaci�n existente entre el �mbito de la acci�n y el �mbito sist�mico191. Una
definici�n ambigua del sistema cultural, que sustituye al ausente mundo de la vida, obliga
a Parsons a conceder prioridad a la teor�a de sistemas.
Lo que Habermas critica a Parsons es que subordina la integraci�n social
(integraci�n relacionada con un mundo de la vida constituido gracias al lenguaje
ordinario) a procesos de intercambio sistem�ticamente definidos en los que no se atiende
a los requisitos intersubjetivos del uso comunicativo del lenguaje. Parsons relega la
noci�n de entendimiento restando protagonismo a un sujeto capaz de lenguaje y
acci�n192. Por este motivo, su teor�a de la modernidad no puede explicar las patolog�as
que se producen cuando el sistema invade esferas cuya estructura comunicativa no
permite el tipo de racionalizaci�n que impone dicho �mbito193. Parsons se ve obligado a
tratar las patolog�as como desequilibrios sist�micos, hecho que lo incapacita para
aprehender la verdadera naturaleza de las crisis sociales. Para evitar estos errores
te�ricos, afirma Habermas, es imprescindible afrontar el an�lisis de una teor�a de la
sociedad atendiendo a los dos �mbitos que la integran: el mundo de la vida y el
sistema194. Si aplicamos la perspectiva del mundo de la vida, la sociedad se concibe como
191 El extenso an�lisis de Habermas sobre la propuesta de Parsons y su necesidad de subordinar la teor�a de la acci�n al enfoque sist�mico lo encontramos en Teoría de la acción comunicativa II, pp. 288-334; v�ase tambi�n: “Handlung und System-Bemerkungen zu Parson’s Medientheorie”, W. Schluchter (ed.), Verhalten, Handlung, System, Suhrkamp, Frankfurt, 1980. Habermas analiza los diversos aspectos de la propuesta de Parsons que Luhmann interpreta radicaliz�ndolos en La reconstrucción del materialismo histórico, pp. 205-215. Para una exposici�n resumida, pero bastante esclarecedora, de la propuesta de Luhmann, v�ase: J. L. Pintos, “Sociocibern�tica: Marco sist�mico y esquema conceptual. El modelo de metodolog�a sociocibern�tica de Niklas Luhmann”, J. M. Delgado y J. Guti�rrez (eds.), Métodos y técnicas cualitativas de investigación en ciencias sociales, S�ntesis, Madrid, 1994, pp. 563-580 o N. Luhmann, “La Teor�a moderna del Sistema como forma de An�lisis Social Complejo”, Sociológica, vol. 1, n� 1, 1986, pp. 103-115 (texto extra�do de J. Habermas, N. Luhmann, Theorie der Gesellschaft oder Sozialtechnologie, pp. 7-24). 192 Habermas expone el an�lisis parsoniano sobre el lenguaje, as� como la propuesta de V�ctor Lidz (que defiende analizar el lenguaje en el contexto de una teor�a de la acci�n comunicativa) y Luhmann (que prefiere reducir la efectividad de la teor�a del lenguaje y de la acci�n a la teor�a de sistemas) en Teoría de la acción comunicativa II, pp. 370-374.193 Sin embargo, un m�rito de la teor�a de la modernidad de Parsons, afirma Habermas, radica en su capacidad para, frente a determinadas corrientes del funcionalismo sist�mico, no reducir su an�lisis a la complejidad creciente de las sociedades modernas. Una propuesta te�rica que, seg�n afirma, s� incurre en el reduccionismo mencionado es la teor�a de la evoluci�n social de Luhmann. 194Primero tiene que desarrollarse el mundo de la vida, s�lo as� se define la posibilidad de una organizaci�n de tipo sist�mico. Habermas concede prioridad al mundo de la vida (por la relaci�n que guarda con una realidad comunicativamente mediada) pero insiste en la necesidad de no desatender los aspectos sist�micos, m�xime si tenemos en cuenta la importancia que este �mbito adquiere con el proceso de evoluci�n social; v�ase: Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, p. 19 y La reconstrucción del materialismo
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un sistema de instituciones en que se socializan sujetos hablantes y actuantes procurando
una coordinaci�n armoniosa de orientaciones de acci�n; si aplicamos la perspectiva
sist�mica la sociedad se define como un sistema que se autorregula en el que act�a un
control no normativo de decisiones particulares. El sistema y el mundo de la vida se
diferencian tambi�n desde un punto de vista metodol�gico: mientras que el mundo de la
vida s�lo es accesible en t�rminos realizativos195, el sistema no se puede conocer de
histórico, pp. 159 y 203. La evoluci�n social se concibe como un proceso de diferenciaci�n que se desarrolla en dos planos: en el primero se produce una diferenciaci�n creciente entre el mundo de la vida y el sistema (desacople de sistema y mundo de la vida que se analiza bajo el r�tulo de racionalizaci�n del mundo de la vida) y en el segundo se produce una diferenciaci�n progresiva en el interior de los �mbitos representados por el sistema y el mundo de la vida (lo que posibilita el surgimiento de nuevos mecanismos sist�micos que complejizan y refuerzan dicho nivel). En este sentido aclara Habermas: “En un sistema social diferenciado, el mundo de la vida se encoge y se convierte en un subsistema m�s. Ciertamente que de este enunciado no se puede hacer una lectura causal, como si las estructuras del mundo de la vida dependieran en sus mutaciones de los incrementos de la complejidad del sistema. Al contrario: los aumentos de complejidad dependen por su parte de la diferenciaci�n estructural del mundo de la vida. Y este cambio estructural, cualquiera que sea la forma en que se explique su din�mica, est� a su vez sujeto a la l�gica propia de una racionalizaci�n que es la racionalizaci�n comunicativa”, Teoría de la acción comunicativa II, pp. 244-245. La distinci�n entre integraci�n social y sist�mica se debe al soci�logo D. Lockwood (“Social Integration and System Integration”, Zollschan y Hirsch (coord.), Social Change: Explorations, diagnoses and conjectures, MA Schenkman, Cambridge, 1964). Habermas critica la propuesta de Luhmann, por no distinguir entre integraci�n social e integraci�n sist�mica, en “R�plica a objeciones”, op. cit., p. 474. El origen del debate sobre c�mo justificar la relaci�n de la integraci�n social y la integraci�n sist�mica lo sit�a Habermas en el siglo XVIII al centrarse la econom�a pol�tica en el an�lisis diferenciado del sistema econ�mico. Incluso, afirma el autor frankfurtiano, se puede concebir la historia de la teor�a sociol�gica a partir de Marx como la historia del distanciamiento producido entre el �mbito de la integraci�n social y el �mbito de la integraci�n sist�mica. En Facticidad y validez, Habermas hace hincapi� en que la agenda pol�tica debe prestar atenci�n a las tareas de la integraci�n social y no atender s�lo las cuestiones relativas a la integraci�n sist�mica (como puede ser el mantenimiento del orden, la redistribuci�n, la seguridad social y la protecci�n de las identidades y las tradiciones comunes). Se debe huir, por tanto, de las visiones unilaterales a las que tienden las sociedades funcionalmente diferenciadas, ya que sistemas como el educativo o el cient�fico, por ejemplo, no responden a un c�digo propio ni a la l�gica de un mecanismo como el dinero; los �mbitos de acci�n integrados comunicativamente, como son lafamilia y la escuela, no responden a la l�gica de las organizaciones sistem�ticamente integradas. No obstante, hay que se�alar tambi�n que la propuesta de Habermas de dividir la sociedad en dos �mbitos ha sido objeto de numerosas cr�ticas. Por tal motivo, no insistir� demasiado en dicha distinci�n en los escritos posteriores a Teoría de la acción comunicativa. Margarita Boladeras, por ejemplo, defiende que a pesar de que la propuesta habermasiana de concebir la sociedad como sistema y mundo de la vida es importante desde un punto de vista heur�stico su articulaci�n conceptual no est� a�n resuelta; v�ase: Margarita Boladeras, Comunicación, ética y política. Habermas y sus críticos, Tecnos, Madrid, 1996, p. 219; v�ase tambi�n la cr�tica formulada por T. McCarthy en “Las seducciones de la Teor�a de Sistemas”, Ideales e Ilusiones, pp. 165-192. 195 El int�rprete, afirma Habermas, tiene que recurrir al saber prete�rico que posee como miembro de un mundo de la vida (lo que impone su participaci�n en procesos de entendimiento en la medida en que los significados s�lo pueden aclararse desde dentro). Siguiendo el modelo de la acci�n comunicativa, los int�rpretes cuentan con las mismas capacidades interpretativas que los legos, por lo que no pueden actuar como observadores neutrales sino como participantes. Este presupuesto enfrenta a Habermas al problema de tener que demostrar c�mo se puede compatibilizar la objetividad de la comprensi�n con la actitud realizativa que debe asumir el int�rprete que toma parte en un proceso de entendimiento. Para dar respuesta a esta cuesti�n, Habermas recurre al an�lisis sobre las dificultades metodol�gicas de la comprensi�n de Skjervheim (El objetivismo y el estudio del hombre, Universitetsforlaget, Oslo, 1959; reimpreso en 1974 en Inquiry). Skjervheim reabre el debate sobre el objetivismo de las ciencias sociales al incidir en las consecuencias metodol�gicas de la problem�tica de la comprensi�n (debate que qued� provisionalmente cerrado, afirma Habermas, con el estudio de R. F. Bernstein, The Restructuring of social and political
127
forma intuitiva teniendo que recurrir en su caso a la perspectiva objetivista representada
por la teor�a de sistemas o cibern�tica196.
Concibiendo la sociedad como sistema y mundo de la vida debemos distinguir
entre la integraci�n social y la integraci�n sist�mica. La integraci�n social se configura
como parte de la reproducci�n simb�lica del mundo de la vida (para la que la acci�n
comunicativa ser�a el medio); la integraci�n sist�mica se asocia a la reproducci�n
material, es decir, a la conservaci�n de un sistema197. En la reproducci�n simb�lica la
theory). Skjervheim incide en la diferencia existente entre una actitud objetivante (propia de quien, actuando en tercera persona, emite un enunciado sobre algo en el mundo u observa algo en el mundo) y una actitud realizativa (propia de quien participa en un proceso comunicativo en el papel de primera persona entablando una relaci�n intersubjetiva con una segunda persona). El cient�fico social s�lo puede describir un determinado proceso cuando adopta la actitud de participante para obtener los datos y cambia, de forma pertinente, de actitud. Esta dualidad se refleja en el uso de las palabras: �stas pueden tratarse como sonidos o hechos (en el caso de que entendamos su significado), o bien como pretensi�n de conocimiento (con lo cual, nos interesa valorar dichas palabras como algo que puede ser verdadero o falso). Habermas interpreta esta matizaci�n como un reconocimiento de que la actitud realizativa implica una orientaci�n por pretensiones de validez. Sin embargo, la propuesta de Skjervheim deja planteada la duda de si la comprensi�n del contenido sem�ntico y la reacci�n frente a la pretensi�n de validez pueden concebirse como dos �mbitos diferenciados. Si esto es as�, se estar�a defendiendo un corte anal�tico que implica la posibilidad de que el int�rprete, en determinadas ocasiones, no estuviera obligado a tomar postura ante las pretensiones de validez. Habermas, obviamente, rechaza esta ambig�edad te�rica afirmando que es el propio proceso de entendimiento el que impide que el int�rprete pueda acceder a las manifestaciones de alter como si fuera un mero factum. El int�rprete tiene que acceder a dicha manifestaci�n juzgando si la pretensi�n de validez vinculada puede ser aceptada o no. Y este enjuiciamiento nunca puede realizarse en t�rminos objetivistas, afirma Habermas. Si la experiencia comunicativa s�lo es posible en actitud realizativa, y si en esta actitud las cuestiones de significado y validez est�n �ntimamente relacionadas, el cient�fico social no puede entender el significado del proceso comunicativo si no toma postura ante las pretensiones de validez. El int�rprete entiende la situaci�n a analizar en la medida en que sea capaz de representarse los motivos del autor o autora en su posici�n originaria y para representarse dichos motivos le supone una capacidad racional que se explicita en sus manifestaciones. Para enjuiciar las razones el int�rprete parte del hecho de que el sujeto es capaz de responder de sus propios actos postulando unos criterios de racionalidad que considera universales. De esta forma, el proceso comprensivo entronca con la problem�tica de la racionalidad. H. Albert, por su parte, defiende que la noci�n de interpretaci�n habermasiana es err�nea. Este error se debe, afirma este autor, a que Habermas malinterpreta las nociones weberiana de neutralidad valorativa y sociolog�a comprensiva; v�ase: H. Albert, “Ein hermeneutischer R�ckfall...”, op, cit., pp. 14-22. 196Habermas identifica el an�lisis cibern�tico con el funcional. El concepto “funcional” lo usa el autor frankfurtiano para referirse a c�mo algo observable desde fuera contribuye al mantenimiento de los l�mites de un sistema, utilizando para ello mecanismos de retroalimentaci�n. Para una introducci�n a la teor�a de sistemas, v�ase por ejemplo: G. Klir (comp.), Tendencias en la teoría general de sistemas, Alianza, Madrid, 1981 o E. Laszlo, L. Von Bertalanffy, L. Thayer, S. C. Pepper, R. Wendell Burhoe, “Hacia una filosof�a de sistemas”, Teorema, 1981.197 “La integraci�n social se considera como medida de la estabilidad de los sistemas sociales conseguida por medio de los sistemas de interpretaci�n que garantizan la identidad, por medio del consenso en los valores y del reconocimiento de las normas de acci�n; la anomia es el concepto complementario (que se remite a Durkheim) para las situaciones de desintegraci�n social”, La reconstrucción del materialismo histórico, p. 203. Respecto a la integraci�n sist�mica, en la que act�a un control no normativo de decisiones particulares, Habermas afirma: “De integraci�n sist�mica hablamos respecto de rendimientos de autogobierno espec�ficos de un sistema autorregulado; los sistemas de sociedad aparecen aqu� con el aspecto de la capacidad para conservar sus l�mites y su patrimonio dominando la complejidad de un ambiente inestable”, Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, p. 19. Los rendimientos se entienden, en el contexto de la teor�a de sistemas, como aquellas operaciones por medio de las cuales los sistemas reducen la complejidad del medio. En La reconstrucción del materialismo histórico, p. 159, Habermas analiza, tentativamente, los distintos niveles de integraci�n social de las sociedades del neol�tico,
128
acci�n comunicativa cumple con la funci�n de entendimiento, de coordinaci�n de
acciones y de socializaci�n. La reproducci�n material, por su parte, se produce a trav�s de
las acciones teleol�gicas llevadas a cabo por los sujetos con el objetivo de conseguir sus
fines198. En la medida en que la reproducci�n material se diferencia y ampl�a se hace cada
vez m�s necesario un an�lisis de tipo sist�mico. Ahora bien, puntualiza Habermas, existe
un requisito imprescindible para llevar a cabo dicho an�lisis: no cometer el mismo error
que Marx, o sea, no confundir la integraci�n social con la integraci�n sist�mica.
Marx maneja conceptualmente la noci�n de mundo de la vida y sistema pero, al
utilizar la teor�a del valor como mecanismo que permite el tr�nsito de un �mbito a otro, se
desv�a de la orientaci�n te�rica correcta199. La teor�a del valor, afirma Habermas, obliga a
Marx a unificar los �mbitos del sistema y mundo de la vida careciendo por ello de
recursos te�ricos para distinguir entre las transformaciones sociales producidas en las
formas tradicionales de organizaci�n y el fen�meno de cosificaci�n postradicional
denominado colonizaci�n del mundo de la vida. En consecuencia, Marx asume una
las primeras civilizaciones, las civilizaciones desarrolladas y la modernidad distinguiendo entre las estructuras generales de acci�n, las estructuras de la imagen del mundo (que son determinantes para el derecho y la moral), las estructuras del derecho institucionalizado y las ideas morales. Para la cr�tica que la teor�a de sistemas formula a la noci�n habermasiana de integraci�n social por definir una interacci�n social intersubjetiva y basada en el consenso como mecanismo que satisface la cohesi�n social, v�ase: E. Prieto Navarro, op. cit., pp. 130-152.198No obstante, afirma Habermas, la reproducci�n material tambi�n se puede producir bajo el imperativo de funciones latentes que trascienden las orientaciones de acci�n de los sujetos participantes. Aclaremos esta afirmaci�n. En un primer momento, Habermas asocia la reproducci�n simb�lica del mundo de la vida con la acci�n comunicativa y la reproducci�n material con la acci�n teleol�gica; es decir, cada tipo de reproducci�n se basa en un modelo de acci�n. Sin embargo, en un momento posterior, el autor frankfurtiano niega el correlato de reproducci�n material y acciones teleol�gicas (entendidas como acciones conscientes) abogando por sistemas sociales funcionalmente diferenciados. En “Entgegnung” (A. Honneth, H. Joas (eds.), Kommunikatives Handeln. Beitr�ge zu J�rgen Habermas’“Theorie des kommunikativen Handelns”, Suhrkamp, Frankfurt, 1986, pp. 327-405) se reflejan estas dos estrategias te�ricas: por una parte, se identifican las categor�as de integraci�n y acci�n; por otra, Habermas complica el esquema te�rico al reconocer el hecho de que la reproducci�n material se puede llevar a cabo de manera inconsciente, es decir, a trav�s de funciones latentes que escapan al control intencional de los sujetos. Tal y como se�ala Prieto Navarro (op. cit., pp. 116-118), de esta manera se consolida el tr�nsito de la raz�n instrumental a la raz�n funcionalista, admiti�ndose la existencia de un dominio que se rige por la l�gica de los sistemas al margen de las interacciones. Prieto Navarro se plantea si no ser�a posible superar la perspectiva externalista de la acci�n social para no tener que resignarnos, como hace Habermas, a proponer un anclaje (v�a legitimaci�n) del sistema en el mundo de la vida. Actuando de esta forma, afirma, Habermas es v�ctima de la sugesti�n del funcionalismo debilitando la noci�n de integraci�n social basada en el entendimiento. 199 Habermas reconoce que con las nociones de superestructura y estructura, al igual que cuando habla del “reino de la libertad” y del “reino de la necesidad”, Marx se refiere, de alguna forma, a las esferas del sistema y del mundo de la vida. Ahora bien, puntualiza el autor frankfurtiano, la �nica manera de plantear en t�rminos correctos el an�lisis de ambas dimensiones es hablando de sistema y mundo de la vida. Respecto a la estrategia te�rica propuesta por Giddens para completar la noci�n de trabajo de Marx con el concepto de praxis (estrategia que Habermas considera inadecuada prefiriendo introducir la noci�n de mundo de la vida como complementaria a la de acci�n comunicativa), v�ase: “R�plica a objeciones”, op. cit., pp. 457-458. Habermas, no obstante, tambi�n se�ala las ventajas te�ricas que, desde un punto de vista metodol�gico y sustantivo, ofrece la propuesta de Marx en Teor�a de la acci�n comunicativa II, pp. 475-479. V�ase tambi�n: J. P. Arnason, “Marx und Habermas”, A. Honneth, U. Jaeggi (eds.) Arbeit, Handlung, Normativit�t, Theorien des Historischen Materialismus II, Surhkamp, Frankfurt, 1980, pp. 137-180.
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generalizaci�n incorrecta al partir de una forma espec�fica de subordinaci�n del mundo
de la vida a los imperativos del sistema; dicho error se traduce en un reduccionismo
economicista. Los fallos en los que incurre la teor�a del valor provoca que los partidarios
ortodoxos del marxismo sean incapaces de interpretar los principales dilemas que afectan
a las sociedades tardocapitalistas: el intervencionismo estatal, la democracia de masas y
el Estado social. Estos dilemas son dif�ciles de interpretar por parte de un marxista
ortodoxo en la medida en que debilitan la visi�n economicista de la sociedad al proyectar
un modelo de Estado que se ve obligado a embridar la actuaci�n del sector privado y las
exigencias institucionales en pos de un mayor bienestar social200. Este conjunto de
circunstancias, que determinan la transformaci�n del capitalismo liberal, no nos permite
seguir utilizando el criterio de la econom�a pol�tica, tal y como lo hace Marx. La
consecuencia m�s notable de esta transformaci�n hist�rica, afirma el autor frankfurtiano,
es que ya no podemos recurrir a las nociones tradicionales de lucha de clases e ideolog�a.
La pol�tica de compensaciones ofertada por el capitalismo tard�o ha conseguido debilitar
la oposici�n de clases evitando as� la explicitaci�n del conflicto latente. La teor�a
revolucionaria se ha quedado, pues, sin destinatarios201. El que los conflictos latentes no
se expliciten se debe al hecho de que se han desarrollado equivalentes funcionales de las
ideolog�as. Estos equivalentes funcionales adquieren la forma de un conocimiento difuso
200 No obstante, esta tesis tiene que ser matizada ante las condiciones de vida impuestas por el neoliberalismo. Habermas reconoce esta circunstancia en “La crisis del Estado de bienestar y el agotamiento de las energ�as ut�picas”, Ensayos políticos, p. 119. 201 V�ase: Teoría y praxis. Estudios de filosofía social, pp. 216-217; v�ase tambi�n: “Trabajo e interacci�n. Notas sobre la filosof�a hegeliana del periodo de Jena”, op. cit., p. 43. Para una discusi�n interesante en torno a la vigencia o no del conflicto de clases: “Dial�ctica de la racionalizaci�n”, op. cit., pp. 163-169. Respecto a las implicaciones que este hecho puede tener para la relevancia te�rica de la noci�n de revoluci�n social, Manuel Jim�nez Redondo afirma: “Habermas pertenece, pues, a una generaci�n cuyos mentores intelectuales hac�a ya mucho tiempo que hab�an dejado de creer en “la” Revoluci�n, es decir, en la ruptura que Marx lleva cabo del esquema de pensamiento de Hegel a partir de la cr�tica a su filosof�a del Estado. Por supuesto que nada le ha sido nunca m�s ajeno que la idea de una vanguardia que, sujeta a responsabilidades morales, pudiera suponerse al cabo por encima de �stas por considerarse promotora de un movimiento inscrito en el propio sentido de los desarrollos hist�ricos. Tampoco cay� nunca en la tentaci�n de dedicarse al rastreo de “grandes negaciones”; quiz� por haber estudiado minuciosamente el origen de ello en la teolog�a (tema preferido de Habermas es la Kontraktion Gotees, el “encogimiento de Dios” de la C�bala), siempre le fue ajena toda idea de “vuelco” apocal�ptico en la historia, al tiempo que, como buen hegeliano de izquierdas, es bien consciente de los potenciales sem�nticos que el mito encierra”, Escritos sobre moralidad y eticidad, pp. 30-31. En La ética del discurso y la cuestión de la verdad, p. 43, Habermas le da la raz�n a Jim�nez Redondo en los siguientes t�rminos: “Una teor�a deontol�gica que explica c�mo justificar y aplicar normas generales no puede conceder prioridad normativa a ning�n prop�sito particular sobre tales normas, dado que la persecuci�n de tal fin –por m�s elevado que sea- requiere un compromiso entre el razonamiento normativo y el prudencial. Pienso que este problema cl�sico de cualquier �tica de la revoluci�n no puede resolverse en el marco de la teor�a moral. Pero puede quedar difuminado en el marco de un Estado constitucional donde se institucionalice el reformismo democr�tico como una parte normal de la pol�tica”; v�ase tambi�n: Verdad y justificación, p. 218; Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, pp. 169-170, nota 90; “R�plica a objeciones”, op. cit., pp. 458-459 y Más allá del Estado nacional,p. 104.
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y fragmentado. La conciencia fragmentada no es susceptible de ilustraci�n, por lo que
deja el camino expedito para la colonizaci�n del mundo de la vida.
Habermas critica a Marx por no haber diferenciado entre sistema y mundo de la
vida. Incidir en esta distinci�n es importante para el autor frankfurtiano por dos motivos
principales: 1) porque le permite delimitar con mayor nitidez los �mbitos comunicativos
y no comunicativos de la sociedad y 2) porque le pobilita justificar que hayan situaciones
de la praxis social en las que no se reflejen los presupuestos trascendentales de la
interacci�n comunicativa. Hablando de sistema y mundo de la vida Habermas consigue
delimitar la esfera comunicativa (representada por un mundo de la vida que se articula
gracias a un lenguaje ordinario cuyo telos es el entendimiento intersubjetivo) y la esfera
sist�mica (representada por la econom�a y la burocracia cuya din�mica se define por
medio de acciones teleol�gicas o funciones latentes que act�an de forma inconsciente
para los sujetos). En este esfuerzo por delimitar ambas esferas, Habermas denomina a los
mecanismos que constituyen el �mbito sist�mico “mecanismos de control
desling�istizados”. La pregunta es, �por qu� los denomina mecanismos
desling�istizados? �Acaso en las interacciones sist�micas no se utiliza el lenguaje?; �no
son tambi�n interacciones simb�licas aunque no se adec�en a los imperativos
habermasianos? Da la sensaci�n de que Habermas pretende desligar el lenguaje de
cualquier posible uso inadecuado, por lo que s�lo es apropiado hablar de mecanismos
ling��sticos cuando nos referimos al mundo de la vida y, en consecuencia, cuando nos
referimos al sistema tenemos que hablar de mecanismos desling�istizados.
Al diferenciar el mundo de la vida del sistema, Habermas encuentra tambi�n una
nueva oportunidad para reflejar su prejuicio anticientificista. De esta forma, el mundo de
la vida s�lo puede ser analizado en actitud realizativa o participativa (es decir,
remiti�ndonos al conocimiento intuitivo que posee un sujeto capaz de lenguaje y acci�n)
mientras que el sistema es analizado por medio de la teor�a de sistemas o cibern�tica,
an�lisis que remite a una actitud cientificista. Otra ventaja, no menos relevante, que
aporta la noci�n de sociedad concebida como sistema y mundo de la vida es que permite
a Habermas explicar por qu� existen situaciones en las que los presupuestos
trascendentales de la teor�a de la acci�n comunicativa no se reflejan en la praxis
cotidiana. La respuesta que ofrece el autor frankfurtiano se fundamenta en la
colonizaci�n del mundo de la vida. El argumento se plantea como sigue: si este fen�meno
colonizador no se concreta, la interacci�n social se desarrolla en armon�a con los
presupuestos comunicativos; si la colonizaci�n del mundo de la vida se produce, la
131
interacci�n social ya no transcurre seg�n esos presupuestos en la medida en que la
colonizaci�n implica la restricci�n sistem�tica de la comunicaci�n. Nos enfrentamos
adem�s a un problema a�adido: seg�n aumenta el nivel de desarrollo del �mbito
sist�mico, como ocurre en las sociedades modernas, m�s riesgo existe de colonizaci�n.
En conclusi�n: si en la praxis cotidiana no se cumple con los presupuestos de la teor�a de
la acci�n comunicativa no es porque dichos presupuestos sean err�neos sino porque
vivimos una situaci�n de “excepci�n” en la que la colonizaci�n sufrida por el mundo de
la vida impide que el potencial racional se explicite.
La soluci�n propuesta por Habermas se sigue l�gicamente del argumento
esgrimido: para que emane el potencial racional inmanente al entendimiento ling��stico
es requisito imprescindible que el sistema no colonice al mundo de la vida. En este
argumento existen, no obstante, una serie de aspectos que pueden dar lugar a discusi�n.
Uno de ellos es el hecho de que Habermas exija la reubicaci�n del sistema y no su
transformaci�n: Habermas no critica el sistema econ�mico y burocr�tico, critica su
extralimitaci�n. El capitalismo, por tanto, no deriva necesariamente en cosificaci�n. El
que la acci�n comunicativa sea sustituida por el dinero y el poder a la hora de coordinar
las acciones no implica la cosificaci�n denunciada por Marx al analizar la conversi�n del
trabajo concreto en trabajo abstracto: la existencia de efectos cosificadores se descubre,
m�s bien, como un hecho concreto que debe ser investigado. Para resolver los efectos
patol�gicos de la colonizaci�n hay que abogar por el desarrollo hist�rico de la
racionalidad comunicativa no siendo necesario, por tanto, superar el capitalismo. �Este
hecho per se es relevante? Por supuesto que no. Sin embargo, en el caso de Habermas s�
es llamativo en la medida en que, seg�n manifiesta, su objetivo prioritario es fundamentar
el �mbito pr�ctico-moral en t�rminos emancipatorios (para lo que emprende, incluso, una
reformulaci�n del materialismo hist�rico).
Un aspecto del proyecto habermasiano que me parece meritorio es el que
reconozca la propuesta de Marx como una teor�a de la que a�n pueden derivar
rendimientos te�rico-pol�ticos. No obstante, defiende Habermas, para que dichos
rendimientos se hagan efectivos el materialismo hist�rico necesita ser objeto de
determinadas reformulaciones. De forma sint�tica, la principal cr�tica que Habermas
formula a Marx guarda relaci�n con el hecho de que, dej�ndose llevar por un prejuicio
cientificista, redujera el �mbito de la interacci�n comunicativa al trabajo202. El autor
202 Para llevar a cabo la reforma del materialismo hist�rico en los t�rminos que su propuesta necesita, Habermas recurre a las nociones de trabajo e interacci�n formuladas por el Hegel del periodo de Jena.
132
frankfurtiano se propone superar esta perspectiva positivista distinguiendo la acción
instrumental de la acción comunicativa. Sin embargo, la pretensión habermasiana de
superar las limitaciones subjetivistas de Kant proponiendo una racionalidad comunicativa
no es un empeño original: Marx intenta hacer frente a los supuestos individualistas y
subjetivistas incluyendo las nociones de ideología y clase social. Bien es cierto que
dichas nociones necesitan ser teorizadas con mayor precisión, pero la única posibilidad
materialista para hacerlo es reformulando dicha propuesta teórica en el sentido contrario
que Habermas, es decir, reivindicando al sujeto empírico. ¿Si no es incluyendo al sujeto
empírico en su análisis, qué sentido tiene una teoría general de la sociedad definida con
pretensiones emancipadoras? ¿Se puede emprender el análisis del sujeto empírico sin
atender a la influencia que el proceso socializador ejerce en su constitución? Si
admitimos la importancia de la socialización, ¿podemos emprender dicho examen sin
tener en cuenta la función constituyente del significado? ¿Podríamos, por tanto, formular
una investigación social que no estuviese basada en una teoría del significado concebida
como teoría de la mente?
Se puede admitir que el marxismo tiene un carácter tentativo que no supera el
nivel de la protociencia social y en el que se echa en falta, en consecuencia, un
rendimiento operativo. Pero dicha circunstancia no emana de su cientificismo, como
defiende Habermas: deriva de no haber asumido la explicación científica de la mente y el
significado (hecho que, al menos en el caso de Marx, tiene su justificación por razones
históricas). Teniendo en cuenta que Habermas sitúa en el núcleo de su propuesta una
teoría del significado, podemos considerar que el planteamiento habermasiano supone un
avance respecto a la tradición marxista. Sin embargo, si dicho análisis se desarrolla desde
una perspectiva dualista y antimentalista, como es el caso de Habermas, aunque se apunte
en la dirección adecuada la estrategia es teóricamente insuficiente. Esta circunstancia se
agrava cuando una teoría del significado deficiente sentencia el fin de las utopías
revolucionarias sin ofrecer una opción mejor203. Puedo estar completamente de acuerdo
con Habermas cuando afirma que en las sociedades tardocapitalistas se han desarrollado
mecanismos complejos de socialización que hacen que el conflicto social se mantenga
como un conflicto latente. (Pienso, por ejemplo, en la influencia que los mass media
Habermas, según él mismo afirma, toma como referente teórico las nociones de trabajo e interacción en la medida en que representan los rasgos originarios de la especie humana definiéndose, por tanto, en términos universalistas.203 Reivindicación en la que Habermas coincide con J. Butler. A pesar de las diferencias teóricas existentes entre Habermas y Butler, ambos coinciden en la aceptación del giro lingüístico y, por tanto, en las limitaciones teóricas y prácticas que derivan de dicha opción.
133
ejercen en nuestras sociedades, influencia que Marx no pudo teorizar, y en cómo esto
complejiza el análisis de una realidad convertida en una ficción semiótica que se
retroalimenta). Estoy totalmente de acuerdo con Habermas cuando afirma que estos
mecanismos provocan una violencia estructural que se traduce en la fragmentación de
una sociedad y de unos individuos que se resisten a la ilustración. Pero reconocer este
hecho no implica que el conflicto de clases se haya debilitado, tal y como afirma
Habermas; en todo caso se ha podido debilitar la conciencia que los sujetos fragmentados
poseen de dicho conflicto. Es tarea de una adecuada teoría de la sociedad describir cómo
se producen estas situaciones proponiendo, además, una alternativa fundamentada si, tal y
como declara Habermas al criticar a la primera generación de la Escuela de Frankfurt,
pretendemos poner coto a la utopía negativa. Creo que la reformulación del materialismo
histórico que Habermas propone se podría calificar como conservadora y, en
consecuencia, como antimarxista. El argumento que fundamenta esta impopular
afirmación es que los presupuestos trascendentales con los que Habermas interpreta a
Marx despotencian su propuesta hasta el punto de sustituir un análisis materialista de la
praxis social por un modelo contrafáctico y formal. Como ya he repetido en varias
ocasiones, este tipo de interpretaciones responden a la necesidad de salvaguardar unos
presupuestos dualistas y antimentalistas que Habermas justifica remitiendo a la naturaleza
comunicativa del lenguaje. Para describir dicha naturaleza comunicativa el giro
lingüístico ofrece al autor frankfurtiano una ayuda inestimable.
135
INTRODUCCIÓN AL CAPÍTULO TERCERO
Como hemos comentado en los dos capítulos anteriores, Habermas abandona la
perspectiva epistémica y metodológica que le inspira en una primera fase para centrarse
en el desarrollo de una teoría de la acción comunicativa. A partir de esta transformación,
reivindica la necesidad de sustituir el paradigma de la conciencia por el paradigma del
lenguaje con el objetivo de proporcionar un fundamento a la teoría crítica. Para llevar a
cabo dicha sustitución tenemos que centrar el análisis en el giro lingüístico, afirma el
autor frankfurtiano. Por tal motivo, dedicaremos los tres apartados que integran este
capítulo a analizar la relevancia que tiene para la propuesta habermasiana dicha
metodología. En el primer apartado expongo la interpretación del giro lingüístico que
propone Habermas. Frente a la tradición filosófica, que en muchos casos no ha sido capaz
de concebirlo sino como un mero cambio de método, Habermas plantea agotar las
potencialidades de dicha estrategia teórica insistiendo en un aspecto para él fundamental:
el giro lingüístico permite abordar el análisis de los significados sin recurrir a la mente; la
gran ventaja del giro lingüístico consiste, por tanto, en su antimentalismo. El giro
lingüístico avala que los estados mentales se transformen en manifestaciones públicas,
siendo dichas manifestaciones las que nos sirven como datos intersubjetivos de
interpretación. De esta forma, la realidad simbólicamente estructurada queda a merced de
un conocimiento ordinario o de sentido común que se descubre como el único recurso
legítimo para llevar a cabo su análisis resguardándola, así, de posibles contaminaciones
cientificistas.
Como paso necesario para llevar a cabo el proceso de radicalización
trascendental de su propuesta, Habermas reivindica complementar la visión analítica y
hermenéutica del giro lingüístico. A este análisis dedico el segundo apartado de este
capítulo. La tesis que defiende Habermas para justificar esta complementariedad es que
ninguna de las dos perspectivas, por sí sola, logra agotar el potencial de este método
antimentalista: la visión analítica es insuficiente porque no es capaz de llevar a cabo un
análisis de la modernidad en los términos adecuados; la visión hermenéutica es
insuficiente porque no es capaz de superar el riesgo contextualista de la función de
apertura lingüística del mundo. Para demostrar esas insuficiencias Habermas desarrolla
un examen crítico de las propuestas de Heidegger (como representante del sector
hermenéutico) y Wittgenstein (como representante del sector analítico). Esta revisión la
136
inserta en el contexto de la teoría del lenguaje de Humboldt, teoría que Habermas elogia
en la medida en que le inspira el pragmatismo de corte kantiano que va a proponer como
perfecto complemento de la versión analítica y hermenéutica. En el tercer apartado de
este capítulo expongo el análisis crítico que Habermas lleva a cabo de las propuestas
teóricas de Apel, Putnam, Dummett y Brandom. El objetivo que persigue con este
análisis es intentar demostrar que sus errores o deficiencias pueden solventarse adoptando
los presupuestos del pragmatismo kantiano.
137
CAPÍTULO 3
DE LA CONCIENCIA AL LENGUAJE. EL GIRO LINGÜÍSTICO COMO GARANTE DEL ANTIMENTALISMO Y LA INTERSUBJETIVIDAD
3.1. El giro lingüístico como estrategia antimentalista
El que Habermas recurra a partir de la d�cada de los setenta al giro ling��stico no
es casual. El giro ling��stico proporciona al autor frankfurtiano el respaldo adecuado
para justificar las dos premisas te�ricas que hemos analizado en la primera parte de este
trabajo: a) el dualismo metodol�gico y b) el antimentalismo. Si a esta circunstancia
a�adimos el hecho de que la recepci�n alemana del giro ling��stico incide en la relaci�n
existente entre lenguaje y racionalidad, la adecuaci�n de este paradigma a los intereses
te�ricos habermasianos es casi absoluta204. Seg�n afirma el autor de Teoría de la acción
comunicativa, una caracter�stica importante de la modernidad se refiere a los motivos de
su pensamiento. El giro ling��stico es, precisamente, uno de los cuatro temas o motivos
de la modernidad que nos permite romper con la tradici�n205. Esta ruptura, obviamente,
implica dificultades206, pero sobre todo nos aporta una gran ventaja te�rica: el giro
ling��stico permite sustituir el paradigma de la filosof�a de la conciencia (el paradigma de
un sujeto que se forma mediante el enfrentamiento con los objetos que se representa) por
el paradigma de la filosof�a del lenguaje207. La sustituci�n del agotado paradigma de la
204 V�ase: C. Corredor Lanas, “Sobre el giro ling��stico en la filosof�a anglosajona y alemana”, Taula, n. 23-24, 1995, pp. 85-110. 205 Los tres temas restantes son: el pensamiento postmetaf�sico, el car�cter situado de la raz�n y la inversi�n del primado de la teor�a sobre la praxis (o superaci�n del logocentrismo). 206Entre las dificultades del giro ling��stico Habermas destaca dos: el que se haya manejado una interpretaci�n ontol�gica del lenguaje que independiza la funci�n de apertura del mundo de los procesos de aprendizaje intramundanos y que se pueda desfigurar los cambios de im�genes del mundo remitiendo a un indefinido poder original. Las respuestas a estas dificultades las ofrece el pragmatismo de corte kantiano defendido por Habermas seg�n el cual el conocimiento hay que analizarlo en relaci�n a la capacidad ling��stica y de acci�n en la medida en que toda forma de experiencia est� mediatizada ling��sticamente; v�ase: Verdad y justificación, pp. 40 y 127. 207 Habermas, en Pensamiento postmetafísico, p. 44, define el contexto que posibilita la sustituci�n de la filosof�a de la conciencia de la siguiente forma: “Durante el siglo XIX se difunde pronto la cr�tica a la cosificaci�n y funcionalizaci�n de las formas de trato y formas de vida, as� como a la autocomprensi�n objetivista de la ciencia y la t�cnica. Estos motivos fomentan tambi�n la cr�tica a los fundamentos de una filosof�a que embute todo en relaciones sujeto-objeto. En este contexto hay que situar el cambio de paradigma desde la filosof�a de la conciencia a la filosof�a del lenguaje”. Son muchas las razones que justifican las cr�ticas formuladas a la filosof�a de la conciencia. Entre estas razones podemos destacar, por ejemplo, la dificultad (establecida desde Fichte) de considerar la autoconciencia como punto de partida originario, las cr�ticas formuladas a partir de Frege por la l�gica y la sem�ntica a toda perspectiva definida en t�rminos de teor�a del objeto o las objeciones planteadas por el naturalismo contra todo proyecto te�rico que se base en la conciencia.
138
conciencia procurada por el giro ling��stico puede interpretarse como uno de los logros
m�s importantes de nuestra �poca seg�n afirma, sin ambages, el autor frankfurtiano.
La filosof�a de la conciencia (como claro reflejo de la influencia plat�nica)
privilegia el �mbito privado de las vivencias subjetivas frente a la esfera p�blica de la
interacci�n intersubjetiva. La filosof�a del lenguaje, por el contrario, prima el �mbito
intersubjetivo considerando las expresiones como formas de acci�n que posibilitan las
interacciones sociales208. Habermas hace hincapi� as� en la asimetr�a existente entre una
filosof�a de la conciencia que parte de la relaci�n que un sujeto representador y
manipulador de objetos mantiene consigo mismo y una teor�a del lenguaje que es capaz
de resolver problemas partiendo de la comprensi�n de las expresiones ling��sticas.
Mientras que en el contexto de la filosof�a de la conciencia es la relaci�n sujeto-objeto la
que orienta la constituci�n de las categor�as mentalistas, con el giro ling��stico las
representaciones poseen tambi�n un contenido proposicional. Al poseer dicho contenido
podemos centrar el an�lisis en las expresiones ling��sticas sin tener que preocuparnos por
el posible componente mental del significado.
Las ventajas que ofrece la sustituci�n de la filosof�a de la conciencia por la
filosof�a del lenguaje reporta importantes beneficios te�ricos a Habermas. Por un lado, le
resulta bastante rentable la importancia que adquiere el lenguaje con el giro ling��stico
puesto que, de esta forma, se coloca en el foco de atenci�n la dimensi�n te�rica que le
sirve para fundamentar su dualismo metodol�gico. La sustituci�n de los fen�menos de
conciencia por las expresiones ling��sticas es absolutamente adaptativa para las
exigencias te�ricas de un autor que considera el lenguaje como el �nico estado de cosas
que podemos conocer en virtud de su propia naturaleza. Esta sustituci�n le permite contar
con un recurso p�blico e intersubjetivo cuyo an�lisis se afronta en t�rminos
antimentalistas constituyendo as� una estrategia que le reafirma en su postura dualista
salvaguardando la realidad simb�licamente estructurada de cualquier tipo de an�lisis
208 A partir del giro ling��stico se han defendido dos posturas antag�nicas sobre la modernidad: la interpretaci�n postmoderna de la comprensi�n normativa y la revisi�n intersubjetiva del concepto cl�sico (visi�n con la que, por supuesto, Habermas se identifica); v�ase por ejemplo: “Las servidumbres de la cr�tica a la racionalidad”, Ensayos políticos, p. 106 o La constelación posnacional, p. 169. Dos perspectivas te�ricas que, al principio del siglo veinte, ponen en entredicho el paradigma de la filosof�a de la conciencia reivindicando criterios intersubjetivos son la teor�a psicol�gica del comportamiento y la filosof�a anal�tica del lenguaje (visiones que parten del pragmatismo de Peirce y tienen como punto de intersecci�n la teor�a de la comunicaci�n de Mead). Estas estrategias, apelando a los comportamientos observables y a las expresiones ling��sticas, critican la intuici�n proponiendo la intersubjetividad como criterio para llevar a cabo las comprobaciones. Sin embargo, afirma Habermas, ambas propuestas incurren en el error de adoptar una perspectiva objetivista. Para superar dicha perspectiva tenemos que recurrir a la psicolog�a social de Mead.
139
cient�fico. Incidir en las ventajas antimentalistas del giro ling��stico, defiende Habermas,
es un requisito ineludible si queremos desarrollar plenamente las potencialidades de este
nuevo m�todo:
Personalmente pienso que el paradigma ling��stico es una alternativa al paradigma mentalista, pero otros lo tomaron meramente como una especie de innovaci�n metodol�gica. Emplearon las herramientas de la sem�ntica formal y el an�lisis l�gico con el �nico objetivo de resolver el viejo problema de Hume y Kant (por citar a Rorty). Si me concede, por mor de la argumentaci�n, esta distinci�n entre un sentido fuerte y otro d�bil del giro ling��stico dir�a que ni Quine ni Carnap se giraron hacia un nuevo paradigma, sino que al principio s�lo lo hizo Wittgenstein en su Tractatus. Wittgenstein marca este cambio cuando escribe que la gram�tica del lenguaje es la esencia del mundo. Tal como lo expresa Dummett en su libro sobre la historia de la filosof�a anal�tica, s�lo con este paso se obliga a los pensamientos a “salir de la mente”. Si los significados no son “nada que est� en la mente”, tal como sostiene Putnam, s�lo queda el lenguaje como medio intersubjetivo para su encarnaci�n. Es un cambio de perspectiva que Carnap no hubiera aceptado nunca209.
Como sabemos, una de las principales motivaciones de la teor�a de Frege fue
criticar el psicologismo (proyecto que desarroll� por la misma �poca que Husserl)210. Sin
embargo, tal y como se se�ala en la cita anterior, Habermas defiende que s�lo fue a partir
de la propuesta te�rica de Wittgenstein (quien se orienta hacia una noci�n trascendental
del lenguaje y la materializaci�n simb�lica de los pensamientos) cuando dicha cr�tica al
psicologismo, pretendida por Frege, se lleva a cabo de manera fundamentada. Seg�n el
planteamiento del primer Wittgenstein, un lenguaje universal de tipo l�gico se define
como configurador de un mundo cuyos l�mites vienen marcados por los propios l�mites
del lenguaje. La propuesta del primer Wittgenstein tiene, por tanto, muchos puntos en
com�n (afirma Habermas coincidiendo en este aspecto con la opini�n de Stenius o Apel)
con la filosof�a trascendental kantiana s�lo que, donde en un caso se habla de conciencia
trascendental, en el otro se habla de un lenguaje universal que sirve para reflejar el
mundo:
El an�lisis l�gico del lenguaje debe su alcance filos�fico a que reemplaza al paradigma de la conciencia y revoluciona sus fundamentos mentalistas. Russell y Carnap ligan todav�a a una teor�a empirista del conocimiento de tipo tradicional el m�todo consistente en explicar las formas de los pensamientos por medio de un an�lisis l�gico de las formas del lenguaje. Esta comprensi�n metodológicamente restringida del an�lisis del lenguaje no pone de ning�n modo en cuesti�n el paradigma mentalista. S�lo la tesis de Wittgenstein de que la estructura de los enunciados proposicionales determina la estructura de los hechos posibles afecta de lleno a las premisas de la filosof�a de la conciencia. Wittgenstein abandon� posteriormente, por razones fundadas, la concepci�n de un lenguaje universal como figura de los
209 La ética del discurso y la cuestión de la verdad, pp. 65-66. 210 Aunque, como recuerda el propio Habermas, Peirce critica el psicologismo antes que el propio Frege o Husserl.
140
hechos. Pero siguió ateniéndose al carácter constituidor del lenguaje cuando trasladó la espontaneidad trascendental desde la dimensión expositiva a la dimensión de la acción211.
La crítica al mentalismo iniciada por el Wittgenstein del Tractatus continúa en
las Investigaciones Filosóficas con el análisis de la gramática de los juegos de lenguaje
que incide en la noción de lenguaje como actividad y que constituye formas distintas de
vida212. Comparándolo con Sellars213, Habermas destaca como uno de los principales
211 Verdad y justificación, p. 80. Fijémonos en cómo Habermas, en la cita referida en esta nota, elogia el hecho de que Wittgenstein (a pesar de transformar su perspectiva teórica) siga ateniéndose al carácter constituyente del lenguaje. Al incidir en la naturaleza constituyente del lenguaje Habermas suscribe las críticas formuladas tras el giro lingüístico a todas aquellas propuestas que no tienen en cuenta este carácter constitutivo reduciendo el lenguaje a un mero instrumento de transmisión de pensamientos y designador de objetos. Este hecho genera, no obstante, una serie de problemas que influyen en la relación lenguaje-mundo y, en última instancia, en la posibilidad de fundamentar el conocimiento. Al sustituir el yo trascendental por el lenguaje se acaba con la noción de un mundo en sí que garantiza la objetividad del conocimiento. De esta forma, la justificación epistémica pasa a depender de la coincidencia intersubjetiva procurada mediante conversaciones. Esta circunstancia justifica la preeminencia del significado sobre la referencia. Véase: apartados 3.3 y 6.3.1. 212Como incidiremos en estos conceptos wittgensteinianos en el capítulo tercero, no entraré en este momento en detalles de su definición. Con un objetivo meramente introductorio: el juego de lenguaje remite al hecho de que el hablar forma parte de una actividad y las formas de vida, como el propio nombre indica, remite a los contextos de aprendizaje e interacción. Esta postura antimentalista de Wittgenstein, afirma Habermas, permite interpretar de manera no ambigua la distinción definida por Frege entre pensamiento y representación. Frege diferencia entre el concepto psicológico de representación (que maneja un sujeto concreto e individual) y la noción semántica de pensamiento (que supera los límites individuales). Con esta diferenciación Frege coloca la primera piedra para el tránsito hacia el giro lingüístico. Sin embargo, sigue afirmando Habermas, en su empeño por hacer frente al psicologismo Frege cayó presa de un platonismo del significado (hecho que, bajo otras premisas, también afecta a la propuesta de Husserl). La tesis de que el mundo de los objetos tiene su correspondencia en el ámbito subjetivo de las representaciones se tuvo que completar con la noción ideal del mundo de las proposiciones (hecho que impuso la incómoda tarea de demostrar cómo se relacionan las entidades ideales con los objetos físicos y las representaciones). Frege deja en herencia este problema, así como el de aclarar el sentido de la verdad. 213 Habermas defiende que la teoría de W. Sellars sobre la emergencia de la intencionalidad permite analizar con adecuada precisión las dificultades a las que se enfrenta una concepción teórica inserta en la filosofía de la conciencia que asuma la perspectiva de la lógica del lenguaje (con lo cual representa un ejemplo esclarecedor de propuesta intermedia entre la teoría de la constitución y la teoría comunicativa). Con el objetivo de defender una postura realista del conocimiento, Sellars diferencia entre los actos de conciencia, entre los contenidos sensibles o conceptuales de dichos actos y los objetos existentes (Science, Perception and Reality, Routledge, Londres, 1963). Su intención es analizar cómo diversos actos de conciencia pueden poseer el mismo contenido. Este hecho lo explica Sellars a través del análisis de las expresiones lingüísticas y de su significado (de tal forma que a la conexión definida entre la expresión lingüística y su sentido se la denomina relación de significado). El mecanismo propuesto por este autor para analizar dicha relación de significado consiste en entrecomillar (como referencias metalingüísticas) cualquier tipo de expresión que manejemos con la finalidad de señalar que no nos estamos refiriendo a la expresión de una lengua concreta sino a la de cualquier lengua en la que dicha expresión tenga un papel comparable al que tiene en la nuestra. Para fundamentar esta afirmación, Sellars se basa en la función que las expresiones cumplen en el seno de una lengua pero no se preocupa, afirma Habermas, de justificar ese rol (considerándolo, más bien, como el resultado de una operación lógica en vez de como resultado de una operación hermenéutica). De esta forma se enfrenta al problema de definir la intersubjetividad en términos de lógica del lenguaje tratando de mostrar que el lenguaje intencional que utilizamos surge de un lenguaje carente de expresiones intencionales (es decir, de una especie de lenguaje empirista): las expresiones intencionales serían los elementos hipotéticos de una teoría que, partiendo de los comportamientos observables, remiten a estados internos. El fundamento de esta teoría se basa en el hecho de que la relación que esos comportamientos observables mantienen con las intenciones o estados internos es similar a la que guardan las expresiones lingüísticas con sus significados. No obstante, afirma Habermas, si Sellars pretende
141
m�ritos de Wittgenstein el que fuese capaz de sustituir el paradigma de la filosof�a de la
conciencia por el paradigma del lenguaje tratando de analizar los contenidos
intencionales con independencia de las vivencias intencionales. Tal y como lo plantea el
autor de las Investigaciones Filosóficas, el sentido de las oraciones no se analiza
haciendo referencia a las intenciones sino que es el propio sentido de las intenciones el
que se aclara por medio del sentido de las oraciones (es decir, las intenciones se
explicitan gracias a la gram�tica del lenguaje)214. Evidentemente, Habermas tiene que
elogiar con especial entusiasmo la perspectiva antimentalista de Wittgenstein en la
medida en que coincide con la estrategia te�rica que le aboca a aceptar el giro ling��stico.
En este sentido, se adhiere de forma incondicional a lo que Wittgenstein afirma en la
controvertida tesis 580 de las Investigaciones Filosóficas: “un proceso interno necesita
criterios externos”. Aceptando esta premisa, Habermas da por hecho que el fundamento
te�rico que Wittgenstein utiliza como respaldo de su planteamiento antimentalista le
puede servir como fundamento propio. Lo que Habermas olvida (o no quiere tener en
consideraci�n) es que la postura antimentalista de Wittgenstein se basa en un
razonamiento falaz en la medida en que se propone sin ofrecer argumento alguno que
trascienda su propia definici�n. Pondr� dos ejemplos (a los que habr�a que sumar la tesis
580) para demostrar c�mo Wittgenstein disuelve el problema del mentalismo
proponiendo como premisas las mismas hip�tesis que tiene que justificar. En la tesis 329
de las Investigaciones Filosóficas afirma: “Cuando pienso con el lenguaje, no me vienen
a la mente “significados” adem�s de la expresi�n verbal; sino que el lenguaje mismo es el
veh�culo del pensamiento”. En la tesis 380 sentencia: “Yo no podr�a aplicar ninguna regla
a la transici�n privada de lo visto a la palabra. Aqu� las reglas quedar�an realmente en el
aire, pues falta la instituci�n de su aplicaci�n”.
Tal y como se expresa en las tesis indicadas, Wittgenstein asume que debe
identificarse el significado con la expresi�n verbal y que las reglas s�lo pueden aplicarse
en una pr�ctica p�blica (es decir, sin contacto con la mente). Para justificar estas
afirmaciones el autor de las Investigaciones Filosóficas recurre a la definici�n propuesta;
definir ese lenguaje inicial de forma independiente al establecimiento de relaciones interpersonales, tendr� que concebir dicho lenguaje empirista con fines puramente cognitivos y no en t�rminos comunicativos. Lo que defiende Habermas, por el contrario, es que un lenguaje disociado de los fines comunicativos no puede entenderse como tal. V�ase: “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., pp. 58-76 o “Un fragmento (1977): el objetivismo en las ciencias sociales”, op. cit., pp. 468-471.214 V�ase en qu� t�rminos propone Wittgenstein la identificaci�n de intenci�n y expresi�n en, por ejemplo, las tesis 329-344 de las Investigaciones Filosóficas, Instituto de Investigaciones Filos�ficas UNAM/Cr�tica, M�xico, 2002.
142
es decir, el fundamento de su antimentalismo se basa en un recurso petitio principii más o
menos sofisticado. Sin embargo, Habermas prefiere no tener en consideración esta
circunstancia por dos razones: porque él utiliza la misma estrategia para justificar su
antimentalismo (para demostrar esta afirmación basta con recordar, por ejemplo, cómo
fundamenta el carácter inconocible del mundo de la vida) y, en segundo lugar, porque el
antimentalismo adquiere un protagonismo tan relevante en su teoría que prefiere asumir
de manera acrítica aquellas posiciones teóricas que le sirven de apoyo sin dar lugar al
análisis de sus posibles contradicciones. El razonamiento que esgrime es el siguiente: si
el giro lingüístico desplaza los significados de la mente, los significados se convierten en
manifestaciones. Por tanto, podemos obviar los estados mentales en la medida en que son
sustituidos por manifestaciones. Lo que Habermas no tiene en cuenta es que los
significados no se agotan en las palabras (o manifestaciones): las palabras son sólo la
parte física de los significados. Sin embargo, el autor frankfurtiano prefiere obviar
deficiencias teóricas o contradicciones con tal de no renunciar al dualismo. Por este
motivo, afirma:
Tras que los supuestos metafísicos básicos de Kant acerca de la oposición abstracta entre lo inteligible y lo fenoménico dejasen de resultar convincentes, y tras que el entrelazamiento especulativo que Hegel llevara a cabo de las esferas de la esencia y del fenómeno, puestas dialécticamente en movimiento, perdiese su plausibilidad, se impusieron en el curso del siglo XIX concepciones empíricas que daban preferencia a una explicación psicológica de las relaciones lógicas y en general de las relaciones conceptuales: las relaciones de validez quedaban asimiladas a decursos fácticos de conciencia. Contra este psicologismo se vuelven, casi con los mismos argumentos, o por lo menos con argumentos similares, Ch. S. Peirce en América, G. Frege y E. Husserl en Alemania, y, finalmente, G. E. Moore y B. Russell en Inglaterra. Estos autores sientan los hitos para la filosofía del siglo XX al volverse contra el intento de convertir a la psicología empírica en ciencia de fundamentos en lo tocante a lógica, matemáticas y gramática215.
Es muy significativo cómo en esta cita Habermas elogia (hasta el punto de
considerarlo un hito de la filosofía del siglo XX) el hecho de que los autores mencionados
rechacen el fundamento que la psicología empírica puede proporcionar al análisis de la
lógica, las matemáticas o la gramática. Con este reconocimiento Habermas abunda en la
idea de que el significado no debe analizarse recurriendo a la Psicología; dicho en otros
términos: el análisis del significado debe definirse en términos antimentalistas y
anticientificistas, tal y como respalda el giro lingüístico. Sin embargo, para seguir
aumentando las ventajas teóricas que el giro lingüístico le aporta, Habermas necesita
agotar las potencialidades de esta estrategia metodológica con la finalidad de adaptarlo
215 Facticidad y validez, p. 72.
143
plenamente a los postulados de la teor�a de la acci�n comunicativa. Para conseguir dicho
objetivo intenta demostrar que las dos versiones en las que se concreta el giro ling��stico
(la anal�tica y la hermen�utica) no son opuestas sino complementarias216.
3.2. La perspectiva analítica y hermenéutica como visiones complementarias del giro lingüístico
La filosof�a anal�tica es la perspectiva contempor�nea m�s influyente, afirma
Habermas217. Sin embargo, la filosof�a anal�tica (en la medida en que se centra en los
problemas de la teor�a del conocimiento) no es capaz de proporcionar un diagn�stico
adecuado de la modernidad. Esta circunstancia contrasta con la importancia que adquiere
este tema en la filosof�a continental, tal y como se pone de manifiesto a partir del legado
hegeliano. Por tal motivo, afirma el autor frankfurtiano, si queremos agotar las
posibilidades del giro ling��stico tenemos que definir como complementarias la versi�n
hermen�utica y la versi�n anal�tica. �Qu� ventajas ofrece a Habermas esta visi�n
complementaria? Que cada una de estas perspectivas le permite garantizar uno de los
supuestos fundamentales de su proyecto te�rico: la trascendencia y el universalismo. La
perspectiva anal�tica (previamente reformulada con el objetivo de adaptarla a sus
necesidades trascendentales) le proporciona el fundamento para su pragm�tica formal; la
perspectiva hermen�utica le aporta un diagn�stico universalista de la modernidad.
Para demostrar el car�cter complementario de estas dos versiones Habermas
recurre a Heidegger y Wittgenstein, utilizando para ello como contexto la teor�a del
lenguaje de Humboldt218. Es necesario unificar estas dos perspectivas para dar soluci�n a
216 Visi�n complementaria en la que se basa Habermas para defender que la teor�a cr�tica de la sociedad tiene que desligarse de la filosof�a de la conciencia, dando lugar a lo que Wellmer denomina “giro ling��stico de la teor�a cr�tica”; v�ase: “Prefacio a la nueva edici�n” (1982) de La lógica de las ciencias sociales y Verdad y justificación, pp. 96-98. 217 “Ep�logo”, op. cit., p. 298 y Verdad y justificación, pp. 66 y 92. Una de las principales ventajas de la influencia ejercida por la filosof�a anal�tica en el contexto alem�n, afirma Habermas, se refiere a su exigencia explicativa (reconociendo, en este sentido, su deuda con Wittgenstein, Austin o Searle). Tambi�n reconoce Habermas la influencia que sobre �l ejerci� la filosof�a anal�tica anglosajona a la hora de interpretar la tr�ada formada por Hamann, Herder y Humboldt (The triple H theory de Taylor: Taylor, “Theories of meaning”, Human Agency and Language, Philosophical Papers, Cambridge, MA, 1985). La radicalizaci�n trascendental que Habermas lleva a cabo de la pragm�tica emp�rica de Austin y Searle la analizaremos en el cap�tulo quinto. De todas formas, hay que recordar que, a pesar del m�rito reconocido por Habermas a la filosof�a anal�tica, la dimensi�n comunicativa no adquiri� prioridad en dicha corriente de forma espont�nea. 218 Tal y como defiende Habermas, Cassirer fue el primero en reconocer la importancia de la filosof�a del lenguaje de Humboldt, preparando de esta forma el terreno para que los miembros de su generaci�n entraran en contacto con la filosof�a anal�tica tras la Segunda Guerra Mundial y se establecieran las condiciones para la conexi�n con la filosof�a hermen�utica. La contribuci�n m�s importante de Cassirer, afirma Habermas, consiste en el giro semi�tico al que somete la filosof�a trascendental de Kant. Esta propuesta tiene el mismo estatus que el giro trascendental del Tractatus permiti�ndole replantear la
144
dos problemas irresueltos a lo largo de la tradici�n filos�fica: el contextualismo que
deriva de los planteamientos te�ricos que se centran en la funci�n de apertura del
mundo219 (error muy extendido, sobre todo, en la concepci�n hermen�utica del giro
ling��stico) y la necesidad de radicalizar el criterio de intersubjetividad para evitar el
problema del relativismo (radicalizaci�n que no pudo ofrecer Wittgenstein). La finalidad
es hacer una valoraci�n de la propuesta de estos dos autores enfrent�ndolas a la
concepci�n trascendental del lenguaje de Humboldt. El resultado de este enfrentamiento
cr�tico es el esperado: s�lo la teor�a de la acci�n comunicativa es capaz de unificar la
versi�n anal�tica y hermen�utica del giro ling��stico favoreciendo un verdadero cambio
de paradigma.
Partiendo de la concepci�n rom�ntica de naci�n, Humboldt considera el lenguaje
como un mecanismo constitutivo de la imagen del mundo220. El lenguaje define la visi�n
de una determinada naci�n, de tal forma que articula una totalidad formada por conceptos
problem�tica de la “cosa en s�” y la teor�a del concepto; v�ase: Cassirer, Geist und Leben, Leipzig, 1993 o Philosophie der symbolischen Formen (3 vols. I. Die Sprache, 1923; II. Das mystiche Denken, 1925; III, Ph�nomenologie der Erkenntnis, 1929) y Habermas, “La fuerza liberadora de la figuraci�n simb�lica. La herencia humanista de Ernst Cassirer y la biblioteca Warburg”, Fragmentos filos�fico-teol�gicos, pp. 11-38. Sin embargo, Habermas tambi�n critica a Cassirer por defender una postura epist�mica al definir su noci�n interpretativa de la apertura del mundo (siguiendo, en este aspecto, las pautas de la constituci�n trascendental de los objetos de la experiencia posible); sobre esta cr�tica, v�ase: ib�dem, pp. 26-27.219 Se han hecho cr�ticas a la traducci�n del t�rmino alem�n Welterschlieβung por “funci�n de apertura del mundo” pero lo cierto es que resulta dif�cil traducir al castellano dicho t�rmino. (Sobre la dificultad de traducir el t�rmino Welterschlieung, v�ase la aclaraci�n de Pere Fabra en C. Lafont, Lenguaje y apertura del mundo, Alianza, Madrid, 1997, pp. 18-19 o Fragmentos filos�fico-teol�gicos, p. 22, nota 13). De forma aproximada puede ser traducido como abrir o descubrir (tambi�n en su connotaci�n de colonizar). En el contexto te�rico que estamos analizando se define la funci�n de apertura ling��stica del mundo como un plexo de significados ling��sticos compartidos por los hablantes de una lengua. De esta funci�n se hace una lectura preventiva en la medida en que puede dar lugar al temido relativismo. Para evitar este posible relativismo Habermas afirma que es en el proceso en el que los sujetos se entienden sobre algo utilizando como marco de referencia el mundo de la vida donde se produce la conexi�n de apertura del mundo y aprendizaje intramundano. La funci�n de apertura del mundo complementa las actuaciones racionales de los sujetos que son capaces de aprender y s�lo un adecuado enfoque del giro ling��stico (es decir, un enfoque pragm�tico) puede ofrecer una correcta definici�n de dicha funci�n de apertura. V�ase por ejemplo: M. Seel, “�ber Richtigkeit und Wahrheit”, Deutsche Zeitschrift f�r Philosophie 41, 1993, pp. 509-524 o C. Lafont, “Welterschlieung Referenz”, Deutsche Zeitschrift f�r Philosophie 41/3 (1993), pp. 491-507; v�ase tambi�n: Verdad y justificaci�n, p. 127.220 La concepci�n trascendental del lenguaje defendida por Humboldt pone en entredicho, afirma Habermas, cuatro supuestos de la filosof�a del lenguaje que han dominado desde Plat�n hasta Condillac. Estos cuatro supuestos son: 1) las palabras adquieren su significado a partir de las oraciones, las oraciones a partir de los textos y los textos a partir del vocabulario de un lenguaje; 2) la perspectiva que incide en una visi�n del mundo organizada ling��sticamente no se puede limitar a la funci�n cognitiva del lenguaje; 3) una concepci�n trascendental del lenguaje no es compatible con una visi�n instrumentalista del mismo y de la comunicaci�n, y 4) se priorizan los aspectos sociales del lenguaje sobre los usos particulares. Para una exposici�n bastante esclarecedora de la propuesta de Humboldt sobre el lenguaje, v�ase: C. Lafont, La raz�n como lenguaje, pp. 31-65 y E. Bustos, “La Filosof�a del Lenguaje de W. V. Humboldt”, Introducci�n hist�rica a la Filosof�a del Lenguaje, UNED, Madrid, 1987. Si queremos conocer los argumentos que ofrece Habermas a Dallmayr (quien le critica por recurrir a una concepci�n instrumentalista del lenguaje) reivindicando la l�nea te�rica emprendida por autores como Hamann o Humboldt y reconociendo sus deudas con el pragmatismo americano y con la hermen�utica, v�ase: Israel o Atenas, p. 117.
145
que permiten el entendimiento previo sobre todo aquello con lo que los sujetos se
encuentran en el mundo. As� se establece una conexi�n indisoluble entre la estructura del
lenguaje, su forma interna y las im�genes del mundo. Es esta visi�n trascendental de la
constituci�n del mundo la que configura la noci�n del lenguaje como productor de
pensamientos. No obstante, tambi�n es importante destacar la relaci�n que existe entre el
mundo subjetivo del hablante y el sistema de reglas del lenguaje. En este sentido, el
lenguaje se constituye como actividad y producto a la vez en la medida en que no es s�lo
el lenguaje el que ejerce su poder sobre los sujetos sino que tambi�n los sujetos ejercen su
poder sobre el lenguaje. Por ello, es necesario tener en cuenta al individuo y a las
experiencias que tienen dichos individuos cuando se enfrentan a la realidad.
Desde el momento en que admitimos que los hechos s�lo pueden describirse en
el contexto de una determinada visi�n del mundo, estamos admitiendo que el lenguaje
desempe�a conjuntamente una funci�n cognitiva y expresiva. Este hecho vuelve a
generar el viejo problema, discutido ya a principios del siglo XIX, sobre la posible
conmensurabilidad de las im�genes del mundo; es decir, se vuelve a plantear el problema
de c�mo es posible que los sujetos de comunidades distintas, que manejan perspectivas
ling��sticas distintas, compartan la referencia a un mundo que se concibe como objetivo.
Humboldt defiende que la imagen ling��stica no debe concebirse como un sistema
cerrado desde la que s�lo se pueda transitar a otra imagen del mundo221. Para evitar
posibles consecuencias relativistas o solipsistas en el conocimiento del mundo, Humboldt
diferencia tres funciones del lenguaje: la funci�n cognitiva (encargada de representar
hechos y producir pensamientos), la funci�n comunicativa (encargada de hacer saber
cosas y generar acuerdos) y la funci�n expresiva (encargada de transmitir sentimientos y
generar emociones). Obviamente, la conexi�n entre estas tres funciones se concibe de
manera diferente seg�n partamos de una perspectiva sem�ntica o desde una perspectiva
pragm�tica del lenguaje: en la perspectiva sem�ntica se incide en la imagen del mundo
estructurada ling��sticamente y en la perspectiva pragm�tica en el di�logo (es decir, en la
interacci�n). La sem�ntica se centra en el lenguaje como el mecanismo que conforma los
pensamientos (el lenguaje y la realidad se relacionan de tal forma que a los sujetos no les
es posible acceder de manera directa a la realidad); por el contrario, la perspectiva
221 Humboldt expone esta tesis intentando evitar las consecuencias que derivan del an�lisis de Hamann en el sentido de relativizar la naturaleza del a priori trascendental y defender la necesidad del a posteriori definido por una comprensi�n del mundo estructurada ling��sticamente; v�ase: J. G. Hamann, “�ber den Purismus der Vernunft” (1784) en �d., Schriften zur Sprache, Frankfurt, a.M. 1967. Para una exposici�n breve, pero esclarecedora, de la cr�tica realizada por Hamann a Kant, v�ase: C. Lafont, La razón como lenguaje, pp. 23-29.
146
pragm�tica supera la visi�n particularista centr�ndose en el di�logo y en la capacidad que
poseen los sujetos para llegar a un acuerdo222.
Humboldt recurre a la traducci�n como un caso l�mite que nos permite aclarar la
situaci�n normal de interpretaci�n incidiendo tanto en la resistencia que los lenguajes
ofrecen a la traducci�n como en la posibilidad de superar dicha resistencia. El problema
que surge en este caso es el de explicar c�mo pueden superarse las diferencias
sem�nticas. Para hacer frente a esta dificultad propone una especie de “punto de vista
superior” que permite a los int�rpretes asimilar lo diferente223. La trabaz�n existente entre
la funci�n comunicativa del lenguaje y la funci�n cognitiva obliga a que el entendimiento
de una lengua distinta a la nuestra, partiendo de las perspectivas particulares, tenga que
tomar como base la referencia proporcionada por un elemento com�n como es el mundo
objetivo224. Por tanto, la noci�n de realidad (entendida como el espacio que “queda en
medio” de las distintas visiones del mundo) es requisito necesario para que los sujetos
puedan llevar a cabo di�logos con sentido225. La oposici�n que surge entre visiones del
mundo diferentes se dilucida en los discursos, lo que implica una capacidad de cr�tica que
permite a los sujetos incidir y transformar el contexto de un mundo estructurado
ling��sticamente.
Humboldt intenta fundamentar esta afirmaci�n tomando como referencia el
an�lisis del sistema de los pronombres personales. Para ello, parte de la distinci�n
existente entre la relaci�n propia de los observadores (yo-eso) y la relaci�n en la que se
inserta un hablante al emitir un acto de habla (yo-t�). Cada individuo puede tomar la
decisi�n sobre si quiere adoptar la actitud de tercera persona (actitud objetivadora) o la
actitud expresiva de una primera persona que manifiesta sus vivencias. Ahora bien, la
actitud del hablante que se dirige a otro sujeto como segunda persona depende de la
actitud del otro individuo implicado en la interacci�n: la receptora o el receptor debe
permitir que se dirijan a ella o a �l en una actitud de segunda persona. De esta forma,
222 La visi�n particularista que se centra en la apertura ling��stica del mundo y la universalista que hace hincapi� en el entendimiento definen un debate te�rico que est� presente a lo largo de toda la tradici�n hermen�utica y, debido a que tanto Heidegger como Gadamer desplazan esta discusi�n hacia uno de sus polos, dicho debate constituye un desaf�o que hay que atender, afirma Habermas; v�ase por ejemplo: C. Lafont, La razón como lenguaje, pp. 67-123. 223 W. V. Humboldt, Über die Verschiedenheiten des menschlichen Sprachhaus, Werke, III.224 En este sentido Habermas insiste en el hecho de que Humboldt no analiz� la conexi�n pragm�tica de la funci�n comunicativa y cognitiva del lenguaje desde la perspectiva del desempe�o discursivo de la pretensi�n de verdad (que es la visi�n que a Habermas le interesa) sino desde la perspectiva hermen�utica de lenguas distintas que se entienden entre s�.225 Raz�n por la cual, afirma Habermas, C. Lafont incide en la problem�tica de la referencia en su discusi�n con Heidegger.
147
cada cual atribuye al otro u otra el estatus de hablante en un proceso de intercambio de
papeles que permite consolidar la capacidad de cr�tica. El uso de estos pronombres
personales se adec�a a las situaciones de habla definidas por el proceso de apelaci�n y
r�plica, configur�ndose un entendimiento intersubjetivo que se oferta como la condici�n
para que el pensamiento sea objetivo (objetividad que s�lo es posible cuando los sujetos
“ven” sus pensamientos reflejados en los dem�s, o sea, fuera de s� mismos). El proceso de
entendimiento pone en juego una dimensi�n cognitiva, que favorece la ampliaci�n de
horizontes mediante el descentramiento de las im�genes del mundo, y una dimensi�n
universalista que afecta a cuestiones como la moral. En el proceso dial�gico se
manifiestan las actitudes y las relaciones interpersonales que se establecen entre los
participantes. Aunque los di�logos se diferencian dependiendo de si los participantes se
refieren al mundo objetivo o, por el contrario, pretenden entenderse sobre normas y
orientaciones de valor, los discursos racionales nos permiten trascender las im�genes
concretas del mundo mediante un entendimiento establecido entre culturas.
La concepci�n filos�fica del lenguaje que defiende Humboldt ha servido de
manera significativa, afirma Habermas, para configurar la versi�n pragm�tica de la
filosof�a de Kant (interpretaci�n pragm�tica de la filosof�a kantiana que, como ya
se�alamos, Habermas reivindica como la estrategia adecuada para solucionar las
dificultades que derivan del giro ling��stico). Un primer motivo para elogiar la propuesta
te�rica de Humboldt es la perspectiva trascendente que asume en su an�lisis del lenguaje.
Si esta perspectiva trascendente se aplica a una noci�n de entendimiento que se enfrenta a
las versiones instrumentalistas de la comunicaci�n y que, primando los aspectos
pragm�ticos, evita el riesgo de relativismo, estar�amos ante una posici�n te�rica muy
cercana a la habermasiana. Sin embargo, Habermas considera que Humboldt deja sin
explicar un aspecto importante: c�mo al referirnos al mundo objetivo somos capaces de
adquirir conocimiento a trav�s de la discusi�n de las afirmaciones sobre hechos
(problema relativo a la funci�n expositiva o cognitiva del lenguaje que sigue siendo una
de las deficiencias m�s importantes de la tradici�n hermen�utica)226. Clara prueba de esta
deficiencia hermen�utica es Heidegger. Heidegger (identific�ndose con Frege y
distanci�ndose de Humboldt) no prioriza la dimensi�n pragm�tica del lenguaje sino la
226 Y que genera problemas al propio Habermas, tal y como demuestra las tesis defendidas en Verdad y justificación.
148
perspectiva sem�ntica. No obstante, contrar�a los intereses de Frege al no incidir en la
funci�n expositiva del lenguaje sino en la funci�n de apertura del mundo227.
Heidegger formul� su cr�tica a la filosof�a de la conciencia influido por
Dilthey228 y Husserl. Este autor se apropia de los aspectos fundamentales de la
fenomenolog�a trascendental de Husserl sustituyendo el modelo de descripci�n de
percepciones de la fenomenolog�a por el modelo hermen�utico de interpretaci�n de textos
(de tal manera que la actitud de observador se sustituye por la del int�rprete, al tiempo
que el contenido de una emisi�n es desplazado por el an�lisis del contexto)229. Lo que
toma Heidegger de la corriente fenomenol�gica son los recursos para analizar las diversas
totalidades que, como referencia, se les presentan a los sujetos en su interacci�n pr�ctica
con el entorno. La naturaleza ling��stica de la comprensi�n previa del mundo la analiza al
hilo de lo que anticipamos y esperamos a nivel conceptual. De este sentido a priori de la
imagen ling��stica del mundo hace derivar una consecuencia filos�fica importante: s�lo
se les puede atribuir determinadas cualidades a determinados objetos cuando accedemos a
esos objetos en el contexto de un mundo abierto ling��sticamente, es decir, como objetos
interpretados impl�citamente (de esta forma se subordina “el algo como algo predicativo”
al “algo como algo hermen�utico”). El poder atribuir un determinado predicado a un
objeto (as� como la verdad de una predicaci�n) depende de las posibilidades de la verdad,
con lo cual negamos el car�cter universalista de la misma al definirse como una verdad
que se transforma seg�n la apertura del mundo230.
Al incidir en la apertura del mundo, en vez de en la funci�n expositiva del
lenguaje, Heidegger vuelve a cometer el mismo error que Humboldt: al no analizar de
227 Las consecuencias que derivan de concebir el lenguaje como mecanismo constituidor de pensamientos le sirven a Heidegger para llevar a cabo el an�lisis de la apertura ling��stica del mundo. En la p�gina 185 de La constelación posnacional afirma Habermas: “Heidegger entiende el lenguaje, en referencia a su funci�n de apertura del mundo, como un conjunto de condiciones posibilitadoras, las cuales, sin ser ellas mimas racionales o irracionales, determinan a priori si lo que se mueve en el interior de su horizonte de conceptos fundamentales aparece como racional o irracional”. 228 En este contexto de influencias, Habermas detecta otro aspecto que acerca los planteamientos te�ricos de Dilthey y Heidegger: la conexi�n de hermen�utica e igualitarismo moral, afirma Habermas, se debilita con Dilthey (que se centra en las concepciones del mundo) y con Heidegger (que se centra en la historicidad del ser). Este proyecto s�lo ha podido retomarse, sigue afirmando el autor frankfurtiano, gracias al enfrentamiento cr�tico con la hermen�utica filos�fica del siglo XX.229 Tal y como reconoce el propio Habermas en la p�gina 353 de El discurso filosófico de la modernidad: doce lecciones, Heidegger (al igual que Derrida) continu� bajo la influencia de la filosof�a primera a pesar de que intent� desligarse de la perspectiva subjetivista. V�ase: Heidegger, Sein und Zeit, I, 1927, edici�n de Jahrbuch f�r Philosophie und ph�nomenologische Forschung, 8; Kant und das Problem der Metaphysik, 1929, edici�n en ib�dem, 10; Was ist Metaphysik? 1929, edici�n en ib�dem, II. 230 Estas consecuencias relativistas del planteamiento de Heidegger las achaca C. Lafont al hecho de que combina una teor�a holista del significado con la tesis que hace primar el significado sobre la referencia; v�ase: La razón como lenguaje, p. 15.
149
manera adecuada la funci�n cognitiva del lenguaje, no contempla la relaci�n definida
entre el saber ling��stico y el saber del mundo. No tiene en cuenta la relaci�n existente
entre los resultados del aprendizaje intramundano y el sentido a priori del lenguaje (con
lo cual obvia los aspectos pragm�ticos del entendimiento al concebir a los sujetos bajo el
dominio del lenguaje)231. El modelo de sujeto que, seg�n Habermas, deriva del
planteamiento heideggeriano es un sujeto encapsulado; un sujeto incapaz de llevar a cabo
procesos de interpretaci�n comunicativa en la medida en que no contempla la posibilidad
de entendimiento. Para resolver esta situaci�n, Habermas propone analizar la relaci�n que
existe entre los aprendizajes intramundanos y el sentido a priori del lenguaje. Dicho en
otros t�rminos: lo que pretende es hacer frente al contextualismo rescatando la visi�n
trascendental del lenguaje. Para evitar el contextualismo no basta con criticarlo: es
necesario garantizar un contexto trascendente que se pone de manifiesto en los procesos
comunicativos en los que los sujetos son capaces de llegar a acuerdos racionales.
La noci�n de “historia del ser” de Heidegger, afirma el autor frankfurtiano, se
puede entender como el intento de resolver la paradoja que surge con una espontaneidad
creadora del mundo que se localiza en el propio mundo. Al traducir la espontaneidad de
la creaci�n del mundo de objetos a la funci�n abridora del mundo que lleva a cabo el
lenguaje, Heidegger emprende su propio giro ling��stico. La distinci�n trascendental
definida entre lo mundano y lo intramundano la concibe Heidegger en los t�rminos de la
diferencia ontol�gica establecida entre el ser y el ente (de tal forma que la comprensi�n
del ser depende del a priori de sentido de la correspondiente apertura del mundo). As�, la
“historia del ser” asume las caracter�sticas contingentes del contexto en el que est�n
insertos los sujetos capaces de lenguaje y acci�n aunque los sucesos que definen en cada
�poca la interpretaci�n se ubican en el nivel trascendental de la fundaci�n aprior�stica del
sentido. De esta forma, Heidegger logra destrascendentalizar la espontaneidad creadora
del mundo sin incurrir en consecuencias de tipo apor�tico. Por una parte, es capaz de
mantener la distinci�n metodol�gica definida entre las investigaciones �nticas y
ontol�gicas al respetar la distinci�n trascendental establecida entre lo intramundano y lo
mundano y, por otra, es capaz de ofrecer un respaldo a la objetividad del conocimiento
(lo que el ser abridor del mundo manifiesta y oculta es el ente). Sin embargo, defiende
231 Hecho que le hace incurrir en una falacia abstractiva; v�ase: La ética del discurso y la cuestión de la verdad, pp. 69-70. Apel denomina “falacia abstractiva” a una estrategia desarrollada por la filosof�a anal�tica y que consiste en centrarse en los aspectos sint�cticos y sem�nticos del lenguaje obviando la dimensi�n pragm�tica. Actuando de esta forma, la filosof�a anal�tica olvida al sujeto de la argumentaci�n; v�ase: Apel, Transformation der Philosophie, II, Frankfurt, 1971.
150
Habermas, el costo que el sujeto debe soportar por esta especie de fatalismo ontol�gico es
bastante elevado: la rememoraci�n (ante un destino que no se puede pensar de forma
anticipada) exige un acceso privilegiado a la verdad al quedar desligada del proceso de
justificaci�n que caracteriza al proceso discursivo232. Esta consecuencia es tan perversa,
sentencia Habermas, como la eliminaci�n naturalista de la comprensi�n normativa
pretendida por Quine233.
Tambi�n Wittgenstein (aunque de manera menos enga�osa que Heidegger) se
tiene que enfrentar a los problemas que acarrea una perspectiva te�rica que se centra en la
funci�n ling��stica de apertura del mundo desatendiendo la funci�n cognitiva234. El autor
de las Investigaciones Filosóficas (contrariando la perspectiva te�rica del propio
Tractatus) deja de privilegiar la funci�n expositiva del lenguaje al reivindicar, en
t�rminos pragm�ticos, las m�ltiples funciones ling��sticas. Esta reformulaci�n supone
una evoluci�n te�rica siempre y cuando no se haga, como ocurre en el caso el autor que
nos ocupa, a costa del fundamento de la funci�n cognitiva235. Al no considerar
te�ricamente la funci�n expositiva se deja sin respuesta el problema de c�mo se
232 V�ase: Verdad y justificación, pp. 34-36. Cristina Lafont califica como obsesivo el inter�s de Habermas por enfrentarse a los planteamientos de Heidegger (quien, centr�ndose en la funci�n de apertura del mundo, convierte al lenguaje en el recurso de validaci�n �ltimo). Esta autora se�ala dos posibles motivos para explicar esta obsesi�n, a su parecer no del todo infundada: por un lado, porque la influencia ejercida por la visi�n heideggeriana en corrientes como el neopragmatismo americano, el postestructuralismo fr�nces o la hermen�utica alemana hacen peligrar la pretensi�n de universalidad basada en el lenguaje y, por otro lado, porque Habermas es incapaz de encontrar argumentos bien fundados que puedan rebatir los peligros que derivan de la propuesta de Heidegger; v�ase: Lafont, La razón como lenguaje, p. 14 y C. Lafont, Lenguaje y apertura del mundo. Jim�nez Redondo expone sus argumentos para defender la mala interpretaci�n que, desde su punto de vista, Habermas hace de la noci�n de apertura del mundo de Heidegger en la “Introducci�n” a Textos y contextos, pp. 32-33.233Refiri�ndose al libro Pensamiento postmetafíco, Jim�nez Redondo reconoce que hay un hecho que le ha llamado la atenci�n: c�mo, a pesar de que Habermas admite que la posici�n de privilegio que mantiene la filosof�a anal�tica se debe en gran parte a autores como Quine o Davidson, ninguno de estos dos autores son tratados a lo largo del libro. El �nico motivo que se le ocurre a Jim�nez Redondo para justificar este hecho hace referencia a una raz�n externa seg�n la cual el rechazo que siente Quine por determinadas poses te�ricas de la fenomenolog�a y la hermen�utica es s�lo comparable al rechazo que siente Habermas por las perspectivas cientificistas; v�ase: M. Jim�nez Redondo, “Pragm�tica universal y autonom�a del significado”, Metafísica y política en la obra de J. Habermas, Fundaci�n de investigaciones marxistas, Madrid, 1994, pp. 156-157. Aunque coincido plenamente con el diagn�stico que Jim�nez Redondo hace de este hecho creo que es importante recordar que, sobre todo Quine, es un autor poco tratado por Habermas (no estamos hablando, por tanto, de un “descuido” que se refleje s�lo en la obra Pensamiento postmetafísico). Teniendo en cuenta esta circunstancia es a�n m�s llamativo que Habermas recurra a Quine, justamente, para hacer referencia a las consecuencias negativas que pueden derivar de su posici�n naturalista. Esta interpretaci�n pone de manifiesto, y en este sentido coincido con Jim�nez Redondo, el profundo arraigo de su prejuicio anticientificista. 234 La constelación posnacional, pp. 185-188.235 Wittgenstein, al igual que ocurre con Heidegger afirma Habermas, parte de un trasfondo que permite desarrollar una comprensi�n del mundo. De esta comprensi�n es de la que emana los criterios para que un enunciado sea considerado verdadero o falso, aunque dicha comprensi�n en s� no es ni verdadera ni falsa (con lo cual, obviamente, surge el problema de saber cu�l es el fundamento en el que se sustenta dicha verdad o falsedad).
151
constituye la realidad como experiencia bajo ciertas condiciones ling��sticas. A diferencia
de lo que ocurre con las reglas de los juegos, la gram�tica no define significados sin tener
en cuenta las coacciones externas. Una jugada determinada no tiene sentido fuera del
contexto del propio juego; el lenguaje, por el contrario, no se limita al �mbito ling��stico
sino que se refiere a algo en el mundo:
De ah� que las reglas gramaticales sean constitutivas en un sentido distinto que las reglas de juego: constituyen la posibilidad de la experiencia. De ah� que, si bien anteceden a esta experiencia posible, no sean, empero, independientes de las restricciones ligadas a los elementos invariantes de la dotaci�n de nuestro organismo y a las constantes de la naturaleza en torno236.
Este descuido te�rico impide, adem�s, proporcionar un tratamiento adecuado a
la doble estructura del habla, afirma Habermas. La doble estructura del habla pone de
manifiesto que los procesos de entendimiento cubren dos dimensiones: la dimensi�n
intersubjetiva y el �mbito de los estados de cosas u objetos. En toda forma elemental de
habla “Mp”, la “p” representa el contenido proposicional sobre el que hay que entenderse.
El uso comunicativo del lenguaje (es decir, el nivel del entendimiento para Habermas)
necesita un contenido proposicional. Dicho de otra forma: el uso comunicativo del
lenguaje presupone el uso cognitivo en la medida en que precisa contenidos
proposicionales237. Por otro lado, el uso cognitivo del lenguaje presupone el uso
comunicativo en la medida en que las oraciones asert�ricas s�lo se emplean en actos de
habla constatativos (es decir, en procesos interactivos que implican la argumentaci�n
racional de pretensiones de validez con el objetivo de llegar a un entendimiento)238. El
hecho de que Wittgenstein no tuviese en cuenta el uso cognitivo del lenguaje es, por
tanto, claramente insatisfactorio aplicando la l�gica habermasiana. No obstante, la
aportaci�n del autor de las Investigaciones Filosóficas es tambi�n insuficiente en otro
aspecto fundamental para el proyecto te�rico de Habermas: la noci�n de
intersubjetividad.
236 “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., pp. 70-71. 237 No obstante, y a pesar de esta reivindicaci�n, Habermas critica tambi�n el logocentrismo en el que ha incurrido la filosof�a del lenguaje al defender que, mientras la funci�n expresiva y apelativa las compartimos con los animales, la funci�n representativa es la que atribuye un rasgo caracter�stico a la racionalidad humana. Por el contrario, afirma Habermas, si tenemos en cuenta las investigaciones de la etolog�a, la conclusi�n a la que debemos llegar es que lo realmente caracter�stico de la especia humana y de la forma de vida social es el uso comunicativo del lenguaje; v�ase: El discurso filosófico de la modernidad (doce lecciones), p. 370. 238 V�ase, sobre todo, los cap�tulos quinto y sexto.
152
Wittgenstein, con el objetivo de desarrollar la teoría del lenguaje expuesta en las
Investigaciones Filosóficas, defiende que el lenguaje puede entenderse como un juego,
como un juego de lenguaje. Esta controvertida noción pretende poner de manifiesto que
el hablar forma parte de una actividad o forma de vida, al tiempo que demuestra las
múltiples funciones que en términos pragmáticos puede desempeñar el lenguaje239. Al
oponerse a cualquier forma de esencialismo reconociendo la relevancia de los diversos
contextos o formas de vida, la noción de juego de lenguaje puede dar lugar a una
interpretación relativista del significado que no es deseada por Wittgenstein. Para evitar
este riesgo incluye en el análisis la noción de regla. La regla se define como una guía en
el camino que, por así decirlo, ofrece un marco interpretativo (de concordancia o
corrección) que debe dirimirse en términos prácticos240. El juego de lenguaje se desarrolla
en un contexto interactivo en el que se encuentran sujetos que actúan conforme a un
sistema de reglas que se concreta gracias a la práctica social. Con la noción de regla, en
definitiva, Wittgenstein pretende garantizar el uso intersubjetivo de los juegos de
lenguaje incidiendo en la praxis o aplicación. Esta forma de garantizar la
intersubjetividad del significado no es, sin embargo, suficiente para Habermas.
La noción de regla (al igual que ocurre con la de juego de lenguaje o, incluso,
con la de forma de vida o parecido de familia) es un concepto de límites borrosos, por
utilizar la terminología de Wittgenstein, que puede dar lugar a diversas lecturas o
interpretaciones. La interpretación por la que opta Habermas consiste en distinguir dos
niveles en la noción wittgensteiniana de regla: 1) un nivel universal, en el que el sistema
de reglas se define como un marco general y 2) un nivel particular, que incide en la
concreción de dicho sistema en la práctica social. Con esta interpretación de la noción de
regla, ¿qué persigue Habermas? Atribuirle un estatus universal suficiente que no ponga
en riesgo el grado de intersubjetividad requerido por la teoría de la acción comunicativa.
De esta forma, se reconoce la dimensión práctica de la regla sin desatender una definición
universal de la misma que garantice las exigencias trascendentales del proyecto
habermasiano. El sentido de la regla, por tanto, se entiende como un universal que tiene
su reflejo en la praxis cotidiana241.
239 Remito, por ejemplo, a las tesis 7 y 23 de las Investigaciones Filosóficas. Habermas insiste en la importancia de que en la noción de juego de lenguaje se refleje la relación definida entre lenguaje y acción.Debido a la relación establecida entre el hablar y el actuar, la gramática de una lengua sirve para constituir también la forma de vida correspondiente.240 Tal y como se expone en la tesis 85 de las Investigaciones Filosóficas. 241 Tal y como reconoce el propio Habermas, esta interpretación de la noción de regla le sirve para justificar posteriormente la necesidad del mundo de la vida definido como trasfondo aproblemático.
153
Con la interpretación de la noción de juego de lenguaje y regla Habermas intenta
justificar la necesidad de un contexto interactivo en el que se encuentran sujetos que
manejan juegos de lenguajes y que se caracteriza por el uso de significados universales o
intersubjetivos. En este empeño por adaptar las tesis de las Investigaciones Filosóficas a
su proyecto teórico, tampoco es casual que otro aspecto elogiado por Habermas del
modelo de juego se refiera al carácter constituyente de las reglas. Las reglas de los juegos
(y, por ende, las reglas gramaticales) son reglas de tipo constitutivo que no sólo regulan la
praxis sino que constituyen o producen nuevas formas de comportamiento hasta el punto
de que cambiar las reglas de un juego supone transformar el propio juego. Por ello, estas
reglas gramaticales no sirven a fines o metas independientes de ellas: esas metas o fines
son en la medida en que son constituidas por las reglas242. Este carácter constituyente de
las reglas es tan relevante para Habermas que cree necesario formular algunas críticas a
Wittgenstein con el objetivo de abundar en la naturaleza constituyente del lenguaje y en
la necesidad de atribuir un papel activo a los sujetos que persiguen un entendimiento
racional.
Un hecho que, según Habermas, Wittgenstein no fundamenta adecuadamente es
el de que la gramática de los juegos de lenguaje forma parte de un proceso de
socialización o formación. Mientras que los juegos estratégicos son algo externo a los
sujetos, el lenguaje (como dimensión no estratégica) es algo que constituye al propio
sujeto; que constituye sus estructuras de personalidad. Con esta matización, Habermas
pretende conjurar posibles interpretaciones externalistas del lenguaje (es decir, la
reducción a una mera caja de herramientas) que desvirtúe el potencial constitutivo del
mecanismo lingüístico. Obviamente, esta perspectiva teórica es muy prometedora si se
inserta en un marco interdisciplinar que incluya el análisis psicológico. Teniendo en
cuenta que Habermas (tal y como deriva de su empeño antimentalista) no tiene en
consideración las posibles aportaciones que la psicología puede hacer a una teoría del
lenguaje, el motivo de esta reformulación responde a otro tipo de interés: garantizar que
el sujeto que es constituido por el lenguaje adopte las características que el autor
frankfurtiano atribuye al uso comunicativo. De esta forma, tal y como iremos
comprobando en capítulos posteriores, el modelo de sujeto que proyecta la teoría de la
242 Fijémonos en la importancia que puede tener esta interpretación para Habermas a la hora de definir la noción de entendimiento: si el lenguaje es definido como telos del entendimiento, el entendimiento es la consecuencia necesaria del lenguaje que lo constituye. Lo que tendría que demostrar Habermas para que este razonamiento le sirva de fundamentación teórica es que el entendimiento deriva de la naturaleza constituyente del lenguaje. Profundizaremos en la noción de entendimiento en el apartado 5.4.
154
acción comunicativa es un sujeto competente para hablar y actuar de forma racional
orientando la interacción al entendimiento.
Otra reformulación que Habermas cree necesario plantear al modelo de juego de
lenguaje tiene que ver con el concepto de interpretación. Habermas necesita poner de
manifiesto que los sujetos que aprenden las reglas de una determinada lengua aprenden
también a interpretar las expresiones de dicha lengua; es decir, no solamente producimos
expresiones sino que también las interpretamos. Esta capacidad interpretativa se extiende
incluso a formas de vida distintas a la nuestra: la gramática de un determinado juego de
lenguaje no sólo define una forma de vida sino que permite interpretar una forma de vida
frente a otra distinta o extraña. Con esta matización Habermas reivindica la dimensión
dinámica del lenguaje que subyace al proceso interpretativo y, al tiempo, garantiza que
dicha dinámica interpretativa responda a parámetros racionales que eviten el riesgo de
relativismo o contextualismo: en la medida en que el sujeto que interpreta es constituido
por un lenguaje que despliega un potencial racional universal, el sujeto es capaz de
dirimir racionalmente las posibles interpretaciones evitando el peligroso relativismo. Al
no considerar teóricamente estos aspectos, afirma el autor frankfurtiano, la noción de
juego de lenguaje del segundo Wittgenstein243 permanece ligada al modelo de los
lenguajes formalizados al definir la intersubjetividad como una aplicación idéntica de
reglas. Wittgenstein define la intersubjetividad como el reconocimiento común de reglas
pero no se preocupa por explicar qué tipo de relación se establece entre los sujetos que
reconocen esas mismas reglas (circunstancia en la que, por el contrario, hizo especial
hincapié Mead). Dicho de otra forma: lo que Habermas exige a Wittgenstein es un mayor
compromiso con la noción de interacción social, con una interacción social que se
desarrolla anticipando los presupuestos trascendentales necesarios para que la práctica
cotidiana sea fiel reflejo de los imperativos de la comunicación.
El principal error de la propuesta de Wittgenstein, al igual que ocurre con la de
Heidegger, es que aplica una perspectiva contextualista. Como hemos analizado, las
deficiencias que derivan de dicha perspectiva son dos: un cierto idealismo lingüístico
(concretado en el análisis de la función lingüística de apertura del mundo) y una mala
comprensión del carácter universalista de la modernidad. Superar dichos errores implica,
por tanto, reformular los planteamientos teóricos de Heidegger y Wittgenstein asumiendo
el análisis de la función cognitiva del lenguaje y de la relación intersubjetiva definida
243 O del último Wittgenstein, aceptando la terminología de Isidoro Reguera: I. Reguera, La miseria de la razón, Taurus, Madrid, 1980, p. 12.
155
entre los sujetos que participan en un proceso interactivo. Exige, en definitiva, reivindicar
una visi�n del giro ling��stico que sea capaz de concebirlo como un verdadero cambio de
paradigma.
En el panorama actual existe una l�nea te�rica que va a resultar atractiva a
Habermas por cubrir el terreno intermedio entre la tradici�n filos�fica (que comete los
errores objeto de cr�tica en este apartado) y su propuesta comunicativa. Las diversas
filosof�as del lenguaje han sido v�ctimas de la escisi�n definida entre una sem�ntica de la
verdad, por un lado, y el historicismo de los juegos de lenguaje de Wittgenstein y las
aperturas del mundo de Heidegger, por otro. La l�nea te�rica reivindicada por el autor
frankfurtiano, por el contrario, es capaz de rentabilizar las potencialidades del giro
ling��stico enfrent�ndose al contextualismo inspirado por Wittgenstein y Heidegger y a
un an�lisis ling��stico debilitado que aborda con nuevos medios los viejos problemas
planteados por Kant y Hume. Esta perspectiva la representan autores como Putnam,
Dummett, Apel o Brandom:
Simplificando mucho, podemos caracterizar la historia de la filosof�a teor�tica en la segunda mitad de nuestro siglo mediante dos corrientes principales. De un lado tenemos una especie de sinopsis de sus dos h�roes Wittgenstein y Heidegger. El historicismo de segundo nivel de los juegos de lenguaje y la epocal apertura del mundo son la fuente de inspiraci�n com�n para una teor�a de la ciencia postempirista, una filosof�a del lenguaje neopragmatista y para una cr�tica de la raz�n postestructuralista. Por el otro lado tenemos la prosecuci�n empirista de un an�lisis del lenguaje que parte de Russell y Carnap y se caracteriza por una comprensi�n meramente metodol�gica del giro ling��stico. Esta corriente adquiere con las obras de Quine y Davidson prestigio e influencia a escala planetaria. (…) Pero en el contexto actual me interesa una tercera corriente en la que cabe incluir a autores con posiciones tan distintas como Putnam, Dummett o Apel. Estos autores comparten entre s� el hecho de tomarse en serio el giro ling��stico –entendido como un cambio de paradigma-, sin por ello pagar el precio de una equiparaci�n culturalista de lo que es verdadero con un mero tener por verdadero. Es caracter�stica de esta corriente una doble toma de postura, por una parte, contra un t�mido an�lisis del lenguaje que s�lo pretende solucionar los venerables problemas de Kant y Hume con nuevos medios, y, por otra parte, contra un particularismo sem�ntico enemigo de la Ilustraci�n que pasa por alto el autoentendimiento racional de los sujetos capaces de lenguaje y acci�n como seres racionales244.
Tal y como se desprende de esta cita, la posici�n te�rica de los autores referidos
(Apel, Putnam, Dummett o Brandom) parece satisfacer las pretensiones de Habermas al
superar las deficiencias que derivan de la tradici�n filos�fica que hemos criticado en este
apartado. No obstante, tambi�n tendremos que conocer los errores o limitaciones en las
que incurre esta prometedora l�nea te�rica y que justifican la necesidad de reivindicar la
teor�a de la acci�n comunicativa. Habermas toma dos decisiones previas (es decir,
anteriores a cualquier demostraci�n) que dan por supuesto el requisito de
intersubjetividad y trascendencia. A estas decisiones previas se les suma la necesidad de
244 Verdad y justificación, pp. 84-85 y La ética del discurso y la cuestión de la verdad, pp. 71-72.
156
mantener la diferencia establecida por Kant entre razón práctica y razón teórica. Estos
tres supuestos son los que utiliza Habermas para hacer una valoración crítica de la
propuesta de Apel, Putnam, Dummett y Brandom llegando a la conclusión de que para
superar sus errores es necesario radicalizar sus propuestas adoptando las premisas de un
pragmatismo kantiano que, inspirado en el planteamiento teórico de Humboldt, aporta
una lectura intersubjetiva de Kant.
3.3. Entre la tradición y la pragmática formal: Apel, Putnam, Dummett y Brandom
Las dificultades que surgen tras el giro lingüístico se concretan en dos cuestiones
o temas importantes para la filosofía teorética: la cuestión epistemológica del realismo y
la cuestión ontológica del naturalismo; es decir: cómo compatibilizar el supuesto de un
mundo independiente de nuestras descripciones con la constatación de que todo acceso al
mundo está mediado lingüísticamente y, por otro lado, cómo compatibilizar la
normatividad con la contingencia de las formas socioculturales de vida. En este sentido,
Habermas describe el pragmatismo kantiano como una respuesta a las consecuencias
epistémicas que derivan de la sustitución de la filosofía de la conciencia por la filosofía
del lenguaje. Esta sustitución nos obliga a superar el mentalismo asociado al paradigma
de la conciencia en la medida en que, como sujetos cognoscentes, no podemos
desligarnos del mundo de la vida definido intersubjetivamente. Por tal motivo, tenemos
que atribuir a las condiciones de intersubjetividad el papel trascendental que Kant reservó
a las condiciones subjetivas de la experiencia objetiva. La interpretación habermasiana
del pragmatismo kantiano no es más que un recurso ad hoc para defender tres de sus
premisas teóricas fundamentales: el antimentalismo (supuesto que apoya teóricamente en
el giro lingüístico), la intersubjetividad (supuesto que apoya teóricamente en el mundo de
la vida) y la trascendencia (supuesto que apoya en la naturaleza trascendental e inmanente
de la razón). Veamos, no obstante, cómo fundamenta Habermas dicho pragmatismo
kantiano a partir de la revisión crítica de Apel, Putnam, Dummett y Brandom.
Apel (que fue uno de los primeros autores en reconocer las coincidencias
existentes entre Wittgenstein y Heidegger) atiende desde los años cincuenta, afirma
Habermas, a una doble preocupación teórica: oponerse al insuficiente análisis lingüístico
que sólo pretende resolver con nuevos métodos los viejos problemas planteados por Kant
y Hume y evitar el relativismo semántico que impide hacer un diagnóstico adecuado de la
modernidad. Apel critica las teorías que pretenden analizar el significado y la
comunicación en términos intencionales e instrumentales y, al tiempo, nos previene del
157
peligro de autonomizar, frente a la funci�n cognitiva del lenguaje, la funci�n de apertura
del mundo245 evitando, de esta forma, las derivas contextualistas que Habermas denuncia
en el caso de Heidegger y Wittgenstein. Con el objetivo de evitar los riesgos que encierra
la posibilidad de situarse en el extremo opuesto al contextualismo, Apel reivindica la
complementariedad de una perspectiva universal de pensamiento y una proyecci�n
particular de sentido. La finalidad de este autor es analizar la conmensurabilidad de las
distintas perspectivas del mundo a trav�s del an�lisis de los universales pragm�ticos246.
Para conseguir este objetivo defiende la tesis de que el lenguaje se acredita de forma
indirecta gracias a las pr�cticas cognitivas que el propio lenguaje nos permite llevar a
cabo. Apel se enfrenta a la multiplicidad de las visiones del mundo formulando dos
diferenciaciones: por una parte, distingue el sentido sem�ntico a priori de las im�genes
ling��sticas que manejamos sobre el mundo (y que son plurales) del objeto de an�lisis de
las ciencias del esp�ritu y de la naturaleza; por otra parte, diferencia el a priori de la
experiencia del a priori de la argumentaci�n (con lo cual es capaz de distinguir el proceso
de constituci�n de objetos del proceso de reflexi�n sobre la validez). La reflexi�n sobre la
validez pone de manifiesto las condiciones de �ndole comunicativa presentes en la
b�squeda cooperativa de la verdad (para lo que Apel se basa en el modelo de comunidad
de investigadores de Peirce). Este hecho le permite, no s�lo elaborar una noci�n
discursiva de verdad, sino que adem�s le proporciona una perspectiva para elaborar una
�tica del discurso fundamentada en la interpretaci�n intersubjetiva del imperativo
categ�rico.
De las tesis expuestas podemos f�cilmente concluir la coincidencia de Habermas
con el planteamiento de Apel ya que, por un lado, permite resolver algunos de los
problemas detectados en Heidegger y Wittgenstein y, por otro, resuelve dichos problemas
partiendo de unas premisas coincidentes con las tesis habermasianas (no en vano, seg�n
reconoce el propio Habermas, es el autor vivo que de forma m�s persistente le ha
influido). El autor frankfurtiano elogia el m�rito te�rico de Apel al ser capaz de conjurar
el riesgo del contextualismo (al diferenciar el a priori de la experiencia del a priori de la
245 En Verdad y justificación, p. 90, nota 51, Habermas expone c�mo, en la medida en que siempre ha apoyado la cr�tica de Apel a la autonomizaci�n de la funci�n de apertura del mundo, el planteamiento del segundo cap�tulo del libro de C. Lafont, The Linguistic Turn in Hermeneutic Philosophy, es err�neo.246 Definidos como aquellos elementos que permiten establecer las condiciones de la comunicaci�n general y de la situaci�n concreta de habla; v�ase: Apel, “Sprechakttheorie und transzendentale Sprachpragmatik zur Frage ethischer Normen”, K. Apel (ed.), Sprachpragmatik und Philosophie, Suhrkamp, Frankfurt, 1976 y 82. Cuando Habermas analiza el tema de los presupuestos universales se basa en la referencia te�rica de Apel con una finalidad clara: demostrar que la identificaci�n de los universales pragm�ticos implica, necesariamente, tener en cuenta las condiciones normativas que posibilitan el entendimiento.
158
argumentaci�n) y reconocer la importancia de la reflexi�n argumentativa en el proceso de
b�squeda de la verdad (aportaci�n que Habermas echa de menos, sobre todo, en la
propuesta wittgensteiniana). Al concebir el lenguaje como una especie de conciencia
general reformulada en t�rminos pragm�ticos, Apel abre v�as te�ricas para la validez del
entendimiento, el autoentendimiento, el pensamiento conceptual, el conocimiento
objetivo y la acci�n con sentido. Por tales razones, Habermas no tiene demasiadas
dificultades para asumir la pragm�tica trascendental de Apel en la medida en que,
defiende, es un buen recurso para hacer frente a las principales debilidades de la historia
de la filosof�a teor�tica de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, existe un aspecto
en el que Habermas marca distancias con el proyecto te�rico apeliano: a pesar de que el
inter�s de Apel est� marcado por la preocupaci�n hermen�utica, dicho proyecto te�rico
incurre en un grave error al no incluir una teor�a del significado definida en los t�rminos
de la tradici�n anal�tica247. El objetivo de Habermas es, en consecuencia, potenciar los
rendimientos de esta pragm�tica trascendental utilizando el fundamento de la teor�a
anal�tica del significado. La teor�a del significado anal�tica (o m�s bien, el acercamiento
cr�tico a dichas teor�as) le ofrece a Habermas la posibilidad de elaborar su pragm�tica
universal o formal. Esta pragm�tica universal le permite aminorar la intensidad del
dilema planteado entre la perspectiva emp�rica y la perspectiva trascendental en la
medida en que, afirma, hablar de una investigaci�n trascendental tiene sentido siempre y
cuando los procesos de entendimiento se inserten en procesos de experiencia (hecho al
que se refiere con la noci�n de experiencia comunicativa)248. Y aqu�, justamente, es
donde radica el error de Apel: al no tener en cuenta las posibles aportaciones de una
teor�a del significado anal�tica hace una interpretaci�n del a priori de la comunicaci�n
que est� demasiado contaminada por la concepci�n trascendental de Kant. Este hecho
impide a Apel transitar de una pragm�tica trascendental a una pragm�tica universal249.
Otro autor capaz de superar en buena medida las deficiencias te�ricas de la
tradici�n filos�fica es H. Putnam. Putnam interpreta el giro ling��stico como un
verdadero cambio de paradigma al evitar los riesgos del contextualismo (de nuevo en los
247 Apel, La transformación de la filosofía, 2 vols., Taurus, Madrid, 1985; Apel, Teoría de la verdad y ética del discurso, Paid�s, Barcelona, 1991 y Habermas, Verdad y justificación, p. 92.248 El papel que juega la experiencia comunicativa en la metodolog�a social lo expuso Habermas en “Thoughts on the Foundation of Sociology in the Philosophy of Language”, Universidad de Princeton, 1971. Esta conferencia se incluye en Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos, pp. 19-111 con el t�tulo “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”. 249 V�ase: A. Maestre: “Las diferencias y relaciones entre Habermas y Apel”, Zona Abierta, 43-44, 1987, pp. 113-138.
159
t�rminos criticados a Heidegger o Wittgenstein) sin renunciar a un enfoque trascendental.
Putnam250 coincide con los objetivos del pragmatismo kantiano de Habermas al centrar su
inter�s te�rico en analizar el proceso de aprendizaje desde la perspectiva de una
referencia al objeto que se mantiene invariable: la referencia debe mantenerse invariable
en contextos descriptivos distintos, tanto si hacemos menci�n a la praxis cient�fica como
a la praxis cotidiana. No obstante, el problema de la referencia se acent�a en la pr�ctica
de la investigaci�n cient�fica, afirma el autor frankfurtiano, en la medida en que en este
contexto se pone en cuesti�n algo fundamental si no somos capaces de dar una buena
explicaci�n al problema de la referencia: c�mo podemos hablar de progreso epist�mico si
los contextos te�ricos cambian. Siguiendo los pasos de un realismo pragm�tico, Putnam
ofrece una soluci�n que se adapta convenientemente a la propuesta habermasiana: la
suposici�n de un mundo de objetos (objetos que se relacionan seg�n determinadas leyes y
que existen independientemente de las descripciones) act�a como un a priori sint�tico
para la investigaci�n cient�fica y la elaboraci�n de teor�as. El contexto te�rico tiene, por
un lado, una funci�n trascendental en la medida en que permite definir formas de
aprendizaje pero, por otro lado, tiene un car�cter falible en la medida en que el proceso de
aprendizaje puede obligar a una revisi�n de los conceptos251. En consecuencia, todo acto
de referencia se lleva a cabo admitiendo la posibilidad de variaciones en la forma de
realizar la adscripci�n dependiendo del contexto epist�mico:
La presencia de alternativas posibles expresa la intuici�n realista de que nos referimos provisionalmente a una extensi�n (del concepto) que suponemos independiente del lenguaje. La extensi�n –supuesta como invariable- del concepto que permite realizar la referencia no puede asimilarse en ning�n momento a un significado disponible criterialmente, puesto que entonces no ser�a posible una reinterpretaci�n emp�ricamente fundamentada de un concepto para clases naturales que se mantuviera constante en sus referencias. Putnam explica c�mo es esto posible mediante el doble papel descriptivo-referencial de los componentes indexicales del significado. Efectivamente, los mismos estereotipos, aunque inicialmente se hayan utilizado como designaciones, pueden ser utilizados predicativamente en otras situaciones epist�micas para la descripci�n de los mismos objetos identificados ahora de modo distinto; ello permite examinar el grado de adecuaci�n de la definici�n y posibilita su revisi�n en caso necesario252.
Para evitar el posible c�rculo vicioso es necesario que el uso indexical no
dependa totalmente de la descripci�n. Las formas diferentes de referirse a un mismo
250 H. Putnam, “El significado de significado”, Teorema XIV/3-4, 1975; Mind, Languaje and Reality, Philosophical Papers Bd.2, Cambridge University Press, Cambridge, 1975; “Realism and Reason”, Putnam, Meaning and the Moral Sciences, Routledge, Londres, 1978; Representation and Reality, Cambridge Mass, MIT Press, 1998; Razón, verdad e historia, Tecnos, Madrid, 1988. 251Habermas incide en el hecho de que, para Putnam, desdibujar la diferencia existente entre una concepci�n verdadera y una concepci�n s�lo tenida por verdadera impide desarrollar un an�lisis adecuado del proceso reflexivo de aprendizaje; v�ase: Pensamiento postmetafísico, pp. 177-179.252 Verdad y justificación, pp. 45-46.
160
objeto deben tener un origen pr�ctico com�n: el mundo sobre el que se act�a y sobre el
que se habla es un mundo compartido; por tanto, las referencias sem�nticas est�n
asociadas a la pr�ctica y garantizadas realizativamente. La garant�a que ofrece el car�cter
realizativo de la referencia no se ve afectado por las variaciones de la praxis cotidiana en
lo tocante a un mayor nivel de exigencia. Putnam admite la posibilidad de mejorar la
manera de definir conceptualmente un objeto sin poner en riesgo la invariabilidad de la
referencia; es decir, es capaz de compatibilizar la pluralidad de descripciones con el
realismo interno253: la forma de ver el mundo (el saber del lenguaje) var�a de forma
independiente del saber del mundo.
Sin embargo, nos queda por resolver un problema importante: la invariabilidad
de la referencia en enunciados contrapuestos no nos permite determinar cu�l de dichos
enunciados es el verdadero. En la medida en que la verdad de los enunciados s�lo puede
fundamentarse a trav�s de otros enunciados, tenemos que hacer frente a la cuesti�n, nada
balad�, de c�mo podemos defender una definici�n no epist�mica de la verdad cuando la
�nica manera que tenemos de definir las condiciones de verdad es mediante razones, o
sea, de manera epist�mica. La realidad est� impregnada ling��sticamente; por tanto, no
contamos con enunciados b�sicos que nos sirvan, en caso de problemas, como punto de
apoyo. Una posible soluci�n ser�a admitir que la verdad de los enunciados se define por
su coherencia con otros enunciados aceptados, pero este contextualismo radical pondr�a
en peligro el car�cter universal de la verdad, la posibilidad de aprendizaje y las tesis del
realismo. Una alternativa m�s satisfactoria, para los intereses de Habermas, es aquella
que permite definir una referencia que trascienda al lenguaje y una verdad que sea
inmanente al mismo. Desde esta perspectiva, un enunciado es verdadero si es capaz de
superar todas las tentativas de refutaci�n que se definan en el marco ideal de los discursos
racionales254. Adoptando esta interpretaci�n, se le atribuye un rasgo trascendente a la
validez emp�rica formulada por Putnam al identificar como funci�n del contexto te�rico
la posibilidad de definir formas de aprendizaje. De esta manera, se evitan las falacias de
tipo objetivista sin correr los riesgos del relativismo. Sin embargo, la propuesta de
253 Habermas define el realismo interno como aquella propuesta “...que destaca que las condiciones de objetividad del conocimiento s�lo pueden analizarse en relación con las condiciones de intersubjetividad de un entendimiento sobre lo dicho”, Verdad y justificación, p. 230. 254 V�ase, apartados 6.3.1, 6.3.1.1. y 6.3.1.2.
161
Putnam sigue siendo deficitaria en un aspecto relevante: fundamentar el momento de
incondicionalidad de las normas morales255.
Un autor capaz de superar algunas de las limitaciones te�ricas de Putnam es
Brandom, al formular una teor�a que, seg�n Habermas, puede ser considerada como una
de las representaciones m�s elaboradas de la pragm�tica ling��stica de tipo anal�tico.
Habermas valora de forma muy positiva la aportaci�n hecha por R. Brandom en Making
it explicit. Reasoning, Representing and Discursive Commitment256 al �mbito de la
filosof�a teor�tica. Con lo que Habermas considera una precisa y concienzuda amalgama
de sem�ntica inferencial y pragm�tica formal, logra dar un fundamento convincente a
planteamientos como el de la pragm�tica trascendental de Apel o el constructivismo de
Erlangen, al tiempo que manifiesta una serie de convergencias con la pragm�tica formal
habermasiana. Conjugando una pragm�tica de tipo discursivo con la sem�ntica
inferencial de W. Sellars, ofrece una explicaci�n de la objetividad de las normas
conceptuales a trav�s del proceso intersubjetivo de argumentaci�n. Por tal motivo, el
an�lisis del lenguaje lo desarrolla desde una perspectiva discursiva que hace hincapi� en
el momento pr�ctico en el que se define el intercambio de actos comunicativos. De esta
forma, los participantes eval�an las pretensiones de validez de los dem�s en relaci�n a las
suyas propias en una especie de sistema de puntuaci�n:
La pr�ctica discursiva consiste, en el caso b�sico, en un intercambio de afirmaciones, preguntas y respuestas que los participantes se atribuyen mutuamente y enjuician en funci�n de las posibles razones; se trata de un proceso en el cada uno, desde su punto de vista, lleva las cuentas de qui�n estaba legitimado para qu� tipo de actos de habla, qui�n ha aceptado de buena fe cu�les afirmaciones y, finalmente, qui�n ha dejado en descubierto, debido a que no ha hecho efectivas discursivamente las pretensiones de validez, la cuenta de credibilidad que en general ten�a concedida y, por tanto, se ha desacreditado a los ojos de sus contrincantes. Todo participante que va haciendo “puntos” a trav�s de sus aportaciones va contabilizando tambi�n la “puntuaci�n” que consiguen los otros con las suyas257.
255 El debate mantenido por Habermas y Putnam sobre este tema se inicia en 1999 con una conferencia impartida por Putnam en un congreso celebrado en Frankfurt con motivo del septuag�simo cumplea�os de Habermas y que lleva por t�tulo “Valores y normas”. En esta conferencia Putnam pone en duda la capacidad de la �tica discursiva habermasiana a la hora de fundamentar el discurso racional de valores. Putnam achaca esta incapacidad a la distinci�n establecida por Habermas entre valor y norma. Habermas contraargumenta utilizando como recurso su pragmatismo kantiano mediante el cual reivindica la necesidad de mantener la delimitaci�n entre raz�n pr�ctica y raz�n te�rica, delimitaci�n que Putnam no es capaz de sostener. Por tal motivo, defiende Habermas, este autor no encuentra obst�culos a la hora de equiparar la validez de los enunciados emp�ricos con la validez de los enunciados evaluativos, lo que supone un grave error. Para profundizar en este debate, v�ase: H. Putnam y J. Habermas, Normas y valores, Trotta, Madrid, 2008. Especialmente recomendable es la esclarecedora Introducci�n de Jes�s Vega Encabo y Francisco Javier Gil Mart�n que lleva por t�tulo “Pragmatismo, objetividad normativa y pluralismo. El debate sobre normas y valores entre H. Putnam y J. Habermas”, op. cit., pp 9-46. 256 Brandom, Cambridge Mass, 1994; v�ase tambi�n: Habermas, Tiempo de transiciones, Trotta, Madrid, 2004, pp. 179-183. 257 Verdad y justificación, p. 140.
162
Este modelo pragm�tico da continuidad a las intuiciones de Wittgensttein por
dos razones: en primer lugar, porque el saber manifestado proposicionalmente se supedita
al saber pr�ctico (que es un saber anterior a la predicaci�n, es decir, un saber
antepredicativo); en segundo lugar, porque esta praxis de �ndole social es prioritaria
frente a las intenciones individuales (con lo cual se incide de nuevo en el antimentalismo,
requisito imprescindible para Habermas). Brandom evita el mentalismo al no plantear el
interrogante sobre la verdad en t�rminos descriptivos sino realizativos: no nos
preguntamos qu� es la verdad sino c�mo actuamos cuando algo se interpreta como
verdadero. El problema de qué quiere decir entender un enunciado se convierte en qué
hace el intérprete cuando considera al hablante como alguien que sostiene una
pretensión de verdad con su acto de habla. En este caso lo relevante es cómo qué toma el
int�rprete el acto de habla. El punto central de esta propuesta consiste en definir c�mo el
int�rprete entiende el acto de habla, ya que el estatus de un determinado enunciado
depende de c�mo dicho int�rprete valore la pretensi�n de verdad sostenida por el emisor
o la emisora. Esta perspectiva privilegia la actitud de participante y la pr�ctica discursiva,
pr�ctica que permite el enjuiciamiento a trav�s de razones.
Para poder llevar a cabo la conexi�n de la pr�ctica discursiva con una teor�a
sem�ntica (hecho en el que radica la verdadera originalidad de Brandom como afirmamos
anteriormente), este autor se basa en la explicaci�n del significado de Dummett258. Seg�n
esta teor�a, el entendimiento de una aseveraci�n se produce cuando conocemos las
condiciones que permiten afirmarla y las consecuencias que derivan de la aceptaci�n de
tal afirmaci�n. Dummett reivindica (oponi�ndose en este caso al segundo Wittgenstein) la
perspectiva de Frege al insistir en la tesis de que la verdad de los enunciados se mide por
su capacidad para reproducir hechos y no por la adecuaci�n de un sujeto a los usos
comunicativos de su comunidad. Las reglas que regulan el uso expositivo del lenguaje
permiten la referencia a un mundo que se supone objetivo y cuya existencia no depende
de los usos y costumbres sociales. Por otro lado (y en este caso en contra de Frege y a
favor de Wittgenstein), Dummett defiende la tesis de que el lenguaje se inserta en una
pr�ctica comunicativa y, por tanto, su estructura s�lo puede aclararse recurriendo a dicha
praxis259. Para Dummett, en definitiva, es imposible describir la comunicaci�n sin la
258 “Language and Communication” y “Language and Truth”, The Seas of Language, Clarendon Press, Oxford, 1993; “What is a Theory of Meaning?”, G. Evans, J. McDowell (eds.), Truth and Meaning, Clarendon Press, Oxford, 1976.259 De esta forma, Dummett defiende una sem�ntica veritativa transformada epist�micamente. En la nota 14, p. 16 de Verdad y justificación, Habermas se�ala el hecho de que A. Matar caracteriza como
163
exposición (ya que caeríamos víctimas de una reducción intencionalista de la
comunicación), ni la exposición sin la comunicación (en la medida en que, actuando de
esta forma, obviaríamos las condiciones epistémicas). Lo que pretende la persona que
actúa como emisora es que la persona que actúa como receptora llegue a compartir su
opinión. Para que esto sea posible es preciso el reconocimiento intersubjetivo de la
pretensión de verdad supuesta. Como el acceso no mediado a la verdad es imposible, el
entendimiento de una oración depende de que se sepa (o no) cuándo las condiciones de
verdad están satisfechas (satisfacción que depende de las razones que un sujeto maneja a
la hora de demostrar que una oración es verdadera). Por tal motivo, podemos afirmar que
existe una relación interna entre exposición y comunicación.
Dummett, al vincular las condiciones que permiten afirmar la verdad con el
conocimiento que los sujetos poseen de dichas condiciones, es capaz de superar, según
afirma Habermas, una de las tres deficiencias fundamentales que derivan de la noción
semántica de Frege260. Dummett, basándose en la distinción truth y assertibility, hace
hincapié en las circunstancias en las que un intérprete reconoce si las condiciones que
hacen verdadera una oración se satisfacen, privilegiando así las condiciones en las que la
verdad de una determinada oración se justifica públicamente en términos de aceptabilidad
racional261. Sin embargo, y esto a pesar de que Dummett defiende la relación existente
entre las funciones expositiva y comunicativa, no es capaz de distanciarse de la posición
analítica imperante, afirma Habermas, configurando su teoría del significado como un
mecanismo para traducir al ámbito lingüístico las cuestiones epistemológicas
tradicionales262. Habermas critica a Dummett por su poco compromiso con la praxis (es
kantianismo lingüístico el constructivismo antirrealista de Dummett; A Matar, From Dummett’s Philosophical Perspective, Walter de Gruyter, Berlin, 1997, pp. 53-57.260 Las otras dos deficiencias son: 1) limitar el análisis de los significados a las proposiciones, obviando de esta forma los aspectos pragmáticos (deficiencia corregida por Austin con su teoría de los actos de habla) y2) limitar el análisis del significado a los enunciados asertóricos (limitación que es superada por las teorías modales de Stenius, Kenny y Tugendhat al someter las fuerzas ilocucionarias a un análisis semántico). Habermas insiste en que las deficiencias de los enfoques semánticos se manifiestan, incluso, cuando se enfrentan a las oraciones de tipo asertórico (refiriéndose a todos aquellos casos que no pueden ser tratados como oraciones predicativas simples).261 Habermas insiste en el hecho de que el potencial racional del ámbito de la acción comunicativa lo analiza Wittgenstein, desde una perspectiva microscópica, a través de la noción de comportamiento guiado por reglas (con lo cual, inspira la versión no empirista de la tradición fregeana que se concreta en autores como Dummett o Brandom). Estos autores (a diferencia de Carnap, Quine o Davidson) parten de las prácticas reguladas normativamente y definen un plexo de sentido intersubjetivamente compartido. 262 Estoy completamente de acuerdo con Jiménez Redondo cuando afirma que Habermas olvida que What is a Theory of Meaning (II) es continuación de What is a Theory of Meaning (I) en la que Dummett critica a todas las teorías holistas del significado. Por tanto, para ser coherente, Habermas tendría que prescindir de sus referencias a Dummett desde el momento en que introduce la noción de mundo de la vida como noción complementaria a la de acción comunicativa ya que esto implica defender una visión holista del significado incompatible con el planteamiento no holista de Dummett. A Habermas le interesa pasar por alto esta
164
decir, con el �mbito comunicativo), lo que le lleva a privilegiar la dimensi�n te�rica
como posible reacci�n al estatus derivado que �sta adquiere en las Investigaciones
Filosóficas.
Como indicamos anteriormente, Habermas considera que la verdadera
originalidad de Brandom radica en intentar conectar la pr�ctica discursiva con una teor�a
de corte sem�ntico (para lo cual se basa en la explicaci�n de significado de Dummett,
definida esquem�ticamente en los p�rrafos anteriores). Si es el saber del lenguaje el que
le permite al int�rprete conocer las reglas que rigen las consecuencias y las condiciones
de uso de una expresi�n ling��stica, es la sem�ntica la que determina la relaci�n
establecida entre �sta y la pragm�tica: la toma de postura ante las pretensiones de validez
(que representa la dimensi�n pragm�tica) se establece seg�n las pautas definidas por los
componentes sem�nticos de la expresi�n. De esta forma, la convenci�n sem�ntica sirve
de garant�a a la convenci�n pragm�tica. Este planteamiento, no obstante, no garantiza
hacer frente al idealismo de la apertura ling��stica del mundo que marcar�a los l�mites de
una comunidad ling��stica.
La noci�n de objetividad la utiliza Brandom como recurso para diferenciar lo
que los sujetos creen saber de lo que saben realmente. Si el int�rprete parte, al observar
objetos, de perspectivas distintas a las de la persona hablante es posible que llegue a
defender un juicio distinto a ella al ser consciente de consecuencias que han pasado
inadvertidas. Por tal motivo, el int�rprete puede rechazar la pretensi�n de verdad
atribuida al hablante. Esto implica que el enunciado respecto al cual se defiende una
pretensi�n de verdad posee un potencial inferencial superior al que manifiesta su
contenido (lo que posibilita la cr�tica por parte de otro sujeto). No obstante, este
planteamiento deja sin resolver el problema de la objetividad en la medida en que el
oponente cr�tico tambi�n puede estar equivocado. Brandom intenta hacer frente a este
problema sosteniendo que las percepciones constituyen la base emp�rica de juicios que
incompatibilidad con el objetivo de hacer hincapi� en aquellos aspectos en los que la propuesta de Dummett se adec�a a sus intereses te�ricos. Seg�n Jim�nez Redondo, a Habermas le interesa resaltar las coincidencias con Dummett, en vez de insistir en las incompatibilidades, porque quiere sacar provecho del giro epist�mico de la sem�ntica veritativa (M. Jim�nez Redondo, “Pragm�tica universal y autonom�a del significado”, op. cit., p. 157 y pp. 175-179). Estas ventajas, como hemos comentado, se traducen en la importancia concedida al �mbito comunicativo y al plexo de sentido intersubjetivamente compartido. A estas ventajas se les une el antimentalismo. Habermas defiende que el problema que surge a la hora de definir el predicado “verdadero” y de explicar de manera adecuada las proposiciones se debe a una concepci�n mentalista de la raz�n. En este sentido, el autor frankfurtiano destaca dos posibles estrategias: o bien se hace frente al problema mentalista eliminando, de paso, el concepto de raz�n (estrategia utilizada por Davidson) o bien se desliga la noci�n de raz�n del contexto mentalista y se inserta en el marco comunicativo (estrategia elegida por M. Dummett y R. Brandom y con la que, obviamente, Habermas se identifica plenamente); v�ase: Acción comunicativa y razón sin trascendencia, pp. 66-99.
165
podemos considerar como b�sicos o inmediatos. Habermas, sin embargo, se opone a
aceptar esta alternativa como soluci�n. Defiende que, aunque podemos considerar como
cierto que las percepciones definen el punto de intersecci�n entre el lenguaje y el mundo,
esto no resuelve el problema de la existencia de un mundo objetivo que es capaz de
rebatir nuestras descripciones m�s elaboradas poniendo en evidencia la no adecuaci�n de
las reglas sem�nticas. Brandom, que pretende ser coherente con las intuiciones realistas,
admite que las “resistencias” que ofrece la experiencia favorecen los procesos de
aprendizaje que influyen en el propio lenguaje263. Seg�n argumenta Habermas, ese
proceso sem�ntico de aprendizaje debe ser capaz de explicar c�mo la experiencia puede
modificar las categor�as ling��sticas. Brandom, que rechaza ofrecer una respuesta de tipo
naturalista, recurre a un realismo conceptual que, seg�n defiende el autor frankfurtiano,
socava el an�lisis de la realidad definido como una teor�a del discurso. �Esto por qu�
ocurre? Porque el realismo conceptual de Brandom es un realismo metaf�sico donde la
objetividad queda meramente garantizada por la estructura conceptual. De esta forma, no
se concede relevancia te�rica a la posibilidad de fundamentar en t�rminos trascendentales
la validez emp�rica. Dicho de otra forma: Brandom prescinde del apoyo trascendental que
proporciona la perspectiva intersubjetiva optando por el individualismo metodol�gico.
En concordancia con Putnam, Brandom no quiere ofrecer una explicaci�n
naturalista de la raz�n: al analizar el lenguaje hay que adoptar la actitud de un
participante; es decir, no se puede aplicar una perspectiva objetivista o externalista. Sin
embargo, esta propuesta no naturalista tiene que hacer frente al problema de c�mo los
sucesos que se describen en t�rminos nominalistas pueden ser incluidos en las pr�cticas
discursivas. Da la sensaci�n, afirma Habermas, de que para explicar de manera adecuada
263 Brandom tiene inter�s en adecuar su propuesta a las intuiciones realistas, a pesar de su actitud fenomenol�gica. Este planteamiento es t�pico, se�ala Habermas, de aquellas perspectivas que derivan del giro ling��stico la tesis de que el lenguaje y la realidad se encuentran en �ntima conexi�n (por lo que explicar la realidad supone referirse a lo verdadero). Y si tenemos en cuenta que la verdad de las oraciones y creencias remiten a oraciones y creencias, el lenguaje marca el l�mite que no podemos trascender. La virtud del pragmatismo consiste, precisamente, en sustituir la noci�n de verdad definida en t�rminos representativos por un planteamiento realizativo. Sin embargo, no es posible hacer referencia a una versi�n �nica del pragmatismo. Hoy, se�ala Habermas, podemos diferenciar varias versiones que se distinguen entre ellas. Por un lado, se debaten entre la inevitabilidad de las intuiciones realistas o la pertinencia de su reformulaci�n; por otro, oscilan entre concebir la pr�ctica con el mundo en el �mbito de la acci�n o del discurso. Habermas se refiere a las dos intuiciones realistas fundamentales en t�rminos de “uso cautelar” de la verdad y de uso de la verdad como validez incondicionada. En el primer caso se atiende a la posibilidad de que los enunciados, por muy bien justificados que est�n, pueden llegar a considerarse falsos a la luz de evidencias nuevas. En esta situaci�n, y en relaci�n a la noci�n de referencia, se defiende que el mundo impone una serie de limitaciones contingentes. Por el contrario, la noci�n de verdad definida como validez incondicional supone unos enunciados verdaderos aceptados de forma universal. Desde la perspectiva de la referencia, el mundo se entiende como el mismo para todos (por lo que se supone la existencia de objetos sobre los que se enuncian hechos y la comensurabilidad del sistema de referencias).
166
la conexi�n existente entre el saber del mundo y el saber ling��stico tenemos que ir m�s
all� del punto de vista inmanente al lenguaje. Tal y como ha puesto de manifiesto el
pragmatismo, el criterio m�s importante para valorar la correcci�n de las creencias
emp�ricas es el �xito en la ejecuci�n de una acci�n. En esta relaci�n de adecuaci�n con la
realidad hay determinadas percepciones que controlan el �xito de la acci�n pudiendo
informar de posibles fracasos. En estas circunstancias de frustraci�n de expectativas el
sujeto se enfrenta a una realidad disonante que le retracta en su disposici�n a participar en
un plexo de acci�n:
El mundo objetivo s�lo puede formular esta “oposici�n” de un modo realizativo, en la medida en que niega su “conformidad” a las intervenciones finalistas en un mundo de sucesos encadenados y causalmente interpretados. De este modo, el mundo “pide la palabra” s�lo en el c�rculo funcional de la acci�n instrumental. Esto explica por qu� Brandom, que se mantiene fiel a un análisis fenomenalista del lenguaje, no tiene en cuenta la explicaci�n pragmatista de los procesos de aprendizaje sem�nticamente relevantes. Naturalmente que la experiencia que los actores hacen al fracasar frente a la realidad est� ella misma estructurada ling��sticamente, pero no es ninguna experiencia con el lenguaje y dentro del horizonte de la comunicaci�n ling��stica. S�lo a partir del momento en que los actores toman distancia de su trato pr�ctico con el mundo, entran en un discurso y objetivizan la situaci�n que “tienen a mano” para entenderse entre ellos sobre algo en el mundo, la percepci�n desmentidora o refutadora -que significa una confusi�n para sus certezas de acci�n- puede convertirse en una “raz�n” discursivamente movilizadora que penetre cr�ticamente en la dotaci�n conceptual y en el potencial de inferencias sem�nticas de las creencias existentes y, en su caso, ponga en marcha las necesarias revisiones264.
El an�lisis de la acci�n orientada al �xito que motiva la revisi�n sem�ntica no
puede llevarse a cabo de forma adecuada, se�ala Habermas, si nos limitamos a las
actitudes de los participantes en discursos. Los juicios relacionados con la percepci�n
juegan funciones distintas en el trato pr�ctico con la realidad y en el proceso de
fundamentaci�n de la pretensi�n de verdad. Sin embargo, Brandom incide en las razones
justificatorias, considerando la acci�n como acci�n ling��stica. Brandom obvia, as�, el
hecho de que las percepciones se insertan en contextos de acci�n y el poder revisionista
que adoptan las percepciones en el marco pr�ctico de la soluci�n de problemas que est�
regido por el �xito. Brandom no tiene en cuenta que, para que en el proceso discursivo se
pueda aportar el mejor argumento, los conceptos y las normas sem�nticas que regulan la
toma de postura deben poseer un contenido objetivo. Brandom no concibe el mundo en
t�rminos nominalistas sino adoptando un realismo conceptual metaf�sico: la objetividad
de las reglas de inferencia y de los conceptos se define en un mundo que est� estructurado
conceptualmente; con lo cual, la experiencia queda relegada a ser una mediadora pasiva.
Brandom defiende un idealismo ling��stico objetivo (frente al idealismo ling��stico
264 Verdad y justificación, p. 160.
167
trascendental de Wittgenstein) en la medida en que el mundo se concibe como la
totalidad de hechos y los hechos son lo que puede enunciarse en oraciones verdaderas265.
Seg�n Brandom, el contenido objetivo de los conceptos existentes s�lo tiene que ser
desarrollado en discursos, obvi�ndose as� el proceso constructivo por medio del cual se
aportan interpretaciones de lo que ocurre en el mundo a trav�s de nuestros conceptos. La
noci�n de objetividad definida por Brandom, denuncia el autor frankfurtiano, imposibilita
que la comunidad de discurso aprehenda de forma directa el sistema de ideas que le es
dado, por lo que dicha comunidad de discurso carece de autoridad epist�mica. En
oposici�n al dominio de la comunidad ling��stica (en la que insiste Habermas), Brandom
defiende una perspectiva individualista que no tiene en cuenta el contexto intersubjetivo
de significados con los que el mundo “se aparece” gracias al lenguaje. En definitiva,
Brandom no tiene en consideraci�n uno de los aspectos m�s relevantes de la teor�a de la
comunicaci�n habermasiana: la noci�n de interacci�n. Al hablante no le interesa s�lo que
el int�rprete le atribuya una creencia: al hablante le interesa que el int�rprete se
manifieste con un s� o con un no, estableci�ndose obligaciones para ambas partes. Para
explicar de forma adecuada la naturaleza de la comunicaci�n hay que tener en cuenta, por
tanto, la coordinaci�n de los planes de acci�n que se lleva a cabo en el proceso
interactivo: entender una expresi�n implica usarla con el objetivo de entenderse con
alguien sobre algo en el mundo. Brandom, por el contrario, defiende la perspectiva del
individualismo metodol�gico obviando el hecho de que los participantes comparten un
saber gracias al reconocimiento intersubjetivo de la pretensi�n de validez. Para entender
esta postura objetivista de Brandom, defiende Habermas, hay que situarse en el marco del
realismo conceptual: la diferencia entre el “tener por verdadero” y la verdad se limita a la
esfera individual, no es preciso que el proceso justificativo se defina recurriendo al
acuerdo intersubjetivo. Este hecho se debe a que la objetividad la garantiza una estructura
conceptual que s�lo tiene que ser desarrollada discursivamente.
Las consecuencias que un objetivismo definido desde la perspectiva del realismo
conceptual tienen para el proceso comunicativo se pueden aplicar tambi�n, afirma
Habermas, al �mbito moral. En la medida en que Brandom no exige m�s que la mera
adaptaci�n a las reacciones del contrario, reduce la pr�ctica discursiva a un objetivo
cognitivo; es decir, al �mbito de las constataciones y descripciones. Sin embargo, el
265Habermas prefiere concebir el mundo como el conjunto de objetos al que se refieren los enunciados posibles. As�, los hechos enunciados sobre los objetos s�lo pueden formularse en “nuestro” lenguaje; Verdad y justificación, p. 165, nota 28.
168
desarrollo de un análisis adecuado de la interacción social, afirma el autor frankfurtiano,
sólo puede definirse en términos trascendentales; o sea, adecuándose a los principios
consensualistas del entendimiento. Por tal motivo, todo planteamiento teórico (como es el
caso de Brandom) que desatienda el poder del lenguaje como telos del entendimiento es
devaluado al ámbito de la cognición. Siguiendo este razonamiento, Habermas defiende
que en la propuesta de Brandom no es posible diferenciar entre el contexto descriptivo de
los hechos y el contexto prescriptivo de las normas: las oraciones normativas representan
hechos normativos. De esta forma, se pueden equiparar las normas y los hechos dando
lugar a un realismo moral de insospechadas consecuencias. Si queremos evitar estas
consecuencias morales es necesario mantener el esquema kantiano que distingue entre
razón teórica y razón práctica.
Lo que pretende Habermas con esta forma de resolver el supuesto conflicto no es
más que reiterar la necesidad de un dualismo metodológico y sustentar sus premisas
fundamentales: la trascendencia que subyace al encuentro intersubjetivo en el que unos
sujetos, actuando en actitud realizativa, llegan a un acuerdo racionalmente motivado.
Brandom no se preocupa por explicar si la responsabilidad de un sujeto respecto a su
acción se identifica de manera suficiente con el acto de justificación (que es el tipo de
responsabilidad epistémica a la que se restringen las aseveraciones). La pregunta que nos
tenemos que plantear, señala Habermas, es la de si las normas se fundamentan tomando
como referencia los hechos; pregunta a la que Habermas ofrece una clara y contundente
respuesta: no. El autor de Teoría de la acción comunicativa aboga por mantener las
diferencias existentes entre el nivel de descripción y el nivel de justificación: las normas
de acción se pueden describir como hechos pero sólo pueden justificarse actuando como
participantes. La responsabilidad práctica, por tanto, no se agota en la responsabilidad
epistémica266.
Apel no es capaz de superar la trascendencia kantiana al no tener en
consideración una teoría del significado definida en términos semejantes a los de la teoría
analítica; Putnam no fundamenta el momento de incondicionalidad de las normas
morales; Dummett no analiza adecuadamente la dimensión práctica, y Brandom (el autor
más prometedor para Habermas en la medida en que se aproxima a su pragmática formal)
no es capaz de definir correctamente la objetividad ni atender de forma adecuada la
266 Para una exposición más detallada del análisis que hace Habermas de la propuesta de Brandom: Verdad y justificación, pp. 135-179 y Acción comunicativa y razón sin transcendencia, pp. 93-99. Profundizaremos en este análisis en el capítulo sexto.
169
diferencia existente entre razón teórica y razón práctica. Habermas propone solucionar
todas estas deficiencias aplicando las tesis de un pragmatismo kantiano que se inspira en
el giro lingüístico y en la concepción pragmática del significado. Las características que
Habermas atribuye al giro lingüístico las hemos expuesto en este capítulo. Nos resta, por
tanto, desarrollar el análisis de su teoría del significado para completar la descripción de
su propuesta. A este análisis dedicaremos el capítulo cuarto.
171
INTRODUCCIÓN AL CAPÍTULO CUARTO
Tal y como indiqué en el capítulo anterior, el proyecto habermasiano implica
asumir las tesis antimentalistas del giro lingüístico y desarrollar una teoría del significado
que ofrezca el debido fundamento a la acción comunicativa. El primer apartado de este
capítulo lo dedicaremos a analizar la revisión crítica a la que Habermas somete diversas
teorías del significado con la finalidad de examinar sus posibles aportaciones a este
proyecto. La primera de dichas teorías del significado analizadas es la semántica
intencional representada por Grice (a la que le dedicamos el apartado 4.1.1.). La principal
objeción que Habermas formula a esta propuesta es que, asociando el significado al
reconocimiento de intenciones, no describe una forma directa de entendimiento sino una
forma indirecta que, además, se define de manera parasitaria. El error en el que incurre la
semántica intencional de Grice es, en definitiva, no adecuar la definición del significado a
las exigencias antimentalistas e intersubjetivas de la teoría de la acción comunicativa.
Sólo son válidas, afirma Habermas, aquellas teorías analíticas que partan de la estructura
lingüística de las expresiones y que, además, sean capaces de explicar cómo el
entendimiento puede actuar como mecanismo de coordinación. Para conseguir tal
objetivo teórico, un buen punto de partida es el modelo orgánico de Bühler. La principal
aportación de dicho modelo es que intenta ofrecer fundamento a las tres funciones
lingüísticas elementales: la función cognitiva, la función apelativa y la función expresiva,
representando así las tres dimensiones de validez propuestas por Habermas. Sin embargo,
el modelo orgánico de Bühler también tiene que ser objeto de algunas reformulaciones.
Para llevar a cabo el examen de estas reformas, el autor frankfurtiano se basa en las
aportaciones de tres corrientes fundamentales de la filosofía analítica: la semántica
referencial, la semántica veritativa y la corriente pragmática del significado. A este
análisis dedicaremos el apartado 4.1.2.
Las aportaciones de la semántica referencial no resultan suficientes en la medida
en que limitan su análisis a la función cognitiva del lenguaje. La semántica veritativa, a
pesar de que contribuye con el importante avance de asociar validez y verdad, tampoco
logra representar las diversas funciones lingüísticas. A diferencia de la semántica
referencial y veritativa, la corriente pragmática del significado sí es capaz de concebir el
lenguaje como un mecanismo multifuncional. Ahora bien, también la versión pragmática
del significado debe ser radicalizada, afirma Habermas, con la finalidad de fundamentar
172
convenientemente las distintas pretensiones de validez y las referencias al mundo
implicadas. Para conseguir este objetivo Habermas propone una pragmática formal. La
segunda parte de este capítulo la dedicaremos a analizar dicha concepción pragmática,
análisis que completaré en el capítulo quinto examinando la teoría de actos de habla.
La pragmática formal, entendida como una empresa reconstructiva, la
examinaremos en el apartado 4.2.1. La pragmática formal se define como una forma de
investigación que tiene como objetivo reconstruir la base de validez del habla
clarificando las distintas funciones pragmáticas del lenguaje. La finalidad de la
pragmática formal es superar las limitaciones en las que incurre la pragmática empírica
(la representada por autores como el segundo Wittgenstein, Austin o Searle) ofreciendo
un contexto de reconstrucción universal. El objetivo de la reconstrucción no es elaborar
leyes, como ocurre con la explicación científica, sino reconstruir las estructuras profundas
para explicitar la lógica subyacente a los fenómenos comunicativos. La característica más
sobresaliente de la labor reconstructiva es que ésta no podrá nunca falsar el conocimiento
preteórico en la medida en que no pueden existir intuiciones falsas.
Al reconstruir la base universal de validez, la pragmática formal reivindica el
vínculo de significado y pretensión de validez asignando el protagonismo teórico a una
noción de interacción en la que la coordinación de acciones se orienta al entendimiento.
La noción de entendimiento es, por tanto, la noción fundamental a tener en cuenta por
una concepción pragmática del significado que pretenda ofrecer fundamento a la teoría de
la acción comunicativa. Al hablar de una interacción orientada al entendimiento, y en la
medida en que dicho tipo de interacción no suele ser frecuente en el uso efectivo del
lenguaje, nos vemos obligados a presuponer una serie de idealizaciones. Estas
idealizaciones nos comprometen con un trascendentalismo débil que identifica la
estructura universal del uso pragmático del habla sin renunciar, por ello, a los aspectos
empíricos (apartado 4.2.2.). Este trascendentalismo débil permite a Habermas actualizar
la conciliación de Darwin y Kant.
173
CAPÍTULO 4
LA PRAGMÁTICA FORMAL: UNA ADAPTACIÓN DE LA TEORÍA DEL SIGNIFICADO A LOS PRESUPUESTOS ANTICIENTIFICISTAS Y
TRASCENDENTALES
Como vimos en el capítulo anterior, Habermas pretende maximizar los
rendimientos teóricos del giro lingüístico proponiendo una visión complementaria de la
tradición analítica y hermenéutica. De esta combinación deriva un pragmatismo kantiano
que se inspira en el giro lingüístico y en una teoría del significado que, debidamente
reformulada, se convierte en el núcleo central de la pragmática formal habermasiana. La
primera parte de este capítulo la dedicaremos a examinar en qué términos emprende
Habermas dicha reformulación de la teoría del significado para, en una segunda parte,
analizar cómo afecta el resultado de dichas revisiones a la definición de la pragmática
formal.
4.1. Una revisión crítica de las teorías del significado
Para una teoría de la acción comunicativa cuyo objetivo se centra en el análisis
del entendimiento concebido como mecanismo de coordinación de acciones, una teoría
del significado definida en los términos de la filosofía analítica es pieza clave267. Esta
constatación no implica, sin embargo, que podamos adoptar cualquier versión de dicha
teoría. Tenemos que someter a revisión las diversas teorías del significado propuestas con
el objetivo de determinar su grado de adaptación a las exigencias antimentalistas e
intersubjetivas del proyecto habermasiano. Comencemos con el análisis de la semántica
intencional de Grice.
267 Teoría de la acción comunicativa I, pp. 352-353; véase también: Pensamiento postmetafísico, pp. 78-79. Teniendo en cuenta la inspiración sociológica de su proyecto teórico, Habermas se ve en la necesidad de matizar su reivindicación: el que se analice la noción de acción comunicativa en el contexto de una teoría del significado, afirma, no implica que dicha noción sea más apropiada para una teoría del significado que para una teoría de la acción.
174
4.1.1. La semántica intencional: una versión mentalista del significado
Con “Meaning”268, Grice inicia una ardua discusi�n que se prolonga hasta
nuestros d�as en el �mbito de la Semi�tica y la Filosof�a del Lenguaje. Al hacer depender
la definici�n del significado de las intenciones, y en la medida en que las intenciones
remiten a los estados mentales, Grice actualiza un mentalismo que parec�a conjurado por
el giro ling��stico. Uno de los conceptos propuestos por Grice es el de significado
ocasional. Con el significado ocasional este autor hace referencia a lo que en cada
ocasi�n el hablante significa con sus palabras. Ahora bien, este significado ocasional, que
depende de la noci�n de intenci�n, no aboca necesariamente al relativismo: esta
dimensi�n concreta del significado es susceptible de regularidades dando lugar a lo que
Grice denomina significado atemporal. Como su propio nombre indica, el significado
atemporal hace referencia a la esfera de significado en el que la convenci�n se define
independientemente del sujeto o del contexto. De esta forma, afirma Habermas, Grice
transita de una perspectiva pragm�tica en la que el inter�s se centra en la intenci�n de la
persona que emite una proferencia a una concepci�n sem�ntica en la que la convenci�n
remite a la expresi�n. De este tr�nsito, sigue afirmando el autor frankfurtiano, podemos
hacer una doble lectura: por un lado, se puede entender que la intenci�n del sujeto posee
un car�cter prioritario frente al significado de la expresi�n en la medida en que la
convenci�n deriva de la intenci�n, y no al rev�s; por otro lado, se puede llevar a cabo una
interpretaci�n gen�tica seg�n la cual hay que presuponer la capacidad de tener
intenciones para poder adquirir la competencia de las convenciones sem�nticas.
Centr�ndose en la primera interpretaci�n, Habermas formula dos objeciones al modelo
intencional griceano.
Habermas objeta a Grice que, al hacer depender el significado de las intenciones,
no est� reconstruyendo el significado de una expresi�n tal y como �sta es utilizada en una
forma directa de entendimiento. La forma directa de entendimiento implica renunciar a
las intenciones, puntualiza. Por tanto, si en la formulaci�n de Grice la persona que act�a
como oyente se ve obligada a hacer inferencias de intenciones para entender una
268“Meaning”, Philosophical Review, 66, 1957, pp. 377-388. V�ase tambi�n: “Utterer’s Meaning and Intentions”, Philosophical Review, 78, 1969, pp. 147-177; “Utterer’s Meaning, Sentence-Meaning, and Word-Meaning”, Searle (ed.), The Philosophy of Language, University Press, Oxford, 1971, pp. 54-70. Esta propuesta intencionalista del significado la completa Lewis (Convention, Cambridge Mass, 1969) y la desarrollan J. Bennet (Linguistic Behavior, Cambridge, University Press, 1976) y R. Schiffer (Meaning, Clarendon Press, Oxford, 1972).
175
expresi�n, lo que Grice representa con su noci�n de significado es una forma indirecta de
entendimiento. Esta forma indirecta de entendimiento remite a un modelo estrat�gico de
interacci�n que sirve de equivalente funcional a la comunicaci�n ling��stica, con lo cual,
el lenguaje no asume la autonom�a que le puede aportar su propia naturaleza interna269.
En esta interacci�n estrat�gica se manejan significados no convencionales que se basan
en la presunci�n de significados convencionales definidos en t�rminos intersubjetivos:
La distinci�n entre entendimiento directo y dar-a-entender indirecto puede entonces hacerse derivar de la diferencia entre significado convencional y no convencional. Pues en las situaciones que, como solemos decir, exigen un “comportamiento diplom�tico” el trato indirecto de unos individuos con otros exige precisamente un lenguaje altamente diferenciado. Grice reconstruye una forma derivada de comunicaci�n, que presupone ya aquello que pretende reconstruir: un entendimiento con ayuda de s�mbolos de significado id�ntico270.
Creo que la pregunta es obvia: �por qu� debemos admitir que la forma directa de
entendimiento no presupone reconocimiento de intenciones? Creo que la respuesta
tambi�n lo es: porque a Habermas le interesa denostar te�ricamente aquellas
interpretaciones del significado que pongan en riesgo el antimentalismo. Si las
intenciones implican remisi�n a los estados mentales, y los estados mentales deben ser
eliminados a la hora de definir el significado de las expresiones, las intenciones no
pueden ser tenidas en cuenta a la hora de definir dicho significado. Por este motivo,
Habermas califica las interacciones que implican reconocimiento de intenciones como
formas indirectas de entendimiento (es decir, como formas espurias) mientras que las
interacciones que no impliquen dicho reconocimiento de intenciones, al definirse sin
reminiscencias mentalistas, representan el uso directo del lenguaje. No es por ello balad�
que Habermas defina la forma indirecta de entendimiento como una interacci�n
estrat�gica. Afirma que la sem�ntica intencional representa un modelo estrat�gico de
interacci�n porque dicha perspectiva te�rica obliga a la inferencia de estados mentales.
Estos estados mentales son considerados como hechos del mundo y, como tales, son
susceptibles de un an�lisis objetivista incompatible con la naturaleza simb�lica de la
interacci�n comunicativa.
269 Seg�n afirmaci�n de H. F. Fulda, el que Habermas formule esta cr�tica a Grice denota que el autor frankfurtiano no lo interpreta adecuadamente; v�ase: H. Fulda, “�Es instrumental la acci�n comunicativa?”, op. cit., p. 264.270 “Sem�ntica intencional”, Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos, pp. 286-287; v�ase tambi�n: Teoría de la acción comunicativa I, p. 353.
176
Para hacer frente a los riesgos te�ricos que encierra la sem�ntica intencional de
Grice, afirma Habermas, es necesario recurrir a la reformulaci�n de Schiffer271. Schiffer,
con el objetivo de garantizar el entendimiento, propone la noci�n mutual knowledge. Con
esta noci�n logra que tanto la persona que act�a como emisora (H) como la que lo hace
como receptora (A) partan de un significado id�ntico en la medida en que la proferencia
explicita una intenci�n directamente inteligible; es decir, tanto “H como A coinciden en
saber que p”. Habermas celebra la inclusi�n del concepto mutual knowledge porque dicho
concepto reconoce una tesis importante de su propuesta te�rica, la cual exige el
reconocimiento de H y A en los procesos interactivos: “H sabe que A sabe que p” y
viceversa. Sin embargo, puntualiza, no es suficiente con el reconocimiento mutuo de H y
A: es necesario que H explicite la intenci�n contando con el asentimiento de A. De esta
forma, la noci�n mutual knowledge queda perfectamente adaptada a las exigencias de la
teor�a de la acci�n comunicativa requiriendo que H y A interact�en comunicativamente
con la finalidad de llegar a un entendimiento que supone el reconocimiento de una
pretensi�n de validez intersubjetiva.
Tal y como comentamos anteriormente, el que Grice priorice la intenci�n a la
hora de definir el significado es merecedora de una segunda objeci�n. Esta segunda
objeci�n est� directamente relacionada con la primera al poner de manifiesto que la forma
indirecta de entendimiento depende del entendimiento directo. Dicho en otros t�rminos:
la forma indirecta de entendimiento es parasitaria de la forma directa de entendimiento.
Para apoyar esta tesis Habermas vuelve a recurrir a Schiffer. Schiffer ampl�a el modelo
intencional de Grice hasta conseguir incluir el estatus simb�lico de la expresi�n “x” y
demostrar que dicha “x” hace referencia a un contexto sem�ntico intersubjetivamente
compartido. La reformulaci�n del modelo de Grice propuesta por Schiffer se define como
sigue: “H quiere decir algo al emitir x si y s�lo si x se emite con la intenci�n de que x
tenga un cierto rasgo, de que A reconozca el rasgo como x, que del rasgo de x A infiera la
intenci�n de H de provocar una determinada respuesta r en A y de que el reconocimiento
de la intenci�n de H por parte de A sirva, al menos, como parte de la raz�n de A para
responder con r”272. Sin embargo, puntualiza Habermas, esta reformulaci�n tiene que
incluir la condici�n de que “x mueva de manera natural a A a inferir la intenci�n de H”:
271 Meaning, op. cit.272 “Sem�ntica intencional”, op. cit., pp. 290-293; v�ase tambi�n: Pensamiento postmetafísico, pp. 116-117.
177
Nuestra segunda objeci�n contra el modelo intencional conduce al resultado de que Grice, en su tentativa de hacer derivar el significado de una emisi�n ling��stica de la intenci�n del hablante, tiene que recurrir, al menos impl�citamente, a la comprensi�n de significados naturales. Los participantes tienen que hacer uso del significado natural de gestos, im�genes, se�ales, caracter�sticas comportamentales expresivas,etc., para utilizarlas a la luz de un saber contextual ya intersubjetivamente compartido, como sustitutos de significados simb�licos. Este recurso a significados naturales podr�a remitir, desde puntos de vista gen�ticos, a una senda evolutiva que conduce de las comunicaciones mediadas por significados naturales al habla proposicionalmente diferenciada, pasando por las interacciones simb�licamente mediadas273.
Fij�monos en el razonamiento que sustenta la cita: la inferencia de intenciones
(que, por naturaleza, no pueden conocerse de forma directa) obliga a recurrir a la
mediaci�n de significados naturales (gestos, se�ales...) que, a diferencia de los estados
mentales que representan, son observables y pueden ser interpretados a la luz de un
contexto intersubjetivamente compartido. De esta forma, Habermas se al�a con la
estrategia conductista de Wittgenstein274 y con el principio de expresabilidad de Searle275
intentando dar respaldo te�rico a las exigencias antimentalistas del giro ling��stico. Un
error en el que incurre este razonamiento es en el de suponer que no existen p�rdidas
significativas entre los criterios internos y los externos; es decir, creer que todo lo
relevante que ocurre en el �mbito interno puede ser traducido a criterios externos,
p�blicos e intersubjetivos276. Si lo que se explicitan son las se�ales f�sicas del significado
(expresiones, palabras...), �se est� afirmando que el an�lisis del significado se agota en el
an�lisis de la se�al f�sica? �Se est� suponiendo que todos los componentes del significado
(entendido en t�rminos mentales) son conscientes y explicitables? �No existe ning�n
componente mental en el proceso significativo que no sea traducible a se�ales p�blicas e
intersubjetivas? Otra conclusi�n que puede llamar la atenci�n, y que tambi�n se expone
en la cita a la que hacemos referencia, es la de que, a partir del reconocimiento de los
significados naturales, Habermas defiende un modelo evolutivo que, tomando como
punto de partida dichos significados naturales, transita a la etapa de las interacciones
mediadas simb�licamente y culmina con el habla proposicionalmente diferenciada277.
273 “Sem�ntica intencional”, op. cit., p. 294. 274 Expresada, por ejemplo, en la tesis 580 de las Investigaciones Filos�ficas: “todo criterio interno precisa criterios externos”. De esta forma, Habermas coincide con la respuesta que ofrece el segundo Wittgenstein al debate suscitado con la noci�n de lenguaje privado: lo importante de los estados internos es c�mo hablamos de ellos, es decir, c�mo las vivencias internas se traducen en criterios externos. 275 La m�xima que rige este principio es la de que todo lo que necesite ser dicho puede decirse; v�ase pp. 28-29 de Searle, Actos de Habla, C�tedra, Madrid, 1990. Profundizaremos en el an�lisis de este principio en el cap�tulo quinto.276V�ase: “Significado privado, p�blico y compartido”, Actas del Congreso Internacional: “La Filosof�a anal�tica en el cambio de Milenio”, coordinadores: Falguera L�pez, Ux�a Rivas, J. M. Sag�illo, Santiago de Compostela, 1999. 277 El autor en el que se basa Habermas para explicar el proceso evolutivo que comienza con los significados naturales, prosigue con la interacci�n simb�licamente mediada y culmina con el habla
178
Con la propuesta de este proceso evolutivo lo que intenta Habermas es demostrar que
existe una especie de “tendencia” hacia la interacci�n y el manejo intersubjetivo de
significados.
Teniendo en cuenta las posibles derivas mentalistas de la sem�ntica intencional
de Grice, es l�gico que un autor que asume las tesis del giro ling��stico, como es el caso
de Habermas, no est� dispuesto a fundamentar su proyecto te�rico en dicha propuesta
sem�ntica. Cosa bien distinta es que los argumentos esgrimidos para justificar dicho
rechazo sean aceptables. El argumento matriz que utiliza Habermas para criticar a Grice
es que la sem�ntica intencional no tiene como prioridad el entendimiento sino la acci�n
orientada a fines (es decir, las acciones estrat�gicas). El motivo de esta interpretaci�n es
que la sem�ntica intencional nos obliga, seg�n afirma el autor frankfurtiano, a llevar a
cabo una suposici�n contraintuitiva como es la de reducir el significado a las intenciones.
Tal y como afirma en Pensamiento postmetafísico, todo an�lisis de los procesos de
entendimiento se gu�a por intuiciones; por tanto, el reconocimiento de intenciones
implica el manejo de un recurso contraintuitivo al no tener como objetivo dicho
entendimiento. �Aporta Habermas alg�n fundamento a esta tesis o la formula bas�ndose
simplemente en un presupuesto antimentalista que act�a como criterio a la hora de tomar
proposicionalmente diferenciada, es G. H. Mead. Si bien es cierto que el autor frankfurtiano nos advierte de que la propuesta te�rica de Mead no es concluyente, s� defiende que nos aporta un recurso prometedor para llevar a cabo dicha explicaci�n. Este recurso prometedor consiste en poder explicar el tr�nsito desde la interacci�n mediada por gestos a la interacci�n simb�licamente mediada a trav�s de un proceso de internalizaci�n que ofrece la ventaja a�adida de que obvia la explicaci�n psicol�gica. Mead define una noci�n de significado inmanente a la interacci�n que prescinde de los estados mentales. De esta forma, se justifica el coorigen de significado e intenci�n sin tener que recurrir a las vivencias subjetivas. Sin embargo, Habermas necesita garantizar la naturaleza vinculante del car�cter intersubjetivo de los significados y, para ello, propone completar la explicaci�n interaccionista de Mead con la noci�n de regla del segundo Wittgenstein. No siendo suficiente ninguno de estos recursos te�ricos para salvaguardar su prejuicio antimentalista y sus exigencias trascendentales e intersubjetivas, termina recurriendo a una reformulaci�n de la noci�n fenomenol�gica del mundo de la vida. V�ase: “Sem�ntica intencional”, op. cit., pp. 294-295; Mead, Mind, Self and Society, Universidad de Chicago Press, Chicago, 1934; Mead, The Philosophy of the Act, Universidad de Chicago Press, Chicago, 1938; On Social Psychology, A. Strauss (ed.), Chicago, 1956; A. J. Reck (ed.), Selected Writings, Bobbs Merrill, Indian�polis, 1964. Las recomendaciones de Habermas sobre la bibliograf�a m�s relevante en la que se trata la obra de Mead se exponen en Teoría de la acción comunicativa II, p. 10, nota 2. Habermas analiza la teor�a de la comunicaci�n de Mead (partiendo del lenguaje de gestos que evoluciona hacia una interacci�n mediada simb�licamente mediante el uso de un lenguaje de se�ales y, posteriormente, hacia el habla diferenciada proposicionalmene) en ib�dem II, pp. 13-27. La necesidad de puntualizar la teor�a del significado de Mead utilizando la noci�n de regla del segundo Wittgenstein en ib�dem, pp. 27-37; el paso de la interacci�n mediada por s�mbolos a la interacci�n regida por normas (tr�nsito que es posible gracias a las diferentes funciones que cumple el lenguaje: entendimiento, integraci�n social y socializaci�n) en ib�dem, 37-44; el proceso de formaci�n complementario del mundo subjetivo y social lo analiza Habermas en ib�dem, pp. 44-64. Probablemente, la investigaci�n sobre las neuronas espejo podr�a ayudar a Habermas a la hora de explicar el tr�nsito definido por Mead desde la interacci�n mediada por gestos a la interacci�n mediada por s�mbolos; v�ase, por ejemplo: G. Rizzolatti y C. Sinigaglia, Las neuronas espejo. Los mecanismos de la empatía emocional, Paid�s, Barcelona, 2006 (sobre todo las pp. 150-165).
179
decisiones te�ricas? M�s bien lo segundo. Prueba de ello, es el argumento que esgrime
para resolver el an�lisis cr�tico de la sem�ntica intencional de Grice: “Para una teor�a de
la acci�n comunicativa solamente resultan instructivas aquellas teor�as anal�ticas del
significado que parten de la estructura de la expresi�n ling��stica y no de las intenciones
del hablante”278. Dicho en otros t�rminos: el an�lisis se resuelve proponiendo como tesis
la premisa a demostrar.
Como ya hemos indicado en repetidas ocasiones, el antimentalismo es un
requisito imprescindible para la teor�a de la acci�n comunicativa; en consecuencia,
Habermas no puede aceptar la sem�ntica intencional. Sin embargo, no es s�lo el
antimentalismo uno de los principios fundamentadores: otro requerimiento de la
propuesta habermasiana es centrar el an�lisis en la noci�n de interacci�n. La teor�a del
significado que se adec�e a las exigencias de la acci�n comunicativa no s�lo debe ser
capaz de definir en t�rminos correctos la noci�n de entendimiento partiendo de la
estructura de las expresiones, tambi�n debe describir c�mo se coordinan entre s� las
personas que interact�an en un proceso comunicativo atendiendo a las diversas funciones
que puede cumplir el lenguaje. Para contemplar estos requerimientos, afirma Habermas,
un buen punto de partida es el modelo org�nico de B�hler.
4.1.2. Revisión del modelo orgánico de Bühler: aportaciones de la filosofía analíticay pretensiones de validez
El modelo de B�hler279, que se define como una teor�a de la comunicaci�n,
parte de la noci�n semi�tica de un signo que el hablante utiliza con la finalidad de
entenderse con el oyente sobre objetos o estados de cosas. Estos signos pueden ser
utilizados con tres funciones distintas: la funci�n cognitiva, que sirve para describir un
estado de cosas (s�mbolo); la funci�n expresiva, que se utiliza para manifestar las
vivencias del hablante (s�ntoma), y la funci�n apelativa, que permite plantear exigencias a
los receptores (se�al)280. En principio, Habermas coincide con B�hler en la necesidad de
diferenciar estas tres funciones del lenguaje. Sin embargo, para que estas tres funciones
definidas adquieran relevancia te�rica, puntualiza, tienen que cumplirse una serie de
278 Teoría de la acción comunicativa I, p. 354.279 K. B�hler, Sprachtheorie. Die Darstellungsfunktion der Sprache, Verlag von Gustav Fischer, Jena, 1934; traducido al castellano por Juli�n Mar�as, Teoría del lenguaje, Revista de Occidente, Madrid, 1950. 280 Habermas insiste en el hecho de que la teor�a del significado s�lo podr� dar raz�n del car�cter prometedor de la teor�a de la comunicaci�n de B�hler en la medida en que sea capaz de proporcionar el mismo fundamento para las funciones apelativa, expresiva (y po�tica de Jakobson) que la sem�ntica veritativa proporcion� a la funci�n expositiva.
180
exigencias: 1) hay que darles una interpretaci�n m�s amplia, 2) se tiene que mejorar el
tratamiento semi�tico y 3) tienen que desligarse del contexto de la psicolog�a del
lenguaje. Con la primera exigencia Habermas quiere profundizar en el an�lisis
trascendental del lenguaje intentando demostrar que es un medio en el que las tres
funciones est�n internamente relacionadas (con lo cual, no es l�cito reducir el an�lisis del
lenguaje a una visi�n instrumental que incida s�lo en la funci�n cognitiva y, por ende,
s�lo en la pretensi�n de verdad). Con la segunda reformulaci�n el objetivo que persigue
es incidir en la noci�n de interacci�n o coordinaci�n de acciones. Con la tercera exigencia
la finalidad es garantizar que el an�lisis del significado se lleve a cabo en t�rminos
antimentalistas.
Habermas remite s�lo de manera indirecta a las cr�ticas y precisiones que, desde
el �mbito de la psicolog�a y de las ciencias del lenguaje, se han formulado al modelo de
B�hler281. Este hecho se justifica porque, seg�n afirma, las puntualizaciones m�s
importantes las ha aportado el �mbito de la filosof�a anal�tica282. Dichas puntualizaciones
son las m�s relevantes porque mejoran la teor�a de la comunicaci�n desde dentro, o sea,
utilizando como recurso el an�lisis formal de las reglas que determinan el uso de las
expresiones ling��sticas283. En este sentido, las tres corrientes de la filosof�a anal�tica que
m�s han aportado son la sem�ntica referencial, la sem�ntica veritativa y la pragm�tica284.
Si hablamos de la sem�ntica referencial tenemos que remitirnos a Carnap285
quien, inspir�ndose en la teor�a del signo de Peirce y Morris, emprende el an�lisis de la
funci�n cognitiva del signo desde una perspectiva sint�ctica. Una de las consecuencias
m�s importantes de esta nueva forma de concebir el an�lisis del signo es que va a ser el
sistema o la oraci�n (en vez del signo aislado) quien se convierta en portador del
significado. Dicha oraci�n posee una forma definida por las reglas sint�cticas y un
281 V�ase: G. Beck, Sprechakte und Sprachfunktionen, Niemeyer, Tubingen, 1980; W. Buse, “Funktionen und Funktion der Sprache”, Schlieben-Lange (ed.), Sprachtheorie, Quelle & Meyer, Heidelberg, 1975.282 Excepci�n hecha con R. Jakobson, “Linguistics and Poetics”, T. A. Sebeok (ed.), Style and Language, MIT Press, Nueva York-Londres, 1960, pp. 350-377. 283 Mejorar la teor�a de la comunicaci�n desde dentro supone no aplicar una actitud externa u objetivista; desarrollar un an�lisis formal implica aprehender la estructura general. Circunstancias coincidentes, como vemos, con los presupuestos habermasianos. 284 El �mbito de la discusi�n qued� dominado b�sicamente por estas tres corrientes, afirma Habermas, debido al fracaso del behaviorismo ling��stico a la hora de explicar la noci�n de significado sin tener en cuenta el contexto, la identidad de los significados ling��sticos y la adquisici�n de la competencia para generar expresiones ling��sticas. 285 “Ueberwindung der Metaphysik durch logische Analyse der Sprache”, Erkenntnis 2, 1931; Logische Syntax der Sprache, Springer, Wien, 1934; Introduction to Semantics (Studies in Semantics, volumen I), Harvard University Press, Cambridge, 1942; Formalization of Logic (Studies in Semantics, volumen II), Harvard University Press, Cambridge, 1943; Meaning and Necessity: A Study in Semantics and Modal Logic, University of Chicago Press, Chicago, 1947.
181
contenido semántico que se establece por la referencia a los objetos o estados de cosas.
Con su sintaxis lógica (y los supuestos fundamentales de la semántica referencial) Carnap
es capaz, afirma Habermas, de emprender el análisis formal de la función expositiva del
lenguaje. Sin embargo, la función apelativa y expresiva (las otras dos funciones del
lenguaje reconocidas por el modelo orgánico de Bühler) son consideradas ámbitos
pragmáticos y, en consecuencia, son relegadas a un análisis de tipo empírico. Someter la
función expresiva y apelativa del lenguaje a una interpretación empirista no es admisible
para el autor frankfurtiano en la medida en que las tres funciones tienen que ser objeto de
un análisis formal con la finalidad de evitar contagios objetivistas. Hay que esperar, por
tanto, a la semántica veritativa para que la teoría del significado se establezca
definitivamente como ciencia formal.
La semántica veritativa fundada por Frege, y desarrollada por el primer
Wittgenstein, Davidson o Dummett, privilegia la relación que el lenguaje mantiene con el
mundo. Desde esta perspectiva, el significado de una oración se entiende en la medida en
que se sepa bajo qué condiciones es verdadera dicha oración: el significado de un
elemento de la oración se conoce en la medida en que se conozca la aportación que hace
ese elemento a la verdad de la oración. Ahora bien, la gran contribución de la semántica
veritativa, afirma Habermas, es que dicha concepción teórica es capaz de clarificar la
relación que existe entre el significado de una expresión y la validez de la oración. ¿Por
qué es importante para Habermas incidir en esta posible aportación? Porque la interpreta
como un antecedente de su propia intención teórica que consiste en relacionar significado
y pretensión de validez286. Sin embargo, la propuesta de la semántica veritativa es
insuficiente en la medida en que, al basarse en la función cognitiva del lenguaje, sólo se
preocupa por relacionar la verdad con el significado, siendo objetivo de Habermas asociar
la noción de significado con la esfera de la verdad, de la rectitud y de la veracidad287.
Independientemente de que podamos discutir la solidez de esta afirmación
(hecho en el que incidiremos sobre todo en el capítulo quinto) creo que existe un
argumento de base que también podría ser objeto de debate: determinar si la estructura y
286 Vínculo al que hacemos mención en el capítulo segundo y que analizaremos en el capítulo quinto. 287 Según afirma Jiménez Redondo, cuando Habermas profundiza en el análisis de la semántica veritativa (Jiménez Redondo supone que a través del libro de Tugendhat, Introducción a la filosofía analítica del lenguaje, Gedisa, Barcelona, 2003) tuvo que reconocer la crítica formulada por McCarthy en la que se hace referencia a la posibilidad de que la acción comunicativa implicase una falacia petitio principii. La reacción habermasiana supuso la conversión de la pragmática universal en una teoría del significado a partir de Teoría de la acción comunicativa. De esta forma, Habermas emprende una reformulación de la semántica veritativa, no limitando la relación de significado y validez a la verdad sino ampliándola a otras dimensiones; véase: Metafísica y política en la obra de J. Habermas, pp. 161-162 y 168-175.
182
din�mica de la validez se conciben de forma semejante en el contexto habermasiano y en
el de la sem�ntica veritativa. Sin entrar por el momento en detalles, creo que existen
diferencias importantes entre una concepci�n te�rica en la que la validez se asocia a
procesos de inferencia que, utilizando como recurso el lenguaje formal, intenta evitar las
indeterminaciones del lenguaje ordinario (como ocurre con la Conceptografía fregeana o
el Tractatus de Wittgenstein) y la concepci�n de validez habermasiana. Habermas
propone una noci�n de validez que, tal y como indicamos en el cap�tulo segundo, toma
como referencia para su constituci�n las esferas de valor weberianas. Estamos hablando,
por tanto, de una noci�n de validez de origen sociol�gico. En esta circunstancia puede
resultar un tanto forzado identificar la noci�n de validez habermasiana (que, en definitiva,
act�a como un referente trascendental en el proceso racional de argumentaci�n) y la
noci�n de validez de la sem�ntica veritativa. Prueba de ello es que Habermas llega a
afirmar que el prop�sito expresado por Frege de vincular verdad y validez puede
interpretarse como una empresa pragm�tica, afirmaci�n que podr�a ser objeto de un
severo debate288.
La gran contribuci�n de la sem�ntica referencial y verificacionista es que,
haciendo frente a las interpretaciones psicologistas que el giro cartesiano impone al
an�lisis ling��stico, son capaces de independizar el significado de las intenciones del
sujeto (error en el que, por el contrario, incurre la sem�ntica intencional como vimos en el
apartado anterior). De esta forma, disocian el an�lisis del significado de los estados
mentales aproxim�ndose al planteamiento habermasiano. Sin embargo, tambi�n incurren
288 En la teor�a de Frege se analiza la relaci�n existente entre significado y validez en el seno de las proposiciones simples de tipo asert�rico, de tal forma que la noci�n sem�ntica de verdad sirve para explicar el sentido de las expresiones ling��sticas. El sentido de una proposici�n determinada depende de las condiciones en las que dicha proposici�n es verdadera. Si las proposiciones s�lo pueden tener sentido en la medida en que reflejan un pensamiento completo, el significado de las palabras particulares debe evaluarse en funci�n de la contribuci�n que hagan a la proposici�n. Pero, si tenemos en cuenta que cada palabra puede participar en la formaci�n de proposiciones distintas, tendr�amos que concluir que todas las expresiones de un lenguaje est�n relacionadas sem�nticamente. Este hecho vuelve a plantear el problema de la determinaci�n sem�ntica de las proposiciones simples, por lo que Frege se ve obligado a manejar un principio de composici�n: el significado de la expresi�n compleja deriva del significado de los elementos que la componen. Por otro lado, al defender la supremac�a de las oraciones sobre las palabras, rechaza la perspectiva tradicional que considera los s�mbolos de tipo ling��stico fundamentalmente como nombres de objetos. Frege describe las oraciones simples utilizando como recurso el modelo de una funci�n a la que se le pueden atribuir diversos valores, con lo cual, puede demostrar c�mo la referencia a objetos y la predicaci�n de cualidades se relacionan entre s� insistiendo en la necesidad de diferenciar entre sentido y referencia. Estos conceptos fregeanos de sentido, referencia y verdad, nos recuerda Habermas, definen la funci�n expositiva del lenguaje, funci�n del lenguaje de la que derivan serios problemas para la concepci�n hermen�utica.V�ase: Frege, Begriffsschrift, eine der arithmetischen nachgebildete Formelsprache des reinen Denkens, Halle, 1879; Funktion und Begriff, 1891 en la Jenaische Gesellschaft f�r Medizin und Naturwissenschaft; “�ber Sinn und Bedeutung”, Zeitschrift für Philosophie und philosophische Kritik, N. F. 100, 1892; “�ber Begriff und Gegenstand”, Vierteljahrsschrift für wissenschaftliche Philosophie, 16, 1892.
183
en un grave error, seg�n diagn�stico del propio Habermas: al centrarse en la funci�n
cognitiva del lenguaje, abstraen el significado de la oraci�n frente al significado de la
emisi�n; es decir, centran su an�lisis en las expresiones ling��sticas y no en las relaciones
pragm�ticas289. La consecuencia de este hecho es que se desliga el significado de los
contextos de acci�n, con lo cual, se estar�a desatendiendo uno de los requisitos m�s
sobresalientes de la teor�a de la acci�n comunicativa: incluir el an�lisis del proceso
interactivo. S�lo con las aportaciones del segundo Wittgenstein, Austin y Searle, sigue
afirmando el autor frankfurtiano, la perspectiva sem�ntica del significado transita del
an�lisis de las oraciones al an�lisis de las acciones ling��sticas. S�lo con la teor�a
pragm�tica del significado se reconoce la importancia de la interacci�n y de las tres
funciones del lenguaje reclamadas por el modelo org�nico de B�hler.
De la propuesta te�rica del segundo Wittgenstein se podr�a hacer una lectura
intencionalista, defiende Habermas, si se hace hincapi� en la tesis de que el
entendimiento de una lengua implica el dominio de una t�cnica. Para justificar esta
posible interpretaci�n intencionalista de las tesis wittgensteinianas, Habermas se sirve del
ejemplo de los alba�iles descrito en las Investigaciones Filosóficas afirmando que, si nos
centramos en dicho ejemplo, puede llegar a entenderse que el significado de las
emisiones deriva de las actividades y de los fines que persiguen los sujetos implicados290.
289 Un claro ejemplo que demuestra las deficiencias en las que incurri� el tr�nsito de la filosof�a de la conciencia a la filosof�a del lenguaje llevado a cabo en el �mbito de la sem�ntica formal inspirada en Frege es el an�lisis del fen�meno de la autoconciencia. Habermas, coincidiendo en este punto con E. Tugendhat, defiende que las oraciones de vivencias emitidas en primera persona del singular son un medio m�s adecuado para analizar el concepto de yo que el recurso intuitivo del saberse a sí mismo. Sin embargo, la perspectiva sem�ntica no es capaz de representar de manera adecuada la noci�n consigo mismo ya que, al incidir en la relaci�n di�dica que se define entre la oraci�n y el estado de cosas, se limita a los aspectos epist�micos (por lo que las vivencias se conciben como estados internos y, por tanto, como entidades del mundo). Para llevar a cabo el an�lisis correcto de la noci�n consigo mismo (que en la tradici�n filos�fica se trat� equivocadamente en t�rminos de autoconciencia) se tiene que completar la perspectiva sem�ntica con la perspectiva pragm�tica. Es, por tanto, la corriente te�rica iniciada por el segundo Wittggenstein y Austin la que permite superar la visi�n formalista al reconocer la importancia de una esfera pragm�tica que pone de manifiesto la estructura proposicional y realizativa del habla. El paso siguiente consiste, seg�n defiende Habermas, en analizar los presupuestos pragm�ticos universales que posibilitan la formaci�n de un consenso racionalmente motivado, tarea de la que �l mismo se har� cargo. A pesar de lo afirmado, Habermas est� de acuerdo con D. Henrich en que resulta dif�cil analizar en t�rminos sem�nticos el problema de la autoconciencia. Pero este hecho no puede servir de excusa, puntualiza, para remitir el an�lisis de las expresiones gramaticales al contexto de la filosof�a de la conciencia; v�ase: Pensamiento postmetafísico, pp. 34; 29-37; 184-185.290 Este ejemplo se plantea inicialmente en la secci�n 2 de las Investigaciones Filosóficas: “Imagin�mosno un lenguaje para el que vale una descripci�n como la que ha dado Agust�n: El lenguaje debe servir a la comunicaci�n de un alba�il A con su ayudante B. A construye un edificio con piedras de construcci�n; hay cubos, pilares, losas y vigas. B tiene que pasarle las piedras y justamente en el orden en que A las necesita. A este fin se sirven de un lenguaje que consta de las palabras “cubo”, “pilar”, “losa”, “viga”. A las grita –B le lleva la piedra que ha aprendido a llevar a ese grito-. Concibe �ste como un lenguaje primitivo completo”, Investigaciones Filosóficas, p. 19. Lo que pretende Wittgenstein con dicho ejemplo es matizar las tesis ling��sticas defendidas por Agust�n de Hipona en Confesiones. El objetivo de esta matizaci�n es
184
Pero, tal y como el propio Habermas reconoce, existe una diferencia fundamental entre la
propuesta pragm�tica de Wittgenstein y la sem�ntica intencional: el autor de las
Investigaciones Filosóficas entiende la pr�ctica de los juegos de lenguaje como una
forma com�n de acci�n, y no como acciones estrat�gicas que se definen en solitario. Por
tal motivo, sigue puntualizando el autor frankfurtiano, no puede afirmarse que la teor�a
del significado como uso defienda el car�cter instrumental del lenguaje sino que, por el
contrario, incide en la praxis ling��stica como un proceso inserto en una forma de vida291.
En este sentido, Habermas considera especialmente importantes dos
aportaciones te�ricas de las Investigaciones Filosóficas: que la funci�n expositiva del
lenguaje pierda su posici�n de privilegio y que las nociones de significado y regla se
definan de manera vinculada. Con la primera aportaci�n se�alada, el segundo
Wittgenstein es capaz de superar las limitaciones cognitivistas en las que incurren la
sem�ntica referencial y veritativa al tener en cuenta las m�ltiples funciones que puede
cumplir el lenguaje292. De esta forma, Wittgenstein es capaz de incluir en su an�lisis los
aspectos pragm�ticos de la comunicaci�n evitando la falacia abstractiva denunciada por
Apel y que implica olvidar al sujeto que toma parte en la interacci�n293. Con la segunda
aportaci�n realizada -definiendo el significado en relaci�n a un concepto de regla que
confirma su naturaleza p�blica al constituirse como un indicador de caminos- Habermas
celebra que Wittgenstein haya reconocido el car�cter intersubjetivo del significado. Estas
aportaciones te�ricas son especialmente relevantes para la teor�a de la acci�n
comunicativa por dos motivos: 1) porque reconocer las diversas funciones del lenguaje
implica confirmar la tr�ada de B�hler lo que, al tiempo, es interpretado por Habermas
proponer la noci�n de juego de lenguaje como f�rmula te�rica m�s adecuada para definir la din�mica de aprendizaje ling��stico atendiendo a sus m�ltiples funciones y formas de vida. 291 Esta concepci�n no estrat�gica del lenguaje, que adem�s concibe el significado en t�rminos de actividad o praxis, resulta muy favorable a los intereses habermasianos. Las nociones wittgensteinianas de juego de lenguaje o forma de vida sirven a Habermas para apuntalar su propuesta comunicativa al incidir en una interacci�n socialmente configurada a la que �l se encargar� de dar una interpretaci�n trascendental con el objetivo de adecuarla plenamente a las exigencias de la teor�a de la acci�n comunicativa. Prueba de ello es, por ejemplo, la lectura que hace de la noci�n de juego de lenguaje o forma de vida como conceptos que apuntan a un saber de fondo compartido intersubjetivamente (es decir, al mundo de la vida) y que representan las m�ltiples funciones que puede cumplir el lenguaje. Ello no es �bice para que en “El retorno de Wittgenstein”, Perfiles filosófico-políticos, p. 198, Habermas le critique a este autor el hecho de que sufriese las reminiscencias del positivismo hasta el punto de que no es capaz de analizar adecuadamente la relaci�n que existe entre los juegos de lenguaje y las formas de vida.292 Aunque en esta relativizaci�n de la importancia concedida a la funci�n cognitiva del lenguaje, afirma Habermas, quiz� Wittgenstein haya cometido algunos excesos. Recordar lo comentado en el apartado 3.2.293 Falacia que Apel define en, por ejemplo, Transformation der Philosophie II, Frankfurt, 1971. La falacia abstractiva hace referencia a aquellos an�lisis que centran su inter�s en los aspectos sint�cticos y sem�nticos del lenguaje, obviando los componentes pragm�ticos. Al obviarse los elementos pragm�ticos se elimina al sujeto de la argumentaci�n.
185
como un reconocimiento de las pretensiones de rectitud y veracidad y 2) porque
reconocer la naturaleza pública e intersubjetiva de los significados le sirve al autor
frankfurtiano como base para justificar el antimentalismo y su expresada necesidad de
que los significados se definan como significados compartidos.
Si bien es cierto que el nivel de precisión conceptual de las Investigaciones
Filosóficas es mejorable y que, por tanto, puede dar lugar a ambigüedades, creo que en
determinadas ocasiones Habermas somete la propuesta de Wittgenstein a unas
interpretaciones muy forzadas con el objetivo de adaptarla a los presupuestos de la teoría
de la acción comunicativa. Una prueba es la interpretación que hace Habermas del
ejemplo de los albañiles propuesto en las Investigaciones Filosóficas. Con este ejemplo,
lo que pretende Wittgenstein, básicamente, es poner de manifiesto la necesidad de
precisar la noción de proceso comunicativo haciendo referencia a las múltiples formas
que pueden adoptar los juegos de lenguaje. Sin embargo, el autor frankfurtiano plantea la
posibilidad de que dicho ejemplo pueda ser objeto de una interpretación intencionalista.
¿Por qué? Porque la situación descrita no se adapta al modelo cooperativo que Habermas
impone a la interacción comunicativa orientada al entendimiento. Entre el obrero A y el
obrero B parece definirse una situación estratégica en la que A utiliza el lenguaje con el
objetivo de reclamar objetos y B interactúa satisfaciendo con sus acciones dichos
reclamos. Interpretando de esta forma el ejemplo propuesto por Wittgenstein, A y B no
parecen adecuarse a un modelo de interacción en la que los sujetos debaten pretensiones
con la finalidad de establecer un acuerdo racionalmente motivado; más bien, da la
sensación de que A y B se relacionan con un objetivo estratégico. Teniendo en
consideración que Habermas identifica el reconocimiento de intenciones con las acciones
estratégicas, es una conclusión lógica que califique esta interpretación del ejemplo
wittgensteiniano como intencionalista. Creo, sin embargo, que este hecho pone de
manifiesto cuál es el grado de influencia que ejercen los presupuestos de la teoría de la
acción comunicativa en la interpretación habermasiana. El propio Habermas reconoce
que, a pesar de que sería posible atribuir un sesgo intencionalista al ejemplo propuesto
por Wittgenstein, existen claras diferencias entre la propuesta pragmática de este autor y
la semántica intencional (diferencias que, por otro lado, se manifiestan repetidamente, y
de forma muy explícita, en las Investigaciones Filosóficas cuando Wittgenstein enuncia
su negativa a remitir el análisis del significado a los estados internos).
Con el objetivo de superar las limitaciones teóricas detectadas en la propuesta
del segundo Wittgenstein, Habermas recurre a la teoría de los actos de habla de Austin y
186
Searle. Esta teor�a de los actos de habla es un buen punto de partida para fundamentar la
acci�n comunicativa, afirma. El motivo principal es que dicha teor�a logra tener en cuenta
las diversas funciones del lenguaje incorporando, gracias al componente ilocucionario del
acto de habla294, la esfera interpersonal y la dimensi�n pr�ctica en la que se inserta el
habla. Otra ventaja, no menos relevante, es que la teor�a de los actos de habla es capaz de
contemplar la relaci�n que el lenguaje mantiene con el mundo a trav�s de las condiciones
de cumplimiento que act�an como requisito para que el acto de habla sea exitoso. Aunque
dicha teor�a la analizaremos con mayor detalle en el cap�tulo quinto, quiero exponerla,
aunque sea de forma muy esquem�tica, con el objetivo de clarificar las razones que
abocan a Habermas a proponer una serie de presupuestos que permitan solventar sus
deficiencias.
Austin295 define la noci�n de acto de habla despu�s de una ardua reflexi�n sobre
las expresiones realizativas (aquellas con las que decimos y hacemos algo) y las
constatativas (aquellas que describen el mundo)296. Despu�s de experimentar
hipot�ticamente con diversos criterios que pudiesen servir para justificar la distinci�n
establecida entre ambos conjuntos de expresiones (vocabulario, forma gramatical...) llega
a la conclusi�n de que la mejor opci�n te�rica es intentar unificar ambas dimensiones
(constatativa y realizativa) en el acto de habla297. Este acto de habla est� integrado por
tres componentes: la locuci�n (lo que decimos al hablar o contenido proposicional), la
ilocuci�n (lo que se hace al decir algo) y la perlocuci�n (los efectos que provoca el acto
de habla)298. Mientras que la locuci�n y la ilocuci�n son componentes convencionales, la
perlocuci�n es un componente no convencional al representar la ligaz�n de significado y
estado mental.
294 Aunque ya incidiremos en ello en el cap�tulo quinto, el acto de habla es la unidad m�nima de an�lisis para la corriente pragm�tica del significado. Este acto de habla suele, a nivel anal�tico, dividirse en una serie de componentes. El componente ilocucionario es el componente del acto de habla que remite a lo que hacemos al decir algo (prometer, preguntar, amenazar...). Habermas atribuye a este componente del acto de habla la cualidad de representar la interacci�n social. 295 How to do things with words, Oxford University Press, Oxford UK, 1962; traducci�n al castellano: Cómo hacer cosas con palabras, Paid�s, Barcelona, 1982.296 Si Austin hubiese planteado su distinci�n inicial entre expresiones constatativas y realizativas en t�rminos de uso cognitivo e interactivo del lenguaje, concluye Habermas, dicha distinci�n hubiese dado lugar a una mayor rentabilidad te�rica.297 V�ase, Cómo hacer cosas con palabras, conferencias I-VIII.298Ib�dem: conferencia VIII, pp. 138-152. V�ase tambi�n: R. Searle, “Austin on Locutionary and Illocutionary Acts”, Philosophical Review, vol. 77, n� 4, 1968. En el cap�tulo quinto analizaremos en qu� t�rminos define Habermas la ilocuci�n y la perlocuci�n para garantizar el universalismo exigido por su pragm�tica formal.
187
Austin defiende que el significado del acto de habla radica en el componente
locucionario299; cuando nos referimos a la ilocuci�n hablamos de que �sta posee una
fuerza ilocucionaria (un acto de habla posee la fuerza de una promesa, de una amenaza,
etc). Mientras que el componente locucionario representa el contenido proposicional de la
expresi�n y fundamenta el uso cognitivo del lenguaje, el componente ilocucionario
representa la relaci�n interpersonal entablada entre las personas que forman parte de un
proceso interactivo. Al reconocer dicha relaci�n interpersonal, afirma Habermas, Austin
logra superar el reduccionismo cognitivista en el que incurren la sem�ntica referencial y
veritativa. Pero esta estrategia tambi�n encierra un riesgo, puntualiza el autor
frankfurtiano, y es debilitar el criterio de verdad hasta el punto de que no seamos capaces
de explicar adecuadamente la funci�n cognitiva del lenguaje. Para elaborar una teor�a del
significado que sea capaz de asumir las diversas funciones que puede cumplir el lenguaje
tenemos que incluir el an�lisis de la funci�n apelativa y expresiva sin menospreciar la
funci�n cognitiva, como ocurre en el caso de Wittgenstein o Austin.
Un autor que, seg�n Habermas, puede superar las deficiencias te�ricas
detectadas en la teor�a de los actos de habla de Austin es Searle300. Una de las
aportaciones m�s importantes de Searle es la noci�n de regla constitutiva. Las reglas
constitutivas son un conjunto de reglas que poseen la peculiaridad de crear la actividad
que regulan (que es lo que ocurre, por ejemplo, con la regla de los juegos). Estas reglas
299 Austin divide el componente locucionario en una serie de subcomponentes: el subcomponente f�nico (la emisi�n de sonidos), f�tico (ordenaci�n gramatical de dichos sonidos) y r�tico (atribuci�n de sentido y referencia). El significado reside, seg�n Austin, en el subcomponente r�tico de la locuci�n. Al ubicar el significado en el subcomponente r�tico, Austin pone de manifiesto la influencia recibida de Frege. La fuerza ilocucionaria, por su parte, se encarga de matizar pragm�ticamente el significado locucionario. De esta forma, Austin se acoge a las facilidades te�ricas ofrecidas por una concepci�n sem�ntica del significado, lo que le permite definir �ste en t�rminos literales y convencionales. Las consecuencias de esta elecci�n es que el componente del acto de habla privilegiado te�ricamente por Austin es la locuci�n, mientras que Habermas centra su inter�s en la ilocuci�n. En el propio uso de esta terminolog�a (fuerza y significado) detecta Habermas reminiscencias de un prejuicio descriptivista por parte de Austin que le hacen priorizar el significado de la oraci�n. Aunque, en sentido contrario, el autor frankfurtiano criticatambi�n el planteamiento de W. P. Alston por darle prioridad al significado pragm�tico frente el significado ling��stico. El motivo de esta cr�tica se centra en el hecho de que el planteamiento de Alston pasa por alto dos circunstancias relevantes que ata�en a los significados ling��sticos y, por tanto, a su posible estatus te�rico: por un lado, la autonom�a relativa del significado de las oraciones en relaci�n a los diversos contextos y, por otro, la mayor independencia de estos significados respecto a las intenciones de los hablantes; v�ase: W. P. Alston, “Meaning and Use”, Rosenberg, Travis (eds), Readings in the Philosophy of Languaje, Englewoods Cliffs, Prentice Hall, 1971. 300 Speech Acts: An essay in the Philosophy of Language, Cambridge University Press, Cambridge, 1969 (traducci�n al castellano: Actos de habla, C�tedra, Madrid, 1990); Expresión and Meaning, Cambridge University Press, Cambridge, 1979; Intentionality, Cambridge University Press, Cambridge, 1983; Minds, Brains and Science, Cambridge Mass, Harvard University Press, 1984; Mind, Language and Society. Philosophy in the Real World, Basic Book, New York, 1998. V�ase tambi�n: C. Corredor Lanas, “Intentos de formulaci�n de una teor�a general de actos de habla (el estudio de J. Searle por parte de J. Habermas)”, ∆α�μων, Revista de Filosofía, n� 6, 1993, pp. 119-130.
188
constitutivas determinan la estructura del lenguaje301. �Por qu� considera Habermas que
Searle hace una buena aportaci�n con la noci�n de regla constitutiva? Porque la noci�n
de una regla constituyente que determina el uso correcto de los actos de habla se vincula
con mucha facilidad a la naturaleza universal e intersubjetiva atribuida por Habermas a
las pretensiones de validez. La noci�n de regla constitutiva supera as�, seg�n la
interpretaci�n del autor frankfurtiano, los errores de la teor�a del infortunio de Austin.
La teor�a del infortunio de Austin es un conjunto de condiciones que debe
cumplir una manifestaci�n para ser considerada afortunada o no (es decir, exitosa o
no)302. La dificultad principal de esta teor�a del infortunio, tal y como veremos en el
cap�tulo siguiente, es que remite a una fundamentaci�n institucionalmente ligada; es
decir, el �xito de un acto de habla no depende de la aceptaci�n racional de los sujetos
implicados sino de un procedimiento convencional establecido institucionalmente. A
diferencia de la teor�a del infortunio de Austin, la noci�n de regla constitutiva de Searle
se�ala la senda a una concepci�n universalista de la estructura ling��stica. Sin embargo, a
pesar de esta importante aportaci�n, la propuesta de Searle no queda libre de objeciones.
En su intento por reformular la propuesta te�rica de Austin, Searle comete el error de
concebir la noci�n de validez reduci�ndola a la verdad. Para justificar esta cr�tica, el autor
frankfurtiano centra su an�lisis en uno de los criterios utilizados por Searle para llevar a
cabo la clasificaci�n de actos de habla: la direcci�n de ajuste303. Este criterio (que
establece si en un determinado acto de habla es el lenguaje el que se adapta al mundo o el
mundo al lenguaje) proporciona un fundamento muy restrictivo para definir
adecuadamente la clasificaci�n ya que s�lo se puede aplicar sin tensiones te�ricas al
�mbito de los actos de habla constatativos (es decir, a aquellos actos de habla que
describen el mundo). Pero los errores en los que incurre la propuesta de Searle no se
reducen a esta equ�voca interpretaci�n de la noci�n de validez, sigue puntualizando
301 El sistema de las reglas constitutivas estar�a integrado por la regla preparatoria, la regla de contenido proposicional, la regla de sinceridad y la regla esencial; Actos de habla, pp. 42-51 y 62-133. Analizaremos estas reglas con m�s profundidad en el cap�tulo quinto. 302 Este conjunto de condiciones implica, en primer lugar, que exista un procedimiento convencional aceptado, que las personas y las circunstancias implicadas sean las correctas, que el procedimiento sea correcto y completo, que exista concordancia entre lo que se manifiesta y los pensamientos o sentimientos y que se sea capaz de actuar en consecuencia; Cómo hacer cosas con palabras, conferencia II, pp. 53-65. 303 A la direcci�n de ajuste se le suman otros criterios como pueden ser el prop�sito del acto de habla, los estados mentales expresados, la posici�n de hablante y oyente, etc.; v�ase: “A Taxonomy of Illocutionary Acts”, K. Gunderson (ed.), Language, Mind and Knowledge, University of Minnesota Press, Minneapolis, 1975; traducci�n al castellano: “Una taxonom�a de los actos ilocucionarios”, L. M. Vald�s Villanueva (comp.), La búsqueda del significado, Tecnos, Madrid, 2000, pp. 453-479.
189
Habermas: �sta tambi�n puede ser objeto de cr�tica por aportar una definici�n no
adecuada del significado.
En “Observaciones sobre Meaning, Communication and Representation de John
Searle”304, Habermas acusa a este autor de haber adoptado una perspectiva intencionalista
del significado. Tal y como se expone en Speech Acts, la comprensi�n de los actos de
habla se fundamenta en el fin ilocucionario. El punto de partida presupuesto por Searle
(que se basa en el caso paradigm�tico de las promesas) es que los sujetos implicados en
un proceso interactivo comparten la misma lengua. Pues bien, el dato m�s significativo de
su giro intencionalista, afirma Habermas, consiste en que pone en entredicho lo que antes
conceb�a como un presupuesto: que la lengua es un elemento compartido por el emisor y
el receptor. De esta forma, Searle le atribuye un car�cter mentalista al significado (lo que
lo aproxima a la propuesta intencionalista de Grice) al concebirlo como un hecho
derivado de una serie de intenciones preling��sticas y ajenas al proceso de interacci�n. La
intenci�n que acompa�a a un emisor que decide usar una expresi�n determinada se
transforma en una representaci�n “r” que es verdadera en la medida en que “r” exista.
Para fundamentar su cr�tica, Habermas se basa en el ejemplo en el que Searle
propone sustituir la oraci�n asert�rica “En este motor se ha roto el eje” por un dibujo. De
esta forma, Searle defiende que un conductor o conductora que no domine la lengua de
un determinado pa�s puede comunicarse con el mec�nico o mec�nica con el objetivo de
que le repare el coche. El error que Habermas detecta en este ejemplo es que el dibujo (es
decir, la representaci�n pict�rica del eje roto) puede ser perfecta si permite conocer el
estado de cosas representado, independientemente de su empleo comunicativo. Dicho en
otros t�rminos: el �xito del dibujo deriva de su capacidad para representar un estado de
cosas y no del establecimiento de una interacci�n comunicativa. As�, mientras que
Habermas insiste en la necesidad de que un acto de habla exprese un estado de cosas, una
relaci�n interpersonal y la intenci�n de un hablante, Searle deriva las dos �ltimas
condiciones de la primera. Si aceptamos el planteamiento de Meaning, Communication
and Representation, afirma el autor frankfurtiano, tenemos que ser capaces de
fundamentar dos tesis de gran calado (tesis de gran calado que, adem�s, suponen un serio
riesgo para los fundamentos de la teor�a de la acci�n comunicativa habermasiana).
La primera tesis exige justificar que la representaci�n mental del estado de cosas
es prioritaria, frente a la representaci�n ling��stica, en lo concerniente a las condiciones
304 Pensamiento postmetafísico, pp. 138-151; R. E. Grandy y R. Wagner (eds.), Philosophical Grounds of Rationality, Clarendon Press, Oxford, 1986.
190
que determinan el uso exitoso de un acto de habla. El peligro que encierra esta primera
formulaci�n es que establece la posibilidad de representarnos mentalmente un
determinado estado de cosas sin necesidad de utilizar una lengua (lo que nos puede llevar
a la situaci�n de admitir que dicha representaci�n es posible, incluso, en la circunstancia
de que no domin�semos ninguna lengua en absoluto). Obviamente, esta conclusi�n es
absurda, afirma Habermas, en la medida en que la representaci�n de un estado de cosas
supone una lengua y una pr�ctica en dicho contexto. La segunda tesis exige justificar que
los componentes ilocucionarios pueden definirse por medio de las representaciones y de
las actitudes proposicionales. Si se parte del presupuesto de que el significado de las
expresiones remite a la representaci�n de los estados de cosas, el entendimiento de la
oraci�n depender� del grado de conocimiento de las condiciones que hacen verdadera a
dicha oraci�n. Al extender este requisito a los actos de habla no constatativos se est�
admitiendo que los componentes de tipo ilocucionario se diferencian entre s� dependiendo
del sentido de la representaci�n de las emisiones y de la actitud que los hablantes adoptan
en relaci�n con los estados de cosas representados.
A Habermas esta exigencia le parece err�nea defendiendo, por el contrario, que
los actos ilocucionarios no pueden definirse recurriendo, �nicamente, a la direcci�n de
ajuste y a la actitud proposicional. Para definir los actos ilocucionarios, afirma, tenemos
que tener en cuenta las diversas pretensiones de validez que pueden ponerse de
manifiesto en un acto de habla. De esta forma, la persona receptora tiene que tomar
postura ante las pretensiones de validez planteadas por la persona emisora, con lo cual, el
modelo intersubjetivista del significado es capaz de rescatar al oyente de la pasividad al
que lo condena el modelo intencionalista. El error de la propuesta intencionalista del
significado, y por tanto de Searle en la medida en que pueda dar lugar a una
interpretaci�n de este tipo, es que no reconoce el protagonismo de la persona que act�a
como oyente; es decir, no reconoce la implicaci�n de dicho oyente a la hora de tener que
aceptar o rechazar las pretensiones de validez planteadas por la persona que act�a como
emisora (motivo por el cual, el modelo comunicativo que ejemplifica la sem�ntica
intencional es, necesariamente, incompleto)305.
Vemos c�mo en este balance de m�ritos y errores, Habermas, por un lado, elogia
a Searle el hecho de que haya sido capaz de superar las limitaciones “institucionalistas”
de la teor�a del infortunio de Austin y, por otro, le critica el que se limite a definir la
305 E. Lepore y R. Gulick (eds.), John Searle and his Critics, Basil Blackwell, Oxford, 1991, pp. 17-56 o K. O. Apel, Semiótica trascendental y filosofía primera, S�ntesis, Madrid, 2002, pp. 91-132.
191
validez como verdad y que asuma un posible giro intencionalista. Tanto el elogio como
las cr�ticas son consecuencia de una interpretaci�n condicionada por la necesidad de
justificar su teor�a comunicativa. A Habermas le interesa la reformulaci�n planteada por
Searle en t�rminos de reglas constitutivas porque supone avanzar por la senda de una
posible explicaci�n trascendental del significado: Searle pretende sustituir el enfoque
ling��stico de la propuesta de Austin por una perspectiva en la que se incide en la
estructura general del lenguaje306. Sin embargo, Habermas detecta un error en la
propuesta te�rica de este autor, el cual impide que su teor�a culmine en la reivindicaci�n
del consenso racional. Esa limitaci�n hace referencia, como ocurr�a en el caso de Austin,
a las pretensiones de validez. Seg�n la interpretaci�n habermasiana, Searle es incapaz de
sacar el m�ximo rendimiento a su teor�a del lenguaje al no teorizar las distintas
dimensiones de validez que subyacen a las diversas funciones ling��sticas (limit�ndose,
por el contrario, a la pretensi�n de verdad). Resulta llamativo, no obstante, que Habermas
critique a Searle por limitarse a la verdad bas�ndose, para ello, en la noci�n de direcci�n
de ajuste.
La direcci�n de ajuste no es m�s que una de las, al menos, doce dimensiones en
las que Searle cree necesario incidir para llevar a cabo una clasificaci�n de actos
ilocucionarios. Es curioso que, en referencia al conjunto de criterios o dimensiones,
Habermas repare en la direcci�n de ajuste haci�ndola responsable de que Searle no tenga
en cuenta otras pretensiones de validez distintas a la verdad. Es l�gico que con este
criterio Searle evoque de alguna manera la noci�n de verdad porque lo que pretende es
analizar la forma en que el contenido proposicional de un acto de habla “encaja” con el
mundo. Pero eso no significa que su inter�s est� centrado �nica y exclusivamente en la
noci�n de verdad y, ni siquiera, que tenga inter�s por definir la validez de la verdad. Da
la sensaci�n de que Habermas necesita hacer referencia a las tres pretensiones de validez
(verdad, rectitud y veracidad) y aprovecha la circunstancia de que Searle evoque la
verdad para hacerle ver que es necesario completar la verdad con la rectitud y la
veracidad.
La reivindicaci�n de las pretensiones de validez obliga a Habermas a criticar a
Searle por haber incurrido en lo que �l denomina un giro intencionalista del significado.
Esta cr�tica tambi�n merece alg�n comentario. El hecho de que Searle recurra al dibujo
306 Searle distingue entre Filosof�a Ling��stica y Filosof�a del Lenguaje. Sus objetivos te�ricos se insertan en el contexto de la Filosof�a del Lenguaje; Actos de habla, pp. 13-14.
192
como representación pictórica no es ni anecdótico ni baladí para Habermas. Tal y como
afirma en Pensamiento postmetafísico:
(...) Searle no hubiera escogido el ejemplo de una exposición pictórica si lo único que le hubiese importado hubiese sido la trivial afirmación de que un estado de cosas lingüísticamente disponible podemos hacérnoslo también presente con independencia de toda intención actual de entendernos con otro. Manifiestamente, el ejemplo tiene por fin apoyar la afirmación menos trivial de que podemos representarnos in mente un estado de cosas sin hacer uso (sea con fines de exposición o de comunicación) de una lengua307.
Esta cita refleja con claridad los intereses que inspiran a Habermas cuando acusa
a Searle de incurrir en un giro intencionalista: si Searle sustituye la expresión lingüística
por un dibujo, se puede interpretar que el significado de dicha expresión sustituida es
equivalente al estado mental que el dibujo produce en el receptor o receptora. Es decir, el
dibujo sustituye la expresión por la representación mental de un estado de cosas. Esta
sustitución es inadmisible para Habermas en la medida en que, prescindiendo de las
expresiones lingüísticas (es decir, del aspecto público del significado), se tiene que
recurrir a los estados mentales provocados por la representación pictórica. Esta situación
se agrava si, tal y como afirma el autor de Pensamiento postmetafísico, de la propuesta de
Searle deriva la afirmación de que podemos representar un estado de cosas sin dominar
siquiera una lengua, es decir, recurriendo a la mera evocación de estados mentales cuya
naturaleza sería prelingüística. En la interpretación que Habermas lleva a cabo de las tesis
defendidas por Searle en Meaning, Communication and Representation subyacen, no
obstante, tres prejuicios teóricos íntimamente relacionados: el primero es su ya
mencionado antimentalismo, según el cual el significado tiene que ser definido de forma
intersubjetiva; el segundo, es disociar los estados mentales del lenguaje afirmando que
éstos poseen una naturaleza prelingüística; el tercero, es creer que la comunicación
depende única y exclusivamente de la expresión lingüística pública. Con este tercer
prejuicio Habermas pone de manifiesto su creencia de que el lenguaje por antonomasia es
el lenguaje verbal y que, por tanto, éste es el recurso privilegiado para transmitir
significados públicos e intersubjetivos.
De Wittgenstein es aceptable su noción del lenguaje como actividad y la
definición de regla concebida como un criterio intersubjetivo que garantiza el uso público
(es decir, antimentalista) de las expresiones; es objeto de crítica, por el contrario, por no
incidir en la noción de interacción y desatender la función cognitiva del lenguaje. Austin,
307 p. 142.
193
por su parte, sí reconoce la importancia de la interacción social gracias al componente
ilocucionario del acto de habla pero, al mismo tiempo, tampoco es capaz de definir dicha
interacción como una coordinación racional de acciones basada en la crítica de las
pretensiones de validez. Austin tampoco logra definir adecuadamente la función
cognitiva del lenguaje. Searle avanza en la buena dirección al proponer una definición de
la estructura del lenguaje en términos constitutivos, pero no logra transitar hacia la noción
de consenso racionalmente motivado al no ofrecer la adecuada atención a las pretensiones
de rectitud y veracidad, centrando el análisis en la dirección de ajuste. En definitiva, las
teorías pragmáticas del significado realizan aportaciones valiosas pero ninguna de ellas
reconoce la condición necesaria para ser asumida como núcleo central de la teoría
comunicativa habermasiana: esta condición es el reconocimiento del sistema de
pretensiones integrado por la verdad, la rectitud y la veracidad. Reconocer el
protagonismo teórico de las pretensiones de validez es un requisito importante para
Habermas en la medida en que dicho sistema de pretensiones sirve de fundamento a una
concepción comunicativa de la racionalidad que incide en la interacción orientada al
entendimiento. Para que el modelo comunicativo de Bühler pueda servir de sustento
teórico al modelo de acción orientada al entendimiento tenemos que asumir el análisis
pragmático de la noción de validez:
Para que la teoría bühleriana de las funciones del lenguaje pueda asociarse con los métodos y planteamientos de la teoría analítica del significado, y convertirse en la pieza central de una teoría de la acción orientada al entendimiento, es menester generalizar el concepto de validez allende el de validez veritativa de las proposiciones, e identificar condiciones de validez no ya sólo en el plano semántico de las oraciones, sino también en el plano pragmático de las emisiones308.
Para cumplir con este objetivo y superar los errores cometidos por las diversas
teorías del significado analizadas (es decir, la semántica referencial, la semántica
veritativa y la perspectiva pragmática) Habermas propone una pragmática de tipo formal
o universal. Los presupuestos en los que se sustenta dicha concepción pragmática son el
dualismo, el antimentalismo y el anticientificismo. Habermas salvaguarda así los
principios que han inspirado su trayectoria teórica desde los ya lejanos planteamientos de
Conocimiento e interés.
308 Teoría de la acción comunicativa I, p. 357.
194
4.2. La pragmática formal como empresa reconstructiva y la necesidad de criterios trascendentes
La pragm�tica formal se inspira en la pragm�tica emp�rica (la representada por
autores como el segundo Wittgenstein, Austin o Searle) llevando a cabo una
reformulaci�n importante: propone una noci�n de significado que, asociada a las
pretensiones de validez, se constituye como garante de la racionalidad comunicativa309.
La pragm�tica formal es una investigaci�n que tiene por objeto reconstruir la base de
validez del habla clarificando de esta forma las diversas funciones pragm�ticas que
cumple el lenguaje. �sta se define como una labor reconstructiva en la medida en que
debe identificar las condiciones universales de validez con el objetivo de jutificar la
relevancia del entendimiento310.
309 La primera formulaci�n de la pragm�tica formal la expone Habermas en “Observaciones preparatorias para una teor�a de la competencia comunicativa”, art�culo escrito entre 1969 y 1970 y publicado en Habermas/Luhmann, 1971. Esta primera formulaci�n se completa en “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje” (1970-1971); “Teor�as de la verdad” (1972) y “�Qu� significa pragm�tica universal?” (1976); todos en Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos. Estas formulaciones constituyen la estructura nuclear de Teoría de la acción comunicativa. 310 Habermas reconoce como un error de su primera formulaci�n te�rica (representada por Conocimiento e inter�s) el no haber diferenciado de manera conveniente entre autorreflexi�n y reconstrucci�n. En consecuencia, en la “La pretensi�n de universalidad de la hermen�utica” (1970) o en la Introducci�n a la edici�n de 1971 de Teoría y praxis, Habermas declara la necesidad de diferenciar entre autorreflexi�n y reconstrucci�n: la autorreflexi�n clarifica las experiencias que los sujetos tienen respecto a su competencia comunicativa pero sin analizar esa competencia; las reconstrucciones racionales, por el contrario, s� permiten explicar dicha competencia. El impulso para llevar a cabo la reconstrucci�n de los sistemas de reglas procede de los discursos, afirma Habermas, en la medida en que en ellos presuponemos las condiciones que definen el habla racional; v�ase: “Introducci�n a la nueva edici�n de Teoría y praxis: algunas dificultades en el intento de mediar teor�a y praxis”, Teoría y praxis, pp. 33-35. Tras su recepci�n del giro ling��stico Habermas pretender� reconstruir el sistema de reglas que constituye la competencia de los sujetos mediante una teor�a del significado que se define como n�cleo de una pragm�tica de tipo universal. Tal y como reconoce Habermas en “R�plica a objeciones”, op. cit., p. 412, las cr�ticas formuladaspor Bubner sobre la noci�n de autorreflexi�n le influyeron a la hora de distinguir entre la autorreflexi�n definida como cr�tica y la reconstrucci�n racional; v�ase: R. Bubner, “Habermas’ Concept of Critical Theory”, J. B. Thompson y D. Held, (eds), Habermas. Critical Debates, The MIT Press, Cambridge Mass., 1982. Para profundizar en estas cr�ticas: T. McCarthy, La Teoría Crítica de Jürgen Habermas, pp. 116-127; “Ep�logo” op. cit., pp. 302-309; “Algunas dificultades en el intento de mediar teor�a y praxis”, op. cit., pp. 13-48 o R. J. Bernstein, “Introducci�n”, Habermas y la modernidad, C�tedra, Madrid, 1988, pp. 30-32. Por otro lado, en el “Ep�logo”, op. cit., pp. 302-309, Habermas matiza las diferencias existentes entre autorreflexi�n y autoobservaci�n. En las pp. 333-337, analiza la diferencia existente entre reconstrucci�n y autocr�tica. Por otro lado, E. Prieto Navarro eval�a la tensi�n definida entre autorreflexi�n y reconstrucci�n en op. cit., pp. 354-371. Sobre la noci�n de autorreflexi�n en Habermas, v�ase por ejemplo: H. Ottman, “Intereses cognitivos y Autorreflexi�n”, Critical Debates, op. cit., pp. 79-97.
195
4.2.1. La pragmática formal como investigación reconstructiva
Habermas reconoce su deuda con una serie de autores cuyas aportaciones
te�ricas pueden considerarse v�lidas para el dise�o emergente de una pragm�tica
universal o formal311. Entre estos autores destacan Humboldt (de quien retoma la noci�n
de an�lisis formal y la diferencia establecida entre el lenguaje como proceso y el
lenguaje como estructura), la gram�tica generativa de Chomsky (quien reconstruye el
sistema de reglas que constituye la realidad simb�lica), Wittgenstein (de quien retoma la
noci�n de lenguaje como actividad y su empe�o por definir la interacci�n comunicativa
en t�rminos intersubjetivos)312, Schiffer (quien aporta su an�lisis sobre la relaci�n
existente entre significado e intenci�n) y, fundamentalmente, los autores que han
iniciado y desarrollado la teor�a de los actos de habla: Austin, Searle y Wunderlich.
La teor�a de los actos de habla aporta a la pragm�tica formal una unidad de
an�lisis (el acto de habla)313, un componente que puede ser definido convencional e
intersubjetivamente (la fuerza ilocucionaria), as� como el reconocimiento te�rico del
proceso interactivo y de las diversas funciones ling��sticas. Ahora bien, tal y como vimos
en el apartado anterior, a pesar de las ventajas que ofrece este planteamiento a la hora de
orientar el an�lisis del lenguaje desde una perspectiva universal, lo cierto es que incurre
en algunos errores o deficiencias que obligan a Habermas a proponer como alternativa su
pragm�tica formal. En t�rminos generales, el principal error consiste en subestimar la
importancia del entendimiento. De este error deriva el hecho de que no analice de forma
311 Para conocer los argumentos de Manuel Jim�nez Redondo sobre la influencia ejercida por la noci�n de pragm�tica formal en el enfrentamiento te�rico Habermas/Luhmann, v�ase: Introducci�n a La lógica de las ciencias sociales, pp. 10-11. Para el enfrentamiento Habermas-Luhmann, v�ase: F. Maciejewski, Theorie der Gesellschaft oder Sozialtechnologie. Beiträge zur Habermas-Luhmann-Diskussión, 1, Suhrkamp, Frankfurt, 1975; F. Maciejewski, Theorie der Gesellschaft oder Sozialtechnologie. Beiträge zur Habermas-Luhmann-Diskussión, 2, Suhrkamp, Frankfurt, 1974; H. J. Giegel, System und Krise. Kritik der Luhmannschen Gesellschaftstheorie, Theorie der Gesellschaft oder Sozialtechnologie. Beiträge zur Habermas-Luhmann-Diskussion 3, Suhrkamp, Frankfurt, 1975. 312 Si Wittgenstein se hubiese planteado seriamente la opci�n de elaborar una teor�a de los juegos de lenguaje, afirma Habermas, dicha teor�a hubiese tenido la forma de una pragm�tica universal.313 Tal y como afirma Habermas en “Notas sobre el desarrollo de la competencia interactiva”, Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos, p. 172: ”Consideramos como unidad elemental del habla al acto de habla, es decir, a la secuencia verbal m�s peque�a en las emisiones de un hablante que en un contexto de comunicaci�n resulta tanto inteligible como aceptable para, a lo menos, otro sujeto capaz de lenguaje y acci�n”. En “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., nota 74, p. 83, Habermas reconoce que el tomar como unidad el acto de habla ya refleja una abstracci�n en la medida en que dicha elecci�n no contempla la circunstancia cotidiana de que los actos de habla suelen aparecer combinados (tipo pregunta-respuesta). Fij�ndonos en la cita, vemos c�mo Habermas afirma que el acto de habla tiene que ser inteligible y aceptable. Esta diferenciaci�n se debe al hecho de que la inteligibilidad ya no se concibe como una pretensi�n de validez sino como una condici�n previa del uso ling��stico. De esta forma, el requisito de inteligibilidad remite a dicha condici�n previa mientras que la aceptabilidad hace referencia a la posibilidad de debatir las tres pretensiones de validez: la verdad, la rectitud y la veracidad. Profundizaremos en la noci�n de aceptabilidad en el cap�tulo quinto.
196
adecuada la relaci�n existente entre significado y validez; que no atienda
convenientemente las tres dimensiones en las que se manifiesta el sistema de
pretensiones; que no defina adecuadamente el proceso de interacci�n comunicativa (que
en muchos casos se limita a ser un mero lugar de “encuentro” subestimando el papel
activo de la persona que act�a como oyente), y que no sea capaz de reconocer la
importancia de los aspectos trascendentales e intersubjetivos de la comunicaci�n314. En
consecuencia, y con el objetivo de solventar estos problemas, la pragm�tica formal tiene
que conceder prioridad te�rica a la noci�n de entendimiento:
La pragm�tica universal tiene como tarea identificar y reconstruir las condiciones universales del entendimiento posible. En otros contextos se habla tambi�n de “presupuestos universales de la comunicaci�n”; pero prefiero hablar de presupuestos universales de la acci�n comunicativa porque considero fundamental el tipo de acci�n orientada al entendimiento315.
Habermas est� de acuerdo con el corte anal�tico establecido entre lengua
(definida como un sistema organizado sint�ctica y sem�nticamente) y habla (definida
como uso de emisiones) que ha desarrollado la perspectiva filos�fica y estructuralista del
lenguaje. Sin embargo, rechaza la tesis de que, debido a este corte anal�tico, la dimensi�n
pragm�tica del habla no pueda someterse a un an�lisis formal siendo susceptible
�nicamente de una descripci�n emp�rica como la que lleva a cabo la psicoling��stica o la
socioling��stica. Frente a esta posible consecuencia reduccionista del corte anal�tico
establecido entre lengua y habla, Habermas defiende que el habla puede ser objeto de un
an�lisis pragm�tico y formal. El an�lisis debe ser pragm�tico porque, desde la propuesta
antipsicologista de Frege y el cambio de visi�n instaurado por las Investigaciones
Filosóficas, el estudio de las cuestiones epistemol�gicas planteado por Hume o Kant debe
314 Seg�n defiende Habermas en la p. 307 de “�Qu� significa pragm�tica universal?”, op. cit., la teor�a de los actos de habla queda en buena medida libre de estas objeciones. Por el contrario, existen corrientes te�ricas claramente incompatibles con las pretensiones de la pragm�tica formal como, por ejemplo, el modelo del behaviorismo ling��stico o el modelo de transmisi�n de noticias (dise�ado a partir de la teor�a de Morris) al no poder dar respuesta al uso intersubjetivo de los significados. 315 “�Qu� significa pragm�tica universal?”, op. cit., p. 299; v�ase tambi�n: “Some Distinctions in Universal Pragmatics”, Theory and Society, 3, pp. 155-167, 1976. Refiri�ndose a la afirmaci�n que se expone en la cita, en “Pragm�tica universal y autonom�a del significado”, op. cit., p. 161, Jim�nez Redondo afirma: “El objeto de la pragm�tica universal es la “reconstrucci�n de la base universal de validez del habla”, esto es, “de los presupuestos universales de la comunicaci�n”. Que las palabras que se emplean en un acto de habla se entiendan s�lo parece entrar en la base universal de validez del habla como condici�n, como condici�n sine qua non, pero como condici�n. El significado parece gozar, pues, de autonom�a respecto de lo que la pragm�tica universal pretende”. La preocupaci�n que explicita Jim�nez Redondo se refiere a la posibilidad de que el entendimiento, al definirse como condici�n de la base universal del habla, se deslige del significado. Si esto fuera as�, el significado se establecer�a aut�nomamente, con lo cual, no se cumplir�a con el objetivo te�rico de la pragm�tica formal: relacionar significado y entendimiento; es decir, significado y validez.
197
ser tratado en estos t�rminos. El an�lisis, por otra parte, debe ser formal porque es
necesario solventar los errores en los que incurre la pragm�tica emp�rica proponiendo una
reconstrucci�n universal. El objetivo del an�lisis formal habermasiano es reconstruir
sistem�ticamente un saber prete�rico; es decir, un conocimiento universal e impl�cito
debidamente acreditado. El objetivo es, en definitiva, demostrar que no s�lo se puede
reconstruir racional y universalmente la competencia ling��stica sino tambi�n la
competencia comunicativa316; no s�lo se puede reconstruir en t�rminos universales la
estructura sint�ctica o superficial de las oraciones sino tambi�n los componentes
pragm�ticos de las emisiones317.
Cuando lo que pretende la persona que act�a como int�rprete no es aplicar el
saber intuitivo sino reconstruirlo, su inter�s interpretativo no se limita a la estructura
superficial del producto simb�lico sino que mira dentro de él. Las ciencias
reconstructivas no tienen por objeto la realidad f�sicamente estructurada sino la realidad
simb�licamente estructurada (coincidiendo, en este caso, con las ciencias hermen�uticas).
No obstante, las ciencias reconstructivas se diferencian de las hermen�uticas en la medida
en que �stas se limitan al an�lisis de las estructuras superficiales mientras que las ciencias
reconstructivas tienen por objeto las estructuras profundas318. Esta nueva perspectiva
316 Para caracterizar a la pragm�tica formal como una empresa reconstructiva Habermas se basa en el dualismo ontol�gico y metodol�gico impl�cito en la distinci�n observación vs comprensión y realidad perceptible vs realidad simbólicamente preestructurada. La observación se refiere a cosas, sucesos o estados perceptibles; la comprensión al sentido de las emisiones. La realidad perceptible es a la que se puede tener acceso directo mediante observaci�n; la realidad simbólicamente preestructurada es aquella en la que el acceso est� mediado comunicativamente a trav�s de la comprensi�n de una emisi�n. A esta distinci�n Habermas hace corresponder el par conceptual descripción vs explicación de significados. La descripción del aspecto de la realidad analizado se lleva a cabo por medio de una oraci�n que refleja una observaci�n. La explicación del significado de una emisi�n se lleva a cabo gracias a una oraci�n que reproduce la interpretaci�n del sentido de un producto simb�lico. En la explicación del significadoHabermas distingue, a su vez, dos etapas: 1) cuando el objeto de la comprensi�n es el contenido de la expresi�n y 2) cuando el objeto de la comprensi�n es el saber intuitivo que poseemos como hablantes. Pero, �no parte Habermas de un presupuesto err�neo al diferenciar entre experiencia sensorial, definida como aquella que permite observar un hecho, y experiencia comunicativa, como la que permite percibir una expresi�n? �Es que acaso en la experiencia comunicativa no se perciben situaciones estimulatorias como los sonidos o las manchas y la experiencia sensorial no remite a procesos interpretativos? 317 V�ase: Habermas, “Towards a theory of communicative competence”, Inquiry, 13, pp. 360-375; Prefacio a la nueva edici�n alemana de 1990 de Historia y crítica de la opinión pública, pp. 22-23 y “�Qu� significa pragm�tica universal?”, op. cit., p. 304. Para clarificar ciertos aspectos de la exposici�n habermasiana y completar con algunas matizaciones del autor, v�ase: T. McCarthy, “Raz�n y racionalizaci�n: la “superaci�n” de la hermen�utica por Habermas”, Ideales e ilusiones. Reconstrucción y deconstrucción en la teoría crítica contemporánea, pp. 139-164. 318 En La reconstrucción del materialismo histórico, pp. 119-120, Habermas plantea de manera tentativa la hip�tesis de que si el avance sociocultural est� relacionado con la evoluci�n de la comunicaci�n hablada tiene que ser factible elaborar una teor�a que describa los aspectos formales del proceso comunicativo. Vislumbra, adem�s, que la tarea de dicha teor�a consiste en llevar a cabo la reconstrucci�n de competencias que se dominan intuitivamente y que permiten la interacci�n y la participaci�n discursiva. Entre sus competencias estar�a el an�lisis del significado, los universales pragm�ticos, las pretensiones de validez, los modos de experiencia, los aspectos de la actuaci�n (social o no social), etapas de la comunicaci�n y medios
198
pone en juego una noci�n de conocimiento que se configura a trav�s del aprendizaje
adquirido por medio de las pr�cticas que tienen lugar en el contexto del mundo de la
vida319. Estas pr�cticas son el reflejo de una estructura profunda que, al ser objeto de una
investigaci�n reconstructiva, explicitan las condiciones universales de validez. La
investigaci�n de esas estructuras profundas hace referencia a un conocimiento intuitivo
que no puede ser analizado en t�rminos cient�ficos. Para justificar esta exigencia
anticientificista Habermas parte de la distinci�n establecida por Ryle320 entre know how y
know that.
El know how hace referencia a la capacidad que posee un sujeto competente para
realizar una determinada operaci�n; el know that es el saber expl�cito que clarifica en qu�
consiste esa capacidad o saber. Una persona posee un saber prete�rico que se constituye
como know how. La persona que act�a como int�rprete no se limita a usar ese
conocimiento impl�cito que tambi�n posee como hablante competente: pretende entender
dicho sistema. Para ello debe transformar el know how en un know that de segundo nivel.
El know that de segundo nivel hace referencia a la explicitaci�n de saber que lleva a cabo
la investigaci�n reconstructiva (estructura profunda). El know that de primer nivel se
refiere a lo que un determinado sujeto quiere decir con su expresi�n y a lo que la persona
que act�a como int�rprete entiende del contenido de la misma (estructura superficial).
Aunque en la mayor parte de los casos los sujetos no son capaces de explicitar su
conocimiento prete�rico, existen determinadas circunstancias en la que esto s� es posible.
Cuando esto ocurre de forma sistem�tica el intento adquiere la forma de ciencia321. En
este caso estar�amos hablando de una ciencia reconstructiva cuya investigaci�n no se
define como emp�rica. Es importante diferenciar la labor de las ciencias emp�ricas y las
ciencias reconstructivas, afirma Habermas, para evitar falsas conclusiones de tipo
naturalista.
de comunicaci�n. La mayor o menor dificultad para llevar a cabo la tarea impuesta por la reconstrucci�n racional depende de la posibilidad de aislar las estructuras profundas. Dicha tarea ser� m�s sencilla en la ling��stica, la antropolog�a (centrada en los sistemas primitivos de parentesco) o en la psicolog�a (en la medida en que su preocupaci�n se dirija a la ontog�nesis de la conciencia moral y del pensamiento). Ser� m�s complicada, por el contrario, en la pragm�tica, la socioling��stica, la etnoling��stica, el an�lisis estructuralista de las im�genes del mundo o en la teor�a ling��stica psicoanal�tica (encargada del an�lisis de la comunicaci�n distorsionada). V�ase tambi�n: J. Recas Bay�n, Hacia una hermenéutica crítica. Gadamer, Habermas, Apel, Vattimo, Rorty, Derrida y Ricoeur, Biblioteca Nueva, Madrid, 2006, pp. 191-289. 319 En un primer momento, Habermas asocia la labor reconstructiva al conocimiento de una conciencia intuitiva de regla; v�ase: “Un fragmento (1977): el objetivismo en las ciencias sociales”, op. cit., pp. 496-506. Esta conciencia intuitiva de regla ser� posteriormente matizada gracias a la interpretaci�n comunicativa de la noci�n fenomenol�gica de mundo de la vida. 320 G. Ryle, The Concept of Mind, Hutchinson’s University Library, Londres, 1949.321 “Acciones, operaciones, movimientos corporales”, op. cit., pp. 233-259.
199
Las ciencias reconstructivas son emp�ricas porque tienen que contrastarse con la
conducta efectiva de la gente322. Ahora bien, no son emp�ricas en el mismo sentido que
las ciencias emp�rico-anal�ticas porque las ciencias reconstructivas no pueden basarse en
la observaci�n directa para obtener datos: en este caso hay que utilizar procedimientos de
tipo may�utico con el objetivo de conseguir informaci�n de los sujetos competentes. En
este contexto, adem�s, la finalidad no es elaborar leyes sino reconstrucciones de
estructuras profundas que ponen de manifiesto la l�gica que subyace a la producci�n de
los fen�menos objeto de experiencia comunicativa323. Otra diferencia importante
existente entre la labor reconstructiva y el an�lisis cient�fico es que, en la medida en que
el conocimiento cient�fico se basa en procedimientos convencionales, da lugar a un
conocimiento de tipo contraintuitivo:
Una teor�a emp�rico-anal�tica en sentido estricto puede (por lo general es lo que hace) refutar el saber cotidiano que precient�ficamente poseemos acerca de un �mbito objetual, y sustituirlo por un saber te�rico correcto, considerado, al menos provisionalmente, como verdadero. En cambio, una propuesta de reconstrucci�n puede representar de forma m�s o menos expl�cita y adecuada el saber prete�rico, pero no puede nunca falsarlo. Como falsa podr� revelarse a lo sumo la reproducci�n de la intuici�n de un hablante, pero no esa intuici�n misma324.
Las reconstrucciones nunca podr�n falsar el conocimiento prete�rico aunque
puedan representarlo de una forma m�s o menos expl�cita, o m�s o menos adecuada.
Falsa puede ser la reproducci�n de la intuici�n, pero no la propia intuici�n: no existe la
posibilidad de que se den intuiciones falsas en la medida en que el saber prete�rico
impide esa circunstancia. Desde el momento en que la intuici�n forma parte de los datos
no puede criticarse, ya que los datos s�lo se pueden explicar o aclarar pero no criticar.
Por lo tanto, las reconstrucciones tienen un car�cter (en cierta medida) esencialista en la
medida en que las reconstrucciones, cuando son verdaderas, se corresponden con el saber
impl�cito de los sujetos competentes, hecho que no ocurre en las ciencias nomol�gicas325.
322 Una cuesti�n que no est� libre de ambig�edades es la del car�cter emp�rico de las ciencias reconstructivas. En algunas ocasiones, Habermas diferencia claramente entre las ciencias emp�ricas y las ciencias reconstructivas. Sin embargo, en otras circunstancias defiende que las ciencias reconstructivas son emp�ricas pero no nomol�gicas, �c�mo es posible que una ciencia que tiene por objeto el sistema de reglas de una competencia universal no act�e nomol�gicamente?323 Estas reconstrucciones racionales no tienen consecuencias pr�cticas en el sentido del desarrollo eficiente de determinadas habilidades como el razonar o el hablar, por ejemplo.324 “�Qu� significa pragm�tica universal?”, op. cit., pp. 314-315. 325 Respecto a la cr�tica realizada por Mary Hesse en “Science and Objectivity”, Thompson y Held, op. cit., Habermas aclara que el car�cter esencialista que atribuye a las ciencias reconstructivas no implica que sus hip�tesis no puedan tener un car�cter falible, como hemos indicado. Aunque la explicitaci�n de una capacidad impl�cita, puntualiza, no mantiene la misma relaci�n interna que el estado de cosas con la descripci�n te�rica; v�ase: “R�plica a objeciones”, op. cit., p. 470.
200
La obtención de los datos a partir de la intuición de los sujetos es el principio de su propia
explicación. El límite de las ciencias reconstructivas lo impone el conocimiento ordinario,
lo que impide trascender los límites de la psicología popular.
De lo expuesto hasta el momento hay un hecho que creo debe ser objeto de
algún comentario: que el anticientificismo habermasiano se justifique elogiando la labor
intuitiva de las ciencias reconstructivas frente al conocimiento contraintuitivo de las,
denominadas por el autor frankfurtiano, ciencias empírico-analíticas. El objetivo de las
ciencias reconstructivas es llevar a cabo una representación adecuada del saber preteórico
que poseen los sujetos competentes, nunca falsarlo o modificarlo. Por el contrario, las
ciencias empírico-analíticas, según asegura la propuesta comunicativa habermasiana, es
capaz de falsar su objeto de estudio. La pregunta que me sugiere dicha afirmación es la
siguiente: ¿las ciencias empírico-analíticas falsan el objeto de estudio o las descripciones
no adecuadas de dicho objeto? Si analizamos el proceso histórico-evolutivo de las
ciencias empíricas, creo que la conclusión a la que debemos llegar es que dichas ciencias
se preocupan por mejorar las descripciones del objeto. Y, tal y como demuestra el
rendimiento tecnológico de este ámbito científico, la finalidad de dicha evolución
descriptiva es explicar y predecir con la mayor certeza posible su objeto de análisis. En
oposición a esta labor investigadora que llevan a cabo las ciencias empíricas, Habermas
describe la metodología de las ciencias reconstructivas en términos mayéuticos. Pero, ¿de
dónde deriva la capacidad del intérprete social para definir adecuadamente el
procedimieno mayéutico? ¿Acaso cuenta con una capacidad superior a la del lego? De ser
cierta esta afirmación, ¿cómo puede defender Habermas este presupuesto si lo rechaza
por definición?
La metodología mayéutica sólo puede explicitar el saber preteórico que poseen
los sujetos comunicativamente competentes. En este ámbito no es posible una explicación
causal, afirma Habermas, en la medida en que la reconstrucción del conocimiento
implícito impide dicho tipo de explicación. El objetivo de las ciencias empíricas es
elaborar leyes; el de las ciencias reconstructivas es reproducir de forma adecuada un
conocimiento implícito e intuitivo que sólo puede llegar a explicitarse utilizando como
recurso el conocimiento ordinario. Las ciencias reconstructivas representan un proceso
reflexivo (no empírico) que tiene por objeto una competencia humana: la competencia
comunicativa. De esta forma, Habermas opone la reflexión al conocimiento empírico;
¿querrá decir con ello que el conocimiento científico no es reflexivo? Dada la
circunstancia de que Habermas se basa en la necesidad impuesta por sus propias
201
definiciones para intentar justificar su dualismo metodológico, ¿las ciencias
reconstructivas son algo más que un recurso ad hoc utilizado para justificar la
imposibilidad de trascender un saber preteórico?
Habermas afirma que existe una importante diferencia entre las ciencias
descriptivas y las ciencias reconstructivas: mientras que las primeras analizan su objeto
mediante interpretaciones convencionales, las reconstrucciones son semejantes a las
estructuras profundas que tratan de explicitar; o sea, para reconstruir el know how
implícito no utilizamos conceptos convencionales sino que nos basamos en las categorías
que se explicitan gracias a la autocomprensión de los sujetos. El error que comete
Habermas en este caso es confundir el know how implícito con el conocimiento
preteórico que poseen los sujetos sobre dicho know how; es decir, confunde el
conocimiento intuitivo que poseemos sobre el objeto a analizar con el propio objeto a
analizar. Habermas obvia, de esta forma, algo tan evidente como que el conocimiento que
pretendemos poseer sobre nuestras competencias no tiene por qué ser un conocimiento
adecuado. Si aceptamos esta premisa, las ciencias reconstructivas también podrían verse
obligadas a falsar el conocimiento preteórico que poseemos sobre el know-how,
contradiciendo así otra importante premisa habermasiana: aquella que se refiere al hecho
de que las ciencias experimentales sí falsan el conocimiento preteórico mientras que las
ciencias reconstructivas no.
Recurriendo a estos argumentos, Habermas justifica su dualismo metodológico
afirmando que, frente a la capacidad explicativa y predictiva de las ciencias empíricas,
hay que elogiar la labor de las ciencias reconstructivas cuya metodología se limita al
acceso intuitivo proporcionado por el sentido común. La razón de este elogio es que las
ciencias reconstructivas mantienen una relación privilegiada con su objeto de estudio en
la medida en que son capaces de coincidir en términos esencialistas con el saber implícito
sometido a reconstrucción racional. Por el contrario, las ciencias empíricas (al basarse en
procedimientos contraintuitivos o convencionales) son incapaces de describir de forma
esencialista su objeto de estudio pudiendo, incluso, falsarlo. A raíz de esta argumentación
me surge una pregunta: ¿el saber preteórico es objeto de análisis o, por el contrario, es la
premisa que determina las características metodológicas que debe asumir dicho análisis?
Si las ciencias reconstructivas sólo pueden explicitar el saber preteórico (es decir,
constatarlo), ¿cuál es el margen de análisis de dicho procedimiento reconstructivo?;
¿existe la posibilidad de refinar las descripciones del saber preteórico hasta el punto de
detectar las ideas erróneas que manejamos sobre los demás y sobre nosotras y nosotros
202
mismos? La ciencia reconstructiva remite a una noci�n de totalidad que exige limitar el
an�lisis a los recursos proporcionados por la psicolog�a popular.
Las reconstrucciones racionales, al explicitar las condiciones de validez que
definen los contextos comunicativos, sirven para identificar los casos de comunicaci�n
distorsionada y, por tanto, para ejercer una funci�n cr�tica. Tomar conciencia de las
estructuras universales de validez favorece nuestra capacidad de cr�tica al permitirnos
distinguir entre las normas que pueden ser superadas, debido a su car�cter transitorio, y
las reglas que poseen una naturaleza cuasitrascendental326. Si las reconstrucciones
racionales describen condiciones de validez generales, dichas reconstrucciones analizan
elementos universales que configuran competencias, tambi�n universales, de la especie
humana. Al tener el saber prete�rico este car�cter universal, la mera explicaci�n de
significados se termina convirtiendo en la reconstrucci�n de competencias universales de
la especie humana. Estas reconstrucciones adquieren el car�cter de teor�as generales327.
Las competencias universales de la especie humana son tres: la competencia
cognitiva (analizada por Piaget), la ling��stica (analizada por Chomsky) y la
comunicativa (cuyo an�lisis emprende Habermas). Estas tres competencias tienen que
ser objeto de una reconstrucci�n horizontal y de una reconstrucci�n vertical. La
reconstrucci�n horizontal del sistema de reglas fundamentales y de sus conexiones (de la
l�gica, del habla, de la interacci�n, etc.) debe completarse con la reconstrucci�n vertical a
la que compete el an�lisis de la l�gica interna del proceso de adquisici�n de dichas
326 En “Discusi�n con Niklas Luhmann (1971): �teor�a sist�mica de la sociedad o teor�a cr�tica de la sociedad?”, op. cit., pp. 411-412, Habermas expone c�mo esta capacidad cr�tica permite que los presupuestos b�sicos del habla racional se conviertan en un mecanismo de autoilustraci�n al definir la constituci�n de la voluntad colectiva. Abundando en esta misma idea, en Facticidad y validez, pp. 82-83, afirma que los planteamientos reconstructivos son necesarios en la medida en que hay que explicar c�mo es posible la integraci�n social a pesar de los procesos inestables de socializaci�n. Por ello, la sociolog�a comprensiva debe entenderse como una ciencia que procede en t�rminos reconstructivos. Como nos se�alaHabermas en la Introducci�n de Verdad y justificación, pp. 9-10, la pragm�tica formal permite concebir la teor�a de la comunicaci�n y de la racionalidad, fundamentando as� la teor�a cr�tica y definiendo una v�a discursiva para la moral, el derecho y la actuaci�n democr�tica.327Debemos reconocer, afirma Habermas, que las aportaciones realizadas a la reconstrucci�n de estructuras que definen competencias universales han sido numerosas. En este sentido, se pueden mencionar las aportaciones realizadas por el paradigma del juego de roles; el interaccionismo simb�lico y la teor�a fenomenol�gica de la acci�n inspirada en los presupuestos te�ricos de Sch�tz; las corrientes que parten de las formas de vida del segundo Wittgenstein, as� como la etnometodolog�a y la etnoling��stica; la recepci�n cr�tica de la teor�a de rol social por parte de la antropolog�a filos�fica o de la teor�a cr�tica de la sociedad (recepci�n que ha permitido el an�lisis de la violencia estructural); el psicoan�lisis, que ha contribuido llevando a cabo el estudio de las estructuras motivacionales normales y desviadas, o la psicolog�a anal�tica del yo que ha proporcionado algunas aportaciones interesantes sobre el desarrollo del yo y de la identidad. Sin embargo, todas estas corrientes te�ricas resultan insatisfactorias para Habermas en la medida en que no son capaces de diferenciar las tres dimensiones evolutivas en las que incide el autor frankfurtiano (la dimensi�n cognitiva, la ling��stica y la interactiva) teniendo que demostrar, adem�s, c�mo en cada una de estas dimensiones existen unas estructuras universales ordenadas desde un punto de vista l�gico-evolutivo; v�ase: “Notas sobre el desarrollo de la competencia interactiva”, op. cit., p. 164.
203
competencias328. En relación a cada una de estas competencias se puede reconstruir un
conjunto de estructuras universales que se constituye en torno a la naturaleza externa, el
lenguaje y la sociedad. Estos tres ámbitos referidos al conocimiento, el habla y la
interacción confluyen en un punto de vista unificador que es la identidad del yo.
Habermas reconoce su deuda con el estructuralismo genético de Piaget a la hora
de llevar a cabo el análisis de las estructuras normativas desde la perspectiva lógico-
evolutiva. Siguiendo la intuición de U. Oevermann, Habermas afirma que la
reconstrucción racional se puede entender como una versión modificada de la abstracción
reflexiva piagetiana. La abstracción reflexiva define el mecanismo de aprendizaje que
posibilita el tránsito entre las fases que integran el desarrollo cognitivo. Este desarrollo da
lugar a una serie de capacidades que son el resultado conjunto de un proceso de
maduración y aprendizaje que discurre en una secuencia de estadios que se caracterizan
por su complejidad creciente. Lo llamativo de esta referencia teórica es que, con el
objetivo de adaptar la psicología evolutiva piagetiana a sus premisas anticientificistas,
Habermas impone a la noción de abstracción reflexiva una interpretación trascendental: la
abstracción reflexiva se asemeja a la reflexión trascendental, afirma el autor
frankfurtiano, en la medida en que reconstruye los elementos formales que, como
esquemas de acción, no aparecen originariamente de forma explícita en el conocimiento.
Por tal motivo, el estructuralismo genético de Piaget es un claro ejemplo de cómo en un
mismo proyecto pueden combinarse presupuestos reconstructivos (es decir, formales o
cuasitrascendentales) y presupuestos empíricos329. La labor investigadora de las ciencias
reconstructivas (y, por tanto, el estructuralismo genético de Piaget en la medida en que
constituye un buen ejemplo de dicha labor según el planteamiento habermasiano) permite
superar la distinción ontológica establecida entre lo empírico y lo trascendental. Como
vemos, al margen de las intenciones teóricas de Piaget cuya investigación se inserta en el
ámbito de las ciencias empíricas, Habermas insiste en considerar la psicología evolutiva
piagetiana como un ejemplo de procedimiento cuasitrascendental. Al mismo tipo de
interpretación somete Habermas el estudio de Chomsky sobre la competencia lingüística.
Uno de los méritos más destacados de Chomsky, asegura Habermas, ha sido
elaborar una teoría de la gramática cuyo objeto de análisis no es el habla sino el
lenguaje330. La finalidad de dicha teoría gramatical es explicitar el sistema de reglas por
328 Intento ejemplificado, afirma Habermas, por Marx, Freud, Piaget y Chomsky. 329 Véase: El discurso filosófico de la modernidad (doce lecciones), p. 355. 330 Por ejemplo, en Aspects of Theory of Syntaxis, Cambridge Mass, 1965.
204
medio de las cuales los sujetos competentes pueden generar y entender expresiones
lingüísticas. La manifestación de esta competencia hace referencia a un saber de tipo
intuitivo que tiene que ser reconstruido por dicha teoría gramatical explicitando el know
how de los sujetos competentes. De esta forma, la lingüística define una referencia teórica
que sirve como reflejo de un sistema de reglas pragmático-universal. Esta afirmación la
sustenta en dos constataciones teóricas: a) la gramática generativa representa una
investigación universalista cuyo objetivo es exponer los universales gramaticales que
subyacen a las lenguas concretas y b) la gramática generativa se concibe como una
gramática transformacional en la cual las expresiones lingüísticas son estructuras
superficiales que se forman a partir de unas estructuras profundas o subyacentes.
Sin embargo, y a pesar de las significativas aportaciones mencionadas, el
programa chomskyano de reconstrucción de la competencia lingüística ha sido objeto de
una serie de críticas que debemos analizar, afirma Habermas. Para llevar a cabo este
análisis toma en consideración las dos principales críticas formuladas: por un lado, las
críticas planteadas a la fiabilidad de las intuiciones de los hablantes y, por otro, las
críticas formuladas a la relación existente entre la gramática mental y la gramática de la
teoría lingüística. En relación a la fiabilidad de la intuición de los hablantes se han
realizado, a su vez, dos tipos de críticas: la primera plantea serias dudas sobre la
posibilidad de que la lingüística reconstructiva pueda convertirse en una teoría sobre la
competencia lingüística de los sujetos defendiendo, por el contrario, que no es más que
una mera teoría sobre la comprensión intuitiva que los sujetos poseen de sus
competencias; la segunda crítica se centra en el hecho de que los juicios intuitivos de los
sujetos no son fiables.
Habermas responde a la primera de estas críticas relacionada con la fiabilidad de
la intuición afirmando que lo que realmente subyace a la misma es una confusión entre
los paradigmas empírico-analíticos y reconstructivos331. Las reconstrucciones se refieren
a un saber preteórico que se manifiesta en la producción de expresiones de un lenguaje
ordinario y en la evaluación del nivel de gramaticalidad de esas expresiones. Lo que se
intenta reconstruir es el proceso de generación de las oraciones que los sujetos consideran
correctamente formadas; por el contrario, las emisiones en la que los sujetos valoran las
oraciones que se les presenta (emisiones metalingüísticas) son parte de la obtención de
datos pero no son objeto de reconstrucción. En último término, esta crítica se basa en la
331 Crítica planteada, por ejemplo, por Levelt en Formal Grammars in Linguistic and Psycholinguistics, I-III, Mouton, Paris, 1974.
205
asociación incorrecta de la intuición de los sujetos con el paradigma de la propia
investigación. Contra la segunda crítica antes mencionada en relación a la fiabilidad,
Habermas aduce que el error radica en creer que cuando hablamos de saber intuitivo nos
referimos a un saber preteórico que no puede justificarse discursivamente. En este
sentido, el autor frankfurtiano considera adecuado y suficiente el procedimiento utilizado
por Chomsky que consiste en partir de los casos más claros para dilucidar los casos
menos claros utilizando las encuestas como recurso.
Respecto a la segunda dificultad metodológica señalada (la que pone en duda la
correlación existente entre la gramática mental y la gramática del lingüista), Habermas
reconoce el obstáculo al que tenemos que enfrentarnos si queremos dar una respuesta
satisfactoria a tal planteamiento. En este sentido, la principal matización que hace el autor
frankfurtiano se refiere a la necesidad de debilitar la hipótesis de Chomsky sobre la
posibilidad de considerar la teoría de la gramática como una representación adecuada de
las disposiciones innatas que posee el niño o la niña. Frente a esta afirmación, Habermas
defiende, por el contrario, que la teoría de la gramática puede entenderse como
representación de la competencia lingüística del sujeto ya adulto. Esta competencia es el
resultado de un proceso de aprendizaje reconstruible en términos racionales, por lo que la
teoría gramatical de Chomsky, a pesar de ser susceptible de algunas matizaciones en lo
tocante a su innatismo, representa un caso consolidado de empresa reconstructiva. Con
esta contraargumentación lo que pretende Habermas es poner de manifiesto que la crítica
planteada por la psicolingüística a la teoría de la correlación deriva de su enfoque
experimental. Este enfoque experimental no le permite captar adecuadamente la
diferencia existente entre competencia y realización; dicho en otros términos: entre
condiciones universales y uso empírico de la lengua. La pragmática formal habermasiana
sí es capaz de conceptualizar, por el contrario, dicha diferenciación.
Con el objetivo de delimitar la pragmática formal y la teoría de la gramática,
Habermas insiste en las circunstancias que obligan a Chomsky a introducir una serie de
idealizaciones en la descripción de la competencia lingüística. A partir de la hipótesis de
la capacidad innata de lenguaje que poseen los sujetos, Chomsky afirma que una persona
competente para utilizar el lenguaje domina un sistema abstracto de reglas que impone
una concepción homogénea de la competencia lingüística. Sin embargo, el empleo
efectivo de los actos habla pone de manifiesto una realidad diferenciada que se desvía de
ese patrón de referencia. Por tal motivo, nos vemos en la obligación de explicar las causas
por las cuales de una competencia perfecta deriva manifestaciones no homogéneas. Si la
206
competencia lingüística se concibe formada por un dominio pasivo (competencia) y un
dominio activo (realización o performance), tenemos que llegar a la conclusión, afirma
Habermas, de que es el dominio activo el que determina el uso efectivo o empírico de la
lengua frente al patrón de referencia del hablante ideal; es decir, de un sujeto que posee
una competencia innata y cuya actuación se inserta en el marco de una comunidad
lingüística homogénea332. Por tal motivo, sigue puntualizando el autor frankfurtiano, los
problemas que encierra la relación establecida entre competencia y realización derivan
del carácter innato atribuido por Chomsky a la lengua, no de las idealizaciones de un
lingüista que supone el manejo perfecto del sistema de reglas por parte de un hablante
ideal. (Tengamos en cuenta que si Habermas acusa algún defecto en la actuación
idealizadora del lingüista chomskyano pondría en serio riesgo la metodología
idealizadora de las ciencias reconstructivas. Para evitar este riesgo, atribuye al innatismo
de Chomsky, y no a la actuación idealizadora, los posibles defectos de la teoría).
La selección efectiva que se produce a partir de una competencia o repertorio
lingüístico depende de una serie de códigos que representan un sistema de reglas
pragmáticas y que son susceptibles de variaciones socioculturales, afirma Habermas.
Ahora bien, estos códigos lingüísticos también son susceptibles de idealizaciones teóricas
en la medida en que se corresponden con una competencia de regla que tiene que ser
analizada. La realidad diferencial no obliga a renunciar a las idealizaciones sino a
transformar los supuestos empíricos referentes a la adquisición de dichas competencias.
También la competencia pragmática (al igual que ocurre con la competencia lingüística)
depende del saber implícito por medio del cual los sujetos enjuician la aceptabilidad de
las expresiones dando lugar a las situaciones de entendimiento posible. Dicha
competencia también es susceptible, por tanto, de un análisis trascendental que supone la
reconstrucción de las condiciones universales de validez. Con estos argumentos,
Habermas pretende justificar la necesidad de una investigación reconstructiva
reformulando las nociones chomskyanas de competencia y realización. ¿Por qué
emprende Habermas esta reformulación? Porque necesita justificar que la noción de
realización, que remite al uso efectivo o pragmático del habla, también es susceptible de
una reconstrucción universal. De esta forma, el autor frankfurtiano pretende ofrecer
fundamento a la pragmática formal criticando el enfoque contingente del análisis
332 Recordemos que Chomsky defiende que los aspectos pragmáticos de las emisiones deben ser analizados en el seno de una teoría de la realización mientras que los elementos sintácticos y semánticos se analizan en el seno de la competencia lingüística.
207
chomskyano. No obstante, esta reformulaci�n se plantea ad hoc con el objetivo de que su
adaptaci�n a las premisas de la teor�a de la acci�n comunicativa se lleve a cabo sin
fisuras. Voy a intentar justificar mi afirmaci�n.
La noci�n de competencia ling��stica, que es objeto de reconstrucci�n por parte
de Chomsky, no crea problemas, afirma Habermas. La noci�n que s� genera problemas es
la de realizaci�n. Para Chomsky pasa desapercibido el hecho de que al teorizar la noci�n
de realizaci�n debemos diferenciar dos �mbitos: a) el �mbito universal (formado por
estructuras y reglas de tipo comunicativo que domina todo sujeto que maneja una lengua)
y b) el �mbito contingente (constituido por las emisiones concretas). Cuando Chomsky
habla de realizaci�n o performance s�lo se refiere al �mbito contingente. Por tal motivo,
incurre en una serie de errores te�ricos que han sido objeto de cr�tica desde la perspectiva
socioling��stica y psicoling��stica. Habermas pretende hacer frente a estas objeciones
formulando una propuesta que contempla los intereses emp�ricos de los enfoques
sociodiferenciales sin renunciar, por supuesto, a las exigencias trascendentales de la
pragm�tica formal. La performance (como �mbito contingente) es objeto de an�lisis de la
socioling��stica y la psicoling��stica; es decir, de la pragm�tica emp�rica. El �mbito
universal de la realizaci�n, por el contrario, es analizado por una teor�a reconstructiva
cuya finalidad es describir el sistema de reglas del que hace uso un sujeto competente
para emitir oraciones gramaticalmente correctas y enjuiciables. De esta forma, Habermas
cierra el c�rculo que propone como premisa la necesidad de una investigaci�n
reconstructiva concebida en t�rminos trascendentales y concluye redefiniendo a Chomsky
con la finalidad de adaptar su propuesta a las exigencias de una pragm�tica formal
concebida como investigaci�n reconstructiva.
La pragm�tica formal tiene como objeto la reconstrucci�n del sistema de reglas
que los sujetos competentes tienen que dominar para cumplir con el presupuesto de la
intersubjetividad. A esta cualificaci�n de la que deben hacer gala los sujetos competentes,
Habermas la denomina competencia comunicativa333. En consecuencia, la pragm�tica
333 Con la finalidad de aclarar la noci�n de competencia comunicativa Habermas recomienda llevar a cabo una serie de abstracciones. La abstracci�n parte de las emisiones concretas, es decir, de una manifestaci�n inserta en un contexto que determina su significado. El primer paso consiste en la abstracci�n socioling��stica en el que el inter�s se centra en las emisiones definidas en contextos sociales generalizados. Un segundo paso lo constituye la abstracci�n que lleva a cabo la pragm�tica universal en la que se eliminan los contextos socialmente determinados centr�ndose en las emisiones generales y definiendo las unidades m�nimas del habla. El tercer paso lo constituye la abstracci�n que lleva a cabo la ling��stica prescindiendo de los actos de habla y centrando su an�lisis en las expresiones ling��sticas; de esta forma se definen las unidades m�nimas del lenguaje; v�ase: “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., pp. 83-84.
208
universal tiene la forma de una teor�a de la competencia comunicativa. Si tal y como
comentamos anteriormente, el an�lisis de Piaget sobre la competencia cognitiva y de
Chomsky sobre la competencia ling��stica son aportaciones prometedoras para llevar a
cabo la reconstrucci�n de las estructuras que definen las competencias universales, dicho
an�lisis tiene que ser completado con la descripci�n de la competencia comunicativa.
Describir dicha competencia es el objetivo te�rico del autor frankfurtiano:
Una situaci�n de entendimiento posible exige que al menos dos hablante/oyente establezcan una comunicaci�n simult�neamente en ambos planos: en el plano de la intersubjetividad, en que los sujetos hablan entre sí, y en el plano de los objetos (o estados de cosas) sobre los que se entienden. La pragm�tica universal sirve a la reconstrucci�n del sistema de reglas que un hablante competente ha de dominar para cumplir ese postulado (de la simultaneidad de comunicaci�n y metacomunicaci�n). Para esta cualificaci�n que ha de poseer el oyente voy a reservar la expresi�n de “competencia comunicativa”334.
El primer inconveniente al que se enfrenta Habermas es al de explicar por qu� es
necesario completar el an�lisis de la competencia ling��stica con el an�lisis de la
competencia comunicativa (hecho que le obliga a llevar a cabo una revisi�n de los
conceptos de realizaci�n y competencia, tal y como hemos visto). El problema que se le
plantea es el de demostrar hasta qu� punto las estructuras universales del habla pueden
quedar determinadas por las estructuras generales de la oraci�n; es decir, hasta qu� punto
se pueden reducir los aspectos pragm�ticos a los sint�cticos. Esta situaci�n hipot�tica
genera dificultades te�ricas a Habermas porque, si di�semos una respuesta afirmativa a
dicha reducci�n, no tendr�a sentido formular la existencia de una competencia
comunicativa: la competencia comunicativa se reducir�a a la competencia ling��stica,
dejando esta circunstancia sin objeto propio a la labor te�rica habermasiana. A este riesgo
se une otro interrogante y es el de si en el contexto del significado entendido como uso se
pueden analizar los aspectos sem�nticos de las oraciones sin recurrir a casos protot�picos.
Si esa referencia fuera necesaria, desde la perspectiva de la teor�a sem�ntica carecer�a de
sentido diferenciar las oraciones de las emisiones, con lo cual, la pragm�tica formal se
quedar�a sin objeto poniendo en serio riesgo su fundamentaci�n. Habermas, en principio,
est� dispuesto a admitir que el empleo de un acto de habla orientado al entendimiento
supone la explicitaci�n de unas estructuras que est�n impl�citas en la oraci�n. Ahora bien,
esta afirmaci�n no implica que podamos reducir el acto orientado al entendimiento al
�mbito de las oraciones gramaticalmente correctas, ni que los presupuestos universales de
un �mbito puedan identificarse con los presupuestos universales del otro. El argumento
334 “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., p. 83.
209
que aduce para defender esta afirmaci�n nos remite al momento en que una oraci�n
define una relaci�n con el mundo objetivo, con el mundo social y con el mundo subjetivo
en la medida en que en este momento la oraci�n contextualizada se somete al
procedimiento discursivo de las pretensiones de validez. Esta remisi�n a las pretensiones
de validez justifica la diferencia establecida entre oraci�n y emisi�n en la medida en que
dicha remisi�n no se produce en las oraciones entendidas como meras estructuras
gramaticales:
Mientras que una oración gramaticalmente correcta satisface la pretensi�n de inteligibilidad, una emisión o manifestación lograda ha de satisfacer tres pretensiones m�s de validez: tiene que ser considerada verdadera por los participantes, en la medida en que refleja algo perteneciente al mundo; tiene que ser considerada veraz, en la medida en que expresa las intenciones del hablante, y tiene que ser considerada normativamente correcta, en la medida en que afecta a expectativas socialmente reconocidas335.
Cada una de las pretensiones de validez da lugar a una funci�n universal: la
pretensi�n de verdad a la funci�n universal de exposici�n (funci�n representativa), la
pretensi�n de rectitud a la funci�n universal de establecer una relaci�n (funci�n
interactiva) y la pretensi�n de veracidad a la funci�n universal de manifestar intenciones
(funci�n expresiva). (Fij�monos en la semejanza con las funciones ling��sticas del
modelo org�nico de B�hler). Estas tres funciones universales subyacen a todas las
funciones que una determinada emisi�n puede cumplir en un contexto concreto: cuando
tratamos acciones comunicativas contextualizadas, los usos representativo, interactivo y
expresivo del lenguaje s�lo pueden distinguirse de forma anal�tica, afirma Habermas. De
la descripci�n de estas tres funciones pragm�ticas del lenguaje se encarga la pragm�tica
formal336. Si hablamos de la funci�n representativa o cognitiva, la investigaci�n tiene
como finalidad clarificar las condiciones universales que permiten enunciar algo sobre el
335“�Qu� significa pragm�tica universal?”, op. cit., pp. 327-328. Una de las aportaciones te�ricas m�s relevantes de la pragm�tica formal es su capacidad para demostrar las distintas formas de saber que subyacen a las acciones sociales. De esta forma, a la acci�n teleol�gica le subyace un saber utilizable t�cnica y estrat�gicamente que se puede criticar mediante el debate discursivo de la pretensi�n de verdad y que puede mejorar con el desarrollo te�rico-emp�rico; a las acciones reguladas por normas les subyace un saber pr�ctico moral que se critica gracias al desempe�o discursivo de la pretensi�n de rectitud y que se transmite mediante representaciones morales y jur�dicas; las acciones dramat�rgicas reflejan un saber acerca del mundo subjetivo que puede criticarse por medio de la pretensi�n de veracidad. 336 Ahora bien, las diferentes funciones del lenguaje se encuentran en una situaci�n desigual a la hora de ser analizadas en el marco de la pragm�tica formal. La funci�n expositiva o representativa del lenguaje ha sido ampliamente analizada, desde una perspectiva l�gico-sem�ntica, en el marco de la filosof�a anal�tica; Habermas defiende que se trata de una investigaci�n pragm�tico-formal en la medida en que el inter�s se ha centrado, de manera sistem�tica, en el valor de verdad. El an�lisis de la funci�n expresiva del lenguaje, y al contrario de lo que ocurre en el caso anterior, se encuentra en un nivel muy b�sico de teorizaci�n. Proporcionar fundamento te�rico a la funci�n interactiva del lenguaje es uno de los objetivos prioritarios de la teor�a de la acci�n comunicativa habermasiana.
210
mundo. El an�lisis pragm�tico de esta funci�n supone analizar el uso de determinados
universales como son los pronombres demostrativos, los art�culos o las expresiones
de�cticas337. Si hablamos de la funci�n interactiva, el an�lisis se centra en las condiciones
necesarias y universales que permiten definir las relaciones interpersonales de manera
ling��stica y constituir un mundo compartido. La teor�a de los actos de habla es un buen
punto de partida para llevar a cabo este an�lisis, de tal forma que la investigaci�n de tipo
pragm�tico clarifique el uso de los pronombres personales o de los verbos realizativos.
Por �ltimo, si nos referimos a la funci�n expresiva del lenguaje, el objeto de estudio son
las condiciones necesarias y universales que ofrecen al sujeto la posibilidad de manifestar
experiencias de su mundo subjetivo. La investigaci�n pragm�tica de esta funci�n del
lenguaje se orienta a los verbos intencionales y a los verbos modales que se utilizan para
expresar intenciones. Pues bien, a los pronombres personales, las expresiones de�cticas,
demostrativos, art�culos, los giros que se utilizan para iniciar una comunicaci�n y
dirigirnos a los dem�s, numerales y cuantificadores, los verbos realizativos o los verbos
intencionales, Habermas los denomina universales pragm�ticos. Estas expresiones
ling��sticas son denominadas universales pragm�ticos en la medida en que pueden
hacerse corresponder con estructuras generales de la situaci�n de habla:
Esta concepci�n despierta la err�nea impresi�n de que, independientemente del habla, las estructuras generales de la situaci�n de habla estar�an dadas como condiciones marginales emp�ricas del proceso de comunicaci�n ling��stica. Pero en realidad s�lo podemos emplear oraciones en emisiones si con la ayuda de los universales pragm�ticos engendramos las condiciones de comunicaci�n posible y con ello la situaci�n de habla misma. Si no es por referencia a esos universales no podemos en absoluto definir los elementos que siempre aparecen en las situaciones de habla posible, a saber: primero las manifestaciones mismas, despu�s las relaciones interpersonales que con la emisi�n o manifestaci�n se generan entre hablantes/oyentes, y finalmente los objetos o estados de cosas acerca de los que los hablantes/oyentes comunican entre s�. Ello ni quita ni pone en el hecho de que los universales pragm�ticos, al generar nosotros con su ayuda la situaci�n de habla, sirven al tiempo a presentar o exponer tambi�n esa situaci�n de habla338.
Tal y como expone Habermas en “Observaciones sobre el concepto de acci�n
comunicativa”339, el n�cleo de la pragm�tica formal lo constituye el an�lisis de los
presupuestos universales de los actos de habla. En el uso cognitivo del lenguaje los
universales pragm�ticos se utilizan para definir �mbitos que pueden ser descritos (funci�n
que se analiza en el seno de una teor�a de la referencia); la utilizaci�n de los universales
337 Para el an�lisis de las expresiones de tipo de�ctico se precisa una teor�a de la experiencia que ponga de manifiesto la relaci�n que existe entre los aspectos sensibles, las acciones y las representaciones ling��sticas que posibilitan la constituci�n del mundo de los objetos, afirma Habermas. 338 “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., p. 87. 339 Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos, pp. 479-507.
211
pragm�ticos en el uso comunicativo del lenguaje implica el establecimiento de relaciones
intersubjetivas (funci�n analizada en el marco de una teor�a de los actos de habla)340. En
un primer momento, se trata de demostrar el car�cter pragm�tico de las pretensiones de
validez explicitando c�mo los actos de habla pueden rechazarse desde la perspectiva de la
verdad, de la rectitud o de la veracidad. La descripci�n del sistema integrado por las
pretensiones de validez permite, en un segundo momento, identificar las funciones
b�sicas del entendimiento ling��stico: el lenguaje nos sirve para presuponer y exponer
estados y sucesos; establecer y renovar relaciones interpersonales y, por �ltimo,
manifestar vivencias. A estas funciones del lenguaje corresponde, en un tercer momento,
la definici�n de los modos b�sicos del empleo ling��stico, de tal forma que, a partir de
esta definici�n, se pueda establecer la tipolog�a de fuerzas ilocucionarias propia de cada
lengua. En este sentido, Habermas defiende que s�lo un n�mero limitado de fuerzas
ilocucionarias tienen un car�cter lo suficientemente universal como para definir un modo
b�sico de empleo del lenguaje: las afirmaciones y las constataciones representan el uso
constatativo; las promesas y los mandatos el uso regulativo, las confesiones representan
el uso expresivo. El an�lisis de estos tipos puros de uso del lenguaje nos permite, en un
cuarto momento, clarificar la referencia que el hablante define respecto al mundo y el tipo
de actitud que �ste adopta: una actitud objetivante, una actitud de conformidad con las
normas o una actitud expresiva341.
Los tipos puros de interacciones mediadas ling��sticamente implican un cierto
grado de idealizaci�n. Para adaptar dichos tipos puros de interacci�n a los procesos
cotidianos es necesario, por tanto, debilitar las idealizaciones impuestas por la teor�a de la
acci�n comunicativa. Ahora bien, del hecho de que debamos adaptar las idealizaciones
te�ricas exigidas por la teor�a de la acci�n comunicativa a las peculiaridades de la
interacci�n cotidiana no podemos concluir que las aportaciones de la pragm�tica formal
tengan que subsumirse a los imperativos de la pragm�tica emp�rica342. Una pragm�tica
340 Tanto en el caso del uso cognitivo como en el comunicativo se define un sistema de reglas que hay que diferenciar de las reglas gramaticales: mientras que las reglas gramaticales determinan relaciones de tipo intraling��stico, las reglas que son objeto de an�lisis por parte de la pragm�tica universal explicitan los l�mites impuestos al lenguaje por la naturaleza externa, la sociedad y el mundo interno. El manejo de oraciones implica, por parte de los sujetos competentes, dominar un sistema de reglas gramaticales que define su capacidad de lenguaje. Por el contrario, la capacidad de comunicaci�n de esos mismos sujetos s�lo puede analizarse teniendo en cuenta los componentes pragm�ticos del proceso de interacci�n. Desde la perspectiva de la acci�n comunicativa, el aspecto m�s importante de la emisi�n es el que tiene que ver con la interacci�n, es decir, con el establecimiento de relaciones interpersonales.341 V�ase: “Observaciones sobre el concepto de acci�n comunicativa”, op. cit., pp. 501-502. 342 Habermas, “Universalpragmatische Hinweise auf das System der Ich-Abgrenzungen”, Auw�rter, Kirsch y Schr�ter (eds.), Kommunikation, Interaktion, Identität, Suhrkamp, Frankfurt, 1976. Habermas, a la hora
212
empírica que no atendiese las aportaciones de la pragmática formal carecería de los
recursos conceptuales necesarios para identificar los presupuestos racionales de la
interacción cotidiana, defiende el autor de Teoría de la acción comunicativa. Mientras
que la pragmática empírica se encarga de analizar actos de habla emitidos en situaciones
concretas, la pragmática formal reconstruye una competencia universal que remite a la
capacidad que poseen los sujetos para emitir proferencias en cualquier situación. La
cooperación entre la pragmática empírica y la pragmática formal se define, por tanto,
como una colaboración entre aportaciones sustantivas y trascendentales. Ahora bien,
¿cuál es el estatus de un análisis universal que debe adaptarse a las condiciones
contingentes y efectivas de la comunicación?; ¿cómo justifica Habermas el nexo que
debe existir entre la descripción trascendental y el uso efectivo del habla?; ¿qué razones
fundamentadas ofrece Habermas para justificar que las ciencias empíricas no son capaces
de llevar a cabo el análisis pretendido por las ciencias reconstructivas, incluso con mayor
rigor que dichas ciencias reconstructivas?
El hecho de que Habermas establezca diferencias entre la labor teórica de la
pragmática formal y la pragmática empírica permite a este autor distinguir entre el
análisis que versa sobre condiciones universales y el análisis que describe situaciones
concretas. Esta distinción le ofrece la ventaja de poder reformular las teorías del
significado analíticas definiendo una perspectiva pragmática adaptada a los presupuesto
de la noción de entendimiento. No obstante, los argumentos expuestos por Habermas para
justificar que la pragmática formal debe concebirse como una forma de investigación
cuyo objetivo es reconstruir las condiciones universales de validez, enfrenta a este autor a
la necesidad de aclarar hasta qué punto (y en qué términos) su propuesta teórica puede ser
definida como un planteamiento trascendental. Veamos la explicación que, al respecto,
ofrece el autor frankfurtiano.
de justificar la pragmática formal, se plantea: ¿por qué las aportaciones de la pragmática formal son imprescindibles para la teoría de la acción comunicativa si ésta parece alejarse del uso efectivo del lenguaje? Sólo la investigación desarrollada en los términos de una pragmática formal, afirma el autor frankfurtiano, es capaz de proponer un análisis del entendimiento que aclare a la investigación empírica cómo se representan lingüísticamente los distintos planos de la realidad. La pragmática formal también permite analizar de manera no naturalista los casos patológicos del proceso de comunicación en los que se confunden las acciones orientadas al éxito con las acciones orientadas al entendimiento; véase: Teoría de la acción comunicativa I, pp. 425-426. Las formas distorsionadas de comunicación suponen una desviación respecto a los patrones normales definidos por la pragmática formal. El material empírico que se utiliza para confirmar esta hipótesis proviene de la investigación clínica desarrollada, sobre todo, con familias patógenas.
213
4.2.2. ¿Pragmática sin trascendencia?
En Acción comunicativa y razón sin trascendencia Habermas expone con
claridad qu� entiende por un an�lisis de tipo trascendental tras la interpretaci�n
pragm�tica a la que ha sido sometida la filosof�a kantiana:
Seg�n la concepci�n pragm�tico-formal la estructura interna racional de la acci�n orientada al entendimiento se refleja en las suposiciones que los actores deben adoptar cuando entran sin reservas en esta pr�ctica. El car�cter necesario de ese “deber” tiene que entenderse m�s bien en el sentido de Wittgenstein que en el de Kant, es decir, no en el sentido transcendental de las condiciones universales, necesarias e inteligibles (y sin or�genes) de la experiencia posible, sino en el sentido gramatical de la “inevitabilidad” que resulta de los nexos conceptuales internos de un sistema de comportamiento guiado por reglas en el que nos hemos socializado y que, en cualquier caso, “para nosotros es irrebasable”. Despu�s de la deflaci�n pragmatista del planteamiento kantiano, “an�lisis transcendental” significa la investigaci�n de condiciones presuntamente universales, pero s�lo irrebasables de ipso, que deben estar satisfechas para que puedan producirse determinadas pr�cticas o resultados fundamentales343.
El estudio geneal�gico de la acci�n comunicativa pone de manifiesto que se ha
producido un proceso de destrascendentalizaci�n desde Kant al pragmatismo de corte
kantiano, afirma Habermas344. Por tal motivo, se lamenta de la incomprensi�n en la que la
filosof�a anal�tica ha sumido a la concepci�n destrascendentalizada de la raz�n345. Para
dar contenido a este reclamo, Habermas se basa en las consecuencias que para la
propuesta trascendental de Kant ha tenido el giro pragmatista de la teor�a del
conocimiento de Rorty346. Este giro pragmatista afecta sobre todo a los presupuestos
idealistas de Kant, presupuestos que le atribuyen al conocimiento una naturaleza
inteligible. A partir de este punto de inflexi�n, afirma Habermas, el lugar del n�umeno
kantiano es ocupado por el mundo de la vida. Con esta sustituci�n no logra superarse los
presupuestos trascendentales debido a que el mundo de la vida mantiene una posici�n
trascendental respecto a las emisiones comunicativas que se generan gracias a �l, pero s�
que se apacigua la oposici�n definida entre dichos presupuestos y el �mbito emp�rico:
baste recordar que las estructurales universales del mundo de la vida tienen su reflejo en
las formas concretas de vida gracias a la intermediaci�n de la acci�n comunicativa.
343 pp. 18-19. 344 Hecho que analiza en Verdad y justificación, pp. 181-220.345 D�ndose la situaci�n curiosa, afirma Habermas, de que la misma filosof�a anal�tica llega a ofrecer descripciones muy parecidas a las que aporta la pragm�tica formal inspirada en Kant. Para justificar esta afirmaci�n remite a autores como Davidson, Dummett o Brandom.346 Verdad y justificación, pp. 20-32.
214
Los sujetos que se orientan por el entendimiento no pueden renunciar a hacer
idealizaciones, pero esto no significa que se defiendan presupuestos trascendentales
fuertes. Las reglas se definen como un reflejo de formas culturales de vida, por lo que ya
no se puede exigir necesidad ni universalidad para el conocimiento. Adem�s, las
condiciones trascendentales que posibilitan acceder epist�micamente al mundo son, al
tiempo, algo en el mundo. Ahora bien, al no haber forma de conseguir un equivalente de
la deducci�n trascendental kantiana para las categor�as del entendimiento, el �nico
recurso lo proporcionan los argumentos trascendentales d�biles como los propuestos por
Strawson. Strawson califica como trascendental a la estructura conceptual que subyace
impl�citamente a las experiencias, renunciado a cualquier criterio aprior�stico que pueda
demostrar la universalidad y necesariedad de dicha estructura. Habermas coincide con
Strawson en la necesidad de eliminar al sujeto trascendental, pero esto no tiene por qu� ir
acompa�ado, defiende, de la renuncia a cualquier tipo de investigaci�n que pretenda
definir la constituci�n de la experiencia comunicativa. Para definir dicha constituci�n no
tenemos alternativa a la hora de aceptar los presupuestos pragm�ticos de la
comunicaci�n:
Pero estas presuposiciones contraf�cticas tienen su sede en la facticidad de las pr�cticas cotidianas. Los sujetos capaces de lenguaje y de acci�n aprenden las pr�cticas fundamentales de su mundo de la vida y el correspondiente saber de regla en el curso de su socializaci�n. Dado que es preciso que el entendimiento y la acci�n comunicativa, sobre la que se reproduce el mundo de la vida, no se quiebren, esos sujetos no pueden evitar hacer idealizaciones. Pero la ambig�edad de un desnivel normativo impregna los hechos sociales mismos347.
Habermas reconoce que la tendencia m�s obvia, cuando se intenta analizar los
procesos de entendimiento desde la perspectiva de sus presupuestos universales, es
recurrir a la filosof�a trascendental. Ahora bien, tal y como hemos comentado, estar�amos
hablando de una forma debilitada de trascendencia en la medida en que el mundo de la
vida se “profana” y ocupa el lugar de lo noum�nico. Haciendo una referencia cr�tica al
pragmatismo trascendental de Apel, Habermas puntualiza que hablar de una investigaci�n
trascendental tiene sentido en la medida en que los procesos de entendimiento se inserten
347 Verdad y justificación, p. 27. V�ase tambi�n: M. Power, “Habermas and Transcendental Arguments. A Reappraisal”, Philosophy of the Social Sciences, vol. 23, n� 1, March 1993, p. 26-49. Para una buena introducci�n a la problem�tica de la trascendencia y la racionalidad: J. L. Blasco y M. Torrevejano (eds.), Transcendentalidad y racionalidad, Colecci�n Filosof�as, Departament de Metaf�sica i Teoria del Coneixement de la Universitat de Val�ncia, 2000. Tambi�n resulta interesante la lectura de L. E. Hoyos Jaramillo, “La filosof�a trascendental bajo la �ptica de la teor�a evolucionista del conocimiento”, Revista Latinoamericana de Filosofía, vol. XX, n� 2, noviembre 1994, pp. 195-218. En este art�culo el autor trata de analizar las consecuencias que derivan de la recepci�n de las ideas de Kant llevada a cabo por la teor�a evolucionista del conocimiento.
215
en procesos de experiencia comunicativa348. El an�lisis de los presupuestos universales
del habla se fundamenta en el entendimiento, no en la experiencia emp�rica. Por tal
motivo, la investigaci�n habermasiana se distancia de la concepci�n trascendental basada
en la constituci�n de la experiencia para centrarse en la noci�n comunicativa de
entendimiento. La caracter�stica m�s relevante de la propuesta de autores como Piaget o
Chomsky, afirma Habermas, es haber conciliado los aspectos formales y emp�ricos en su
investigaci�n. Por tanto, no hay motivos para suponer que la pragm�tica formal es un tipo
de investigaci�n trascendental y, por ello, ajena al an�lisis emp�rico:
El objeto del an�lisis transcendental ya no es aquella “conciencia en general” sin origen, que constitu�a el n�cleo com�n de todos los esp�ritus emp�ricos. La investigaci�n se dirige ahora m�s bien a las estructuras profundas del transfondo que es el mundo de la vida; estructuras que se encarnan en las pr�cticas y rendimientos de los sujetos capaces de lenguaje y acci�n. El an�lisis transcendental busca los rasgos invariantes que se van repitiendo en la multiplicidad hist�rica de las formas de vida socioculturales. Y, en correspondencia, al mantenerse los planteamientos transcendentales, se van ampliando las perspectivas de la investigaci�n349.
La pragm�tica formal, como investigaci�n reconstructiva, no puede prescindir de
los componentes emp�ricos en la medida en que tiene que contrastar los resultados con el
comportamiento efectivo de los sujetos competentes. Sin embargo, tampoco puede
prescindir de los componentes trascendentales al tener como objeto de reconstrucci�n las
estructuras invariantes del mundo de la vida. El an�lisis de este mundo de la vida no
puede trascender los l�mites impuestos por el lenguaje ordinario, por lo que no podemos
aspirar a un conocimiento psicol�gico de tipo cient�fico. Aplicar un enfoque cientificista
a la labor reconstructiva de la pragm�tica formal imposibilita conciliar a Darwin con
Kant; es decir, la dimensi�n emp�rica y trascendental reclamada por la pragm�tica formal.
Para evitar esta consecuencia no deseada, Habermas intenta salvaguardar su postura
te�rica defendiendo un trascendentalismo d�bil o cuasi-trascendentalismo. Con este
trascendentalismo moderado pretende otorgar el protagonismo debido a los componentes
emp�ricos de la interacci�n comunicativa sin renunciar a las ventajas te�ricas de un
universalismo que impone a la pr�ctica efectiva los requerimientos de la pragm�tica
formal. Pero, �qu� ventajas aporta a la investigaci�n una perspectiva semitrascendental
frente a otra trascendental? Creo que ninguna. Desde el momento en que recurrimos a
348 La interpretaci�n que Apel lleva a cabo del a priori de la comunicaci�n, cree Habermas, est� demasiado contaminada por la propuesta trascendental kantiana. Por dicho motivo, Habermas marca distancias entre la pragm�tica trascendental de Apel y su pragm�tica universal; v�ase: A. Maestre: “Las diferencias y relaciones entre Habermas y Apel”, Zona Abierta, 43-44, 1987, pp. 113-138. 349 Verdad y justificación, p. 21.
216
presupuestos semitrascendentales (al igual que ocurre con los trascendentales) podemos
adaptar la descripci�n a las necesidades te�ricas establecidas aprior�sticamente. Cualquier
punto de fuga que pueda surgir en el proceso descriptivo se supera ofreciendo como
justificaci�n dichos presupuestos trascendentales. De esta forma, adquirimos la capacidad
de adaptar toda descripci�n a nuestros propios intereses, y la concepci�n de la pragm�tica
formal como ciencia reconstructiva es fiel reflejo de esta capacidad. Tal y como hemos
indicado, la pragm�tica universal representa un trascendentalismo d�bil en la medida en
que remite a un mundo de la vida impl�cito, hol�sticamente estructurado e inconocible
que refleja las exigencias de la experiencia comunicativa. Dichas exigencias remiten a un
an�lisis formal que imposibilita concebir la investigaci�n del �mbito simb�lico en
t�rminos emp�ricos. Pero, �c�mo infiere Habermas que el examen de la experiencia
comunicativa impone un an�lisis de tipo formal? �El car�cter formal de las
reconstrucciones racionales deriva de la naturaleza formal de la experiencia comunicativa
o, m�s bien, Habermas atribuye una naturaleza formal a la experiencia comunicativa con
el objetivo de fundamentar la definici�n trascendental de su propuesta pragm�tica? Creo
que m�s bien lo segundo. Admitir la complejidad de la realidad emp�rica puede poner en
entredicho muchos de los presupuestos de la teor�a de la acci�n comunicativa y, en
consecuencia, Habermas se ve obligado a proponer una pragm�tica formal cuya labor
reconstructiva sirva como “filtro” de los aspectos m�s complejos garantizando, de esta
forma, que la descripci�n de la experiencia comunicativa se adapte a los presupuestos
establecidos. A pesar de esta necesidad, el autor frankfurtiano no puede optar
abiertamente por una concepci�n trascendente en la medida en que dicha opci�n
implicar�a un distanciamiento expl�cito de la praxis. Habermas opta por el
trascendentalismo d�bil, no porque su objetivo sea moderar las exigencias del
trascendentalismo kantiano, sino porque necesita atemperar las exigencias de un
trascendentalismo fuerte que pondr�a en serio riesgo su deseada conciliaci�n de teor�a y
praxis. Con la concepci�n semitrascendente, Habermas pone de manifiesto las
contradicciones que debe asumir una perspectiva dualista que, basada en una noci�n
metaf�sica de totalidad, debe imponer l�mites al conocimiento cient�fico.
Con el objetivo de ofrecer un fundamento a la perspectiva semitrascendental
reivindicada por la pragm�tica formal, Habermas elige como unidad de an�lisis el acto de
habla. La elecci�n de dicha unidad ofrece dos aportaciones fundamentales a la propuesta
habermasiana: por un lado, es un concepto que atribuye protagonismo te�rico a la
interacci�n; por otro, permite definir la interacci�n comunicativa en t�rminos
217
intersubjetivos. Sin embargo, el autor frankfurtiano necesita introducir algunas reformas
en la noción de acto de habla de Austin y Searle con la finalidad de adaptar plenamente
dicho concepto a los presupuestos y exigencias de la pragmática universal. El capítulo
quinto lo dedicaremos a analizar en qué términos emprende Habermas dicha reforma.
219
INTRODUCCIÓN AL CAPÍTULO QUINTO
En el cap�tulo cinco centraremos nuestro an�lisis en uno de los conceptos m�s
importantes para la corriente pragm�tica del significado: el acto de habla. En el primer
apartado (apartado 5.1.) analizaremos c�mo Habermas toma como unidad de an�lisis esta
noci�n (el acto de habla) porque, en la medida en que sirve como representaci�n
gramatical del proceso interactivo, puede ofrecer un buen fundamento a su teor�a de la
acci�n comunicativa. Para desarrollar su an�lisis recurre a la teor�a de los actos de habla
de Austin y Searle valorando, sobre todo, la aportaci�n de la doble estructura del habla.
Con esta doble estructura se hace referencia a la naturaleza locucionaria e ilocucionaria
del acto de habla; es decir, a los componentes sem�nticos y pragm�ticos del significado.
Habermas, no obstante, radicaliza esta doble estructura convirtiendo la fuerza
ilocucionaria en garante de la racionalidad comunicativa al servir como depositaria de la
relaci�n significado-validez. Esta conexi�n convierte a la fuerza ilocucionaria en el
componente del acto de habla capaz de procurar una coordinaci�n de acciones que emana
del debate discursivo de las pretensiones de validez. Esta posibilidad de vincular
significado y validez sirve a Habermas para definir el acto de habla logrado y ofrecer una
clasificaci�n alternativa de actos. Un acto de habla logrado implica una interacci�n
intersubjetiva cuya finalidad es el establecimiento de un acuerdo; la clasificaci�n de actos
de habla propuesta por la pragm�tica formal se basa en los usos m�s genuinos o puros del
v�nculo ilocucionario (apartado 5.2.). A dicha clasificaci�n debe proporcionarle car�cter
sustantivo la pragm�tica emp�rica reflejando los diversos matices ilocucionarios que
emanan de la heterogeneidad social. El problema reside en que Habermas no aclara c�mo
debe establecerse esa necesaria conexi�n entre la pragm�tica emp�rica y la pragm�tica
formal. Se limita a describir lo que considera “tipos intuitivos” de actos de habla y, a
partir de ah�, manifiesta la necesidad de que una pragm�tica de corte emp�rico les procure
contenido. La cuesti�n a resolver es c�mo podemos adaptar la compleja realidad social a
un modelo te�rico fundamentado en idealizaciones.
Lo que Habermas denomina doble estructura del habla ha generado serios
problemas en el seno de la Filosof�a del Lenguaje. Si la locuci�n representa el contenido
sem�ntico y la ilocuci�n el contenido pragm�tico, al reflexionar sobre la locuci�n y la
ilocuci�n se est� tratando un tema tan sensible como el del estatus que corresponde al
significado sem�ntico y pragm�tico del acto de habla. Esta importante cuesti�n la
trataremos en el apartado 5.3. En un primer momento (subapartado 5.3.1.), el autor
220
frankfurtiano defiende sin ambages que el significado de lo dicho no puede desviarse del
significado literal. Para poder cumplir con esta premisa, centra su análisis en el acto de
habla estándar y en el principio de expresabilidad de Searle. Sin embargo, toda vez que
Searle se vio obligado a introducir la noción de background con el objetivo de tener en
cuenta los contextos contingentes de comunicación, Habermas (que plantea su teoría del
significado tomando como referente a dicho autor) decide utilizar la noción de mundo de
la vida con el mismo objetivo teórico (subapartado 5.3.2). Ahora bien, si el mundo de la
vida representa los contextos contingentes: ¿qué papel desempeña el significado literal de
la emisión? ¿Implica esto que el significado pragmático desplaza al significado literal? Si
esto es así, ¿cómo se puede garantizar la intersubjetividad? Para evitar el posible riesgo
de relativismo Habermas se ve obligado a seguir dependiendo del significado literal. Esto
le coloca, como veremos, en una difícil situación: por un lado, defiende una perspectiva
pragmática del significado y, por otro, no puede renunciar a las ventajas teóricas que
emanan del significado semántico. Para ello, atribuye una serie de características al
vínculo ilocucionario con el objetivo de que lo que decimos coincida con lo que
queremos decir. Reflejo de este requisito es la forma en que define la noción de
entendimiento (análisis que abordaremos en el apartado 5.4.).
Que los sujetos que interactúan comunicativamente lleguen a entenderse (es
decir, a establecer un acuerdo racionalmente motivado) es el objetivo del desempeño
discursivo de las pretensiones de validez. La consecución de dicho entendimiento
determina el logro o la aceptabilidad del acto de habla aportando contenido a la relación
establecida entre significado y validez. Pero la noción de entendimiento, afirma
Habermas, no se ha definido siempre en los mismos términos: esta noción ha sido objeto
de un proceso evolutivo que transita desde la praxis ritual característica de las sociedades
arcaicas (subapartado 5.3.1.) hasta la praxis argumentativa característica de la forma
moderna de entendimiento (subapartado 5.3.2.). En la forma moderna de entendimiento
(aquella que configura las sociedades occidentales a partir del siglo XVIII) el consenso
depende del esfuerzo interpretativo de los sujetos; es decir, las personas que interactúan
comunicativamente ya no cuentan con un acuerdo anticipado por el mundo de la vida que
puedan asumir de forma acrítica. En la forma moderna de entendimiento hay que integrar,
por tanto, el esfuerzo de establecer un acuerdo racionalmente motivado adoptando una
actitud orientada al entendimiento. El establecimiento de dicho acuerdo implica la
aceptación de un sistema de pretensiones de validez cuyas diversas dimensiones (verdad,
rectitud y veracidad) se han ido diferenciando a lo largo de este proceso evolutivo dando
221
lugar a una progresiva liberalización del potencial racional. La actitud orientada al
entendimiento, que surge a partir de esta evolución, adquiere un estatus importante en el
seno de la teoría de la acción comunicativa en la medida en que dicha actitud, defiende
Habermas, constituye el modo original del uso del lenguaje.
Para intentar ofrecer un fundamento a esta controvertida afirmación, Habermas
recurre a las nociones austinianas de ilocución y perlocución. La característica más
sobresaliente de la ilocución es su naturaleza autosuficiente: la ilocución deriva del
significado de la emisión; las perlocuciones (es decir, los efectos provocados por nuestros
actos de habla) dependen de las intenciones de los sujetos, manteniendo una relación
meramente contingente con el significado. La ilocución remite al ámbito comunicativo
(garantizando la conexión de significado y validez); las perlocuciones remiten al ámbito
estratégico trascendiendo la mera comprensión significativa. A partir de esta decisión
teórica, Habermas va caracterizando cada uno de estos componentes haciendo de ellos
una valoración positiva o negativa dependiendo de que se adecúen o no a los
presupuestos de la teoría de la acción comunicativa. De esta forma, privilegia al
componente ilocucionario designándolo como garante del modo original del uso del
lenguaje al representar los aspectos intersubjetivos, antimentalistas, anticientificistas y
racionales del significado; el componente perlocucionario, por su parte, es denostado
hasta el punto de ser expulsado del contexto comunicativo por representar los aspectos
relativistas, mentalistas y no racionales. La cuestión es descubrir si estas
caracterizaciones poseen algún tipo de fundamentación o si, por el contrario, son un mero
reflejo de las exigencias teóricas impuestas por la pragmática formal.
Al igual que ha ocurrido con la noción de racionalidad comunicativa, Habermas
se ha visto obligado a reformular la noción de entendimiento con el objetivo de resolver
ciertas dificultades teóricas que habían sido objeto de numerosas críticas (subapartado
5.4.3.). A partir de estas reformulaciones, debemos distinguir entre una forma fuerte y
una forma débil de entendimiento y, a su vez, entre una forma fuerte y una forma débil de
acción comunicativa. La forma fuerte de entendimiento es la que posibilita el
establecimiento de un acuerdo racionalmente motivado al manejarse razones aceptables
universalmente; la forma débil de entendimiento se limita al manejo de razones relativas
a un actor. Al manejarse razones relativas a un sujeto, en la forma débil de entendimiento
se plantea la posibilidad de criticar sólo dos pretensiones de validez (la verdad y la
veracidad); por el contrario, la forma fuerte de entendimiento asume también la crítica de
la pretensión de rectitud al contemplar los contextos normativos de un mundo social
222
intersubjetivo. Estas reformulaciones conducen a Habermas a dos revisiones que quizá
puedan resultar llamativas si las comparamos con las tesis defendidas anteriormente: 1)
para entender un acto de habla tenemos que conocer las condiciones del éxito
ilocucionario y perlocucionario y 2) contemplar como condición para el éxito ilocutivo y
perlocutivo el conocimiento de las razones, relativas al actor o independientes del actor,
por medio de las cuales el hablante puede justificar su pretensión de validez en el ámbito
del discurso. Estas revisiones han generado algunas críticas sustentadas en el argumento
de que las mismas pueden tener consecuencias importantes para el proyecto teórico
habermasiano. Creo que no hay motivos para la preocupación: Habermas introduce
novedades conceptuales tomando las debidas precauciones para que los pilares teóricos
en los que se asienta su proyecto se mantengan inamovibles.
223
CAPÍTULO 5
LA TEORÍA DE LOS ACTOS DE HABLA: UN FUNDAMENTO LINGÜÍSTICO PARA LA PRAGMÁTICA FORMAL
Haciendo referencia a la denominada por Apel falacia abstractiva, Habermas
reivindica la legitimidad del corte analítico operado entre el lenguaje definido como
estructura y el habla entendida como proceso. Este corte analítico no es óbice, tal y como
expusimos en el capítulo anterior, para que los componentes pragmáticos del lenguaje
puedan someterse a un análisis de tipo formal. Esta posibilidad teórica define el objetivo
reconstructivo de la pragmática universal habermasiana impidiendo que el nivel analítico
del habla se limite a una descripción meramente empírica. En este interés por describir las
emisiones (es decir, las unidades elementales del habla) la pragmática formal coincide
con la teoría de los actos de habla, la cual, en oportuna coordinación con los presupuestos
habermasianos, centra su estudio en los componentes pragmáticos de la interacción
comunicativa350. Cuando Habermas incide en la función interactiva del lenguaje, lo que
pretende demostrar es que dicha interacción se desarrolla en un contexto intersubjetivo
del que emana la posibilidad de coordinar acciones. Por tanto, si el análisis de la función
interactiva que lleva a cabo la teoría de los actos de habla es debidamente adaptado a la
descripción intersubjetiva del significado exigida por la pragmática universal, dicho
análisis puede ofrecer un importante respaldo a la teoría de la acción comunicativa. Tal y
como afirma el autor frankfurtiano: la teoría de los actos de habla es una de las partes de
la pragmática formal más importantes a la hora de fundamentar la sociología en el marco
de una teoría del lenguaje. Para desarrollar su proyecto, Habermas toma como referencia
la teoría de los actos de habla inaugurada por J. L. Austin y J. Searle.
Una de las principales aportaciones de Austin y Searle es la noción de doble
estructura del habla. La doble estructura se refiere a dos de los componentes que integran
el acto de habla: la locución (lo que decimos; el contenido proposicional) y la ilocución
(lo que hacemos al decir algo). A partir de esta doble estructura del habla, el autor
frankfurtiano emprende el análisis del significado pragmático con dos objetivos
prioritarios: 1) distinguir el significado pragmático representado por el componente
ilocucionario del significado literal representado por el componente locucionario y 2)
defender que el componente ilocucionario es el garante de la racionalidad. Para que la
350 Al inspirarse la teoría de la acción comunicativa en el concepto de acción social, Habermas centra su interés en la función interactiva del lenguaje.
224
ilocución sea capaz de cumplir con esta importante función que le atribuye la pragmática
formal, la noción de significado, afirma Habermas, debe vincularse a la noción de
validez. Y es aquí donde radica uno de los errores más importantes de la tradición
pragmática (es decir, la perspectiva representada por Austin y Searle): no haber sido
capaz de reconocer la conexión existente entre significado y validez. Reivindicar esta
conexión es una de las principales aportaciones que la pragmática formal brinda a la
teoría de los actos de habla.
El vínculo de significado y validez se hace efectivo en el componente
ilocucionario del acto de habla por ser éste el componente que representa el ámbito de la
interacción: al hacer algo con las palabras (amenazar, prometer...) se intenta establecer
una relación con la persona que actúa como oyente. Y, en la medida en que las
pretensiones de validez representan las diversas esferas sobre las que los sujetos que
toman parte en un proceso interactivo tienen que tomar postura, la validez tiene que
asociarse al elemento del acto de habla que remite a la interacción, es decir, al
componente ilocucionario. Ahora bien, concediendo el protagonismo teórico al
componente ilocucionario del acto de habla, Habermas se enfrenta a un importante
problema que ha dado lugar a una intensa discusión en el seno de la Filosofía del
Lenguaje: cómo delimitar los ámbitos semánticos y pragmáticos del significado. Si el
componente locucionario encarna el significado semántico en la medida en que refleja lo
que decimos, el componente ilocucionario encarna el significado pragmático al incidir en
lo que hacemos al decir algo. Si Habermas reivindica la conexión de significado y
validez, y dicha conexión se hace efectiva en el componente ilocucionario del acto de
habla, estaría atribuyendo protagonismo al significado pragmático. Pero admitiendo esta
prioridad, asume un riesgo teórico que puede tener importantes consecuencias para uno
de los presupuestos más importantes de la pragmática universal: la necesidad de que los
significados se definan en términos intersubjetivos. Si tener en cuenta un enfoque
pragmático implica asumir el análisis de la interacción y de los diversos contextos en los
que ésta se inserta, se corre el riesgo de adoptar una perspectiva relativista del significado
contraria a los objetivos teóricos de Habermas. Para evitar esta consecuencia no deseada,
el autor frankfurtiano adopta una doble estrategia teórica: en un primer momento centra el
análisis en el acto de habla estándar (en aquel acto en el que el significado literal coincide
con lo que el emisor o emisora quiere decir); en un segundo momento incluye la noción
de mundo de la vida. En ambos casos pretende que el significado pragmático pueda
225
reducirse a los componentes literales con el objetivo de garantizar una descripción
intersubjetiva del significado.
Que a Habermas no le interesa que el significado pragmático desplace al
significado literal lo pone de manifiesto la calificación teórica que atribuye a las
perlocuciones. Este controvertido componente del acto de habla (controvertido en la
medida en que constata que los actos de habla pueden tener efectos que trasciendan la
mera comprensión del significado literal) ha sido objeto de un agravio teórico sustentado
a lo largo de la tradición pragmática. Habermas abunda en dicho agravio expulsando a los
efectos perlocucionarios del ámbito comunicativo. Para justificar este rechazo recurre a
una noción de entendimiento diseñada ad hoc y que privilegia la fuerza ilocucionaria a
costa del desprestigio teórico y práctico de la perlocución. Comencemos a dar contenido
a estas afirmaciones analizando cómo define la pragmática universal el vínculo de
significado y validez.
5.1. Significado y pretensiones de validez: un requisito pragmático para el éxito ilocucionario
La pragmática universal habermasiana coincide con la teoría de los actos de habla
al incidir en la relevancia teórica de la interacción. Ahora bien, para poder rentabilizar
dicha coincidencia, Habermas tiene que llevar a cabo una serie de revisiones en la noción
tradicional de acto de habla con el objetivo de adecuarla a los presupuestos de la
pragmática formal351. Estando de acuerdo en el hecho de que dicho concepto (el acto de
habla) debe constituir la unidad mínima de análisis, la descripción de sus componentes
debe ser reformulada en una doble dirección: 1) revalorizando el potencial coordinador
de la fuerza ilocucionaria; es decir, su capacidad para establecer vínculos sociales y 2)
reivindicando la conexión de significado y validez. Obviamente, ambas revisiones están
íntimamente conectadas: la fuerza ilocucionaria posee capacidad para establecer vínculos
sociales en la medida en que es el componente del acto de habla en el que se concreta la
relación significado-validez. Esta novedosa aportación ofrece, además, la posibilidad de
definir de manera más precisa las condiciones que deben cumplirse para que un acto de
habla tenga éxito; es decir, para que pueda concebirse como un acto de habla logrado. Lo
que Habermas pretende demostrar es que, al proponer la asociación de significado y
351 Para un análisis de la teoría de los actos de habla, partiendo de la crítica a la inteligencia artificial, véase: T. Winograd y F. Flores, Understanding Computers and Cognition, Ablex Publishing Co., Norwood, Nueva Jersey, 1986.
226
validez, se explicita un hecho que la tradici�n pragm�tica no ha tenido en consideraci�n:
que el componente ilocucionario del acto de habla es capaz de generar v�nculos cuyo
objetivo es el entendimiento352. Por tanto, la finalidad de la fuerza ilocucionaria no es
coordinar acciones o procurar v�nculos sociales gen�ricamente definidos; su finalidad es
mucho m�s ambiciosa: se trata de procurar el establecimiento de un consenso. Para que
dicho consenso sea posible, las personas implicadas en un proceso interactivo tienen que
debatir las pretensiones de validez manifestando su rechazo o aceptaci�n. Teniendo en
cuenta esta circunstancia, el �xito de un acto de habla depende del establecimiento de una
interacci�n que, a su vez, depende del v�nculo significado-validez353:
A un acto de habla lo llamaremos “aceptable” si cumple las condiciones que son necesarias para que un oyente pueda tomar postura con un “s�” frente a la pretensi�n de validez entablada por el hablante. Estas condiciones no pueden cumplirse unilateralmente, ni relativamente al hablante, ni relativamente al oyente; antes se trata de condiciones para el reconocimiento intersubjetivo de una pretensi�n ling��stica que, de forma t�pica para cada clase de actos de habla, funda un acuerdo, especificado en cuanto a su contenido, acerca de obligaciones relevantes para la interacci�n que sigue354.
Proponiendo como condici�n de �xito la aceptabilidad, Habermas concibe los
actos de habla, no s�lo como expresiones ling��sticas que representan acciones, sino
como unidades susceptibles de interpretaci�n sociol�gica: el acto de habla (por medio de
352En la p�gina 108 de Verdad y justificación Habermas define los objetivos ilocucionarios como “objetivos del entendimiento inherentes al lenguaje”. 353 La relaci�n de significado y validez le sirve tambi�n a Habermas como fundamento para analizar la noci�n de validez en el �mbito del derecho, as� como la cuesti�n de la legitimidad; v�ase: Facticidad y validez, pp. 96-103 o “Sprechakttheoretischen Erl�uterungen zum Begriff der Kommunikativen Rationalit�t”, Zeitschrift für philosophische Forschung, 50, 1996, pp. 65-91 y La reconstrucción del materialismo histórico, pp. 243-244. En “Acotaciones en torno al concepto de legitimidad”, La reconstrucción del materialismo histórico, pp. 297-304, Habermas responde a una serie de objeciones planteadas por Fach a la noci�n de legitimidad expuesta en Problemas de legitimación en el capitalismo tardío; v�ase: W. Fach, Zeitschrift für Soziologie, junio, 1974; Habermas, “Problemas de legitimaci�n en el Estado Moderno”, La reconstrucción del materialismo histórico, pp. 243-272, y “�C�mo es posible la legitimidad a trav�s de la legalidad?” (primera lecci�n de “Derecho y moral. Tanner Lectures 1986”), Facticidad y validez, pp. 535-562.354 “Observaciones sobre el concepto de acci�n comunicativa”, op. cit., p. 506; v�ase tambi�n: Teoría de la acción comunicativa I, p. 382. Wellmer afirma que la tesis habermasiana de que entendemos un acto de habla cuando sabemos qu� lo hace aceptable es un tanto ambigua en la medida en puede interpretarse de dos maneras diferentes: por una parte, podemos interpretar que entender un acto de habla implica saber qu� quiere decir (qu� piensa) un emisor o emisora; por otro lado, el conocimiento sem�ntico de una emisora o emisor competente consiste en un potencial de razones que est�n �ntimamente relacionadas con el significado de la emisi�n; en este caso, entender una emisi�n supone conocer su proceso de fundamentaci�n. Hay que distinguir entre estas dos interpretaciones, afirma Wellmer, en la medida en que es importante tener en cuenta que entender un acto de habla no consiste s�lo en captar de forma correcta la intenci�n comunicativa de la emisora o del emisor: hay que conocer tambi�n el proceso de fundamentaci�n; v�ase: A. Wellmer, “Autonom�a del significado y principle of charity desde un punto de vista de la pragm�tica del lenguaje”, J. A. Gimbernat, (ed.), La filosofía moral y política de Jürgen Habermas,Biblioteca Nueva, Madrid, 1997, pp. 236-237. V�ase tambi�n: R. Bartsch, “Die Rolle von pragmatischen Korrektheitsbedingungen bei der Interpretation von �usserungen”, Grewendorf (ed.), Sprechakttheorie und Semantik, Suhrkamp, Frankfurt, 1979. En este trabajo, Bartsch distingue entre las condiciones de correcci�n y validez, por un lado, y las condiciones de aceptabilidad, por otro.
227
su componente ilocucionario) representa una racionalidad comunicativa cuya concreci�n
en los procesos interactivos implica la toma de postura ante las pretensiones de validez
con el objetivo de llegar a un entendimiento355. Tal y como indicamos en la introducci�n
de este tema, esta hip�tesis se sustenta en una de las caracter�sticas formales de la praxis
ling��stica a la que Habermas concede especial relevancia: la doble estructura del habla.
La doble estructura tiene su correlato anal�tico en los conceptos austinianos de locuci�n e
ilocuci�n356.
La locuci�n representa el contenido proposicional de una emisi�n. Ahora bien,
este contenido proposicional es dicho de cierta forma (afirmando, interrogando,
ordenando...). Por tanto, el componente locucionario del acto de habla se acompa�a de un
componente ilocucionario que establece c�mo ha de entenderse el contenido
proposicional. De esta forma, todo acto de habla puede ser analizado atendiendo a una
doble estructura I”p”, donde “p” representa el contenido proposicional e I la fuerza
ilocucionaria (“yo te prometo que p”; “afirmo que p“...). Como podemos apreciar, uno de
los elementos se puede mantener constante (“p”) mientras que la fuerza ilocucionaria
var�a. Este hecho pone de manifiesto, afirma Habermas, la autonom�a de estos dos
componentes del acto de habla y, lo que es a�n m�s importante para los objetivos de la
pragm�tica formal, la existencia de dos niveles de comunicaci�n en los que hablante y
oyente tienen que entenderse de forma simult�nea357. Un primer nivel remite a I (es decir,
355V�ase, por ejemplo, Verdad y justificación, p. 117; v�ase tambi�n: Habermas, “Towards a Communication Concepts of Rational Collective Will-Formation”, Ratio Juris 2, julio 1989, pp. 144-154. Al limitar Habermas su an�lisis a la acci�n orientada al entendimiento se ve obligado a introducir, a partir de 1983, una matizaci�n a la hora de definir un acto de habla aceptable: para que dicho acto de habla sea aceptable el hablante tiene que hacer su oferta con sinceridad. En las primeras formulaciones no explicit�esta puntualizaci�n porque part�a de una premisa que consideraba trivial: el uso del lenguaje orientado al entendimiento es el modo original de uso ling��stico; v�ase: “�Qu� significa pragm�tica universal?”, op. cit., nota 87, p. 359; cfr. Teoría de la acción comunicativa I, p. 382. 356 Tal y como indicamos en el cap�tulo cuarto, Austin distingue tres componentes en el acto de habla: la locuci�n, la ilocuci�n y la perlocuci�n. Habermas identifica la locuci�n con la oraci�n subordinada del acto de habla y la ilocuci�n con la oraci�n principal. Por su parte, el componente perlocucionario de Austin lo sustituye Habermas por un componente expresivo. El motivo principal de dicha sustituci�n es que no desea integrar como parte del acto de habla los efectos mentales que �ste pueda provocar con el objetivo de no poner en riesgo la tesis antimentalista. La dificultad del componente expresivo es que suele mantenerse en estado impl�cito, afirma Habermas, y s�lo se explicita en determinadas ocasiones mediante oraciones expresivas. (En “Cr�tica conscienciadora o cr�tica salvadora”, Perfiles filosófico-políticos, p. 319, Habermas da la raz�n a Walter Benjam�n al considerar que la dimensi�n expresiva es la m�s arcaica). El contenido locucionario representa la funci�n ling��stica de transmisi�n del saber y las cogniciones; el componente ilocucionario representa la integraci�n social y las obligaciones; el componente expresivo representa la funci�n socializadora y las expresiones. Los tres componentes que forman el acto de habla son aut�nomos,es decir, no se pueden deducir l�gicamente ni reducir uno a otro; v�ase: Teoría de la acción comunicativa II, pp. 94-99.357 Si bien es cierto que, en determinadas circunstancias, el componente ilocucionario de acto de habla puede objetivarse y ser incluido en el contenido proposicional, la naturaleza aut�noma y prioritaria de la fuerza ilocucionaria se pone de manifiesto en la medida en que para llevar a cabo esta operaci�n tenemos
228
a la fuerza ilocucionaria) y un segundo nivel a “p” (el contenido proposicional). El
componente locucionario representa el uso cognitivo del lenguaje, remitiendo a hechos y
estados de cosas; el componente ilocucionario representa el uso comunicativo, donde se
establecen relaciones interpersonales definidas en t�rminos intersubjetivos. Este doble
uso del lenguaje, determinado por la doble estructura del habla, confiere al lenguaje
ordinario un car�cter reflexivo cuya descripci�n debe ser objetivo preferente de la
pragm�tica universal. Este car�cter reflexivo del lenguaje ordinario remite a la capacidad
que posee la fuerza ilocucionaria para determinar de qu� manera debemos entender el
contenido proposicional y a qu� tipo de acci�n da lugar la emisi�n358. Esta prioridad
te�rica y pr�ctica, como hemos indicado, se debe al hecho de que el componente
ilocucionario del acto de habla es capaz de establecer interacciones sociales gracias al
v�nculo de significado y validez. Esta capacidad constituye la condici�n de logro o
aceptabilidad del acto de habla.
Para la tradici�n pragm�tica, definir un acto de habla logrado no ha sido tarea
exenta de problemas. Austin, por ejemplo, propone la denominada teor�a del infortunio
para delimitar las condiciones que un acto de habla debe cumplir para ser exitoso. Ese
conjunto de condiciones remite a un procedimiento convencional que debe existir y ser
aceptado. Por tal motivo, afirma Habermas, la propuesta austiniana no puede ser tomada
como referente a la hora de definir el logro de un acto de habla. La raz�n es que, si Austin
define la teor�a del infortunio tomando como criterio nuclear un procedimiento de
naturaleza convencional, est� centrando su an�lisis en lo que Habermas califica como
actos de habla institucionalmente ligados. Restringir el an�lisis a este tipo de actos no es
pertinente en la medida en que en los mismos la aceptaci�n o rechazo depende de normas
de acci�n que no tienen por qu� estar fundamentadas en el potencial racional de la fuerza
ilocucionaria. Los actos de habla institucionalmente ligados restan capacidad a los sujetos
orientados al entendimiento, los cuales deben tomar como referente los presupuestos de la
que manejar otro acto de habla cuyo componente ilocucionario no est� objetivado. Por ejemplo, cuando proferimos: “Te prometo que he condenado X”, el verbo realizativo “condenar” es parte del contenido proposicional pero viene acompa�ado del verbo realizativo “prometer”como verbo no objetivado. Obviar este hecho ha llevado a muchos autores, afirma Habermas, a incurrir en una falacia descriptiva que implica reducir el �mbito comunicativo al �mbito informativo o proposicional. 358 Habermas hace referencia a la doble estructura del habla para poner de manifiesto que el entendimiento sobre el contenido proposicional s�lo es posible en la medida en que tenga lugar una metacomunicaci�n sobre la relaci�n interpersonal. Con la noci�n de doble estructura del habla asociada al car�cter reflexivo del lenguaje Habermas reformula el planteamiento te�rico de Gadamer, quien tambi�n defiende la necesidad de comunicarse a dos niveles: entre los participantes y sobre las cosas. A diferencia de Habermas, Gadamer fundamenta esta afirmaci�n en la noci�n moral de reconocimiento, hecho que no le permite atribuir protagonismo te�rico al entendimiento.
229
pragm�tica universal y no un procedimiento convencional que puede definirse al margen
de sus decisiones racionales. Por tal motivo, debemos centrar el an�lisis en actos de habla
en los que se cumpla con este requisito; es decir, en los denominados por Habermas
“actos de habla institucionalmente no ligados”.
Con la propuesta desarrollada por Searle en Actos de habla, la situaci�n no
mejora de forma significativa. Searle intenta definir las condiciones de �xito
proponiendo un sistema de reglas constitutivas; es decir, de reglas que no s�lo regulan
una acci�n sino que adem�s las crean. Debido a que dichas reglas constitutivas tienen un
car�cter subyacente, para determinarlas tenemos que utilizar una estrategia indirecta que
implica la identificaci�n de una serie de condiciones a partir de las cuales derivar dicho
sistema. Searle aplica esta estrategia te�rica a cada uno de los componentes que integran
el acto de habla: el componente proposicional (formado por referencia y predicaci�n) y el
componente ilocucionario. Para explicar el sistema de reglas que define el uso del
componente ilocucinario Searle se basa en el an�lisis de las promesas. De dicho an�lisis
deriva un sistema de reglas integrado por la regla de contenido proposicional (Pr ha de
emitirse solamente en el contexto de una oraci�n T, cuya emisi�n predica alg�n acto
futuro A del hablante H), por la regla preparatoria (Pr ha de emitirse solamente si el
oyente O preferir�a que H hiciese A a que no hiciese A, y H cree que O preferir�a que H
hiciese A a que no hiciese A; Pr ha de emitirse solamente si no es obvio tanto para H
como para O que no har� A en el curso normal de los acontecimientos), por la regla de
sinceridad (Pr ha de emitirse solamente si H tiene la intenci�n de hacer A) y por la regla
esencial (la emisi�n de Pr cuenta como la asunci�n de una obligaci�n de hacer A)359. En
t�rminos generales, Habermas acepta las conclusiones relativas a la regla preparatoria, de
contenido proposicional y de sinceridad pero considera imprescindible matizar la noci�n
de regla esencial. La regla esencial es, justamente, la que hace referencia a la relaci�n
interpersonal establecida entre hablante y oyente a trav�s del componente ilocucionario
del acto de habla. Por tal motivo, es fundamental matizar la definici�n de regla esencial
ofrecida por Searle con el objetivo de clarificar el tipo de compromiso que adquiere el
hablante al proferir una emisi�n seria. El compromiso adquirido por el hablante,
puntualiza Habermas, no se limita al cumplimiento de las condiciones de contexto, va
mucho m�s all� de eso. Para comprobar si se cumplen con las condiciones impuestas por
el contexto basta con observar o plantear preguntas; el compromiso que adquiere el
359 Actos de habla, pp. 70-71.
230
hablante, por el contrario, tiene que ser probado360. Dicho compromiso no depende de la
intenci�n del emisor o emisora sino de la referencia a una pretensi�n universal de validez
que se materializa en el contenido ilocutivo del acto de habla:
La fuerza ilocucionaria de un acto de habla aceptable consiste, por tanto, en que puede mover a un oyente a confiar en las obligaciones t�picas para cada clase de actos de habla que contrae el hablante361.
El contenido del compromiso adquirido por el hablante lo determina, por un
lado, el sentido de la relaci�n interpersonal y, por otro, la pretensi�n de validez
tematizada (es decir, analizada o puesta en cuesti�n). El componente ilocucionario del
acto de habla es el que posee el poder de motivar a la persona que act�a como oyente
para que acepte la oferta hecha por el hablante362. Un receptor o receptora entiende una
determinada manifestaci�n cuando conoce las razones que motiva el reconocimiento
intersubjetivo de la pretensi�n de validez implicada y sabe cu�les son las consecuencias
que dicho reconocimiento tiene para la acci�n. Desde el momento en que el oyente acepta
la garant�a de desempe�o ofrecida por el hablante adquiere car�cter efectivo el v�nculo
ilocucionario. La consecuci�n de este v�nculo constituye un �xito ilocucionario que
depende del desempe�o discursivo de las pretensiones. Para que se consiga este objetivo
ilocucionario (es decir, para que el hablante pueda llegar a entenderse con el oyente) se
tienen que culminar con �xito una serie de etapas: en primer lugar, la persona que act�a
como receptora debe entender el significado de la emisi�n proferida; a continuaci�n, tiene
que tomar postura ante las pretensiones de validez (es decir, tiene que aceptarlas o
rechazarlas aportando razones) y, por �ltimo, tiene que orientar sus acciones conforme al
acuerdo establecido. De esta forma, la esfera pragm�tica (que viene representada por el
acuerdo alcanzado) sirve de nexo entre la dimensi�n sem�ntica (la comprensi�n del
significado) y el nivel emp�rico (la interacci�n). La explicaci�n de c�mo se relacionan
estos tres niveles debe realizarse en el marco de una adecuada teor�a del significado. Esta
teor�a del significado se configura, como hemos venido exponiendo a lo largo del trabajo,
360 La prueba a la que se somete el compromiso adquirido por el hablante puede ser, por ejemplo, la actuaci�n en consecuencia. Si no se act�a de esta forma, y en la medida en que dicho incumplimiento supone violar un compromiso que nos vincula p�blica y racionalmente, las personas implicadas en la interacci�n pueden exigir explicaciones. 361 “�Qu� significa pragm�tica universal?”, op. cit., p. 362. 362 V�ase: Teoría de la acción comunicativa, II, pp. 99-111. La libertad comunicativa se convierte en responsabilidad, afirma Habermas, en la medida en que los sujetos orienten sus acciones por pretensiones de validez y asuman las obligaciones ilocucionarias. Este entramado de relaciones sim�tricas y obligaciones va m�s all� del “principio de caridad” de Davidson o de la “fusi�n de horizontes” de Gadamer; v�ase por ejemplo: “Libertad comunicativa y teolog�a negativa. Preguntas a Michael Theunissen”, Fragmentos filosófico-teológico, p. 121 o La constelación posnacional, pp. 192-193.
231
en el marco de una pragm�tica formal que es capaz de superar las limitaciones en las que
incurren las propuestas centradas en las oraciones o en el uso solitario del lenguaje363.
El problema surge a la hora de justificar c�mo adquieren los actos de habla ese
poder vinculante si no recurren ni al contexto de normas socialmente establecidas ni a la
coacci�n o a las sanciones364. Un an�lisis detallado, afirma Habermas, nos permite llegar
a la conclusi�n de que la interacci�n definida entre hablante y oyente es posible porque
las emisiones van asociadas a pretensiones de validez que pueden ser sometidas a una
evaluaci�n cognitiva. La evaluaci�n cognitiva de las pretensiones de validez es posible en
la medida en que la fuerza vinculante del acto de habla se basa en la capacidad del emisor
y receptor para coordinar sus acciones mediante el debate racional de las pretensiones. Al
no tener en cuenta esta circunstancia, ni la propuesta de Austin ni la de Searle son
capaces de proponer una definici�n adecuada del acto de habla exitoso. Ambas
propuestas se restringen a condiciones de contexto que no reconocen el protagonismo
te�rico de la fuerza ilocucionaria como veh�culo para la aceptaci�n de compromisos u
obligaciones racionales.
De lo expuesto hasta el momento, existen algunas cuestiones que pueden ser
objeto de comentario. Por un lado, llama la atenci�n que Habermas haga uso de las
nociones pragm�ticas de locuci�n e ilocuci�n sin hacer referencia alguna a las
dificultades te�ricas a las que �stas tienen que enfrentarse. A las nociones austinianas de
locuci�n e ilocuci�n se le han formulado una serie de cr�ticas que afirman, por ejemplo,
que el significado no puede identificarse con la locuci�n en la medida en que tambi�n la
ilocuci�n remite al significado sem�ntico; que han puesto en duda la funci�n que cumple
el oyente en el proceso interactivo365; o que reconocen la necesidad de completar la
distinci�n establecida entre locuci�n, ilocuci�n y perlocuci�n con un momento previo en
el que el emisor o la emisora eligen una determinada estrategia verbal dependiendo de sus
motivaciones, aprendizajes y conjunto de saberes (lo que dar�a lugar al an�lisis del
363 V�ase: M. Cooke (comp.), On the Pragmatics of Communication, Cambridge Mass, 1998 y M. Cooke, Language and Reason, Cambridge Mass, 1994. 364 Este problema se le plantea realmente a los actos de habla institucionalmente no ligados. Los actos de habla institucionalmente ligados pueden hacer derivar esa fuerza vinculante de las normas vigentes. 365 Sobre la importancia del oyente, v�ase por ejemplo: R. M. Krauss y S. Glucksberg, “The development of communication: Competence as a function of age”, Child Development, 40, 1969, pp. 255-266; C. Garvey y R. Hogan, “Social speech and social interaction: Egocentrism revisited”, Child Development, 44, 1973, pp. 562-568; G. Wigglesworth, “Children’s narrative acquisition: A study of some aspects of reference and anaphora, First Language, 10, 1990, pp. 105-125; D. Schober-Peterson y C. Johnson, “Non-dialogue speech during preschool interaction”, Journal of Child Language, 18, 1991, pp. 153-170 o C. Garvey y G. Berninger, “Timing and turn-taking in children’s conversations”, Discourse Processes, 4, 1981, pp. 27-57.
232
denominado por Havertake acto alocucionario)366. Habermas, sin embargo, obvia esta
discusión atribuyéndole a los conceptos austinianos de locución e ilocución un
fundamento teórico incuestionable. Esta recepción acrítica se agrava cuando Habermas
atribuye al componente ilocucionario del acto de habla la representación de un
procedimiento racional basado en el desempeño discursivo de las pretensiones de validez.
Con este reconocimiento pretende solventar uno de los errores más importantes de la
tradición pragmática, la cual sólo es capaz de apuntar teóricamente el poder coordinador
del acto ilocucionario sin lograr describirlo en los términos adecuados.
La capacidad que posee la ilocución para procurar un vínculo social que culmina
con el establecimiento de un acuerdo racionalmente motivado sólo podemos describirla,
defiende el autor frankfurtiano, si aplicamos los supuestos teóricos de la pragmática
universal. Lo que no hace este autor es ofrecer una justificación para respaldar esta
afirmación. En este sentido llama la atención, por ejemplo, el argumento esgrimido en el
que remite a una prueba cognitiva con la finalidad de justificar esta tesis. Según dicho
argumento, el vínculo ilocucionario es posible porque va asociado a pretensiones de
validez que pueden ser objeto de evaluación cognitiva y, al tiempo, dicha evaluación es
posible porque la fuerza vinculante depende del desempeño discursivo de pretensiones de
validez. Como podemos apreciar, este razonamiento encierra un círculo vicioso: por un
lado, remite a la prueba cognitiva de las pretensiones de validez para demostrar el poder
vinculante de la fuerza ilocucionaria y, por otro, hace depender dicha evaluación
cognitiva de la fuerza vinculante (es decir, de la fuerza ilocucionaria). Lo cierto es que el
deficitario análisis que la corriente pragmática ofrece de la noción de ilocución (análisis
que acaba reduciendo la descripción de este componente pragmático a términos
puramente sintácticos) deja expedito el camino a Habermas para que éste pueda adaptar
de forma oportuna dicho concepto a sus necesidades teóricas. Simplemente tiene que
rentabilizar las connotaciones literales, públicas y convencionales con las que suele
asociarse la descripción del componente ilocucionario para convertirlo en el acto que
reivindica la relación privilegiada de significado y validez.
Habermas no indaga en las deficiencias de la teoría de los actos de habla de
Austin y Searle y demuestra que la mejor manera de resolver dichas deficiencias es
aplicando los presupuestos de la pragmática universal, el autor frankfurtiano evalúa la
teoría del significado de estos dos autores dando por hecho el carácter incuestionable de
366 Havertake, Impositive sentences in Spanish: Theory and description in linguistic pragmatics, North-Holland, Ámsterdam, 1979; Speech acts, speakers and hearers, John Benjamins, Ámsterdam, 1984.
233
sus idealizaciones trascendentales. Prueba de ello es que no manifiesta interés alguno por
clarificar temas tan sensibles como la relación significado sintáctico-significado
pragmático y, sin embargo, se apresura a matizar nociones como la regla esencial de
Searle o la teoría del infortunio de Austin con la finalidad de adaptarlas a un modelo
teórico en el que la aceptabilidad de un acto de habla depende del desempeño discursivo
de pretensiones de validez. Obviamente, las teorías del significado de Austin y Searle son
merecedoras de críticas o matizaciones fundamentadas que tengan por objeto ofrecer una
interpretación realmente pragmática de dichas formulaciones, pero no consiste en eso el
interés de Habermas. Al igual que ocurre con su interpretación de Wittgenstein,
Chomsky, Peirce, Davidson o Quine (por poner sólo algunos ejemplos), el error de
Austin y Searle radica en no haber sido capaces de asumir los presupuestos de la
pragmática universal. La cuestión que tendríamos que plantear a Habermas es si, para
justificar dicha necesidad teórica, existe alguna vía alternativa a la falacia petitio
principii.
Que a Habermas no le preocupa indagar en los verdaderos problemas de la
noción pragmática del significado también lo pone de manifiesto las deficiencias en las
que incurre a la hora de definir el éxito del acto de habla en términos de aceptabilidad.
Habermas defiende que el logro o aceptabilidad del acto de habla debe asociarse a la
noción de interacción, interacción que tiene lugar entre sujetos orientados al
entendimiento. Si sometemos a una interpretación pragmática dicha noción de
aceptabilidad, los elementos prioritarios para el análisis tendrían que ser los sujetos
implicados en el proceso comunicativo en la medida en que son ellos los que debaten
racionalmente las pretensiones de validez dando contenido empírico al vínculo social.
Siguiendo la lógica de dicha interpretación pragmática, tendríamos que llegar a la
conclusión de que los aspectos relevantes para el análisis son, precisamente, aquéllos que
Habermas no tiene en cuenta: es decir, los que incumben a los sujetos empíricos que
participan en procesos comunicativos empíricos. Sin embargo, este autor opta por centrar
su análisis en el componente ilocucionario cometiendo dos errores: 1) no criticar los
reduccionismos sintácticos a los que la corriente pragmática del significado somete el
estudio de dicho componente y 2) acometer la descripción de dicha fuerza ilocucionaria
en términos trascendentales, o sea, tomando como referente los presupuestos de la
pragmática formal.
Otro problema al que tendría que enfrentarse Habermas al definir el éxito de un
acto de habla en términos de aceptabilidad es al de clarificar los dos niveles de
234
comprensi�n a los que remite dicha tesis: un primer nivel remite al significado sem�ntico
en la medida en que para establecer una interacci�n primero hay que comprender el
significado literal de la emisi�n; un segundo nivel remite al significado pragm�tico al
representar el proceso discursivo mediante el cual se acepta o rechaza la pretensi�n de
validez planteada. Tal y como se�ala Pere Fabra367, este problema es vinculante en la
medida en que Habermas supedita el primer nivel de comprensi�n al segundo; es decir,
supedita el significado literal al pragm�tico. �Esto implica que s�lo podemos comprender
sem�nticamente una emisi�n cuando somos capaces de cumplir con las condiciones de
aceptabilidad del acto de habla? Aceptar esta tesis generar�a una seria dificultad en la
medida en que supone primar el significado pragm�tico de las emisiones frente al
significado sem�ntico o literal, hecho que contradice la creencia de que la comprensi�n
del significado literal es requisito necesario para el entendimiento del significado
pragm�tico. Para evitar esta dificultad, Habermas se ve obligado a introducir dos tipos de
objetivos ilocucionarios: un primer objetivo guarda relaci�n con el significado sem�ntico
y un segundo objetivo con el significado pragm�tico368. De esta forma, intenta
salvaguardar la relevancia del significado pragm�tico sin prescindir del significado literal.
La introducci�n de este doble tipo de objetivos ilocucionarios se ha interpretado como un
intento de superar la conflictiva relaci�n establecida entre sem�ntica y pragm�tica369. Yo
no estar�a de acuerdo con esta interpretaci�n. Aunque estoy completamente de acuerdo
con la necesidad de superar esta inoperativa distinci�n (�qu� sentido tiene hablar de una
sem�ntica sin pragm�tica o viceversa?), creo que Habermas no se ha planteado
seriamente esta posibilidad. Habermas no es capaz de esclarecer las funciones de la
sem�ntica y la pragm�tica porque, a pesar de manifestar predilecci�n te�rica por el
enfoque pragm�tico, no puede prescindir del significado literal. La pragm�tica universal
se ve abocada as� a un an�lisis de tipo sint�ctico que no contradiga los principios
367Pere Fabra, Habermas: lenguaje, raz�n y verdad. Los fundamentos del cognitivismo en J�rgen Habermas, Marcial Pons, Madrid, 2008, pp. 195-199.368 “Entgegnung”, op. cit., pp. 327-405.369 V�ase: Pere Fabra, op. cit., p. 215. Tal y como se�ala Wellmer, las dificultades a las que se enfrenta Habermas a la hora de asociar significado y validez tienen dos antecedentes importantes: 1) no delimitar los �mbitos sem�nticos y pragm�ticos y 2) centrar el an�lisis en el uso intersubjetivo del lenguaje. Lafont abunda en esta direcci�n afirmando que, a los problemas propios de una concepci�n pragm�tica, Habermas suma el no ser capaz de explicar el proceso de comprensi�n del significado. A Lafont le preocupa la posible exclusi�n del significado proposicional en la medida en que, defiende, la comprensi�n del acto de habla implica al significado pragm�tico y al significado ling��stico. Sin embargo, en el planteamiento te�rico de Habermas da la sensaci�n, sigue afirmando Lafont, que el significado ling��stico se da por supuesto; v�ase: A. Wellmer, “Was ist eine pragmatische Bedeutungstheorie? Variationen �ber den Satz “Wir verstehen einer Sprechakt, wenn wir wissen, was ihn akzeptabel macht”, A. Honneth, T. McCarthy, C. Offe y A. Wellmer (eds.), Zwischenbetrachtungen. Im Prozeβ der Aufkl�rung, Suhrkamp, Frankfurt, a.M., 1989 y Cristina Lafont, La raz�n como lenguaje, op. cit.
235
intersubjetivos y antimentalistas (principios que podr�an ponerse en riesgo si optamos por
una concepci�n verdaderamente pragm�tica del significado). No poder prescindir del
significado literal es el peaje a pagar si queremos mantener fidelidad al giro ling��stico.
La innovaci�n te�rica propuesta por la pragm�tica universal al reivindicar la
conexi�n significado-validez no afecta �nicamente a la definici�n de la fuerza
ilocucionaria o a la definici�n de acto de habla logrado, afecta tambi�n a otro de los
temas irresueltos en la tradici�n pragm�tica: la clasificaci�n de actos de habla. Definir
una clasificaci�n adecuada, afirma Habermas, implica utilizar como criterio la base
universal de validez.
5.2. Una clasificación de actos de habla inspirada en la noción de validez
Si para proponer una clasificaci�n adecuada del acto de habla tenemos que
recurrir al v�nculo significado-validez, las propuestas planteadas por la tradici�n
pragm�tica no pueden ser satisfactorias en cuanto que no han sido capaces de contemplar
esta necesidad370. Este es el caso, por ejemplo, de la clasificaci�n ofrecida por Austin
utilizando como criterio los verbos realizativos. Esta clasificaci�n est� integrada por
cinco tipos de actos de habla (actos judicativos, ejercitativos, compromisorios,
comportativos y expositivos)371 cuyo principal problema, afirma Habermas, es que no es
capaz de delimitar con nitidez los diversos tipos de actos que la componen. Searle372
intenta superar las limitaciones en las que incurre la clasificaci�n de Austin. Para ello, no
370 El an�lisis de cu�les son los criterios m�s adecuados para establecer una clasificaci�n de los actos de habla no ha quedado libre de discusi�n. Una teor�a que suele tomarse como referencia es la de Searle. Sin embargo, las investigaciones que han tomado dicho referente suelen ser criticadas por ofrecer un modelo basado en las producciones individuales; v�ase: J. Dore y R. P. Mcdermott, “Linguistic indeterminacy and social context in utterance interpretation”, Language, 58, 1982, pp. 374-398; W. Edmondson, Spoken discourse: A model for analysis, Longman, London, 1981 o A. Ninio, “The illucotionary aspect of utterances”, Discourse Processes, 9, 1986, pp. 127-147. Levinson, por ejemplo, propone tomar como referente el modelo intencionalista de Grice en vez de la teor�a de actos de habla de Austin y Searle, v�ase: S. C. Levinson, Pragmatics, Cambridge University Press, Cambridge, 1983 (traducci�n al castellano: Pragmática, Teide, Barcelona, 1989). Dore, por su parte, se centra en la fuerza ilocucionaria, Tough se centra en el nivel cognitivo y McShane incide en el tipo de actividad: J. Dore, “Conditions for the acquisition of speech acts”, I. Markowa (ed.), The social context of language, Chichester: Wiley, 1978; J. Tough, The development of meaning, Halsted Press, New York, 1977; J. McShane, Learning to talk, Cambridge University Press, Cambridge, 1980. V�ase tambi�n: A. Ninio y C. E. Snow, Pragmatic Development, Westview Press Inc., Bulder, Colorado, 1996. 371 Cómo hacer cosas con palabras, conferencia XII, pp. 195-212. Los actos de habla judicativos tienen como caso paradigm�tico el acto de emitir un veredicto; los actos de habla ejercitativos consisten en el ejercicio de potestades, derechos o influencias; los actos de habla compromisorios nos comprometen a hacer algo; los actos de habla comportativos tienen que ver con las actitudes y comportamientos sociales; los actos de habla expositivos hacen referencia a c�mo estamos usando las palabras.372 “A Taxonomy of Illocutionary Acts”, op. cit.; Expressión and Meaning. Studies in the Theory of Speech Acts, Cambridge-University Press, Cambridge, 1979; este trabajo apareci� originalmente en K. Gunderson (ed.), Language, Mind and Knowledge, University of Minnesota Press, Minneapolis, 1975.
236
toma como referencia los verbos realizativos sino una serie de criterios como son, por
ejemplo, la direcci�n de ajuste (saber si al proferir un acto de habla es el mundo el que se
adapta a las palabras o las palabras al mundo), los fines ilocucionarios o los estados
psicol�gicos representados en el acto de habla. El resultado es una tipolog�a de actos de
habla (integrada por actos de habla representativos, compromisorios, directivos,
declarativos y expresivos)373 que, seg�n la valoraci�n habermasiana, es m�s manejable
que la de Austin y, desde un punto de vista intuitivo, resulta m�s convincente. Esta
clasificaci�n marca el punto de partida de una discusi�n que deriva en dos direcciones:
una, la representa la clasificaci�n ofrecida por la pragm�tica emp�rica; la otra, la encarna
el propio Searle al intentar ofrecer una fundamentaci�n ontol�gica a los cinco tipos de
actos de habla propuestos.
La perspectiva pragm�tica la integran los trabajos de autores como
Wunderlich374, Kreckel375 o Campbell376. Seg�n este enfoque, las acciones comunicativas
se conciben insertas en entramados sociales, por lo que el sustrato ling��stico tiene que
poseer una naturaleza flexible en la medida en que debe adaptarse a las diversas formas
de vida. Aplicando esta premisa, la clasificaci�n de actos de habla propuesta por la
pragm�tica emp�rica se configura utilizando una serie de par�metros o criterios que
reflejan la situaci�n interactiva concreta. Hablamos, as�, de una dimensi�n temporal (que
explicita la orientaci�n hacia el pasado, el presente o el futuro) una dimensi�n social (que
refleja si la obligaci�n implicada por el acto de habla afecta al emisor, al receptor o a
ambos) y la dimensi�n objetiva (que indica si el tema principal del acto de habla hace
referencia a los sujetos, a los objetos o a las acciones). Este tipo de clasificaciones, afirma
Habermas, ofrece una ventaja en la medida en que son un buen recurso para las
descripciones etnoling��sticas y socioling��sticas pero, al tiempo, ofrecen un gran
373 Los actos de habla representativos comprometen al hablante con el hecho de que algo es de determinada manera, la direcci�n de ajuste consiste en que las palabras se adaptan al mundo y el estado psicol�gico es la creencia. Los actos de habla compromisorios tienen como objetivo comprometer al hablante con un comportamiento futuro, la direcci�n de ajuste se produce desde el mundo hacia el lenguaje y el estado psicol�gico es la condici�n de sinceridad en la que el hablante tiene la intenci�n de actuar en coherencia con lo manifestado. Los actos de habla directivos tienen la finalidad de intentar que el oyente haga algo, la direcci�n de ajuste va del mundo a las palabras y el estado psicol�gico es el deseo. Los actos de habla declarativos tienen como objetivo modificar una situaci�n determinada, la direcci�n de ajuste es rec�proca y carecen de estado psicol�gico relevante. Los actos de habla expresivos tienen como objetivo expresar el estado psicol�gico de la persona que act�a como hablante, carecen de direcci�n de ajuste y el estado psicol�gico es variable. 374“Skizze zu einer integrierten Theorie der grammatischen und pragmatischen Bedeutung”, Wunderlich,Studien zur sprechakt-theorie, Suhrkamp, Frankfurt aM, 1976 y “Was ist das f�r ein Sprechakt”,Grewendorf (ed.), Sprechaktheorie und semantik, Suhrkamp, Frankfurt a.M., 1979. 375 Communicative Acts and Shared Knowledge in Natural Discourse, Academic Press, Londres, 1981. 376 “Toward a workable taxonomy of illocutionary forces”, Language and Style VIII, 8.1, 1975.
237
inconveniente: obvian el carácter intuitivo de las clasificaciones que se basan en las
funciones básicas del lenguaje y que parten de criterios semánticos. Dicho en otros
términos: el inconveniente de la clasificación propuesta por la pragmática empírica es que
complejiza el análisis teniendo en consideración criterios que reflejan la heterogeneidad
social.
Searle, por su parte, intenta proporcionar una clasificación de los actos de habla
definiendo, desde un punto de vista ontológico, los fines ilocucionarios perseguidos por
los sujetos al ejecutar un acto de habla. En esta clasificación, las fuerzas ilocucionarias se
describen a través de las relaciones lenguaje-mundo, lo que le proporciona el valor
añadido, afirma Habermas, de tener en consideración la noción de validez. El
razonamiento habermasiano es el siguiente: en la medida en que Searle utiliza criterios
como la dirección de ajuste o los fines ilocucionarios, está reconociendo la importancia
teórica de la relación lenguaje-mundo, relación que, en el marco de la pragmática
universal, se representa mediante un sistema plural de pretensiones. Sin embargo, Searle
comete un grave error: no incidir en la naturaleza interactiva del proceso comunicativo.
Al no tener en cuenta el proceso de interacción, desatiende la situación en la que los
sujetos debaten las pretensiones de validez no pudiendo distinguir, en consecuencia, entre
las condiciones de éxito (que son contingentes) y las condiciones de validez que, como
sabemos, constituyen una base universal:
Las dificultades con que tropieza el ensayo de clasificación de Searle pueden evitarse, conservando, no obstante, su fecundo punto de vista teórico, si partimos de que los propósitos ilocucionarios de los actos de habla se consiguen por medio del reconocimiento intersubjetivo de pretensiones de poder o de pretensiones de validez; si introducimos, además, la rectitud normativa y la veracidad subjetiva como pretensiones de validez análogas a la de verdad, y si interpretamos a su vez éstas valiéndonos de relaciones actor-mundo377.
Como alternativa a la pragmática empírica y a Searle, Habermas propone una
clasificación de actos de habla, según él mismo afirma, más intuitiva. Para ofrecer dicha
clasificación más intuitiva hay que prescindir del enfoque inductivo e incidir en los
presupuestos trascendentales de la pragmática formal utilizando como criterio el sistema
de pretensiones de validez. Todo acto de habla, afirma el autor frankfurtiano, puede ser
criticado desde la perspectiva de la verdad, la rectitud y la veracidad. Sin embargo, cada
acto de habla concreto se asocia prioritariamente con una pretensión de validez que viene
determinada por la fuerza ilocucionaria. Una demarcación nítida de la pretensión de
377 Teoría de la acción comunicativa I, p. 415.
238
validez prioritaria sirve como fundamento para establecer lo que Habermas define como
casos idealizados o puros de actos de habla. Estos actos idealizados son los actos de habla
constatativos, los actos de habla regulativos y los actos de habla expresivos. Con los actos
de habla constatativos el emisor o emisora se refiere a algo en el mundo objetivo; negar
estos actos implica que el receptor o receptora cuestiona la pretensión de verdad. Con los
actos de habla regulativos, la persona que actúa como emisora pretende establecer una
relación interpersonal mediante la referencia a un mundo social compartido; negar este
tipo de acto de habla implica cuestionar la pretensión de rectitud. Con los actos de habla
expresivos el hablante explicita una vivencia a la que él tiene un acceso privilegiado; si se
cuestiona dicho acto de habla es porque el receptor o receptora pone en duda la veracidad
del hablante. Estos tres tipos de actos de habla se definen como casos nucleares en la
medida en que representan cada una de las pretensiones de validez, pero dicha
clasificación se completa con los actos de habla comunicativos, los actos de habla
operativos y los imperativos.
Los actos de habla comunicativos se pueden entender como una subclase dentro
de los actos de habla regulativos. Estos actos se caracterizan por la relación reflexiva que
mantienen con el proceso comunicativo al tener como función la organización del habla
(es decir, repartir los papeles en el proceso de diálogo, determinar cuál será el tema, etc.).
Los actos de habla comunicativos están integrados por actos que se refieren a
pretensiones de validez (negación, confirmación...) o que sirven al desarrollo
argumentativo de dichas pretensiones de validez (demostrar, justificar...). Los actos de
habla operativos, por su parte, no tienen un carácter genuinamente comunicativo al tener
como función determinar el uso o aplicación de reglas lógicas o gramaticales (como es el
caso de inferir, calcular...). En el caso de los imperativos, el emisor o emisora pretende
movilizar al oyente con la finalidad de que éste produzca en el mundo objetivo el estado
que aquél desea. La crítica de este acto de habla se define teniendo en cuenta el éxito de
la acción y el rechazo del mismo expresa una voluntad dirigida contra una pretensión de
poder.
Con los imperativos le surge una seria dificultad teórica a Habermas en la
medida en que, por definición, no parecen adecuarse a los presupuestos de la pragmática
universal al no representar una forma de interacción orientada al entendimiento racional.
A diferencia de las órdenes o mandatos (que tienen un respaldo normativo como, por
ejemplo, cuando en un avión se nos conmina a utilizar el cinturón de seguridad), los
imperativos carecen de dicho respaldo y, por tanto, ponen en entredicho la conexión
239
significado-validez. Una posible soluci�n ser�a eliminar los imperativos de la
clasificaci�n. Sin embargo, el no tener en cuenta este tipo de actos de habla obligar�a a
Habermas a asumir una renuncia importante: negar la funci�n apelativa de B�hler. Esta
circunstancia le exige enfrentarse a un dilema: o bien elimina la funci�n apelativa, o bien
incluye los imperativos a sabiendas de que su naturaleza ling��stica no se adapta a los
presupuestos de la pragm�tica universal. En un primer momento, intenta conciliar ambos
extremos del dilema proponiendo una divisi�n interna de la funci�n apelativa. Como
consecuencia de dicha divisi�n distinguimos una funci�n imperativa, de la que deriva la
necesidad de incluir los imperativos en la clasificaci�n de actos de habla, y una funci�n
regulativa, con la cual se garantiza que al menos parte de la dimensi�n simb�lica
representada por la funci�n apelativa se adec�e a los presupuestos de la pragm�tica
formal al remitir a la pretensi�n de rectitud. Pero esta soluci�n es un tanto forzada, por lo
que Habermas se ve abocado a ensayar diversas definiciones de los imperativos con el
objetivo de conciliar su presencia con los presupuestos de la pragm�tica universal.
En un primer momento, tal y como pone de manifiesto Teoría de la acción
comunicativa, Habermas no es realmente consciente de esta dificultad estableciendo que
los imperativos constituyen un tipo aut�nomo de actos de habla donde la pretensi�n de
validez es sustituida por una pretensi�n de poder. Obviamente, esta admisi�n pone en
serio riesgo, como hemos comentado, la premisa fundamental de la pragm�tica universal
sustentada en la conexi�n significado-validez. Debido a este hecho, el planteamiento
original sobre los imperativos fue objeto de numerosas cr�ticas, lo que oblig� a Habermas
a reformular esta primera versi�n en Entgegnung378. En esta segunda etapa, se sigue
recurriendo al argumento de que los imperativos constituyen una forma estrat�gica de
lenguaje pero se establece que no existe corte anal�tico entre los imperativos simples (que
no poseen respaldo normativo) y los imperativos que poseen respaldo normativo (es
decir, los mandatos). Ambos tipos de imperativos constituir�an un continuum. Sin
embargo, esta revisi�n empeora la versi�n original ya que si no establecemos un corte
anal�tico entre los imperativos simples y los mandatos, las condiciones de poder o
sanci�n (representadas por los imperativos simples) pueden interferir con m�s facilidad
en el �mbito de validez representado por los mandatos. En consecuencia, el autor
378 Op. cit., pp. 327-405; aunque esta revisi�n es una versi�n ampliada de la reformulaci�n expuesta en el Prefacio de la tercera edici�n alemana de Teoría de la acción comunicativa. Entre las cr�ticas formuladas podemos mencionar, por ejemplo, la de Tugendhat: “J. Habermas on Communicative Action”, G. Seeba� y R. Toumela (eds), Social Action, Dordrecht: Reidel, 1985, pp. 179 y ss. y R. Zimmermann, Utopie, Rationalität, Politik, Friburgo: Alber, 1985, pp. 372 y ss.
240
frankfurtiano tiene que ensayar una tercera versi�n expuesta en Pensamiento
postmetafísico379. En este caso vuelve a considerar a los imperativos simples como una
forma aut�noma de actos de habla insertos en el contexto de las acciones estrat�gicas y
donde las pretensiones de validez son sustituidas por pretensiones de poder. Como
vemos, es un planteamiento similar al defendido en Teoría de la acción comunicativa,
con una salvedad: en esta ocasi�n, los imperativos simples son despojados de su fuerza
ilocucionaria. Sin embargo, esta alternativa tampoco resulta te�ricamente fruct�fera
porque al eliminar el componente ilocucionario pone en riesgo la conexi�n de significado
y validez. Esto obliga a Habermas a asumir una cuarta revisi�n expuesta en Verdad y
justificación. En este contexto, el an�lisis de los imperativos simples se desarrolla
asign�ndoles de nuevo fuerza ilocucionaria y distingui�ndolos de los imperativos
normativamente fundamentados por su naturaleza perlocucionaria. Para ofrecer respaldo
a dicho an�lisis, incluye la novedad te�rica de diferenciar entre una forma fuerte y una
forma d�bil de entendimiento380. En la forma fuerte de entendimiento las razones
esgrimidas para fundamentar una pretensi�n de validez son universales; en la forma d�bil
de entendimiento hablamos de pretensiones relativas a un actor. Los imperativos simples
se insertan en el �mbito del entendimiento d�bil. Con los imperativos, la persona que
act�a como emisora supone que la receptora tiene buenas razones para llevar a cabo la
acci�n solicitada; el oyente, por su parte, debe comprender el significado sem�ntico de la
emisi�n, tiene que creer en la sinceridad del emisor y tiene que conocer por qu� el
hablante est� autorizado a esperar que la acci�n sea ejecutada.
Como vemos, los imperativos generan un serio problema al autor frankfurtiano y
la raz�n fundamental es la necesidad de establecer un v�nculo entre significado y validez.
Al imponer este requisito al proceso comunicativo se encuentra con dificultades a la hora
de explicar c�mo es posible comprender el significado sem�ntico de una emisi�n cuya
fuerza ilocucionaria no parece vinculada a las pretensiones de validez. Para hacer frente
a esta importante dificultad propone distintas definiciones que abocan necesariamente a la
insatisfacci�n te�rica. La insatisfacci�n se produce al salvaguardar un presupuesto
contraf�ctico incapaz de describir las situaciones cotidianas de comunicaci�n. No
obstante, lo que ocurre con la clasificaci�n de actos de habla (y, en concreto, con los
379 V�ase los cap�tulos titulados: “Acciones, actos de habla, interacciones ling��sticamente mediadas y mundo de la vida” y “Cr�tica de la teor�a del significado”. 380 Abordaremos el an�lisis de estas formas de entendimiento en el apartado 5.4.3.
241
imperativos) no es sino un ejemplo más del nulo rendimiento empírico de la pragmática
universal.
La clasificación general de actos de habla (integrada por imperativos, actos de
habla constatativos, regulativos, expresivos, comunicativos y operativos) sólo podrá
cubrir el análisis de los procesos de comunicación cotidiana, afirma Habermas, cuando se
complete con la tipología de fuerzas ilocucionarias que depende de cada lengua concreta.
Esto es así en la medida en que las formas de expresión de cada lengua particular no se
agotan remitiendo a una pretensión de validez, también hay que tener en cuenta el modo
en que la persona que actúa como emisora pretende que su expresión sea verdadera,
correcta o sincera. Para contemplar las diversas modalidades ilocucionarias hay que
recurrir, por tanto, a una pragmática empírica de inspiración teorética, matiza Habermas,
que sea capaz de aportar tipologías sustantivas. Ahora bien, si es la pragmática empírica
la que atribuye contenido a la clasificación de actos de habla, ¿cuál es la aportación de la
clasificación general propuesta por Habermas? Para evitar las críticas que pudieran poner
en cuestión la rentabilidad de una clasificación de actos de habla que se define al margen
de las exigencias sustantivas, el autor frankfurtiano tendría que ser capaz de demostrar
cómo se materializa el nexo entre la perspectiva trascendental representada por la
pragmática formal y la perspectiva sustantiva representada por la pragmática empírica.
Este requerimiento lo resuelve, tal y como comentamos en el capítulo anterior, aportando
argumentos que se autosustentan.
Un dato que abunda en la idea de que Habermas no se preocupa por clarificar el
posible nexo existente entre la pragmática empírica y la pragmática trascendental es que
no parece haber reflexionado de manera suficiente sobre la complejidad y heterogeneidad
de los criterios que son precisos para describir la realidad social. Hace referencia a
indicadores pragmáticos capaces de aprehender las modalidades ilocucionarias de las
pretensiones de validez con la finalidad de dar contenido a una pragmática empírica. Lo
que Habermas pone de manifiesto con esto es que no está dispuesto a describir la realidad
social prescindiendo del significado literal y de los presupuestos idealizadores. El
problema surge cuando la realidad social no se adecúa a estos parámetros y, además, no
somos capaces de explicar las verdaderas causas de este desajuste. Para obviar este
inconveniente, Habermas prescinde de los componentes sustantivos abocando su
242
propuesta (en este caso, su clasificaci�n de actos de habla) al defecto de una excesiva
simplificaci�n381.
En la medida en que Habermas manifiesta su inter�s por analizar el proceso
interactivo en el que los sujetos son capaces de coordinar sus acciones, tendr�a que tener
en cuenta las causas de dicha acci�n. Pero, como ya hemos expuesto, Habermas sustituye
el an�lisis de las causas por una investigaci�n reconstructiva que se limita a explicitar el
conocimiento intuitivo que poseen los sujetos. Al no preocuparse por las causas, el autor
frankfurtiano obvia el hecho de que los actos de habla se ven afectados por las
motivaciones de los sujetos intervinientes. En vez de considerar las diferentes formas
sociales de definir una misma situaci�n, elude la heterogeneidad y complejidad de la
realidad social. Pero nada de esto ocurre por casualidad. Habermas no puede tener en
cuenta los componentes emp�ricos del proceso comunicativo porque esto supondr�a un
riesgo inasumible para la pragm�tica formal: prescindir de los significados literales.
Aunque este autor reivindica una concepci�n pragm�tica del significado, dicha
reivindicaci�n se lleva a cabo proponiendo diversas estrategias te�ricas con el objetivo de
que la intenci�n comunicativa del hablante coincida con lo dicho; es decir, con el objetivo
de que el significado pragm�tico coincida con el significado literal. Para garantizar este
requisito el autor frankfurtiano transita del acto de habla est�ndar al mundo de la vida.
381 Una propuesta alternativa de clasificaci�n capaz de aprehender con mayor rigor la complejidad social es, por ejemplo, la expuesta por J. M. Chamorro en “Actos de habla: motivaciones, contextos y sociolectos”, Gavagai, vol. I, n� 2; diciembre 1985, pp. 101-138. En el mencionado art�culo, Chamorro defiende la necesidad de desarrollar una clasificaci�n de los actos de habla utilizando como criterio las motivaciones. Partir como criterio de la motivaci�n no es �bice, sigue afirmando este autor, para desarrollar clasificaciones complementarias que incidan en las estructuras gramaticales o en los efectos psicol�gicos: “A partir del esquema inicial del acto de habla, tenemos cuatro posibles clasificaciones, una por cada aspecto relevante: clasificaciones de motivaciones (acto alocucionario), de expresiones (acto locucionario), de fuerzas (acto ilocucionario) y de efectos (acto perlocucionario). Hemos, pues, de decidir si elegimos alguna de esas clasificaciones como predominante, si jugamos con todas ellas o si hacemos alguna conjugando criterios correspondientes a algunos o todos esos aspectos. Cabr�a una divisi�n del trabajo tal que los psic�logos se encargaran del estudio de los momentos alocucionario y perlocucionario, los ling�istas del momento locucionario y los pragm�ticos del momento ilocucionario, pero esta soluci�n, aparte de la comodidad, no tiene ni ventajas ni fundamento apreciable, sino que incide en el vicio tradicional de destrozar el objeto de estudio con provecho s�lo aparente y s�lo a corto plazo. (...) Creo preferible una opci�n algo diferente en la que la clasificaci�n de motivaciones no cubre el espacio de otras taxonom�as posibles, pues se limita al sistema de valores que funciona en la memoria de un tipo de sujetos, de forma que caben otras clasificaciones sobre aspectos gramaticales, efectos institucionales y efectos psicol�gicos”, ib�dem, p. 110. V�ase tambi�n: J. M. Chamorro, Lenguaje, mente y sociedad. Hacia una teoría materialista del sujeto, Servicio de publicaciones de la Universidad de La Laguna, La Laguna, 2006, pp. 242-245.
243
5.3. Del acto de habla estándar al mundo de la vida
Asumiendo el giro ling��stico, Habermas se compromete con una perspectiva
antimentalista que culmina con la formulaci�n de una pragm�tica formal definida como
investigaci�n reconstructiva. Dicha pragm�tica formal coincide con la teor�a de los actos
de habla al centrar su an�lisis en una unidad te�rica que privilegia la interacci�n
comunicativa, interacci�n que se configura a partir del uso intersubjetivo de significados.
Para garantizar el uso intersubjetivo del significado, en un primer momento, Habermas
centra su an�lisis en el acto de habla est�ndar. La ventaja que ofrece este tipo de actos de
habla es que en ellos el significado literal coincide con lo que el hablante quiere decir.
Dicho en otros t�rminos: en el acto de habla est�ndar no existen desajustes entre el
significado literal o sem�ntico y el significado pragm�tico. Pero esta ventaja se
transforma pronto en un inconveniente si pretendemos, como es el caso de Habermas,
tener en cuenta los componentes pragm�ticos del habla. La opci�n no es sencilla: si
optamos por un enfoque sem�ntico corremos el riesgo de reducir el an�lisis a los aspectos
sint�cticos de la emisi�n; si optamos por un enfoque pragm�tico, tendr�amos que tomar
medidas para evitar derivas relativistas a la hora de definir el significado. Habermas se
enfrenta a este c�rculo vicioso pretendiendo rentabilizar las ventajas de ambas
perspectivas sin asumir, por el contrario, ninguno de sus inconvenientes. Para dar
contenido a esta estrategia te�rica recurre, en una segunda etapa representada por Teoría
de la acción comunicativa, a la noci�n de mundo de la vida. Con dicho concepto intenta
incorporar al an�lisis los componentes pragm�ticos del habla sin renunciar a las garant�as
intersubjetivas del significado literal.
5.3.1. El acto de habla estándar: ¿existe coincidencia entre el significado literal y el
significado pragmático?
Tal y como indicamos anteriormente, el acto de habla est�ndar ofrece la ventaja
te�rica de que en ellos lo que decimos coincide con lo que queremos decir; o sea, la
intenci�n comunicativa del hablante coincide con el significado literal. Este tipo de actos
de habla son objeto de an�lisis en “�Qu� significa pragm�tica universal?”382, donde la
finalidad reconstructiva del lenguaje es explicitar el sistema de reglas que un sujeto
competente debe dominar para emitir actos de habla aceptables. Para llevar a cabo dicho
382 Op. cit., p. 325.
244
an�lisis, Habermas se centra en los casos paradigm�ticos de acciones orientadas al
entendimiento expl�citamente ling��sticas.
La forma est�ndar del acto de habla expl�cito est� integrada por un componente
ilocucionario y un componente proposicional o locucionario. El acto ilocucionario se
ejecuta mediante una oraci�n realizativa. Esta oraci�n realizativa est� integrada por un
predicado cuyo verbo aparece en presente de indicativo de la voz activa383, por un
pronombre en primera persona (que act�a como sujeto) y un pronombre en segunda
persona (que act�a como objeto directo). El componente ilocucionario tiene que
completarse con un componente proposicional que se define a partir de una oraci�n de
contenido proposicional. Esta oraci�n enunciativa o proposicional consta de un nombre o
descripci�n definida que identifica un objeto y de un predicado por medio del cual se le
atribuyen determinadas caracter�sticas a dicho objeto. Los actos de habla que tienen esta
estructura los denomina Habermas “proposicionalmente diferenciados”.
Como primera alternativa para delimitar las unidades pragm�ticas del an�lisis
podemos fijar nuestra atenci�n en dichos actos de habla proposicionalmente
diferenciados. Sin embargo, este criterio no resulta suficiente en la medida en que en este
conjunto de actos se dan casos, como los del “nombrar” o “bautizar”, que est�n ligados a
instituciones y, por tanto, a la presuposici�n de normas. Tal y como comentamos
anteriormente, dichos actos de habla los denomina Habermas “institucionalmente
ligados”. La legitimidad de los “actos de habla institucionalmente no ligados”, por el
contrario, se establece a partir del desempe�o discursivo de las pretensiones de validez
adecu�ndose, de esta forma, a los requisitos de la pragm�tica universal. Por tanto, en la
delimitaci�n de las unidades pragm�ticas del an�lisis debemos centrarnos en los actos de
habla proposicionalmente diferenciados e institucionalmente no ligados. Ahora bien, esta
delimitaci�n a�n no es suficiente: de este subconjunto s�lo podemos admitir aquellos que
poseen una forma verbal expl�cita y que no desplacen el significado; es decir, s�lo
podemos tomar como referencia aquellos actos de habla en los que el significado
pragm�tico coincida con el significado literal. Para fundamentar esta tesis, y el an�lisis en
la que se sustenta, el principio de expresabilidad de Searle presta una ayuda inestimable.
383 Habermas coincide as� con las exigencias gramaticales que Austin impone a los realizativos expl�citos: Cómo hacer cosas con palabras, p. 45. Lo que no menciona Habermas son las dificultades te�ricas a las que tuvo que enfrentarse Austin al asumir ese formato gramatical.
245
Seg�n el principio de expresabilidad, “cualquier cosa que pueda querer decirse
puede ser dicha”384. Con esta escueta definici�n se sugieren una serie de conexiones
anal�ticas entre la noci�n de acto de habla, lo que el hablante quiere decir, lo que la
oraci�n emitida significa, lo que el hablante intenta, lo que el oyente comprende y las
reglas que regulan los componentes ling��sticos. El principio de expresabilidad remite a
la estructura gramatical del acto de habla todos los componentes que forman parte del
proceso comunicativo, por lo que se convierte en un buen recurso para aquella propuesta
que pretenda hacer coincidir el significado pragm�tico con el significado literal. Para
potenciar la rentabilidad te�rica del principio de expresabilidad de Searle adapt�ndolo a
las exigencias de la teor�a de la acci�n comunicativa, Habermas debilita la formulacion
de dicho principio realizada por Kanngie�er385. Tras esta revisi�n, el principio de
expresabilidad de Searle es formulado en los siguientes t�rminos:
(...) en un lenguaje dado, para toda relaci�n interpersonal que un hablante quiera entablar expl�citamente con otro miembro de su comunidad de lenguaje, o bien se dispone de una expresi�n realizativa adecuada, o en caso necesario puede obtenerse o introducirse mediante una especificaci�n de expresiones disponibles. Con estas modificaciones puede hacerse frente a las reservas que ha suscitado el principio de Searle. El sentido heur�stico es, sin embargo, claro: si el postulado de expresabilidad es v�lido, entonces el an�lisis puede limitase a los actos de habla expl�citos institucionalmente no ligados que se presentan en forma est�ndar386.
Como podemos apreciar en la cita, la primera matizaci�n remite a uno de los
requisitos fundamentales de la pragm�tica universal sobre el que Habermas ha tenido que
reclamar la atenci�n de Searle: insertar el uso de los actos de habla en contextos
interactivos. En estos procesos interactivos, o bien se posee, o bien se puede disponer, de
una expresi�n realizativa o performativa adecuada, es decir, adaptada a los fines
comunicativos de la relaci�n. De esta posibilidad pr�ctica, Habermas deriva la tesis
planteada anteriormente como hip�tesis: tomar como unidad de an�lisis los actos de habla
384 J. Searle, Speech Acts, p. 19; traducci�n al castellano: Actos de habla, p. 28. 385 Kanngie�er formula el principio de expresabilidad de Searle en los siguientes t�rminos: “Para todo significado x vale lo siguiente: si existe un hablante H de una comunidad de lenguaje P que quiere decir x, entonces ha de ser posible que en el lenguaje hablado en P haya una expresi�n que sea expresi�n exacta de x”, “�Qu� significa pragm�tica universal?”, op. cit., p. 339; S. Kanngiesser, “Aspekte zur Semantik und Pragmatik”, Linguistische, H. 24, 1973. Habermas no acepta la cr�tica formulada por B. Richards (“Searle on Meaning and Speech Acts”, Foundation of Language, 7, 1971) al principio de expresabilidad de Searle utilizando el argumento de que confunde la reproducci�n del contenido de las oraciones realizativas con las propias oraciones realizativas. 386 “�Qu� significa pragm�tica universal?”, op. cit., pp. 339; v�ase tambi�n: ib�dem, p. 345. Habermas, en referencia a una serie de cr�ticas planteadas por J. B. Thompson (“Universal Pragmatics”, Thompson y Held, op. cit.), aclara por qu� elige el acto de habla est�ndar. El motivo de dicha elecci�n es que dichos actos explicitan la naturaleza racional del v�nculo que define el uso de expresiones orientadas al entendimiento.
246
expl�citos, institucionalmente no ligados y que se adec�an a la forma gramatical est�ndar.
De esta forma, se simplifica el estudio de los componentes pragm�ticos remiti�ndolos a
convenciones sem�nticas de caracter�sticas intersubjetivas f�cilmente reconocibles. Pero,
�cu�l es la rentabilidad te�rica de un enfoque pragm�tico del significado basado en el
requisito de que dicho significado se defina en t�rminos sem�nticos? Eliminar los
problemas planteados por la perspectiva pragm�tica del significado (an�lisis de contextos,
efectos provocados por los actos de habla...) utilizando como recurso la convenci�n
sem�ntica es una propuesta atractiva. El problema surge si tenemos en cuenta que el
fundamento de dicha hip�tesis, el principio de expresabilidad de Searle, es un
presupuesto del que parte el autor de Actos de habla como requisito necesario para dar
contenido a su proyecto te�rico sin ofrecer al mismo justificaci�n alguna. Habermas, sin
embargo, prefiere obviar esta circunstancia intentando conciliar un enfoque pragm�tico
del significado con las ventajas intersubjetivas ofrecidas por el significado literal:
La teor�a del significado planteada en t�rminos de pragm�tica formal parte de la cuesti�n de qu� significa entender una oraci�n empleada comunicativamente, es decir, de qu� significa entender una emisi�n (Ässerung). La sem�ntica formal establece un corte conceptual entre el significado de una oraci�n y lo que quiere significar o decir (Meinung) el hablante, el cual con esta oraci�n, cuando la emplea en un acto de habla, puede decir algo distinto de lo que la oraci�n literalmente significa. Sin embargo, esta distinci�n no puede convertirse en base de una distinci�n metodol�gica entre el an�lisis formal del significado de las oraciones y el an�lisis emp�rico de lo que el hablante “quiere decir al hacer su emisi�n” (geäusserte Meinung), pues el significado literal de una oraci�n no puede explicarse en modo alguno con independencia de las condiciones est�ndar de su uso comunicativo. En cualquier caso, tambi�n la pragm�tica formal tiene que tomar precauciones para que en el caso est�ndar lo que se quiere decir (das Gemeinte) no se separe del significado literal de lo dicho387.
Las contradicciones que genera a Habermas la divisi�n de tareas establecida
entre la sem�ntica y la pragm�tica se reflejan con claridad en la cita. En ella, el autor
387 Teoría de la acción comunicativa I, p. 381. Aunque Jim�nez Redondo reconoce estar de acuerdo con Habermas en muchos aspectos, lo que no termina de aceptar es por qu� es necesario fundir el significado sem�ntico con el pragm�tico; en oposici�n a esta tesis, Jim�nez Redondo defiende la primac�a de la sem�ntica frente a la pragm�tica. La noci�n de mundo de la vida le confiere un car�cter holista a las razones esgrimidas por los sujetos en el desempe�o de las pretensiones de validez. De esta forma, no es posible explicar la noci�n de significado literal seg�n las pautas de la sem�ntica veritativa. Por este motivo, cuando Habermas habla de las condiciones de validez se est� refiriendo, en gran parte, a algo que da por supuesto: el significado estable. Partiendo de la evaluaci�n positiva de las teor�as del significado holistas, Jim�nez Redondo defiende que es la teor�a de la interpretaci�n de Davidson la �nica que logra dar una definici�n de significado que no comete el error de la circularidad y que permite manejar una noci�n universalista de validez. Davidson logra, en definitiva, lo que no logra Habermas al ser capaz de conectar validez y apertura ling��stica del mundo; v�ase: M. Jim�nez Redondo, “Pragm�tica universal y autonom�a del significado”, op. cit., pp. 178-188. Podemos completar la argumentaci�n con: A. Wellmer, “Autonom�a del significado y principle of charity desde un punto de vista de la pragm�tica del lenguaje”, op. cit., pp. 225-238. En este trabajo, el objetivo de Wellmer es demostrar c�mo el principio de la autonom�a del significado y el principle of charity de Davidson se pueden analizar mejor desde una perspectiva ling��stica-pragm�tica que con un enfoque sem�ntico-veritativo.
247
frankfurtiano incurre en una contradicción al supeditar, por un lado, el análisis del
significado literal al uso comunicativo o pragmático de la expresión y, por otro, haciendo
un llamado a la precaución para que, en el caso estándar, lo que se quiere decir no diste
del significado literal. O sea, por un lado intenta defender la preeminencia del significado
pragmático y, por otro, no quiere renunciar a las garantías intersubjetivas que ofrece el
significado literal. Lo que pretende Habermas es proponer una teoría pragmática del
significado que no renuncie a ninguna de las ventajas del enfoque semántico. El problema
se plantea desde el momento en que las tareas de la semántica y la pragmática no pueden
definirse en términos unitarios, ya que en este caso habría que clarificar el estatus de cada
una de estas dimensiones teóricas y su forma de relación. En un primer momento (tal y
como se expone en la cita comentada) Habermas parece inclinar la balanza hacia los
aspectos pragmáticos al explicitar cómo el análisis de la validez de las oraciones remite
necesariamente a la esfera del desempeño; es decir, al ámbito de la relación interpersonal
establecida por el componente ilocucionario. Hablamos, así, de una teoría pragmática del
significado que abarca un ámbito más amplio que la semántica y que se encarga, además,
de establecer el lugar a ocupar por ésta. Sin embargo, con el llamado a la precaución que
formula a la pragmática formal para que el significado de lo dicho no diste del significado
literal, el lugar privilegiado que en un principio parece ocupar la pragmática puede ser
ocupado por el enfoque semántico. La razón de esta ambigüedad es clara: Habermas no
puede renunciar al significado literal porque dicha renuncia supondría dejar sin objeto a
la pragmática formal. Por este motivo, al transitar del acto de habla estándar al mundo de
la vida (como veremos en el apartado siguiente) nunca se plantea restar protagonismo
teórico al significado literal.
5.3.2. Acto de habla y mundo de la vida: ¿hacia una concepción pragmática del significado?
Utilizando como referencia y respaldo teórico la interpretación ofrecida por
Searle de los rendimientos de la pragmática empírica (sociolingüística, etnolingüística y
psicolingüística) Habermas admite que el saber contextual y de fondo que comparten los
participantes en un proceso comunicativo determina el significado de las emisiones.
Admitido este hecho hay que aceptar, por tanto, la posibilidad de que el significado
pragmático no coincida con el significado literal. Dicho en otros términos: si la emisora o
el emisor de un acto de habla se remiten a un saber de fondo implícito (el mundo de la
vida) pueden existir divergencias entre el significado literal y el significado contextual en
248
la medida en que dicho trasfondo impone variaciones determinadas por las distintas
formas de vida. Es necesario, por tanto, transitar desde el acto de habla est�ndar a una
noci�n fenomenol�gica del mundo de la vida interpretada en t�rminos comunicativos.
Habermas sustituye as� las convenciones sem�nticas por un criterio inmanente que no
ponga en riesgo la conceptualizaci�n p�blica e intersubjetiva del significado. No se trata
de despojar de toda relevancia te�rica al significado literal, de lo que se trata es de aceptar
que el significado literal no puede concebirse independientemente de un saber de fondo
impl�cito que los sujetos, afirma Habermas, dan por descontado:
Esta afirmaci�n de relatividad no tiene el sentido de reducir el significado de un acto de habla a lo que el hablante quiere decir con �l en un contexto contingente. Searle no sostiene sin m�s un relativismo del significado de las expresiones ling��sticas, pues el significado de �stas no cambia en modo alguno al pasar de un contexto contingente al siguiente. La relatividad del significado literal de una expresi�n s�lo la descubrimos mediante un tipo de problematización que no est� sin m�s en nuestra mano. Esa problematizaci�n es resultado de problemas que surgen objetivamente y que sacuden nuestra visi�n natural del mundo. Este fundamental saber de fondo, que t�citamente ha de completar al conocimiento de las condiciones de aceptabilidad de las emisiones ling��sticas estandarizadas para que el oyente pueda entender el significado literal, tiene propiedades notables: se trata de un saber implícito que no puede ser expuesto en un n�mero finito de proposiciones; se trata de un saber holísticamente estructurado cuyos elementos se remiten unos a otros; y se trata de un saber que no est� a nuestra disposici�n, en el sentido de que no est� en nuestra mano hacerlo consciente ni cuestionarlo a voluntad388.
Con la noci�n de saber de fondo o mundo de la vida Habermas pretende
enfrentarse al dif�cil (e irresuelto) problema de c�mo delimitar los �mbitos pragm�ticos y
literales del significado389. Mientras en “�Qu� significa pragm�tica universal?” centra el
an�lisis en la estructura de los actos de habla expl�citos, como forma de definir un
contexto cero desde el cual garantizar el car�cter intersubjetivo de los significados, en
388 Teoría de la acción comunicativa I, p. 430 y “Observaciones sobre el concepto de acci�n comunicativa”,op. cit., p. 495. 389Clarificar las relaciones que deben establecerse entre la sem�ntica y la pragm�tica ha generado un extenso y complicado debate en el seno de la Filosof�a del Lenguaje. En este sentido, Recanati ha resumido en cinco posiciones b�sicas las diversas posturas que la Ling��stica y la Filosof�a del Lenguaje mantienen sobre la relaci�n sem�ntica-pragm�tica: 1) literalismo (niega relevancia al hablante y al contexto), 2) indexicalismo (lo que se dice, en un sentido intuitivo, no puede verse afectado por los aspectos pragm�ticos), 3) punto de vista sincr�tico (lo que se dice puede verse afectado por los componentes pragm�ticos pero se mantiene la distinci�n entre el �mbito sem�ntico y el �mbito pragm�tico), 4) cuasi-contextualismo (el contexto pragm�tico afecta plenamente a lo que se dice, aunque puede hacerse referencia a una especie de proposici�n m�nima que, eso s�, no juega ning�n papel en el proceso comunicativo) y 5) contextualismo (se asume plenamente la tesis de que lo que se dice est� determinado por el contexto pragm�tico). Recanati acaba proponiendo una alternativa que, definida como “eliminativismo del significado”, aboga por deshacerse de la noci�n de un significado fijo y abstracto a favor de un potencial sem�ntico. V�ase: Recanati, Literal Meaning, Cambridge University Press, Cambridge, 2004 y Pere Fabra, Habermas: lenguaje, razón y verdad. Los fundamentos del cognitivismo en Jürgen Habermas, pp. 324-327. V�ase tambi�n: Derrida, “Signature, Event, Context” o “Limited Inc” en Glyp 1 y 2, respectivamente, pp. 172-197; 162-254; Searle, “Reiterating the Differences: A reply to Derrida”, Glyp 1, 1977, pp. 198-208 o “Literal Meaning”, Expression and Meaning.
249
“R�plica a objeciones”390 o en Teoría de la acción comunicativa, Habermas se ve
obligado a recurrir a la noci�n de mundo de la vida con el objetivo de proporcionar a los
sujetos que interact�an las garant�as de un trasfondo de referencia com�n e inconocible.
Esta nueva perspectiva te�rica asumida por Habermas es un reflejo de las dificultades de
las que se hace eco Searle en Expresion and Meaning (1979), y que le obligan a
introducir la noci�n de background. Con la noci�n de background el sentido de una
emisi�n se fija a partir de la especificaci�n de los supuestos de fondo que no derivan de la
estructura sem�ntica de la oraci�n, no siendo posible distinguir entre los supuestos
referidos al significado y los supuestos referidos a las condiciones emp�ricas de la
oraci�n391. Los presupuestos que sirven de fundamento al background de Searle son
adoptados por Habermas con el objetivo de reconocer las condiciones emp�ricas del
significado. El protagonismo que pierde el significado literal y expl�cito del acto de habla
est�ndar es asumido as� por el mundo de la vida.
Esta reformulaci�n pragm�tica implica, entre otras consecuencias, concebir el
entendimiento desde la perspectiva de las condiciones concretas en el que �ste se lleva a
cabo sin renunciar a la intersubjetividad. De esta forma, el enfoque pragm�tico que,
supuestamente Habermas asume al sustituir el acto de habla est�ndar por el mundo de la
vida, tiene que adecuarse a un principio incontestable: analizar la acci�n comunicativa
conlleva basarse en los significados compartidos por una determinada comunidad,
comunidad formada por miembros que participan de un mismo mundo de la vida y que se
salen al encuentro contando con el a priori de la intersubjetividad392. Admitir el supuesto
de la identidad de significados, reconoce Habermas, es un presupuesto idealizante (en
cuanto supuesto contraf�ctico) pero necesario a la hora de describir el uso del lenguaje
orientado al entendimiento. La certeza atribuida al mundo de la vida deriva del a priori
de la intersubjetividad, de tal forma que esta circunstancia antecede a cualquier
desacuerdo y no puede ponerse en duda, a lo sumo “se viene abajo”393. Las situaciones
390 Op. cit., pp. 399-477; m�s en concreto, pp. 460-462.391 Las caracter�sticas m�s relevantes de este supuesto de fondo es que est� estructurado de manera holista y es infinito (Expression and Meaning, pp. 128 y 134), caracter�sticas semejantes a las utilizadas por Habermas para definir el mundo de la vida; v�ase: Teoría de la acción comunicativa I, p. 430 y “Observaciones sobre el concepto de acci�n comunicativa”, op. cit., p. 495. 392 La forma de referirse a este mundo de la vida, por parte de las personas implicadas, es en primera persona del plural. 393 La intersubjetividad representa las condiciones normales de la existencia humana; representa el �mbito de una comunicaci�n no distorsionada que es el �nico punto de partida v�lido para la constituci�n p�blica de un poder leg�timo. Una caracter�stica del lenguaje ordinario, a diferencia de los lenguajes formalizados, se refiere al car�cter discontinuo de la intersubjetividad definida en su seno: la intersubjetividad existe en la medida en que es posible el acuerdo y no existe en la medida en que es necesario empezar a entenderse.
250
nuevas a las que se enfrentan los miembros de un mundo de la vida no pueden alterar la
certeza y confianza que proporciona este marco de referencia compartido, ya que el
proceso comunicativo no puede discurrir bajo la incertidumbre que provoca la aceptaci�n
de que todo podr�a ser de una manera diferente. De esta forma, la noci�n de mundo de la
vida permite a Habermas incluir el an�lisis de los diversos contextos comunicativos sin
poner en riesgo la intersubjetividad. Tal y como expone en “Observaciones sobre el
concepto de acci�n comunicativa”:
Se trata aqu�, en primer lugar, del problema fundamental de c�mo se relaciona el significado contextual de un acto de habla con el significado literal de los elementos de la oraci�n y oraciones de que consta. Hay que mostrar que el significado literal depende de complementos suministrados por el contexto que representa la situaci�n y por el trasfondo que representa el mundo de la vida. Pero esta relativizaci�n del significado de las expresiones ling��sticamente estandarizadas no conduce a una disoluci�n contextualista de constantes sem�nticas, es decir, a un consecuente relativismo del significado; pues las formas de vida particulares no solamente ofrecen aires de familia, sino que en ellas se repiten las infraestructuras universales del mundo de la vida. Para esta fuerte tesis no bastan consideraciones relativas a teor�a del significado; es menester, en segundo lugar, mostrar que entre los componentes estructurales de los actos de habla elementales, por un lado, y las funciones que los actos de habla pueden cumplir para la reproducci�n del mundo de la vida, por otro, se dan conexiones internas394.
El modelo de los actos de habla no puede tener en cuenta s�lo los elementos que
forman parte de la situaci�n de habla (la emisi�n, el hablante, el oyente o la toma de
postura frente a las pretensiones de validez) sino que debe contemplar tambi�n la funci�n
que desempe�a el mundo de la vida como transfondo compartido y posibilitador del
Liberar al lenguaje cotidiano de esta discontinuidad exige garantizar la identidad de significados a costa de eliminar la identidad particular de cada uno de los sujetos que participan en el proceso comunicativo; v�ase: “Un informe bibliogr�fico (1967): la l�gica de las ciencias sociales”, op. cit., p. 235; “La pretensi�n de universalidad de la hermen�utica”, op. cit., p. 278; “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., pp. 109-110; “Excurso sobre C. Castoriadis: La instituci�n imaginaria”, El discurso filosófico de la modernidad (doce lecciones), pp. 387-396; “Excurso sobre Niklas Luhmann: apropiaci�n de la herencia de la filosof�a del sujeto en t�rminos de teor�a de sistemas”, ib�dem, pp. 434-453; “El concepto de poder de Hannah Arendt”, Perfiles filosófico-políticos, pp. 209-210. Para el an�lisis de los riesgos que comporta, a nivel comunicativo, la asimilaci�n absoluta, v�ase: K. Heinrich, Versuch über die Schwierigkeit nein zu sagen, Suhrkamp, Frankfurt, 1964. El uso realizativo de la primera persona exige que en el contexto de la acci�n comunicativa cada cual reconozca en el otro u otra la autonom�a que supone para s�. Hay que evitar, por tanto, las connotaciones distorsionadas del prefijo “auto”y proporcionarle un sentido intersubjetivo que se adec�e a los imperativos normativos de la modernidad. No obstante, tal y como expone McCarthy en la p�gina 160 de La Teoría Crítica de Jürgen Habermas, cuando Habermas comienza a trabajar en los temas relacionados con la teor�a de la comunicaci�n reconoci� el uso acr�tico que hab�a hecho de la noci�n de especie que se autoconstituye y de las implicaciones que puede tener hipostatizar la intersubjetividad; v�ase, por ejemplo: Kultur und Kritik. Verstreute Aufsätze/J. Habermas, Suhrkamp, Frankfurt, 1973, p. 398.394 Op. cit., pp. 502-503. Es decir, tal y como especifica Habermas en ib�dem. p. 494, hay que distinguir entre el contexto que define la situaci�n y el contexto que define el mundo de la vida. Ferran Requejo Coll expone sus dudas sobre c�mo se puede articular la pretensi�n emp�rica de la teor�a de Habermas y su exigencia falsacionista recurriendo a la noci�n de saber prete�rico en Teoría crítica y Estado social. Neokantismo y socialdemocracia en J. Habermas, Anthropos, Barcelona, 1991, p. 56.
251
entendimiento395. Las presuposiciones que dependen de la situación concreta definen un
contexto, pero no es un contexto suficiente: los contextos contingentes reflejan la
infraestructura universal del mundo de la vida, afirma Habermas en la cita. De esta forma,
elimina los riesgos de relativismo recurriendo a una noción de mundo de la vida, que no
sólo se define como trasfondo, sino también como procurador de convicciones. Para
fundamentar esta afirmación, sigue argumentando el autor frankfurtiano, no podemos
limitarnos al ámbito de la teoría del significado, hay que admitir la tesis de que existe una
conexión interna entre los componentes del acto de habla y las funciones que éstos deben
cumplir. Esta conexión interna remite a una definición esencialista de la ilocución
(aunque sé que Habermas no admitiría esta adjetivación, él preferiría hablar de
presupuestos idealizadores) a la que se le impone el a priori de la intersubjetividad. Por
tanto, volvemos a enfrentarnos a un razonamiento falaz: por un lado, pretende incluir en
el análisis los aspectos pragmáticos del significado a través de la noción de mundo de la
vida y, al mismo tiempo, intenta evitar una descripción realmente pragmática de los
procesos comunicativos haciendo referencia a la infraestructura universal del mundo de la
vida. Para justificar este círculo vicioso, remite a un presupuesto (la conexión interna
existente entre los componentes del acto de habla y la función que éstos cumplen en la
reproducción simbólica del mundo de la vida) que, a su vez, se basa en las tesis
defendidas por la pragmática universal para respaldar una noción de mundo de la vida
definida ad hoc.
Según afirma Cristina Lafont, la noción de mundo de la vida pone en entredicho
la reivindicada conexión de significado y validez al poner de manifiesto que la validez
depende de los diversos contextos396. De esta forma, sigue afirmando Lafont, con la
noción de un saber de fondo de carácter constitutivo y estructurado lingüísticamente,
Habermas está asumiendo las dos tesis representativas de la corriente alemana de la
Filosofía del Lenguaje: la preeminencia del significado sobre la referencia y el holismo
del significado. La tesis de la preeminencia del significado ya estaba presente, señala esta
autora, en el planteamiento inicial de Habermas (planteamiento que le obliga a centrarse
en el significado literal). Pero, desde el momento en que el autor de Teoría de la acción
comunicativa reconoce la imposibilidad de determinar los significados literales
395 A este respecto Habermas reconoce su deuda con algunas ideas aportadas en el seminario sobre el saber de fondo que tuvo lugar en Berkeley en 1980 y que fue organizado por Dreyfuss y Searle. 396 Véase: La razón como lenguaje, pp. 175-225. Corredor Lanas muestra su desacuerdo con Lafont en Filosofía del lenguaje. Una aproximación a las teorías del significado del siglo XX, Visor, Madrid, 1999, pp. 467 y ss.
252
independientemente de los contextos, al problema de la preeminencia del significado se le
a�ade la problem�tica del holismo del significado; es decir, la imposibilidad de poder
trazar una delimitaci�n clara en el contexto de fondo entre el saber relativo al mundo y el
saber relativo al lenguaje. Reconocer esta imposibilidad, afirma Lafont, no dificulta la
definici�n de una teor�a del significado, deja a dicha teor�a sin objeto en la medida en que
el holismo no permite abstraer del trasfondo que constituye el mundo de la vida el saber
relativo al significado397. Esta circunstancia hace resurgir el fantasma del idealismo de la
ling�isticidad en la medida en que se reconoce el papel del lenguaje como constitutivo de
las “formas de mirar el mundo”, lo que nos puede llevar a la conclusi�n de que la noci�n
de validez depende de un contexto hist�ricamente cambiable. La soluci�n que Lafont
propone a Habermas para hacer frente a estos problemas es que asuma, al igual que ha
hecho con el uso comunicativo del lenguaje, el an�lisis del uso cognitivo398.
La objeci�n planteada por Lafont coincide, en esencia, con las cr�ticas
habitualmente formuladas a las teor�as holistas del significado: si se reconoce la
importancia del contexto (como parece hacer Habermas al introducir la noci�n de mundo
de la vida), �c�mo podemos garantizar la referencia objetiva al mundo y la estabilidad
significativa? En la medida en que en el cap�tulo dedicado a la noci�n de discurso
expondr� en qu� t�rminos intenta Habermas hacer frente al problema de la referencia, en
lo que resta de apartado quiero argumentar (aunque sea someramente) por qu� podemos
conjurar el temor de que la noci�n de mundo de la vida supone asumir el riesgo de
relativismo. Estoy de acuerdo con Cristina Lafont cuando afirma que la noci�n de mundo
de la vida es una de las m�s oscuras del sistema categorial habermasiano. Sin embargo,
creo que Habermas, al explicar este concepto, toma las debidas precauciones para que la
definici�n del significado no asuma implicaciones contextuales. Toma precauciones hasta
tal punto que es incapaz de asumir los riesgos de una perspectiva pragm�tica: lo que
Habermas entiende como enfoque pragm�tico no es m�s que un an�lisis sint�ctico de la
fuerza ilocucionaria; �qu� sentido tiene hablar de un enfoque pragm�tico que prescinde
del sujeto y de las interacciones emp�ricas? Aunque la inclusi�n del mundo de la vida
coincide con el cambio de estrategia de un autor que sirve a Habermas de referencia
(Searle), da la sensaci�n de que dicha reformulaci�n es la consecuencia predecible de una
397 La razón como lenguaje, p. 212.398 Por el contrario, Margarita Boladeras critica a C. Lafont por defender la prioridad de la referencia frente al significado. Esta defensa es err�nea, afirma, en la medida en que, por un lado, no se adec�a a las conclusiones a las que han llegado las investigaciones sobre el lenguaje m�s recientes y, por otro, porque no hace justicia al esfuerzo de Habermas por superar los reduccionismos referencialistas y los esencialismos metaf�sicos; v�ase: Margarita Boladeras, Comunicación, ética y política, p. 213, nota, 69.
253
perspectiva antimentalista excesivamente radicalizada. Que una propuesta pragmática del
significado (por muy formal que sea) prescinda absolutamente del sujeto centrando el
análisis en el significado literal que deriva de la estructura gramatical de las emisiones
(como ocurre cuando Habermas basa su análisis en el acto de habla estándar), parece
contradecir las premisas básicas y elementales de la corriente pragmática del significado.
Es necesario, por tanto, incluir en el análisis del acto de habla una noción (el mundo de la
vida) que le conceda cierto protagonismo al contexto sin poner en riesgo el carácter
público del significado. La noción de mundo de la vida vuelve a asumir la representación
de una totalidad que no puede prescindir del uso intersubjetivo de significados.
En un primer momento, confiando en el fundamento teórico proporcionado por
el principio de expresabilidad de Searle, Habermas define la convención semántica a
través de la explicitación del sistema de reglas. En un segundo momento (y con la
finalidad de justificar un trascendentalismo débil que combine los aspectos formales y
empíricos del significado), Habermas tiene que exigir una reconstrucción profunda de
dicho sistema. En ambos casos, el análisis del significado se desarrolla en términos
sintácticos. Al incluir la noción de mundo de la vida, el estudio de los componentes
pragmáticos del significado se limita a un sistema de indicadores (que reflejan, por
ejemplo, la dimensión temporal del acto de habla o su dependencia institucional) que,
realmente, es objeto de una descripción gramatical. Una teoría pragmática debe tener en
cuenta al sujeto que usa significados. Al asumir el giro lingüístico, Habermas renuncia a
esta posibilidad. Prueba de ello es que, en lo que hasta el momento hemos expuesto en
este capítulo, apenas se ha hecho mención a uno de los componentes más controvertidos
del acto de habla: la noción de perlocución. Dicho componente refleja los efectos que
puede provocar nuestros actos de habla y, por tanto, remiten al sujeto implicado en la
interacción. Por este motivo, la tradición pragmática del significado en general, y
Habermas en particular, han condenado la perlocución al ostracismo. Para dar contenido
a esta afirmación, y demostrar el grado de desprestigio en el que el autor frankfurtiano
sume a las perlocuciones, vamos a analizar una de las nociones clave de su propuesta: la
noción de entendimiento.
254
5.4. La perlocución como antítesis del entendimiento
Una noci�n fundamental para la teor�a de la acci�n comunicativa, como ya
sabemos, es la de entendimiento399. A pesar de la importancia de dicho concepto
Habermas hace referencia al mismo en un doble sentido sin preocuparse de puntualizar
esta dificultad400. Debido a esta ambig�edad podemos utilizar la noci�n de entendimiento
para referirnos a la mera comprensi�n sem�ntica de la emisi�n o, por el contrario, exigir
un nivel de entendimiento m�s vinculante que implica la interacci�n y coordinaci�n de
acciones. A lo largo de este trabajo hemos hecho referencia a las dificultades te�ricas y
pr�cticas que derivan de esta ambig�edad. Sin embargo, en este apartado no incidiremos
en esta pol�mica sino que centraremos el an�lisis en la noci�n de entendimiento, tal y
como es concebida por la pragm�tica universal.
La relevancia de la noci�n de entendimiento se debe a que representa la
culminaci�n del v�nculo significado-validez. Asociar el significado a la noci�n de validez
permite a las personas que interact�an en un proceso comunicativo tomar postura ante las
pretensiones planteadas en el acto de habla a trav�s de la fuerza ilocucionaria. Esta toma
de postura se produce en un contexto discursivo en el que los sujetos que interact�an
aportan razones adapt�ndose a una l�gica argumental, y cuyo objetivo es llegar a
entenderse mediante el establecimiento de un acuerdo racionalmente motivado. Ahora
bien, la capacidad que poseen los sujetos para llegar a entenderse no se ha definido en los
mismos t�rminos a lo largo de la historia: las formas de entendimiento han ido
evolucionando y dicha evoluci�n est� �ntimamente ligada al grado de diferenciaci�n de
las esferas de validez.
5.4.1. Niveles de entendimiento: de la praxis ritual al habla argumentativa
La distinci�n cada vez m�s n�tida entre los �mbitos que constituyen el sistema de
pretensiones (la verdad, la rectitud y la veracidad) nos ha permitido evolucionar, afirma
Habermas, desde la praxis ritual al habla argumentativa, los dos extremos opuestos en
esta escala evolutiva. Para justificar esta hip�tesis, el autor frankfurtiano analiza los
diferentes niveles de entendimiento que se han definido a lo largo del proceso de
399 V�ase: a�adido de 1983 a “�Qu� significa pragm�tica universal?”. La interpretaci�n que H. Arendt hace de Arist�teles puede haber influido en el concepto habermasiano de acci�n orientada al entendimiento. En este sentido se manifiesta, por ejemplo, Jim�nez Redondo.400 Hecho que se constata, por ejemplo, en “�Qu� significa pragm�tica universal?”, op. cit., Pensamiento postmetafísico o Teoría de la acción comunicativa.
255
liberalización de la racionalidad comunicativa distinguiendo tres contextos: a) las
sociedades arcaicas, b) las sociedades organizadas políticamente y c) las sociedades
modernas. Este análisis se lleva a cabo evaluando la tensión definida entre autoridad y
racionalidad en los ámbitos sagrados y profanos de acción.
Con el tránsito de los primitivos sistemas de gritos al lenguaje proposicionalmente
diferenciado, afirma Habermas, se establecen las condiciones para que el comportamiento
ritualizado (comportamiento que aparece ya en sociedades de vertebrados) se transforme
en acción ritual. Esta transformación implica que ya no debemos limitarnos a la mera
descripción de comportamientos observables sino que, gracias al lenguaje, podemos
llegar a entender dicho ritual en sus aspectos más internos. Con el desarrollo de la praxis
ritual, y en la medida en que supone el manejo de un lenguaje gramaticalmente
estructurado, se consolida una forma superior de comunicación. En este contexto, el
lenguaje tiende a fragmentar la unidad de los ámbitos teleológicos, cognoscitivos,
expresivos y normativos de la acción; es decir, de las diversas esferas de validez. Sin
embargo, esta tendencia fragmentadora es obstaculizada por el mito. El mito (que es un
nivel en que se confunden lo nexos de validez con los nexos causales según afirma el
autor frankfurtiano) se encarga de preservar a la praxis ritual de esta tendencia
desunificadora de los ámbitos de validez impidiendo así la posibilidad de evolución401.
Por este motivo, en la praxis ritual aparecen aún fusionadas la actitud orientada al éxito y
la actitud orientada al entendimiento. La explicación mítica del mundo, obviamente, no es
ajena a las influencias provenientes del ámbito de acción profana y dicha praxis profana,
afirma Habermas, exige distinguir ambos tipos de actitudes. Sin embargo, en las
sociedades arcaicas no es posible atender esta exigencia en la medida en que las diversas
esferas de validez no están debidamente diferenciadas. En las sociedades arcaicas, por
tanto, la tensión definida entre autoridad y racionalidad se resuelve favorablemente en
términos autoritarios debido a que el marco normativo se define a partir de las relaciones
de parentesco y las acciones cooperativas dan cumplimiento a expectativas sociales
rígidamente establecidas. Esta situación se produce porque la estructura social se
consolida a través del mito y la praxis ritual, en vez de por una forma desarrollada de
401 Me gustaría llamar la atención sobre el hecho de que Habermas defienda que el mito constituye un ámbito en el que se confunden los nexos de validez con los nexos causales. Teniendo en cuenta que en esta oposición los nexos causales adquieren connotaciones negativas en la medida en que la evolución teórica se define en términos de validez, el ámbito instrumental (que se asocia con la definición causal) hereda dichas connotaciones. Por tanto, se vuelve a privilegiar el ámbito comunicativo (representante de la validez) frente al ámbito instrumental, cuya preocupación por los nexos causales se asocia con la explicación mitológica.
256
entendimiento que implique la toma de postura racional ante las diversas pretensiones de
validez.
Un segundo momento evolutivo lo constituye, seg�n la clasificaci�n propuesta por
Habermas, las sociedades pol�ticamente organizadas. En este contexto hist�rico se
configuran las im�genes metaf�sicas y religiosas del mundo. Estas im�genes poseen una
naturaleza dicot�mica al diferenciar entre un mundo “trascendental” y un mundo de
fen�menos desmitologizado que se somete a una pr�ctica comunicativa desencantada. En
el �mbito de la acci�n profana se van constituyendo estructuras que permiten, poco a
poco, deshacer la noci�n hol�stica de validez. De esta forma, llega un momento en el que
en el �mbito de la acci�n comunicativa se comienzan a distinguir los diversos niveles de
validez hasta un punto en el que los sujetos no s�lo son capaces de diferenciar entre una
actitud orientada al entendimiento y una actitud orientada al �xito sino, incluso, entre las
actitudes pragm�ticas fundamentales. Una sociedad organizada estatalmente tiene que
basarse en una actitud de conformidad con las normas (es decir, de respeto a la ley) pero
hay que saber distinguir dicha actitud, de la actitud objetivante (relacionada con la
naturaleza externa) y la actitud expresiva (relacionada con la naturaleza interna). Este
proceso evolutivo no se limita al �mbito comunicativo, tambi�n afecta a las acciones
teleol�gicas: desde el momento en que se puede diferenciar la pretensi�n de verdad, los
sujetos son capaces de captar la relaci�n interna existente entre la verdad de los
enunciados y la eficacia de las acciones orientadas al �xito. De esta forma, se comienza a
transmitir un saber t�cnico objetivado. Sin embargo, en esta etapa evolutiva todav�a
tenemos que hacer frente a un serio obst�culo: la distinci�n de los diversos �mbitos de
validez se circunscribe al �mbito de las acciones en la medida en que no se cuenta con
formas de argumentaci�n propias para cada tipo de pretensi�n de validez. Dicho en otros
t�rminos: las pretensiones de validez no pueden ser debatidas en un contexto discursivo
por no ser objeto de una forma reflexiva o argumentativa de habla. Esta circunstancia
denota que la separaci�n de los �mbitos de validez es a�n deficitaria.
Que esta distinci�n resulta insuficiente, puntualiza Habermas, lo pone de
manifiesto el hecho de que a comienzos de la era moderna s�lo se institucionaliza el
�mbito cient�fico, lo que implica el claro predominio de la pretensi�n de verdad. Mientras
tanto, las esferas del derecho, la moral y el arte (aunque esferas diferenciadas) no est�n
totalmente desligadas del �mbito de lo sacro al no estar orientadas, de forma clara, por
una pretensi�n de validez concreta. Esta situaci�n se transforma en el momento en el que
el �mbito profano de acci�n comienza a desarrollar estructuras que permiten la distinci�n
257
n�tida entre las diversas pretensiones de validez, ya no solamente en el �mbito de las
acciones sino tambi�n en el �mbito de la argumentaci�n. La nota caracter�stica de las
sociedades modernas es, por tanto, que los sujetos son capaces de distinguir entre acci�n
y discurso, como �mbito en el que se resuelven argumentativamente los problemas que
surgen a la hora de aceptar las pretensiones de validez. Esta evoluci�n potencia la funci�n
cr�tica del habla en la medida en que los sujetos se capacitan para debatir en t�rminos
reflexivos o argumentales dichas pretensiones de validez. Esta funci�n cr�tica del habla
puede afectar, incluso, a las instituciones existentes:
Hab�amos llamado “forma moderna de entendimiento” a una estructura de comunicaci�n que en los �mbitos de acci�n profanos se caracteriza porque, de un lado, las acciones comunicativas se desligan con m�s fuerza de los contextos normativos y adquieren una mayor densidad en espacios de contingencia ampliados, y porque, de otro, se diferencian institucionalmente formas de argumentaci�n, a saber: discursos te�ricos en la esfera de la ciencia, discursos pr�cticos-morales en la esfera de la opini�n p�blica y en el sistema jur�dico, y, finalmente, la cr�tica est�tica en el �mbito del arte y de la literatura402.
La forma moderna de entendimiento (es decir, la forma de entendimiento que se
configura en las sociedades occidentales a partir del siglo XVIII), despoja a la cultura de
capacidad para asumir funciones ideol�gicas. La forma moderna de entendimiento
adquiere tal grado de transparencia que no proporciona espacio alguno al poder para
filtrar restricciones no percibidas en el proceso comunicativo, afirma Habermas. La
estructura social, que en un momento determinado se consolidaba gracias a la praxis
ritual o a las im�genes metaf�sicas y religiosas del mundo, pasa a depender del debate
argumentativo al que se somete un sistema de validez debidamente diferenciado.
5.4.2. La forma moderna de entendimiento
La forma moderna de entendimiento se caracteriza porque la consecuci�n del
acuerdo depende del esfuerzo interpretativo de las personas implicadas en el proceso de
interacci�n, personas que aportan razones a favor o en contra de una pretensi�n de
validez. Estas personas que interact�an comunicativamente son capaces de distinguir
intuitivamente entre los procesos de interacci�n en los que intentan influir sobre los otros
y los procesos interactivos en los que el objetivo es establecer un acuerdo racionalmente
402 Teoría de la acción comunicativa II, pp. 498. La forma moderna de entendimiento constituye para Habermas el primer paso para definir una teor�a de la modernidad que conecte con la interpretaci�n weberiana del proceso de racionalizaci�n.
258
motivado o consenso403. Las situaciones de consenso implican, por un lado, que el
hablante y el oyente propongan pretensiones de validez con el objetivo de que el
entendimiento sea posible y, por otro, el convencimiento de que las pretensiones de
validez han sido ya desempe�adas o pueden desempe�arse (es decir, discutirse) en un
proceso argumentativo. El acuerdo resultante de una actitud orientada al entendimiento se
basa en un sistema com�n de convicciones y en un marco comunicativo que permite a la
persona emisora (que plantea pretensiones de validez) y a la receptora (que las acepta o
rechaza) actuar bajo el �nico imperativo de las razones. Cuando la persona que act�a
como oyente acepta la pretensi�n vinculada al acto de habla se establece un acuerdo
referido al contenido de la emisi�n, a las garant�as inmanentes al acto de habla y a las
obligaciones implicadas en la interacci�n.
La orientaci�n al entendimiento obliga a que los sujetos manejen un sistema de
pretensiones de validez que permita evaluar la adecuaci�n o inadecuaci�n de los actos de
habla a la conceptualizaci�n formal de mundo. Cuando en los procesos de entendimiento
se necesita definir una situaci�n problem�tica, las personas implicadas en un proceso
interactivo remiten los diversos �mbitos que integran dicha situaci�n a cada uno de los
tres mundos404. En estas circunstancias, los sujetos que se orientan al entendimiento se
sirven del recurso que proporciona el saber de fondo aproblem�tico tematizando (es decir,
convirtiendo en objeto de discusi�n) s�lo un fragmento de dicho mundo de la vida.
(Recordemos que, seg�n la definici�n habermasiana, el mundo de la vida es un trasfondo
del que no se puede dudar en su totalidad):
La doble contingencia del entendimiento radica en la labor interpretativa en que han de empe�arse los actores para llegar a una definici�n com�n de la situaci�n cuando no se orientan egoc�ntricamente hacia el propio �xito, sino hacia el entendimiento, y tratan de alcanzar sus propios fines mediante un acuerdo comunicativo. En este contexto conviene asimismo recordar que las acciones s�lo pueden coordinarse a trav�s de la formaci�n de un consenso ling��stico si la pr�ctica comunicativa cotidiana est� inserta en el contexto de un mundo de la vida, determinado por tradiciones culturales,
403 Tal y como expone Habermas en la “Introducci�n a la nueva edici�n: algunas dificultades en el intento de mediar teor�a y praxis”, op. cit., p. 28, el acuerdo es un concepto de tipo normativo que es conocido de manera intuitiva (es decir, es un saber a priori) que nos permite distinguir, aunque sea de forma elemental, entre el consenso fundado y el consenso no fundado. 404 Postura te�rica que Habermas contrapone al modelo causalista de Quine o Davidson. La actitud realizativa (que nos permite orientarnos hacia el entendimiento) se diferencia de la actitud objetivista (que determina la orientaci�n hacia el �xito) por la relaci�n que en cada caso se establece con el mundo. Con los actos de habla (que representan la actitud realizativa) la referencia se define simult�neamente con el mundo objetivo, el mundo social y el mundo subjetivo. La actividad teleol�gica s�lo permite la referencia al mundo objetivo.
259
�rdenes institucionales y competencias individuales. La labor interpretativa se nutre de estos recursos del mundo de la vida405.
Los efectos ilocucionarios procuran un v�nculo social en la medida en que los
procesos comunicativos se insertan en contextos de mundo de la vida que proporcionan
un trasfondo consensuado. Ahora bien, como ya hemos indicado, la forma moderna de
entendimiento se caracteriza porque la consecuci�n del entendimiento depende de la
labor interpretativa de las personas implicadas en un proceso interactivo, personas que no
se limitan a aceptar de forma acr�tica el acuerdo respaldado por el saber de fondo. En la
medida en que hay que procurar un entendimiento nos enfrentamos, por tanto, al riesgo
de que �ste no sea posible; es decir, nos enfrentamos al riesgo del disentimiento. Las
posibilidades de disentimiento aumentan con el nivel de racionalizaci�n del mundo de la
vida porque al aumentar �ste disminuye el poder que emana de las tradiciones o de los
contextos normativos; el riesgo de disentimiento tambi�n aumenta al acentuarse los
conflictos de intereses406. Para solventar esta dificultad, Habermas resuelve introducir un
presupuesto de gran calado te�rico y pr�ctico: el uso del lenguaje orientado al
entendimiento es la forma original de uso ling��stico407. El entendimiento, afirma, es el
telos inmanente al lenguaje. Con ello no se quiere afirmar que el lenguaje y el
entendimiento deban comportarse como medio y fin, pero s� que son dos conceptos que
se interpretan mutuamente. Por tal motivo, sigue afirmando el autor frankfurtiano, las
condiciones pragm�tico-formales de la actitud orientada al entendimiento se pueden
analizar tomando como referente la actitud de dos personas que participan en un proceso
comunicativo emitiendo un acto de habla y tomando postura ante la pretensi�n de validez
planteada:
405 Teoría de la acción comunicativa II, pp. 374-375. Habermas utiliza la noci�n de “doble contingencia del entendimiento” para referirse a la circunstancia en la que el emisor puede plantear pretensiones de validez y en la que el oyente puede aceptarlas o rechazarlas. 406 Una cuesti�n importante para las sociedades actuales es c�mo definir la posibilidad de entendimiento en un contexto de pluralismo cultural; v�ase: “La lucha de los poderes de las creencias. Karl Jaspers y el conflicto de las culturas”, Fragmentos filosófico-teológicos, p. 53. La capacidad de argumentar supera los l�mites impuestos por las formas de vida particulares. La neutralidad de esta alternativa puede servir, por tanto, como punto de partida para resolver el conflicto provocado por el enfrentamiento entre formas diversas de vida; v�ase: La inclusión del otro, pp. 70-78. V�ase tambi�n: M. Pensky, “Universalism and the situated critic”, S. K. White (ed.), The Cambridge Companion to Habermas, pp. 67-94 y G. Warnke, “Communicative rationality and cultural values”, ib�dem, pp. 120-142. V�ase tambi�n: Habermas, Zeitdiagnosen Zwölf Essays, op.cit.; Habermas, El Occidente escindido, Trotta, Madrid, 2006 y Habermas, Tiempo de transiciones, pp. 91-161. 407 Teoría de la acción comunicativa I, p. 370. No obstante, Habermas se ver� obligado a matizar esta afirmaci�n, tal y como veremos en el apartado 5.4.3.
260
(...) El acto de habla elemental s�lo puede servir de modelo de una orientaci�n al entendimiento que por su parte no sea susceptible de ser hecha derivar de una acci�n orientada al �xito, si el uso del lenguaje orientado al entendimiento representa el modo original de empleo del lenguaje en general, respecto del cual el uso del lenguaje orientado a las consecuencias o el entendimiento indirecto (el dar a entender) se comportan parasitariamente. La tarea consiste, por tanto, en mostrar que no podemos entender qu� significa provocar ling��sticamente efectos en el oyente si antes no sabemos qu� significa que hablante y oyente puedan llegar a un acuerdo sobre algo con la ayuda de actos comunicativos408.
Para fundamentar esta trascendental tesis, Habermas se basa en la distinci�n
establecida por Austin entre ilocuci�n y perlocuci�n. Tal y como hemos se�alado en los
apartados anteriores, para Austin la fuerza ilocucionaria es el componente del acto de
habla que indica lo que se hace al decir algo. Esta fuerza ilocucionaria provoca un
determinado efecto en la persona que act�a como oyente en la medida en que �sta tiene
que atribuir sentido a la emisi�n proferida: el oyente tiene que comprender el significado
proposicional y la fuerza del acto de habla409. Ahora bien, bajo ninguna circunstancia
deben confundirse los efectos ilocucionarios con los efectos perlocucionarios:
A menudo, e incluso normalmente, decir algo producir� ciertas consecuencias o efectos sobre los sentimientos, pensamientos o acciones del auditorio, o de quien emite la expresi�n, o de otras personas. Y es posible que al decir algo lo hagamos con el prop�sito, intenci�n o designio de producir tales efectos. Podemos decir entonces, pensando en esto, que quien emite la expresi�n ha realizado un acto que puede ser descrito haciendo referencia meramente oblicua, o bien no haciendo referencia alguna, a la realizaci�n del acto locucionario o ilocucionario. Llamaremos a la realizaci�n de un acto de este tipo la realizaci�n de un acto perlocucionario o perlocución410.
A pesar de las diferencias existentes entre la ilocuci�n y la perlocuci�n para
Austin, Habermas defiende que dicha distinci�n no es a�n suficientemente n�tida411. El
error cometido por el autor de Cómo hacer cosas con palabras consiste en no haber sido
capaz de explicar la naturaleza del potencial vinculante de la fuerza ilocucionaria. Uno de
los m�ritos te�ricos de Austin, afirma Habermas, es que analiza los actos de habla en
contextos de interacci�n. Una de sus principales deficiencias radica en que, al basar su
an�lisis en actos de habla institucionalmente ligados en los que la obligaci�n que deriva
de dicha interacci�n las regula la instituci�n o la norma de acci�n, no es capaz de captar
la relevancia del v�nculo que emana de la fuerza ilocucionaria. En consecuencia, Austin
no delimita los efectos ilocucionarios y perlocucionarios como pertenecientes a dos
408 “Observaciones sobre el concepto de acci�n comunicativa”, op. cit., p. 499. 409 Cómo hacer cosas con palabras, pp. 161-162. A esta forma de entender el efecto ilocucionario se suma: 1) la de tener efecto en el sentido social (como ocurre, por ejemplo, en el caso del bautizo y del matrimonio) y 2) reclamar respuesta; ib�dem, p. 166. 410 ib�dem, p. 145. 411 Para analizar las dificultades a las que se enfrenta Austin, al intentar distinguir entre ilocuci�n y perlocuci�n, v�ase: ib�dem, pp. 154-165.
261
ámbitos diferentes de acción: la acción comunicativa y la acción estratégica412. Austin no
distinguió convenientemente entre las acciones comunicativas (ilocución) y las acciones
estratégicas (perlocución) porque tendió a identificar los actos de entendimiento con las
interacciones mediadas lingüísticamente sin tener en cuenta, por ello, que los efectos
perlocucionarios contradicen esta identificación al ser acciones estratégicas mediadas
lingüísticamente413.
El acto de habla que surge del corte analítico establecido entre locución e
ilocución es un acto de habla autosuficiente en la medida en que siempre se emite con
una intención comunicativa; es decir, con el objetivo de que la persona receptora entienda
y acepte la emisión. Esta autosuficiencia se debe a que tanto la finalidad ilocucionaria
como la intención comunicativa de la persona que actúa como emisora deriva del
significado manifiesto. Sin embargo, en el contexto de las acciones estratégicas no ocurre
lo mismo: en este caso, el sentido depende de las intenciones y fines que persiga el
hablante. Por tanto, concluye Habermas, mientras que a los actos ilocucionarios les es
constitutivo el significado de la emisión, a las acciones de tipo teleológico les es
constitutiva la intención del sujeto. Con los efectos ilocucionarios, el emisor o la emisora
no se plantean provocar un efecto causal en la medida en que la aceptación (o el rechazo)
de la pretensión vinculada al acto de habla se fundamenta en la motivación racional. Los
éxitos ilocucionarios abarcan el proceso de comprensión y aceptación de un acto de
habla; los efectos perlocucionarios, por el contrario, trascienden estas dimensiones.
En el contexto perlocucionario las personas que actúan como emisora y
receptora se enfrentan como oponentes (ejercen influencia una sobre otra) y adoptan una
actitud de tercera persona, en vez de la actitud realizativa propia de la interacción
comunicativa. En este tipo de interacción estratégica los valores que guían la actuación de
los sujetos en función de sus finalidades y preferencias no adquieren el estatus de
pretensiones de validez que puedan discutirse intersubjetivamente. Desde un punto de
vista analítico, las perlocuciones representan un caso especial en la medida en que,
aunque también precisen de la mediación del éxito ilocucionario, el predominio de dicho
ámbito se debilita como efecto del retraimiento de la racionalidad comunicativa. Para que
las acciones estratégicas tengan éxito perlocucionario es requisito necesario que el oyente
412 Habermas parte de la distinción propuesta en el marco de la teoría de la acción comunicativa entre ámbito comunicativo y estratégico para justificar la diferencia existente entre efecto ilocucionario y perlocucionario. Pero, al mismo tiempo, la diferencia establecida entre el efecto ilocucionario y perlocucionario sirve para justificar la demarcación existente entre el ámbito comunicativo y el estratégico. Un nuevo ejemplo de propuesta fundamentadora que se sustenta en un razonamiento falaz. 413 Pensamiento postmetafísico, pp. 75-79 y Verdad y justificación, pp. 120-121.
262
comprenda la emisi�n, es decir, es necesario que se logre el efecto ilocucionario. Ahora
bien, en este caso el objetivo ilocucionario act�a s�lo como un medio: la consecuci�n de
un efecto perlocucionario depende de la consecuci�n de un fin ilocucionario en la medida
en que para influir en los dem�s, los dem�s, previamente, tienen que entender lo que
decimos414. En este contexto, el significado ilocucionario es reinterpretado en t�rminos
perlocucionarios estableci�ndose como objetivo que el oyente saque consecuencias de lo
que el hablante le da a entender de forma indirecta.
A ra�z de estas afirmaciones me surge, no obstante, una duda: si con la acci�n
comunicativa se persiguen fines ilocucionarios, �por qu� dichos fines no atribuyen un
car�cter teleol�gico a las acciones comunicativas? Esta duda se acent�a si tenemos en
cuenta que, seg�n defiende Habermas, las acciones comunicativas son un mecanismo que
sirve a la coordinaci�n de acciones. Si esto es as�, �no puede concebirse la acci�n
comunicativa como una acci�n instrumental? Un problema parecido surge con las
acciones estrat�gicas. Para que las acciones estrat�gicas consigan su objetivo tiene que
garantizarse previamente la comprensi�n significativa; �por qu� no considerar entonces
las acciones estrat�gicas como acciones comunicativas?; �qu� razones justifican la
afirmaci�n de que cuando alguien miente no existe comunicaci�n o que cuando nos
comunicamos no perseguimos un objetivo? Lo que Habermas pretende, como ya hemos
comentado en varias ocasiones, es desligar el uso comunicativo del lenguaje de cualquier
modelo interactivo en el que la noci�n de entendimiento, tal y como la concibe la
pragm�tica formal, no se constituya como objetivo. En la medida en que las
perlocuciones representan ese modelo espurio de interacci�n, �stas deben ser expulsadas
del �mbito comunicativo.
Al ya consolidado desprestigio al que la concepci�n pragm�tica del significado
ha sometido el �mbito de las perlocuciones, se suma ahora la condena moral de
Habermas: el acto ilocucionario es merecedor de elogios te�ricos al quedar asociado al
�mbito comunicativo y ser portador, adem�s, de la relaci�n establecida por la pragm�tica
formal entre significado y validez; los efectos perlocucionarios, por el contrario,
pervierten el potencial comunicativo de la fuerza ilocucionaria al considerarla s�lo un
414 En Erling Skjei, “A Comment on performative, Subject and Proposition in Habermas Theory of Communication”, Inquiry, vol. 28, 1985, pp. 87-113, se expone un interesante intercambio de argumentos entre Habermas y E. Skjei sobre el tema de las perlocuciones; v�ase tambi�n: Habermas, “Reply to Skjei”, Inquiry, 28, 1985, pp. 105-113.
263
medio lingüístico con el que dar satisfacción a intenciones y objetivos instrumentales. Por
tal motivo, afirma Habermas, el uso del lenguaje orientado a las consecuencias (o sea, a
la generación de efectos perlocucionarios) no se puede definir como un modo original de
uso del lenguaje en la medida en que en este caso los fines ilocucionarios se supeditan a
las acciones orientadas al éxito. Los efectos perlocucionarios adquieren un estatus
derivado o no original en el uso del lenguaje porque degradan el protagonismo que la
fuerza ilocucionaria posee en el ámbito comunicativo. Pero este razonamiento es circular:
Habermas decide que la fuerza ilocucionaria sea el componente del acto de habla
privilegiado para la teoría de la acción comunicativa y, en consecuencia, los efectos
perlocucionarios son penalizados teóricamente por no adecuarse al modelo interactivo
atribuido al componente ilocucionario. Pero, ¿cuál es el fundamento de esta afirmación?
Habermas obvia la necesidad de ofrecerlo. Simplemente aprovecha una doble
circunstancia para adaptar la noción de ilocución y perlocución a los presupuestos de la
pragmática universal sin verse en la necesidad de aportar razones que justifiquen dicha
adaptación. La primera circunstancia es que la tradición pragmática define la fuerza
ilocucionaria asociándola a la noción de vínculo social415. Habermas, sin embargo,
radicaliza teóricamente esta conexión hasta hacerla coincidir con la noción de consenso.
La segunda circunstancia remite a la poca precisión con la que la tradición pragmática ha
analizado el componente perlocucionario del acto de habla.
En algunas ocasiones se intenta afrontar el análisis de este componente con una
perspectiva lingüística que no ha resultado ser muy fructífera (caso, por ejemplo, de
Austin)416; en otras ocasiones, es una noción que se menciona pero a la que no se le
otorga protagonismo en la teoría de los actos de habla (caso, por ejemplo, de Searle).
Habermas no se preocupa por analizar las causas, y posibles consecuencias, de este
deficiente análisis. El motivo es claro: las perlocuciones, como efectos que trascienden la
mera comprensión del significado literal, nos adentran en el arriesgado ámbito de las
consecuencias mentales. Esta naturaleza mental de las perlocuciones obra como uno de
los principales motivos por los que la tradición pragmática denosta el análisis de los
efectos perlocucionarios al asumir los presupuestos antimentalistas del giro lingüístico.
415 Recordemos que Searle define la regla esencial del componente ilocucionario como aquella que remite al vínculo o compromiso adquirido por el hablante a la hora de emitir, por ejemplo, una promesa. 416 Quien define la perlocución como ausencia de referencia a la locución y la ilocución, o en el mejor de los casos como una referencia oblicua. El análisis de las perlocuciones tiene que remitirse, directa o indirectamente, al ámbito convencional de la locución y la ilocución. De esta forma, los efectos perlocucionarios quedan relegados a una especie de limbo teórico cuya indefinición se agrava al proponer Austin una descripción lingüística de los actos de habla.
264
Por tanto, Habermas participa del ninguneo teórico al que ha sido sometido el
componente perlocucionario al ser reflejo de una actitud antimentalista que él mismo
reivindica; pero, también en esta ocasión, va un poco más allá: no basta con someter las
perlocuciones a un análisis inadecuado, hay que expulsarlas del ámbito comunicativo.
Da la sensación de que Habermas aprovecha la ambigüedad teórica de la que ha
hecho gala la tradición pragmática para ubicar los efectos perlocucionarios justo en el
lugar que interesa a la teoría de la acción comunicativa, es decir, en el ámbito
instrumental. De esta forma se satisfacen dos objetivos: 1) proporcionar a las acciones
teleológicas un fundamento procedente de la tradición pragmática y 2) desprestigiar los
aspectos mentales del significado relegándolos al ámbito instrumental; es decir, al ámbito
susceptible de análisis causal. Pero al situar los efectos perlocucionarios en el ámbito de
las acciones estratégicas, Habermas no se limita a explicitar un prejuicio teórico: asume
también una perspectiva muy restringida del uso comunicativo del lenguaje en la medida
en que lo reduce a la aprehensión de fuerzas ilocucionarias. Pero, ¿esta exigencia
habermasiana refleja realmente lo que ocurre en las situaciones comunicativas? ¿Cuando
interactuamos comunicativamente con los demás no pretendemos ir más allá de la mera
comprensión significativa intentando informar, justificar, sorprender, confundir,
convencer, persuadir, atemorizar, emocionar...? ¿Existe algún tipo de interacción
comunicativa en la que no se pretenda generar algún efecto?; ¿existe, por tanto, algún
proceso interactivo en el que se pueda disociar el significado de los efectos
perlocucionarios? Habermas comete el error de identificar los efectos perlocucionarios
con las manipulaciones. Y al someter las perlocuciones a esta interpretación moral,
concluye que deben ser ubicadas en el ámbito de las acciones instrumentales. La
dificultad a la que ha tenido que enfrentarse la corriente pragmática del significado a la
hora de delimitar la ilocución y la perlocución es resuelta en el seno de la teoría de la
acción comunicativa utilizando el dudoso recurso de la definición:
Los efectos perlocucionarios, lo mismo que los resultados de las acciones teleológicas en general, pueden describirse como estados del mundo producidos por intervenciones en el mundo. Los éxitos ilocucionarios, por el contrario, se consiguen en un plano de relaciones interpersonales, en el que los participantes en la comunicación se entienden entre sí sobre algo en el mundo; en este sentido no son nada intramundano sino extramundano. Los éxitos ilocucionarios se producen en todo caso en el mundo de la vida a que pertenecen los participantes en la comunicación y que constituye el transfondo de sus procesos de entendimiento. Este modelo de acción orientada al entendimiento (...), queda más bien oscurecido por la manera como Austin distingue entre ilocuciones y perlocuciones417.
417 Teoría de la acción comunicativa I, p. 376.
265
Tal y como afirma en la cita, los efectos perlocucionarios se pueden describir
como estados del mundo que se producen por intervenciones en el mundo. Pero esta
afirmaci�n pone de manifiesto una contradicci�n: si los efectos perlocucionarios se
pueden concebir como estados del mundo, es que la mente puede ser manipulada
instrumentalmente. Pero si esto es as�, �c�mo puede sostener Habermas una postura
antimentalista argumentando, precisamente, que la noci�n de significado impide un
acceso instrumental o cient�fico a la mente?; �o es que acaso cuando se manipula de
forma instrumental la mente no est�n presentes los significados? Siguiendo el
razonamiento habermasiano, si las perlocuciones son estados del mundo podr�an ser
analizadas como cualquier otro estado del mundo, es decir, desde una perspectiva
cientificista o causal. Por tanto, �por qu� Habermas no admite que pueda desarrollarse (en
alg�n momento futuro) una psicolog�a cient�fica que analice cient�ficamente los estados
mentales? Creo que el fundamento de este prejuicio habermasiano puede resumirse en los
siguientes t�rminos: la explicaci�n cient�fica implica definir causas, y aplicar la noci�n de
causa al sujeto puede abrir v�as al determinismo poniendo en riesgo la noci�n dualista de
libertad418.
Al no admitir la posibilidad de analizar los estados mentales con alg�n recurso
te�rico distinto al conocimiento ordinario, Habermas no encuentra obst�culos para
proponer un modelo ideal de sujeto basado, por ejemplo, en el requisito de la sinceridad o
veracidad. Tomando como argumento las paradojas de Moore, defiende que si hubiese
contradicciones entre la fuerza ilocucionaria y el estado intencional del emisor o emisora
incurrir�amos en un absurdo (“deseo que vengas, pero no lo deseo”, por ejemplo). Ahora
bien, interpretar esta circunstancia como un sinsentido no demuestra la necesidad de ser
sinceras o sinceros, lo que pone de manifiesto es el error cometido por Habermas al
interpretar en un mismo nivel lo que realmente pertenece a dos niveles diferentes: el nivel
ling��stico y el metaling��stico. Al definir la sinceridad como un prerrequisito de la
comunicaci�n lo que hace Habermas es vincular moralmente los procesos comunicativos
a la exigencia de no mentir. A esta dificultad se le une el hecho de que el requisito de
sinceridad encierra una contradicci�n al admitir, por una parte, la posibilidad de que no se
cumpla con la pretensi�n de veracidad (con lo cual se supone la posibilidad de
insinceridad) y defender, al tiempo, que la sinceridad es un prerrequisito de la
comunicaci�n. A pesar de estas dificultades, el autor frankfurtiano opta por proponer un
418 V�ase: Habermas, Entre naturalismo y religión, pp. 159-215.
266
modelo ideal de comunicaci�n en el que los sujetos implicados se adec�en al requisito de
la sinceridad y donde las posibilidades cotidianas de mentir o encubrir se relegan al
�mbito estrat�gico de las perlocuciones.
Las perlocuciones se definen como acciones estrat�gicas encubiertas, afirma
Habermas, en la medida en que los sujetos implicados tienen que ocultar sus verdaderas
intenciones perlocucionarias419. Con esta puntualizaci�n, la condena moral de la que es
objeto el acto perlocucionario en el seno de la teor�a de la acci�n comunicativa se
confirma: las perlocuciones son acciones estrat�gicas encubiertas en las que prima las
asimetr�as y las restricciones, en clara contradicci�n con los presupuestos formales que
exige la actitud orientada al entendimiento. Sin embargo, Habermas se va a ver obligado
a moderar el desprestigio te�rico al que somete el acto perlocucionario reconociendo que
la relaci�n de significado y efecto perlocucionario no siempre tiene que adaptarse a las
exigencias del encubrimiento.
En Pensamiento postmetafísico y Verdad y justificación reconoce la existencia
de dos tipos de efectos perlocucionarios que completan la clasificaci�n integrada por las
perlocuciones encubiertas. De esta forma, se distingue entre efectos perlocucionarios que
derivan del significado gramatical del acto de habla y efectos perlocucionarios que
derivan de dicho significado de forma s�lo contingente420. El primer tipo de efecto
perlocucionario se produce cuando se da una orden v�lida, se lleva a cabo la intenci�n
que se enuncia o se mantiene una promesa, por ejemplo; en este caso el objetivo
ilocucionario rige el objetivo perlocucionario. El segundo tipo de efectos
perlocucionarios (que se producen cuando alegramos o molestamos al oyente o cuando la
recepci�n de un imperativo genera dudas) pueden ser declarados p�blicamente sin que el
discurrir de la acci�n se vea afectado por ello. Cosa bien distinta es lo que ocurre en las
denominadas “acciones estrat�gicas latentes” en las que el fin perlocucionario no puede
ser declarado (como, por ejemplo, cuando se planea un delito). En el contexto de las
acciones estrat�gicas latentes, la persona que act�a como emisora tiene que fingir ante la
receptora haci�ndole creer que sus objetivos se definen ilocucionariamente.
419 Para ofrecer esta definici�n de los efectos perlocucionarios Habermas se basa en la reformulaci�n del criterio de convencionalidad propuesto por Strawson en “Intention and Convention in Speech Acts”, Philosophical Review, 73, 1964; v�ase: Teoría de la acción comunicativa I, pp. 372- 375. 420 Como ejemplo de este segundo tipo de efectos perlocucionarios Habermas nos describe la siguiente situaci�n: “O entiende (�xito ilocucionario 1) y acepta (�xito ilocucionario 2) la exigencia o la invitaci�n de dar a Y algo de dinero. O da a Y algo de dinero (�xito perlocucionario 1) y causa contento a la esposa de �ste (�xito perlocucionario 2)”; Pensamiento postmetafísico, p. 75.
267
La noción de perlocución, como hemos indicado, genera serias dificultades
teóricas a la tradición pragmática del significado. Habermas se hace eco de estas
dificultades, no con el objetivo de ofrecer solución a las mismas, sino con la finalidad de
confirmar los prejuicios que sustentan su deficiente análisis. Asumir la descripción de los
efectos perlocucionarios nos obligaría a tener en consideración un componente del acto
de habla que remite a las consecuencias mentales provocadas por la emisión,
representando así la perspectiva pragmática del significado. Pero esta descripción nos
aboca a asumir un riesgo que, ni la tradición pragmática del significado ni la pragmática
universal habermasiana, están dispuestas a asumir: prescindir de los significados literales.
Por mucho que la concepción pragmática del significado haya complejizado el análisis
del enfoque sintáctico incluyendo factores que se definen en términos ilocucionarios, el
análisis de la fuerza ilocucionaria se remite (de una forma u otra) al significado literal. Un
caso muy evidente es el de Cómo hacer cosas con palabras. A pesar de que esta obra se
interpreta como una importante aportación a la concepción pragmática, Austin ubica el
significado en el componente rético del acto locucionario definiéndolo en términos
fregeanos como la suma de sentido y referencia. Con la obra Actos de habla la situación
no se modifica en grado suficiente. Searle pretende reformular la propuesta de Austin
revalorizando la aportación de la fuerza ilocucionaria al ámbito del significado. Sin
embargo, lleva a cabo tal reformulación puntualizando que la noción de significado no
debe identificarse con los efectos perlocucionarios (error cometido por Grice) sino con
los efectos ilocucionarios. Estos efectos ilocucionarios están debidamente delimitados por
un sistema de reglas constitutivas de carácter subyacente que garantizan el uso
intersubjetivo de las emisiones bajo el amparo antimentalista del principio de
expresabilidad. Habermas se convierte en receptor de todas estas prevenciones teóricas
que tienen como consecuencia el descrédito de las perlocuciones. Como hemos expuesto
a lo largo de este capítulo, este autor quiere reivindicar el significado pragmático pero no
logra prescindir del significado literal; y no logra prescindir del significado literal porque
realmente no puede prescindir de él.
El significado literal es el recurso al que se adhieren (de forma explícita o
implícita) las teorías del significado pragmáticas que exigen definir el significado en
términos intersubjetivos y antimentalistas. La pregunta que realmente nos tendríamos que
plantear, y que se sitúa en las antípodas de los intereses habermasianos, es qué tiene de
pragmática una teoría del significado que prescinde de los estados mentales y de los
criterios psico y sociolingüísticos. La orientación que, tanto la pragmática empírica como
268
la pragmática formal habermasiana, asumen a la hora de analizar los efectos
perlocucionarios responde a la necesidad de conservar el privilegio teórico del significado
literal. En la medida en que las perlocuciones trascienden el significado convencional, la
mejor forma de evitar su inoportuna existencia es negando su relevancia teórica,
modificando su naturaleza o, directamente, expulsándolas del ámbito comunicativo.
Habermas emprende inicialmente esta expulsión en términos radicales atribuyendo a la
perlocución un carácter subrepticio. A continuación, asume que los efectos
perlocucionarios pueden ser expresados públicamente al mantener una relación más o
menos explícita con los significados literales. Estas reformulaciones son claro exponente
de la difícil senda que debe transitar toda propuesta teórica que pretende asumir el
análisis del significado pragmático exigiendo, al tiempo, que lo que queremos decir
coincida con lo dicho. La tensión teórica que subyace al análisis de los efectos
perlocucionarios (y, por tanto, a la tarea de delimitar los componentes sintácticos y
pragmáticos del significado) también actúa como leit motiv en la reformulación a la que
Habermas debe someter la noción de entendimiento a mediados de la década de los
noventa. Con estas reformas teóricas podemos concebir la falsa impresión de que las
perlocuciones se convierten en componentes de pleno derecho al concedérseles la
oportunidad de formar parte de los procesos comunicativos. Pero no es así. Las
perlocuciones no pueden ser objeto de reconocimiento teórico en la medida en que alteran
los presupuestos formales de la pragmática universal.
5.4.3. La forma fuerte y débil de entendimiento
Asociar el uso comunicativo del lenguaje a la consecución del entendimiento
ofrece claras ventajas a la propuesta habermasiana. Sin embargo, defender esta tesis
también obliga al autor frankfurtiano a sortear dificultades teóricas como las mencionadas
en los apartados anteriores. Estas dificultades, junto a las críticas formuladas a una
conceptualización del lenguaje que vincula su uso comunicativo a una noción de
entendimiento definida con implicaciones morales, obligan a Habermas a emprender la
reformulación teórica de este importante concepto. Como consecuencia de dicha reforma,
el autor frankfurtiano se ve obligado a diferenciar entre una forma débil y una forma
fuerte de entendimiento. La forma fuerte de entendimiento se produce cuando los sujetos
que participan en un proceso interactivo aceptan una pretensión de validez basándose en
las mismas razones. El entendimiento débil, por el contrario, se produce cuando uno de
269
los participantes comprueba que el otro o la otra, teniendo en cuenta las circunstancias
concretas que rigen la interacci�n y las razones que esa persona considera aceptables,
puede tener un fundamento para mantener la intenci�n que declara aunque la persona no
implicada directamente no asuma tales razones. As� pues, se pueden esgrimir razones
independientes del actor, lo que da lugar a una forma fuerte de entendimiento y a la
oportuna consecuci�n de un acuerdo racional, o esgrimir razones relativas al actor, lo que
da lugar a una forma d�bil de entendimiento:
Un acuerdo (Einverständnis) en sentido estricto s�lo se consigue cuando los participantes pueden aceptar una pretensi�n de validez por las mismas razones, mientras que un entendimiento (Verständigung) tambi�n surge cuando uno de ellos ve que el otro, a la luz de sus preferencias y bajo circunstancias dadas, tiene buenas razones –es decir, razones que son buenas para él- para sostener la intenci�n declarada, sin que el otro, a la luz de sus propias preferencias, tenga que hacer suyas tales razones. Las razones que son independientes del actor permiten un modo m�s fuerte de entendimiento que las razones que son relativas al actor421.
Esta reforma de la noci�n de entendimiento obliga a Habermas a incluir en su
propuesta dos tesis de calado en la medida en que marcan, al menos en apariencia, un
punto de inflexi�n respecto a lo defendido hasta el momento. La primera revisi�n implica
tener en cuenta que, para entender un acto de habla, hay que conocer las condiciones para
el �xito ilocutivo o perlocutivo (�xito perlocucionario que, en la versi�n anterior, quedaba
relegado al �mbito de las acciones estrat�gicas). En Teoría de la acción comunicativa
421 Verdad y justificación, p. 112. Al distinguir entre una forma fuerte y una forma d�bil de entendimiento, Habermas pretende resolver el problema que le ha surgido con expresiones como las declaraciones de intenci�n, imperativos, amenazas o insultos (en comparaci�n con las promesas, los mandatos y los actos de habla declarativos); v�ase, por ejemplo, Pensamiento postmetafísico, pp. 135-137 y 146. Con una noci�n d�bil de entendimiento (donde s�lo se precisan razones relativas al actor) se puede explicar, afirma Habermas, el uso de dichas expresiones. Las declaraciones de intenci�n (“Ma�ana saldr� de viaje”) o los imperativos (“C�llate”) no tienen como objetivo el consenso, aunque est�n mediados ilocucionariamente. No obstante, en estos casos podemos hablar de una forma d�bil de entendimiento en la medida en que tambi�n se plantean pretensiones de validez que pueden ser aceptadas o rechazadas. En el caso de los avisos o de las declaraciones de intenci�n la racionalidad de la acci�n remite a las preferencias del actor (estando el entendimiento, en este caso, mediado por la racionalidad teleol�gica). Cuando la receptora o el receptor acepta la seriedad de dicho aviso es porque considera buenas las razones esgrimidas por la persona implicada, aunque no llegue a adoptarlas como razones propias. En este caso no puede hablarse de acuerdo porque las razones para la sinceridad de la intenci�n s�lo se eval�an desde un contexto relativo al actor directamente implicado. Habermas propone llamar a estas razones “p�blicamente inteligibles” con el objetivo de diferenciarlas de las razones aceptables universalmente. Algo distinto, aunque en los efectos s� existan semejanzas, es lo que ocurre con los imperativos o exigencias. No puede hablarse de un uso no comunicativo de los imperativos en la medida en que son de naturaleza intr�nsecamente pragm�tica: lo que pretende el hablante es motivar a otra persona para que �sta lleve a cabo algo. Sin embargo, tambi�n en el caso de los imperativos las razones esgrimidas son razones relativas al actor. Ahora bien, desde el momento en que las declaraciones de intenci�n y los imperativos se insertan en contextos normativos ya se definencomo manifestaciones de una voluntad no arbitraria sino autorizada normativamente: como promesas en el caso de las declaraciones de intenci�n y como mandatos en el caso de los imperativos; v�ase: Verdad y justificación, pp. 112-116 y La necesidad de revisión de la izquierda, pp. 182-183; cfr. Teoría de la acción comunicativa II, p. 48.
270
Habermas todav�a defiende que el uso originario del lenguaje est� ligado al
entendimiento. Por tanto, se ve en la necesidad de buscar alg�n tipo de justificaci�n que
explique la circunstancia (supuestamente an�mala) de que en el contexto de la acci�n
comunicativa puedan aparecer actos perlocucionarios422. En la medida en que en Verdad
y justificación renuncia a la radicalidad de la premisa que defiende que el entendimiento
es el telos inmanente del lenguaje, Habermas ya no se encuentra con tantos obst�culos a
la hora de explicar los usos ling��sticos que est�n mediatizados por los efectos
perlocucionarios423. Por tal motivo, puede conceder cierto estatus te�rico al �xito
perlocucionario.
La segunda revisi�n contempla como condici�n para el �xito ilocutivo y
perlocutivo el conocimiento de las razones relativas al actor, o independientes del mismo,
por medio de las cuales el hablante puede justificar su pretensi�n de validez en el �mbito
del discurso. A partir de esta segunda reformulaci�n, Habermas va a admitir que una
forma d�bil de entendimiento es posible entre sujetos que se orientan al �xito si puede
demostrarse la viabilidad y seriedad de su manifestaci�n, habida cuenta de las razones
esgrimidas como razones relativas al actor. Ahora bien, en este caso no estamos ante un
proceso comunicativo pleno en la medida en que s�lo se debate la pretensi�n de verdad o
veracidad, y no la de rectitud. El motivo es claro: no podemos hacer referencia a la
pretensi�n de rectitud porque las razones esgrimidas en la forma d�bil de entendimiento
no son universales, y por tanto susceptibles de un reconocimiento intersubjetivo, sino
relativas a un sujeto. Habermas se ve obligado a incluir los �xitos perlocucionarios al
reconocer que las razones esgrimidas no tienen por qu� ser objeto de reconocimiento
universal. Sin embargo, el que Habermas incluya los �xitos perlocucionarios en este
contexto, lejos de poder concebirse como un reconocimiento te�rico, demuestra el
prejuicio que inspira a este autor a la hora de analizar las perlocuciones ya que el �xito
perlocucionario se asocia al manejo de razones particulares que, en realidad, distorsionan
la l�gica del proceso comunicativo:
422 Esta circunstancia la explica recurriendo como argumento a las diversas fases por las que transcurre la b�squeda cooperativa de interpretaci�n. Seg�n defiende el autor frankfurtiano, en las primeras fases de dicho proceso las personas participantes tienen que recurrir a formas indirectas de entendimiento: el emisor o emisora tienen que dar a entender algo al oyente por medio de efectos perlocucionarios porque todav�a no lo pueden comunicar directamente.423 V�ase: J. Culler, On Deconstruction, Cornell University Press, New York, 1982. Para la discusi�n sobre la prioridad del significado literal o serio, frente a los usos derivados del significado, v�ase por ejemplo: H. P. Grice, “Logic and Conversation”, Cole y Morgan (eds.), Syntax and semantics, vol 3: Speech acts, Academic Press, New York, 1975; J. Searle, “Actos de habla indirectos”, Teorema, vol. VII/1, 1977; Searle, “Reiterating the Differences: A reply to Derrida”, op. cit., pp. 198-208 o Derrida, “Signature, Event, Context”, op. cit., pp. 172-197.
271
Ambas revisiones tienen en cuenta que los actos de habla son también actos ilocutivos a pesar de que sólo vayan conectados con pretensiones de verdad y veracidad, y a pesar de que estas pretensiones de seriedad (y viabilidad) de las intenciones y decisiones sólo puedan fundamentarse con referencia a las preferencias (y por tanto desde la perspectiva) de hablantes con una actitud orientada al éxito. Incluso las perlocuciones, que van a caballo de los actos ilocutivos, pueden ser criticadas bajo el punto de vista de la verdad de las suposiciones que en cada caso implican (relativas a las condiciones de los éxitos perlocutivos dependientes del contexto). Por lo demás, dado que las perlocuciones, como tales, no representan acto ilocutivo alguno y no están hechas para la aceptabilidad racional, este tipo de negación puede tener solamente el sentido de una explicación de por qué el objetivo perlocutivo no puede conseguirse bajo las circunstancias dadas424.
Tal y como se indica en la cita, las interacciones mediadas por el éxito
perlocucionario no poseen el mismo estatus teórico y práctico que la forma fuerte de
entendimiento. La forma débil de entendimiento contempla preferencias particulares de
sujetos que asumen una actitud orientada al éxito; es decir, una actitud derivada si la
comparamos con la actitud asociada a la forma fuerte de entendimiento. Además, las
perlocuciones sólo pueden ser criticadas remitiendo a la verdad de una serie de
suposiciones que definen unas condiciones de éxito perlocucionario referidas a un
contexto concreto, y no a un contexto universal como ocurre en la forma fuerte de
entendimiento. Pero si aún tenemos alguna duda sobre el carácter derivado del
componente perlocucionario, Habermas se encarga de eliminarla sentenciando que la
naturaleza de las perlocuciones no es compatible con la aceptabilidad racional. Por tal
motivo, la crítica a la que pueden someterse las perlocuciones adquiere la forma de una
explicación que intenta averiguar los motivos que, en un determinado contexto, impiden
la consecución del objetivo perlocucionario. Dicha explicación remite, en términos
causales, fuera de los límites comunicativos del acto de habla confirmando, de esta
forma, el carácter espurio de las perlocuciones.
A la luz de las matizaciones teóricas que acabamos de exponer, y que implican
hablar de una forma fuerte y débil de entendimiento, Habermas se ve obligado a
introducir una distinción paralela en el ámbito de las acciones comunicativas con el
objetivo de adecuar su definición a la reformulación a la que se ha sometido la noción de
entendimiento. Al igual que hemos distinguido entre una forma fuerte y una forma débil
de entendimiento, tendríamos que diferenciar entre una forma fuerte y una forma débil de
acción comunicativa. La forma débil de acción comunicativa se produce cuando el
entendimiento se refiere a razones relativas al actor. La forma fuerte de acción
comunicativa se produce, por el contrario, cuando el entendimiento remite a orientaciones
424 Verdad y justificación, p. 131.
272
de valor intersubjetivamente compartidas que vinculan a los sujetos independientemente
de sus preferencias particulares. Al faltar este trasfondo intersubjetivo, y al igual que
ocurre con la noci�n de entendimiento, en la forma d�bil de acci�n comunicativa s�lo se
plantean las pretensiones de verdad y veracidad; en la acci�n comunicativa fuerte se
suma, adem�s, la pretensi�n de rectitud.
La forma d�bil de las acciones comunicativas no debemos confundirlas con las
acciones estrat�gicas, nos advierte Habermas, en la medida en que en las primeras los
sujetos implicados esperan no ser enga�ados. Sin embargo, tampoco pueden considerarse
como acciones comunicativas plenas en la medida en que en este contexto no se da el
reconocimiento de obligaciones ni la orientaci�n por normas com�nmente compartidas.
Por el contrario, el �mbito de las acciones comunicativas fuertes se caracteriza porque un
acto de habla puede criticarse desde la perspectiva de las tres pretensiones de validez. En
este caso, los sujetos no s�lo se orientan por hechos y manifiestan lo que efectivamente
creen sino que, adem�s, se orientan por normas y valores v�lidos. Por tal motivo, en el
contexto de las acciones comunicativas fuertes se contempla el mundo social
intersubjetivo, mientras que las acciones comunicativas d�biles se restringen al mundo
objetivo. De esta circunstancia deriva un hecho nada balad� a la hora de definir el estatus
te�rico de cada uno de los tipos de acci�n: la acci�n comunicativa fuerte se adapta a los
presupuestos del uso comunicativo de la racionalidad; la forma d�bil de acci�n
comunicativa se adapta a las exigencias de la racionalidad teleol�gica, racionalidad que,
en este caso, se entrecruza con la racionalidad comunicativa haciendo posible que en el
�mbito de las acciones comunicativas d�biles el �xito ilocucionario todav�a domine sobre
el �xito perlocucionario. En la forma d�bil de comunicaci�n se produce el entendimiento
cuando el oyente aprehende el contenido del imperativo o de la declaraci�n de intenci�n
y acepta su viabilidad o su seriedad. Un acuerdo de tipo normativo, por el contrario, es
mucho m�s vinculante al contemplar c�mo los sujetos implicados en la interacci�n
coordinan sus acciones guiados por un sistema de valores y normas v�lido:
Bajo las condiciones del pensamiento postmetaf�sico las pretensiones de correcci�n normativa de las expresiones pueden, en todo caso, hacerse efectivas discursivamente –como en el caso de las pretensiones de verdad- mediante razones; razones que, precisamente, son las mismas (para todos los miembros del correspondiente mundo social). En estos casos el objetivo es un acuerdo normativo; y, a diferencia del entendimiento referido a la seriedad (y la viabilidad) de los prop�sitos y las decisiones, el acuerdo normativo se extiende aqu� no s�lo a las premisas –relativas al actor- de la prosecuci�n de objetivos de acci�n elegidos seg�n el libre arbitrio de cada uno, sino al modo de elecci�n –independiente del actor- de las finalidades leg�timas. En la acci�n comunicativa fuerte los participantes no s�lo dan por supuesto que se gu�an por hechos y que dicen aquello que creen y tienen por verdadero, sino que suponen
273
también que persiguen sus planes de acción solamente dentro de los límites de las normas y los valores válidos425.
La reformulación a la que Habermas ha sometido las nociones de entendimiento
y acción comunicativa ha sido objeto de críticas y objeciones por parte de algunos
epígonos del proyecto habermasiano. La tesis principal que subyace a dichas críticas es
que, asumiendo dichas reformas, se pueden poner en riesgo principios fundamentales de
la teoría de la acción comunicativa426. Creo, por el contrario, que no hay motivos para la
preocupación. Dichas reformulaciones son más llamativas por el desplazamiento
conceptual que implican (como es el hecho, por ejemplo, de que ya no haya que asociar
la noción de entendimiento al acuerdo) que por la transformación sustancial que sugieren.
Habermas sigue ofreciendo una conceptualización jerarquizada donde los criterios
privilegiados siguen sin sufrir modificación alguna; estos criterios son: la
intersubjetividad, el antimentalismo y el anticientificismo. Que el presupuesto de la
intersubjetividad sigue sustentando esta nueva conceptualización es algo explícito:
Habermas revaloriza la forma fuerte de entendimiento (y, por ende, la acción
comunicativa fuerte) en la medida en que remite a razones compartidas o intersubjetivas.
A diferencia de la forma débil de entendimiento y de acción comunicativa que deben
limitarse a la pretensión de verdad y veracidad, la forma fuerte de acción comunicativa y
entendimiento asumen también la crítica de la pretensión de rectitud. Asumir la
pretensión de rectitud atribuye una serie de privilegios a la forma fuerte de comunicación
en la medida en que implica manejar razones independientes del actor y, por tanto,
asumir los presupuestos universalistas del proyecto habermasiano. Que esta nueva
conceptualización sigue estando inspirada por los prejuicios antimentalistas y
anticientificistas no resulta menos manifiesto. Muestra de ello es la forma en la que
Habermas lleva a cabo el análisis de las perlocuciones, tal y como hemos ido exponiendo
425 Verdad y justificación, p. 119. Coincido con Pere Fabra cuando afirma que lo que Habermas pretende con la defensa de una acción comunicativa fuerte es garantizar la universalidad de las normas morales. Este hecho se justificaría porque en el caso de los enunciados éticos (relativos a una determinada comunidad) y de las normas jurídicas no se exige que los sujetos compartan las mismas razones; véase: Pere Fabra, op. cit., p. 240. 426 Entre ellas podemos mencionar, por ejemplo, las formuladas por Evaristo Prieto Navarro quien critica la noción de acción comunicativa débil en la medida en que en dicho contexto, afirma, se coordinan planes estratégicos que supeditan el entendimiento intersubjetivo basado en pretensiones de validez. En este caso, el acuerdo se limita a aceptar la veracidad de la emisión y a comprender semánticamente la misma. Por tal motivo, defiende Prieto Navarro, deberíamos entender la acción comunicativa débil como una forma refinada de acción teleológica si no queremos poner en entredicho la noción de orden social definida en el marco de la teoría de la acción comunicativa, definición que supone el reconocimiento intersubjetivo de intereses generalizables; véase: Prieto Navarro, op. cit., pp. 71-83. Véase también: Pere Fabra, op. cit., pp. 240-241.
274
a lo largo de este apartado. El éxito perlocucionario (asociado a la forma débil de la
acción comunicativa y el entendimiento) representa los intereses de un emisor que se
orienta hacia el éxito y que, por tanto, desvirtúa los verdaderos presupuestos
comunicativos. Con estas reformulaciones se aportan nuevos conceptos, se modifican
ciertas conexiones, se alteran determinadas clasificaciones pero, en definitiva, los pilares
que sustentan el proyecto teórico habermasiano siguen siendo inamovibles. El
protagonismo teórico sigue recayendo en aquellos conceptos que representan los
presupuestos idealizadores de la pragmática universal.
275
INTRODUCCIÓN AL CAPÍTULO SEXTO
En el capítulo seis analizaremos una de las nociones más relevantes para la
teoría de la acción comunicativa: la noción de discurso. Cuando las pretensiones de
validez vinculadas a los actos de habla son aceptadas se establece un acuerdo
racionalmente motivado. Cuando dichas pretensiones son puestas en entredicho deben ser
objeto de debate con el objetivo de restaurar el consenso temporalmente suspendido.
Dicho debate se desarrolla en el marco de un discurso en el que los sujetos competentes
aportan razones a favor o en contra de la pretensión problematizada. El proceso
discursivo implica, por tanto, abandonar la interacción cotidiana para asumir un
procedimiento reflexivo en el que se pone de manifiesto la vinculación reivindicada por
la pragmática formal entre validez y aceptabilidad racional. De ahí deriva la importancia
que la noción de discurso adquiere en el contexto de la teoría de la acción comunicativa:
ejemplifica el procedimiento argumentativo por medio del cual las personas implicadas
en un proceso interactivo intentan restablecer el acuerdo temporalmente interrumpido. En
el apartado 6.1. analizaremos las características generales de la noción habermasiana de
discurso.
En la medida en que el objetivo de los procesos discursivos es restablecer el
acuerdo racional, Habermas se enfrenta al problema de tener que definir qué es un
consenso racionalmente motivado; dicho en otros términos: cómo podemos diferenciar un
acuerdo racional de un acuerdo contingente. Para ofrecer respuesta a esta cuestión el
autor frankfurtiano recurre a la descripción de la lógica del discurso (apartado 6.2.). La
lógica del discurso es una investigación pragmática que tiene por objeto analizar las
propiedades formales de los argumentos. Con la lógica del discurso Habermas pretende
recurrir a las relaciones internas existentes entre los argumentos esgrimidos por los
sujetos en el proceso discursivo con la finalidad de demostrar que de dicha estructura
formal deriva el poder vinculante de los mejores argumentos, y de ahí el fundamento de
los consensos racionalmente motivados. Pero emprender el desarrollo de una lógica
pragmática del discurso no es tarea fácil. Por tal motivo, Habermas termina asignando la
función inicialmente atribuida a la lógica del discurso a la situación ideal de habla
(subapartado 6.2.1.). La situación ideal de habla hace referencia a una serie de
presupuestos que deben ser aceptados en un proceso discursivo y que exigen la ausencia
absoluta de coacción en el proceso comunicativo. Según las condiciones establecidas por
la situación ideal de habla, en un proceso comunicativo se encuentran sujetos racionales,
276
que actúan en igualdad de condiciones, que cuentan con toda la información precisa a la
hora de tomar una decisión sobre la pretensión de validez problematizada y que poseen la
capacidad para decir que no (subapartado 6.2.2.). Gracias a esta capacidad, que es objeto
de desarrollo evolutivo, podemos rechazar las pretensiones de validez vinculadas a los
actos de habla. Esta capacidad que poseemos para decir que no encierra, por tanto, un
potencial crítico que permite el tránsito de la interacción cotidiana al discurso.
Cuando el análisis se centra en los presupuestos pragmáticos e idealizadores que
son necesarios para interactuar comunicativamente, estamos analizando el contexto
argumentativo como proceso. Sin embargo, afirma Habermas, el habla argumentativa (la
forma reflexiva del habla) está integrada por tres niveles analíticos: el proceso, el
procedimiento y la producción (subapartado 6.2.3.). El habla argumentativa entendida
como proceso hace referencia, como hemos dicho, a los presupuestos pragmáticos que
posibilitan el asentimiento de un auditorio; entendida como procedimiento, regula el
contexto interactivo en el que se debate una pretensión de validez con el objetivo de
restablecer el acuerdo racionalmente motivado; entendida como producción, proporciona
los argumentos adecuados (gracias a sus propiedades intrínsecas) para llevar a cabo el
debate de la pretensión de validez.
Como ya sabemos, el sistema de pretensiones de validez está integrado por la
verdad, la rectitud y la veracidad. Aunque Habermas intenta hacerlas objeto de un trato
igualitario, lo cierto es que existe una asimetría entre la pretensión de veracidad, por un
lado, y las pretensiones de verdad y rectitud, por otro. La diferencia radica en que la
veracidad hace referencia a un ámbito subjetivo mientras que la verdad y la rectitud
remiten a un ámbito público. Esta diferencia tiene efectos a la hora de analizar la noción
de discurso: la veracidad no puede ser discutida racionalmente en el contexto de los
discursos, sólo puede ser evaluada por medio de una actuación en consecuencia que,
supuestamente, discurre en términos públicos. Las únicas pretensiones que, por tanto, son
susceptibles de debate racional son las pretensiones de verdad y rectitud. Cuando lo que
debatimos es la pretensión de verdad estamos en el seno de un discurso teórico; cuando
debatimos la pretensión de rectitud estamos en el contexto de un discurso práctico. A este
análisis dedicaremos el apartado 6.3.
El objetivo primordial de Habermas es demostrar que el ámbito práctico es
susceptible de fundamentación. Para ello emprende un análisis comparativo entre la
pretensión de rectitud (la pretensión vinculada al ámbito social o práctico) y la pretensión
de verdad. La finalidad es demostrar que, en la medida en que tanto la verdad como la
277
rectitud constituyen esferas de validez, no existen motivos para rechazar la posibilidad de
que el �mbito pr�ctico adquiera un fundamento cognitivista. Para desarrollar este
proyecto lleva a cabo el an�lisis de la noci�n de verdad y de la forma de discurso en el
que esta pretensi�n es debatida: el discurso te�rico (subapartado 6.3.1). En un primer
momento, Habermas propone una teor�a consensual de la verdad (subapartado 6.3.1.1.).
Seg�n esta teor�a consensual, el asentimiento potencial de los sujetos se establece como
condici�n de verdad; es decir, el sentido pragm�tico de la verdad se asocia con la
consecuci�n de un acuerdo racionalmente motivado. Como podemos suponer, una noci�n
de verdad definida en los t�rminos descritos entra en contradicci�n con la intuici�n
realista de verdad que solemos manejar. Por tal motivo, dicha teor�a de la verdad fue
objeto de numerosas cr�ticas que obligaron a Habermas a emprender su reforma a finales
de la d�cada de los noventa. Esta reforma implica abogar por un realismo sin
representaciones y una noci�n no epist�mica de verdad que remite a una concepci�n
formal del mundo objetivo (subapartado 6.3.1.2.). Esta noci�n de verdad es compatible
con un naturalismo d�bil que, a diferencia del naturalismo fuerte, es capaz de reconocer
nuestro origen natural sin hacernos incurrir, por ello, en el error del reduccionismo. El
naturalismo d�bil, por tanto, es compatible con el dualismo metodol�gico adapt�ndose de
esta forma a las exigencias b�sicas de la pragm�tica formal.
La necesidad de reformar el fundamento de la noci�n de verdad con el objetivo
de proporcionar una definici�n no epist�mica de dicha noci�n no ata�e a la pretensi�n de
rectitud y, por tanto, al �mbito pr�ctico. Tal y como hemos indicado, cuando la pretensi�n
puesta en duda es la de rectitud tenemos que emprender su debate racional en el marco de
un discurso pr�ctico (subapartado 6.3.2.). Pues bien, a diferencia de lo que ocurre con la
verdad, no existen problemas a la hora de defender que la correcci�n normativa depende
de un procedimiento justificativo o argumentativo. Lo que suele generar debate es c�mo
puede definirse en t�rminos objetivos dicha justificaci�n racional; es decir, c�mo
podemos demostrar que el procedimiento argumentativo confluye en una respuesta �nica
que coincida con las expectativas generales. La funci�n que en el �mbito te�rico cumple
el mundo objetivo la ejerce en el �mbito pr�ctico el “punto de vista moral”.
279
CAPÍTULO 6
DE LA ACCIÓN AL DISCURSO. LOS PRESUPUESTOS PRAGMÁTICOS PARA EL ENTENDIMIENTO
Tal y como vimos en el cap�tulo anterior, el componente ilocucionario del acto de
habla adquiere un protagonismo especial para la teor�a de la acci�n comunicativa. Dicho
protagonismo viene motivado porque es precisamente en el acto ilocucionario donde se
concreta la relaci�n significado-validez. Esta relaci�n es el fundamento de una
racionalidad que, al ser definida en t�rminos comunicativos, implica el debate
argumentado de las pretensiones de validez. Dicho debate se desarrolla en el contexto de
un discurso que, en la medida en que ejemplifica la din�mica argumentativa que tiene
como fin la consecuci�n del entendimiento, adquiere especial relevancia para la teor�a de
la acci�n comunicativa. Por tal motivo, dedicaremos el �ltimo cap�tulo a analizar la
noci�n de discurso.
6.1. De la acción al discurso
Para desarrollar el an�lisis de la noci�n de discurso tenemos que partir de la
distinci�n establecida en el seno de la pragm�tica formal entre el proceso cotidiano de
interacci�n (tambi�n denominado contexto de acci�n comunicativa) y el discurso427. En
el contexto de la acci�n, las personas que participan en un proceso interactivo aceptan las
pretensiones de validez vinculadas a los actos de habla; los discursos, por el contrario,
constituyen formas de comunicaci�n donde dichas pretensiones de validez adquieren un
car�cter problem�tico al ser puestas en entredicho. Al ocurrir esta circunstancia las
pretensiones son virtualizadas o tematizadas (es decir, dejadas en suspenso), teniendo
este hecho como consecuencia la ruptura del consenso. Ante esta situaci�n, los
participantes en el proceso discursivo se desvinculan temporalmente de los contextos
inmediatos de acci�n adoptando una actitud reflexiva que implica la aportaci�n de
427 Habermas introduce esta distinci�n en las Christian Gauss Lectures (1971) (“Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., pp. 19-111); v�ase tambi�n: “Introducci�n a la nueva edici�n”, Teoría y praxis, pp. 27-29 y 35-37. La diferencia establecida por Habermas entre el proceso normal de interacci�n y el discurso refleja, seg�n afirma por ejemplo T. McCarthy, la influencia que ha ejercido en Occidente la distinci�n de doxa y episteme. En “Discusi�n con Niklas Luhmann (1971): �teor�a sist�mica de la sociedad o teor�a cr�tica de la sociedad?”, op. cit., nota 12, p. 362, Habermas defiende que la complementariedad de discurso y acci�n representa, con nuevos t�rminos, el viejo problema de la unidad de teor�a y praxis. Para la respuesta de Habermas a la cr�tica formulada por L. Kr�ger (“�berlengungen zum Verh�ltnis wissenschaftlicher Erkenntnis und gesellschaftlicher Interessen”, Georgia Augusta, G�ttingen, mayo, 1972) al considerar que el autor frankfurtiano confunde raz�n te�rica y raz�n pr�ctica, v�ase: “Ep�logo”, op. cit., pp. 327-329.
280
argumentos con la finalidad de instaurar el acuerdo temporalmente suspendido428. Los
argumentos esgrimidos en dicho procedimiento est�n integrados por razones que, de
forma sistem�tica, conectan con la pretensi�n de validez problematizada:
El discurso puede entenderse como aquella forma de comunicaci�n emancipada de la experiencia y despreocupada del actuar cuya estructura garantiza que s�lo pueden ser objeto de la discusi�n pretensiones de validez problematizadas, sea de afirmaciones, de recomendaciones o advertencias; que nohabr� limitaci�n alguna respecto de participantes, temas y contribuciones, en cuanto convenga al fin de someter a contraste esas pretensiones de validez problematizadas; que no se ejercer� coacci�n alguna, como no sea la del mejor argumento, y que, por consiguiente, queda excluido todo otro motivo que no consista en la b�squeda cooperativa de la verdad. Cuando, en esas condiciones, se alcanza un consenso acerca de la recomendaci�n de aceptar una norma, y se lo alcanza en el intercambio de argumentos (es decir, sobre la base de justificaciones propuestas como hip�tesis, ricas en alternativas), ese consenso expresa entonces una “voluntad racional”429.
Tal y como hemos ido analizando a lo largo de este trabajo, una de las
caracter�sticas fundamentales de las pretensiones de validez es que son susceptibles de
cr�tica mediante el uso de argumentos estructurados ilocucionariamente430. Dicha cr�tica
argumentada implica aportar razones a favor o en contra de la pretensi�n de validez
tematizada con la finalidad de establecer un acuerdo que sea objeto de reconocimiento
intersubjetivo. Habermas reivindica, de esta forma, un procedimiento pragm�tico de
fundamentaci�n basado en una praxis argumentativa que explicita el potencial racional
428 “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., pp. 108-109; v�ase tambi�n: “Ep�logo”, op. cit., pp. 310-318. Los discursos suponen, en definitiva, una desvinculaci�n temporal de la estructura motivacional y comunicativa, dimensiones que quedan interconectadas en la fase sociocultural de la evoluci�n; v�ase: “Teor�as de la verdad”, op. cit., p. 116. 429 Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, p. 131; v�ase tambi�n La ética del discurso y la cuestión de la verdad, pp. 30-31. Aunque, tal y como reconoce el propio Habermas, puede ocurrir que no se produzca acuerdo sobre la pretensi�n tematizada, en cuyo caso habr� que dejar en suspenso la cuesti�n. Puede ocurrir tambi�n que el tema planteado s�lo afecte a un grupo determinado, con lo cual el acuerdo no puede tener un car�cter universalmente vinculante. Puede ocurrir tambi�n que lo que se intente sea armonizar intereses contrapuestos, en cuyo caso s�lo se aspira a un compromiso aceptable; v�ase: La necesidad de revisión de la izquierda, pp. 180-182.430 Es a la fuerza del mejor argumento a lo que llama Habermas motivaci�n racional; v�ase “Teor�as de la verdad”, op. cit., p. 140; Teoría de la acción comunicativa I, p. 324 y Facticidad y validez, pp. 172-173. Una aportaci�n de Dummett, especialmente relevante para Habermas, es la importancia que este autor concede al proceso argumentativo a la hora de describir el contexto ling��stico en el que se insertan las razones. Esta aportaci�n es especialmente elogiada por el autor frankfurtiano en la medida en que la interpreta como reconocimiento de la importancia atribuida por la teor�a de la acci�n comunicativa al desempe�o discursivo de las pretensiones de validez. Respecto a la cr�tica realizada por D. Tracy en el sentido de que el an�lisis de la raz�n comunicativa se desarrollar�a de manera m�s pertinente en t�rminos de di�logo que de argumentaci�n, Habermas sigue insistiendo en la rentabilidad te�rica del mecanismo argumentativo. �ste constituye una forma especial y reflexiva de comunicaci�n en la que se tematizan pretensiones de validez. La teor�a de la argumentaci�n, al permitir aprehender los procesos de acci�n orientados al entendimiento, aporta una serie de ventajas al proceso de investigaci�n que justifican su elecci�n te�rica (lo que no implica, afirma Habermas, concederle una prioridad ontol�gica); v�ase: Israel o Atenas, pp. 107-108. En la “Introducci�n a la nueva edici�n: algunas dificultades en el intento de mediar teor�a y praxis”, op. cit., p. 37, Habermas define el pensar en los t�rminos siguientes: “As� podemos entender el “pensar” como un proceso de argumentaci�n ligado discursivamente y realizado internamente por un sujeto particular...”.
281
que subyace al uso comunicativo del lenguaje431. A pesar de que puedan distinguirse
distintas esferas de validez, el hecho de que dichas esferas puedan ser objeto de
argumentaci�n las hace confluir en un mismo requisito pragm�tico: la racionalidad
comunicativa. Este proceso argumentativo sirve de base, por tanto, a una teor�a del
discurso (marco en el que el habla adquiere la forma de argumentos) que remite a un
contexto de reflexi�n y deliberaci�n representativo del potencial racional que subyace al
uso comunicativo. Como podemos apreciar, el discurso es un concepto que vuelve a
poner de manifiesto la naturaleza autorreflexiva que Habermas reivindica para el lenguaje
ordinario: el discurso confirma la tesis de que el lenguaje ordinario puede actuar como su
propio metalenguaje.
Ahora bien, si el discurso remite al debate o desempe�o de las pretensiones de
validez, y dichas pretensiones constituyen una base universal, �esto significa que la
pr�ctica discursiva tambi�n adquiere un estatus universal? La respuesta que ofrece
Habermas es la siguiente: si en el uso racional del lenguaje la referencia a las diversas
pretensiones de validez se define en la pr�ctica comunicativa intentione recta, la
referencia al proceso discursivo est� constantemente presente aunque sea de forma
impl�cita. Es decir, aunque se recurra de forma efectiva al proceso discursivo s�lo cuando
una pretensi�n de validez es problematizada, dicho recurso est� siempre potencialmente
presente al remitir a una base universal. La pr�ctica argumentativa, por tanto, caracteriza
a todas las culturas y sociedades, aunque s�lo sea como pr�ctica informal. En la medida
en que estamos hablando de un procedimiento universal para el que no existe equivalente
o alternativa, defiende Habermas, resulta dif�cil poner en cuesti�n la neutralidad del
principio discursivo432. Este razonamiento, sin embargo, no es concluyente por dos
431 El conocimiento sobre el tipo de razones que la persona que act�a como emisora puede esgrimir para sustentar la pretensi�n de validez vinculada a su acto de habla forma parte de la propia comprensi�n de dicho acto, afirma Habermas; v�ase: Verdad y justificaci�n, p. 130.432 V�ase: La inclusi�n del otro. Estudios de teor�a pol�tica, p. 75. La posibilidad de institucionalizar los discursos racionales, afirma Habermas, es objeto de la teor�a discursiva del derecho y la pol�tica. Para un an�lisis de estos temas, v�ase: Facticidad y validez (sobre todo los cap�tulos tercero y cuarto; la Introducci�n de M. Jim�nez Redondo es especialmente recomendable por su claridad expositiva) o “L�mites del normativismo iusnaturalista”, La necesidad de revisi�n de la izquierda, pp. 101-116. Estas lecturas podemos completarlas con: “Facticidad y validez (I): sentido y naturaleza de la regulaci�n jur�dica”; “Facticidad y validez (II): el sistema de los derechos”; “Facticidad y validez (III): la cuesti�n del poder: la mutua constituci�n de derecho y pol�tica” y “Facticidad y validez (IV): la idea de Estado de Derecho”, todos en Jim�nez Redondo, Metaf�sica y pol�tica en la obra de J. Habermas; v�ase tambi�n: Luis Mart�nez de Velasco, “Estado de Derecho y derecho democr�tico en el �ltimo Habermas; una lectura de Faktizit�t und Geltung” en �bidem, pp. 11-26. Quisiera se�alar tambi�n aqu� la importancia que encierra la teor�a del discurso para consolidar los principios de una pol�tica deliberativa. En La inclusi�n del otro. Estudios de teor�a pol�tica, pp. 231-246, Habermas hace un an�lisis interesante sobre el modelo pol�tico liberal y republicano, cuya consecuencia es la definici�n de un tercer modelo de democracia que intenta superar las limitaciones de ambas posturas. Esta alternativa procedimental, que el autor frankfurtiano
282
razones principales: en primer lugar, porque aunque el car�cter impl�cito de la remisi�n
adquiera una naturaleza universal, este hecho no garantiza el car�cter universal de su
ejercicio efectivo; en segundo lugar, porque defender la posibilidad de fundamentar
discursivamente las pretensiones de validez no implica demostrar el car�cter universal de
los discursos. �C�mo se enfrenta Habermas a esta posible dificultad te�rica? Defendiendo
el car�cter inmanente de la racionalidad:
Siempre que sujetos capaces de lenguaje y de acci�n tratan de tomar una decisi�n (s�lo con argumentos) acerca de pretensiones de validez de normas o enunciados, que se han vuelto problem�ticas, no pueden menos de recurrir intuitivamente a suposiciones que pueden aclararse con ayuda del concepto de racionalidad comunicativa. Los participantes en un discurso no necesitan empezar poni�ndose de acuerdo acerca de tal fundamento; m�s a�n, en rigor no es en absoluto posible decidirse a favor de la racionalidad inmanente al entendimiento ling��stico. Pues en la acci�n comunicativa no podemos menos de orientarnos siempre por aquellas pretensiones de validez, de cuyo reconocimiento intersubjetivo depende el consenso posible433.
Habermas niega que estemos ante una mera toma de decisi�n por la racionalidad
argumentando que el proceso discursivo remite a un potencial racional inmanente al
lenguaje. Sin embargo, la pregunta vuelve a ser obvia: �c�mo fundamenta la teor�a de la
acci�n comunicativa dicho potencial racional? Si recurrimos a la teor�a del significado
que se inscribe en el seno de la pragm�tica formal la respuesta es insatisfactoria. Si
recurrimos a las interacciones cotidianas �stas aportan datos que, m�s que confirmar,
refutan la tesis habermasiana. La �nica alternativa a la que puede recurrir el autor
denomina pol�tica deliberativa, se fundamenta en los presupuestos comunicativos, retomando de la tradici�n republicana la primac�a de la formaci�n de la opini�n y la voluntad pol�tica (pero sin considerar la Constituci�n en un segundo plano) y de la tradici�n liberal la perspectiva procedimental-discursiva. El estudio pormenorizado de la teor�a democr�tica lo emprende Habermas en la d�cada de los ochenta, investigaci�n que culmina con la publicaci�n de Facticidad y validez en 1992. Sin embargo, este es un tema que ha estado muy presente lo largo de su trayectoria intelectual como pone de manifiesto, por ejemplo, su obra Historia y crítica de la opinión pública (1962), donde Habermas analiza la estructura normativa del Estado de derecho liberal y del Estado social de derecho, o Problemas de legitimación en el capitalismo tardío (1973) donde se pregunta por la vigencia democr�tica de las sociedades contempor�neas. V�ase tambi�n: Habermas, Tres modelos de democracia. Sobre el concepto de una política deliberativa, ediciones Episteme, vol. 43, Valencia, 1994, o “Tres modelos normativos de democracia”, La inclusión del otro, pp. 231-246; Facticidad y validez, pp. 374-376; 379; 436-439; 454-460 y ep�logo a la cuarta edici�n revisada, ib�dem, pp. 645-662. Tambi�n es recomendable la lectura de La inclusión del otro y La constelación posnacional (cuyos art�culos se elaboran en el periodo en el que el inter�s de Habermas se decanta claramente por los aspectos jur�dicos) en la medida en que en estas obras sehace un an�lisis de las sociedades contempor�neas con el objetivo de contextualizar la aplicaci�n de la pol�tica deliberativa. Sobre pol�tica deliberativa, v�ase tambi�n: J. Bohmann y W. Regh (eds.) Deliberative Democracy, MIT Press, Cambridge, 1997; F. Laporta, “El cansancio de la democracia”, Claves, n� 99, 2000, pp. 20-25 y R. Cargarella y F. Ovejero, “Democracia representativa y virtud c�vica”, Claves, n� 105, 2000, pp. 59-75. Para la cr�tica formulada por M. Jim�nez Redondo a la noci�n de discurso entendido como principio de legitimaci�n, v�ase: M. Jim�nez Redondo, “J�rgen Habermas, Facticidad y validez”, Debats, n� 43-44, 1993, pp. 115-120. 433 “R�plica a objeciones”, op. cit., pp. 409-410; en este contexto, Habermas enfrenta su propuesta a la de Agnes Heller. V�ase tambi�n: Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, pp. 117-170 (de forma m�s concreta las pp. 123-124); sobre las normas jur�dicas, ib�dem, pp. 131-132 y 168-170.
283
frankfurtiano adopta la forma de un argumento circular: la naturaleza universal del
proceso discursivo (que ejemplifica el procedimiento de una racionalidad comunicativa
universal) se sustenta en la naturaleza inmanente y universal de la racionalidad
comunicativa. Para evitar las cr�ticas que podr�an acusarlo de fundamentar su propuesta
en un razonamiento falaz, Habermas intenta aportar una prueba que podr�a ser de gran
valor te�rico-pr�ctico: demostrar que la capacidad para participar racionalmente en los
procesos discursivos emana de una competencia universal. Esta competencia es la
competencia interactiva o comunicativa.
Para fundamentar esta controvertida tesis, Habermas ofrece un argumento
emp�rico y un argumento sistem�tico. El argumento emp�rico implica el an�lisis de la
l�gica evolutiva que subyace al proceso de adquisici�n y desarrollo de dicha
competencia; el argumento sistem�tico pretende demostrar que los estadios superiores de
la evoluci�n reflejan un nivel diferenciado y m�s desarrollado que los estadios inferiores.
Seg�n denuncia Habermas, la ling��stica y la psicolog�a se encargan de analizar la
competencia ling��stica y la competencia cognitiva pero no le prestan la debida atenci�n
a la dimensi�n del habla y la interacci�n. Evidentemente, los estudios desarrollados por
Piaget sobre la competencia cognitiva es una aportaci�n importante; lo mismo puede
decirse de la gram�tica transformacional o del psicoan�lisis434. Pero ninguna de estas
aportaciones ha prestado la suficiente atenci�n a un hecho fundamental para el
planteamiento habermasiano: demostrar que, aparte de la competencia cognitiva y
ling��stica, existe una competencia comunicativa. El objetivo te�rico emprendido por
Habermas es, por tanto, analizar la adquisici�n de dicha competencia como una
competencia universal que se forma a trav�s de una secuencia l�gico-evolutiva de fases
tendentes a la complejizaci�n435. En este proceso de adquisici�n se distinguen tres fases:
434 Otras aportaciones interesantes, pero que no fueron capaces de abordar correctamente el an�lisis de la dimensi�n interactiva, son: el paradigma del juego de roles, el interaccionismo simb�lico y la teor�a fenomenol�gica de la acci�n inspirada en Sch�tz, la etnometodolog�a y la etnoling��stica, las corrientes te�ricas que parten de las formas de vida del segundo Wittgenstein y la recepci�n cr�tica de la teor�a de rol llevada a cabo por la antropolog�a filos�fica o la teor�a cr�tica; v�ase: “Notas sobre el desarrollo de la competencia interactiva”, op. cit., pp. 161-164. 435 Para llevar a cabo este proyecto te�rico Habermas recurre a la noci�n de gram�tica universal de Chomshy, as� como a las propuestas te�ricas de Piaget y de Kohlberg. El objetivo es demostrar que los supuestos de la acci�n comunicativa se definen como n�cleo de la competencia interactiva. V�ase: “Notas sobre el desarrollo de la competencia interactiva”, op. cit., pp. 184-191; con W. Edelstein, Soziale Interaktion und soziales Verstehen. Beiträge zur Entwicklung der Interaktionskompetenz, Suhrkamp, Franfurt a.M., 1984. V�ase tambi�n: La reconstrucción del materialismo histórico, pp. 75-77 y Conciencia moral y acción comunicativa, pp. 186-199.
284
Nivel 1. En este caso, el grado de interacci�n de la ni�a peque�a (o el ni�o) se limita
al nivel de las acciones individuales y de las expectativas concretas referidas al
proceso estimulativo de las sanciones y gratificaciones. Poco a poco, la ni�a o el ni�o
empiezan a ser conscientes de las diversas perspectivas asumidas por los dem�s, as�
como de la necesidad de coordinar sus propias expectativas con la de los otros.
Nivel 2. Con la edad escolar, comienzan ya a adquirir la capacidad de representar
roles sociales, en un principio dentro de la familia y posteriormente en grupos m�s
abstractos y extensos. En esta etapa se supera el nivel de las expectativas concretas y
la referencia al placer/displacer mediante los roles y las normas; tambi�n se es capaz
de discriminar entre las normas y roles generales y las acciones y sujetos particulares.
La satisfacci�n de las necesidades depende del acatamiento de expectativas
reconocidas socialmente. En esta etapa ya se pone de manifiesto la diferencia
existente entre la actitud de tercera persona (objetivante) y la actitud realizativa (de
participante).
Nivel 3. En la adolescencia se puede desarrollar la capacidad de justificar, criticar y
originar normas en la medida en que prospere el nivel de cr�tica de las pretensiones de
validez y, por tanto, de los valores y roles adquiridos. Los procesos interactivos, tanto
a niveles cognitivos como afectivos, se definen en funci�n de la capacidad aut�noma
de racionalidad en la medida en que la interpretaci�n de las necesidades depende de
una voluntad discursiva. En esta etapa, los sujetos se conciben como personas capaces
de superar las limitaciones impuestas por las convenciones436.
436 Habermas parte del supuesto de que la evoluci�n de la competencia interactiva posibilita la elecci�n de controles internos de comportamiento; v�ase: “Consideraciones sobre patolog�as de la comunicaci�n”, op. cit., p. 193. La conciencia moral se define como la capacidad para hacer uso de la competencia interactiva, de tal manera que se establece una relaci�n entre los niveles evolutivos de ambas dimensiones; v�ase al respecto: La reconstrucción del materialismo histórico, pp. 57-83. Por tal motivo, defiende Habermas, las etapas del desarrollo de la conciencia moral de Kohlberg pueden evaluarse desde la perspectiva te�rica de las nociones de reciprocidad e interacci�n. La identidad denominada “postconvencional” en la propuesta habermasiana corresponde a la etapa seis del desarrollo moral de Kohlberg; v�ase: L. Kohlberg, Essays on Moral Development, Harper and Row, San Francisco, 3 vols. 1981, 1984, 1986; Rubio Carracedo, El hombre y la ética. Humanismo crítico, desarrollo moral, constructivismo ético, Anthropos, Barcelona,1987, pp. 142-234 y V. Hern�ndez Pedrero, “Ideal cosmopolita y comunidad �tica”, Laguna. Revista de Filosofía, V, 1998, pp. 57-67. Para el an�lisis de por qu� Habermas opta por distanciarse te�ricamente del modelo de Kohlberg, v�ase: “Justicia y Solidaridad (una toma de posici�n en la discusi�n sobre la etapa 6 de la teor�a de la evoluci�n del juicio moral de Kohlberg)” en Apel, Cortina, et. al., Ética comunicativa y Democracia, Cr�tica, Barcelona, 1991, pp. 175-205 y “Lawrence Kohlberg und der Neoaristotelismus”, Erläuterungen zur Diskursethik, Suhrkamp, Frankfurt, 1991, pp. 77-99; versi�n en castellano: Aclaraciones a la ética del discurso, Trotta, Madrid, 2000, pp. 83-105.
285
Estas tres fases, que constituyen el proceso evolutivo de la competencia
interactiva o comunicativa, se completan con el análisis del proceso evolutivo del
lenguaje. Al igual que ocurre con la competencia interactiva, la evolución del lenguaje
pasa por tres etapas fundamentales que son definidas tomando como referencia dos
criterios: a) el grado de diferenciación del habla y de la acción y b) el nivel de integración
de conocimiento y lenguaje. Estas etapas son:
1) Etapa de las interacciones simbólicamente mediadas. En esta primera etapa la
niña y el niño dominan las interacciones mediadas simbólicamente y una forma
inicial del uso proposicional ligado a dichas interacciones. En esta primera etapa
los ámbitos de la acción y el habla están pocos diferenciados en la medida en que
el contenido semántico de las emisiones se refiere a las acciones y la actitud
objetivante no se ha disociado de la actitud realizativa.
2) Etapa del habla proposicionalmente diferenciada. En la etapa del habla
proposicionalmente diferenciada, el niño y la niña manejan un sistema de actos de
habla que le permiten actuar de manera comunicativa y diferenciar entre el uso
cognitivo, el uso interactivo y el uso expresivo del lenguaje. En esta etapa ya se es
capaz de distinguir entre la relación interpersonal y el contenido semántico; al
mismo tiempo, el lenguaje adquiere relevancia como un medio diferenciado de las
normas y valores. Al fijarse los contenidos proposicionales se define un uso
cognitivo del lenguaje y la organización lingüística del conocimiento y la
experiencia. Al diferenciarse el habla del trasfondo normativo se pone de
manifiesto la independencia que adquiere el sistema de actos de habla respecto a
las interacciones. Este hecho tiene como consecuencia la distinción modal de los
actos de habla y la posibilidad de no confundir el acto de comprender una emisión
determinada con el hecho de aceptar las pretensiones de validez puestas en juego
por el hablante. Al independizarse el lenguaje de las acciones y la integración
lingüística del conocimiento se adquiere, por una parte, la capacidad de objetivar
los actos de habla proferidos en actitud realizativa; por otra, la capacidad de
diferenciar entre la naturaleza externa, la sociedad y la naturaleza interna.
3) Etapa del habla argumentativa. En la etapa del habla argumentativa la joven o
el joven ya están capacitados para transitar de la acción comunicativa al discurso.
286
En esta etapa ya se diferencia claramente entre lenguaje y acción, al tiempo que se
asocia el lenguaje con el conocimiento. Cuando se evoluciona hasta el nivel del
discurso se diferencia claramente entre la pretensión de validez y el contenido
proposicional, lo que permite su conversión en tema y, por tanto, el
cuestionamiento de dicha pretensión. La capacidad de cuestionar las pretensiones
de validez es condición necesaria para que las diversas esferas representadas por
dicho sistema sean modalizadas. Por su parte, el desarrollo del sistema de actos de
habla permite que las emisiones o manifestaciones se disocien del trasfondo
normativo y de las intenciones de los hablantes hasta el punto de que puede
distinguirse con nitidez entre el contenido expresivo y la relación interpersonal.
Tal y como apreciamos en la descripción de las diversas etapas que integran el
desarrollo de la competencia interactiva y el lenguaje, lo que pretende demostrar
Habermas es que el proceso evolutivo de dichas competencias culmina con la capacidad
de criticar las pretensiones de validez. Obviamente, ambas etapas evolutivas confluyen: el
habla argumentativa ofrece respaldo sustantivo a la crítica racional de pretensiones de
validez. Ahora bien, ¿cuál es el fundamento de dicha descripción? Una labor
reconstructiva de competencias que no trasciende los límites impuestos por el lenguaje
ordinario. Al negar Habermas la explicación científica de la mente, la descripción de
dicha competencia depende del conocimiento intuitivo que poseen unos sujetos que no
pueden superar los límites impuestos por el lenguaje cotidiano. No parece ser éste un
argumento muy sólido para fundamentar la existencia de una competencia universal que
apunta per se más allá de todas las formas de vida particulares437. Pero recurramos a
una hipótesis: admitamos la existencia de dicha capacidad universal de discurso. Aún
admitiendo esta premisa queda otro problema importante por resolver: ¿cómo demuestra
Habermas que, en caso de ser problematizadas o puestas en cuestión, las pretensiones de
validez son susceptibles de crítica? El único fundamento que ofrece adquiere un carácter
decisionista al resolver que las pretensiones de validez son susceptibles de
argumentación438. Pero ¿cómo justifica que la crítica de las pretensiones de validez tiene
como objetivo el establecimiento de un acuerdo racionalmente motivado?; ¿cómo
podemos diferenciar dicho consenso racional de un consenso meramente contingente?
Habermas pretende dar respuesta a estas cuestiones analizando la lógica del discurso.
437 La inclusión del otro. Estudios de teoría política, p. 72. 438 Recordemos el análisis expuesto en el capítulo segundo.
287
6.2. La lógica del discurso
La l�gica del discurso es una l�gica pragm�tica encargada de investigar las
propiedades formales de los procesos de argumentaci�n439. Objeto de la l�gica
pragm�tica de la argumentaci�n es clarificar c�mo podemos aportar buenas razones a
favor o en contra de una pretensi�n de validez puesta en entredicho o c�mo puede
fundarse argumentativamente un consenso. A diferencia de la l�gica formal que se
encarga de analizar las relaciones inferenciales existentes entre oraciones, la l�gica del
discurso o de la argumentaci�n (tambi�n denominada l�gica informal) tiene como
objetivo definir las relaciones internas existentes entre las unidades pragm�ticas (los actos
de habla) que constituyen los argumentos440. La teor�a de la argumentaci�n, defiende
Habermas, tiene que desarrollarse bajo el formato de una l�gica de tipo informal en la
medida en que el acuerdo no puede establecerse ni de forma meramente deductiva ni de
forma meramente emp�rica441. Dicho en otros t�rminos: el an�lisis interno de los
argumentos no puede prescindir de los componentes emp�ricos ni de los componentes
trascendentales. En este sentido, la l�gica del discurso se diferencia de la l�gica de
enunciados (encargada de definir reglas que sirven a la construcci�n y transformaci�n de
enunciados manteniendo sus valores de verdad constantes) y de la l�gica trascendental
(encargada de investigar los conceptos b�sicos para la constituci�n de objetos de la
experiencia posible). Tal y como reconoce el propio Habermas, a�n no contamos con una
l�gica pragm�tica de la argumentaci�n. Favorecer este desarrollo es, por tanto, un
requisito imprescindible si queremos indagar en la unidad argumentativa y en la noci�n
procedimental de racionalidad; es decir, en la posibilidad de fundamentar un consenso.
Cuando nos referimos a la fundamentaci�n de una pretensi�n de validez, un
argumento puede ser imposible o necesario desde un punto de vista anal�tico. Ahora bien,
el an�lisis realmente interesante, afirma Habermas, se refiere a los argumentos que son
posibles y pertinentes para la consecuci�n de un acuerdo racionalmente motivado. Estos
439 “Teor�as de la verdad”, op. cit., p. 140. 440 Las tesis expuestas en el Primer Simposio Internacional sobre L�gica Informal se centraron, b�sicamente, en la afirmaci�n de que las formas deductivas e inductivas de la l�gica no agotan la pluralidad de argumentaciones posibles. Se defendi�, adem�s, que el an�lisis de la cr�tica y el razonamiento desarrollado en t�rminos no formalistas podr�a tener importantes consecuencias para ramas como la epistemolog�a o la filosof�a del lenguaje; v�ase: J. A. Blair, R. H. Johson (eds.), Informal Logic, Iverness, CA: Edge, 1978.441 La posible confusi�n de la l�gica del discurso con mecanismos asociados a la necesidad l�gica o a la evidencia emp�rica se produce, afirma Habermas, cuando los actos de habla son tratados como meras cadenas de oraciones; v�ase: Conciencia moral y acción comunicativa, pp. 82-83, Teoría de la acción comunicativa I, p. 43 y Facticidad y validez, p. 78.
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argumentos tienen la peculiaridad de que son sustanciales, es decir, no s�lo son
consistentes desde un punto de vista anal�tico sino que adem�s son informativos. Para
definir este tipo de argumentos, Habermas recurre a Toulmin442. Seg�n la propuesta de
este autor, la estructura del argumento est� compuesta por los siguientes elementos: la
conclusi�n que tenemos que fundamentar (conclusión), los datos con los que se cuenta
para dicha fundamentaci�n (data), la garant�a que permite establecer la relaci�n entre
datos y conclusi�n y que puede ser, por ejemplo, una ley (warrant) y el respaldo
(backing) con el que cuenta la garant�a443. Aplicando esta estructura, Habermas define los
siguientes tipos de argumentos:
Un argumento es inconsistente (imposible) (en el sentido de las modalidades discursivas), si W no puede interpretarse como una regla que permita el paso anal�tico de D a C. Un argumento es concluyente (necesario) si D puede seguirse de B. En este caso estamos ante un argumento anal�tico y no ante un argumento sustancial, pues W no es informativo frente a B. (…) Sustancial llamamos s�lo a los argumentos que pese a la discontinuidad l�gica, es decir, pese al “salto de tipo” que se da entre B y W, generan plausibilidad444.
La capacidad para generar consensos depende de la adecuaci�n del lenguaje y
del sistema conceptual que se utilice para argumentar, de tal modo que s�lo puede darse
un argumento satisfactorio cuando todos los elementos que forman parte de un argumento
pertenecen al mismo lenguaje. Esto se debe, seg�n afirma Habermas, al hecho de que es
el sistema de lenguaje quien fija los conceptos b�sicos para describir el fen�meno que
necesitamos explicar o justificar de forma que, por un lado, el enunciado de existencia
que aparece en la descripci�n puede deducirse de los enunciados que aparecen en D y W
y, por otro, B se convierte en motivo suficiente para aceptar W. La elecci�n del lenguaje
asigna un �mbito objetual al fen�meno analizado; por su parte, los predicados de dicho
sistema de lenguaje determinan con qu� tipo de causas, razones o motivos, con qu� tipo
de normas o hip�tesis legaliformes puede relacionarse dicho fen�meno. Por tal motivo, la
argumentaci�n sirve a la configuraci�n de una serie de implicaciones que est�n
contenidas en la descripci�n de un fen�meno gracias a un sistema conceptual y de
lenguaje. La fundamentaci�n se vincula, por tanto, a la coherencia de oraciones dentro de
442 Toulmin, The Uses of Argument, Cambridge University Press, Cambridge, 1964. Otras aportaciones interesantes proceden del �mbito de la ret�rica (como es el caso de Ch. Perelmann) o de la l�gica (como es el caso de Bar-Hillel). Sin embargo, la propuesta m�s acorde a la l�gica del discurso, de ah� que Habermas la tome como referente, es la de St. Toulmin.443 En “Teor�as de la verdad”, op. cit., p. 142, Habermas expone un cuadro en el que se explicita c�mo se concreta cada uno de estos elementos de la estructura del argumento en el contexto del discurso te�rico y pr�ctico. 444 “Teor�as de la verdad”, op. cit., p. 143. Las letras corresponden a las iniciales de cada uno de los elementos estructurales del argumento.
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un sistema de lenguaje, no a la relación existente entre oración y realidad. Por otro lado,
el sistema de lenguaje elegido posibilita determinar el backing permitido, es decir, el tipo
de evidencias aceptables. Y aunque no existen relaciones deductivas entre los enunciados
que aparecen en el warrant y en el backing, la fuerza generadora de consenso que posee
un argumento emana, según defiende Habermas, de la justificación con la que se transite
de B a W.
A pesar de la aparente complejidad del razonamiento, creo que Habermas no
avanza demasiado en el análisis de los argumentos que son pertinentes para la
consecución de un acuerdo. Veamos por qué. Estos argumentos, denominados
sustanciales, son aquellos que, a pesar de la discontinuidad lógica existente entre B (el
respaldo de la garantía) y W (la garantía), resultan plausibles; es decir, son argumentos
plausibles independientemente de que la relación de B y W se establezca en términos
lógicos. Pero entonces, ¿de dónde deriva el fundamento para dicha plausabilidad? Para
dar respuesta a esta pregunta Habermas recurre a la adecuación del lenguaje y el sistema
conceptual empleado estableciendo que en dicho lenguaje están contenidas una serie de
implicaciones que son configuradas en el proceso argumentativo. Es decir, Habermas
recurre a la estructura interna del lenguaje para demostrar que existen argumentos
capaces de generar consensos racionalmente motivados. Pero, ¿no era esta la tesis que
Habermas tenía que demostrar? ¿No está Habermas realmente afirmando que la
estructural racional del lenguaje se justifica definiendo un proceso argumentativo cuyo
fundamento remite a un lenguaje racional? Quizá, la lógica del discurso no sea un recurso
necesario para quien afirma que los argumentos están integrados por razones que
conectan sistemáticamente con las pretensiones de validez445.
Para demostrar la tesis de la adecuación del lenguaje, Habermas recurre a un
principio de inducción para la fundamentación de hipótesis monológicas y a un principio
de universalización para la fundamentación de las normas de acción. Estos principios
están directamente relacionados con el lenguaje de fundamentación446. Los predicados
básicos del lenguaje de fundamentación, afirma Habermas, reflejan esquemas cognitivos
en el sentido piagetiano. Estos esquemas cognitivos se forman en procesos de asimilación
445 Teoría de la acción comunicativa I, p. 37. 446Habermas no asume la diferencia conceptual existente entre Begründung (fundamentación) y Rechtfertigung (justificación), lo que le lleva a utilizar la primera expresión para referirse también a la noción de justificación. Un motivo que podría explicar este hecho (y aquí coincido con Margarita Boladeras, Comunicación, ética y política, p. 210) es que en la teoría de la argumentación tiene especial importancia la relación de los términos Grund (razón o fundamento) y Begründung (fundamento o justificación mediante razones).
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que, al tiempo, se definen como procesos adaptativos. Una parte importante de estos
esquemas cognitivos constituyen el aparato cognitivo de la personalidad; esquemas
menos fundamentales y mudables (que aparecen, por ejemplo, como conceptos en
teor�as) juegan un papel primordial en la constituci�n de los �mbitos objetuales y en las
estructuras de interacci�n. Estos esquemas cognitivos se constituyen dependiendo de la
experiencia pero, al mismo tiempo, se comportan de manera aprior�stica frente a las
experiencias que organizan como experiencia. Definiendo los esquemas cognitivos en
estos t�rminos, sigue afirmando el autor frankfurtiano, la inducci�n puede entenderse
como la repetici�n de aquellas experiencias que permitieron conformar dichos esquemas
cognitivos. De esta forma, la verdad de un enunciado universal puede asegurarse
inductivamente si el sistema de lenguaje y el sistema conceptual elegido reflejan los
resultados de una evoluci�n de tipo cognitivo que determina los predicados b�sicos (ya
que de esta forma se ofrecen garant�as para adecuar un lenguaje de fundamentaci�n a un
determinado �mbito objetual). Ahora bien, la verdad de un enunciado no puede reducirse
a la adecuaci�n de conceptos: la garant�a de la inducci�n descansa en que los enunciados
universales de un determinado sistema de lenguaje sean coherentes con otros enunciados
universales propuestos en el mismo sistema de lenguaje. Por tal motivo, la adecuaci�n de
los sistemas de lenguaje y de los sistemas conceptuales s�lo se puede relacionar con la
verdad de los enunciados en la medida en que la evoluci�n cognitiva se lleve a cabo
mediante procesos de aprendizaje discursivo. Para que esto sea posible hay que suponer
que, en un determinado momento, dichas evoluciones cognitivas se desligan de los
mecanismos de control emp�rico. Lo que hay que dar por hecho cuando aceptamos la
motivaci�n racional de un argumento (es decir, cuando aceptamos la fuerza del mejor
argumento) es, precisamente, que esta exigencia se cumple. Por tanto, la adecuaci�n de
un sistema de lenguaje a un �mbito objetual, y la pertinencia o no de considerar
determinado fen�meno en relaci�n a dicho �mbito objetual, son cuestiones susceptibles
de argumentaci�n447.
Si nos referimos al �mbito pr�ctico, el principio de universalizaci�n es el que
adquiere una relevancia fundamental. El principio de universalizaci�n establece que s�lo
447 Ya veremos en el apartado 6.3.1.1. los problemas que le genera a Habermas definir la noci�n de verdad en t�rminos argumentativos. Si pudi�semos recurrir al modelo de adecuaci�n del lenguaje al �mbito objetual ser�a aceptable, por ejemplo, la propuesta cibern�tica de la verdad planteada por C. F. von Weizs�cker (Die Einheit der Natur, Studien Hanser, M�nchen, 1971), afirma Habermas en “Teor�as de la verdad”. El problema que le surge a Habermas a la hora de defender la adecuaci�n de los esquemas cognitivos a los �mbitos objetuales es que esto supondr�a admitir una verdad disociada de las pretensiones de validez.
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pueden admitirse aquellas normas que hayan sido objeto de asentimiento intersubjetivo y,
al igual que ocurre con el principio de inducci�n, act�a como un principio puente que ha
de poder explicar la plausibilidad de la norma de acci�n propuesta. Tambi�n en este
contexto la fuerza generadora de consenso de un argumento depende de que el sistema de
lenguaje sea el adecuado. En el �mbito pr�ctico, un lenguaje adecuado es aquel que
permite interpretar las necesidades en la que los participantes en un proceso discursivo
pueden explicitar su naturaleza interna y saber qu� quieren realmente. Ahora bien, al
igual que ocurre con el principio de inducci�n, tampoco la validez de una norma puede
reducirse a la adecuaci�n de conceptos. Por tal motivo, defiende Habermas, tenemos que
recurrir a la argumentaci�n como fuerza generadora de consenso en la medida en que los
participantes pueden de esta forma someter a cr�tica el lenguaje de fundamentaci�n que
les sirve para interpretar sus necesidades.
Con el principio de inducci�n y universalizaci�n creo que se confirma el car�cter
circular de la tesis que remite a la adecuaci�n del lenguaje y el sistema conceptual. Los
principios de inducci�n y universalizaci�n sirven como nexos entre la adecuaci�n
conceptual y la capacidad de argumentaci�n: cuando la adecuaci�n conceptual no es
suficiente tenemos que recurrir al proceso argumentativo, afirma Habermas. Sin embargo,
�cu�l es el fundamento de dicho tr�nsito? El principio de inducci�n y universalizaci�n.
Nos encontramos, por tanto, ante un nuevo razonamiento circular donde ambos principios
son definidos ad hoc para justificar la necesidad del proceso argumentativo. Pero,
adem�s, �qu� ocurre cuando se descubre que el lenguaje y el sistema conceptual son
inadecuados? En ese caso nos ver�amos obligados y obligadas a cambiar de nivel
discursivo tantas veces como fuera necesario con el objetivo de revisar dicha
circunstancia. Este cambio de nivel lo posibilita la l�gica del discurso. Esta funci�n que
Habermas acaba de atribuir a la l�gica del discurso le va a servir como excusa te�rica
para introducir una de las nociones m�s controvertidas de su teor�a comunicativa: la
situaci�n ideal de habla. Veamos c�mo lo argumenta:
(...) la fuerza generadora de consenso de un argumento descansa en que podamos ir y venir entre los distintos niveles del discurso, tan a menudo como sea menester, hasta que surja un consenso. Un consenso alcanzado argumentativamente es condici�n suficiente de resoluci�n o desempe�o de pretensiones de validez discursivas si y s�lo si en virtud de las propiedades formales del discurso est� asegurado el paso libre entre los distintos niveles de discurso. Y, �cu�les son las cualidades formales que cumplen esa condici�n? Mi tesis es: las propiedades formales de una situaci�n ideal de habla448.
448 “Teor�as de la verdad”, op. cit., pp. 152-153.
292
De esta forma, Habermas transforma la l�gica del discurso en una situaci�n ideal
de habla en la que se sustituye el an�lisis l�gico de los argumentos por la descripci�n de
las condiciones ideales que debe cumplir un discurso para ser considerado como tal449.
Estas condiciones se definen como una situaci�n ideal de habla, situaci�n que queda
exenta de cualquier tipo de coacci�n o restricci�n que pueda poner en riesgo la
interacci�n comunicativa.
6.2.1. De la lógica del discurso a la situación ideal de habla
Las reglas que rigen los discursos son meras representaciones de una serie de
presupuestos pragm�ticos que se conocen de manera intuitiva y que se aceptan de forma
t�cita aunque �stos no coincidan con las formas concretas de vida450. La aceptaci�n de
estos presupuestos tiene como objetivo el establecimiento de un acuerdo racionalmente
motivado en la medida en que abstraen y universalizan el contenido normativo de la
pr�ctica comunicativa. Tal y como expone Habermas en Acción comunicativa y razón sin
transcendencia451, un proceso argumentativo tiene que cumplir con cuatro presupuestos
fundamentales: 1) tiene que tener un car�cter p�blico y no excluir a nadie que pueda
hacer una aportaci�n relevante en relaci�n a la pretensi�n de validez problematizada, 2)
toda persona participante tiene que contar con las mismas posibilidades a la hora de
expresar algo sobre la materia tratada, 3) no puede mediar la ilusi�n o el enga�o y 4) no
debe existir coacci�n452. Los presupuestos uno, dos y cuatro hacen referencia a una
449 Circunstancia que se repite en el “Excurso sobre teor�a de la argumentaci�n”, Teoría de la acción comunicativa I, pp. 43-69.450 Los presupuestos pragm�ticos que los sujetos aceptan cuando se insertan en contextos argumentativos (sean estos institucionales o no institucionales) deben entenderse, seg�n el autor frankfurtiano, como una forma de “intimidaci�n” trascendental. S�lo cuando adoptamos una actitud realizativa (es decir, participativa) aprehendemos las idealizaciones que se definen como presupuestos pragm�ticos. Mientras que las idealizaciones referidas al significado sem�ntico pueden explicarse mediante el sistema de reglas del lenguaje, las idealizaciones que afectan a la noci�n de validez s�lo pueden explicarse mediante las presuposiciones que subyacen al uso del lenguaje orientado al entendimiento. Estas idealizaciones, que son inmanentes al lenguaje, adquieren relevancia para la teor�a de la acci�n cuando se conciben las fuerzas ilocucionarias como mecanismos que posibilitan la coordinaci�n de acciones. S�lo cumpliendo con estos requisitos pueden concebirse los malos entendidos como tales, afirma Habermas. Los malos entendidos representan una desviaci�n respecto a las idealizaciones que nos vemos obligadas y obligados a practicar. No obstante, sigue afirmando el autor frankfurtiano, los malos entendidos no deben inquietarnos en la medida en que los sujetos poseen la capacidad necesaria para resolver las perturbaciones producidas en el proceso comunicativo.451 p. 56; v�ase tambi�n: La inclusión del otro. Estudios de teoría política, pp. 72-73. 452 Habermas analiza los presupuestos argumentativos propuestos por R. Alexy (“Eine Theorie des praktischen Diskurses”, W. Oelm�ller (comp.), Normenbegründung, Normendurchsetzung, Paderborn: Sch�ningh, 1978) en Conciencia moral y acción comunicativa, pp. 109-118. El objetivo de este an�lisis est� relacionado con el problema de fundamentaci�n del principio de universalidad, principio que act�a como regla de la argumentaci�n y como requisito impl�cito en los presupuestos que definen el proceso argumentativo. Habermas critica la noci�n de regla del discurso de Alexy en Conciencia moral y acción
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igualdad de tipo universal que, a nivel pr�ctico-moral, implica tener en cuenta las
valoraciones e intereses de los sujetos sin discriminaci�n alguna. El presupuesto tres
remite a la capacidad de autocr�tica por medio de la cual se evitan los enga�os y somos
capaces de comprender las perspectivas de los dem�s453. Las personas son racionales en
la medida en que est�n dispuestas a participar en procesos argumentativos y someterse a
la cr�tica. Esta capacidad para someterse a la cr�tica permite subsanar los errores
cometidos posibilitando un aprendizaje que puede ser calificado como racional desde la
l�gica argumentativa. Por esta raz�n, el procedimiento argumentativo est� �ntimamente
asociado al proceso de aprendizaje454.
Asumir los presupuestos que regulan el proceso argumentativo es una de las
idealizaciones que hay que adoptar en el contexto de la acci�n comunicativa455. Para
aclarar el car�cter reflexivo del discurso universal tenemos que tener en cuenta que las
personas participantes deben partir del presupuesto pragm�tico de que todas y todos
act�an libremente, en condiciones de igualdad y sirvi�ndose de la motivaci�n ejercida por
comunicativa, pp. 115-166; para contextualizar dicha problem�tica, v�ase: “�tica del discurso. Notas sobre un programa de fundamentaci�n”, ib�dem, pp. 57-134.453 Tal y como expone Habermas en Teor�a de la acci�n comunicativa II, p. 109: “Al internalizar el papel de participante en la argumentaci�n se torna capaz de criticarse a s� mismo; podemos llamar “reflexiva” a la relaci�n que se entabla con uno mismo seg�n el modelo de la autocr�tica”. El modelo de la autocr�tica permite que el sujeto se relacione consigo mismo: o bien como sujeto epist�mico (capaz de aprender de la relaci�n cognitivo-instrumental con el mundo), como sujeto pr�ctico (capaz de actuar) o como sujeto p�thico (que ha diferenciado una parcela subjetiva frente al mundo externo). Cuando el sujeto se somete al modelo de la autocr�tica, el “s� mismo” al que se enfrenta es uno, aunque analizado desde estas tres perspectivas. Este encuentro del sujeto consigo mismo que supone la autocr�tica es posible gracias a la actitud realizativa que posibilita la unidad en los tr�nsitos definidos entre la actitud objetivante, la actitud de conformidad con las normas y la actitud expresiva.454 Teor�a de la acci�n comunicativa I, pp. 37-38. Los procesos de aprendizaje, obviamente, no se pueden explicar recurriendo exclusivamente a las argumentaciones pero las razones y el procedimiento est�n tan imbricados, sigue afirmando el autor frankfurtiano, que no pueden existir evidencias o criterios de valoraci�n que precedan a la argumentaci�n; v�ase: Aclaraciones a la �tica del discurso, p. 171. 455 Otras idealizaciones necesarias son: 1) suponer la existencia compartida de un mundo objetivo independiente, 2) atribuir capacidad racional a los dem�s y 3) admitir el car�cter incondicional de las pretensiones de validez; v�ase: Acci�n comunicativa y raz�n sin transcendencia, p. 20. Habermas explicita la necesidad de las idealizaciones con el objetivo de rebatir las cr�ticas formuladas por A. Wellmer. Wellmer, al igual que ocurre con Apel, critica el hecho de que, a partir de las condiciones de idealizaci�n propuestas como requisitos del proceso argumentativo, no se defina una fundamentaci�n �ltima; v�ase: Aclaraciones a la �tica del discurso, pp. 140-141 y Wellmer, Ethik und Dialog. Elemente des moralischen Urteils bei Kant und in der Diskursethik, Suhrkamp, Frankfurt a.M., 1986 (traducci�n al castellano: Wellmer, �tica y di�logo, Anthropos, Barcelona, 1994). Para ampliar las cr�ticas que Wellmer formula a Habermas en este trabajo, v�ase: “Was ist eine pragmatische Bedeutungstheorie? (Variationen �ber den Satz “Wir verstehen einer Sprechakt, wenn wir wissen, was ihn akzeptabel macht”)”, A. Honneth, T. McCarthy, C. Offe y A. Wellmer (eds.), Zwischenbetrachtungen. Im Prozeβ der Aufkl�rung, op. cit., pp. 318-370. V�ase tambi�n: Apel, “Normative Begr�ndung der “Kritischen Theorie” durch Rekurs-auf lebensweltliche Sittlichkeit? Ein transzendental-pragmatisch orientierter Versuch, mit Habermas gegen Habermas zu denken”, ib�dem, pp. 15-65. Habermas justifica la necesidad de formular idealizaciones en los procesos comunicativos, compar�ndolas con las suposiciones f�sicas o las figuras geom�tricas, en Aclaraciones a la �tica del discurso, pp. 166-167.
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el mejor argumento456. Ahora bien, estos presupuestos universales de la argumentaci�n
no tienen un car�cter normativo en el sentido moral457: el requisito de inclusividad
mencionado no supone la universalizaci�n de una norma moral, �nicamente pone de
manifiesto el car�cter irrestricto del �mbito discursivo; la igualdad de trato y la necesidad
de ser sinceras o sinceros se define, respectivamente, como un derecho y como una
obligaci�n de tipo argumentativo; por su parte, la necesidad de que no existan coacciones
remite al proceso argumentativo mismo y no a una praxis ajena a dicho proceso de
argumentaci�n. Asumir estas idealizaciones es, por tanto, una exigencia del proceso
argumentativo que remite a la noci�n de situaci�n ideal de habla o comunidad ilimitada
de comunicaci�n. La situaci�n ideal de habla es un supuesto común del que deben partir
los participantes en un proceso argumentativo458. Por tal motivo, la situaci�n ideal de
habla es un fundamento anticipado y operante459.
456 Aclaraciones a la ética del discurso, pp. 66-67. 457 V�ase: Tugendhat, Vorlesungen über Ethik, Suhrkamp, Frankfurt a.M., 1993 y La inclusión del otro. Estudios de teoría política, pp. 76-77. 458“Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., pp. 110-111. Geneal�gicamente hablando, la noci�n “situaci�n ideal de habla” entronca con la noci�n de “comunidad ilimitada de investigadores” de Peirce y con la “comunidad de discurso universal” de Mead. No obstante, como reconoce Habermas en La necesidad de revisión de la izquierda, p. 189, la elecci�n del nombre “situaci�n ideal de habla” no fue muy afortunada en la medida en que es demasiado concreto, hecho que puede llevar a cr�ticas, como las formuladas por Schluchter, en el sentido de que supone una hipostatizaci�n. Habermas rechaza esta cr�tica argumentando que no concibe la comunidad ideal de comunicaci�n como un ideal real. En Más allá del Estado nacional, p. 158, el autor frankfurtiano reconoce coincidir con Wellmer en el hecho de considerar la noci�n de comunidad ideal de comunicaci�n de Peirce y Apel como una fallacy of misplaced concreteness. Esta matizaci�n la aplica Habermas a su noci�n de “situaci�n ideal de habla” en la medida en que sugiere un estado alcanzable en el tiempo. A nivel de experimentaci�n conceptual, Habermas define dicha comunidad ideal de comunicaci�n como modelo de asociaci�n comunicativa pura que utiliza el recurso del entendimiento discursivo para resolver los problemas de integraci�n social; v�ase: Conciencia moral y acción comunicativa, pp. 401-403 y Facticidad y validez, pp. 80-81. Sobre las posibilidades interpretativas de la noci�n de consenso y comunidad ideal de comunicaci�n, v�ase: Wellmer, “Konses als Telos der sprachlichen Kommunikation?”, H. J. Giegel (ed.), Kommunikation und Konsens in modernen Gesellschaften, Suhrkamp, Frankfurt, 1992, pp. 18-30 y “�ber Vernunft....”, op. cit., pp. 175 y ss. La importancia de la “situaci�n ideal de habla” para la teor�a de la acci�n comunicativa no est� referida, �nicamente, a establecer las condiciones del entendimiento: dicho concepto, al menos en principio, servir� tambi�n como fundamento para definir pol�ticamente una forma de vida. Las condiciones imprescindibles para la definici�n de la situaci�n ideal de habla sirven de base para evaluar los malos usos e interpretaciones fragmentadas y err�neas de los derechos humanos (tal y como expone Habermas en las p�ginas 165-166 de La constelación posnacional). Estas condiciones las entiende en “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje” como requisitos imprescindibles de las formas emancipadas de vida y en la “Entrevista con la New Left Review”,op. cit., p. 208, como presupuestos que permiten resolver las cuestiones relativas a la verdad y a la justicia de manera discursiva. Tal y como hemos comentado, Habermas reconoce que las acciones, normalmente, no responden al modelo de acci�n comunicativa pura que supone la situaci�n ideal de habla, pero esta suposici�n es un requisito imprescindible para mantener el trato humanitario entre los sujetos. En este mismo contexto, el autor frankfurtiano define la situaci�n ideal como un mecanismo constitutivo que refleja, de manera anticipada, una forma de vida. Sin embargo, en “A reply to my Critics”, J. B. Thompson y D. Held, op. cit., pp. 261 y ss., Habermas rechaza esta afirmaci�n. El concepto de situaci�n ideal de habla se va moderando poco a poco hasta el punto de que Habermas llega a admitir que la noci�n de racionalidad procedimental que fundamenta los procesos comunicativos no sirve para definir el contenido de una forma de vida. Entre los autores y autoras que han hecho referencia a la noci�n de situaci�n ideal de habla, desde
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La situaci�n ideal de habla no podemos entenderla como un mero mecanismo
regulativo (entendido en t�rminos kantianos) en la medida en que todo proceso de
entendimiento implica esa anticipaci�n460. Este supuesto, que se establece como una
anticipaci�n necesaria, es lo que garantiza que los consensos alcanzados puedan
concebirse como consensos racionales. Esta noci�n act�a, en definitiva, como una
instancia cr�tica en la medida en que la �nica forma de diferenciar entre los consensos
racionales y los consensos no racionales es haciendo referencia a la situaci�n ideal de
habla461. De esta forma se confirma el tr�nsito anteriormente mencionado: la situaci�n
esta perspectiva pol�tica, podemos mencionar por ejemplo a V. Camps quien (en La imaginación ética, Ariel, Barcelona, 1983, pp. 51-57) la identifica con un sue�o irrealizable de la raz�n pura. Por otro lado, C. Mouffe (El retorno a lo político, Paid�s, Barcelona, 1999, p. 20) critica el que esta noci�n no tenga en cuenta las situaciones de antagonismo o conflicto pol�tico, elementos tambi�n constitutivos de un modelo democr�tico de sociedad. Por otro lado, R. Bernstein (en “The Retrieval of the democratic Ethos”, Habermas on Law and Democracy: Critical Exchanges, vol. 17, n� 4-5, 1996, pp. 1127-1146) critica el procedimentalismo formal de Habermas. Seg�n Bernstein, no podemos limitarnos a un �mbito moral abstracto sino que debemos implicarnos en discusiones �ticas que contemplen el pluralismo de las sociedades modernas. Evaristo Prieto Navarro intenta, de alguna forma, mediar entre Habermas y Bernstein defendiendo que no hay motivos para erradicar de forma absoluta la distinci�n establecida entre cuestiones �ticas y cuestiones de justicia; v�ase: Jürgen Habermas: acción comunicativa e identidad política, pp. 444-448. El que la noci�n de “situaci�n ideal de habla” no remita sin ambages a un modelo de vida lograda lo interpreta Prieto Navarro como un debilitamiento del componente ut�pico. Esta reformulaci�n paga un precio elevado, defiende, al imposibilitar una visi�n sustantiva de la felicidad. Este hecho tiene como consecuencia una comprensi�n deficiente de la racionalidad comunicativa y de la subjetividad al incidir en una noci�n intersubjetiva de la raz�n, obviando los aspectos idiosincr�ticos; v�ase, por ejemplo: J. Whitebook, “Raz�n y felicidad: algunos temas psicoanal�ticos de la Teor�a Cr�tica”, A. Giddens, et. al., Habermas y la Modernidad, pp. 221-252 y T. McCarthy, “Reflexi�n sobre la racionalizaci�n en la Teor�a de la Acci�n Comunicativa”, ib�dem, pp. 277-304. 459 “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., pp. 106-107 y “Teor�as de la verdad”, op. cit., pp. 153-154. 460 V�ase: “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., pp. 110-111. En La necesidad de revisión de la izquierda, pp. 190-192, Habermas apoya la tesis de que no se debe identificar la noci�n de comunidad de comunicaci�n ideal con la noci�n kantiana de regulaci�n porque los presupuestos idealizadores que �sta supone, desde un punto de vista pragm�tico, no se adec�an a las nociones cl�sicas: regulativo vs. constitutivo. En Acción comunicativa y razón sin trascendencia, Habermas analiza la “situaci�n ideal de habla” en t�rminos pragm�tico formales (eliminando las connotaciones trascendentales de los postulados kantianos). El car�cter inevitable de las presuposiciones pragm�ticas de la acci�n comunicativa debe entenderse m�s en el sentido de Wittgenstein que en el de Kant: es decir, debe entenderse en t�rminos gramaticales en la medida en que �sta es la estructura que define el sistema de lenguaje y el mundo de la vida intersubjetivamente compartido; op. cit., pp. 18-19. 461Tenemos que atribuirnos rec�procamente la capacidad para diferenciar entre consensos reales y enga�osos ya que, de lo contrario, se pondr�a en duda la propia noci�n de habla racional, afirma Habermas; v�ase: “Teor�as de la verdad”, op. cit., p. 155. Un consenso falso se debe al enga�o, al autoenga�o o al error. El pseudoconsenso caracteriza a las comunicaciones sistem�ticamente distorsionadas en la medida en que suponen transgredir las condiciones de formaci�n del consenso sin que los sujetos que participan en el proceso sean conscientes de ello; v�ase: “R�plica a objeciones”, op. cit., p. 420 y Conciencia moral y acción comunicativa, p. 161. La noci�n de consenso, al igual que la noci�n de situaci�n ideal de habla, ha recibido numerosas cr�ticas al poder interpretarse como unanimidad ideal que obvia la posibilidad f�ctica de disenso. Por este motivo, Habermas se ha visto obligado a insistir en el car�cter regulativo de dicha noci�n proponi�ndola como una orientaci�n cr�tica definida en el marco de los discursos racionales; v�ase: T. McCarthy, “La pragm�tica de la raz�n comunicativa”, Isegoría, n� 8, pp. 65-84. En “R�plica a objeciones”, op. cit., pp. 463-464, Habermas responde a la cr�tica formulada por Thompson a la noci�n de situaci�n ideal de habla argumentando que el consenso v�lido no s�lo se produce bajo las condiciones supuestas por la situaci�n ideal de habla: cuando el disenso nos obliga a recurrir al discurso es cuando el
296
ideal de habla asume la labor fundamentadora que en un principio Habermas hab�a
asignado a la l�gica del discurso:
En lo tocante a la distinci�n entre un consenso verdadero y uno falso, llamamos ideal a una situaci�n de habla en que la comunicaci�n no s�lo no viene perturbada por influjos externos contingentes, sino tampoco por las coacciones que resultan de la propia estructura de la comunicaci�n. La situaci�n ideal de habla excluye la distorsi�n sistem�tica de la comunicaci�n. S�lo entonces predomina en exclusiva la peculiar coacci�n sin coacciones que ejerce el mejor argumento, la cual hace que se ponga en marcha una comprobaci�n met�dica y competente de las afirmaciones o puede racionalmente motivar a una decisi�n acerca de cuestiones pr�cticas462.
Como es f�cil suponer, y el propio Habermas admite esta circunstancia, en nuestra
interacci�n cotidiana normalmente no se dan las condiciones exigidas por la situaci�n
ideal de habla. Para resolver esta dificultad, el autor frankfurtiano recurre a la estructura
del habla: es la propia estructura del habla la que posibilita que la anticipaci�n de dicha
situaci�n ideal no se conciba como una ficci�n sino como algo real463. Es la estructura del
habla la que permite que los presupuestos de naturaleza contraf�ctica de los que parten
las personas que participan en procesos argumentativos puedan trascender los contextos
espacio-temporales concretos y las circunstancias hist�ricas de justificaci�n. Ahora bien,
consenso fundado debe implicar la presuposici�n de que el convencimiento se basa en los mejores argumentos; v�ase Thompson, “Universal Pragmatics”, Thompson y Held, op. cit. Como alternativa a la teor�a del consenso propuesta por Habermas, y con el objetivo de hacer frente al peligro que supone una postura �tico-pol�tica que defienda la abolici�n de la diferencia, J. Muguerza defiende la noci�n de disenso; v�ase: J. Muguerza, “La alternativa del disenso”, G. Peces-Barba (ed.), El fundamento de los derechos humanos, Debate, Madrid, 1989. 462 “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., p. 106. En “R�plica a Habermas” (Habermas y Rawls, Debate sobre el liberalismo político, p. 85), Rawls define la situaci�n ideal del proceso discursivo propuesta por Habermas como una doctrina l�gica en el sentido hegeliano ya que su objetivo, opina Rawls, es desarrollar un an�lisis filos�fico de los presupuestos que subyacen a los discursos racionales tomando en consideraci�n el contenido de las doctrinas metaf�sicas y religiosas. Por otro lado, en las p�ginas 138-140, Rawls critica la propuesta idealizadora de Habermas por considerar que es una descripci�n incompleta y muy alejada de la praxis de las democracias constitucionales. Por el contrario, en “Teor�as de la verdad”, Habermas afirma que existen paralelismos entre la noci�n de “situaci�n ideal de habla” y la noci�n original position de Rawls. La praxis argumentativa que supone el uso de razones, sigue afirmando el autor frankfurtiano, ofrece la ventaja de poder explicarse sin necesidad de recurrir a las nociones sustantivas que Rawls precisa para la constituci�n te�rica de la “posici�n original”; v�ase: Habermas y Rawls, Debate sobre el liberalismo político, p. 54. 463 V�ase: “Teor�as de la verdad”, op. cit., p. 155 y Aclaraciones a la ética del discurso, pp. 168-169. El verdadero problema surge cuando intentamos definir los criterios para clarificar en qu� circunstancias se ven cumplidas las condiciones de una situaci�n ideal de habla; es decir, cuando intentamos establecer un criterio de evaluaci�n externo que nos permita dirimir cu�ndo estamos en el seno de un verdadero discurso o de un pseudodiscurso. El motivo radica en que los presupuestos de la argumentaci�n no son f�ciles de cumplir debido a su alto contenido idealizante; v�ase: “Teor�as de la verdad”, op. cit., nota 45, p. 156; Aclaraciones a la ética del discurso, p. 168; “Introducci�n a la nueva edici�n”, Teoría y praxis, pp. 35-37 y “R�plica a objeciones”, op. cit., p. 420. R. Bubner, por ejemplo, critica la naturaleza contraf�ctica del di�logo ideal en La filosofía alemana contemporánea, p. 230. Ra�l Gab�s interpreta el hecho de que Habermas se base en la noci�n “situaci�n ideal de habla” (a pesar de que reconoce que en nuestras interacciones cotidianas normalmente no se cumplen las condiciones de la situaci�n ideal) como reminiscencias de un prejuicio ontol�gico o plat�nico; v�ase: R. Gab�s, J. Habermas: dominio técnico y comunidad lingüística, p. 267.
297
puntualiza Habermas, esta circunstancia no implica que dichos presupuestos y el
desempe�o de pretensiones de validez susceptibles de cr�tica sit�e a los sujetos en un m�s
all� trascendental464. El nexo entre lo emp�rico y lo trascendente lo procura un sistema de
pretensiones de validez que, siendo objeto de rechazo o aceptaci�n argumentativa,
permite el entendimiento entre personas que interact�an comunicativamente. Entre las
competencias m�s relevantes que poseen las personas que participan en estos procesos
argumentativos est� la capacidad para decir que no. Es precisamente esta capacidad de
decir que no la que permite rechazar la oferta de validez del acto de habla recurriendo a
las razones465.
6.2.2. La importancia de decir que no
Con el objetivo de fundamentar la importancia de decir que no, Habermas se
basa en el an�lisis desarrollado por R. Spitz466 sobre la ontog�nesis de la base de validez.
Spitz, estudiando la evoluci�n ling��stica de la ni�a y el ni�o, incide en la especial
importancia que tiene el tercer mes de vida en el proceso de aprendizaje. En este
momento se supera la fase primaria de narcisismo y, en lo tocante a la comunicaci�n
ling��stica, se aprende a distinguir entre los elementos ac�sticos recibidos del exterior y
los elementos f�nicos que el propio beb� produce (reaccionando de manera comprensiva
ante el rostro de la persona de referencia). En esta misma fase, el beb� aprende tambi�n a
orientarse hacia un fin y transita desde los comportamientos gobernados por est�mulos a
formas primitivas de acci�n intencional definidas por la percepci�n. A partir del sexto
mes, el beb� adquiere la capacidad de constituir de manera identificable el objeto afectivo
“persona de referencia”: aprende a unificar en una misma imagen los precursores de
objetos “persona de referencia buena” y “persona de referencia mala”, lo que implica
permanencia de los objetos y regulaci�n de los afectos. Durante el octavo mes, es capaz
de distinguir entre la persona de referencia y las personas extra�as; durante este periodo
se identifica con dicha persona de referencia y empieza a imitarla en sus gestos. Este
proceso de imitaci�n es importante en la medida en que le sirve al beb� para regularse a s�
mismo; en esta fase de autorregulaci�n el gesto de negar con la cabeza es de suma
464 V�ase: Facticidad y validez, pp. 400-401. 465 Habermas justifica la importancia concedida al “decir que no” esgrimiendo el argumento de que autores como Herder, Heidegger, Nietzsche, Popper o Adorno han reconocido la relevancia de este mecanismo. Habermas critica la noci�n preling��stica de negaci�n defendida por Luhmann en “Discusi�n con Niklas Luhmann (1971): �teor�a sist�mica de la sociedad o teor�a cr�tica de la sociedad?”, op. cit., pp. 343-345. 466 El primer año de vida del niño, Madrid, Aguilar, 1961.
298
importancia. En un primer momento, niega con la cabeza imitando el movimiento de la
persona de referencia que le niega algo; en un segundo momento es capaz de negar con la
cabeza para indicar un rechazo o negaci�n propia. Al decimoquinto mes de vida,
aproximadamente, el beb� ya emplea holofrases y es capaz de decir “no” en vez de
indicar la negaci�n con el movimiento de la cabeza, con lo cual, comienza el proceso de
comunicaci�n ling��stica.
A pesar de que Spitz atribuye importancia a este gesto de negaci�n
(concedi�ndole un protagonismo central en el tr�nsito de la comunicaci�n
simb�licamente mediada a la comunicaci�n ling��stica), la descripci�n anal�tica que Spitz
ofrece del gesto de negaci�n no est� acorde con la relevancia de dicha negaci�n, afirma
Habermas. Spitz identifica esta capacidad primigenia de decir que no con la capacidad de
juicio (como cuando afirmamos, por ejemplo, “este bal�n no es rojo” o “no es verdad que
este bal�n sea rojo”). Sin embargo, puntualiza el autor frankfurtiano, esta capacidad de
negaci�n implica algo m�s: este “no” inicial representa una condici�n necesaria para el
establecimiento de las relaciones interpersonales. En la fase preling��stica el beb� no es
capaz de interpretar los desenga�os o negaciones provenientes del exterior como
prohibiciones: s�lo una vez que tales acciones se definen como acciones intencionales (y
el beb� mismo es capaz de decir que no) se define un proceso comunicativo en el que se
puede aceptar o rechazar (con lo cual, se acepta o rechaza una determinada expectativa de
comportamiento). Por tal motivo, la capacidad para decir que no es un requisito esencial
para la definici�n de relaciones interpersonales. Esta capacidad marca un punto
importante en la evoluci�n del lenguaje en la medida en que el uso de los actos de habla
depende de que la ni�a o el ni�o entiendan las prohibiciones o los mandatos como
susceptibles de negaci�n467.
En una segunda etapa del proceso comunicativo, afirma Habermas, ya se
acometen diferenciaciones en un lenguaje concebido con caracter�sticas propias. En esta
etapa se producen una serie de deslindes o demarcaciones: 1) entre la manifestaci�n
ling��stica y las manifestaciones que no son de naturaleza verbal; 2) entre la
manifestaci�n ling��stica y el contexto de acci�n en la que dicha manifestaci�n se inserta;
467 Durante esta primera fase del proceso de comunicaci�n ling��stica, adem�s, se reestructuran elementos preling��sticos: se distingue entre los gestos no ling��sticos o las manifestaciones primitivas de tipo ling��stico y las acciones; algunos significados del modo imperativo se asocian con intenciones del emisor y con contenidos proposicionales; los participantes en un proceso interactivo act�an mediante expectativas rec�procas; el modo imperativo del lenguaje permite influir sobre los motivos de los dem�s, y, por �ltimo, las expectativas de comportamiento se imponen mediante un sistema de gratificaciones o castigos (con lo cual, los afectos y las pulsiones se convierten en motivos de acci�n y las necesidades se interpretan en t�rminos culturales).
299
3) entre la manifestación lingüística y el contexto normativo; 4) entre la manifestación
lingüística y la subjetividad del emisor o emisora, y 5) entre la manifestación lingüística y
la comunidad de personas que participan en un proceso comunicativo. Todos estos
deslindes tienen su reflejo en la organización interna del habla determinando la base de
validez. En una primera fase el acto de habla gramatical se diferencia de los gestos y de
las acciones no verbales, así como de las expresiones simbólicas no diferenciadas
proposicionalmente como la música o la pintura468. En una segunda fase se transita desde
el uso del lenguaje ligado a la situación al uso del lenguaje no ligado a la situación. En
una tercera fase se independiza el habla de los contextos normativo y, en una cuarta, del
ámbito de la subjetividad. (Esta etapa es especialmente relevante porque, desde el
momento en que el habla se diferencia del marco normativo de la sociedad y de la
identidad de las personas participantes en la interacción, la comprensión de la
manifestación no garantiza el acuerdo sobre dicha manifestación). En una quinta fase se
inicia la organización externa del habla. Esta organización externa permite resolver
problemas de control que puedan surgir entre las personas que participan en la
interacción. Estos problemas de control surgen, por ejemplo, cuando hay que determinar
quién empieza la discusión o cómo se distribuyen los temas a tratar. Mientras que la
organización externa del habla establece cómo resolver problemas de control o de
funcionamiento del proceso comunicativo a través de regulaciones institucionales, la
organización interna consiste en la regulación pragmático-universal de una secuencia de
actos de habla que, debido a su carácter semi-trascendental, no precisan de normas
socialmente establecidas.
Con el reflejo en la organización interna del habla de los diversos deslindes
producidos en la segunda fase del proceso comunicativo, afirma Habermas, se establece
la base universal de validez. Así, 1) remite a la comprobación de si una emisión es
inteligible o no, 2) si es verdadera o falsa, 3) si es correcta o incorrecta y 4) si es veraz o
no. Una vez constituida la base de validez del habla se pueden diferenciar diversos usos
del lenguaje dependiendo de la pretensión de validez que adquiera mayor relevancia.
Podemos distinguir, por tanto, entre el modo cognitivo del lenguaje (referido a la
pretensión de verdad), el modo interactivo (referido a la pretensión de rectitud) y el modo
expresivo (referido a la pretensión de veracidad). Estos diversos modos de empleo del
468 Los actos de habla y los gestos no están en el mismo nivel de organización en la medida en que los gestos no guardan la misma relación convencional con los estados mentales que los signos con los contenidos semánticos.
300
lenguaje son condici�n necesaria, sigue afirmando el autor frankfurtiano, para que la
negaci�n se pueda hacer extensible de las oraciones a los actos de habla, convirti�ndose
as� en una negaci�n realizativa o pragm�tica. Si la primera fase de la comunicaci�n se
caracteriza porque se niegan las expectativas de comportamiento, en esta segunda etapa
del proceso comunicativo los sujetos son capaces de diferenciar ya entre un contenido
proposicional negado (“prometo no venir”), un acto de habla negado (“no te prometo
venir”) o el rechazo de la oferta que propone el acto de habla (“no acepto esta promesa”).
El potencial cr�tico que se explicita con esta capacidad que poseemos para decir que no se
basa en la posibilidad de transitar de la acci�n comunicativa al �mbito discursivo469.
De esta capacidad de decir que no derivan dos consecuencias importantes para el
proceso comunicativo: a) la diferenciaci�n entre formas reflexivas y formas ingenuas de
comunicaci�n: la forma reflexiva implica la posibilidad de argumentar, de ofrecer
razones a favor o en contra de las pretensiones de validez controvertidas y b) la distinci�n
entre acciones orientadas al entendimiento y acciones orientadas a los fines o al �xito. Sin
embargo, la capacidad para decir que no tiene otra consecuencia que Habermas se�ala
con especial inter�s: partiendo de la noci�n de la “toma de actitud del otro u otra”, ego
puede anticipar la reacci�n de alter y plantearse las objeciones que �ste podr�a
formularle. De esta forma, ego puede llegar a comprender lo que implica plantear
pretensiones de validez susceptibles de cr�tica mediante la autorreflexi�n. La capacidad
de decir que no es, por tanto, un requisito imprescindible para que el procedimiento
racional implicado en la cr�tica de pretensiones sea posible. Dicha capacidad es, en
definitiva, otro presupuesto pragm�tico que Habermas propone como una idealizaci�n
necesaria. Lo que seguimos echando en falta es una fundamentaci�n adecuada de dicha
descripci�n.
469 Este tr�nsito, que se inscribe en el contexto de la acci�n orientada al entendimiento, se fundamenta en la peculiar reflexividad del lenguaje ordinario. Este planteamiento permite mejorar la propuesta de Gadamer en la medida en que, por un lado, insiste en la esfera cr�tica; por otro, no hace depender dicha capacidad cr�tica de la objetivaci�n de la tradici�n en la medida en que el potencial cr�tico deriva de la propia esfera de la acci�n comunicativa, y, como consecuencia de todo lo dicho, la cient�fica o el cient�fico social no tiene que asumir una perspectiva asim�trica respecto a los participantes; es decir, no tiene que situarse fuera del contexto comunicativo sino que, antes bien, debe radicalizar el mismo utilizando recursos que est�n al alcance de todas y todos. Esta circunstancia permite, por otro lado, explicar por qu� Habermas no puede utilizar el recurso moral de la “forma de reconocimiento” definida por Gadamer: en la medida en que la capacidad de decir que no puede generar un conjunto notable de problematizaciones necesitamos unrespaldo te�rico seguro que haga frente al car�cter perturbador de las situaciones conflictivas permitiendo, de paso, definir la integraci�n social en t�rminos de consenso racionalmente motivado.
301
6.2.3. El habla argumentativa entendida como proceso, procedimiento y producción
Cuando centramos el análisis del habla argumentativa en los presupuestos
pragmáticos que Habermas propone como una idealización necesaria, estamos
concibiendo la argumentación como un proceso: los sujetos que participan en un proceso
argumentativo suponen que éste carece de todo tipo de coacciones, por lo que la
argumentación se concibe como una forma reflexiva de acción orientada al entendimiento
que parte de los presupuestos idealizadores mencionados anteriormente. Sin embargo, el
habla argumentativa no se concibe sólo como proceso; el habla argumentativa está
integrada, según afirma Habermas, por tres niveles analíticos: el proceso, el
procedimiento y la producción de argumentos470. La argumentación entendida como
procedimiento atribuye una regulación específica al proceso interactivo en la medida en
que las personas implicadas tematizan una pretensión de validez y, en actitud hipotética,
evalúan la adecuación de la pretensión problematizada utilizando como recurso las
razones. El procedimiento argumentativo, entendido desde la perspectiva de la
producción, tiene como objetivo proporcionar los argumentos capaces de llevar a cabo,
gracias a sus propiedades intrínsecas, el desempeño discursivo de las pretensiones de
validez471. Según la perspectiva desde la que se analice la argumentación (proceso,
procedimiento o producción) se definen estructuras distintas. Es necesario, por tanto,
combinar los tres niveles analíticos: el asentimiento de un auditorio universal (proceso),
la obtención de un acuerdo racionalmente motivado (procedimiento) y el desempeño de
las pretensiones de validez (producción)472. Para demostrar esta hipótesis, Habermas
toma como referencia los errores cometidos por Wolfgang Klein, quien pretende describir
el habla argumentativa teniendo en cuenta sólo uno de los tres niveles analíticos: el
proceso.
470 Estos tres niveles analíticos sirven como criterio teórico, afirma Habermas, para delimitar las disciplinas del canon aristotélico: de la argumentación como proceso se ocupa la Retórica, de la argumentación como procedimiento se ocupa la Dialéctica y de la argumentación como producto se ocupa la Lógica; véase:Teoría de la acción comunicativa I, p. 48. 471 Los criterios para establecer los buenos o malos argumentos no son siempre fáciles de determinar, afirma Habermas. En los casos conflictivos la aceptación racional debe basarse en las razones que hayan sido capaces de superar todas las objeciones. Para que este proceso no se pervierta es necesario que en los contextos discursivos se pueda contar con toda la información relevante que motive a los sujetos a tomar una postura de manera racional. En la medida en que las personas que participan en un proceso comunicativo aceptan que cualquier información y razón relevante va a poder manifestarse, pasa a un segundo plano la preocupación por el hecho de que la interacción comunicativa pueda resultar defectuosa (máxime si tenemos en cuenta, puntualiza Habermas, que los procesos argumentativos se caracterizan por su poder autocorrectivo); véase: Acción comunicativa y razón sin transcendencia, p. 55. 472 Teoría de la acción comunicativa, I, pp. 48-49.
302
La propuesta de Klein473 puede resultar instructiva, afirma el autor de Teor�a de
la acci�n comunicativa, en la medida en que analiza la retórica en los términos de una
ciencia experimental que toma como punto de partida la perspectiva externa de un
observador que pretende explicar y describir los procesos argumentativos474. El objetivo
de Habermas es demostrar que, justamente por recurrir a una perspectiva externa que le
permita distinguir la argumentación válida de la argumentación efectiva, Klein incurre en
una serie de contradicciones que sólo pueden solventarse haciendo frente a los
reduccionismos empiristas. Según Klein, “la argumentaci�n permite recurrir a lo
colectivo para convertir algo que se ha vuelto cuestionable en algo colectivamente
v�lido”475. La reducción empirista de la propuesta de Klein la detecta Habermas en el
hecho de que, cuando se refiere a las convicciones colectivamente aceptadas, se está
refiriendo a un sistema aceptado en un momento determinado por un grupo determinado;
es decir, Klein no tiene en cuenta la diferencia existente entre lo fácticamente válido y la
validez que trasciende el contexto particular. Por ello, la formulación teórica de este autor
no es capaz de proporcionar un criterio que permita evaluar el grado de racionalidad de
los argumentos esgrimidos por los participantes. Al remitir la argumentación a un sistema
de convicciones fácticamente justificado en un contexto concreto, Klein trata las razones
que motiva a los sujetos a aceptar dichas convicciones como causas opacas de los
cambios de actitud476. Dicho en otros términos: Klein no tiene en cuenta los rasgos
trascendentales de las razones esgrimidas en los procesos argumentativos. Por este
motivo no es capaz de dar respuesta a la exigencia de la lógica de la argumentación,
según la cual hay que poder justificar en qué consiste la forma peculiar de la coacción sin
coacciones que representa el mejor argumento.
Si los argumentos son válidos, afirma Habermas, las condiciones internas que
definen dicha validez tienen una fuerza racionalmente motivante. Pero ésta no es la única
situación posible: los argumentos también pueden influir sobre las personas receptoras,
independientemente de su validez, siempre y cuando se desarrollen en unas condiciones
externas que permitan su aceptación. Para definir la eficacia de los argumentos en este
último caso tenemos que recurrir a una psicología de la argumentación (empresa que no
473«Argumentation und Argument», Zeitschrift f�r Literaturwissenschaft und Logik, núm. 38-39,Heidelberg, 1980. 474 De esta forma, afirma Habermas, Klein se distancia tanto de la tradición de la Retórica (más preocupada por el argumento convincente que por su verdad) como de Toulmin, quien defiende que el sentido de las argumentaciones sólo se explicita si llevamos a cabo una evaluación de los argumentos empleados. 475 W. Klein, ibídem, p. 49. 476 Teor�a de la acci�n comunicativa I, p. 51.
303
es objeto de inter�s por parte de Habermas)477; para analizar la primera situaci�n
precisamos de una l�gica de la argumentaci�n. Ante esta dilema, la l�gica argumentativa
de Klein opta por describir los nexos de validez como si fueran regularidades emp�ricas,
por lo que las relaciones internas existentes entre las manifestaciones v�lidas tienen que
ser analizadas como relaciones externas que se definen entre sucesos nomol�gicamente
relacionados (es decir, tienen que ser analizadas en t�rminos cientificistas). Al definir la
tarea de la l�gica argumentativa de esta forma, Klein comete el error de atribuir a dicha
l�gica una funci�n s�lo asignable a una teor�a que describa el comportamiento observable
nomol�gicamente. Para llevar a cabo esta atribuci�n, Klein tiene que considerar las
razones como causas y las reglas como regularidades causales (circunstancia que, como
sabemos, Habermas rechaza con absoluta rotundidad). Esta visi�n cientificista de la que
hace gala Klein, y todas las deficiencias te�ricas que de ella derivan seg�n la
interpretaci�n habermasiana, se deben al hecho de que limita el an�lisis a uno de los
aspectos que integran el habla argumentativa: el proceso. (Obviando, en consecuencia,
los niveles de formaci�n de un acuerdo racionalmente motivado y el desempe�o
discursivo de las pretensiones de validez). Por tal motivo, Klein es incapaz de definir un
concepto de racionalidad que atienda al potencial coordinador que subyace a la noci�n de
validez:
El limitarse al plano de abstracción que la Retórica representa tiene como consecuencia la preterici�n de la perspectiva interna que representa la reconstrucci�n de nexos de validez. Se echa en falta un concepto de racionalidad que permita establecer una relaci�n interna entre “sus” est�ndares y los “nuestros”, entre lo que es v�lido “para ellos” y lo que es v�lido “para nosotros”478.
Comparada con la teor�a de la argumentaci�n de Klein, la ventaja que ofrece la
propuesta de Toulmin479 es que permite atender diversas formas de validez sin renunciar
al sentido cr�tico de dicha noci�n (sentido que trasciende las limitaciones espacio-
temporales y sociales). No obstante, dicha formulaci�n te�rica tampoco queda libre de
objeciones, afirma el autor frankfurtiano, al no ser capaz de ofrecer una mediaci�n
aceptable entre el �mbito l�gico y el emp�rico. Si tal y como comentamos anteriormente,
la principal deficiencia te�rica de Klein consiste en centrar el an�lisis de la l�gica
argumentativa en el proceso, Toulmin comete el error de centrarse en el tercer nivel
477 Notemos la relaci�n que dicha psicolog�a de la argumentaci�n guarda con las perlocuciones. 478 Teoría de la acción comunicativa I, pp. 53-54. 479 Toulmin, en continuidad con las tesis esgrimidas en el Primer Simposio Internacional sobre L�gica Informal, desarrolla la investigaci�n expuesta en The Uses of Argument que le sirve de base para el an�lisis de Human Understanding, Pricenton UP, Pricenton, 1972.
304
analítico: la producción de argumentos. Para desarrollar su análisis, y con el objetivo de
establecer las diferencias existentes entre los diversos ámbitos argumentativos, Toulmin
toma como criterio de referencia la institucionalización. A partir de este criterio, define
diversos ámbitos de argumentación (el derecho, la moral, la dirección de empresas, la
crítica del arte y la ciencia) que sólo pueden estudiarse por medio de generalizaciones
empíricas. De las formas de argumentación que constituyen dichos ámbitos este autor
extrae, no obstante, un mismo esquema argumentativo. Los diversos ámbitos de
argumentación se constituyen, por tanto, como diferenciaciones institucionales de un
marco general que es válido para cualquier argumentación480. Sin embargo, se lamenta
Habermas, en determinados contextos Toulmin rechaza esta perspectiva universalista
poniendo en entredicho la posibilidad de definir la racionalidad como criterio general: en
estos casos, la lógica de la argumentación tiene que dejar constancia de las diversas
concepciones históricas de la racionalidad. Con el objetivo de evitar el posible
relativismo que esta concepción encierra, Toulmin propone un juicio racional que,
actuando como punto de vista imparcial, se configura a partir de la apropiación
comprensiva de la actuación racional y colectiva de la especie humana. Por desgracia,
defiende Habermas, Toulmin no se preocupa por justificar de manera conveniente este
principio imparcial, de ahí que:
Mientras Toulmin no aclare los presupuestos y procedimientos comunicativos generales de la búsqueda cooperativa de la verdad, tampoco podrá dilucidar en términos de pragmática formal qué significa adoptar como participante en una argumentación una postura imparcial. Pues tal imparcialidad no hay modo de estudiarla a partir de la estructura de los argumentos empleados, sino que sólo podremos aclararla recurriendo a las condiciones del desempeño o fundamentación discursivos de pretensiones de validez481.
Todas las formas de argumentación exigen que la crítica se supedite a la
obtención intersubjetiva de convicciones utilizando como recurso los mejores
480 Véase: Toulmin, R. Riecke, A. Janik, An Introduction to Reasoning, Macmillan Publishing Company Inc., Nueva York, 1979. Los diferentes contextos de acción se pueden reducir, mediante un análisis funcional, a diversos ámbitos de tipo social a los que corresponden formas diversas de argumentación. De esta forma, diferencia entre los esquemas generales que reflejan la estructura del argumento (y que permanecen constantes en relación con cada campo) y las reglas específicas que regulan las diversas esferas como son la política, el arte, etc. Esta afirmación genera una duda a Habermas: los diversos ámbitos representados por el arte, la ciencia, etc., ¿se distinguen sólo desde un punto de vista sociológico o, también, desde la perspectiva de la lógica de la argumentación? Toulmin, asegura el autor frankfurtiano, se limita a los criterios institucionales como recurso para analizar las diversas formas de argumentación con el objetivo de evitar la complejidad que encierra el análisis interno de dichas formas argumentativas. 481 Teoría de la acción comunicativa I, p. 59.
305
argumentos482. El error más significativo en el que incurre Toulmin es que no supo
distinguir entre las pretensiones convencionales y las pretensiones universales de validez;
es decir, no supo distinguir entre las concreciones institucionales y contingentes de la
argumentación y las formas de argumentación que dependen de estructuras internas no
contingentes. A la luz de estas deficiencias, afirma Habermas, tenemos que llegar a la
conclusión de que no podemos utilizar criterios institucionales para definir la lógica de la
argumentación. Las diversas formas de argumentación implican distintas pretensiones de
validez y, aunque es cierto que las pretensiones suelen estar asociadas a los contextos, no
debemos cometer el error de creer que dichos contextos constituyen dichas pretensiones.
Por tanto, la empresa que la lógica de la argumentación debe emprender atañe al análisis
de un sistema complejo de pretensiones de validez. Este análisis implica tener en cuenta
los tres niveles analíticos que constituyen el habla argumentativa (proceso, procedimiento
y producción) con el objetivo de que la lógica de la argumentación contemple todos los
aspectos requeridos por la teoría de la acción comunicativa: unas condiciones ideales que
garanticen la universalidad del auditorio, el establecimiento de un acuerdo racionalmente
motivado y el desempeño discursivo de las pretensiones de validez. Por esta razón, la
teoría de la argumentación no debe analizar la noción de validez en términos externos
(fallo cometido por Klein o Toulmin) sino en términos internos. En el contexto
habermasiano, este análisis interno implica tres cosas: 1) que la unidad de análisis no es
la oración (unidad semántica) sino el acto de habla (unidad pragmática), 2) que no
debemos recurrir a referentes institucionales o convencionales para analizar el proceso
argumentativo y 3) que debe reconocerse el potencial coordinador de la validez, lo que
implica tener en cuenta que la interacción comunicativa puede conducir a un
entendimiento definido en términos racionales.
Como podemos apreciar, Habermas utiliza la misma estrategia teórica para
formular su crítica a Klein y Toulmin que la utilizada, por ejemplo, con Wittgenstein,
Austin, Searle, Quine, Dummett o Brandom: dar por sentado los presupuestos de la
pragmática formal y criticar, en consecuencia, que dichos presupuestos no sean tenidos
en cuenta. A Klein le critica el que haya desarrollado un análisis del procedimiento
argumentativo causal o cientificista y a Toulmin que lo haya hecho basándose en un
criterio institucional. ¿Y cuál es el fundamento de dicha crítica? Que la pragmática
482 Tal y como afirma Habermas en La necesidad de revisión de la izquierda, p. 180, el proceso argumentativo no tiene como consecuencia la implantación de resoluciones sino la solución de problemas mediante el establecimiento de convicciones.
306
formal se basa en principios anticientificistas y en una noci�n trascendental de validez.
Justificar una propuesta te�rica utilizando el recurso de enfrentarla a un planteamiento
rival implica demostrar que el planteamiento rival es m�s deficiente que el propio, pero
para ello no podemos utilizar como referencia nuestras propias hip�tesis que son,
precisamente, las que ponemos a prueba en dicha comparativa te�rica. Habermas tendr�a
que demostrar, en consecuencia, tres cosas: 1) que, independientemente de los
presupuestos de la pragm�tica formal, la teor�a de la argumentaci�n de Klein y Toulmin
son deficientes, 2) que dichas deficiencias pueden ser superadas aplicando los
presupuestos de la pragm�tica formal y 3) que dicha prueba de superioridad te�rica no
remite circularmente a la definici�n de dichos presupuestos. Creo que en la revisi�n
cr�tica que Habermas realiza de estos dos autores no se cumple con ninguno de estos
requisitos.
Ofrecer un buen fundamento del procedimiento argumentativo o discursivo es
importante para los objetivos de la teor�a de la acci�n comunicativa en la medida en que
de ella depende la descripci�n del consenso racionalmente motivado. Y, como sabemos,
la relevancia de dicha noci�n deriva del hecho de que �sta ejemplifica la eficacia de una
de las propuestas m�s innovadoras de la pragm�tica formal: la relaci�n significado-
validez. Sin embargo, al igual que ha ocurrido con la teor�a del significado, creo que
Habermas no es capaz de ofrecer un fundamento convincente de la noci�n de discurso.
Dicho fundamento se basa en una serie de presupuestos idealizadores y en una
reconstrucci�n no cient�fica de competencias que pretenden ofrecer respaldo te�rico a una
noci�n contraf�ctica. Tal y como admite el propio Habermas, el estatus evolutivo
alcanzado con el nivel de discurso representa uno de los desarrollos m�s tard�os,
complejos y amenazados de la especie483. Es decir, a pesar de ser una capacidad potencial
que deriva del desarrollo de una competencia universal, el procedimiento discursivo
puede verse amenazado (y de hecho impedido) por circunstancias concretas que
imposibilitan definir la interacci�n de forma racional.
Aunque en muchas ocasiones Habermas reconoce el poder de las cr�ticas
formuladas a la filosof�a tradicional en el sentido de que no es posible defender un
trascendentalismo fuerte, su propuesta te�rica no podr�a concebirse sin los criterios
trascendentales y universalistas. Un ejemplo lo ofrece el hecho de que afirme que la
comunidad ideal de di�logo sea una exigencia de la propia estructura del habla y que el
483 Habermas, en la “Introducci�n a la nueva edici�n…”, op. cit., p. 15, se�ala c�mo la voluntad discursiva se institucionaliza por primera vez con el sistema pol�tico del Estado de derecho burgu�s.
307
inter�s emancipatorio emane del proceso comunicativo. Partiendo de la premisa de que
los significados universales que comparten los miembros de una sociedad posibilitan el
di�logo irrestricto, Habermas prima las condiciones contraf�cticas de la situaci�n ideal de
di�logo obviando, por el contrario, la influencia ejercida por la divisi�n social de clases,
la propiedad privada o la noci�n tradicional de familia en el proceso de socializaci�n de
unos individuos que, de hecho, pueden llegar a reivindicar la explotaci�n. Si el
patriarcado, la clase social y la propiedad privada son tres de los pilares fundamentales
del capitalismo, podemos concluir que dicho sistema pol�tico es incompatible con el
igualitarismo. El capitalismo puede reivindicar una desigualdad m�s o menos edulcorada
por las tendencias socialdem�cratas, pero lo que nunca se reivindicar� en el seno de este
sistema pol�tico es la igualdad plena y en todos los �mbitos. Y si esto es as�, �qu� sentido
tiene dise�ar una sociedad basada en el di�logo irrestricto e igualitario, como hace
Habermas, sin reivindicar el fin del capitalismo? Este autor pretende justificar la
posibilidad de llegar a acuerdos fundamentados proponiendo una teor�a argumentativa o
del discurso que, en un principio, pretende explicar el poder vinculante de los mejores
argumentos a partir del an�lisis de las razones esgrimidas en dicho proceso
argumentativo. Este an�lisis adoptar�a la forma de una l�gica informal, abocada a no
desatender los aspectos emp�ricos de la interacci�n. Sin embargo, Habermas sustituye la
l�gica del discurso por la descripci�n de una situaci�n ideal de habla en la que se
desatiende la influencia que la sociedad ejerce en la constituci�n estructural y sustantiva
del proceso discursivo. Recurrir a la noci�n de situaci�n ideal de habla procura claras
ventajas te�ricas a Habermas en la medida en que le permite describir las condiciones
necesarias para establecer un acuerdo racionalmente motivado. El problema es que dicha
descripci�n la procura despojando a la teor�a de todo contenido sustantivo484. Tal y como
reconoce el propio autor frankfurtiano, las condiciones o presuposiciones exigidas por la
situaci�n ideal de habla no suelen darse en las situaciones cotidianas de vida, con lo cual,
nos podemos plantear cu�l es la rentabilidad pr�ctica de una noci�n que remite a una
situaci�n irreal. Al ser una noci�n contraf�ctica, la situaci�n ideal de habla es una
anticipaci�n o suposici�n inevitable que debe asumir toda aquella persona que participa
en un proceso discursivo. Esta anticipaci�n act�a como una instancia cr�tica que sirve
para valorar si los consensos efectivamente logrados pueden considerarse consensos
fundados. Pero esto nos enfrenta a un problema evidente: si tomamos como criterio de
484 V�ase: Luhmann, “Quod Omnes Tangit: Anmerkungen zur Rechtstheorie von J�rgen Habermas”, Rechtshistorisches Journal, 12, pp. 36-56 y J. C. Velasco, Para leer a Habermas, p. 46.
308
evaluación un consenso definido en una situación ideal, ¿cómo podemos evaluar el grado
de fundamentación de un consenso definido en situaciones fácticas? Proponiendo la
situación ideal de habla como una anticipación necesaria Habermas evita todas las
dificultades a las que tendría que enfrentarse para definir la noción de consenso fundado.
Sin embargo, evita dichas dificultades ofreciendo un criterio inoperante en las situaciones
cotidianas. De esta forma, pasa por alto el hecho de que lo relevante no es reivindicar la
importancia del discurso, sino teorizar al sujeto que forma parte de dichos procesos
discursivos.
También me parece significativo y pertinente incidir en una circunstancia teórica
muy relacionada con la crítica anteriormente formulada: cómo puede abordar Habermas
un análisis de la competencia interactiva en términos antimentalistas. Con la
reconstrucción de competencias universales de la especie humana, Habermas pretende
ofrecer una teoría general cuyo objetivo es explicitar una infraestructura comunicativa de
carácter universal. Esta competencia, que tiene una naturaleza mental, es analizada sin
recurrir a un análisis de tipo psicológico o cientificista de la mente. Ante esta
circunstancia nos podríamos preguntar: ¿cuál es el fundamento del proceso evolutivo
anteriormente descrito si no recurrimos a la explicación psicológica?; ¿cuál es el
fundamento científico que justifica que las diversas fases propuestas coincidan con los
requisitos o principios de la teoría de la acción comunicativa? Las deficiencias de este
análisis abocan a Habermas a introducir en su análisis dos premisas controvertidas: 1)
recurrir a un elemento externo al sujeto (la colonización sistémica) sin explicar
adecuadamente cómo influye dicho elemento externo en la constitución comunicativa de
los sujetos y 2) proponer que la racionalidad comunicativa (y por tanto el proceso
discursivo) es inmanente al entendimiento lingüístico. Obviamente, ambas premisas están
íntimamente relacionadas y el punto de conexión es el prejuicio antimentalista del que
hace gala Habermas. Si negamos el análisis de la mente, la racionalidad tiene que
definirse como una capacidad alojada en una ubicación distinta a lo mental: el autor
franfkurtiano elige para ello un sistema lingüístico estructurado ilocucionariamente. Por
otro lado, si negamos el análisis de la mente nos vamos a encontrar con serias dificultades
al pretender explicar cómo influye la sociedad en la constitución de los individuos.
Para justificar estas premisas, Habermas tendría que demostrar que el método
reconstructivo es más eficaz que el científico. Pero el autor frankfurtiano no emprende
esta tarea: se conforma con el modelo de sujeto que le ofrece el lenguaje común u
ordinario obviando el hecho de que estos sujetos pueden emprender explicaciones
309
causales bas�ndose en la ignorancia, en la informaci�n inadecuada o en los prejuicios
extendidos socialmente. �Y qu� ocurre cuando la explicaci�n ordinaria que las personas
implicadas ofrecen de s� mismas y de los dem�s no coincide con la explicaci�n cient�fica?
�A qui�n hay que atribuir mayor capacidad explicativa, al sujeto ordinario o al cient�fico?
La exigencia antimentalista defendida por Habermas le aboca a una situaci�n dif�cilmente
sostenible en la medida en que le obliga a fundamentar competencias del sujeto sin
analizar al sujeto portador de dichas competencias. Este hecho culmina en una propuesta
te�rica que encierra ventajas y desventajas. La principal desventaja, como ya hemos
indicado, es su naturaleza contraf�ctica; su principal ventaja es que teorizar sobre un
objeto sin tener en cuenta a dicho objeto nos permite concluir con relativa facilidad los
principios que sustentan nuestras premisas de partida, en este caso, la universalidad del
procedimiento discursivo.
Este imperativo antimentalista asumido por Habermas lo aboca a mantener una
postura ambigua respecto a la pretensi�n de validez implicada en el �mbito subjetivo: la
pretensi�n de veracidad. La pretensi�n de veracidad depende, por su car�cter asociado a
los aspectos subjetivos, de las manifestaciones ligadas al hablante o de su actuaci�n en
consecuencia485. Es decir, en la medida en que la pretensi�n de veracidad remite a los
estados internos, no podemos someterla a un debate discursivo en el que se aporten
razones a favor o en contra de la misma. La v�a para determinar la validez de dicha
pretensi�n es abogando a la noci�n ordinaria de coherencia, es decir, exigiendo a los
sujetos implicados que su decir y su hacer coincidan. Por el contrario, las pretensiones de
verdad y rectitud pueden, en el caso de que sean puestas en entredicho, desempe�arse
discursivamente. En la medida en que estas pretensiones remiten a �mbitos p�blicos (el
mundo objetivo y el mundo social) los sujetos implicados en un proceso interactivo
pueden esgrimir razones que, adaptadas a los presupuestos de la l�gica argumentativa,
sirvan de fundamento para aceptar o rechazar la pretensi�n de verdad o rectitud
tematizada. La pretensi�n de verdad se discute en el contexto de los discursos te�ricos, la
pretensi�n de rectitud en el contexto de los discursos pr�cticos486.
485 Aunque la cr�tica terap�utica puede interpretarse como una forma de discurso, afirma Habermas, en la que se somete a prueba la pretensi�n de veracidad; v�ase: “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., p. 101. Algo comparable al nivel de problematizaci�n del discurso pr�ctico o te�rico ocurre tambi�n, seg�n defiende Habermas, en el �mbito subjetivo cuando el arte moderno provoca que las vivencias se desliguen de las percepciones y convenciones cotidianas; v�ase: Escritos sobre moralidad y eticidad, p. 78.486 V�ase por ejemplo: “Teor�as de la verdad”, op. cit., pp. 122-123. La cuesti�n de cu�ntos tipos de discurso podemos distinguir la plantea Habermas de forma muy poco precisa. En “Lecciones sobre unafundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., p. 102, distingue cuatro tipos
310
6.3. Discurso teórico y discurso práctico
La motivaci�n fundamental de Habermas, tal y como hemos se�alado a lo largo
de este trabajo, es proporcionar un fundamento racional y no contingente al �mbito
pr�ctico-moral. Para llevar a cabo este proyecto te�rico aboga por una racionalidad
comunicativa que, superando la versi�n instrumentalista y monol�gica de la racionalidad,
incide en la noci�n de lenguaje. Haciendo frente a la cr�tica postnizscheana o a la
concepci�n tradicional del positivismo, Habermas pretende justificar que las cuestiones
pr�ctico-morales tambi�n son susceptibles de un fundamento cognitivista que haga frente
al riesgo de la contingencia y el relativismo. Con el objetivo de proporcionar un respaldo
a este proyecto te�rico, el autor frankfurtiano emprende el an�lisis de la noci�n de
verdad. �Con qu� objetivo? Con el objetivo de demostrar que, en la medida en que la
noci�n de verdad constituye un �mbito m�s de validez, puede establecerse una analog�a
entre el �mbito regulado por la verdad (el mundo objetivo) y el �mbito regulado por la
pretensi�n de rectitud (el �mbito pr�ctico)487. Por tal motivo, comenzaremos analizando
de discursos: el discurso hermen�utico (que se inicia cuando se pone en duda la validez de las interpretaciones); el discurso pr�ctico-emp�rico (cuando lo que se pone en duda es la validez de las afirmaciones y de las explicaciones que poseen un contenido de tipo emp�rico); discurso pr�ctico (cuando lo que se pone en duda es la validez de recomendaciones relacionadas con determinados est�ndares), y, por �ltimo, un tipo especial de discurso pr�ctico que se relaciona con la necesidad de establecer un sistema de lenguaje para describir un fen�meno, un problema existente, etc; v�ase tambi�n: Problemas de legitimación en el capitalismo tardío, pp. 9-10. En Teoría de la acción comunicativa I, pp. 69 y 42, Habermas afirma que las pretensiones susceptibles de evaluaci�n discursiva son la de inteligibilidad, la de verdad y la de rectitud (dando lugar a discursos explicativos, te�ricos y pr�cticos). Asimismo, en Aclaraciones a la ética del discurso, p. 119, habla de un tipo de discurso pragm�tico que guarda ciertas similitudes con el discurso emp�rico. En los discursos pragm�ticos lo que se fundamentan son recomendaciones de tipo estrat�gico-t�cnico. En las pp. 119-120, habla de un discurso �tico-existencial en el que las fundamentaciones suponen una motivaci�n racional para el cambio de actitud. En el contexto de los discursos �tico-existenciales los roles de actor y participante discursivo se solapan, afirma Habermas, en la medida en que si alguien quiere afirmar su identidad, tomar decisiones de valor, o sencillamente clarificar su vida, no puede ser representado por nadie en dicho discurso. La cr�tica de Giegel a lo que denomina una tendencia “hiperexpansiva” de los discursos la encontramos en: “Diskursive Verst�ndigung und systemische Selbssteuerung”, H. J. Giegel (comp.), Kommunikation und Konsens in moderner Gesellschaften, Suhrkamp, Frankfurt, 1992, pp. 68-73. V�ase tambi�n la cr�tica de Luhmann en: “Systemtheoretische Argumentationen. Eine Entgegnung auf J�rgen Habermas”, Habermas/Luhmann, Theorie der Gessellschaft oder Sozialtechonologie. Was leisted die Systemforschung?, Suhrkamp, Frankfurt, 1971, pp. 334-341.487 Tal y como expone Habermas en “Teor�as de la verdad”, su noci�n de verdad est� �ntimamente conectada con los problemas de fundamentaci�n de la teor�a cr�tica de la sociedad y de la �tica. En este sentido, como �l mismo reconoce, contin�a la tradici�n filos�fica de Schutz. Una de las ventajas de la teor�a consensual de la verdad, afirma Habermas, es que concibe a las pretensiones de verdad y rectitud como susceptibles de desempe�o discursivo pero no elimina las diferencias existentes entre los discursos te�ricos y pr�cticos. A este respecto, las teor�as metaf�sicas de la verdad son incorrectas en la medida en que identifican la verdad del �mbito pr�ctico con la verdad del �mbito te�rico; las teor�as positivistas son incorrectas en la medida en que niegan la verdad de las cuestiones pr�cticas. Habermas critica la propuesta de Luhmann por rechazar la posibilidad de un desempe�o discursivo de las pretensiones de validez y
311
la noci�n de verdad y el contexto en el que dicha pretensi�n es discutida racionalmente en
el caso de ser problematizada: el discurso te�rico.
6.3.1. El discurso teórico y la noción de verdad
El an�lisis de la noci�n de verdad es especialmente complejo por dos motivos
principales: 1) porque la verdad es el caso paradigm�tico entre las pretensiones de
validez, ya que de su an�lisis depende la noci�n de objetividad488 y 2) porque, tal y como
comentamos anteriormente, el examen de la pretensi�n de verdad influye en la
fundamentaci�n cognitivista que Habermas pretende aportar al �mbito pr�ctico. Prueba
de dicha complejidad son las diversas matizaciones o reformulaciones que el propio
Habermas ha tenido que introducir en su teor�a de la verdad. La primera formulaci�n de
dicha teor�a la desarrolla en los a�os setenta y sus tesis se exponen, principalmente, en un
trabajo de 1972 que lleva por t�tulo “Wahrheitstheorien”489. En este trabajo comienza a
tomar cuerpo una teor�a consensual de la verdad que, debido a las cr�ticas de la que es
objeto, tiene que ser reformulada a finales de la d�cada de los noventa someti�ndola a una
interpretaci�n no epist�mica490. Comenzaremos con una breve descripci�n de la teor�a
consensual de la verdad para, a continuaci�n, exponer en qu� t�rminos propone
Habermas una concepci�n no epist�mica de la verdad.
analizar la verdad en t�rminos subjetivistas en: “Discusi�n con Niklas Luhmann: �teor�a sist�mica de la sociedad o teor�a cr�tica de la sociedad?”, op. cit., pp. 309-419.488 V�ase: Ricardo �lvarez, J. Habermas: verdad y acción comunicativa, Almagesto, Buenos Aires, 1991. 489 Versi�n en castellano: “Teor�as de la verdad”, op. cit., pp. 113-158. Las primeras formulaciones de una teor�a de la verdad las expone Habermas en “Vorbereitende Bemerkungen zu einer Theorie der kommunikativen Kompetenz”, en “Theorie der Gesellschaft oder Sozialtechnologie? Eine Auseinandersetzung mit Niklas Luhmann” y en la lecci�n V de las “Christian Gauss Lectures”; v�ase tambi�n: McCarthy, La teoría crítica de Jürgen Habermas, pp. 337 y ss.490 Ya en 1972 Habermas reconoce las ventajas de hablar de una teor�a discursiva de la verdad con el objetivo de evitar posibles malentendidos; v�ase: “Teor�as de la verdad”, op. cit., nota 33, p. 139. En el Prefacio de 1983 a Teoría de la acción comunicativa: complementos y estudios previos, Habermas menciona la discusi�n desatada en torno al art�culo “Teor�as de la verdad” y reconoce la necesidad de mejorar la formulaci�n de dicha teor�a.
312
6.3.1.1. La teoría consensual de la verdad
El primer problema al que debe enfrentarse Habermas a la hora de definir una
teor�a de la verdad es clarificar qu� puede ser verdadero o falso491. Revisando
cr�ticamente la propuesta de Austin492, Strawson493 y Searle494 con el objetivo de analizar
si los mejores candidatos para dar respuesta a esta duda son los enunciados, las oraciones
o las emisiones, Habermas concluye que la verdad es una pretensi�n de validez que se
vincula a los enunciados al afirmarlos495. Un enunciado es verdadero, por tanto, cuando la
pretensi�n de validez de los actos de habla con los que afirmamos el enunciado est�
justificada. Teniendo en cuenta que las afirmaciones pertenecen a la clase de actos de
habla constatativos, el sentido de la verdad puede definirse haciendo referencia a la
pragm�tica de una determinada clase de actos de habla496. Sin embargo, esta definici�n
plantea a Habermas un serio problema si adoptamos la intuici�n realista: �c�mo se
relacionan los hechos afirmados con los objetos de la experiencia? Partiendo del an�lisis
desarrollado por Strawson, quien retoma a Ramsey en su discusi�n con Austin497, los
hechos pueden definirse como aquello que hace verdadero a un enunciado mientras que el
objeto de experiencia es aquello acerca de lo que enunciamos algo. Es decir, los objetos
son algo del mundo, los hechos no. No obstante, con esta matizaci�n no logramos salvar
el problema, ya que si los enunciados reflejan hechos estos hechos tienen que darse de
alguna manera. Para hacer frente a esta nueva dificultad, Habermas recurre a la noci�n de
discurso:
Los hechos son deducidos de los estados de cosas; y por estados de cosas entendemos el contenido proposicional de afirmaciones cuyo contenido veritativo ha sido problematizado. Cuando decimos que los hechos son estados de cosas existentes, a lo que nos estamos refiriendo no es a la existencia de objetos, sino a la verdad de proposiciones, si bien estamos tambi�n suponiendo la existencia
491 Para un buen repaso de la controversia existente en torno a la noci�n de verdad, v�ase: A. Nicol�s y M.J. Fr�poli (eds.), Teorías de la verdad en el siglo XX, Tecnos, Madrid, 1997. 492 “Truth”, Philosophical Papers, Claredndon Press, Oxford, 1971, pp. 117-133. 493 “Truth”, G. Pitcher (ed.), Truth, Englewoods Cliffs, Nueva Jersey, 1964, pp. 32-53. 494 “Austin on Locutionary and Illocutionary Acts”, The Philosophical Review, LXXVII, 1968, n� 4 y Actos de habla, op. cit. 495 Aunque la teor�a consensual de la verdad recibe claras influencias de Peirce, el motivo de inspiraci�n m�s directo de Habermas es el debate Austin-Strawson; G. Pitsher (ed.), Truth, op. cit. Ambos autores, y tambi�n Habermas, rechazan las teor�as sem�nticas de la verdad. No obstante, Habermas apoya la tesis de Strawson (oponi�ndose de esta forma a Austin) al defender que la verdad o falsedad se predica de lo dicho en los actos de habla constatativos, no de las emisiones. 496 “Teor�as de la verdad”, op. cit., pp. 114-115; v�ase tambi�n: “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., pp. 94-95.497 G. Pitcher, op. cit., pp. 35-43.
313
de objetos identificables de los que predicamos algo. El sentido de “hecho” o “estado de cosas” no puede aclararse sin hacer referencia a discursos en los que examinamos la pretensi�n de validez de las afirmaciones, dejada en suspenso (Gedanken en el sentido de Frege). Pensamientos sobre objetos de la experiencia no son lo mismo que experiencias o percepciones de objetos498.
Lo que Habermas defiende es que la verdad no pertenece de manera categorial al
�mbito de las percepciones sino al de los pensamientos en el sentido fregeano. Las
experiencias ponen de manifiesto la pretensi�n de objetividad, pero la objetividad no se
puede identificar con la verdad: la objetividad se acredita gracias al �xito de las acciones;
la verdad se configura mediante un proceso argumentativo499. Hay que diferenciar, por
tanto, entre el nivel de constituci�n de la experiencia y el nivel argumentativo de las
pretensiones de validez en la medida en que la experiencia no puede utilizarse como
criterio para determinar el desempe�o de la pretensi�n de verdad500. Para ofrecer un
fundamento a esta tesis, y enfrentarse a la intuici�n de que las afirmaciones las apoyamos
en experiencias, Habermas interpreta el an�lisis realizado por Gadamer y Peirce sobre la
naturaleza disonante de las experiencias. Las experiencias adquieren un car�cter relevante
en la medida en que nos obligan a reorientarnos cuando no satisfacen nuestras
expectativas. Las expectativas que se confirman constituyen nuestras certezas, pero
498 “Teor�as de la verdad”, op. cit., p. 119. 499 V�ase: ib�dem, pp. 133-134. Habermas contesta a las objeciones formuladas por Mary Hesse (quien critica que el autor frankfurtiano no aclare de manera suficiente la relaci�n definida entre la objetividad de la experiencia y la verdad de las proposiciones) en “R�plica a objeciones”. El argumento de Mary Hesse es que la teor�a consensual de la verdad es capaz de ofrecer una mejor explicaci�n sobre el car�cter intersubjetivo de dicha noci�n que la teor�a de la verdad como correspondencia. Sin embargo, la teor�a consensual de la verdad es m�s d�bil que la de correspondencia en el punto relativo a c�mo los enunciados elementales asocian su noci�n de verdad a las experiencias que hacemos con los objetos. Habermas se defiende de esta acusaci�n argumentando que el problema planteado se define en el marco de una teor�a del conocimiento que intenta explicitar el fundamento que tienen las experiencias en el mundo de la vida. Es decir, nos enfrentamos a un problema de teor�a del conocimiento, no de teor�a de la verdad. En cualquier caso, Habermas reconoce que debe tratar con m�s detalle el problema de la referencia al analizar la noci�n de verdad. V�ase: M. Hesse, “In defende of Objectivity”, Proceedings of British Academy, t. 58, Londres, 1972 o “Science and Objectivity”, Thomsonp y Held, op. cit. y “R�plica a objeciones”, op. cit., pp. 466-468. 500 La justificaci�n de esta estrategia se puede interpretar como una forma de reacci�n contra las dificultades a las que tuvo que hacer frente el planteamiento kantiano. Por una parte, la cr�tica del modelo newtoniano pone de manifiesto que no es posible identificar las condiciones de verdad con el a priori de la experiencia; por otro lado, el sujeto trascendental kantiano hubo que sustituirlo por un sujeto emp�rico que se constituye mediante la interacci�n con el mundo y los dem�s sujetos; v�ase: T. McCarthy, La Teoría Crítica de Jürgen Habermas, pp. 341-342. Tal y como reconoce el propio Habermas (por ejemplo, en “Discusi�n con Niklas Luhmann: �teor�a sist�mica de la sociedad o teor�a cr�tica de la sociedad?”, nota 12, p. 362) la acci�n comunicativa depende de la constituci�n previa del mundo de la experiencia en la medida en que en las interacciones se transmite informaci�n sobre objetos, sucesos, personas o manifestaciones pero, al mismo tiempo, esa acci�n comunicativa remite a los discursos en la medida en que en las interacciones tambi�n se supone la validez que subyace a los contenidos proposicionales y a las normas; v�ase: “Ep�logo”, op. cit., pp. 317-318 y 321-322. Algunas de las aportaciones program�ticas hechas por Habermas al problema de la constituci�n de la experiencia son: la formulaci�n de una pragm�tica de tipo formal o universal; el an�lisis del contenido proposicional de los actos de habla; el an�lisis de la relaci�n existente entre sistemas de acci�n y esquemas cognitivos (entendidos en t�rminos piagetianos), y la necesidad de vislumbrar evolutivamente el proceso de adquisici�n de las competencias.
314
dichas certezas pueden ponerse en duda cuando tenemos alg�n tipo de experiencia que las
distorsionan501. Las experiencias que nos confirman son las que sirven de base a las
pretensiones de validez asociadas a los actos de habla constatativos. Ahora bien, cuando
surge alg�n tipo de conflicto, afirma Habermas, no recurrimos a la experiencia sino a los
argumentos; es m�s, en los casos en los que de alguna forma se apela a dicha experiencia
tambi�n se depende de interpretaciones cuya validez se define en el contexto
argumentativo. La experiencia sirve de base a la pretensi�n de verdad, pero su desempe�o
s�lo se realiza en el marco de los argumentos. La verdad, por tanto, es una propiedad de
los enunciados y se mide por la capacidad de su desempe�o o debate racional. En el caso
de la pretensi�n de verdad dicho debate se desarrolla en el marco de un discurso te�rico.
En el discurso te�rico se aportan razones a favor o en contra de la pretensi�n de verdad
problematizada con la finalidad de restablecer el acuerdo502:
La pretensi�n de validez ligada a los actos de habla constatativos, lo cual quiere decir: la verdad que pretendemos para los enunciados al afirmarlos, depende de dos condiciones: tiene que a) basarse en la experiencia, es decir, el enunciado no puede chocar con experiencias disonantes, y b) tiene que ser desempe�able discursivamente, es decir, el enunciado tiene que resistir posibles contraargumentos y poder encontrar el asentimiento de todos los participantes potenciales en el discurso. La condici�n a) tiene que cumplirse para que resulte cre�ble la pretensi�n de que la condici�n b) podr�a cumplirse llegado el caso. El sentido de la verdad, que la pragm�tica de las afirmaciones comporta, podremos hacerlo expl�cito si logramos decir qu� significa “desempe�o discursivo” o “resoluci�n discursiva” de pretensiones de validez. Esta es la tarea de una teor�a consensual de la verdad. Seg�n esta teor�a s�lo puedo atribuir un predicado a un objeto si tambi�n cualquier otro que pudiese entrar en una argumentaci�n conmigo, atribuyera el mismo predicado al mismo objeto503.
En coherencia con su propuesta, que defiende la necesidad de tomar postura
ante las pretensiones de validez, Habermas afirma que el an�lisis del contenido
proposicional es s�lo una parte del proceso; la otra la compone, precisamente, el acto de
afirmar que algo es verdadero504. De esta forma, la dilucidaci�n de la verdad se plantea en
501 Tal y como expone Habermas en “Teor�as de la verdad”, op. cit., pp. 124-127, es precisamente la naturaleza intersubjetiva del reconocimiento de las pretensiones de validez lo que las diferencia de las certezas, las cuales tienen un car�cter subjetivo. Mientras que las certezas se tienen, las pretensiones se entablan. 502 V�ase: “Aspectos de la racionalidad de la acci�n”, op. cit., p. 371. 503 “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., pp. 97-98; v�ase tambi�n: “Teor�as de la verdad”, op. cit., pp. 120-121. En “Discusi�n con Niklas Luhmann: �teor�a sist�mica de la sociedad o teor�a cr�tica de la sociedad?”, op. cit., pp. 367-380, Habermas critica la noci�n de verdad de Luhmann ya que, al renunciar a la pretensi�n normativa y limitarse a las regularidades emp�ricas, se ve obligado a renunciar a una teor�a consensual de la verdad.504 En “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., pp. 103-104, Habermas plantea como condici�n para poder aceptar la afirmaci�n de un determinado enunciado el hecho de que cualquier cr�tico competente estuviese de acuerdo conmigo en la afirmaci�n de que “p”. Haciendo una referencia cr�tica a la propuesta de Kamlah y Lorenzen (en el sentido de que los cr�ticos competentes son aquellos que pueden llevar a cabo una comprobaci�n adecuada) Habermas propone que el cr�tico competente es, sencillamente, el cr�tico racional. Ahora bien, para evaluar la
315
un contexto pragm�tico al definirse dicha noci�n como una pretensi�n de validez
asociada al acto de habla. El an�lisis de la verdad no se limita s�lo a las condiciones que
deben cumplirse para que un enunciado sea verdadero, debe asumir tambi�n las
condiciones que fundamentan o justifican mi pretensi�n de que dicho enunciado es
verdadero. Dicho en otros t�rminos: la condici�n de verdad la define el asentimiento
potencial de los dem�s. De esta forma, el sentido pragm�tico de la verdad se vincula a la
consecuci�n de un acuerdo racionalmente motivado. Definir la verdad en relaci�n a un
consenso racionalmente motivado nos enfrenta a un nuevo problema: c�mo garantizar
que dicho acuerdo racional sea un acuerdo fundado. Tal y como analizamos en el
apartado anterior, Habermas intenta ofrecer dichas garant�as recurriendo a la l�gica del
discurso y a los presupuestos pragm�ticos de la comunicaci�n.
Como podemos suponer, una teor�a de la verdad definida en t�rminos
consensuales no puede quedar libre de objeciones, y la propuesta de Habermas no
constituye una excepci�n505. Una de las objeciones m�s recurrentes a la que tiene que
hacer frente la teor�a consensual habermasiana es la que incide en el hecho de que
confunde el significado de la verdad con el m�todo para establecer enunciados
verdaderos506. La defensa que Habermas esgrime a favor de su argumentaci�n es que �l
no se refiere a un m�todo sino a las condiciones pragm�ticas, y por tanto universales, del
discurso507. Cuando nos planteamos el problema de la verdad, afirma el autor
frankfurtiano, no nos estamos planteando un problema relacionado con el significado
sem�ntico sino con el significado pragm�tico de un acto de habla al que se asocia una
pretensi�n de verdad ya que, como hemos comentado, dilucidar la verdad implica tener
en cuenta la forma en que justificamos dicha pretensi�n mediante el proceso
argumentativo508.
actuaci�n de esos cr�ticos habr�a que analizar la veracidad de sus emisiones y la rectitud de sus acciones, circunstancia que nos remite al consenso; es decir, al mismo punto del que part�amos para definir nuestra evaluaci�n. Este c�rculo vicioso s�lo puede ser superado, afirma Habermas, por medio de una teor�a ontol�gica de la verdad. 505 V�ase: L. Kr�ger, “�berlegungen zum Verh�ltnis wissenschaftlicher Erkenntnis und gesellschaftlicher Interessen”, Georgia Augusta, G�ttingen, mayo, 1972, pp. 18 y ss; A. Beckerman, “Die realistischen Woraussetzungen der Konsensus theorie von J. Habermas”, Z. f. allg. Wiss. Theorie, vol. III, 1972, p. 63 y ss; E. Tugendhat, Problemas de la ética, pp. 129-139 o R. Gab�s, J. Habermas: dominio técnico y comunidad lingüística, pp. 260-262. La r�plica de Habermas a algunas de estas cr�ticas se expone en el “Ep�logo”, op. cit., pp. 327-329. 506 R. M. Mart�n, “Truth and its illicit Surrogates”, Neue Hefte für Philosophie, 1972, H. 2/3. 507 “Teor�as de la verdad”, op. cit., p. 139. 508 T. McCarthy critica esta argumentaci�n en “A Theory of Communicative Competence”, Philosophy of the Social Sciences, 3, 1973 y Habermas responde en el “Ep�logo”, op. cit.
316
El problema al que se enfrentan teor�as sem�nticas de la verdad, como las teor�as
de la correspondencia, es que parten de un planteamiento de la verdad que es incapaz de
explicar el significado de dicha noci�n. Partiendo de la definici�n sem�ntica expl�cita: “x
es una oraci�n verdadera si y s�lo si “p” es verdadera” se demuestra el car�cter circular
de la definici�n que esta perspectiva te�rica ofrece de la verdad de los enunciados (por
dicho motivo, Tarski se ve obligado a sustituir la formulaci�n citada por la afirmaci�n
“p= “p” es verdadera”). Pero la convenci�n tarskiana no es capaz de trascender la
definici�n de verdad para explicar el significado de la verdad. Dicho en t�rminos
habermasianos: esta identificaci�n no nos permite acceder al �mbito de validez de las
afirmaciones. Una estrategia formulada para evitar esta posible dificultad es recurrir a una
teor�a de la verdad entendida como adecuaci�n (es decir, como interpretaci�n ontol�gica
de la correspondencia) en la que los enunciados y los hechos se relacionan como copia o
imagen. Habermas tampoco comparte esta versi�n de la teor�a de la verdad ya que, tal y
como anunciara Peirce, la conexi�n existente entre los enunciados y la realidad s�lo
puede definirse por medio de otros enunciados; es decir, la noci�n de realidad y la noci�n
de enunciado verdadero est�n interconectadas. Por todo ello, concluye Habermas, es
err�neo intentar trascender el lenguaje: la problem�tica de la verdad debe analizarse
desde la perspectiva del desempe�o argumentativo509. La soluci�n debe definirse, por
tanto, en t�rminos pragm�ticos analizando el uso del predicado “verdad”, tanto en el
�mbito de la interacci�n cotidiana como en el de la argumentaci�n. La tesis fundamental
es que las pr�cticas cotidianas se basan en una serie de convicciones que llevan impl�citas
una pretensi�n de verdad. Cuando esta pretensi�n de verdad es puesta en entredicho (bien
porque el mundo decepciona nuestras expectativas, bien porque los dem�s la ponen en
cuesti�n) asumimos un procedimiento argumentativo definido como discurso te�rico y
cuyo objetivo es justificar la pretensi�n puesta en duda. Aunque tambi�n en el �mbito del
discurso la noci�n de verdad mantiene su car�cter de incondicionalidad, en este contexto
se convierte en una especie de criterio regulativo que tenemos que asumir para que el
proceso de justificaci�n sea posible.
Ahora bien, queda enfrentarnos a un problema clave: c�mo un proceso
justificativo puede definir la noci�n de verdad. Este problema no resulta balad� en la
509 En la p�gina 132 de “Teor�as de la verdad”, op. cit., Habermas expone un cuadro sobre los modelos no aptos de verdad. A pesar de las cr�ticas formuladas, este autor reconoce que las �nicas teor�as de la verdad que cuentan con cierto respaldo son: la teor�a de la verdad como correspondencia, la teor�a de la verdad como evidencia y las teor�as pragm�ticas y anal�ticas de la verdad; v�ase tambi�n: “Lecciones sobre una fundamentaci�n de la sociolog�a en t�rminos de teor�a del lenguaje”, op. cit., pp. 95-96.
317
medida en que refleja la intuici�n de que la noci�n de verdad se relaciona m�s con la
reproducci�n de un hecho que con la justificaci�n de un enunciado. Tal y como defiende
Habermas, las afirmaciones no pueden ser ni verdaderas ni falsas, pero algo bien distinto
es lo que ocurre con el contenido proposicional de dichas afirmaciones: en este caso s�
tenemos la intuici�n de que puede ser verdadero o falso en la medida en que reproduzca
el hecho referido. Autores como Albrecht Wellmer510 y Cristina Lafont511 inciden en esta
circunstancia.
Tanto Wellmer como Lafont profundizan en la cr�tica formulada por Apel512 en
el sentido de que las condiciones formales del proceso argumentativo propuestas por
Habermas no pueden ser condici�n suficiente para definir la verdad. Tal y como defiende
Lafont, existe una relaci�n interna entre la verdad y la aceptabilidad racional en la medida
en que dicha aceptabilidad es una condici�n necesaria para hacer efectiva la pretensi�n de
verdad, pero esta condici�n necesaria no podemos interpretarla como una condici�n
suficiente. Por tanto, no podemos reducir la verdad a la aceptabilidad racional. Siempre
va a existir una diferencia entre la noci�n de verdad y una interpretaci�n epist�mica de la
misma y esto, justamente, es lo que nos permite tomar conciencia del car�cter falible de
todo criterio epist�mico, tal y como nos advierte Wellmer. Cuando usamos en t�rminos
pragm�ticos el predicado “verdad” (es decir, cuando ponemos a prueba el fundamento de
nuestras creencias) es cuando la noci�n realista de verdad adquiere relevancia. Por tal
motivo, defienden estos autores, una concepci�n epist�mica de la verdad, como es la
defendida por Habermas en “Wahrheitstheorien”, resulta a todas luces inadecuada.
Habermas intenta hacer frente a estas cr�ticas manteniendo la correcci�n de su teor�a
consensual de la verdad hasta finales de la d�cada de los noventa. A partir de este
momento, comienza a tomar cuerpo una propuesta alternativa encargada de completar (no
de sustituir) la teor�a consensual incidiendo en un realismo sin representaciones y en una
perspectiva no epist�mica de la noci�n de verdad.
510 �tica y di�logo, Anthropos, Barcelona, 1994; “Was ist eine pragmatische Bedeutungstheorie? (Variationen �ber den Satz “Wir verstehen einer Sprechakt, wenn wir wissen, was ihn akzeptabel macht”)”, A. Honneth, T. McCarthy, C. Offe y A. Wellmer (eds.), Zwischenbetrachtungen. Im Prozeβ der Aufkl�rung, pp. 318-372; “Wahrheit, Kontingez, Moderne”, Endspiele: Die unvers�hnliche Moderne, Suhrkamp, Frankfurt, pp. 157-177.511 “Dilemas en torno a la verdad”, Theor�a, 23, 1995, pp. 109-124; “Referencia y verdad”, Theoria, 21 (9), pp. 39-60 y The Linguistic Turn in Hermeneutic Philosophy, Mass, Cambridge, 1999.512 “Fallibilismus, Konsenstheorie der Wahrheit und Letzbegr�ndung”, Apel, et al., Philosophie und Begr�ndung, Suhrkamp, Frankfurt, 1986.
318
6.3.1.2. Realismo sin representaciones y verdad no epistémica
En Verdad y justificación Habermas analiza si el planteamiento te�rico que
desarrolla Rorty en La filosofía y el espejo de la naturaleza513, en lo tocante a la
necesidad de superar las limitaciones de la perspectiva sem�ntica con el giro pragm�tico,
implica necesariamente defender una visi�n antirrealista del conocimiento. El giro
pragmatista propuesto por Rorty transform� la perspectiva trascendental kantiana
afectando al car�cter ideal de las condiciones de posibilidad del conocimiento514. De esta
forma, las condiciones trascendentales dejan de ser condiciones necesarias reflejando, por
el contrario, una visi�n del mundo contingente. Si queremos superar el modelo
epist�mico del “espejo de la naturaleza” y el mentalismo supuesto en la afirmaci�n de
que la objetividad se garantiza cuando el sujeto que representa objetos se refiere a �l de
manera correcta, debemos radicalizar la perspectiva del giro ling��stico. Por tal motivo,
debemos establecer una interconexi�n entre la expresi�n simb�lica, el estado de cosas y
la comunidad de interpretaci�n. El contacto con la realidad se establece al insertarnos en
una comunidad de individuos, por lo que cualquier tipo de representaci�n objetiva del
mundo debe considerarse una mera ilusi�n. Afirmando esta tesis, Rorty combina una
interpretaci�n contextualista del giro pragm�tico con una visi�n antirrealista del
conocimiento. Respecto a la deriva contextualista, como podemos suponer, Habermas
manifiesta su absoluta disconformidad: el contextualismo as� entendido sugiere un
relativismo cultural como una forma de soluci�n contradictoria y falsa, afirma el autor
frankfurtiano. Pero, �qu� ocurre con la deriva antirrealista asumida por Rorty?
Despu�s del giro ling��stico, afirma Habermas, se confirma el protagonismo del
lenguaje ordinario: la descripci�n del mundo objetivo y la autopresentaci�n de las
vivencias subjetivas dependen de la interpretaci�n del lenguaje com�n. Por tal motivo, la
intersubjetividad ya no aparece como una noci�n que haga referencia a la confluencia
“observable” de representaciones o pensamientos sino al hecho de compartir un mundo
513Op. cit. V�ase tambi�n: Habermas, “Wahrheit und Rechtfertigung. Zu Richard Rortys pragmatischer Wende”, Wahrheit und Rechtfertigung (traducci�n al castellano: “Verdad y justificaci�n. El giro pragm�tico de Rorty”, Verdad y justificación, pp. 223-259). 514 V�ase: R. Rorty, The Linguistic Turn, University of Chicago Press, Chicago, 1977 (versi�n en castellano: R. Rorty, El giro lingüístico, Paid�s, Barcelona, 1990). Resulta especialmente interesante la lectura del �ltimo apartado que lleva por t�tulo “Veinte a�os despu�s” escrito por Rorty para la edici�n de 1990 en el que el autor manifiesta sentirse alarmado, desconcertado y divertido por la importancia que le concedi� en 1965 al giro ling��stico. Cfr. tambi�n con Wright, Truth and Objectivity, Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1992; v�ase tambi�n: Rorty/Habermas, Sobre la verdad: ¿validez universal o justificación?, Amorrortu, Buenos Aires, 2007.
319
de la vida como precomprensión lingüística presupuesta. Este protagonismo adquirido
por la intersubjetividad, frente a la confrontación directa con la realidad, hace surgir el
problema del contextualismo (hecho que, sin embargo, no debe confundirse con la duda
epistemológica del escepticismo, puntualiza este autor). Aunque la verdad no pueda
reducirse a la coherencia ni a la aseverabilidad justificada, sí que es cierto que debe
existir una relación interna entre verdad y justificación. Aclarar la relación existente entre
verdad y justificación no implica hacer referencia a un dualismo que pudiera suscitar la
pregunta escéptica de si el mundo es una mera ilusión. Para argumentar esta afirmación,
Habermas recurre al hecho de que el lenguaje no puede disociarse de la actuación: como
sujetos que interactuamos con el mundo estamos en contacto con elementos sobre los que
podemos enunciar algo. Por tal motivo, la relación existente entre verdad y justificación
(relación que expresa por qué podemos suponer una pretensión de verdad que trascienda
lo justificado) no puede plantearse como una cuestión epistemológica: no nos estamos
preguntando por la representación adecuada de la realidad sino por una práctica que no
puede alterarse. Para que el proceso de entendimiento entre los sujetos sea posible, dichos
sujetos tienen que suponer un mundo objetivo que se define como espacio público
compartido intersubjetivamente. Por tanto, es remitiendo a una concepción formal del
mundo objetivo como podemos superar las limitaciones que derivan de una teoría
consensual de la verdad.
Cuando una afirmación se desproblematiza y vuelve al marco de las acciones se
inserta en el mundo de la vida intersubjetivamente compartido desde el cual nos
referimos al mundo objetivo. Los sujetos tienen que ser realistas en el marco del mundo
de la vida en la medida en que tienen que interactuar de forma adecuada con el mundo. El
problema de las teorías epistémicas de la verdad (como ocurre con la teoría consensual de
la verdad habermasiana) radica en que buscan la verdad en el propio proceso
argumentativo. Una teoría consensual de la verdad (que no es falsa sino incompleta,
puntualiza Habermas) debe reformularse con el objetivo de explicar qué es lo que nos
autoriza a considerar como verdadero un enunciado que ha sido justificado. Dicho de otra
forma: la teoría consensual de la verdad debe completarse con la finalidad de describir las
exigencias ontológicas que la aprehensión de hechos impone a pesar del giro lingüístico.
Ahora bien, esta reformulación no implica que el proceso argumentativo deje de ser el
único mecanismo del que disponemos para cerciorarnos de la verdad, ya que no existe
ninguna forma directa de acceder a la verdad de las creencias. La relación establecida
entre verdad y justificación se puede concebir como epistemológicamente irrebasable,
320
pero no como indisoluble desde un punto de vista conceptual515. La duda sobre la verdad
de los enunciados s�lo se produce cuando surgen problemas y contradicciones en el
�mbito de la praxis cotidiana que nos hace tomar conciencia de que, lo que hasta ese
momento hab�amos considerado como evidencias, s�lo eran verdades pretendidas:
La estratificaci�n del mundo de la vida en acci�n y discurso ilumina la diferencia de papeles que el concepto de verdad juega en los dos �mbitos. Las creencias impl�citamente tenidas por verdaderas que rigen la acci�n controlada por el �xito y las pretensiones de verdad impl�citamente sostenidas en la acci�n comunicativa se corresponden a la suposici�n de un mundo objetivo de objetos que manipulamos y enjuiciamos. Los hechos los afirmamos de los objetos mismos. Este concepto no epist�mico de verdad que se hace valer en la acci�n de un modo solamente operativo –es decir, atem�ticamente- dota a las pretensiones de verdad ya tematizadas discursivamente con un punto de referencia que transciende la justificaci�n. El objetivo de las justificaciones es encontrar una verdad que se eleve m�s all� de toda justificaci�n. Esta referencia transcendente, aunque preserva la diferencia entre verdad y aceptabilidad racional, coloca a los participantes en el discurso en una situaci�n parad�jica. Por un lado, sin un acceso directo a las condiciones de verdad, s�lo pueden hacer efectivas las pretensiones de verdad controvertidas gracias a la fuerza de convicci�n de las buenas razones; por otra parte, incluso las buenas razones se hallan bajo las reserva falibilista, de modo que precisamente all� donde se convierten en tema la verdad y la falsedad de los enunciados no puede salvarse la distancia entre aceptabilidad racional y verdad516.
La efectividad de la verdad no se define en el plano de los discursos, pero s� es
en este �mbito donde se produce el convencimiento sobre los enunciados problem�ticos:
lo que resulta aceptable desde un punto de vista racional define lo que es convincente517.
Los sujetos que participan en un proceso discursivo, y que se han convencido de la
legitimidad que subyace a la pretensi�n de verdad problematizada, ya no tienen motivos
racionales para mantenerse en actitud reflexiva: el problema se desactiva y ya se puede
volver al trato no reflexivo o directo con el mundo518. El argumento es muy sencillo: en la
medida en que los sujetos tienen que interactuar con el mundo no tienen m�s remedio que
ser realistas en el contexto del mundo de la vida. La “objetividad” del mundo significa,
por tanto, que �ste es dado como un “mundo id�ntico para todos”, siendo necesario para
ello la pr�ctica ling��stica. El idealismo trascendental es sustituido as� por un realismo
interno519.
La funci�n representativa del lenguaje reproduce una imagen inadecuada del
pensamiento en la medida en que lo concibe como capaz de representar hechos u objetos
515 Habermas menciona el proyecto de L. Wingert quien pretende, a partir del an�lisis sobre el saber de E. Gettier, superar el hiato existente entre verdad y justificaci�n; L. Wingert, Mit realistischem Sinn. Ein Beitrag zur Erklärung empirischer Rechtfertigung, Universidad de Frankfurt, a.M., 1999. 516 Verdad y justificación, pp. 51-52. 517 Acción comunicativa y razón sin trascendencia, p. 45; v�ase tambi�n: La ética del discurso y la cuestión de la verdad, pp. 78-80. 518 Verdad y justificación, pp. 52 y 251.519V�ase: Habermas, “Werte und Normen. Ein Kommentar zu Hilary Putnams Kantischem Pragmatismus”, Deutsche Zeitschrift für Philosophie, 48, 2000, pp. 547-564.
321
de forma independiente de la experiencia y del contexto de justificaci�n discursiva.
Desde una perspectiva pragmatista, como hemos indicado, el conocimiento se entiende
como un tipo de conducta inteligente que permite resolver problemas, aprender y corregir
errores. El conocimiento se define como “funci�n” de un proceso complejo que se
estructura en una dimensi�n espacial (procesamiento de los fracasos), en una dimensi�n
social (se justifican las soluciones planteadas ante las cr�ticas de los dem�s participantes)
y en una dimensi�n temporal (se producen aprendizajes a partir de la correcci�n de los
errores cometidos). Concibiendo el conocimiento de esta forma, afirma Habermas,
podemos darnos cuenta de c�mo en este proceso se combina una fase pasiva (en la que se
tiene la experiencia del �xito o el fracaso pr�ctico) y una fase constructiva (consistente en
la justificaci�n e interpretaci�n):
Los juicios de experiencia se constituyen en los procesos de aprendizaje y surgen de la soluci�n a los problemas. Por ello no tiene ning�n sentido guiarse, en lo que respecta a la idea de validez de los juicios, por la diferencia entre ser y apariencia, entre lo “en s�” y lo dado “para nosotros”, como si el conocimiento de lo supuestamente inmediato tuviera que depurarse de todo estado subjetivo y de toda mediaci�n intersubjetiva. El conocimiento se debe m�s bien a la funci�n cognitiva de estos estados y mediaciones. Desde un punto de vista pragmatista la realidad no es nada a reproducir o representar; �nicamente se hace notar –realizativamente, como el conjunto de las resistencias procesadas y de las previsibles- en las limitaciones y restricciones a las que est�n sometidas nuestras soluciones a los problemas y nuestros procesos de aprendizaje520.
Partiendo de esta concepci�n pragmatista de conocimiento se puede defender
una perspectiva naturalista que admita que el aprendizaje trascendental de la especie es
resultado de procesos de aprendizaje naturales, adquiriendo de esta forma un contenido
cognitivo. Ahora bien, esta propuesta se inserta en el contexto de un naturalismo d�bil
que no tiene pretensiones reduccionistas521. Habermas propone un naturalismo d�bil que
media entre el naturalismo riguroso de Quine522 (calificado de esta forma por el autor
frankfurtiano) y el idealismo de Heidegger. Para evitar estos extremismos, Habermas
formula un dualismo de tipo metodol�gico entre la explicaci�n del mundo objetivo y la
520 Verdad y justificación, pp. 36-37. 521 Una concepci�n no epist�mica de corte realista, concebida en un formato no cl�sico tal y como impone el giro ling��stico, debe asociarse a un naturalismo d�bil, defiende Habermas, sin abandonar por ello la perspectiva pragm�tica y trascendental. V�ase: Verdad y justificación, p. 32 y La ética del discurso y la cuestión de la verdad, p. 67. El motivo principal de las diferencias expuestas por Apel en Auseinandersetzungen in Erprobung des transzendentalpragmatischen Ansatzes, Suhrkamp, Frankfurt, a.M., 1998, cap�tulos 11-13, radica en la defensa que Habermas hace de un naturalismo d�bil, afirma el autor frankfurtiano.522 Seg�n la interpretaci�n habermasiana, el naturalismo de Quine implica reducir el conocimiento al �mbito cient�fico-experimental. Este hecho tiene como consecuencia la supresi�n de los componentes trascendentales, as� como de la distinci�n establecida entre el an�lisis conceptual de las condiciones de constituci�n del mundo y la explicaci�n causal de los estados y sucesos. Esta postura naturalista rigurosa, afirma Habermas, no puede ser admitida en la medida en que condena el saber intuitivo a la alienaci�n.
322
reconstrucci�n del mundo de la vida; es decir, el mundo objetivo puede ser explicado en
t�rminos cientificistas, el mundo de la vida s�lo en t�rminos ordinarios. Defender este
dualismo evita tener que compatibilizar de forma parad�jica la perspectiva interna de las
pr�cticas del mundo de la vida, que se definen de forma trascendental, con la perspectiva
externa de su g�nesis, que debe ser explicada causalmente. Como el propio Habermas
reconoce, su propuesta queda perfectamente caracterizada con la afirmaci�n de P. Dews:
“Habermas es un antiidealista y un anticientificista con tendencias al naturalismo”523.
Un naturalismo fuerte, afirma Habermas, sustituye el an�lisis conceptual de las
pr�cticas del mundo de la vida por una explicaci�n cientificista del cerebro humano
(basada en la neurolog�a o en la biogen�tica, por ejemplo). El naturalismo d�bil, por el
contrario, se conforma con admitir el supuesto de fondo fundamental: tanto la dotaci�n
org�nica como la forma cultural de vida tienen un origen natural que puede abordarse
mediante la explicaci�n ofrecida por la teor�a de la evoluci�n. La perspectiva interna o
simb�lica del mundo de la vida y la perspectiva externa del mundo objetivo conectan a
nivel metate�rico bajo el presupuesto de la continuidad existente entre naturaleza y
cultura, aunque contin�an siendo perspectivas te�ricas diferenciadas. La capacidad de
conocimiento ya no puede analizarse de manera independiente (como ha hecho el
mentalismo) en la medida en que �sta tiene que asociarse a la capacidad ling��stica y de
acci�n. Toda experiencia est� impregnada de lenguaje, por lo que se puede asignar a las
condiciones intersubjetivas del uso ling��stico el protagonismo trascendental que Kant
hab�a atribuido a las condiciones subjetivas: las conciencias subjetivas se sustituyen por
la intersubjetividad destrascendentalizada del mundo de la vida. De esta forma, la
prioridad epist�mica del mundo de la vida s�lo puede compatibilizarse con la prioridad
ontol�gica de la realidad mediante la presuposici�n realista de un mundo objetivo
accesible intersubjetivamente:
Los distintos conceptos fundamentales del realismo y el nominalismo reflejan la distinci�n met�dica entre, por un lado, el acceso hermen�utico del participante a un mundo de la vida intersubjetivamente compartido y, por otro, la actitud objetivante que adopta el observador cuando a medida que interact�a con lo que le sale al encuentro en el mundo va sometiendo hip�tesis a prueba. El realismo gramatical –el realismo conceptual- est� hecho a medida de un mundo de la vida en cuyas pr�cticas participamos y de cuyo horizonte no podemos salir. Por el contrario, la concepci�n nominalista del mundo objetivo tiene en cuenta que la estructura del enunciado con el que describimos algo en el mundo no puede reificarse hasta convertirse en la estructura del mismo ser. Al mismo tiempo, la conceptualizaci�n del mundo como la “totalidad de cosas, no de hechos” explica el modo en que el lenguaje entra en contacto con el mundo. El concepto de “referencia” debe explicar la forma en la que hay que armonizar la prioridad ontol�gica de un mundo objetivo concebido nominalistamente con la prioridad
523 Verdad y justificaci�n, p. 39, nota 41.
323
epistémica del mundo de la vida articulado lingüísticamente. Para poder entender el factum transcendental del aprendizaje en un sentido realista, la prioridad epistémica no debe absorber la prioridad ontológica524.
El realismo conceptual y el nominalismo reflejan las diferencias existentes entre
el acceso hermenéutico a un mundo de la vida intersubjetivamente compartido
(representado por el realismo conceptual) y la actitud objetivante o cientificista de quien
se enfrenta al mundo probando hipótesis (actitud representada por el nominalismo).
Desde un punto de vista ontológico, sigue afirmando Habermas, la postura nominalista es
más adecuada que el realismo conceptual. Pero si tenemos en cuenta el ámbito de las
conductas guiadas por reglas se pone de manifiesto la confianza que los sujetos depositan
en las generalidades que se suponen existentes y que son propias de un mundo de la vida.
Cuando se describen sistemas de reglas, que desde un punto de vista epistémico son
importantes, se están clarificando conceptualmente una serie de prácticas que se dominan
de manera intuitiva. Esta clarificación conceptual se lleva a cabo en actitud participante,
nunca en una actitud cientificista. Estas reglas trascendentales establecen, antes de la
constitución del ámbito científico, de qué forma se definen las experiencias en el
enfrentamiento con las cosas del mundo. Por este motivo, afirma el autor frankfurtiano,
resulta paradójico el intento de explicar en términos empíricos el origen de estas reglas
intersubjetivas que establecen las condiciones de posibilidad de la experiencia. Esta es la
razón de que la participación en esa praxis definida por las conductas guiadas por reglas
nos aboque a la perspectiva defendida por el realismo conceptual. Esta concepción
realista sólo puede ser sospechosa de platonismo cuando pretende superar los límites de
un mundo de la vida lingüísticamente estructurado haciendo referencia a un mundo
objetivo. Con esta extralimitación, el realismo conceptual se vuelve una concepción
especular del conocimiento que obvia los elementos constructivos. Para evitar esta
interpretación, debemos admitir que el lenguaje posibilita la referencia a objetos que son
independientes del propio lenguaje, al tiempo que el mundo objetivo se define como una
anticipación conceptual y formal cuya finalidad es proporcionar un sistema de referencia
común e independiente a los sujetos.
Tal y como reconoce Habermas en la Introducción de Verdad y justificación,
aunque su pragmática del lenguaje se sostiene gracias a los conceptos de verdad y
objetividad, o racionalidad y validez, no se ha ocupado de analizar dicha teoría desde el
524 Verdad y justificación, p. 43.
324
punto de vista de la filosof�a teor�tica525. El motivo de tal despreocupaci�n se debe, seg�n
reconoce el propio autor, a que la importancia que el giro ling��stico adquiri� para �l no
ten�a relaci�n alguna con estos problemas. Esta limitaci�n te�rica intenta corregirla en la
obra mencionada tratando, por una parte, la cuesti�n ontol�gica del naturalismo y, por
otra, la cuesti�n epistemol�gica del realismo. La primera se refiere a la forma en que se
puede compatibilizar el car�cter normativo del mundo de la vida con la contingencia
natural e hist�rica de las formas de vida; la segunda intenta analizar c�mo podemos
compatibilizar la tesis de que todo acceso a la realidad est� mediado ling��sticamente con
el supuesto de que existe un mundo independiente de nuestras descripciones. El objetivo
que persigue el autor frankfurtiano, en resumen, es analizar las cuestiones referidas a un
realismo epistemol�gico de tipo pragmatista que se define bajo la influencia del
kantianismo ling��stico526. Tal y como hemos comentado, el pragmatismo kantiano lo
concibe Habermas como una respuesta a las dudas epist�micas que surgen con el paso de
la filosof�a de la conciencia a la filosof�a del lenguaje527; por tal motivo, hay que
interpretar en t�rminos intersubjetivos a Kant tomando como referente el fundamento
te�rico proporcionado por el giro ling��stico y la pragm�tica formal:
El pragmatismo kantiano, igual que la filosof�a trascendental, sigue en busca de condiciones supuestamente universales: condiciones necesarias para las pr�cticas b�sicas y las facultades de un sujeto capaz de hablar y actuar, as� como para las estructuras profundas de unos mundos de la vida intersubjetivamente compartidos en los que aquellos sujetos se socializan. A diferencia de la filosof�a trascendental, este enfoque plantea �nicamente pretensiones trascendentales d�biles para el an�lisis de las ineludibles presuposiciones de facto del lenguaje, el conocimiento y la acci�n. Las condiciones trascendentales funcionan ahora como un a priori para nosotros, en el marco de nuestros compromisos de partida con una forma cultural de vida; pero ya no se pretende que pertenezcan a un reino inteligible, ajeno a cualquier origen en el espacio o en el tiempo. En este sentido Kant se vuelve compatible con Darwin528.
El problema planteado por el naturalismo se esboza desde una nueva perspectiva
en la medida en que se concibe la posibilidad de conciliar a Kant con Darwin529. La
condici�n para llevar a cabo un proyecto de tal envergadura es hacer compatible con el
525 En consecuencia, no se ha preocupado por analizar el conocimiento de hechos u objetos o la estructura de las aserciones, por ejemplo.526 Verdad y justificación, p. 16.527 En este sentido, afirma Habermas, el pragmatismo da cuenta de dos circunstancias: 1) de la resistencia de la realidad y 2) de que no podemos acceder a la realidad sin interpretar; v�ase: La ética del discurso y la cuestión de la verdad, pp. 74-75. V�ase tambi�n: S. Cabanchik, F. Penelas y V. Tozzi (compiladores), El giro pragmático en la filosofía, Gedisa, Barcelona, 2003. 528 La ética del discurso y la cuestión de la verdad, pp. 75-76; v�ase tambi�n: M. Sacks, “Transcendental Constraints and Transcendental Features”, International Journal of Philosophical Studies, 5, 1997, pp. 164-186. 529 Ya el pragmatismo cl�sico, afirma Habermas, quiso conciliar a Kant con Darwin. Uno de los errores cometidos por Nietzsche, sigue afirmando, fue no haber sido capaz de captar esta conciliaci�n.
325
naturalismo lo que la posici�n trascendental tiene de espec�fico. De esta s�ntesis surge
una versi�n d�bil del naturalismo que carece de exigencias cientificistas y que admite el
dualismo metodol�gico, haciendo compatible la actitud objetivista que explica el mundo
objetivo con la actitud realizativa que permite el acceso hermen�utico al mundo de la
vida. De esta forma, defiende Habermas, la versi�n d�bil del naturalismo permite superar
la pol�mica mente-cuerpo530. Apoy�ndose en los planteamientos de autores como Frege,
Wittgenstein, Dilthey, Gadamer, Peirce, Mead o Feuerbach, Habermas defiende que la
perspectiva pragm�tica es una alternativa razonable para aprehender de forma m�s
correcta el mundo y eliminar las viejas premisas que insisten en la preeminencia de la
problem�tica mente-cuerpo. El dualismo establecido entre mente-cuerpo, y que defiende
el acceso privilegiado de un sujeto a sus vivencias, es constitutivo para la teor�a cl�sica
del conocimiento primando el punto de vista de una primera persona. La prioridad
epistemol�gica de esta primera persona se basa en tres supuestos: el acceso privilegiado a
los estados mentales, la identificaci�n del conocimiento con la representaci�n de objetos
y la creencia de que la verdad garantiza las certezas. Sin embargo, abordando el an�lisis
de estos tres supuestos desde una perspectiva ling��stica, podemos poner de manifiesto su
naturaleza mitol�gica en la medida en que: 1) el conocimiento de objetos no agota el
saber, 2) las experiencias tambi�n se someten a los criterios de correcci�n p�blica y 3) la
verdad se justifica mediante razones531. Esta perspectiva la respalda, obviamente, el giro
ling��stico. Por tanto, es el giro ling��stico el fundamento en el que se basa Habermas
para afirmar que la discusi�n mente-cuerpo es un problema obsoleto532.
Al sustituir el significado por los significantes, el giro ling��stico se descubre
como el m�todo adecuado para evitar los planteamientos ontol�gicos y epistemol�gicos
530 A la cr�tica formulada por D. Henrich, en el sentido de que obviar el debate mente-cuerpo supone relativizar la problem�tica del naturalismo, Habermas responde que no es convincente. Las posturas que abandonan el planteamiento cartesiano y hacen hincapi� en las categor�as de lenguaje, cuerpo o acci�n (categor�as utilizadas por Freud, Piaget o Saussure debilitando el dualismo de la filosof�a de la conciencia) pueden basarse en buenas razones, defiende el autor frankfurtiano.531 Verdad y justificación, pp. 228-229. Habermas defiende que el problema que surge a la hora de definir el predicado “verdadero” y de explicar de manera adecuada las proposiciones se debe a una concepci�n mentalista de la raz�n. En este sentido, destaca dos posibles estrategias: o bien se hace frente al problema mentalista eliminando, de paso, el concepto de raz�n (estrategia utilizada por Davidson) o bien se desliga la noci�n de raz�n del contexto mentalista y se inserta en el marco comunicativo (estrategia elegida por M. Dummett y R. Brandom); v�ase: Acción comunicativa y razón sin trascendencia, pp. 66-99.532 En la discusi�n sobre la naturaleza de los fen�menos mentales se defiende, por ejemplo, que la perspectiva funcionalista es capaz de superar los obst�culos te�ricos a los que tiene que enfrentarse el dualismo, el conductismo o la identidad cerebro-mente. Las tesis funcionalistas admiten un nivel explicativo que media entre las explicaciones de tipo neuronal y las de sentido com�n; v�ase por ejemplo: W. Bechtel, Philosophy of Mind. An Overview for Cognitive Science, Erlbaum, New York, 1988; N. Block (comp.), Readings in Philosophy of Psychology, Harvard University Press, Cambridge Mass, 1980 o W. Lycan (comp.), Mind and Cognition, Blackwell, Oxford, 1990.
326
sobre lo real, para eludir las complejidades de lo mental y para evitar el problema del
relativismo. Motivado por las rentabilidades teóricas que el giro lingüístico puede
proporcionarle, Habermas asume dicha estrategia sin tener en cuenta las deficiencias o los
problemas que dicha perspectiva suscita. El giro lingüístico no debe ser criticado sólo
porque, incidiendo en las expresiones como elementos públicos, reduzca el lenguaje a
significantes sino, además, porque reduce la mente a conciencia. Si ya resulta difícil
admitir que los sujetos representan de forma adecuada su conciencia utilizando palabras,
la dificultad aumenta al suponer que la mente se puede reducir a elementos conscientes
obviando, de esta forma, los no conscientes. A pesar de estas evidentes deficiencias,
Habermas recurre a las tesis del giro lingüístico porque éste le ofrece dos ventajas
teóricas explícitamente relacionadas: 1) puede proponer una teoría del significado sin
tener que elaborar una teoría del sujeto y 2) al no tener que recurrir a la mente, puede
sustentar el prejuicio de que el ámbito de los significados no es susceptible de
conocimiento científico o psicológico. A su vez, estas dos ventajas actúan como premisas
que le permiten mantener dos posiciones erróneas: 1) creer que la psicología se reduce a
conductismo y 2) creer que la psicología no puede tener en cuenta los aspectos internos
(es decir, el ámbito de los significados).
Aunque la psicología cognitivista ya refuta estas premisas, Habermas tiene que
permanecer en el error. El motivo de esta insistencia es muy simple: si reconociera el
carácter erróneo de su planteamiento tendría que abandonar su proyecto reconstructivo y,
como sabemos, el autor frankfurtiano prefiere reivindicar una reconstrucción de
competencias basada en el conocimiento intuitivo antes que una investigación empírica (y
ello a pesar de que en su tarea reconstructiva incluye a Piaget, uno de los pioneros de
dicha investigación). Habermas insiste en marcar un hiato insalvable entre la actitud
cientificista y la actitud realizativa, lo que le obliga a no rebasar los límites impuestos por
la psicología popular. Esta actitud radicalmente anticientificista le aboca a defender un
naturalismo débil que carece de exigencias reduccionistas. A diferencia de un naturalismo
fuerte (que atiende a la posibilidad de una explicación científica recurriendo, por ejemplo,
a la neurociencia), el naturalismo débil permite reconocer nuestro origen natural sin
renunciar al dualismo metodológico. De esta forma, el naturalismo débil se ofrece como
el fundamento adecuado para un proyecto que pretende conciliar a Darwin con Kant; es
decir, que pretende reconocer la existencia de la empiria sin renunciar a las ventajas que
ofrece una descripción de tipo trascendental.
327
Este naturalismo débil sirve de apoyo, además, a una verdad no epistémica de
corte realista perfectamente adaptada a las exigencias del giro lingüístico. Ante la opción
de definir la verdad en términos realistas o, por el contrario, seguir defendiendo una
definición epistémica que asume los riesgos del contextualismo y el relativismo,
Habermas opta por quedarse con lo mejor de cada una de estas opciones. De esta forma,
defiende la presuposición pragmática de un mundo objetivo (con lo cual satisface las
exigencias realistas) sin renunciar al procedimiento argumentativo desarrollado en el seno
de los discursos teóricos. A pesar del carácter conciliador de esta propuesta, creo que
existen razones para plantearnos si definir la noción de verdad como una presuposición
pragmática, en los términos propuestos por Habermas, resulta suficiente. Este autor
somete la teoría consensual de la verdad a una interpretación realista que sigue
insistiendo en el nexo interno existente entre verdad y justificación; es decir, sigue
defendiendo que no podemos prescindir del procedimiento argumentativo desarrollado en
el contexto de los discursos teóricos. Ante esta afirmación podríamos plantear las mismas
dudas formuladas a la teoría consensual: ¿un procedimiento justificatorio es capaz de
aprehender el contenido de la verdad?; ¿entender la verdad como justificación permite
definir la verdad trascendiendo los presupuestos de dicha definición? Si esto es así, ¿qué
diferencia existe entre la teoría consensual de la verdad y la perspectiva que defiende una
definición no epistémica de dicho concepto? Para evitar estas dudas Habermas recurre a
la noción formal del mundo objetivo.
Esta concepción formal de un mundo intersubjetivamente compartido se define
como una presuposición realista que deben asumir los sujetos que comparten un mundo
de la vida y que les permite definir un sistema de referencia común e independiente.
Ahora bien, dicho sistema de referencia nunca puede trascender el uso lingüístico. Esta
versión no epistémica de la verdad puede suscitar, no obstante, una serie de dudas: si
hacemos referencia a una noción formal de mundo, y lo formal se define como lo opuesto
a lo sustantivo, ¿qué puede aportar una noción formal del mundo a una concepción
realista de la verdad? Si a pesar del presupuesto realista que remite a un sistema de
referencia común e independiente tenemos que dirimir el fundamento de la verdad en
términos argumentativos, ¿qué o quién justifica el fundamento del acuerdo?, ¿qué función
cumple en esta definición, por ejemplo, la capacidad de predicción de la ciencia? Las
dificultades a las que se enfrenta Habermas a la hora de definir la verdad, dificultades que
se remontan a las tesis expuestas en Conocimiento e interés, son las propias de una
perspectiva teórica que, incidiendo en el giro lingüístico, denosta la actitud cientificista.
328
Por tal motivo, el autor frankfurtiano no muestra el suficiente inter�s por indagar en las
peculiaridades del conocimiento cient�fico obviando, en consecuencia, sus
potencialidades para describir el mundo objetivo. Esto no significa, evidentemente,
defender una visi�n ingenua sobre la objetividad del mundo f�sicamente estructurado
defendiendo un acceso desprovisto de mediaci�n ling��stica. Implica, sencillamente,
reconocer las ventajas que el m�todo cient�fico ofrece a la hora de explicar el mundo
objetivo (y, por tanto, la noci�n de verdad) frente a un �mbito social sometido a los
imperativos del dualismo metodol�gico.
Resulta curioso, no obstante, que a pesar del manifiesto anticientificismo del que
hace gala Habermas, recurra al an�lisis de la verdad para defender el fundamento
cognitivista del �mbito pr�ctico. Es cierto que analiza dicho concepto con el objetivo de
relativizar su relevancia te�rica al ser interpretado como una esfera m�s de validez que,
defini�ndose en igualdad de condiciones que la rectitud y la veracidad, es susceptible de
cr�tica discursiva. Pero no es menos cierto que recurre a dicho an�lisis con el objetivo de
que el prestigio te�rico de la noci�n de verdad se extienda al �mbito pr�ctico. Este
prestigio te�rico deriva del hecho de que intuitivamente suponemos un fundamento m�s
fiable a la noci�n de verdad que a la de rectitud o veracidad (prueba de ello son las
numerosas cr�ticas formuladas a la noci�n habermasiana de verdad). El autor
frankfurtiano pretende adaptar la definici�n de la verdad a los presupuestos de su
pragm�tica formal y justificar, de esta manera, el fundamento cognitivista del �mbito
pr�ctico. La importancia que Habermas atribuye a este fundamento justifica el que
hayamos tenido que esperar hasta finales de la d�cada de los noventa para que
reformulara la teor�a consensual de la verdad.
6.3.2. Un fundamento cognitivista para el ámbito práctico
El objetivo de Habermas, como hemos ido viendo a lo largo de este trabajo, es
demostrar que las cuestiones pr�cticas (es decir, morales, �ticas y pol�ticas) tambi�n se
pueden dilucidar racionalmente siendo susceptibles, por tanto, de una fundamentaci�n
cognitivista533. Este objetivo te�rico sirve de motivaci�n a Habermas desde sus primeras
533 Para el estatus cognitivo del �mbito pr�ctico, v�ase: “�tica del discurso. Notas sobre un programa de fundamentaci�n” y “Conciencia moral y acci�n comunicativa” (ambos trabajos se encuentran en Conciencia moral y acción comunicativa, pp. 59-134 y 137-219); Aclaraciones a la ética del discurso;Facticidad y validez; La inclusión del otro y “Correcci�n normativa versus verdad. El sentido de la validez deontol�gica de los juicios y normas morales”, Verdad y justificación, pp. 261-303; v�ase tambi�n: Rehg, Insight and Solidarity. The Discourse Ethics of Jürgen Habermas, University of California Press, Berkeley-
329
formulaciones adquiriendo un fundamento m�s s�lido a partir de la noci�n pragm�tica de
“doble estructura del habla”. Esta doble estructura pone de manifiesto la naturaleza
proposicional e ilocucionaria del acto de habla despojando a las aserciones de su lugar de
privilegio y reivindicando a la verdad como una pretensi�n de validez que se define en
igualdad de condiciones que la rectitud534. Por tal motivo, la noci�n de rectitud (y, por
tanto, el �mbito pr�ctico) puede ser tratada te�ricamente en los mismos t�rminos que la
noci�n de verdad, siendo objeto de una fundamentaci�n cognitivista no realista.
Como ya hemos se�alado, a los actos de habla les subyace una pretensi�n de
rectitud que nos permite establecer consensuadamente su correcci�n o adecuaci�n. Pero,
al igual que ocurre con la pretensi�n de verdad, la pretensi�n de rectitud puede ser puesta
en entredicho. En estas circunstancias tenemos que intentar restaurar el consenso
interrumpido recurriendo a la fuerza de los mejores argumentos535. Cuando se trata de
debatir la pretensi�n de rectitud, dicho procedimiento argumentativo se desarrolla en el
marco de un discurso pr�ctico536. El objetivo de esta opci�n discursiva, al igual que
ocurre con el discurso te�rico, es establecer un acuerdo racional. Ahora bien, a pesar de
esta similitud no debemos cometer el error, puntualiza Habermas, de identificar la l�gica
del discurso te�rico con la del discurso pr�ctico, ya que las condiciones precisas para
determinar el consenso racionalmente motivado son distintas en ambos casos537. En el
Londres, 1994. Insistir en que las cuestiones pr�cticas pueden fundamentarse en t�rminos an�logos a la verdad conecta con motivos pragm�ticos y �ticos, afirma Habermas. La decisi�n de codificar la correcci�n en estos t�rminos constituye la base de la diferencia establecida entre acciones moralmente debidas y acciones supererogatorias. Las acciones supererogatorias se definen, en la misma esfera que las acciones obligatorias, como “buenas”, pero al no ser exigibles en t�rminos generales no sirven para ejemplificar lo correcto. 534 De hecho, Habermas no se ocupa de analizar la noci�n de rectitud como consecuencia del an�lisis de la verdad. Es justamente al rev�s: el objetivo principal de Habermas es demostrar el fundamento cognitivo del �mbito pr�ctico y, como consecuencia, se enfrenta a la necesidad de indagar en la noci�n de verdad. 535 V�ase: La ética del discurso y la cuestión de la verdad, p. 29. La necesidad de recurrir a los discursos para dirimir la validez de las normas tematizadas se ve respaldada por la etapa postconvencional de la conciencia moral que presupone la capacidad para tomar parte en discursos pr�cticos. 536 V�ase: Escritos sobre moralidad y eticidad, p. 72 o Aclaraciones a la ética del discurso, p. 38. Para que se inicie un discurso pr�ctico es requisito necesario que exista un conflicto de acci�n que se identifique de manera com�n. Para que esto sea posible tienen que darse una serie de condiciones antes del surgimiento de dicho conflicto: que se manejen significados id�nticos, que se establezcan relaciones interpersonales por medio de actos ling��sticos y que se diferencie entre acciones y normas. Para algunas de las cr�ticas formuladas a la noci�n de discurso pr�ctico, porque ponen en duda la posibilidad de su generalizaci�n o su valor procedimental, v�ase: Lukes, “Of Gods and Demons”, Thompson y Held, op. cit.; Peters, Rationalität, Recht und Gesellschaft, Suhrkamp, Frankfurt, a.M., 1991; Alexy, “Ep�logo” de la reedici�n de Theorie der juristischen Argumentation, Suhrkamp, Frankfurt, a.M., 1991 y Habermas, Aclaraciones a la ética del discurso, pp. 169-173. 537 Tal y como propone Habermas en La necesidad de revisión de la izquierda, p. 202, el an�lisis de la l�gica que subyace a los discursos de aplicaci�n de normas se puede llevar a cabo en la actitud realizativa de un te�rico del derecho o un fil�sofo. La teor�a y los ejemplos propuestos por Dworkin, as� como la versi�n del planteamiento de este autor definida en t�rminos de teor�a del discurso por G�nther, respaldan esta afirmaci�n; v�ase: La ética del discurso y la cuestión de la verdad, p. 41. En “Teor�as de la verdad”,
330
�mbito del discurso te�rico la pretensi�n de validez se refiere a hechos o a objetos de
experiencia (es decir, a un elemento externo al propio discurso); en el discurso pr�ctico es
la propia pretensi�n de validez de una norma la que es puesta en tela de juicio. Los
discursos pr�cticos pueden desempe�ar una funci�n cr�tica en la medida en que permiten
demostrar que determinadas normas vigentes no pueden fundamentarse discursivamente
y que normas cuya pretensi�n s� puede respaldarse discursivamente no est�n vigentes.
Los discursos te�ricos, por el contrario, pueden poner en entredicho ciertas afirmaciones
hechas sobre la naturaleza, pero no pueden negar la naturaleza. Por otro lado, los datos
relevantes que hay que tener en cuenta en el contexto de los discursos pr�cticos para
dirimir la adecuaci�n o no de una norma se refieren a las consecuencias que la aplicaci�n
de dicha norma puede tener sobre los intereses y necesidades generales. En este contexto,
los �mbitos de justificaci�n y aplicaci�n est�n �ntimamente relacionados.
En el apartado anterior analizamos algunos de los problemas a los que ha tenido
que enfrentarse Habermas por pretender definir la noci�n de verdad en t�rminos
consensuales: la teor�a consensual de la verdad violenta el principio intuitivo de realismo
hasta el punto de que dicho autor se ve obligado a reformular esta propuesta con el
objetivo de matizar la radicalizaci�n epistemol�gica de la noci�n de verdad. Cuando
analizamos la pretensi�n de rectitud, y por tanto la l�gica que subyace al discurso
pr�ctico, nos enfrentamos, sin embargo, al problema contrario: es f�cil aceptar que el
fundamento de la pretensi�n de rectitud tenga una naturaleza consensual pero resulta m�s
dif�cil demostrar hasta qu� punto las cuestiones pr�cticas son susceptibles de verdad (no
entendiendo en esta caso la verdad como adecuaci�n a la realidad sino como criterio
intersubjetivo de aceptaci�n). Si la aceptabilidad racional s�lo se�ala la verdad
proposicional debido a la connotaci�n ontol�gica de esta pretensi�n, las cuestiones
pr�ctico-morales agotan su fundamento en dicho procedimiento racional de aceptabilidad
op. cit., p. 127, Habermas se�ala c�mo la l�gica del discurso pr�ctico es especialmente importante (aunque no el requisito �nico) para determinar la fundamentaci�n de la �tica, de una �tica que se define en t�rminos discursivos; v�ase: Verdad y justificación, p. 300. Para una exposici�n sobre la noci�n de discurso pr�ctico tal y como la define Habermas, insistiendo en las reminiscencias que dicha noci�n asume de la dicotom�a definida por Kant entre fen�meno y n�umeno y las implicaciones que este hecho tiene para la configuraci�n de la esfera p�blica, v�ase: T. McCarthy, “El discurso pr�ctico: sobre la relaci�n de la moralidad con la pol�tica”, Ideales e ilusiones. Reconstrucción y deconstrucción en la teoría crítica contemporánea, pp. 193-212. V�ase tambi�n: J. Muguerza, “De la conciencia al discurso: �Un viaje de ida y vuelta?, Gimbernat (ed.), La filosofía moral y política de Jürgen Habermas, pp. 63-110 y L. Wingert, “Idea de una fundamentaci�n comunicativa de la moral desde el punto de vista pragm�tico”, ib�dem, pp. 111-141.
331
en el que los sujetos implicados recurren a la fuerza de los mejores argumentos538. Una
diferencia existente, por tanto, entre la pretensi�n de verdad y la correcci�n normativa es
que el criterio de correcci�n no trasciende la justificaci�n; es decir, la correcci�n de una
norma supone la aceptaci�n racional bajo las condiciones ideales definidas en el proceso
argumentativo. Por ello, la correcci�n normativa es un concepto epist�mico539. Pero,
�c�mo adquiere el �mbito pr�ctico un fundamento intersubjetivo si no contamos con
ninguna referencia que trascienda la justificaci�n? Mediante un principio de
universalizaci�n que convierte en objeto de consenso a los intereses generalizables540. La
posibilidad de establecer necesidades comunes y susceptibles de consenso es la que le
confiere el car�cter racional al discurso pr�ctico en la medida en que de este modo se
538 La �tica del discurso y la cuesti�n de la verdad, pp. 86-87. Habermas se enfrenta as�, tanto a la posici�n defendida por el derecho natural cl�sico (que identifica la verdad de los enunciados normativos con la verdad de los enunciados descriptivos), como al nominalismo y al empirismo que, sencillamente, niegan la verdad de los enunciados normativos; v�ase: “Teor�as de la verdad”, op. cit., p. 127. Tugendhat critica a Habermas por basarse en un modelo fuerte de la fundamentaci�n de normas que �ste revisa en la segunda edici�n de Conciencia moral y acci�n comunicativa. En la primera edici�n de Conciencia moral y acci�n comunicativa el autor frankfurtiano comete el error de defender una justificaci�n fuerte de las normas al incluir en la premisa la conclusi�n a la que pretende llegar: que las normas, para poder ser justificadas, ten�an que contar con la aceptaci�n de todas las personas afectadas; v�ase: Aclaraciones a la �tica del discurso, nota 7, pp. 16-17 o La inclusi�n del otro. Estudios de teor�a pol�tica, nota 65, p. 76. A su vez, Habermas critica el planteamiento de Tugendhat por entender los procesos argumentativos como procesos dependientes de la voluntad (lo que no le permite distinguir entre validez y vigencia social de las normas). En este sentido, Tugendhat no cuenta con recursos te�ricos suficientes, afirma Habermas, para evitar la falacia gen�tica de la que Durkheim nos previno; v�ase: Conciencia moral y acci�n comunicativa, pp. 94-97.539Verdad y justificaci�n, p. 285. Procedimiento epist�mico que, obviamente, no es infalible: podemos errar respecto a las presuposiciones de la argumentaci�n o a la hora de preveer las circunstancias relevantes. Estos errores pueden producirse en la medida en que el acuerdo moral se alcanza en el doble nivel de fundamentaci�n y aplicaci�n. 540 V�ase: “Dos observaciones en torno al discurso pr�ctico”, La reconstrucci�n del materialismo hist�rico,pp. 305-313. La �tica discursiva se centra en el �mbito moral –en el �mbito de lo justo- porque es �sta la esfera que permite resolver las discusiones mediante la referencia a intereses generalizables. La moral se plantea la forma en que las relaciones interpersonales se pueden regular leg�timamente. En cada contexto se define un acuerdo sobre lo justo, afirma Habermas, que permite medir dicha legitimidad. Seg�n se va asimilando la complejidad social, la noci�n de imparcialidad (que ya no afecta s�lo a las cuestiones de aplicaci�n sino tambi�n a las de fundamentaci�n) explicita una noci�n de justicia cada vez m�s abstracta; v�ase: Verdad y justificaci�n, p. 292. La discusi�n con Rawls sobre la posibilidad de estructurar o no una correcta teor�a de la justicia tomando como fundamento los mecanismos procedimentales propuestos por Habermas se expone en: Habermas/Rawls, Debate sobre el liberalismo pol�tico, pp. 64-71; v�ase tambi�n: T. McCarthy, “Constructivismo y reconstructivismo kantianos: Rawls y Habermas en di�logo”, J. A. Gimbernat (ed.), La filosof�a moral y pol�tica de J�rgen Habermas, Biblioteca nueva, Madrid, 1997, pp. 35-62. La diferenciaci�n establecida por Habermas entre criterios relativos a la vida buena y criterios relativos a la justicia ha sido objeto de cr�tica argument�ndose que dicha distinci�n puede derivar de una concepci�n te�rica cuyas caracter�sticas se asocian al universalismo abstracto y al formalismo; v�ase: C. Taylor, “Sprache und Gesellschaft”, A. Honneth y H. Joas (eds.), Kommunikatives Handeln. Beitr�ge zu J�rgen Habermas’ “Theorie des kommunikativen Handelns”, pp. 35-72. Para un an�lisis de c�mo la fe religiosa desplaza a los intereses generalizables en la propuesta te�rica habermasiana, v�ase: V. Hern�ndez Pedrero, “�tica, religi�n y m�stica. <Menos teme a la muerte>”, Laguna. Revista de Filosof�a, 24, marzo 2009, pp. 83-95. V�ase tambi�n: P. Flores D’Arcais, “Once tesis contra Habermas”, Claves de raz�n pr�ctica, 179, 2008, pp. 56-60 y V. Hern�ndez Pedrero, “Sobre los l�mites est�tico-expresivos de la �tica del discurso”, Hern�ndez Pedrero, et al., Commutaciones. Est�tica y �tica en la modernidad, Laertes, Barcelona, 1992.
332
trasciende el plano de la mera subjetividad541. El tr�nsito del �mbito subjetivo al p�blico
viene garantizado por las exigencias intersubjetivas asumidas por los sujetos socializados
y competentes. Esta exigencia intersubjetiva tiene su reflejo en un procedimiento
argumentativo capaz de sustituir, en el seno de la �tica del discurso, el imperativo
categ�rico kantiano:
...la interpretaci�n intersubjetivista del imperativo categ�rico s�lo pretende ser una explicaci�n de su significado b�sico, no una interpretaci�n que reconduzca este significado en otra direcci�n. La transici�n de una reflexi�n monol�gica al di�logo pone de manifiesto un rasgo del procedimiento de universalizaci�n que permaneci� impl�cito hasta el surgimiento de una nueva forma de conciencia hist�rica, a caballo entre el siglo XVIII y el XIX. Tan pronto como percibimos la historia y la cultura como fuentes de una abrumadora variedad de formas simb�licas, y de la singularidad de las identidades individuales y colectivas, tambi�n nos damos cuenta del reto que supone, en consecuencia, el pluralismo epist�mico. (...) Esta multiplicidad de perspectivas interpretativas es la raz�n por la cual el significado del principio de universalizaci�n no queda suficientemente agotado por ninguna reflexi�n monol�gica a partir de la cual las m�ximas ser�an aceptables, desde mi punto de vista, como ley general. S�lo como participantes en un di�logo inclusivo y orientado hacia el consenso se requiere de nosotros que ejerzamos la virtud cognitiva de la empat�a hacia las diferencias con los otros en la percepci�n de una situaci�n com�n. Se supone que debemos interesarnos por c�mo proceder�a cada uno de los dem�s participantes, desde su propia perspectiva, para la universalizaci�n de todos los intereses implicados. El discurso pr�ctico puede interpretarse as� como un modelo para la aplicaci�n recurrente del imperativo categ�rico542.
La �tica discursiva se fundamenta en el denominado “principio D”, principio
seg�n el cual s�lo pueden reivindicar l�citamente validez aquellas normas que pueden ser
objeto de la aquiescencia de todos los afectados en tanto que participantes en un discurso
pr�ctico. A su vez, este imperativo se reduce a un “principio U”, principio de
universalidad que act�a como una regla de tipo argumentativo: “las normas v�lidas, los
resultados y los efectos secundarios que se deriven de su seguimiento universal para la
541 Tal y como expone Habermas en las pp. 34-35 y 39-41 de Teoría de la acción comunicativa I, tambi�n en el caso de las emisiones evaluativas (el deseo de viajar o el rechazo a la guerra, por ejemplo) se pueden esgrimir buenas razones en la medida en que se justifiquen recurriendo a juicios de valor. Los est�ndares de valor no tienen el car�cter intersubjetivo de las normas aceptadas. En la cr�tica de los est�ndares de valor tambi�n se utiliza el recurso proporcionado por el mejor argumento, pero no con la misma finalidad que en la cr�tica de la pretensi�n de verdad o de rectitud: en este caso no estamos hablando de una validez universal sino de una validez restringida a un mundo de la vida concreto y a una forma de vida particular. Los est�ndares de valor pueden, a lo sumo, representar un inter�s com�n para un grupo concreto de afectadas y afectados. Ahora bien, lo que s� podemos hacer, afirma Habermas, es diferenciar entre un uso racional o irracional de dichos est�ndares de valor. El uso racional se produce cuando los dem�s miembros del mundo de la vida se identifican con las descripciones del actor en la medida en que en esas circunstancias hubiesen reaccionado de manera parecida. El uso irracional, por el contrario, se caracteriza por su naturaleza privada. Dentro de este contexto de las evaluaciones privadas hay que distinguir, no obstante, las que poseen un car�cter innovador, ya que en este caso es su autenticidad expresiva la que marca su car�cter distintivo. Este �mbito valorativo se justifica mediante la cr�tica est�tica (al menos en los casos paradigm�ticos). Esta cr�tica est�tica es una variaci�n argumentativa en la que el nivel productivo se eval�a utilizando como criterio la autenticidad, de forma que la experiencia de autenticidad define el motivo racional por el que aceptar un est�ndar de valor determinado; v�ase tambi�n: Teoría de la acción comunicativa I, pp. 66-69. 542 La ética del discurso y la cuestión de la verdad, pp. 22-24.
333
satisfacci�n de los intereses de todos y cada uno tienen que poder ser aceptados por todos
sin coacci�n alguna”543. Si el �mbito de la validez moral pretende un criterio
incondicional, �ste debe definirse en los t�rminos de una inclusi�n cada vez m�s amplia
de sujetos y pretensiones. Al procurar el acuerdo �nico en los casos de conflicto moral se
est� presuponiendo que la moral v�lida se extiende a un mundo social �nico que incluya
igualitariamente a todos los sujetos y a todas las pretensiones. El punto de vista moral
(que es el que nos permite configurar idealmente un mundo social ampliado y regulado
con legitimidad) puede representar, por tanto, el equivalente del mundo objetivo para el
�mbito pr�ctico544. Esta noci�n de un mundo moral com�n no es una referencia elegida
casualmente sino que implica la proyecci�n de las presuposiciones comunicativas que
definen la argumentaci�n. De esta forma, el universalismo igualitario que asumen los
participantes en un proceso argumentativo explica el car�cter universal de las relaciones
interpersonales.
543 Aclaraciones a la ética del discurso, p. 16. La �tica discursiva (que se define como una �tica cognitivista que se fundamenta en la pragm�tica formal) tiene como objetivo prioritario explicar el punto de vista moral. Ahora bien, la pretensi�n de universalidad de los enunciados morales ha de comprobarse por medio de argumentaciones f�cticas: la �tica discursiva hace depender, por tanto, la fundamentaci�n de los discursos. Por este motivo, la fundamentaci�n se basa en un principio discursivo de universalizaci�n seg�n el cual: “V�lidas son aquellas normas (y s�lo aquellas normas) a las que todos los que puedan verse afectados por ellas pudiesen prestar su asentimiento como participantes en discursos racionales”, Facticidad y validez, p. 172. Este principio discursivo de universalizaci�n se constituye como criterio de valoraci�n moral, o sea, como punto de vista moral. No obstante, el principio discursivo de universalizaci�n no resulta demasiado �til cuando de lo que se trata es de elucidar qu� debemos hacer en una situaci�n concreta. Es necesario, por tanto, cubrir el �mbito de aplicaci�n de la raz�n pr�ctica con un principio (el principio de adecuaci�n) que facilite el tr�nsito de la teor�a a la praxis. La esfera pr�ctica cubre la exigencia de racionalidad haciendo un uso conjunto del principio discursivo de universalizaci�n y el principio de adecuaci�n. Para la cr�tica que incide en c�mo el car�cter cognitivista de la �tica discursiva habermasiana se convierte en un defecto al obviar la capacidad autolegislativa del sujeto, v�ase por ejemplo: G. Vilar, La razón insatisfecha, Cr�tica, Barcelona, 1999. Por otro lado, Jim�nez Redondo califica la argumentaci�n habermasiana como una desmesura, desmesura heredera por este autor de la tradici�n kantiana y hegeliana, v�ase: “Introducci�n” a Escritos sobre moralidad y eticidad, p. 46. Habermas nos recuerda, por otro lado, c�mo la interpretaci�n que H. Arendt hace de la Crítica del juicio coincide con la interpretaci�n que hace Mead de la Crítica de la razón práctica al configurar ambas una �tica comunicativa que asocia el proceso discursivo con la raz�n pr�ctica; v�ase:“Alfred Sch�tz. La Graduate Faculty de la New School of Social Research”, op. cit., p. 361. V�ase tambi�n: R. Coles, “Identity and difference in the ethical positions of Adorno and Habermas”, S. K. White (ed.), The Cambridge Companion to Habermas, pp. 19-45 y J. D. Moon, “Practical discourse and communicative ethics”, ib�dem, pp. 143-164. La cr�tica formulada por Hegel a Kant sirve de motivaci�n a Habermas para el refinamiento de la �tica del discurso que lleva a cabo en la d�cada de los noventa; v�ase: Habermas, Aclaraciones a la ética del discurso, op. cit. y Apel (ed.), Ética comunicativa y democracia,Cr�tica, Barcelona, 1991.544 V�ase por ejemplo: La inclusión del otro (sobre todo la parte primera). En Aclaraciones a la ética del discurso Habermas insiste en el hecho de que el punto de vista moral (punto de vista desde el que se eval�a de manera imparcial las cuestiones morales) no puede concebirse fuera del contexto intersubjetivo en el que los sujetos que participan definen relaciones interpersonales y admiten obligaciones. Este punto de vista moral se distingue del �mbito de la eticidad particular en la medida en que implica una idealizaci�n que anticipa una idea regulativa; v�ase, por ejemplo: op. cit., pp. 159-166. V�ase tambi�n: A. Prior Olmos, “Habermas y el universalismo moral”, ∆α�μων, Revista de Filosof�a, n� 7, 1993, pp. 145-155.
334
En este sentido, Habermas somete a cr�tica el argumento defendido por C.
Lafont545, quien defiende que el discurso pr�ctico maneja categor�as similares al discurso
te�rico en la medida en que remite a una esfera de intereses universales cuya existencia
juega una funci�n similar a la suposici�n de un mundo objetivo. Sin embargo, objeta el
autor frankfurtiano, Lafont comete un error cuando considera dichos intereses
generalizables como un �mbito objetual: la noci�n de inter�s generalizable entra en juego
cuando se operacionaliza el procedimiento de formar juicios de manera imparcial. Esta
noci�n no debe ser objeto de ontologizaci�n en la medida en que estar�amos cometiendo
el grave error de obviar el proceso de formaci�n de unas normas que deben ser
reconocidas gracias a las valoraciones de los intereses que llevan a cabo los participantes
adoptando una actitud realizativa, nunca una actitud objetivante546. Equiparando mundo
objetivo y moral, Lafont no tiene en cuenta la funci�n adicional que deben cumplir los
discursos pr�cticos: la sensibilizaci�n mutua de los participantes frente a la concepci�n
que los dem�s tienen sobre el mundo y sobre ellos mismos. En la medida en que en los
discursos pr�cticos los participantes son tambi�n afectados, la exigencia de sinceridad
impone el autodistanciamiento y la capacidad de criticar los autoenga�os; la ecuanimidad
implica ponerse en lugar de los dem�s. En este sentido, puntualiza el autor frankfurtiano,
la forma de comunicaci�n de los discursos pr�cticos posee un potencial liberador.
Lo que no podemos someter a cr�tica es la forma comunicativa que nos impone
discutir las cuestiones morales mediante el uso de razones. Cuando el trasfondo
normativo se problematiza aceptamos la pr�ctica argumentativa y determinados
presupuestos que exigen la inclusi�n de las pretensiones planteadas por todas las personas
afectadas por el proceso interactivo. Prescindiendo de una visi�n omnicomprensiva del
mundo, la labor de definir un sistema de reglas universales que se imponga como
obligatorio por razones intr�nsecas, y sin recurrir a sanciones, s�lo puede llevarse a cabo a
trav�s del acuerdo discursivo: “la prosecuci�n de la acci�n comunicativa por medios
discursivos pertenece a la forma comunicativa de vida en la que nos encontramos ya
siempre, sin alternativa posible”547. Para garantizar este principio es imprescindible que
seamos capaces de criticar, al igual que ocurre en el discurso te�rico, el marco conceptual
que nos sirve de referencia. Esta capacidad de cr�tica es fundamental en la medida en que
545 V�ase: C. Lafont, “Pluralism and Universalism in Discourse Ethics”, A. Nascimento (ed.), A Matter of Discourse. Community and Communication, Aldershot, Ashgate, 1998.546 Lo que no es �bice, matiza Habermas, para admitir necesidades antropol�gicamente profundas como la salud o la integridad f�sica.547 Verdad y justificación, pp. 302-303.
335
el poder de un argumento para generar consenso depende de que el sistema de lenguaje
que interpreta la norma y las necesidades generales sea el adecuado. La adecuaci�n del
lenguaje moral se eval�a en la medida en que permita a los sujetos una interpretaci�n
veraz de las necesidades, de ah� que sea posible y deseable, afirma Habermas, criticar
todo aquel sistema de lenguaje que no se adapte a tal exigencia548. Cumpliendo con estos
requisitos, la validez normativa adquiere un fundamento tan vinculante como la noci�n de
verdad sin incurrir, eso s�, en prejuicios empiristas549. Para justificar esta tesis Habermas
ofrece un controvertido argumento:
El hallazgo de la psicolog�a de que el discernimiento o la intelecci�n (Einsicht) moral nos obliga a “hacer lo correcto simplemente porque es lo correcto”, habla a favor de una interpretaci�n an�loga a la verdad de aquella pretensi�n de validez con la que se presentan las normas morales. Las investigaciones psicol�gicas prueban que los ni�os aprenden muy temprano a distinguir las prohibiciones morales incondicionales de otras reglas sociales o de meras convenciones550.
La psicolog�a del desarrollo cognitivista, que aplica la noci�n de aprendizaje al
desarrollo de la conciencia moral, utiliza una noci�n semejante a la verdad para evaluar
los juicios morales considerados correctos, afirma Habermas. Recurriendo a Piaget,
defiende que el mundo social juega un papel similar al mundo objetivo en el desarrollo de
la conciencia moral: mediante un proceso de abstracci�n reflexiva la ni�a y el ni�o
adquieren, al relacionarse con el mundo social, los conceptos y las perspectivas
adecuadas para enjuiciar moralmente los conflictos de acci�n. Por tal motivo, la teor�a
gen�tica del conocimiento conserva (a pesar de su perspectiva constructivista) un n�cleo
realista: las caracter�sticas invariables del mundo social definen la competencia moral de
los sujetos explicando la validez universal de los juicios. Esta perspectiva te�rica, que
considera el desarrollo moral como an�logo al desarrollo cognitivo, tiene dos claras
ventajas: por un lado, permite explicar la validez intr�nseca de las normas morales y, por
otro, permite diferenciar entre las normas morales que merecen el reconocimiento
548 “Teor�as de la verdad”, op. cit., p. 150. 549 De una err�nea concepci�n empirista de la validez de las normas deriva, seg�n defiende Habermas, la interpretaci�n inadecuada de los sentimientos morales. El lenguaje moral est� formado por tres tipos de manifestaciones: por los juicios, que definen c�mo debemos comportarnos; por las reacciones de aprobaci�n o rechazo, y por las razones mediante las cuales se justifica tal actitud de aprobaci�n o rechazo. A su vez, estas tomas de postura expresan, por una parte, una afirmaci�n o negaci�n motivada racionalmente y que se adopta frente a los enunciados; por otra parte, reflejan reacciones de tipo afectivo frente a comportamientos que se consideran correctos o incorrectos. Debido a la forma ling��stica que asumen, los sentimientos pueden desempe�ar la funci�n de razones en los discursos pr�cticos (de la misma manera que las observaciones lo hacen en los discursos emp�ricos). Esta perspectiva te�rica contradice la postura seg�n la cual los sentimientos morales son meros premios o castigos que una comunidad impone con el objetivo de conservar un acuerdo de tipo normativo o perpetuar una forma cultural. 550 Verdad y justificación, p. 268.
336
intersubjetivo y aquellas que s�lo son reconocidas de facto. Sin embargo, esta perspectiva
te�rica tambi�n genera una seria duda relacionada con el hecho de si debemos asumir o
no el realismo moral. Esta duda se fundamenta en dos motivos: en primer lugar, porque
tendr�amos que hacer frente a los riesgos que encierra la falacia naturalista; en segundo
lugar, porque dicho realismo moral se ve afectado por la constituci�n hist�rica del mundo
social de una forma diferente al �mbito emp�rico551.
Al igual que ocurre con la noci�n de verdad, Habermas debe enfrentarse al
problema de c�mo conciliar una visi�n realista y antirrealista de las pr�cticas sociales. Es
una visi�n realista en la medida en que quiere garantizar la objetividad de dicho �mbito
(objetividad entendida en los t�rminos de convergencia o “�nica respuesta correcta”); es
antirrealista en la medida en que le niega un fundamento ontol�gico. Para compatibilizar
estas dos tendencias recurre a la justificaci�n, criterio adaptado a los presupuestos
pragm�ticos del procedimiento argumentativo. Pero, �c�mo puede Habermas garantizar
que un procedimiento justificativo constituya el fundamento de una pr�ctica social?
�Podemos hablar de justificaci�n si no se presupone la existencia de un punto de
convergencia externo que pueda acabar conoci�ndose? Para hacer frente a estos
problemas, Habermas convierte la validez en una especie de metacriterio al que se
subordina la correcci�n pr�ctica haciendo que lo correcto dependa de la justificaci�n
argumentativa552. Pero, tal y como defiende C. Lafont553, la correcci�n de una norma no
puede depender de que �sta sea aceptada como tal en unas condiciones ideales sino de
que dicha norma preserve un inter�s universalizable. Si la existencia de una concepci�n
formal del mundo objetivo salvaguarda las connotaciones realistas de la verdad, la
presuposici�n formal de un �mbito de intereses generalizables, defiende esta autora,
podr�a evitar los problemas que derivan del hecho de que la correcci�n pr�ctica se defina
en relaci�n a un procedimiento de justificaci�n. Por tanto, Habermas podr�a evitar este
escollo te�rico recurriendo a su propia concepci�n formal de mundo, tal y como ha hecho
para definir una noci�n de verdad no epist�mica. Presuponer la existencia de un mundo
social cuyas normas reflejen los intereses comunes de las personas implicadas es una
presuposici�n necesaria, sigue argumentando Lafont, en la medida en que forma parte de
551 Para una extensa discusi�n sobre la inserci�n hist�rica de la raz�n pr�ctica, entendida como una �tica formalista ligada al an�lisis del sentido interno de las pretensiones de validez, v�ase: “R�plica a objeciones”, op. cit., pp. 437-452; Escritos sobre moralidad y eticidad, pp. 76-77, y J. L. Zalabardo Garc�a-Muro, “La fundamentaci�n te�rica de la raz�n pr�ctica. El programa de la pragm�tica universal de J�rgen Habermas”, Zona Abierta, 41-42, octubre 1986-marzo 1987, pp. 221-258. 552 V�ase: C. S. Nino, El constructivismo ético, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1989. 553 “Pluralism and Universalims in Discourse Ethics”, op. cit., pp. 55-78.
337
la funci�n referencial del lenguaje. Aceptar esta hip�tesis no implica, al contrario de lo
que piensa Habermas, ontologizar los hechos morales: dicha referencia se limita a los
intereses generalizables. De esta manera, concluye esta autora, podemos evitar las
ambig�edades del planteamiento habermasiano sin poner en peligro el realismo sin
representaciones exigido por el pragmatismo kantiano554.
Si bien coincido plenamente con la cr�tica que Cristina Lafont formula al hecho de
que Habermas identifique el fundamento de la correcci�n pr�ctica con la justificaci�n
argumentativa, no estoy de acuerdo con esta autora en la soluci�n propuesta. Su hip�tesis
plantea la presuposici�n formal de un mundo social constituido a partir de un sistema de
intereses generalizables. La pregunta que me planteo es: �c�mo podemos definir dicho
sistema de intereses generalizables?; �existe alg�n criterio o par�metro objetivo que sirva
como referente a la hora de definir dicho sistema? La presuposici�n formal de un mundo
social (es decir, de un mundo sin contenido), �tendr�a alguna rentabilidad te�rica, m�s
all� de la mera complejizaci�n conceptual? Evidentemente, no es objetivo de este trabajo
dar respuesta al complejo problema del fundamento de las normas. Sin embargo, s� me
gustar�a al menos incidir en la reivindicaci�n que he planteado a lo largo de este trabajo:
es imprescindible que las disciplinas sociales reconozcan te�ricamente al sujeto emp�rico.
Esto, que puede parecer una obviedad, es algo que Habermas pasa por alto. Este autor
propone un modelo ideal de sujeto cuya adopci�n de perspectivas rec�procas est�
perfectamente adaptada a las exigencias ideales de una �tica discursiva concebida seg�n
los presupuestos de la pragm�tica formal. Tal y como denuncia J. C. Velasco555, la
naturaleza ideal del planteamiento habermasiano no es s�lo criticable por su car�cter
irreal sino porque se basa en una imagen totalmente empobrecida de los sujetos. Yo dir�a,
m�s bien, que Habermas ofrece una imagen distorsionada del ser humano. Se habla de un
sujeto competente para la interacci�n comunicativa y, por ende, para la interacci�n
racional. Aplicando esta capacidad al �mbito pr�ctico, dichos sujetos son capaces de
justificar el fundamento normativo de una sociedad insert�ndose en procesos
argumentativos en los que se concreta los presupuestos ideales del di�logo irrestricto.
Este proceso se regula por un principio universal que convierte en objeto de consenso a
los intereses generalizables procurando, de esta forma, el orden social556.
554 Pere Fabra tambi�n se identifica con el planteamiento de Lafont, tal y como pone de manifiesto en op. cit., pp. 381-386. 555 Para leer a Habermas, p. 46.556 Clarificar la noci�n de acci�n social implica tratar tambi�n el tema, siempre problem�tico, del orden social; v�ase: “Observaciones sobre el concepto de acci�n comunicativa”, op. cit., p. 479; Conciencia
338
Definir el orden social cuando se parte de un modelo racional de sujeto, capaz de
interactuar en condiciones ideales de habla y competente para establecer un consenso
sobre intereses generalizables, no parece una labor te�rica complicada. El problema surge
cuando intentamos aplicar dichos presupuestos a los conflictos concretos que surgen en
sociedades concretas. Estas situaciones s�lo son tenidas en consideraci�n por el autor
frankfurtiano para, se�al�ndolas como casos desviados o patol�gicos, reivindicar una
forma de vida adaptada a los principios de su teor�a comunicativa. La resoluci�n de
conflictos depende, por tanto, de la evoluci�n hist�rica de una forma de racionalidad: la
racionalidad comunicativa. �Qu� argumentos ofrece Habermas para justificar esta
posibilidad? Una pragm�tica formal fundamentada en el giro ling��stico, incapaz de dar
cuenta de los sujetos y de las condiciones emp�ricas de vida. Reivindico sin fisuras el
enfoque te�rico-pr�ctico e interdisciplinar del planteamiento habermasiano. Por lo dem�s,
considero que su propuesta es un claro ejemplo de c�mo una perspectiva dualista est�
abocada a obviar los problemas m�s relevantes.
moral y acción comunicativa, p. 157 o Pensamiento postmetafísico, pp. 85-91. En relaci�n al debate sobre el orden social y el problema de su legitimidad, Habermas se plantea tambi�n el tema de la desobediencia civil. Este autor valora positivamente la desobediencia civil como recurso pac�fico para consolidar la formaci�n pol�tica en los sistemas democr�ticos. Ahora bien, a pesar de la valoraci�n positiva que podemos hacer de la desobediencia civil, este tipo de actuaci�n debe ser sancionado, defiende, con el objetivo de evitar que un tipo de acci�n excepcional como �sta se normalice. Una limitaci�n impuesta a esta v�a de protesta es el respeto a la Constituci�n. Este marco constitucional, no obstante, debe concebirse como inconcluso y revisable. Los trabajos m�s representativos que Habermas dedica al tema de la desobediencia civil son: “La desobediencia civil, piedra de toque del Estado democr�tico de Derecho” y “Derecho y violencia. Un trauma alem�n”, Ensayos políticos, pp. 51-89 (estos art�culos los escribe en el a�o 1983, en el contexto de las manifestaciones pacificistas que tuvieron lugar ese a�o en contra de los euromisiles) y Facticidad y validez. Habermas analiza la propuesta de K. Heinrich, autor que concibe la protesta como forma de evitar la autodestrucci�n, en: “De la dificultad de decir que no”, Perfiles filosófico-políticos, pp. 392-398; v�ase: K. Heinrich, Versuch über die Schwierigkeit, Nein zu sagen, Suhrkamp, Frankfurt, 1964.
339
CAPÍTULO 7
A MODO DE CONCLUSIÓN: LA NOCIÓN DUALISTA DE TOTALIDAD COMO FUNDAMENTO DE LA PSICOLOGÍA POPULAR
La propuesta teórica de Jürgen Habermas es digna de elogios por muchos
motivos. El primero de ellos, por defender una perspectiva holista y fundamentadora de la
teoría de la sociedad. En un momento histórico en el que se reclama la desaparición de las
teorías generales por representar metarrelatos no acordes con la nueva configuración
social, es merecedor de reconocimiento el empeño habermasiano por definir una teoría
crítica que, combinando pertinentemente los ámbitos teórico y práctico, reivindique la
posibilidad de una transformación social. Este proyecto suma un valor añadido al centrar
su análisis en la esfera comunicativa. Atribuir protagonismo teórico a la comunicación
compromete a este autor con una de las investigaciones más complejas del ámbito social
al exigir el análisis de un proceso interactivo en el que confluyen factores de gran
dificultad descriptiva que obligan, además, a adoptar un enfoque interdisciplinar. Pero,
lejos de amedrentarse por la complicación de la tarea a emprender, Habermas acomete
esta demanda con gran maestría convirtiéndola en una de las características más
representativas de su propuesta teórica. De esta forma, y en ocasiones en clara oposición
a las tesis defendidas por la primera generación de la Escuela de Frankfurt, aborda el
análisis del pragmatismo de Peirce, del interaccionismo simbólico, de teorías sociológicas
como la de Marx, Durkheim, Weber o Parsons, de la lingüística de Chomsky, de la
psicología evolutiva de Piaget, de la teoría de los actos de habla de Austin o Searle, y un
largo etcétera. Esta importante aportación convierte a la teoría comunicativa
habermasiana en una de las principales precursoras de la apertura de la filosofía
continental hacia temas o perspectivas que marcan un punto de inflexión en su
planteamiento tradicional, logrando atraer así la atención de múltiples disciplinas. Tal y
como indiqué al inicio, es justo y merecido, por tanto, todo reconocimiento del que pueda
ser objeto un proyecto teórico de tal naturaleza. Sin embargo, y como no podría ser de
otra manera habida cuenta de la complejidad de la empresa proyectada, también existen
en la misma carencias e incorrecciones que deben ser examinadas. A lo largo de este
trabajo hemos insistido en algunas deficiencias que derivan de la tesis anticientificista
defendida por el autor frankfurtiano, deficiencias que tienen un claro reflejo en la teoría
del significado y en los límites impuestos a su análisis. He considerado pertinente
340
desarrollar un examen crítico aplicando esta perspectiva porque, coincidiendo con el
propio Habermas, creo que el debatido fundamento del ámbito social depende,
precisamente, de la noción de significado. A diferencia del autor frankfurtiano defiendo,
sin embargo, que para emprender dicho análisis debemos asumir las tesis del mentalismo
científico.
7.1. Un análisis materialista del significado
Tal y como expusimos en el capítulo primero, Habermas aprovecha los errores
cometidos por el positivismo lógico para fundamentar una actitud anticientificista que
convierte en leit motiv de su propuesta teórica. Lidiando en el debate sostenido por Mary
Hesse (quien defiende que en las ciencias naturales los datos son indisociables de las
categorías teóricas) y Giddens557 (quien reivindica la dualidad de método al defender la
existencia de una doble hermenéutica en el ámbito social), el autor frankfurtiano resuelve
la discusión a favor del antipositivismo afirmando que las disciplinas sociales exigen un
análisis interpretativo que deja sin objeto la reivindicación de una ciencia unificada. De
esta forma, defiende que las disciplinas sociales sólo pueden proceder en términos
comprensivos debido a que su naturaleza simbólicamente estructurada impide todo
acceso cientificista. Creo, no obstante, que Habermas sustenta su anticientificismo en un
error: creer que todo sistema debe concebirse como una totalidad metafísica.
Habermas considera la sociedad y el sujeto como totalidades. Esta noción de
totalidad puede utilizarse en dos sentidos fundamentales: como entidad metafísica o como
entidad sistémica. Si concebimos la sociedad y el sujeto como totalidades metafísicas,
posibilidad por la que opta Habermas, lo lógico es concluir que no es posible su análisis
científico; si por el contrario concebimos la totalidad como un sistema organizado en el
que no es posible reducir la descripción del conjunto a la suma de sus componentes, no
existirían razones a priori para justificar la imposibilidad de una investigación científica.
Un sistema adquiere un nivel de organización del que pueden surgir propiedades
emergentes no reductibles a los elementos integrantes, pero esto no implica que dichas
propiedades no posean una naturaleza material y que, por tanto, no puedan ser objeto de
conocimiento científico. (Si admitiésemos esta hipótesis estaríamos negando, por
ejemplo, la posibilidad de la investigación biológica de la célula o el análisis químico del
agua al constituirse como una propiedad emergente que no puede describirse por la mera
557 New Rules of Sociological Method, Hutchinson, London/ Basic Books, New York, 1976.
341
suma de oxígeno e hidrógeno). Un error muy extendido en el ámbito social, error del que
participa el propio Habermas, es creer que las propiedades emergentes impiden que
sistemas como la sociedad y el sujeto puedan ser objeto de una investigación científica.
Según afirma el autor frankfurtiano, hay que distinguir la noción de sistema, como es el
caso de la economía y la burocracia que sí pueden ser explicados en términos
cibernéticos, de la noción de sociedad y sujeto que, concebidas como totalidades, sólo
pueden ser analizadas en el marco de una teoría general que fundamenta su actuación en
los recursos proporcionados por el lenguaje ordinario. Cuando tratamos con totalidades,
afirma Habermas, los límites del conocimiento los impone la psicología popular. Para
justificar esta afirmación, el autor frankfurtiano recurre a un argumento muy socorrido en
el ámbito social por medio del cual se defiende que optar por el dualismo metodológico
no es cuestión de voluntad teórica: lo que impide la investigación objetivista de la
sociedad y el sujeto es la naturaleza no física del significado. Este argumento, no
obstante, incurre en un doble error: 1) confundir lo físico con lo material y 2) sostener
una visión inductivista de la ciencia.
Para abordar el análisis del significado sería de gran ayuda no confundir la
materia con la organización física. La materia es la sustancia de la realidad que puede
adoptar diversos niveles de organización. Estos niveles de organización se caracterizan
por su mayor o menor grado de complejidad, pudiéndose distinguir entre el nivel físico,
el químico, el biológico, el psicológico y el social. Una cosa es, por tanto, la materia y
otra distinta la forma más elemental de organización que conocemos como estructura
física; en consecuencia, los niveles psicológico y social son ámbitos materiales que no
tienen por qué adoptar necesariamente una estructura física. Si tenemos en cuenta que el
significado es el elemento representativo del ámbito psicosocial, que dicho ámbito se
define como una esfera material y que lo material puede ser objeto de análisis científico,
¿qué imposibilita entonces que el significado sea considerado como un fenómeno
material apto para el conocimiento científico? Contra esta propuesta se puede esgrimir el
argumento de que no contamos con una definición precisa de lo que es la materia y que,
por tanto, cualquier alternativa teórica que remita a dicha noción está abocada a cierto
grado de imprecisión. Aceptando el argumento, la respuesta también resulta obvia: si es
la indefinición de la materia la que impide la consolidación de la propuesta cientificista,
la misma razón imposibilita el anticientificismo. Si no existe un fundamento sólido para
justificar el cientificismo, la carencia de dicho fundamento también impediría la
consolidación del planteamiento alternativo. Sin tener en cuenta esta posible objeción,
342
Habermas defiende sin ambages el anticientificismo. Identificando la estructura f�sica con
la materia, remite a una visi�n inductivista de la ciencia en la que �sta se concibe como
ciencia emp�rico-anal�tica. Afirmando que la ciencia act�a de forma anal�tica, incide en
una metodolog�a atomista que impide su aplicaci�n a la sociedad y al sujeto, entendidos
como totalidades558.
Para defender la naturaleza atomista o anal�tica del �mbito natural, y derivar de
ah� la imposibilidad de su aplicaci�n a la esfera social, este autor concibe el conocimiento
cient�fico como un conocimiento sometido a exigencias inductivas y emp�ricas.
Asumiendo el razonamiento de que el conocimiento cient�fico se restringe al �mbito
emp�rico, y �ste a la esfera de los objetos f�sicamente estructurados y directamente
observables, Habermas concluye, en oportuna coincidencia con sus premisas
antipositivistas, que el m�todo cient�fico no es aplicable a un �mbito como el social. Los
errores que subyacen a este razonamiento remiten, por un lado, a la ya mencionada
confusi�n de materia y organizaci�n f�sica y, por otro, a una concepci�n caduca del
proceder cient�fico. A partir del debate desarrollado en el seno del positivismo l�gico por
Kuhn, Popper, Lakatos y Feyerabend se admite que para elaborar hip�tesis cient�ficas no
es necesario recurrir a la inducci�n o a objetos f�sicamente estructurados que sean
directamente observables. El presupuesto que subyace a este requisito es el de que la
ciencia natural busca una especie de descripci�n especular del objeto que aproxime su
explicaci�n a la “cosa en s�”. No es preocupaci�n de la ciencia, sino m�s bien de la
Filosof�a, reivindicar una noci�n de verdad que capte la esencia del objeto. La ciencia no
se preocupa por describir, en un sentido esencialista, c�mo son realmente las cosas: su
objetivo se reduce a describir con mayor nivel de precisi�n que el conocimiento
ordinario. No es objetivo de la ciencia facilitar verdades absolutas que justifiquen de
manera inamovible una teor�a, la finalidad es suministrar criterios que ayuden a optar por
aquella teor�a que permita comprobar de forma m�s precisa cu�l es el grado de
adecuaci�n a los hechos, dando lugar a una capacidad predictiva que puede transformarse
en rendimientos tecnol�gicos.
Pues bien, si es posible actualizar la imagen de la ciencia trascendiendo las
exigencias inductivas y empiristas, �qu� razones puede seguir esgrimiendo Habermas
para rechazar el proyecto de una ciencia unificada? La necesidad de preservar los
presupuestos dualistas y anticientificistas de su teor�a comunicativa. Desde los primeros
558 Por este motivo, Habermas no puede admitir la aplicaci�n de la teor�a de sistemas al �mbito social (como pretende Parsons) o al �mbito individual (como pretende Luhmann).
343
planteamientos epistemológicos expuestos en Conocimiento e interés, el autor
frankfurtiano manifiesta claramente un dualismo ontológico que le aboca a un dualismo
de tipo metodológico incompatible con las tesis de la ciencia unificada. En esta primera
etapa de su trayectoria teórica Habermas no se preocupa por ofrecer un fundamento a
dicho dualismo; sustituyendo el paradigma de la conciencia por el paradigma
comunicativo dicho fundamento sigue siendo inexistente.
Partiendo de esta opción dualista y anticientificista, Habermas clasifica el
conocimiento en dos grandes grupos: el conocimiento científico, que actúa en términos
atomistas o analíticos sobre una realidad en la que no se involucra el sentido, y el
conocimiento hermenéutico o reconstructivo, aplicable al ámbito del significado. El
conocimiento científico es resultado de la racionalidad instrumental; el conocimiento
reconstructivo adquiere su fundamento en una racionalidad de tipo comunicativo. Un
dato que abunda en la hipótesis de que para Habermas el dualismo ontológico y
metodológico es un requisito incuestionable lo proporciona el hecho de que opte por la
Sociología, y no por la Psicología, como disciplina adecuada para llevar a cabo el análisis
de la racionalidad comunicativa. La opción por la Sociología la justifica argumentando
que dicha disciplina ha centrado su análisis en la constitución simbólica de la acción
huyendo de reduccionismos instrumentalistas (reduccionismo que sí ha asumido, por el
contrario, la Psicología). El concepto de Sociología que maneja Habermas se distancia de
cualquier enfoque cientificista que la incapacite para analizar la sociedad como una
totalidad fundamentada en la noción de sentido. Esta Sociología tiene que aplicar
categorías para describir la tendencia a la racionalización de las sociedades modernas
aplicando una metodología competente, metodología que siempre se definiría en términos
ordinarios, con el objetivo de aprehender la vinculación de significado y validez. Creo,
sin embargo, que la descripción sociológica de la racionalidad comunicativa no logra dar
respuesta a aquellos planteamientos críticos que no estén predispuestos a aceptar las tesis
dualistas.
La racionalidad comunicativa se basa en una noción de interacción social en la
que participan sujetos competentes para someter a crítica racional las pretensiones de
validez. Estos sujetos racionales anticipan unos presupuestos ideales según los cuales las
personas implicadas en el proceso interactivo van a actuar aportando los mejores
argumentos, en igualdad de condiciones y libres de cualquier tipo de coacción. La
pregunta es: ¿en qué circunstancia cotidiana se cumple con los presupuestos de la
racionalidad comunicativa? Habermas se ve obligado a introducir en su propuesta una
344
noción contrafáctica de racionalidad con el objetivo de que las premisas dualistas y
anticientificistas de las que parte puedan sostenerse. Esta noción contrafáctica le genera
problemas, por un lado, a la hora de establecer nítidamente los límites con la racionalidad
instrumental en la medida en que es difícil pensar en un acto de habla que no sea
intencional, es decir, que no persiga una finalidad. Pero la noción procedimental de
racionalidad también genera problemas a la hora de justificar su carácter universal. Para
demostrar este carácter, Habermas propone la existencia de una base de validez para la
que no aporta ningún tipo de fundamentación. El autor de Teoría de la acción
comunicativa utiliza el análisis sociológico de las esferas de valor weberianas para
satisfacer la necesidad dualista de proyectar un modelo trascendental de sujeto: dicho
sujeto se convierte en portador de una racionalidad comunicativa que lo capacita para
aportar los mejores argumentos en el empeño de establecer un consenso. Privilegiando las
interacciones orientadas al entendimiento en las que la persona con la que interactúo se
concibe como un alter ego, Habermas expulsa de su análisis situaciones cotidianas que
pueden fácilmente poner en entredicho sus afirmaciones.
A la actuación cotidiana de los sujetos les subyace normalmente intentos
racionalizadores (es decir, intentos que tienen como objetivo justificar sus
comportamientos). Estos mecanismos de justificación suelen discurrir bajo la influencia
de visiones distorsionadas de la realidad, de hábitos o costumbres sociales, de creencias
religiosas y recuerdos falsos que distorsionan el procedimiento crítico representado por la
racionalidad comunicativa. Al interactuar, la exigencia de racionalidad sólo puede
concebirse como un presupuesto; presupuesto que, por otro lado, puede ser fácilmente
refutado. Ajeno a esta dificultad, Habermas defiende la existencia de un principio
racional universal que garantiza un fundamento no cientificista al ámbito práctico. Con
este empeño teórico un antipositivista como Habermas coincide con los autores
positivistas al defender la distinción analítico-sintético559. Con el conocimiento sintético
se hace referencia a un conocimiento a posteriori o a un conocimiento de hechos; el
conocimiento analítico se define como un conocimiento a priori de significados. El
conocimiento analítico favorece la constitución de un mundo platónico de significados.
Esta constitución platónica fundamenta la creencia en un universalismo semántico donde
se manejan significados trascendentales que no pueden ser sometidos a un análisis
559 Una diferencia, no obstante, que subyace a dichos planteamientos se refiere al hecho de que, mientras los positivistas remiten el lenguaje a un análisis lógico, Habermas lo convierte en objeto de un análisis hermenéutico.
345
científico. Se configuran, en consecuencia, dos ámbitos de actuación metodológica
debidamente diferenciados: el ámbito instrumental, que es susceptible de conocimiento
científico, y el ámbito comunicativo, que sólo es accesible utilizando los recursos del
lenguaje ordinario. Este lenguaje adquiere una naturaleza trascendente basando su uso en
significados platónicos intersubjetivamente compartidos por medio de los cuales los
sujetos se remiten al mundo.
Gracias al lenguaje ordinario los sujetos llevan a cabo operaciones de deslindes
(en el sentido piagetiano) frente al mundo objetivo, el mundo social y el mundo subjetivo.
Estas tres nociones de mundo, que constituyen la concepción formal, no pueden
confundirse con el mundo de la vida. El mundo objetivo, social y subjetivo actúan como
referentes en el proceso comunicativo; el mundo de la vida, por el contrario, opera como
un trasfondo de convicciones aproblemáticas que sirve a los sujetos como respaldo
intersubjetivo a la hora de establecer un proceso interactivo. Este sistema de
convicciones, que en definitiva remite a la mente de los sujetos, está implícito, posee una
estructura holística y es inconocible. Lo destacable de esta definición es que Habermas no
se preocupa por ofrecer una justificación de la misma, hecho que no resulta baladí si
tenemos en cuenta que dicho concepto es el que le permite concebir la sociedad y el
sujeto como totalidades metafísicas.
El mundo de la vida es una de las dos esferas que constituyen la noción
habermasiana de sociedad; la otra esfera la conforman la economía y el poder (es decir, el
sistema). El sistema sí puede ser analizado científicamente; el mundo de la vida sólo es
accesible adoptando la actitud realizativa que impone el lenguaje ordinario. Como ya
indicamos anteriormente, la única prueba que aporta Habermas para sustentar esta
hipótesis es la propia definición. Aunque no podemos aceptar esta estrategia teórica por
constituir un razonamiento falaz, lo cierto es que Habermas no puede escapar al círculo
vicioso: se ve obligado a concebir como una esfera de la sociedad el mundo de la vida, y
a definirlo en los términos descritos, para garantizar ad hoc que un ámbito de dicha
sociedad se adapte a los presupuestos de la acción comunicativa. Es decir, tiene que
recurrir a la falacia petitio principii para disimular su apuesta por el dualismo. Aunque,
en principio, la adopción del concepto fenomenológico de mundo de la vida se justifica
recurriendo a la premisa pragmática de que es necesario tener en cuenta los diversos
contextos de interacción comunicativa, este trasfondo termina asumiendo una definición
perfectamente adaptada a las exigencias dualistas, anticientificistas y universalistas de la
propuesta habermasiana. El mundo de la vida se concibe a priori como una totalidad
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metafísica, y toda aportación teórica debe asumir esta premisa. Es en este sentido en el
que la teoría de la acción comunicativa se concibe como una tautología.
El mundo de la vida sirve como complemento a una noción de acción que vuelve
a poner de manifiesto el empeño habermasiano por diferenciar ámbitos adaptados a sus
requerimientos teóricos: me refiero a la acción comunicativa. Con la acción comunicativa
Habermas busca satisfacer dos necesidades teóricas: 1) garantizar la remisión al sistema
integrado por las tres pretensiones de validez y 2) garantizar que el ámbito de las acciones
sociales no se restrinja a las interacciones estratégicas. La acción comunicativa, a
diferencia de la acción teleológica, la acción regulada por normas y la acción
dramatúrgica, es capaz de hacer referencia a las tres dimensiones que constituyen la
noción formal de mundo. De esta manera, logra actualizar las tres esferas de validez a las
que remite de manera trascendental la noción procedimental de racionalidad
comunicativa. Por otra parte, al incluir la acción comunicativa con el objetivo de
contrarrestar la existencia de acciones estratégicas en el ámbito social, Habermas
reproduce la táctica adoptada con el concepto de mundo de la vida: definir un ámbito de
interacción que salvaguarde las exigencias trascendentales de la comunicación. Frente a
un modelo estratégico de interacción en el que los sujetos buscan satisfacer sus propios
objetivos, la acción comunicativa convierte el entendimiento en telos del lenguaje:
usando el lenguaje con fines comunicativos el único objetivo admisible es establecer un
consenso racionalmente motivado.
En la medida en que dicho consenso lo procuran unos sujetos trascendentales
que anticipan presupuestos idealizadores, la acción comunicativa no es capaz de
contemplar a la sociedad empírica o al sujeto empírico. Mediando entre la racionalidad
comunicativa y el mundo de la vida, la acción comunicativa describe un modelo de
interacción contrafáctico. Es tan importante para Habermas sostener los presupuestos
dualistas y trascendentales sobre los que se asienta la teoría de la acción comunicativa,
que las reformulaciones supuestamente significativas que asume con la finalidad de
solventar algunas de las deficiencias detectadas en su propuesta siguen prestando debido
acatamiento. Hablo, por ejemplo, de la reformulación a la que somete la noción de
racionalidad comunicativa, a la que pasa a concebir como una de las tres raíces de la
racionalidad junto a la racionalidad teleológica y epistémica; me refiero también a la
reforma a la que somete la noción de acción comunicativa, distinguiendo entre una forma
fuerte y una forma débil. Tal y como argumento en los capítulos primero y quinto, son
reformas conceptuales perfectamente diseñadas para que los pilares fundamentales sobre
347
los que se asienta la teoría de la acción comunicativa se mantengan intactos. Con el
objetivo de abundar en esta misma dirección, Habermas adopta una interpretación del
giro lingüístico y de las teorías analíticas del significado cuya finalidad es reforzar dichos
presupuestos.
El que Habermas recurra al giro lingüístico no puede ocasionar ningún tipo de
extrañeza. Un método que sustituye los estados mentales por palabras (es decir, que saca
el significado de la mente) se adecúa sin fisuras a los requerimientos antimentalistas del
autor frankfurtiano. El giro lingüístico, rescatando la vieja estrategia de los nominalistas
medievales, sustituye la mente, que tiene un carácter privado, por manchas o ruidos que
representan el soporte físico de los significados. La gran ventaja que ofrece esta
sustitución es que, proponiendo un representante público de la mente, salva el escollo de
cómo acceder a la esfera psíquica para desarrollar una teoría del significado560. Esta
sustitución se lleva a cabo, sin embargo, obviando un hecho importante: cuando
sustituimos los estados mentales por palabras (es decir, cuando sustituimos el significado
por manchas o ruidos) no estamos analizando significados, estamos analizando
significantes; centramos el análisis en la estructura sintáctica del lenguaje obviando que
los aspectos más relevantes del mismo son de naturaleza mental. Si no es en la mente de
los sujetos empíricos, ¿dónde radican los significados? ¿Acaso en una mente platónica
constituida por significados universales? Si los significados constituyen los estados
mentales, ¿qué rentabilidad puede esperarse de una estrategia teórica, como la
representada por el giro lingüístico, cuyo fundamento es el antimentalismo? A Habermas
no le resulta difícil contar con apoyos académicos incondicionales a la hora de
promocionar las ventajas antimentalistas del giro lingüístico ya que, al defender que no es
necesario abordar teóricamente el impenetrable mundo de los estados mentales, se
transmite la sensación falsa de que es posible simplificar el análisis del ámbito simbólico.
Dicha simplificación se procura, no obstante, a costa de eliminar al sujeto (al menos, a un
sujeto poseedor de mente). Habermas prefiere asumir estas posibles contradicciones antes
que admitir que la totalidad mental puede ser objeto de un análisis cientificista.
Eliminando a la mente, convirtiendo los significados en manchas o ruidos y admitiendo
como única forma de acceso el lenguaje ordinario, Habermas protege el ámbito del
significado de posibles contaminaciones psicologistas o cientificistas. Para constatar la
560 Las ventajas que ofrece el giro lingüístico no son sólo metodológicas: el tránsito de la filosofía de la conciencia a la filosofía del lenguaje nos permite superar la discusión planteada entre pensamiento metafísico y pensamiento antimetafísico. Ahora bien, el mérito fundamental del giro lingüístico consiste en superar la filosofía de la conciencia conservando de ella el sesgo trascendental.
348
importancia de esta premisa antimentalista Habermas elogia a Wittgenstein por haber
realizado una importante aportación a esta perspectiva obviando, sin embargo, las
deficiencias y errores que derivan de su irremediable conductismo. En este mismo
contexto hay que entender la relevancia concedida por Habermas al análisis de los
pronombres personales. Los pronombres personales son estructuras sintácticas que
sustituyen a los sujetos empíricos. Con los pronombres personales se hace referencia, por
tanto, a una estructura externa a la mente que se convierte en representante de un sujeto
trascendente.
Para radicalizar las potencialidades antimentalistas del giro lingüístico Habermas
propone conciliar la perspectiva analítica y hermenéutica. Con la perspectiva analítica
pretende afianzar el trasfondo trascendente que necesita su propuesta; con el enfoque
hermenéutico busca satisfacer las pretensiones universalistas. La convergencia del
enfoque analítico y hermenéutico del giro lingüístico da lugar a un pragmatismo kantiano
en el que las condiciones subjetivas se transforman en criterios intersubjetivos. Para ello,
Habermas proyecta un modelo interactivo en el que se salen al encuentro sujetos capaces
de criticar un sistema de pretensiones de validez con el objetivo de establecer un acuerdo
racionalmente motivado. Para que dicha coordinación de acciones sea posible, los sujetos
implicados comparten un trasfondo intersubjetivo (el mundo de la vida) que posibilita la
remisión a significados idénticos. Para marcar diferencias con la concepción
trascendental kantiana, Habermas propone hablar de una perspectiva semitrascendente
cuyo objetivo es proporcionar respaldo teórico a un sujeto histórica y socialmente
influido que dialoga en condiciones ideales. El objetivo es, por tanto, conciliar a Darwin
con Kant.
Haciendo referencia al proyecto habermasiano, esta conciliación parece ficticia:
¿qué aportaciones empíricas puede hacer una propuesta basada en un modelo ideal de
sujeto? El sujeto habermasiano es un sujeto trascendental, que no posee capacidad
empírica para la interacción, limitado por el conocimiento ordinario e imposible de
teorizar. La única reformulación que Habermas realiza a la filosofía de la conciencia es
sustituir la imagen de un sujeto monológico por un sujeto que dialoga; pero este sujeto
que dialoga es un sujeto ideal, portador de una racionalidad comunicativa que impone la
orientación al entendimiento. Las dificultades del sujeto monológico kantiano radican en
su innatismo y universalidad y, en este sentido, Habermas no hace ninguna aportación. El
autor frankfurtiano pretende asumir las críticas de Hegel y Marx y, en consecuencia, se
siente en la obligación de disimular su perspectiva trascendental concibiéndola como una
349
perspectiva semitrascendente. Habermas no puede renunciar a un enfoque trascendental
porque es justamente éste el que le permite recluir el análisis del significado en un ámbito
al que el conocimiento científico no puede acceder. La ruptura con Kant exige
desprenderse completamente de las exigencias trascendentales reconociendo el carácter
social de la razón; es decir, reconociendo de forma vinculante la importancia del proceso
de socialización y cómo éste determina la constitución de los sujetos definiendo pautas
históricas de racionalidad. Cualquier análisis que quiera prescindir de la trascendencia
tiene que asumir la investigación mentalista del sujeto empírico. Si no es así, la
semitrascendencia no es más que una manera elegante de referirnos a una perspectiva
trascendental incapaz de realizar aportaciones sustantivas. Prueba de ello, es la teoría del
significado propuesta por el autor frankfurtiano.
7.2. ¿Podemos concebir el significado fuera de la mente?
A diferencia de la primera generación de la Escuela de Frankfurt, Habermas
reconoce la necesidad de analizar el concepto de acción comunicativa en el contexto de
una teoría del significado definida en los términos de la filosofía analítica. Para llevar a
cabo este análisis comienza haciendo un repaso de las diversas teorías del significado
propuestas con el objetivo de hacer una valoración de las mismas y determinar cuál de
ellas puede adecuarse mejor a las exigencias del reivindicado pragmatismo kantiano.
Teniendo en cuenta la importancia que juega la premisa antimentalista en el proyecto
habermasiano, no es de extrañar que manifieste un rechazo explícito a adoptar la
semántica intencional de Grice. Definir el significado remitiendo a las intenciones de los
sujetos implicados supone una deriva mentalista que el autor frankfurtiano no puede
aceptar. En este rechazo confluyen, no obstante, dos circunstancias que tendrían que ser
objeto de mención: 1) Habermas formula la crítica a Grice partiendo de una serie de
premisas que no se preocupa por demostrar y 2) define el modelo de interacción griceano
como un modelo parasitario. El autor frankfurtiano aborda el análisis de la semántica
intencional dando por hecho el fundamento de las tesis antimentalistas; a partir de esta
hipótesis ya considera justificada la crítica a cualquier noción que remita a las
intenciones. Pero eso no es todo. Considera, además, que al remitir a las intenciones (es
decir, a los estados mentales), la semántica intencional incide en un modelo estratégico de
interacción que adquiere un estatus parasitario frente al modelo basado en el
350
entendimiento. Una teoría del significado que remita a los estados mentales no sólo es
merecedora de rechazo sino también de condena teórica.
La necesidad de salvaguardar los presupuestos trascendentes del pragmatismo
kantiano también inspira la crítica de Habermas a la semántica referencial y veritativa. El
error fundamental en el que incurren estas versiones formales de la semántica es que, al
limitarse al ámbito cognitivo, no tienen en cuenta las diversas funciones que puede
cumplir el lenguaje. ¿Qué consecuencias tiene esta renuncia según la propuesta
habermasiana? Que le impiden valorar el protagonismo de un sistema de pretensiones de
validez que no sólo está integrado por la verdad (que sería la pretensión encargada de
hacer referencia a esa función cognitiva) sino también por la rectitud y la veracidad.
(Recordemos que la importancia de esta triple referencia radica en que sirve de
fundamento a la noción procedimental de racionalidad comunicativa). Para superar esta
importante deficiencia, Habermas recurre a la concepción pragmática del significado,
tanto a la versión del significado como uso del segundo Wittgenstein como a la versión
de la teoría de los actos de habla de Austin y Searle. La corriente pragmática del
significado ofrece dos ventajas: 1) tener en cuenta las diferentes funciones lingüísticas y
2) reconocer la importancia de la interacción, tal y como pone de manifiesto la noción de
acto de habla. Ahora bien, esta corriente pragmática del significado también incurre en
una serie de errores en la medida en que no concede protagonismo teórico a todos los
presupuestos necesarios para sustentar el pragmatismo kantiano. De esta forma,
Wittgenstein tiene que ser reformulado con el objetivo de radicalizar su noción de regla
en términos trascendentales; Austin tiene que sustituir la noción de acto de habla
institucionalmente ligado por un concepto que refleje la crítica racional de las
pretensiones de validez, y Searle tiene que radicalizar la noción de regla esencial para
reflejar un modelo racional de interacción en el que la coordinación de acciones se
oriente al establecimiento de un consenso. Esta concepción pragmática del significado
tiene que ser revisada, por tanto, con el objetivo de adaptarla a las necesidades de la
teoría de la acción comunicativa. Esta versión adaptada se denomina pragmática formal.
La finalidad de la pragmática formal es ofrecer un contexto de reconstrucción
universal explicitando la lógica que subyace a los fenómenos comunicativos. Esta labor
reconstructiva afecta a unas estructuras profundas a las que hay que acceder utilizando los
recursos del conocimiento ordinario. La característica más sobresaliente de la labor
reconstructiva es que ésta, a diferencia del ámbito científico, no podrá nunca falsar el
conocimiento preteórico en la medida en que no pueden existir intuiciones falsas. Si
351
interpretamos el razonamiento habermasiano, al matizar que las reconstrucciones no
pueden falsar el conocimiento preteórico, da a entender que el conocimiento científico sí
puede, por el contrario, falsar su ámbito de análisis. El motivo de tal circunstancia es que
la explicación científica se basa en convenciones mientras que las reconstrucciones
racionales lo hacen en criterios que derivan de la autocomprensión de los sujetos, es
decir, del conocimiento ordinario. Este argumento esgrimido por Habermas para sustentar
la definición de las ciencias reconstructivas genera, al menos, tres dudas. La primera
remite al valor descriptivo del sentido común: ¿es preferible recurrir a la intuición de los
sujetos que a mecanismos más refinados de explicación basados en la contrastación de
hipótesis? La segunda pone en cuestión el nivel de eficacia de una descripción que se
limita a constatar un conocimiento intuitivo. La tercera duda que me surge es si realmente
el conocimiento científico es capaz de falsar su objeto de análisis o si, más bien, las
representaciones científicas erróneas son falsadas por el objeto. A todas estas dudas creo
que subyace un mismo error: Habermas no tiene en cuenta que el conocimiento intuitivo
del objeto no tiene por qué coincidir con el objeto; es decir, el conocimiento intuitivo que
los sujetos poseen sobre su conocimiento preteórico no tiene por qué coincidir con el
conocimiento preteórico. Para aceptar esta hipótesis tenemos que partir de un modelo de
sujeto capaz de autocomprenderse evitando las afirmaciones falsas que solemos manejar
sobre nosotros mismos y sobre los demás. Para emprender el análisis de estas dificultades
prácticas creo que ofrece mejores garantías el conocimiento científico que la reflexión
filosófica representada por las ciencias reconstructivas. Las ciencias reconstructivas
vuelven a ser una formulación ad hoc cuyo objetivo es ofrecer respaldo a una noción
trascendental de entendimiento basada en la vinculación de significado y validez.
Al reconstruir la base universal de validez, la pragmática formal reivindica el
vínculo de significado y pretensiones asignando el protagonismo teórico a una noción de
interacción en la que la coordinación de acciones se orienta al entendimiento. El vínculo
de significado y validez es, por tanto, la noción fundamental a tener en cuenta para una
concepción pragmática del significado que pretenda ofrecer fundamento a la teoría de la
acción comunicativa. El componente del acto de habla al que corresponde representar esa
vinculación fundamental para la pragmática formal es la ilocución. Que haya sido la
ilocución el integrante del acto de habla elegido por Habermas tampoco es casual: el acto
ilocucionario remite a la interacción establecida entre hablante y oyente en un contexto
pragmático en el que no sólo decimos cosas sino que, además, hacemos cosas con
palabras. Ahora bien, tal y como hemos comentado, el concepto tradicional de ilocución
352
no se adecúa completamente a los intereses de la pragmática formal habermasiana; es
necesario, por tanto, radicalizar dicha definición proponiendo la vinculación de
significado y validez. Con esta vinculación se refleja un proceso interactivo en el que los
sujetos no sólo utilizan actos de habla sino que además aceptan o rechazan la pretensión
de validez asociada a la fuerza ilocucionaria. En este modelo interactivo actúan sujetos
racionales capaces de criticar pretensiones y de ofrecer argumentos con el objetivo de
procurar el entendimiento. El concepto pragmático de ilocución se convierte así en
representante de un modelo trascendental de interacción.
Al igual que no es casual la lectura trascendente a la que Habermas somete la
noción de ilocución, tampoco lo es el rechazo del que es objeto uno de los componentes
del acto de habla más controvertidos para la tradición pragmática: el acto perlocucionario.
La perlocución hace referencia a los efectos no convencionales que puede provocar el
acto de habla; es decir, a los efectos que trascienden la mera comprensión del significado
literal. En la medida en que dichos efectos remiten a la mente de los sujetos, un autor
antimentalista como Habermas no puede admitir su inclusión. Pero Habermas no se limita
a expresar su rechazo: defiende que las perlocuciones representan un ámbito estratégico
incompatible con el fundamento racional de la comunicación. A pesar de que las
reformulaciones a las que ha tenido que someter su propuesta teórica (me refiero, por
ejemplo, a la distinción establecida entre una forma fuerte y un forma débil de
entendimiento) han moderado la valoración habermasiana de los efectos
perlocucionarios, éstos siguen asumiendo un estatus derivado en manifiesto reflejo del
prejuicio antimentalista que motiva a la pragmática formal. Consecuencia de dicho
prejuicio es también el hecho de que Habermas no haya tenido en consideración la
necesidad de incluir un momento previo a la locución, dando cabida a lo que Havertake
denomina acto alocucionario. El acto alocucionario hace referencia a cómo la persona
que actúa como hablante elige una estrategia antes de emitir el acto de habla dependiendo
de sus motivaciones o nivel de conocimiento. Dado el carácter mentalista del acto
alocucionario tampoco resulta extraño que Habermas no lo tenga en consideración.
Este autor deja fuera del análisis teórico los dos componentes del acto de habla
que remiten a la estructura mental de los sujetos implicados en la interacción
comunicativa (el componente alocucionario y perloccucionario) confirmando la
necesidad expresada por la pragmática formal de conceder protagonismo a sujetos sin
mente. La interpretación que hace Habermas de la teoría de los actos de habla deja claro
su objetivo: aprovechar el respaldo teórico proporcionado por las nociones pragmáticas
353
de ilocución y perlocución con la finalidad de fundamentar la distinción establecida entre
acción comunicativa y acción estratégica. La concepción pragmática ha denostado el
componente perlocucionario atribuyéndole un estatus derivado y no convencional del que
se puede prescindir a la hora de definir la aceptabilidad del acto de habla. Habermas
rentabiliza esta situación para otorgar un lugar de privilegio a la ilocución, a quien
corresponde ejercer la representación de la acción comunicativa, convirtiendo a las
perlocuciones en el fundamento del ámbito estratégico.
La pragmática formal es una de las nociones habermasianas que de forma más
explícita refleja sus presupuestos teóricos: el antimentalismo, el anticientificismo y la
trascendencia. El antimentalismo, en la medida en que es en el componente ilocucionario
del acto de habla, y no en el perlocucionario o el alocucionario, donde reside la
vinculación de significado y validez. El anticientificismo porque, a diferencia del
conocimiento científico, el objetivo de la pragmática formal es acceder en términos
ordinarios a un saber preteórico que no puede ser falsado. Y la trascendencia, porque la
pragmática formal se basa en un modelo de interacción en el que sujetos trascendentes
anticipan presupuestos idealizadores con el objetivo de llegar al entendimiento.
Desatendiendo los verdaderos problemas a los que tiene que enfrentarse las teorías
pragmáticas del significado, problemas que derivan de la incapacidad para asumir el
análisis del sujeto empírico, Habermas radicaliza dicha concepción del significado
incidiendo en una serie de presupuestos que la orientan, justamente, en el sentido
contrario (es decir, hacia la trascendencia).
Defendiendo la constitución de una pragmática formal que actúa en términos
reconstructivos (y que niega el análisis científico de la mente) Habermas asume una
contradicción muy extendida en el ámbito de la Filosofía del Lenguaje: pretender analizar
los componentes pragmáticos del significado sin tener en cuenta al sujeto empírico. El
sujeto empírico es un sujeto con mente y, en la medida en que asumir el giro lingüístico
nos compromete con el antimentalismo, las corrientes pragmáticas del significado se
tienen que enfrentar a la extraña situación de reivindicar el análisis del sujeto negando, al
tiempo, la posibilidad de dicho análisis. Esta contradicción es bastante patente en la teoría
habermasiana. Al centrar su propuesta teórica en la acción comunicativa, la noción de
interacción adquiere una especial relevancia. Si además, tal y como afirma el propio
autor, pretende analizar el proceso interactivo basándose en los componentes pragmáticos
de la comunicación, parece lógico admitir que dicho análisis deba centrarse en la
actuación pragmática de sujetos empíricos. Sin embargo, Habermas opta por desarrollar
354
un an�lisis formal o cuasi-trascendental del proceso comunicativo anhelando, eso s�,
cooperaci�n futura con el �mbito de las ciencias emp�ricas del lenguaje. El autor
frankfurtiano incurre adem�s en una clara contradicci�n cuando afirma, por un lado, que
el an�lisis del sentido no puede llevarse a cabo en t�rminos emp�ricos y, por otro, que es
importante defender la viabilidad de las denominadas ciencias emp�ricas del lenguaje: �a
qu� se supone que se dedican dichas disciplinas si no es a analizar emp�ricamente
cuestiones relativas al sentido?
Lo que Habermas necesita es una teor�a del significado que se adapte a los
supuestos de los que parte su proyecto te�rico. Para conseguir tal objetivo, lleva a cabo
un repaso cr�tico de las diversas teor�as del significado anal�ticas que se han propuesto
intentando demostrar que la �nica forma de superar las deficiencias te�ricas en las que
cada una de ellas incurre es definiendo una pragm�tica formal. La estrategia que utiliza
Habermas para intentar demostrar que dicha pragm�tica formal es necesaria es la misma
que la utilizada para definir las caracter�sticas del giro ling��stico: 1) parte de una serie de
supuestos, 2) lleva a cabo una revisi�n cr�tica de las propuestas te�ricas alternativas a la
luz de dichas premisas y 3) concluye que la �nica forma de hacer frente a los errores
detectados es proponiendo una nueva perspectiva que se adapte a las premisas que han
actuado como supuestos. Habermas se limita a se�alar ausencias con el objetivo de
proponer necesidades; ausencias y necesidades que se diagnostican a partir de
presupuestos no fundamentados. La filosof�a anal�tica del significado s�lo sirve a este
autor como un recurso ad verecundiam: las teor�as del significado anal�ticas no
fundamentan el proyecto te�rico habermasiano, sus prejuicios antimentalistas y
anticientificistas son los que le obligan a dise�ar una teor�a del significado adaptada a los
requerimientos de la pragm�tica formal. En este sentido, Habermas podr�a prescindir de
la teor�a de los actos de habla sin que este hecho supusiera merma alguna para su
proyecto te�rico.
Como ejemplo de la actitud poco cr�tica de la que hace gala Habermas cuando se
enfrenta al problema del significado podemos mencionar el hecho de que acepte la
divisi�n de la semi�tica en sintaxis, sem�ntica y pragm�tica sin tener en cuenta, siquiera,
las reservas de sus precursores (Peirce y Morris)561. Estos �mbitos, que suelen entenderse
561Ch. S. Peirce, Collected Papers, 2 vols., The Belknap Press, Massachussets, 1965-1966; C. Morris, “Foundations of the theory of signs”, O. Neurath, (ed.), International Encyclopedia of Unified Science I, Universidad de Chicago Press, Chicago, 1938 (versi�n castellana en Paid�s, Barcelona, 1985). De forma general, se suele definir la sintaxis como el an�lisis de las relaciones que mantienen los signos entre s�; la sem�ntica como el estudio de la relaci�n signo-objeto y la pragm�tica como el an�lisis de la relaci�n signo-
355
como criterios para distinguir disciplinas, crean problemas al autor frankfurtiano (aunque
no solo a �l) a la hora de diferenciar la sem�ntica de la sintaxis y la pragm�tica562.
Mantener esta distinci�n artificiosa genera dudas a la hora de delimitar las tareas que
corresponder�an a cada una de estas esferas y fundamentar el car�cter aut�nomo de cada
una de ellas: si concebimos la sintaxis y la pragm�tica de forma independiente a la
sem�ntica, �en qu� consistir�a dicha sem�ntica?; �a que quedar�an reducidas la sintaxis y
la pragm�tica? Ya Chomsky tuvo que enfrentarse a este problema cuando, al pretender
independizar la sintaxis de la sem�ntica, se vio obligado a introducir el an�lisis sem�ntico
en la teor�a sint�ctica563. A situaci�n parecida se enfrentan los distribucionalistas
americanos al intentar demostrar que la sintaxis puede ser concebida independientemente
de la sem�ntica564. Al confirmar esta hip�tesis tienen que hacer frente a problemas
diversos como explicar, por ejemplo, c�mo una misma palabra puede poseer distintos
significados o c�mo pueden existir semejanzas de sentido entre palabras que pertenecen a
clases gramaticales diferentes. Estas dificultades obligan a los distribucionalistas a
reconocer la necesidad de incluir el an�lisis sem�ntico. El distribucionalismo representa,
por tanto, otro buen ejemplo de c�mo un proyecto te�rico que pretende prescindir del
�mbito sem�ntico tiene que enfrentarse a serios obst�culos565. Habermas, sin embargo, no
tiene en cuenta estos problemas aceptando de forma acr�tica la distinci�n establecida
entre sintaxis, sem�ntica y pragm�tica.
hablante. Para el debate sobre la posible relaci�n de los procesamientos sint�cticos y sem�nticos, v�ase por ejemplo: L. Frazier, “Sentence processing”, M. Coltheart, (ed.), Attention and perfomance XII: The psychology of reading, Erlbaum Hillsdale, NJ., 1987; L. Frazier y C. Jr. Clifton, Construal, MIT Press, Cambridge MA, 1996; M. C. MacDonald, “Probabilistic constraints and syntactic ambiguity resolution”, Language and Cognitive Processes, 9, 1994, pp. 157-201; M. C. MacDonald, N. Pearlmutter, y M. S. Seidenberg, “The lexical nature of syntactic ambiguity resolution”, Psychological Review, 101, 1994a, pp. 676-703; M. C. MacDonald, et al., “Syntactic ambiguity resolution as lexical ambiguity resolution”, Clifton, Frazier y Rayner (eds.), Perspectives on sentence processing, Erlbaum, Hillsdale, NJ., 1994b; R. Taraban y J. L. McClelland, “Constituent attachment and thematic role assignment in sentence processing: Influence of content-based expectations”, Journal of Memory and Language, 27, 1988, pp. 597-632. 562 Para algunos planteamientos cr�ticos sobre esta distinci�n, v�ase por ejemplo: G. Lakoff, Women, fire and dangerous things: What categories reveal about the mind, University of Chicago, Chicago, 1987 o R. W. Langacker, Foundations of cognitive grammar, vol 1, Standford University Press, Standford, 1987.563 Las cr�ticas de las que se hace eco Chomsky para llevar a cabo tal reformulaci�n en: Katz y Fodor, “The Structure of a Semantic Theory”, Language, 39, 1963 y Katz y Postal, An Integrated Theory of Linguistic Description, Cambridge, MIT Press, 1964. V�ase tambi�n: M. Beltr�n, Sociedad y lenguaje. Una lectura sociológica de Saussure y Chomsky, Fundaci�n Banco Exterior, Colecci�n Investigaciones, Madrid, 1991. 564 Corriente heredera de Bloomfield y cuyo principal representante es Harris, maestro de Chomsky. V�ase: Z. S. Harris, Methods in Structural linguistics, University of Chicago Press, Chicago, 1960; Mathematical Structures of language, Wiley, New York, 1968; Papers of Syntax, Henry Hiz (ed.), Dordrecht D. Reidel, 1981; Language and information, Columbia University Press, New York, 1988. 565 A la vista de las confusiones te�ricas mencionadas quiz� resulte m�s adecuado admitir que la sintaxis y la pragm�tica siempre se vinculan a la sem�ntica. De esta forma, tendr�amos que hablar de dos concepciones complementarias (la sint�ctica y la pragm�tica) que de forma expl�cita o impl�cita remiten a la dimensi�n sem�ntica.
356
Este autor lleva a cabo una revisión crítica de la filosofía analítica en la que, por
un lado, adapta algunas de sus aportaciones teóricas más importantes a las exigencias de
la pragmática formal y, por otro, obvia el problema más relevante de dicha tradición: la
corriente pragmática del significado centra su análisis en los componentes sintácticos del
significado, no en los pragmáticos. ¿O es que acaso podemos considerar pragmática a una
teoría del significado que prima a la ilocución frente a la perlocución y la alocución
centrando su análisis en conceptos como la teoría del infortunio, el principio de
expresabilidad o la regla esencial? Habermas, sin embargo, desatiende este problema. Da
por hecho el fundamento de la denominada corriente pragmática del significado
incidiendo en una confusión: donde se hable de perspectiva pragmática debemos entender
análisis sintáctico del significado.
Para ser coherente con sus necesidades teóricas, Habermas precisa una teoría del
significado que se defina de forma independiente de las intenciones de la emisora o el
emisor. Para esto exige, por un lado, mantener la distinción metodológica establecida
entre la estructura de las oraciones y la estructura de las emisiones y, por otro, que el
significado de las emisiones coincida con el significado de las expresiones. Aunque la
teoría del significado de la pragmática formal parta del análisis de qué significa entender
una emisión, la exigencia es que el significado lingüístico o literal se mantenga constante;
es decir, hay que tomar las precauciones debidas para evitar que lo que se quiere decir se
desvíe del significado literal. Tales medidas implican desarrollar el análisis en un
contexto estándar: en aquel contexto en el que la emisora o el emisor quieren decir,
exactamente, lo que significa la oración. La posibilidad de que la emisora o el emisor
manifiesten su intención de forma literal se fundamenta en el principio de expresabilidad
de Searle, principio que permite obviar los actos de habla cuya proferencia se lleva a cabo
en contextos que se desvían del significado literal.
Al introducir la noción de mundo de la vida con el objetivo de reconocer el
protagonismo de los contextos pragmáticos, la situación no se transforma de manera
relevante: los presupuestos trascendentes y universales en los que asienta Habermas su
propuesta garantizan que el significado pragmático coincida en cada ocasión con el
significado literal. La pragmática formal no tiene que ver con lo que el emisor o la
emisora quieren decir, que es una cuestión empírica, sino con el significado literal de lo
dicho, que es un asunto formal. Pero, ¿en qué se diferencian entonces la pragmática
formal y la semántica formal? La semántica formal tendría como objetivo el significado
literal del componente proposicional; la pragmática formal tendría como objetivo el
357
significado literal del componente realizativo o ilocucionario. Es decir, con el
componente proposicional e ilocucionario de un acto de habla no nos estamos refiriendo
al significado literal y pragm�tico sino al significado literal de la esfera proposicional e
ilocucionaria. Asumir la perspectiva pragm�tica del significado implica trascender la
estructura de las expresiones, y esto es algo que no hacen las corrientes pragm�ticas del
significado ni el propio Habermas.
En este sentido llama la atenci�n la contradicci�n en la que incurre Habermas al
defender, por un lado, que el significado literal no puede explicarse independientemente
de la condici�n est�ndar del uso comunicativo y, por otro, que la condici�n est�ndar es
aquella en la que lo que el hablante quiere decir coincide con el significado literal de lo
dicho. El c�rculo vicioso es evidente. Resulta conflictivo determinar cu�ndo estamos ante
un caso est�ndar en la medida en que para ello tenemos primero que identificar las
intenciones del hablante para comprobar, posteriormente, si �stas se manifiestan (o no) en
el significado literal de lo dicho. Esta dificultad se convierte en insalvable si tenemos en
cuenta que Habermas rechaza cualquier teor�a sobre las intenciones. El autor
frankfurtiano no se preocupa de dar respuesta a estas dificultades en la medida en que una
posici�n cr�tica respecto a su concepci�n del significado generar�a dudas que podr�an
poner en riesgo el estatus privilegiado del significado literal y, por tanto, las ventajas
te�ricas que �ste ofrece.
El enfoque sint�ctico o literal del significado encierra, obviamente, ciertas
ventajas. Al identificar el significado con las palabras o con la definici�n manejamos un
sistema de signos p�blicos que elimina los problemas acarreados por el car�cter
inobservable de los estados mentales. Este hecho permite definir el an�lisis con un grado
de universalidad apetecible te�ricamente proporcionando recursos heur�sticos para
investigar la ling��stica del sujeto o para determinar las actuaciones verbales correctas.
Sin embargo, esta ventaja se define asumiendo importantes limitaciones. Una de ellas es
que, al restringirnos a dicho significado literal o ling��stico, hay muchas situaciones
cotidianas de interacci�n que no ser�amos capaces de analizar tomando como referente el
significado del diccionario: as� ocurre, por ejemplo, con los usos indirectos, las iron�as o
las met�foras566. Por ello, no parece tener mucho sentido centrar el an�lisis en el
566 Respecto al manejo de actos de habla directos e indirectos, v�ase por ejemplo: J. Searle, “Indirect speech acts”, P. Cole y J. L. Morgan, (eds.), Syntax and semantics, vol. 3: Speech acts, Academic Press, New York, 1975 b, pp. 59-82; J. Searle, Expresión and meaning: Studies in the theory of speech acts, Cambridge University Press, Cambridge UK, 1979; F. Recanati, “The alleged priority of literal interpretation”, Cognitive Science, 19, 1995, pp. 207-232; R. W. Gibbs, The poetic of mind: Figurative thought, language
358
significado permanente de la expresi�n dejando al margen las diversas situaciones de uso.
Con el objetivo de superar estas dificultades, se han establecido diferencias entre el
significado literal y el significado pragm�tico basado en el uso o en las intenciones de los
sujetos567. Pero al introducirse esta distinci�n surge un nuevo problema: c�mo delimitar
ambas dimensiones significativas568. Si partimos de la prioridad del significado
and understanding, Cambridge University Press, Cambridge, 1994; Airenti, Bara y Colombetti, “Conversation and behavior games in the pragmatics of dialogue”, Cognitive Science, 17, 1993a, pp. 197-256; C. Garvey, Children’s talk, Fontana, New York, 1984; M. Shatz, “Children’s comprehension of their mothers’ questions directives”, Journal of child Language, 5, 1978a, pp. 39-46; P. Clancy, “The acquisition of communicative style in Japanese”, Schieffelin y Ochs (eds.), Language socialization across cultures, Cambridge University Press, Cambridge, pp. 213-250; B. Bara y M. Buccarielli, “Language in context: The emergence of pragmatic competence”, A. C. Quelhas y F. Pereira (eds.), Cognition and context, Instituto Superior de Psicolog�a Aplicada, Lisboa, 1998, pp. 317-345. Respecto a las iron�as, v�ase por ejemplo: D. W. Green, “Meaning and conversation”, Green et al. (eds.), Cognitive Science: An introduction, Blackwell Publishers, Oxford UK, 1996, pp. 217-243 y Bara, Bosco y Bucciarelli, “Developmental pragmatics in normal and abnormal children”, Brain and Language, 68, 1999, pp. 507-528. Para las explicaciones del significado metaf�rico, v�ase por ejemplo: J. J. Acero, “Las met�foras y el significado del hablante”, M. Cruz y otros (eds.), Historia, lenguaje y sociedad, Cr�tica, Barcelona, 1989; M. Dascal, “Defending literal meaning”, Cognitive Science, 11, pp. 259-281 o D. Davidson, “What metaphors mean”, Critical Inquiry, 5, 1978 (traducci�n al castellano en Davidson, De la verdad y la interpretaci�n, Gedisa, Barcelona, 1990); E. Romero y B. Soria, “Comunicaci�n y met�fora”, An�lisis Filos�fico XXIII (2), 2003, pp. 167-192 y E. Romero y B. Soria, “Novel metonymy and novel metaphor as primary pragmatic processes”, P. Guerrero Medina y E. Mart�nez Jurado (eds), Where Grammar Meets Discourse: Functional and Cognitive Perspectives”, Servicio de Publicaciones de la Universidad de C�rdoba, C�rdoba, 2006, pp. 21-35. 567Sobre el an�lisis de la intencionalidad, v�ase, por ejemplo: E. Bates, “Intentions, conventions and symbols”, Bates, Benigni, Bretherton, Camaioni y Volterra (eds.), The emergence of symbols: Cognition and communication in infancy, Academic Press, New York, 1979; J. Bruner, “La intenci�n en la estructura de la acci�n y de la interacci�n”, Linaza (ed.) Acci�n, pensamiento y lenguaje, Alianza, Madrid, 1984; Baron-Cohen, “Precursors to a theory of mind: Understanding attention in others”, Whiten (ed.), Naturaltheories of mind, Basil Blackwell, Oxford UK, 1991a, pp. 233-251; L. Camaioni, “The development of intentional communication: A reanalysis”, Nadel y Camaioni (eds.), New perspectives in early communication development, Routledge, London, 1993, pp. 82-96; Warren y McCloskey, “Language in social contexts”, J. Berko Gleason (ed.), The development of language, MA: Allyn & Bacon, Needham Heights, 1997, pp. 210-258; M. S. Zeedyk, “Developmental accounts of intentionality: Toward an integration”, Developmental Review, 16, 1996, pp. 416-461; V. Reddy, “Prelinguistic communication”, Barrett (ed.), The development of language, Psychology Press, Hove UK, 1999, pp. 25-50; Serra, Serrat, Sol�, Bel y Aparici, La adquisici�n del lenguaje, Ariel Psicolog�a, Barcelona, 2000. Distingui�ndose entre el enfoque cognitivo, el interaccionismos social y la perspectiva innatista: D. Frye, “The origins of intention in infancy”, Frey y Moore (eds.), Children’s theories of mind: Mental states and social understanding, NJ: LEA, Hillsdale, 1991, pp. 15-38; J. Piaget, The origins of intelligence in the child, Routledge & Kegan Paul, London, 1953; K. Kaye, The mental and social life of babies: How parents create persons, Harvester Press, London, 1982; A. Lock, “Human language development and object manipulation: Their relation in ontogeny and its possible relevance for phylogenetic questions”, Gibson y Ingold (eds.), Tools, language and cognition in human evolution, Cambridge University Press, Cambridge UK, 1993, pp. 279-299; C. Trevarthen, “The primary motives for cooperative understanding”, Butterworth y Light (eds.), Social cognition: Studies of the development of understanding, Harvester Press, Brighton UK, 1982, pp. 77-109; G. Butterworth y B. Hopkins, “Hand-mouth coordination in the new-born baby”, British Journal of Developmental Psychology, 6, 1988, pp. 303-314 y Van der Meer, Van del Weel y Lee D. N., “The functional significance of arm movements in neonates”, Science, 267, 1995, pp. 693.695. 568 V�ase por ejemplo: K. Nelson, El descubrimiento del sentido, Alianza Psicolog�a, Madrid, 1988; E. J. Robinson y P. Mitchell, “Children’s interpretation of messages from a speaker with a false belief”, Child Development, 63, 1992, pp. 639-652; E. J. Robinson y P. Mitchell, “Young children’s false belief reasoning: Interpretation of messages is no easier than the classic task”, Developmental Psychology, 30, 1994, pp. 67-72; P. Mitchell, Acquiring a conception of mind: A review of psychological research and theory, Psychology Press, Hove UK, 1996. Para el enfoque que, partiendo del uso de inferencias, pretende
359
pragm�tico, el significado literal tiene que supeditarse al uso, de tal forma, que el
diccionario no ser�a m�s que la recopilaci�n de significados pragm�ticos. Para asumir
esta hip�tesis, sin embargo, tendr�amos que explicar por qu� alguien que tiene una
intenci�n comunicativa determinada utiliza una expresi�n concreta y no otra. Si, por el
contrario, centramos el an�lisis en el significado literal, �c�mo podemos explicar que, a
pesar de que el significado literal permanezca invariable, se produzcan cambios en las
fuerzas ilocucionarias y en los efectos perlocucionarios? Habermas hace caso omiso de
todas estas dificultades dando por hecho que la teor�a de los actos de habla s�lo necesita
ciertos reajustes con el objetivo de adaptarla a los postulados de la teor�a de la acci�n
comunicativa.
En este sentido quiero hacer referencia a la opci�n que Pere Fabra569 formula a
Habermas con finalidad de que pueda hacer frente a las objeciones planteadas a su
propuesta. Seg�n Pere Fabra, Habermas debe empezar por renunciar al privilegio
concedido al significado literal y, en consecuencia, a la divisi�n de tareas establecida
entre la sem�ntica y la pragm�tica si pretende desarrollar una teor�a del significado
realmente pragm�tica. Como punto de partida, Pere Fabra sugiere sustituir la caduca
noci�n plat�nica de significado por una perspectiva m�s din�mica que podr�a concretarse
en la noci�n de potencial sem�ntico propuesta por Recanati570. Esta sugerencia persigue
indicar a Habermas la v�a por medio de la cual desarrollar la capacidad te�rica de las
categor�as que fundamentan la pragm�tica formal. Es decir, lo que Pere Fabra defiende es
que Habermas ya cuenta en su propio sistema categorial con recursos para conjurar las
consecuencias negativas que derivan de una concepci�n holista del significado. Puedo
estar de acuerdo con Pere Fabra en el diagn�stico, pero no en la conclusi�n.
Cierto es que Habermas permanece anclado a una noci�n est�tica de significado
literal incompatible con los presupuestos pragm�ticos, pero no creo que el propio sistema
categorial habermasiano ofrezca v�as de soluci�n. Si tenemos en cuenta que la propuesta
comunicativa de Habermas es, por principio, antimentalista: �qu� rentabilidad pragm�tica
puede tener un sistema categorial que, fundament�ndose en la noci�n de argumentaci�n,
definir la relaci�n existente entre el significado literal (lo que se dice) y el significado intencional (lo que se pretende comunicar), v�ase: P. Grice, “Logic and conversation”, Cole y Morgan (eds.), Syntax and semantics, vol 3: Speech acts, Academic Press, New York, 1975, pp. 41-58 y D. Sperber y D. Wilson, Relevance. Communication and Cognition (segunda edici�n revisada), Basil Blackwell, Oxford, 1995. 569 P. Fabra, op. cit., pp. 331-334. 570 F. Recanati, Literal Meaning, Cambridge University Press, Cambridge, 2004; v�ase tambi�n: E. Romero y B. Soria, “A View of Novel Metaphor in the Light of Recanati’s proposals”, M. J. Fr�polli (ed.), Saying, meaning and Refering. Essays on Fran�ois Recanati’s Philosophy of Language, Palgrave Studies in Pragmatics, Language and Cognition, London, 2007, pp. 145-159.
360
rechaza al sujeto emp�rico que argumenta? Cierto es que el sistema categorial
habermasiano es un constructo elaborado ad hoc para evitar el riesgo te�rico y pr�ctico
que encierra el relativismo, pero de esta forma s�lo se da respuesta a determinadas
cr�ticas formuladas contra las teor�as holistas. Para desarrollar una verdadera teor�a
pragm�tica del significado tendr�amos que exigir a Habermas algo mucho m�s radical:
optar por una perspectiva mentalista y cient�fica a la hora de abordar el an�lisis del
significado.
El objetivo te�rico de una concepci�n pragm�tica del significado debe incluir
necesariamente al sujeto. Ahora bien, no se trata �nicamente de tener en cuenta c�mo el
sujeto es capaz de utilizar una competencia de habla: se trata de describir c�mo act�a el
proceso semi�tico que convierte a un sujeto en persona posibilitando su adaptaci�n al
medio f�sico y social571. Dicho en otros t�rminos: hay que incluir al sujeto en el proceso
de investigaci�n intentando analizar los mecanismos mentales por medio de los cuales el
lenguaje procura la relaci�n del individuo con el entorno natural y social. Atendiendo a
este requisito, da la sensaci�n de que las teor�as pragm�ticas con las que contamos distan
bastante de dicha definici�n. A la vista de este hecho, se puede afirmar que las
autodenominadas concepciones pragm�ticas del significado son, en realidad, aportaciones
refinadas de una concepci�n sint�ctica572. Las teor�as que pretenden desarrollar un
an�lisis formal del significado suelen ser deficitarias por simplificar en exceso el objeto
de estudio proponiendo categor�as te�ricas dif�cilmente aplicables a la complejidad
571Esta exigencia ha impedido que el enfoque pragm�tico se haya podido desarrollar adecuadamente. En muchos casos se consideran enfoques pragm�ticos propuestas te�ricas que realmente son teor�as sint�cticasdel significado debido a los tab�es existentes en torno a la pertinencia moral de investigar la mente en t�rminos emp�ricos. De forma general, podemos distinguir dos corrientes a la hora de analizar los aspectos pragm�ticos: la que incide en los mecanismos psicol�gicos y la que hace hincapi� en la influencia ejercida por el contexto social sobre las pr�cticas de uso. Entre los primeros podemos mencionar, por ejemplo: Grice, “Logic and conversation”, Cole y Morgan (eds.), Syntax and semantics, vol 3: Speech acts, Academic Press, New York, 1975, pp. 41-58; S. C. Levinson, Pragmatics, Cambridge University Press, Cambridge, 1983 (traducci�n al castellano: Pragmática, Teide, Barcelona, 1989); D. Sperber y D. Wilson, Relevance, Harvard University Press, Cambridge MA, 1986; M. Tirassa, “Communicative competence and the architecture of the mind/brain”, Brain and Language, 68, 1999, pp. 419-441. Entre los segundos: J.Mey, Pragmatics: An introduction, Blackwel, Oxford, 1993. Para el an�lisis de la pragm�tica desde la perspectiva del desarrollo, v�ase por ejemplo: Bara, Bosco y Bucciarelli, “Developmental pragmatics in normal and abnormal children”, Brain and Language, 68, 1999, pp. 507-528; D. O’Neill, “Pragmatics and the development of communicative ability”, D.W. Green, et al. (eds.), Cognitive Science: An introduction, Blackwell Publishers, Oxford UK, 1996, pp. 244-275 y A. Ninio y C. E. Snow, Pragmatic Development, Westview Press Inc., Bulder, Colorado, 1996. 572 Para el an�lisis de algunas de las deficiencias de la investigaci�n pragm�tica, v�ase por ejemplo: B. Pan y C. E. Snow, “The development of conversational and discourse skills”, M. Barrett, (ed.), The development of language, Phychology Press, Hove, UK, 1999, pp. 229-249; S. Pinker, The language instinct: How the mind creates language, New York Morrow, 1994 (traducci�n al castellano: El instinto del lenguaje: cómo crea el lenguaje la mente, Alianza Editorial, Madrid, 1995) o G. Reyes, El abecé de la pragmática, Arco/Libros, Madrid, 1998.
361
emp�rica. Las teor�as del significado que, por el contrario, pretenden defender un enfoque
sustantivo suelen obviar aspectos importantes (como es el caso del sujeto emp�rico) que
terminan frustrando las intenciones te�ricas iniciales. Por todo ello, la rentabilidad de las
teor�as del significado propuestas es bastante limitada al disolver problemas
fundamentales que les abocan a la ineficacia o a la nula fecundidad explicativa y
predictiva. De esta forma, se sigue abonando el campo de cultivo de las propuestas
dualistas; es decir, de aquellos y aquellas que defienden que cuestiones como los valores
o los significados no pueden ser analizados cient�ficamente. La esperanza que nos
sustenta es que dicha propuesta dualista no se consolida por la fortaleza de sus
argumentos sino por la debilidad te�rica del oponente.
El dualismo se suele enmascarar haciendo referencia a formulaciones m�s o
menos elaboradas que se apoyan, por ejemplo, en la irreductibilidad de lo mental a lo
f�sico. Para las posiciones dualistas la explicaci�n cient�fica no es posible cuando
hablamos del �mbito social en la medida en que dicha explicaci�n exige la reducci�n a
nivel f�sico, d�ndose la circunstancia de que, cuando hablamos de la mente, esta
reducci�n no puede llevarse a cabo porque los estados mentales admiten formas f�sicas
indeterminadas573. No obstante, este argumento no puede sostenerse en la medida en que
se basa en dos supuestos err�neos: 1) la reducci�n de los estados mentales no tiene por
573Para favorecer el debate de esta tesis, v�ase por ejemplo: N. Chomsky, “La mente y el resto de la naturaleza”; M. Garc�a-Carpintero, “La naturalizaci�n de las ciencias cognitivas”; C. J. Cela Conde, “Cerebros y modelos de conocimiento” o E. Carbonell Rour, “Atapuerca: antes y despu�s de la aparici�n de la complejidad humana”; todos en N. Chomsky, et al., El lenguaje y la mente humana, Ariel Practicum, Barcelona, 2002. En su art�culo, Chomsky analiza las posibles conexiones existentes entre las ciencias del cerebro y las ciencias de la mente y el lenguaje. Chomsky no cree en la posibilidad de reducir las segundas a las primeras pero, puntualiza, esta es una situaci�n que se da en diversos �mbitos cient�ficos. No resulta adecuado defender posturas reduccionistas ni siquiera en la versi�n m�s d�bil de superveniencia. La forma m�s adecuada de establecer la relaci�n entre las ciencias de la mente y el lenguaje con las dem�s disciplinas es en el contexto de lo que denomina “naturalismo metodol�gico”: un �mbito disciplinar es naturalista si su investigaci�n se desarrolla seg�n los criterios de sistematicidad, contrastaci�n y rigor que defienden las ciencias naturales. Este “naturalismo metodol�gico” se opone al “naturalismo metaf�sico” en la medida en que, seg�n este �ltimo, una ciencia es naturalista si su objeto de estudio es una entidad natural. M. Garc�a Carpintero, por su parte, critica el naturalismo metodol�gico proponiendo una versi�n del naturalismo metaf�sico que, seg�n afirma, quedar�a libre de las objeciones formuladas por Chomsky. El naturalismo metaf�sico defendido por Garc�a Carpintero se basa en una nueva noci�n, “la entidad f�sica fundamental”, relacionada con los fen�menos que la ciencia explica. Esta forma de naturalismo rescata el planteamiento sobre qu� relaci�n guarda la mente con el cerebro. C. J. Cela Conde se plantea en su trabajo la relaci�n existente entre mente y cuerpo desde una perspectiva biol�gica. Partiendo de la “modularidad de la mente” chomskyana propone un sistema de caracter�sticas generales de los �rganos mentales basado en las conclusiones de la neurociencia. Por �ltimo, E. Carbonell expone algunas de las investigaciones m�s relevantes desde la perpectiva paleoantropol�gica. Defiende que la representaci�n simb�lica es la caracter�stica m�s importante del conocimiento elaborado por la mente humana, planteando la hip�tesis de que el lenguaje ya existiese entre las poblaciones de Homo Heidelbergensis.
362
qu� traducirse en formas f�sicas indeterminadas y 2) podemos hablar de una psicolog�a
cient�fica sin necesidad de que �sta cumpla la exigencia de un reduccionismo fisicista574.
Otra versi�n refinada de dualismo es el giro ling��stico. Negando la necesidad de
analizar el significado en t�rminos mentales se pretende conjurar el peligro que,
supuestamente, implica la tecnificaci�n o el tratamiento instrumental de los sujetos. En
este sentido, Habermas se siente arropado por la opini�n generalizada (aunque no por ello
debidamente justificada) cuando niega la posibilidad de aplicar los criterios cient�ficos al
�mbito de la interacci�n abogando, por el contrario, por una pragm�tica formal concebida
como una investigaci�n reconstructiva. El giro ling��stico, como posici�n te�rica que
rechaza la necesidad de elaborar una teor�a de la mente, sirve a Habermas como respaldo
para defender una posici�n dualista mal disimulada. A este respecto hay que incidir en un
dato que me parece importante: Habermas no rechaza la posibilidad de elaborar una
teor�a de la mente despu�s de hacer un an�lisis sobre las posibilidades efectivas (tanto
presentes como futuras) de investigar en t�rminos cient�ficos lo mental575: Habermas
parte de una premisa dualista seg�n la cual una teor�a de la mente es imposible por
definici�n. Para desarrollar un an�lisis pragm�tico del significado es necesario deshacerse
del lastre antimentalista denominado giro ling��stico, y Habermas no puede deshacerse de
�l.
574 La psicolog�a cient�fica no tiene por qu� exigir la reducci�n a nivel f�sico. La psicolog�a cient�fica puede seguir desarroll�ndose en un lenguaje mentalista, siempre y cuando tenga valor explicativo y predictivo. V�ase, por ejemplo: E. H. Lenneberg, Biological foundations of language, Wiley, New York, 1967 (traducci�n al castellano: Fundamentos biológicos del lenguaje, Alianza, Madrid, 1976); D. Caplan, Neurolinguistic and linguistic aphasiology, Cambridge University Press, Cambridge, 1987 (traducci�n al castellano: Neurolingüística y afasiología lingüística, Visor, Madrid, 1992); D. Caplan, Language: Structure, processing and disorders, MIT Press, Cambridge MA, 1992; E. B. Zurif, y D. Swinney, “The neuropsychology of Language”, M. A. Gernsbacher, (ed.), Handbook of psycholinguistics, Academic Press, San Diego CA, 1994; Junqu� y Barroso (eds.) Neuropsicología, S�ntesis, Madrid, 1994; A. R. Damasio y H. Damasio, “Brain and language”, Scientific American, 267, 1992, pp. 88-95 (traducci�n al castellano:“Cerebro y lenguaje”, Investigación y ciencia, 194, 1992, pp. 58-66); Mehler, Morton y Jusczyk, “On reducing language to biology”, Cognicion Neuropsychology, 1, pp. 82-116; M. Kutas y C. K. Van Petten, “Psycholinguistics electrifec: event-related brain potential investigation”, Gernsbacher (ed.), op. cit.; M. I. Posner, y M. Raichle, Images of mind, Scientific American Library, 1994. 575 En la compleja discusi�n sobre los estados mentales, la TRM (teor�a representacional de la mente) y la HLP (hip�tesis del lenguaje del pensamiento) tienen como objetivo explicar c�mo nuestra mente representa la realidad y qu� contenido poseen los estados psicol�gicos; v�ase, por ejemplo: K. Sterelny, The Representational Theory of Mind, Blackwell, Cambridge Mass, 1990. Para una cr�tica a la TRM, v�ase por ejemplo: S. Stich, “La teor�a sint�ctica de la mente (selecci�n)”, E. Rabossi, (comp.), Filosofía de la mente y ciencia cognitiva, Paid�s, Barcelona, 1995, pp. 205-227. Respecto a la HLP: W. Sellars, Science, Perception and Reality, op. cit.; G. Harman, Thought, Princeton University Press, Princeton, 1975; J. Fodor, The Language of Thought, Crowell, New York, 1975 (en �ste, y en trabajos posteriores, Fodor defiende combinar la TRM y la HLP con la TCM, teor�a computacional de la mente). Para las cr�ticas a la HLP, v�ase por ejemplo: D. Dennett, Brainstorms, Bradford Books, Montgomery, 1978; P. S. Churchland, Neurophilosophy. Toward a Unified Theory of Mind and Brain, MIT Press, Cambridge Mass, 1986 o S. Schiffer, Remnants of Meaning, MIT Press, Cambridge Mass, 1987.
363
Uno de los rasgos de la mente (que según Habermas la distancia
irremediablemente del análisis científico) es su carácter inobservable. Esta característica
la define como una misteriosa caja negra a la que hay que acceder, en todo caso,
utilizando recursos indirectos basados en datos públicos. Aunque Habermas no aclara qué
entiende por empírico, en su obra se mantiene implícitamente que no es posible analizar
en términos empíricos o científicos la mente porque ésta no es directamente
observable576: la única forma de acceder a la misma es mediante la intuición
hermenéutica del sujeto ordinario quien, motivado por el interés de la comunicación,
comparte significados en actitud realizativa. Ahora bien, a esta afirmación habermasiana,
como ya hemos indicado, subyace el error de identificar lo empírico con lo directamente
observable y lo directamente observable con la posibilidad de un análisis científico. El
carácter falaz de este razonamiento lo pone de manifiesto el hecho constatable de que el
conocimiento científico no tiene por qué partir de entidades observables.
A lo largo de su trayectoria teórica, Habermas diferencia entre una forma de
acceso externo y una forma de acceso interno. El acceso externo remite a la actuación del
científico que actúa en tercera persona con una actitud objetivante; el acceso interno
remite a las labores comprensivas por medio de las cuales el intérprete accede a las
competencias de los sujetos en una actitud realizativa o participativa. Para acceder a las
competencias de un sujeto capaz de lenguaje y acción no podemos recurrir a la psicología
científica sino a la labor de un intérprete que recurre al conocimiento intuitivo de unos
sujetos que actúan adoptando los imperativos de la comunicación. El análisis de la mente
sólo puede llevarlo a cabo un intérprete que, coincidiendo en el nivel de conocimiento
con el lego, accede al ámbito del sentido utilizando los recursos de la psicología popular.
Habermas identifica la psicología científica con el conductismo y, adoptando una caduca
premisa empirista del positivismo lógico al que critica, asume que la mente de los sujetos
no puede ser objeto de análisis empírico sino reconstructivo. La psicología científica no
puede aplicarse a las competencias de los sujetos socializados ni al mundo de la vida: el
lugar de la psicóloga o el psicólogo lo ocupa el sujeto ordinario quien, en actitud
realizativa y haciendo uso de la intuición, está capacitado para acceder de forma
privilegiada a su mente.
576 La importancia concedida al criterio de observabilidad ha tenido como consecuencia la necesidad de distinguir, dentro del ámbito de las conductas, entre los movimientos corporales y las acciones intencionales (concepto procedente de la escolástica y que fue introducido en la filosofía del siglo XIX por Brentano). Los primeros son observables; el ámbito de la intencionalidad, por el contrario, remite a la esfera de lo mental (es decir, de lo inobservable). La intencionalidad sólo es accesible mediante la introspección llevada a cabo por la persona implicada.
364
El antipsicologismo de Habermas permite explicar por ejemplo c�mo, a pesar de
la importancia que concede a la obra de Parsons, no se refiera al modelo psicol�gico de
Tolman que es el primero en incluir una perspectiva cognitivista en el conductismo.
Atendiendo a sus argumentos, tambi�n se explica la poca atenci�n que presta a los
pioneros de la psicolog�a cognitiva (Miller, Galanter y Pribam) cuya propuesta califica
como un “behaviourismo subjetivo”577. Esta omisi�n, obviamente, no es casual. A
Habermas no le interesa tener en cuenta la psicolog�a cognitiva en la medida en que
contradice sus postulados te�ricos al definirse como una psicolog�a experimental (pero no
conductista) que se preocupa por los aspectos internos578. Apelando al mundo de la vida,
el autor frankfurtiano incide en distanciar el an�lisis del sujeto de la psicolog�a cient�fica
admitiendo como �nico recurso la psicolog�a popular579. Con este argumento se obvia el
hecho de que los sujetos s�lo tienen acceso (utilizando mecanismos como el de la
577En “Un informe bibliogr�fico (1967): La l�gica de las ciencias sociales”, op. cit., p. 135, nota 96a, afirma Habermas: “En lo que sigue paso por alto una interesante tentativa de poner en conexi�n el concepto normativo de acci�n “racional con arreglo a fines” con el concepto emp�rico de comportamiento psicol�gico dirigido: Miller, Galanter, Pribram, Plans and the Structure of Behaviour, N. Y., 1960. Los autores sustituyen el modelo del arco reflejo entre est�mulo y reacci�n por el modelo de una conexi�n retroalimentativa entre Test-Operate-Test-Exit. Un comportamiento observable es entendido como resultado de la ejecuci�n de un plan. Un sistema de valores dados decide sobre la elecci�n entre los planes disponibles para una determinada situaci�n. (...) Por mi parte no veo c�mo este “behaviourismo subjetivo” puede identificar emp�ricamente los sistemas de valores y los planes, es decir, el armaz�n intencional del comportamiento, sin verse simult�neamente enredado en las dificultades hermen�uticas de los enfoques de teor�a de la acci�n”. 578Searle, por ejemplo, defiende que la ciencia cognitiva es la mediadora adecuada entre la psicolog�a popular y la neurociencia; v�ase: J. Searle, Intentionality. An Essay in the Philosophy of Mind, Cambridge University Press, Cambridge, 1983; Minds, Brains and Science, Harvard University Press, Cambridge Mass, 1984 y The Rediscovery of the Mind, MIT Press, Cambridge Mass, 1992.579 V�ase el monogr�fico dedicado a la psicolog�a popular de Mind and Language, 8, 1993. Por un lado, se puede defender que la psicolog�a popular es una teor�a; v�ase por ejemplo: W. Sellars, “Empiricism and the Philosophy of Mind”, Science, Perception and Reality, op. cit. o P. Feyerabend, “Mental Events and the Brain”, Journal of Philosophy, 60, 1963. Tambi�n se puede negar que la psicolog�a popular constituya una teor�a en sentido estricto; v�ase por ejemplo: B. von Eckardt, “Cognitive Psychology and Principled Skepticism”, Journal of Philosophy, 81, 1984; P. Kitcher, “In Defense of Intentional Psychology”, Journal of Philosophy, 81, 1984; L. Baker, Saving Belief. A Critique of Physicalism, University Press, Princeton, 1987; R. Donough, “A Culturalist Account of Folk Psychology”, Greenwood, op. cit. Por otro lado, se puede defender que la psicolog�a popular es falsa y que debe ser eliminada; v�ase por ejemplo: P. M. Churchland, quien propone sustituirla por una teor�a que se base en la neurociencia (Churchland, Scientific Realism and the Plasticity of Mind, Cambridge University Press, Cambridge, 1979; Matter and Consciousness, MIT Press, Cambridge Mass, 1988 y “Folk Psychology and the Explanation of Human Behavior”, J. Greenwood (comp.), The Future of Folk Psychology. Intentionality and Cognitive Science, Cambridge University Press, Cambridge, 1991). Para otras tesis que defienden la inexactitud de la psicolog�a popular, v�ase por ejemplo: S. Stich, “Autonomous Psychology and the Belief-Desire Thesis”, Monist, 61, 1978; Stich, “On the Adscription of Content”, Woodfield (comp.), Thought and Object, Clarendon, Oxford, 1982; Stich, From Psychology to Cognitive Science, MIT Press, Cambridge Mass, 1983; Ramsay, Stich y Garon, “Connectionism, Eliminativism and the Future of Folk Psychology”, J. Greenwood, (comp.), op. cit. Para algunas respuestas a las tesis que abogan por la eliminaci�n, v�ase: T. Horgan y J. Woodward, “Folk Psychology is Here to Stay”, Philosophical Review 94, 1985 (incluido en J. Greenwood, op. cit.); L. Baker, “Cognitive Suicide”, R. Grimm y D. Merrill (comp.), Contents of Thougths, University of Arizona Press, Tucson, 1985 o F. Jackson y P. Petit, “In Defense of Folk Psychology”, Philosophical Studies, 59, 1990.
365
introspecci�n) a las representaciones de los estados mentales conscientes y a las
representaciones de su relaci�n te�rica. Estos sujetos aprenden teor�as psicol�gicas
ordinarias que imponen su evidencia y les hacen creer que saben lo que piensan o lo que
desean. Pero el lenguaje ordinario no se descubre como un buen mecanismo para definir
explicativa y predictivamente los estados internos. Habr�a que preguntarse, por tanto, si
es v�lido aceptar las limitaciones impuestas por el conocimiento ordinario o si, por el
contrario, se puede aspirar a un conocimiento cient�fico de la mente que no s�lo
permitiese predecir acciones sino tambi�n estados mentales580. La cuesti�n a plantear es
si dicha psicolog�a del sentido com�n representa la etapa m�s evolucionada del
conocimiento o si, por el contrario, es posible analizar la mente en t�rminos cient�ficos.
Las v�as para un an�lisis mentalista de la mente se abren cuando la relevancia
explicativa del conductismo comienza a quebrarse y se superan las exigencias
inductivistas impuestas al conocimiento cient�fico. A partir de las posibilidades abiertas a
una explicaci�n mentalista habr�a que diferenciar entre un mentalismo ordinario,
influenciado por el positivismo l�gico y sustentado en la introspecci�n y en la psicolog�a
popular, y un mentalismo cient�fico que tendr�a que ser capaz de describir el sistema
mental que subyace a la conciencia. La psicolog�a popular identifica la mente con los
aspectos conscientes, y esta identificaci�n la han asumido la mayor parte de los fil�sofos
anal�ticos sin que Habermas se haya preocupado de analizar sus posibles deficiencias.
Parece sensato admitir que una teor�a de la mente tiene que incluir el an�lisis de los
aspectos conscientes y no conscientes proponiendo una explicaci�n causal de la relaci�n
existente entre motivo y acci�n. Asumiendo la mente como una caja negra nos limitamos
a describir la predisposici�n interna de un sujeto a comportarse de cierta forma, no siendo
capaces de abordar la complejidad del sistema mental ni sus relaciones causales.
Habermas asume esta limitaci�n al sustituir el an�lisis causal de la mente por una tarea
reconstructiva cuya labor sustituye el conocimiento cient�fico por la reflexi�n filos�fica.
Defiende, de esta forma, un naturalismo d�bil capaz de mediar entre el naturalismo
riguroso y el idealismo.
El naturalismo d�bil, a diferencia del fuerte, no posee aspiraciones
reduccionistas. De esta forma, logra respetar las diferencias existentes entre la actitud
externa o cientificista con la que podemos acceder al mundo objetivo y la actitud interna
580Reivindicar una concepci�n cient�fica de la psicolog�a no implica, necesariamente, renegar de la introspecci�n. Aunque la introspecci�n no es un m�todo cient�fico, resulta dif�cil prescindir de ella en la medida en que constituye la base del vocabulario que empleamos para referirnos a los estados mentales; v�ase: J. M. Chamorro, “Actos de habla: motivaciones, contextos y sociolectos”, op. cit., p. 132.
366
con la que accedemos a la totalidad metaf�sica denominada mundo de la vida. El
naturalismo d�bil, en definitiva, es utilizado por Habermas como un recurso ficticio para
confirmar su presupuesto anticientificista sin pagar el peaje de asociarse de forma
expl�cita con el idealismo. Tal y como afirma el propio autor frankfurtiano: el
naturalismo d�bil representa su “tendencia al naturalismo”. Pero, �en qu� consiste esa
tendencia?; �acaso en reconocer que existe un �mbito natural y otro trascendental? El
naturalismo d�bil defendido por Habermas se define con el objetivo de proteger el
car�cter trascendental de la realidad simb�licamente estructurada; por tanto, es un mero
recurso para justificar el dualismo ontol�gico y metodol�gico que sirve como leit motiv
de su proyecto te�rico.
Con el naturalismo d�bil, afirma Habermas, podemos dar por zanjado el debate
mente-cuerpo. Es decir, el debate mente-cuerpo se resuelve admitiendo la existencia de
un �mbito trascendental al que s�lo podemos acceder con recursos de la psicolog�a
popular. Partiendo de esta exigencia, Habermas no indaga en las posibilidades
materialistas a la hora de desarrollar una teor�a de la mente. Prefiere manejar un modelo
ideal de sujeto que no entre en contradicci�n con los presupuestos de partida. Esta
opci�n, sin embargo, no puede dejar de provocar extra�eza si tenemos en cuenta que la
motivaci�n de Habermas es establecer un nexo entre teor�a y praxis con el objetivo de
superar la utop�a negativa (es decir, con la finalidad de reivindicar un cambio social).
Admitiendo coherencia al razonamiento habermasiano, tendr�amos que llegar a la
conclusi�n de que este autor contrapone las labores pr�cticas de la teor�a cr�tica a la
actuaci�n de la ciencia. Sin embargo, �qu� argumentos aporta Habermas para defender
que, al hablar de cambio social, es preferible la reflexi�n especulativa al conocimiento
cient�fico de la realidad sobre la que se pretende actuar? El �nico argumento que puede
ofrecer remite a una noci�n metaf�sica de totalidad. El �mbito de conocimiento cuyo
objeto se define como una realidad simb�licamente estructurada (es decir, el �mbito
social) tiene que limitar su descripci�n a un modelo ideal de sujeto, �cu�l podr�a ser
entonces la rentabilidad te�rica y pr�ctica de dicha descripci�n? Resulta llamativo c�mo,
a pesar de las importantes secuelas que derivan de la exclusi�n de lo mental, en la
mayor�a de los casos es un tema que pasa inadvertido; en otros, se justifica dicha
exclusi�n utilizando el recurso falaz de las definiciones. Esta circunstancia hace posible
que una propuesta dualista como la habermasiana, por ejemplo, asiente sus pilares
te�ricos en la noci�n de mundo de la vida (noci�n que hace referencia al �mbito mental
de los sujetos) y, al mismo tiempo, rechace la necesidad de una teor�a de la mente: el
367
mundo de la vida sustituye a una teor�a de la mente exigiendo una universalidad
plat�nica. Asumiendo contradicciones de este tipo las disciplinas sociales seguir�n
abocadas a la esterilidad.
En la medida en que no se han esgrimido argumentos concluyentes contra la
posibilidad de elaborar una teor�a cient�fica sobre la mente es l�cito, al menos, seguir
defendiendo dicha posibilidad. En este sentido me adhiero a las tesis defendidas por J. M.
Chamorro581 seg�n el cual una teor�a de la mente, que no rechaza los criterios generales,
debe tener un car�cter interdisciplinar unificando los planteamientos de la psicolog�a, la
ling��stica y la sociolog�a. De este posible desarrollo de una teor�a de la mente depende el
an�lisis pragm�tico del significado en la medida en que, para una perspectiva realmente
pragm�tica, la unidad de an�lisis no puede ser el acto de habla entendido como expresi�n
sino el sistema ps�quico. Elaborar una teor�a de la mente se convierte, por tanto, en la
elaboraci�n de una teor�a del significado. Ahora bien, a pesar de que con esta afirmaci�n
parezca que nos adentramos en �mbitos f�cilmente explicables debido a su familiaridad,
lo cierto es que para poder indagar en esta l�nea te�rica todav�a hay que superar muchos
prejuicios que favorecen el estado de precariedad en el que se encuentra sumido el �mbito
social582. Uno de estos prejuicios, reivindicado por Habermas, es el de la
581Lenguaje, mente y sociedad. Hacia una teoría materialista del sujeto, op. cit.582 Una de las primeras cuestiones que llaman la atenci�n es que a�n no exista un acuerdo te�rico sobre c�mo definir y analizar el lenguaje. Se puede defender que el lenguaje es consecuencia de aprendizajes sociales, o bien que es algo que trasciende a la experiencia. Si nos situamos en el primer caso, el lenguaje se concibe como algo dependiente de las formas sociales de vida; defender el enfoque trascendental, por el contrario, proporciona un socorrido argumento para justificar el car�cter innato y universal de dicho lenguaje. Tambi�n existen diferencias te�ricas a la hora de definir la metodolog�a adecuada: se puede argumentar a favor de una perspectiva atom�stica o, por el contrario, tratarlo como una unidad sem�ntica (es decir, de forma sist�mica). Cualquiera de estas perspectivas afecta a c�mo se teoriza la relaci�n sujeto-lenguaje-mundo y, por tanto, al significado. Haciendo consideraciones m�s espec�ficas, en algunos casos (como ocurre con la gram�tica tradicional, por ejemplo) el lenguaje se concibe como un instrumento externo al sujeto; como un conjunto de expresiones o signos a partir de los cuales se puede determinar una estructura l�gica. El lenguaje, por otra parte, tambi�n se puede concebir como una competencia: Chomsky habla de una competencia ling��stica y termina hablando de una competencia pragm�tica; Habermas completa la dimensi�n ling��stica con una competencia comunicativa. En otras ocasiones, el lenguaje se identifica con la estructura mental del sujeto: es la estructura sem�ntica la que transforma el cerebro en mente, idea que explicita Vigotsky, por ejemplo, pero que ya aparece de forma impl�cita en Saussure. Este hecho permite explicar la poca atenci�n que Habermas presta a la teor�a de Saussure. Si bien tenemos que admitir que el objetivo te�rico de Saussure se desvirt�a debido a que el desarrollo efectivo de su propuesta no se adec�a a sus preocupaciones psicol�gicas, creo que hay buenos argumentos para defender que este autor es uno de los primeros representantes de la ling��stica del hablante. Tal y como demuestra la lectura del Curso (o el testimonio de algunos de sus disc�pulos, como Charles Bally), la ling��stica saussiriana es una teor�a de la mente: el signo ling��stico (tanto el significado como el significante) es de naturaleza mental. Saussure plantea, en cierta medida, una concepci�n holista de la mente al proponer la noci�n de “valor del signo”: el signo no se define s�lo por la relaci�n de significado y significante sino, tambi�n, por la relaci�n que mantiene con los dem�s signos que integran la lengua. La Ling��stica, seg�n defiende Saussure, es una parte de la Semiolog�a y la Semiolog�a se concibe como una parte de la Psicolog�a Social. Sin embargo, al distinguir entre lengua (definida como competencia pasiva de la recepci�n) y habla, y eliminar el habla como objeto de su disciplina, Saussure contradice sus propios presupuestos al prescindir
368
intersubjetividad. Si los significados dependen de la estructura mental, y �sta se
constituye dependiendo de variables como la edad, el g�nero o la clase social, �no tendr�a
que determinarse de forma emp�rica el grado de intersubjetividad? �No tendr�amos que
contemplar, por ejemplo, las hip�tesis de la relatividad ling��stica?
La tesis b�sica de la relatividad ling��stica plantea si las diferentes lenguas
utilizadas por los sujetos influyen en la forma en que �stos manejan el lenguaje, se
relacionan con el mundo o piensan583. Independientemente de los errores que podamos
detectar en las propuestas de la relatividad ling��stica, ya que tampoco en ellas se define
una teor�a de la mente, creo que son ejemplos de propuestas que ofrecen aportaciones
de un aspecto importante para el an�lisis psicosocial. Por otro lado, la imposibilidad de teorizar adecuadamente las ideas o conceptos lo obligan a recurrir al �nico recurso que considera pertinente: el concepto se define como una cualidad de la sustancia f�nica, con lo cual, se ve abocado a la ling��stica del producto reivindicando la autonom�a de lo verbal. V�ase: M. Galeote Moreno, Adquisición del lenguaje. Problemas, investigación y perspectivas, Pir�mide Psicolog�a, Madrid, 2002; M. Carreiras, Descubriendo y procesando el lenguaje, Trotta, Madrid, 1997. V�ase tambi�n: A. Manzanares Pascual, “En torno al signo y la gram�tica”, Revista de Filología de la Universidad de La Laguna, n� 12, 1993, pp. 201-210. 583 Cuando se habla de las hip�tesis de la relatividad ling��stica nos estamos refiriendo a dos formulaciones: a la corriente socioling��stica y a la hip�tesis de Sapir-Worf. Cuando Habermas se refiere a las aportaciones de la socioling��stica tiene en cuenta a autores como Gumperz o Hymes y no a Bernstein o Labov, te�ricos de los c�digos socioling��sticos de clase social. Hay que tener en cuenta que, contradiciendo la intuici�n, las diferencias sociales son m�s dif�ciles de analizar que las interculturales en la medida en que el concepto de clase social es m�s complicado de teorizar que el de cultura; v�ase por ejemplo: G. Berutto, La Sociolingüística, Nueva Imagen, M�xico, 1979; J. Fishman, Sociología del lenguaje, C�tedra, Madrid, 1979; R. Hudson, La Sociolingüística, Anagrama, Barcelona, 1981; A. Leontiev, Lenguaje y comportamiento, Fundamentos, Madrid, 1980; Marcellesi & B. Gardin, Introducción a la sociolingüística, Gredos, Madrid, 1978; C. K. Ogden y I. A. Richards, El significado de significado, Paid�s, Barcelona, 1984; Rossi-Landi, Ideologías de la relatividad lingüística, Nueva Visi�n, Buenos Aires, 1974 o P. Trudgill, Sociolinguistics: An Introducción to Language and Society, Harmondsworth, Penguin Books, England, 1974. En “Some sociological determinants of perception” (British Journal of Sociology, 9 y en Class, codes and control, vol I: Theorical studies towards a Sociology of Language, Routledge & Kegan Paul, London, 1971), Bertenstein pretende comprobar la relaci�n existente entre clase social y �xito escolar demostrando que la causa principal del menor rendimiento escolar de las ni�as y ni�os procedentes de la clase obrera es el lenguaje. Despu�s de su primer art�culo se produce un cambio de inter�s en Bernstein: aunque da por supuesto que los c�digos teorizados se corresponden con formas de percepci�n o de enfrentamiento a la realidad, este tema pasa a un segundo plano. Durante alg�n tiempo intenta llevar a cabo la comprobaci�n experimental de las hip�tesis que formula: “Language and social class”, British Journal of Sociology, XI y en Class, codes and Control vol. I. Theoretical Studies towards a Sociology of language,Routledge & Kegan Paul, London, 1971; “Linguistic codes, hesitation the phenomena and inteligence”, Language and speech, 5, 1962 y en Class, codes and Control, vol. I; “Social class, linguistic codes and gramatical elements”, Language and speech, 5, 1962 y en Class, codes and Control, vol. I. Aunque, como paso previo a la demostraci�n emp�rica, Bernstein debe definir gramaticalmente dichos c�digos; v�ase: “A public languaje: some sociological implications of a linguistic forms”, British Journal Sociology, X y enClass, code and Control, vol. I. V�ase tambi�n: Bernstein, “A sociolinguistic approach to socialization with some reference to educability” (1970a), Gumperz & D. Hymes (eds), Directions in Sociolinguistics: the Ethnography of Communication, Holt, Reinhart & Co, N.Y., 1972; Bernstein, “Social class, Language and Socialization”, P. Giglioli, (ed.), Language and Social Context, London, Penguin, 1972; Class, Codes and Control, vol II: Applied studies towards a Sociology of Language, Routledge & Kegan Paul, London, 1972; Class, Codes and Control, vol. III: Towards a Theory of educational transmision, Routledge & Kegan Paul, London, 1975; W. Labov, “The Logic of Nonstandard English”, P. Giglioli, (ed.), op. cit. y Modelos sociolingüísticos, C�tedra, Madrid, 1984; E. Sapir, Language: An introduction to the study of Speech, Harcourt & Brace, Nueva York, 1921 o B. L. Whorf, Language, Thought and Reality: Selected Writings of B. L. Whorf, J. B. Carroll (ed.), Cambridge Mass, MIT, 1956.
369
interesantes en la medida en que inciden en la relaci�n existente entre lenguaje y
organizaci�n social. Una de dichas aportaciones es la noci�n de sociolecto. Cada
sociolecto representa una forma distinta de sistematizar el mundo ofertando una
capacidad de codificaci�n y descodificaci�n que depende de la adscripci�n de cada sujeto
a un grupo determinado. Esta capacidad afecta a todo el sistema de creencias, por lo que
constituye un elemento importante a teorizar en la medida en que nos permite establecer
diferencias en la conceptualizaci�n del mundo derivadas del proceso de socializaci�n.
Habermas, sin embargo, prefiere no tener en cuenta estas aportaciones te�ricas. La
intersubjetividad es un presupuesto te�rico que da por justificado y que no se preocupa,
en consecuencia, de defender. Parte de la intuici�n de que, al menos en determinados
contextos culturales, parece que se comparten significados, pero no admite que �sta
puede ser una intuici�n falible siendo necesario por tanto demostrar su validez584.
Obviando cualquier tipo de propuesta te�rica que pueda justificar el relativismo,
Habermas se confirma en la universalidad. A pesar de que reconoce que el mundo de la
vida no es el mismo para todos los grupos humanos y que es objeto de transformaciones
hist�ricas en la medida en que se somete a un proceso de racionalizaci�n, le atribuye un
car�cter semitrascendental que incide en el requisito de la intersubjetividad. Mientras
afirma que el car�cter intersubjetivo de los significados deriva del proceso de aprendizaje,
obvia cualquier propuesta te�rica que pueda poner en duda la intersubjetividad.
Habermas concibe el significado como una entidad plat�nica. Una alternativa
que incluya conceptos operativos debe concebir el significado, por el contrario, en
t�rminos emp�ricos; es decir, reconociendo que la identidad significativa no se puede
definir de forma absoluta o trascendental y que dichos significados act�an en la mente de
unos sujetos que son socializados de manera diversa. Esta perspectiva emp�rica no deriva
necesariamente en el relativismo: a�n reconociendo que los significados son diferentes en
cada grupo de sujetos y en cada sujeto, se puede clasificar los rasgos sem�nticos teniendo
en cuenta el grado de generalidad que asumen en un determinado contexto social
incluyendo variables culturales, sociolectales o idiolectales. Podr�amos ofrecer as� una
descripci�n del significado con cierto grado de intersubjetividad (aunque, obviamente,
estar�amos manejando una noci�n de intersubjetividad muy alejada de la intersubjetividad
trascendental habermasiana). Es llamativo, cuando menos, que Habermas se refiera a la
584 Al negar que las formas racionales dependan de cada contexto cultural, Habermas coincide con autores como Jarvie o Horton; v�ase: I. C. Jarvie, The Revolution in Antropology, Henry Regnery Company, Chicago, 1964; R. Horton, “African traditional thought and western science”, Bryan R. Wilson (ed.),Rationality, Oxford, 1970.
370
rentabilidad teórico-empírica que puede derivarse de la aplicación de un enfoque
universalista como el suyo para justificar la legitimidad de su proyecto. El requisito
universalista concebido en términos trascendentales (o si se prefiere semi-
trascendentales) aboca a la teoría de la acción comunicativa a una esterilidad perenne al
no ser capaz de proporcionar una explicación aceptable del ámbito comunicativo. Los
prejuicios antimentalistas y anticientificistas de Habermas hacen imposible que su
propuesta teórica (como él mismo exige cuando hace referencia, por ejemplo, a la noción
peirciana de verdad) sea valorada por su fecundidad. Para que la propuesta teórica de
Habermas fuese original tendría que teorizar a los sujetos que se comunican. En vez de
optar por esta posibilidad, diseña un modelo ideal en el que diversas razones monológicas
se salen al encuentro.
La mayor parte de las argumentaciones que niegan el análisis científico de la
mente suelen recurrir a la defensa de la libertad del individuo esgrimiendo la siguiente
tesis: una descripción científica del sujeto sugiere un determinismo que pone en serio
riesgo el libre albedrío. Ofrecer una explicación científica del ser humano implica una
descripción causal de sus comportamientos, posibilidad que es denostada por contradecir
la imagen dualista de un sujeto que se concibe como un sujeto libre. Lo curioso de este
argumento es que los que lo esgrimen obvian la carga de la prueba al defender como una
evidencia que el ser humano posee características que escapan al determinismo
materialista. Mientras que en el ámbito social este prejuicio dualista es ampliamente
aceptado, la observación cotidiana nos permite constatar el carácter meramente ilusorio
de esa libertad metafísica reivindicada por la mayor parte de los teóricos y teóricas
sociales. Esta observación pone de manifiesto, por ejemplo, la amplia lista de
determinismos que derivan de los criterios sociodiferenciales utilizados para constituir y
organizar la sociedad (las clases sociales, el género, el sexo, la edad...). Si fuéramos
coherentes con los resultados de esta observación tendríamos que admitir que la defensa
de la libertad no es más que el reflejo de un prejuicio dualista que, de forma consciente o
inconsciente, se empeña en defender que en el ser humano existen reductos de carácter no
material que escapan a la explicación.
Si el entendimiento fuese posible (circunstancia en la que no creo) tendríamos
que llegar a la conclusión de que la única forma de acercarnos a ese modelo ideal de
sujeto utilizado en las propuestas dualistas es, precisamente, contradiciendo las tesis
dualistas; es decir, favoreciendo el análisis científico con el objetivo de definir de manera
menos patológica el proceso de socialización. El análisis de dicho proceso se debe
371
convertir en objeto preferente de una concepción pragmática en la medida en que la
socialización determina las estructuras mentales y, por ende, los significados. A lo largo
de este trabajo hemos intentado analizar si los argumentos esgrimidos por Habermas
clausuran la posibilidad de desarrollar una investigación científica de los significados, y
creo que la conclusión no puede ser favorable a los intereses habermasianos: la teoría de
la acción comunicativa logra plantearse las preguntas adecuadas sin ofrecer las respuestas
pertinentes.
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