Post on 01-Feb-2016
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UNIVERSIDAD PERUANA DE CIENCIAS APLICADAS
Facultad: Facultad de Comunicaciones
Carrera: Publicidad
Curso: Taller de Técnicas de Expresión Escrita
Sección: AV31
Evaluación y número de la evaluación: Tarea Académica 4
Tema evaluado: Descripción
Nombre del alumno: Javier Emilio Gonzales Espinoza
Código del alumno: U201319880
Número de palabras empleadas: 299 y 300 palabras
Fecha de entrega: 18/06/2015
ÁNGEL CANELA
La foto parece estar retocada por sonrisas de papel y gestos practicados, como si
alguien detrás de cámara los hubiera ubicado estratégicamente. Las hebras almendradas
del cabello del niño pareciesen deslizarse por su rostro cual el rocío mañanero en las
verdes y sedientes hojas; extrañamente ordenado. Algo me dice que bajo ese lacio
chocolate se esconde un intelecto tormentoso, sin embargo, su rostro parece aceptarlo y
su cuerpo parece saberlo.
Pequeñas estrellas titilan irónicamente a la luz del día, faltaría luz en ese hogar. Los ojos
del pequeño casi cerrados me intrigan, parece que incluso Morfeo olvida visitarlo en la
penumbra. Su fría vista clavada en el suelo le daba ese toque de invierno neoyorquino a
una tórrida navidad peruana.
El niño del cabello chocolate viste un polo níveo, un poco manchado; la holgada tela
que cubre su torso trasluce la intención del pequeño de proteger su roja inocencia y lo
poco de pureza que bombeaba vida a través de su cuerpo. El pequeño de mirada
invernal cubría sus piernas con un pequeño short, holgado, al igual que su camiseta, la
comodidad de esta prenda le permitiría al infante huir tan rápido como la situación lo
demandara, pero solo años después comprendería lo que inconscientemente trataba de
proteger bajo esa prenda verde y delgada.
Algo me dice que el pequeño del rocío entiende las tristezas que lo rodean, su rostro se
esfuerza por esconderlo, pero su cuerpo lo sabe. Me he percatado que lo único que no
parece ensayado en la foto son las dos pequeñas manos entrelazadas, pareciera que
Emilio vaticinaba lo que persistiría aún después de haber sido tomada la foto. Su cuerpo
inconsciente y desesperado se salió del guion, e intempestivo tomo la mano de un
pequeño ángel canela; y supo entonces, que no estaba solo
TIEMPO
(PERPECTIVA DE UN SEÑOR OBSERVANDO LA ESTACIÓN POR FUERA)
Las frías y desordenadas calles de lima se hacen más transitadas mientras me acerco a
la estación; como el caudal de un rio en un día lluvioso, se incrementa mi desesperación
por escapar de la miseria. Manchas de historia salpican el negro asfalto de la
modernidad limeña, y aun así, los transeúntes encuentran la forma de pisotear no el
pavimento, sino la memoria de su país. Pocos son los pasos que me separan de la
esperanza de extraviarme en el olvido, perderme en el tiempo que transcurrirá cuando
no me encuentre ya aquí.
Comienzo a contemplar la majestuosidad de la estación; irónicamente, mi vista incolora
encontró reposo en el amarillo de las paredes que me alejaban de la libertad. Mi visión
comenzó a acariciar cada detalle del edificio. Las cinco puertas de frío metal prometían
indistintamente una salida, mientras que las pequeñas ventanas, que bailaban por
encima de las puertas, me ofrecían una vista omnisciente de lo que fue, alguna vez, mi
vida. La vista desamparada de este viejo hombre encontró confort en la blanquirroja
que flameaba desafiante. Al igual que yo, la casa de la literatura peruana, se sentía solo
acogida por el suelo que la vio nacer, más no por los que lo habitaban.
Después de un gélido suspiro, mi atención migro hacia la figura de dos siluetas níveas e
impávidas. Estas figuras sostenían mi reliquia más preciada, el tiempo. Un reloj se
pavoneaba sobre la amarilla pila de ladrillos, mientras mis pasos retrataban mis
últimos minutos en este lugar. Este lugar es perfecto, de alguna u otra manera me acoge,
hasta su nombre parece consumar mi ser. Al igual que yo, esta huérfana estación
conoce la verdad, y es que lo único que realmente nos pertenece es el tiempo: incluso un
desamparado como yo cuenta con eso.