Post on 14-Mar-2020
minos de sociología o de ciencia política» ha llegado aún a es-
bozarse: a decir verdad, tal y como nos lo describía un colega
húngaro que hemos interrogado al respecto, este tipo de estu-
dios ni siquiera es allí concebido.
3. A modo de conclusión: ^ serán capaces laspolíticas agrarias « a la europea» de vencer alsubdesarrollo?
^Pueden los éxitos de la agricultura europea aportar ense-
ñanzas útiles a la masa inmensa de pueblos que no pertenecen
a los sistemas agrícolas de los que hemos hablado, es decir,la infinita variedad de «países en vías de desarrollo»? Resulta
casi absurdo querer mezclar en esta categoría a países de Amé-
rica latina que, al menos en lo que concierne a algunos secto-
res de la sociedad, se sitúan en niveles de desarrollo casi
europeos o americanos, con países de Africa negra en los que
los sistemas rurales «tradicionales» son víctimas de la domina-
ción y de la explotación de algunos grupos urbanos superfi-
cialmente «europeizados», añadiendo además a este
conglomerado países como China, la India, Indonesia, los Paí-
ses Arabes, ...Entre estos países podemos encontrar todos los géneros po-
sibles de sistemas agrarios. Muchos de ellos han sido, cierta-
mente, colonizados por países europeos, pero los objetivos, los
medios, los resultados de esta colonización, han variado hasta
el infinito según los colonizadores, las condiciones locales, etc.En definitiva, lo que estos países tienen en común, al igual
que aquellos «despotismos asiáticos» de los que hablábamos al
principio de este trabajo, consiste, en suma, en tener una his-
toria diferente de la de Europa y en encontrarse hoy en una
situación alimenticia precaria y, a veces, hasta catastrófica.
Si los países capitalistas conocen una abundancia alimenticia
difícil de regular y los países socialistas europeos cierta penu-
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ria, todos los países del resto del mundo padecen, en mayor
o menor grado, de subalimentación o incluso de hambre, sin
que hasta el presente las políticas agrarias que practican ha-
yan podido permitirles mejorar el destino del conjunto de sus
agricultores y alimentar convenientemente al conjunto de su
población.
Incluso en los países en que aumentó efectivamente la pro-
ducción agrícola alimenticia, ésta no siguió en general alaumento de la demanda resultante del crecimiento de la po-
blación y del incremento de las rentas de ciertas categorías so-
ciales. Fste último aspecto es uno de los efectos paradójicos
de las políticas generales de «desarrollo» seguidas desde hace
un cuarto de siglo: condujeron a enriquecer a una minoría dela población que adoptó los modos y los niveles de consumo
de los países desarrollados, mientras las masas rurales se em-pobrecían cada vez más.
De ello resulta que los «países en vías de desarrollo», en su
conjunto, se han vuelto cada vez más importadores de productos
alimenticios (Banco Mundial, 1978, p. 25; 1981, p. 100 s.).
Más allá de las dificultades comunes a estos países, aun-
que eñ grados muy variables, su enorme variedad puede ofre-
cer motivos suficientes de desánimo a quien quisiese extraer
una enseñanza general de su experiencia en materia de desa-rrollo agrícola.
Como mucho se puede intentar discernir algunos puntosde referencia.
Podemos, en primer lugar, recordar que la mayor partede los países subdesarrollados creyeron, en un primer momento,
que podían salir de la pobreza dando prioridad a una indus-
trialización acelerada, apoyada las más de las veces en una po-
lítica agraria de tipo «voluntarista».
Algunos se inspiraron explícitamente en los métodos «so-viéticos»: Vietnam y sobre todo China. Los episodios que mar-
caron la historia de esta última parecen particularmente ins-
tructivos en lo que concierne a la agricultura: se sabe que tras
haber profundizado mucho en la colectivización, los dirigen-
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tes chinos, durante los últimos años, han reorientado su polí-tica y restituido su autonomía a los «equipos de producción»
de base, es decir, de hecho, a los grupos familiares tradicio-
nales (Aubert, 1982). Se sabe también que los resultados hansido excelentes.
Pero otros muchos países, sin tener como referencia al mo-delo «marxista-leninista», se inspiraron también en él en nom-
bre de una forma local cualquiera de «socialismo» o incluso
sin preocuparse por una referencia ideológica muy precisa. En
un momento u otro, los agricultores de Argelia o de Tanza-
nia, de Guinea o de Madagascar, ... se vieron agrupados en
«cooperativas» bajo la autoridad del Estado. En pran número
de países, los dominios y las plantaciones confiscadas a los co-
lonizadores fueron nacionalizadas y administradas por el Es-
tado.
Todas estas experiencias fracasaron desde el punto de vis-ta económico. Cuando éstas permanecen, se constata, en ge-
neral, que los países reproducen a su escala la experiencia de
la U.R.S.S.: a partir de un Partido-Estado-Ejército se forma
una nueva clase dirigente que elimina la vieja clase de terra-
tenientes y establece por medio de las cooperativas un controlpolítico y social sobre los campesinos, lo que, en suma, le im-
porta más que el desarrollo de la producción agrícola (en lo
que concierne a Argelia, cf. Bedrani, 1982, y Delorme, 1981).
En otros lugares también, los grupos que controlan la tie-
rra (no siempre se trata de propietarios en el sentido europeodel término) son un componente importante de la clase diri-
gente y del poder estatal.
Estos grupos pueden basar su riqueza sobre modos de ex-plotación agrícola y sobre producciones tradicionales o, al con-trario, sobre cultivos de exportación que la política del Esta-do tendrá tendencia a favorecer y desarrollar en detrimentode los cultivos alimenticios de uso interno. En ambos casos,existirá una contradicción evidente entre la voluntad de con-servar una renta del suelo elevada y las veleidades de desarro-
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llar la producción agrícola y obtener la autosuficiencia alimen-ticia.
f^or último, en muchos países, la voluntad de favorecer la
industrialización condujo a los Estados a fijar los precios ofi-
ciales de los productos alimenticios básicos en niveles insufi-
cientes (cf. Brown, in Schultz, 1978, p. 84 s^., que da ejem-plos de tales políticas en una serie de países asiáticos, y en par-
ticular en Pakistán). Este tipo de política ha hecho necesario
en los últimos años elevar sustancialmente los precios para in-
centivar de nuevo la producción, lo que generalmente ha im-
puesto la necesidad de subvencionar los precios al consumo delos productos de base, en favor de las masas miserables de las
ciudades: en estos casos, se ha llegado a la peligrosa situación
que hemos descrito a propósito de los países socialistas.
No obstante, desde los años sesenta, las «autoridades mun-
diales» en materia de desarrollo han venido admitiendo queel desarrollo de la industria en los diversos tipos de países in-
suficientemente desarrollados sólo tiene sentido si se apoya en
un sector agrícola también en expansión. Particularmente, por-
que el aumento de la renta de las poblaciones rurales es el mejor
medio para ofrecer un mercado interior suficiente a las nue-
vas industrias.
En la «revolución verde» se creyó encontrar el medio para
esta expansión agrícola. Tenemos en la memoria la enorme
cantidad de medios que las organizaciones internacionales de
ayuda al desarrollo, apoyadas en los recursos tanto financie-
ros como científicos, políticos, etc. puestos a su disposición por
los Estados Unidos en particular, dedicaron a la difusión de
dicha revolución, sobre todo en América latina y en el Sureste
asiático. Los resultados globales otenidos fueron considerables.
Por tomar sólo un ejemplo, ha sido gracias a la «revolución
verde» y a sus repercusiones cómo la India se ha convertido
desde hace algunos años en un país autosuficiente en cereales.
Pero como reconoce el propio Banco Mundial, los efectos de
la «revolución verde» se han agotado y el crecimiento progre-
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sivo de la producción ha comenzado a reducirse por doquierdesde 1975 (Banco Mundial, 1978, p. 44).
Los defectos y los límites de esta operación son bien cono-
cidos: se presentaba casi exclusivamente como un conjunto (un
package) de nuevas técnicas, que debía acompañar la intro-ducción de variedades de semillas de alto rendimiento (de ce-reales, esencialmente) y seleccionadas para adaptarse a las con-
diciones naturales de los diferentes países destinatarios. La «re-
volución verde» se presentaba, pues, como totalmente neutra
y aceptable en cualquier sistema político y social.
En la práctica, sin embargo, los progresos técnicos que de-bían obligatoriamente acompañar a las nuevas semillas (abo-
nos, pesticidas, irrigación, etc. ) no podían ser neutros: al ne-
cesitar de compras e inversiones, estas técnicas estaban reser-
vadas a los campesinos ricos, los únicos que tenían acceso al
crédito, al consejo técnico, etc. Por otro lado, los sistemas tra-dicionales de tenencia permitían, en general, a los terratenientes
apropiarse de todo el beneficio de las innovaciones en aque-
llos casos en que los agricultores no eran propietarios. De este
modo, la «revolución verde», si bien logró aumentar la pro-
ducción global, no hizo más que mejorar el destino de los agri-cultores más ricos y aumentar aún más la desigualdad entre
éstos y la masa de pequeños campesinos.
Esto es lo que reconoce el Banco Mundial en su informe
de 1978, ya citado, que tuvo una gran resonancia. En efecto,
utilizando la experiencia de la «revolución verde», se pronun-ciaba de la manera más formal en favor de un desarrollo agrí-
cola que rehabilitara la pequeña explotación. Dicho organis-
mo vuelve a esta cuestión en 1981 para afirmar (apoyándose
en los resultados de 80 proyectos de desarrollo que financió
en 20 países) que los pequeños campesinos son mucho más efi-caces en la utilización de los fondos invertidos que los grandes
agricultores (Banco Mundial, 1981, p. 104).
Pero también constata lo mucho que el sistema institucio-nal existente, así como lo que llama púdicamente «la jerar-quía que dicta las relaciones sociales entre los agricultores»,
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obstaculiza el acceso de los pequeños campesinos a los medios
modernos de producción, al crédito, a la irrigación, al conse-
jo técnico. Y para terminar, el Banco Mundial denuncia, tan
claramente como puede hacerlo un organismo de este tipo, el
papél nefasto de los terratenientes (Banco Mundial, 1978,
p. 50).Estas constataciones son de suma importancia por emanar
de tales fuentes: éstas representan hoy, de algún modo, la po-
sición oficial del sistema capitalista mundial sobre el desarro-
llo agrícola. Como tales, figuran en las recomendaciones de
política agraria que el Banco Mundial hace a los pafses quele piden ayuda. Cabe la posibilidad de interrogarse sobre la
eiicacia de esas recomendaciones, tanto más cuando se obser-
va que si bien el Banco Mundial tiene ideas muy claras sobre
los objetivos, no hace precisiones concretas sobre las condicio-
nes sociales y políticas que se deberían cumplir para alcanzar-los: no es muy realista recomendar, por ejemplo, la liberación
del pequeño campesino a un gobierno sustentado en una cas-
ta de grandes terratenientes.
Se puede tener una idea de lo que pueden ser estas condi-ciones sociales y políticas examinando el caso de los escasos paí-ses que «consiguieron», de forma más o menos completa, rea-lizar un desanollo agrícola integrado en el desarrollo generalde su economía y de la sociedad en su conjunto.
Resulta un tanto embarazoso constatar que los dos paísescuyas experiencias nos parecen más interesantes y más instruc-tivas para nuestro tema son Costa de Marfil y Taiwan, dos pafsesque no tienen buena reputación, y ello por muchos motivos,en los medios progresistas. Ciertamente, sus regímenes no tie-nen nada que ver con la democaracia liberal y nuestro interéshacia ellos no implica ningún tipo de adhesión a la filosofíapolítica que los inspira. Tenemos que admitir simplemente quese trata de dos sistemas sociales, que, cada uno a su manera,se reproducen y se desarrollan de un modo que, aunque es to-davía precario, les está permitiendo obtener resultados mate-riales, «prácticos», a los cuales muchos otros países no han po-
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dido acceder a pesar de la generosidad de su discurso y sin ha-
ber sabido ni siquiera salvaguardar mucho mejor que aqué-
llos los valores de libertad, de justicia y de igualdad de los que
se reclaman herederos.Sobre Costa de Marfil disponemos de una excelente colec-
ción de estudios publicada por Y.-A. Fauré y J.-F. Medard
(Fauré y Medard, 1982), que contiene todo lo necesario para
ilustrar nuestra tesis.
En primer lugar, hay que tener en cuenta que el «modelode Costa de Marfil» se apoya en una estrategia coherente, ele-
gida de forma muy consicente por el grupo dirigente que lle-
vó a Costa de Marfil a la independencia y se propuso conver-
tirla en un Estado moderno.
Este grupo era representativo de la clase de los «plantado-res», agricultores que habían adoptado los cultivos de expor-tación implantados por la colonización: café y cacao. Esto ex-plica que el régimen fundado por M. Houphou^t-Boigny notuviera la tentación de apostar por un utópico desarrollo in-dustrial. Lejos de rechazar el riesgo de «dependencia» que sederivaba de la agricultura de exportación, optó por basar enella toda su política económica.
Entre 1960 y 1979, la producción de cacao pasó de 85.000
a 321.000 Tm. y la de café de 136.000 a 275.000 Tm. Por aque-
llas fechas, estos dos productos representaban alrededor del75 por 100 de la producción agrícola y cerca del 60 por 100
de las exportaciones (Fauré y Medard, 1982, p. 25 s.).
El término «plantador» no debe llevarnos a engaño: estos
plantadores son al menos un millón y la media nacional de
la plantaciones es de cinco hectáreas. Se trata ciertamente deuna agricultura basada en unidades de producción «familia-
res», que reproducen muchos rasgos de la explotación africa-
na tradicional. Estas unidades reposan sobre el trabajo del agri-
cultor, de su familia y de cierto número de categorías subor-
dinadas de status diversos (cf. artículo de J. Gastellu y S. Af-
fon Yapi, in Fauré y Medard, 1982, p. 149 s.).
Los plantadores no tienen acceso directo al mercado. El
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Estado tiene el monopolio de las exportaciones agrícolas por
mediación de una «Caja de Estabilización y de Mantenimien-
to de los Precios y de las Producciones Agrícolas», que paga
cada año un precio garantizado a los productores, controla la
recolección y la transformación, y vende, por último, los pro-
ductos en el mercado internacional. Durante los años de bue-
na coyuntura 1965-1975, el precio pagado al productor se si-
tuó entre el 25 y el 30 por 100 del precio de exportación. La«Caja de Estabilización», detentadora de enormes sumas de di-
nero, se convirtió en un instrumento esencial de la política eco-
nómica del país. Las extracciones de excedentes operadas so-
bre la agricultura han servido para financiar el desarrollo de
la industria, de las infraestructuras, de los servicios, etc. Lareceta no es nueva y todo el éxito reside en su aplicación: por
un lado, se mantienen las deducciones en un nivel que asegu-
re a los plantadores un nivel de vida conveniente y no los de-
sanime de producir; por otro lado, los fondos acumulados por
la «Caja» se asignan a un presupuesto especial de inversión,y son administrados con verdadero rigor en vez de disiparse
en prevendas, corrupción y hurtos diversos. •
Pero este mecanismo muy sencillo sirve de motor econó-
mico a un proceso de desarrollo social sumamente interesante
para nosotros: en el marco así creado, ha ido creciendo y dife-renciándose, en un período muy breve de tiempo, un Estado
moderno y una clase dirigente, un embrión muy bien forma-do de burguesía.
El grupo emergente de los plantadores, que dirigía
Houphou^t-Boigny, optó muy explícitamente por trascender,por «negan> en el sentido dialéctico del término, los intereses
de su clase de origen. En efecto, la clase de los plantadores,
sobre todo su estrato superior de «grandes plantadores», dis-
ponía de un «tesoro» cuya transformación en capital era inca-
paz de concebir. El nuevo grupo dirigente supo entregarse a
la edificación de un Estado concebido como matriz de una bur-
guesía diferenciada y punto de enlace para la transformación
de ese «tesoro» de los plantadores en capital industrial. Es, por
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ello, por lo que el ca1iitalismo de F..stado que se edificó en Cos-
ta de Marfil tuvo que ver cómo se fijaba como objetivo su pro-pia destrucción, debiendo pasar a las manos de la burguesíaindustrial privada en cuanto ésta fuese suficientemente nume-rosa y sólida (sobre todo este proceso, cf. el artículo de Y. -A.
Fauré y J. -F. Medard, Classe dominante ou classe dirigeante,
in Fauré y Medard, 1982, p: 125 s., y en particular p. 145 s.).
El «proyecto» de Costa de Marfil es muy explícito: el pro-
pio Hoyuphoui;t-Boigny lo ha manifestado incansablemente.Está claro que los resultados obtenidos hasta el presente son
considerables. El desarrollo económico y el desarrollo socialprogresaron conjuntamente. Sin duda alguna, la situación si-gue siendo precaria: la clase dirigente se mantiene muy de-pendiente del Estado e impregnada de una mentalidad másnegociante y especuladora que industrial y«tecnócrata». Por
otro lado, las dificultades surgidas de la crisis y del descenso
de los precios de los productos de exportación podrían poneren peligro todo lo conseguido.
Pero nos parece legítimo ver en el caso de Costa de Marfiluna especie de repetición, a pequeña escala y a ritmo acelera-
do, del proceso que dio origen a las sociedades europeas: de-
sarrollo integrado del Estado y de la burguesía sobre la basede una «liberación» de la agricultura y de una transformación
de la renta fundiaria en capital.El caso de Costa de Marfil es muy interesante por haber
sido una repetición consciente y deseada. Pero el grado de di-ferenciación social alcanzado sigue siendo aún rudimentario,y el conjunto del modelo sigue siendo vulnerable desde el punto
de vista económico.Las enseñanzas que nos aporta el análisis del desarrollo de
Taiwan tienen un alcance mucho mayor.El proceso comenzó con la conquista de la isla por Japón
en 1895 (nos basamos para este análisis en el excelente infor-me de Thorbecke, 1979, p. 32 s.). Hasta esta fecha, Taiwanno era más que un fragmento de la sociedad china tradicio-nal, con su jerarquía social fundada sobre una riqueza terra-
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teniente, obtenida gracias a la explotación, según los modostradicionales de tenencia, de un campesinado numeroso que
trabajaba en el marco de la familia.
Los japoneses, que estaban en plena fase de industrializa-
ción acelerada, muy apretujados ya en sus estrechas islas su-
perpobladas y no cultivables en una gran parte, pretendían
encontrar en Taiwan una fuente importante de productos agrí-
colas de base, lo que significaba que los mercados para las ex-
portaciones agrícolas de Taiwan podrían ser ilimitados.
En una primera fase, las autoridades coloniales japonesas
lograron incrementar de forma notable la producción de los
productos que les interesaban (el arroz, el azúcar y las batatas
representaban el 80 por 100 de la producción), aumentando
las superficies cultivadas e intensificando el trabajo del 73 por
100 de la población que trabajaba en la agricultura.
Pero desde el comienzo de los años veinte, se emprendiósistemáticamente una modernización de las técnicas por me-
dio de la introducción simultánea de nuevas semillas seleccio-
nadas, de fertilizantes químicos y de la irrigación. Todo ello
permitó una intensificación considerable de la producción, por
el aumento de los rendimientos y la práctica de los cultivos
múltiples. Pero lo que resulta particularmente chocante es que,
para obtener estos resultados tan sorprendentemente rápidos
(Thorbecke, 1979, p. 136), las autoridades japonesas tuvieran
que apoyarse en una «Profesión» agrícola organizada, cuya for-
mación habían estimulado y favorecido: sindicatos de agricul-tores, cooperativas de consumo y de crédito, red de difusión
de las técnicas, ... En 1930, la Profesión agrícola de Taiwan
empleaba a 13.000 técnicos especialistas en la vulgarización,
lo que equivalía aproximadamente a uno por cada 32 explo-
taciones (esta tasa era, sin duda, la más elevada del inundo
en aquella época).
Pero, sin embargo, Taiwan seguía siendo un país coloni-
zado y subdesarrollado. La jerarquía social tradicional se ha-
bía conservado y la propiedad de la tierra estaba muy concen-
trada. El campesinado sacaba escaso provecho de sus progre-
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sos, pues estaba fuertemente explotado: se le extraía un exce-
dente neto estimado en una quinta parte del valor de la pro-
ducción agrícola (íbid, p. 157), en forma de impuestos, de ren-
tas pagadas a los propietarios y de intercambio desigual con
Japón.Después de la Segunda Guerra Mundial y de la victoria del
partido comunista en China continental, se produjo una rup-
tura decisiva. Gran número de supervivientes del ejérccito na-
cionalista y de la burguesía continental, articulados por el Kuo
Min Tang, se refugiaron en la isla, ocuparon los máximos cen-tros de poder y emprendieron el desarrollo de su economía con
una ayuda muy importante de los Estados Unidos.
La primera tarea que se fijaron los recién llegados y su tu-
tor fue la de liberar al campesinado y deshacerse de la clase
terrateniente local con la que no tenían ningún vínculo políti-co. Este proceso se realizó en tres fases: 1) reducción autorita-
ria de la renta fundiaria al 37,5 por 100 del producto (frente
al 50 por 100 anteriormente); 2) venta en forma de pequeñas
parcelas de las tierras confiscadas a los japoneses, y 3) reforma
agraria propiamente dicha en 1953. De este modo, una cuar-ta parte de la superficie agrícola fue distribuida a los peque-
ños agricultores, dando al país una estructura de explotación
muy igualitaria.Los antiguos propietarios percibieron indemnizaciones muy
pequeñas, aunque, de todos modos, también recibieron en
compensación acciones de las sociedades industriales que el go-
bierno fundaba por aquella misma época: de esta manera, se
vieron transformados, por la fuerza, de rentistas en capitalis-
tas.Desde ese momento, se emprendió el relanzamiento de un
desarrollo agrícola de Taiwan sobre bases técnicas muy seme-
jantes a las que los japoneses habían introducido anteriormente.
Dada la abundancia de la fuerza de trabajo, se hizo hincapiéen las semillas de gran rendimiento, en la fertilización y en
la mecanización para una etapa posterior (que no empezaría
a desarrollarse hasta los años setenta, cuando el desarrollo in-
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dustrial había vaciado los campos de gran parte de su manode obra).
El aspecto institucional de esta política agraria es mucho
más significativo aún. En la práctica, bien es cierto que fue
directamente organizada y financiada por el gobierno nortea-
mericano a través de un organismo específico: el Chinese Ame-ricanJoint Commz;ssion on Rural Reconstruction (J.C.R.R.),fundado en 1948 para administrar la ayuda americana desti-
nada a la agricultura, es decir, e150 por 100 de la ayuda glo-
bal. Esta J.C.R.R. actuó durante veinte años como una espe-
cie de Super-Ministerio de Agricultura totalmente independien-
te de un gobierno local que no tenía acceso a los fondos quedicho organismo administraba. La política de la J.C.R.R. con-
sistió en apoyarse en las organizaciones profesionales agrarias
taiwanesas para concebir la planificación y la realización de
las operaciones de desarrollo.
En suma, se puede decir que los Estados Unidos pusierona disposición del Estado de Taiwan un aparato de Estado auxi-liar, mientras aquel otro adquiría el grado de desarrollo, de
eficacia y de integridad que debía corresponder a un Estado
burgués, industrial y moderno.
El éxito de esta politica fue manifiesto: como indicador pue-
de señalarse que, entre 1946 y 1976, la producción agrícola
se quintuplicó. Este crecimiento ha reposado, además, sobre
una diferenciación creciente: los productos animales, las fru-
tas y las hortalizas, que al principio tenían poca importancia,
han experimentado, sobre todo en los últimos años, una tasade crecimiento muy superior a la media.
A1 mismo tiempo, el sector agrario taiwanés se ha mostra-
do capaz de proporcionar al resto de la economía capitales de
un montante que ha variado desde el 22 por 100 del valor de
la producción agrícola, en el momento de iniciarse el período
analizado, hasta el 15 por 100 en su punto final, bien mediante
la extracción fiscal, o, sobre todo en la última etapa, median-
te la inversión de ahorro campesino en los diferentes circuitos
financieros. Se puede decir, por consiguiente, que el exceden-
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te agrícola jugó un papel de primer orden en la constitucióndel capitalismo industrial (Thorbecke, 1979, p. 203).
Actualmente, se está reduciendo el ritmo de la expansión
agrícola y están apareciendo nuevos problemas: deterioro de
la renta de los agricultores, sobreproducción de arroz, ... Pa-
rece que en el momento en que Taiwan entra en la categoríade los países desarrollados, su agricultura empieza a encon-
trar problemas de regulación de la producción y de los mer-
cados, de mantenimiento de los precios y de las rentas...; en
resumen, jlos mismos problemas que caracterizan a todas las
agriculturas de los pafses desarrollados!Así pues, vemos cómo una experiencia de desarrollo eco-
nómico, lograda dentro de los límites de los presupuestos que
se había fijado, ha tenido uno de los fundamentos de su éxito
en una política agraria que ha reproducido con suma fideli-
dad todos los rasgos de las políticas agrarias de la Europa oc-cidental, tal y como las hemos venido analizando: liberación
del campesinado individual, intensificación planificada de la
producción por medio de la colaboración institucionalizada
entre Estado y Profesión organizada, participación del cam-pesinado en la financiación de la acumulación y, para termi-
nar, regulación generalizada de mercados y precios.
Se podría tener la tentación de concluir este trabajo dicien-
do que ese modelo de política agraria es el único que ha teni-
do éxito en la historia pasada y presente, y el único que se puede
recomendar a los países en vías de desarrollo. Después de to-do, no hay nada en la experiencia de Taiwan que no se pueda
trasladar a otros lugares ..., a excepción, tal vez, de los jmil
millones y medio de dólares que Taiwan recibió de los Esta-
dos Unidos entre 1951 y 1965!
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